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banda de malcalzados se eleva hasta honrar a los reyes con su parentesco. Esta poesía lleva el carácter de las épocas de madurez, y, sin embargo, se desarrolla por contraste sobre un fondo bárbaro y rudo. En los Nibelungos, al revés, sobre un vistoso fondo de lujo, cortesía y caballerosidad, se destacan unos héroes rebosantes de barbarie, cuya fría impavidez ante la muerte corre parejas con su esfuerzo titánico para matar; su honor no tiene más ley inquebrantable que la venganza, y por satisfacerla atropellan el parentesco, la hospitalidad, la gratitud, y llegan sin la menor vacilación al engaño y al parricidio. Toda la acción se resuelve en un caótico hervir de muerte, donde se van hundiendo unos a otros aquellos héroes gigantes; sobre un campo de sangre e incendio, en que yacen revueltos borgoñones, hunos, daneses, austriacos y ostrogodos, se cierne la diabólica pasión de la venganza, sin hallar cuerpo vivo donde hacer presa.

En el adorno exterior el Poema del Cid palidece al lado de otros poemas medioevales, como ya notaron varios críticos (1). Su colorido es de

(1) Copiamos el parecer de Bello arriba, p. 61. Bertoni, ps. 165-166, a propósito de la descripción de la tienda del rey de Marruecos, nota que el Cantar no nos presenta paramentos y objetos bélicos de gran lujo, como hacen las Chansons de geste: siempre es parco de vocablos y menos florido que los poetas franceses, lo cual se ha considerado como un carácter de ancianidad.

tonos apagados, casi siempre grises. Compárese, por ejemplo, el viaje de doña Jimena, cuando va a unirse con el Cid, pasando por la tierra de moros, por la peligrosa mata de Taranz y por la hospitalaria ciudad del alcaide Abengalbon, con el viaje de Krimhilda, cuando va a casarse con Atila, atravesando ora la Baviera llena de salteadores, ora las amigas tierras del margrave Rüdiger, y se verá que es menos animada la poetización del juglar castellano, aunque la escena final de su viaje supere en emoción llana y sincera. Las fiestas del Tajo o de Valencia tienen mucho menos brillo que las de Worms o Bechelaren; mientras en el Cid los atavíos y los juegos son exclusivamente militares, en los Nibelungos a menudo los cofres vacían sus lujosos aderezos para adornar a las damas, y éstas alegran la corte donde los caballeros las devoran con los ojos, las abrazan en pensamiento y las sirven rendidamente.

También El Cid es inferior al Roland en los recursos poéticos. En ambos poemas hay una sola comparación; pero las descripciones que abundan en el Roland (los desfiladeros de Roncesvalles, los deformes capitanes paganos, el caballo de Turpin, el cadáver de Roland, la flota de Baligant, etc.), apenas tienen correspondientes en el Poema del Cid (el amanecer, el ro

bredo de Corpes, Álvar Fáñez en la matanza, el traje del Cid). En el Roland además hay frecuentes motivos emocionantes, como la ternura con que los franceses entran en Gascuña después de siete años de ausencia, la muerte de Olivier, la bendición de los cadáveres en Roncesvalles, la tormenta que predice la muerte de Roland, los últimos recuerdos del héroe moribundo, y otros, que en El Cid escasean, fuera de la despedida de Cardeña y del abandono de Elvira y Sol en Corpes. El autor del Roland, en medio de su rudeza arcaica, propende al efectismo; tiene imaginación poderosa que no escrupuliza en medios; pone en juego cifras enormes, vigor físico imposible, hombres monstruosos, milagros estupendos. El autor de El Cid se prohibe esos recursos exagerados; quiere lograr la be1leza sin esfuerzos, o prefiere no lograrla, y muestra en definitiva más talento para idear su plan que imaginación para desarrollarlo.

El juglar del Roland atiende menos a dar fundamento consistente a su obra que a procurar el brillo de la ejecución; conoce mejor su oficio de poeta; muestra una atención más despierta a las sensaciones y afectos, pero a veces cae en el amaneramiento; así abusa de las series similares y de otras repeticiones por el estilo. El juglar del Cid atiende más a la construc

ción de su poesía, pero descuida la exposición. Nunca se preocupa de los adornos; pero muestra gusto por las gradaciones, gusto muy escaso en la epopeya de la Edad Media, donde hasta la conversión religiosa de los sarracenos es repentina. La alevosía se engendra poco a pocc en el ánimo de los Infantes de Carrión. Aun los críticos más adversos han alabado la dramática gradación con que se desarrolla la escena de la corte de Toledo. Toda la acción del Poema es una marcha progresiva en que el desterrado va venciendo la injusticia del Rey y el desprecio de la alta nobleza.

En conclusión, habremos de rechazar la idea de la escasa personalidad de esas obras primitivas del arte. A pesar de las profundas revoluciones de pensamiento que median entre los orígenes de las literaturas europeas y su época de esplendor, íntimas relaciones unen aquellos antiguos poemas a las obras producidas después del Renacimiento. El Roland, por su simplicidad esquemática, por su unidad de acción y de tiempo y por su esmero en la presentación, anuncia la clásica tragedia francesa (1). El Mio Cid, por su carácter más histórico, por buscar una supe

(1) Semejante idea ocurre independientemente a D. HINARD, Poëme du Cid, 1858, p. xxiv, y a G. PARIS, Extraits de la Chanson de Roland, 5.e éd., 1896, p. xxvII.

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rior verdad artística dentro de las complejidades de la vida entera, y por el abandono de la forma, es precursor de las obras maestras de la comedia española. Los Nibelungos, en su grandioso desorden tan preñado de aspectos, muestran su parentesco con las trágicas concepciones shakespearianas.

OLVIDOS DEL JUGLAR DEL CID

El descuido en la ejecución es tanto más significativo en un poeta como el del Cid que tan bien supo trazar el plan de su obra y tenerlo presente en todos los momentos. Nos fijaremos sólo en ciertos olvidos que padeció respecto a algunos pormenores. Cierto que algunas contradicciones por olvido se señalan en los autores más cultos; pero quizá los principales olvidos de nuestro juglar se parecen más que a los de otro cualquier autor extranjero a los que Cervantes padeció respecto a varios pormenores del tipo de Sancho.

Señalaremos primero una ligera contradicción entre el v. 3094, donde se dice que la cofia del Cid era de escarín, y el v. 3493, donde se dice que era de rançal (1).

(1) Recuérdense las varias contradicciones en que Vir gilio incurre sobre la clase de madera de que estaba hecho el caballo de Troya (Eneida, II, 16, 112, 186, 258).

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