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más benévolo en 1807, al reconocer que nuestro juglar "no está tan falto de talento que de cuando en cuando no manifieste alguna intención poética"; pero, al fin, el crítico alaba la bella despedida del Cid y Jimena, la gradación dramática y el artificio con que está contada la corte de Toledo, y el buen estilo y animación que se descubre en el primer choque de los infantes con los campeones de Rodrigo (1). Es verdaderamente chocante que Vargas Ponce pudiese en 1791 (2) sentir francamente el "exquisito sabor de antigüedad” del Poema, comparar sus epítetos a los homéricos y leer la obra "con una grata conmoción". Todavía Martínez de la Rosa no podía ver en ella más que un "embrión informe” (3).

Mientras en España lograba el Poema tan escaso éxito, el naciente Romanticismo, con su simpatía general por la Edad Media, traía en el extranjero un cambio favorable de juicio. En

frase chavacana, "algún cartapelón del siglo XIII en loor de las bragas del Cid" (Carta de Bartolo, 1790, p. 66).

(1) Colección de poesías selectas castellanas, ť. I, p. xvi, (2) Declamación contra los abusos introducidos en el castellano, presentada y no premiada en la Academia Espahola el año 1791, Madrid, 1793.

(3) En las Anotaciones a su Arte Poética, París, 1828, canto I, nota 10.-MORATÍN, en la nota 3 de sus Origenes del teatro español, hallaba también todo deforme en el Poema: el lenguaje, el estilo, la versificación la consonancia (Bibl. Aut. Esp., II, p. 165 b).

1808, el poeta escocés Roberto Southey, que tanto trabajó en la rehabilitación de la antigua poesía peninsular, conceptuaba el Poema de! Cid "como decididamente y sobre toda comparación el más hermoso poema escrito en lengua española" (1), y en 1813 añadía, excitando a la revolución literaria: "los españoles no conocen aún el alto valor que como poema tiene la historia métrica del Cid, y mientras no desechen el falso gusto que les impide percibirlo, jamás producirán nada grande en las más elevadas esferas del arte; bien puede decirse sin temor que de todos los poemas que se han compuesto después de la Ilíada, el del Cid es el más homérico en su espíritu, si bien el lenguaje de la Peninsula era en aquella época rústico e informe" (2). Abundando en las ideas de Southey, otro escocés, Hallam, en su View of the state of Europe during the Middle Age, 1818, afirma que el Poema del Cid "aventaja a todo lo que se escribió en Europa antes del aparecimiento de Dante"; y esta apreciación fué, sin duda tenida en cuenta por el angloamericano

(1) Chronicle of the Cid, from the Spanish, by R. SouTHEY, London, 1808, pág. IX.

(2) Artículo anónimo en la Quarterly Review, t. XII, p. 64 (v. TICKNOR, Histor. de la lit. esp., trad., I, 27, n., y FITZMAURICE-KELLY en The Morning Post, 8 Febr. 1900. WOLF, Studien, p. 31, n., no atribuye a Southey este artículo).

Ticknor, cuando al examinar el Poema en su History of spanish literature (1849) dice: "puede asegurarse que en los diez siglos transcurridos desde la ruina de la civilización griega y romana hasta la aparición de la Divina commedia, ningún país ha producido un trozo de poesía más original en sus formas y más lleno de naturalidad, energía y colorido" (1).

La crítica alemana reconoció el valor del Poema por boca de Federico Schlegel, en 1811. Pero quien de un modo más penetrante juzgó la obra fué el doctísimo Fernando Wolf. Doliéndose éste en 1831 de que ni Bouterwek ni sus traductores españoles hubiesen comprendido el alto valor y la profunda significación del Poema, hace de él uno de los mejores estudios de que ha sido objeto (2). Wolf realza, sobre todo, la fuerte unidad que traba las partes de la obra, haciéndolas concurrir al plan artístico que se propuso el juglar. La belleza del Poema no es un producto abstracto y reflexivo, sino que consiste en una "reproducción inconsciente de la

(1) Hist. de la literat., por M. G. TICKNOR, traducc. Gayangos-Vedia, 1851, t. I, p. 26.

(2) Reimpreso en F. WOLF, Studien zur Geschichte der span. und. port. Nationalliteratur, Berlín, 1859, ps. 29 y sigs. -También CLarus, Darstellung der Spanischen Literature in Mittelalter, Mainz, 1846, siguiendo a Wolf, nota en el Poema la poética unidad realzada por un arte consumado,

realidad, por eso mismo más veraz, más sorprendente". "La exposición desnuda de arte" se impone al ánimo "por la íntima verdad y elevada naturalidad" que respira; es sencilla, ingenua y enérgica. La continua repetición de palabras y frases para designar las mismas ideas y circunstancias, así como los pintorescos epítetos, recuerdan la epopeya griega. Los caracteres, aun los de las figuras secundarias, están trazados con rasgos tan sobrios como eficaces.

Volviendo a las apreciaciones extremas, representadas por la crítica inglesa de Southey y Hallam, podrá observarse que éstos aún no conocían la chanson de Roland, la cual podría haberles hecho modificar su parecer. Pues bien: la publicación del Roland en 1837, lejos de perjudicar al Poema, abre en favor de éste un curioso episodio de crítica comparativa. Damas Hinard, tratando de juzgar el Cantar dentro de su tiempo, escogió como punto de referencia el Roland, que hacía pocos años había obtenido una segunda edición, y se tenía, cada vez más, como celebrado modelo. El poeta de Roland era más docto que el del Cid; conocía de la antigüedad clásica cuanto era conocido en su época; condujo su obra con muy buen juicio, y por la unidad y simplicidad de su composición puede ser mirado como precursor de los clásicos

franceses del siglo XVII. Pero le faltaba la gran cualidad del poeta: el sentimiento de la vida humana y el poder de expresarlo. La geografía de la chanson es fantástica; sus personajes son a menudo imaginarios o monstruosos como los paganos de Micenes, de cabeza enorme y cerdosos cual jabalíes. La acción de estos fantasmas es también imposible. El sonido de la trompa de Roldán se oye a 30 leguas; Turpin, con cuatro lanzadas en el cuerpo, o Roldán, con la cabeza hendida y los sesos que le brotan por los oídos, obran y combaten como sanos. Los ejércitos son enormes, de 360 000 y de 450 000 caballeros. Cinco franceses matan a 4 000 sarracenos. Y la misma falta de naturalidad se observa en la exposición; baste como ejemplo el abuso de las repeticiones: ocho caballeros de Marsilio exponen en sendas coplas su deseo de matar a Roldán; Oliveros manda tres veces a Roldán que toque la trompa, y tres veces Roldán rehusa; Carlomagno, al hallar muerto a su sobrino, le dirige tres alocuciones interrumpidas por tres desmayos. Tales repeticiones menudean en el Roland, y si pueden ser bellas en un canto lírico, estorban la marcha franca de la poesía narrativa, no produciendo otro efecto que fatigar o desconcertar al lector. Muy al contrario, el juglar del Cid no quiere ostentar

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