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tro juicio, uno de los primeros lugares entre las producciones de las nacientes lenguas modernas."

Volviendo ahora a la crítica española del Poema, advertiremos que en ella encontraron débil eco la admiración romántica de Southey y el penetrante estudio de Wolf. Amador de los Ríos, en 1863, extremando los adjetivos elogiosos para todos los rasgos, caracteres y episodios de la obra, no dice de ésta en su conjunto más que "acaso se la podría colocar entre los poemas épicos", y que "tampoco sería gran despropósito el clasificar este peregrino poema entre las epopeyas primitivas" (1). Por estas palabras se comprende que Bello era completamente desconocido para el autor español.

Mas este atraso crítico se ve compensado de una manera brillante cuando Milá, en 1874, por primera vez en Europa, señaló al Poema su verdadero puesto dentro de una completa lite

(1) Historia crítica de la literat. esp., III, ps. 202-203. Ni siquiera repara en la comparación entre el Roland y el Cid que hace D. Hinard, obstinado sólo en contradecir los indicios de imitación francesa que el crítico francés apunta. -Antes TAPIA, en su Historia de la civilización española, Madrid, 1840, I, p. 280, califica al Poema del Cid de "prosaico y aun vulgar en la mayor parte, aunque de cuando en cuando agrada por cierta naturalidad... También tiene a veces el estilo cierta energía, señaladamente en la descripción de los combates; mas este fuego se apaga bien pronto y vuelve a reinar la prosa monótona, fría y cansada".

ratura épica castellana antes desconocida. Además, Milá nos ofrece una apreciación artística del Poema tan sobria como exacta. El ingenuo relato del juglar, sin apartarse mucho de un tono fundamental grave y sosegado, adopta un acento sentido y tierno en las escenas de familia, un tanto cómico en el ardid de las arcas de arena y en el lance del león, sombrío y querelloso en la tragedia de Corpes, para romper con incomparable energía en las descripciones de batallas. Vehementes son también en gran manera las increpaciones y las réplicas, mientras algunas pláticas descubren la candorosa divagación que notamos todavía en bocas populares. Los caracteres físicos y morales de los actores del drama aparecen dibujados con tal claridad y fijeza que se hallarán conformes cuantos traten de analizarlos. "Por tales méritos y sin obstar su lenguaje irregular y duro, aunque no por esto menos flexible y expresivo, su versificación imperfecta y áspera y la ausencia de los alicientes y recursos del arte, bien puede calificarse el Mio Cid de obra maestra. Legado de una época bárbaro-heroica, fecunda en aspectos poéticos y no desprovista en el fondo de nobilísimos sentimientos, aunque en gran manera apartada del ideal de la sociedad cristiana, es, no sólo fidelísimo espejo de un orden de hechos y cos

tumbres que no serían bastantes a suplir los documentos históricos, sino también un monumento imperecedero, ya por su valor literario, ya como pintura del hombre (1).”

En fin, el crítico de más delicado gusto que España ha tenido, Menéndez Pelayo, caracteriza el Poema en hermosas páginas (2). “Lo que constituye el mayor encanto del Poema del Cid y de canciones tales es que parecen poesía vivida y nó cantada, producto de una misteriosa fuerza que se confunde con la naturaleza misma y cuyo secreto hemos perdido los hombres cultos." Pero el Poema del Cid se distingue de sus semejantes por "el ardiente sentido nacional que, sin estar expreso en ninguna parte, vivifica el conjunto", haciendo al héroe símbolo de su patria; y esto obedece, no a la grandeza de los hechos cantados, que mucho mayores los hay en la historia, sino “al temple moral del héroe en quien se juntan los más nobles atributos del alma castellana, la gravedad en los propósitos y en los discursos, la familiar y noble llaneza, la cortesía ingenua y reposada, la grandeza sin énfasis, la imaginación más sólida que

(1) De la Poesía heroico-popular castellana, Barcelona, 1874, ps. 240-241.

(2) Antología de poetas líricos castellanos, XI, 1903, ps. 315-317.

brillante, la piedad más activa que contemplativa... la ternura conyugal más honda que expansiva... la lealtad al monarca y la entereza para querellarse de sus desafueros... Si el sentido realista de la vida degenera alguna vez en prosaico y utilitario: si la templanza y reposo de la fantasía engendra cierta sequedad: si falta casi totalmente en el Poema la divina (aunque no única) poesía del ensueño y de la visión mística, reflexiónese que otro tanto acontece en casi todos los poemas heroicos, y que a la mayor parte de ellos supera el Mio Cid en humanidad de sentimientos y de costumbres, en dignidad moral y hasta en cierta delicadeza afectuosa que se siente más bien que se explica con palabras y que suele ser patrimonio de los hombres fuertes y de las razas sanas... Y cuando subamos con el Cid a la torre de Valencia, desde donde muestra a los atónitos ojos de su mujer y de sus hijas la rica heredad que para ellas había ganado (v. 1603-1620), nos parecerá que hemos tocado la cumbre más alta de nuestra poesía épica, y que después de tan solemne granideza sólo era posible el descenso".

La popularidad que Menéndez Pelayo supo dar en España a los antiguos monumentos poéticos hizo que nuestros escritores modernos leyesen el Cantar y se inspirasen en él. En 1842

podía suceder que un erudito como Jerónimo Borao (cierto que a los veinte años de su edad) compusiese un drama titulado Las hijus del Cid, sin conocer la antigua Gesta, creyendo que él era el primero que trataba en forma poética la tragedia de Corpes. Muy otro es ahora el caso, cuando hacia 1907, un escritor como Eduardo Marquina se siente llamado a escribir "seriamente" para el teatro mediante la lectura de la gesta de Mio Cid. Y precisamente al leer en ella la escena de Corpes, Marquina experimenta su primera emoción dramática, en el ambiente poco recogido de una redacción de periódico. "Leía -dice Marquina-el Poema del Cid, y recuerdo que, cuando ha descrito ingenuamente la afrenta que a doña Elvira y doña Sol infligen sus maridos en el robledal de Corps, el venerable autor de nuestro cantar de gesta tiene una exclamación:... ¡Si ahora compareciese mío Cid Campeador! Sentí el drama en aquellas palabras, y pasó por mi alma la visión tremenda del Cid levantando con sus manos los cuerpos heridos y profanados de sus hijas, y extendiendo en el aire su mano vengativa, sin palabras. Yo escribía aquel verano Las hijas del Cid. Pero la emoción de aquella noche en lo que tenía de más hondo y sincero, aunque de ella movió el drama y a pesar del drama escrito, me

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