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zo en su retiro de Yuste verdadero enemigo de la Inquisicion, pues lo hace creible la eleccion de personas que reservó para su confianza, las quales manifestaron con el tiempo quanto debian aborrecer un tribunal que habia de producirles un dia su muerte y su deshonor. Acaso acaso se arrepintió antes; pues consta que quitó á los inquisidores el uso de la jurisdiccion real en 1535, y los tuvo sin ella diez años hasta 1545.

Pero en fin sea lo que fuere de la opinion nacional, despues que la Inquisicion cantó triunfo consolidando su poder á los quarenta años de su exîstencia, me parece haber demostrado que comenzó contra el voto de los españoles, y que éstos lucharon para su extincion ó reforma con el mayor teson y constancia mientras creyeron tener alguna probabilidad de la victoria.

Porque en efecto manifestaron su voluntad contraria el clero, la nobleza, y el pueblo de Castilla con silencio misterioso en el concilio de Sevilla de 1478, y en las cortes de Toledo de 1480; con el amparo que los señores de vasallos dieron á los fugitivos en Andalucía; con la necesidad que hubo de real cédula para que la ciudad de Sevilla permitiese á los primeros inquisidores exercer su oficio en 1481; con la opinion de los literatos que seguian la de Hernando del Pulgar segun el testimonio de Mariana; y con la energía de los aragoneses, catalanes, valencianos y mallorquines que resistieron la introduccion abiertamente aun á costa de tumultos que necesitó el rey católico apagar con toda su fuerza desde 1485 á 87.

Los castellanos volvieron á la empresa en 1506 con ocasion de la venida del rey Felipe Primero; y perdiendo las esperanzas con el segundo gobierno del fundador de la Inquisicion, hicieron tantos recursos á Roma, que con estos y con tumultos en Córdoba, pusieron al rey católico en términos de ceder algun tanto, y sujetar los juicios de la Inquisicion á una congregacion particular del año 1508.

Los aragoneses no pudiendo sufrir los muchos abusos del tribunal, reclamaron en cuerpo de nacion año 1510 en las córtes de Monzon: repitieron sus clamores en las otras del mismo pueblo en 1512, y á fuerza de teson y de zelo acortaron las Tom. V. N. 2.

Y

líneas del poder arbitrario inquisicional, cuyas ideas imitaron los catalanes en las cortes de Lérida de 1515.

Muere á 23 de Enero de 1516 el fundador de la Inquisicion moderna, y parece que el sonido de las campanas de sus funerales fué señal de alarma contra ella. Se creyó que la nueva dinastía austriaca que debia venir de Flandes y Alemania recibiría gustosa la solicitud de extincion, Ó por lo menos la de limitacion de poderes de un tribunal, cuyo nombre ya era conocido á los flamencos como odioso desde la venida de Felipe primero.

Los castellanos, los aragoneses, y los catalanes, todos los españoles, en fin, manifestaron entonces su verdadera opinion en Flandes y Roma, creyendo que habian llegado los dias de la libertad. Se equivocaron: un cardenal Cisneros estaba al frente del gobierno de la España y de la Inquisicion, y su caracter firme, unido con su talento sagáz, bastó á impedir la victoria que parecia segura por el aspecto exterior de los negocios.

Sin embargo, la venida de Cárlos Primero alienta de nuevo á los castellanos que se atreven á pedir en cuerpo de nacion la reforma del santo Oficio en las cortes de Valladolid de 1518, y consiguen que despues de bien exâminado el punto se forme una pragmática sancion, reduciéndolo á términos del derecho comun como los otros tribunales eclesiásticos.

Se hubieran contentado con esto los castellanos; peró no llegó á promulgarse la pragmática por el fallecimiento intempestivo de Juan Selvagio, canciller del rey y jurisconsulto profundo flamenco, que habia influido mucho en el ánimo de su magestad para decretarla; y por la desgraciada casualidad de ser ya inquisidor general el cardenal Adriano, maestro de Cárlos, en cuya voluntad tuvo siempre grande ascendiente, y mayor despues de la muerte de Selvagio.

No se acobardan por eso los aragoneses y se atreven tam bien en cuerpo de nacion á proponer otro tanto en las córtes de Zaragoza de fines del citado año de 1518, y sostienen su empeño en Roma con tal teson, que aprovechando

la casualidad de hallarse disgustado el papa con los inquisidores españoles, logran en Julio de 1519 una bula de reforma que destruía todos los privilegios de la misteriosa y cruel arbitrariedad.

El haber sido elegido Cárlos para rey de romanos, y el deferir este señor absolutamente á los consejos del cardenal Adriano fueron otras dos casualidades infaustas que influyeron sobremanera para que la corte de Roma temerosa de disgustar al nuevo emperador por causa de los intereses de la soberanía de los dominios pontificios, dexára sín efecto breve de 12 de Octubre la bula del mes de Julio.

Los catalanes, manifestando en las cortes de Barcelona de dicho año 1519 las mismas ideas que castellanos y aragoneses, prosiguieron su empeño en Roma, con tal vigor que hicieron balancear su influxo con el del emperador mismo , y si no consiguieron la execucion de la bula del mes de Julio, lograron al menos que no librase la revocacion expresa que pretendió Cárlos mientras duró la vida del papa Leon Décifenecida en Diciembre de 1521.

Ascendió al solio pontificio el citado cardenal Adriano en Enero de 1522; conservó el empleo de inquisidor general de España hasta Septiembre de 1523 en que libró las bulas á favor de Don Alonso Manrique, arzobispo de Sevilla; y esto consolidó la victoria del tribunal de la Inquisicion; cerró los labios y las plumas de los españoles con el terror, hasta el extremo de producir un proverbio vulgar que decía: con el rey y la Inquisicion, chiton.

Pero á pesar de que el silencio general sepultó en olvido profundísimo los hechos, conatos, y esfuerzos de la nacion española en los quarenta primeros años de la exîstencia de la Inquisicion, ha sido tan vigorosa como acostumbra la fuerza de la verdad. El curso de tres siglos no ha bastado á borrar todas sus huellas: yo he procurado descubrirlas, y creo haber demostrado la equivocacion con que los escritores estrangeros atribuían á los españoles la estupidéz de poner sus delicias en los autos de fe de la Inquisicion, y la necedad

de reputar su tribunal por oportuno para el bien comun. Tienen disculpa, porque leían en casi todas las obras españolas elogios desmedidos; pero analizandolos con sana crítica podian discurrir que algunos eran escritos por personas interesadas, otros por frayles fanáticos, y los demás por hombres que temian su ruina sino hablasen con elogio de un tribunal cuya persecucion era tan funesta como inevitable, pues aun Don Melchor de Macanaz (que llegó á tratar de Ateistas á todos los inquisidores de su tiempo, diciendo tambien que lo eran igualmente casi todos los que habia habido desde el inquisidor general Mendoza en el reynado de Cárlos Segundo) no se atrevió á hablar contra la institucion del tribunal porque habia escrito antes en su favor, ignorando los esfuerzos primitivos de la nacion.

¡Ó vosotros, manes ilustres de Antonio de Lebrija, Alonso Virués, Arias Montano, Luis de Leon, Bartolomé Carranza, Antonio Perez, Melchor de Macanaz, Nicolás Belando, Pablo de Olavide, Benito Bails, Antonio Ricardos, conde de Aranda, conde de Campomanes, Nicolás Azara, Tomas Iriarte, Felipe Samaniego, Pedro Centeno, Felix Samaniego, y otros muchos literatos de buen gusto que sufristeis, los unos la cárcel y el castigo, los otros las reconvenciones y penitencias secretas, y todos la inscripcion en el gran libro de las víctimas del santo Oficio! descansad en paz: sí: descansad en paz, que ya feneció el imperio del terror, que con las armas de la ignorancia protegia el error en unos, la hipocresía en otros, el fanatísmo y la supersticion en muchos. Ya renació el imperio de la santa libertad que (sin permitir el libertinage ni la irreligion) busca la verdad y la protege donde la encuentra. Yá no serán interpretadas vuestras obras literarias, vuestras palabras y vuestras acciones por calificadores ignorantes, cabilosos, y fanáticos que os atribuyan opiniones agenas de vuestra intencion, ni saquen consecuencias falsas por defecto de lógica. Ya no sereis inquietados en vuestros sepulcros para desenterrar vuestros huesos y quemarlos ignominiosamente con una estatua representativa de vuestras personas, quitando á vuestros herederos los bienes que les de

xasteis, y dándoles la nota de infamia en su lugar, como sucedió á muchos. Descansad en paz, que ya llegó la felíz época en que la inscripcion misma de vuestros nombres en los registros del santo Oficio sea monumento eterno que os honre, trasmitiendo á los siglos mas remotos la memoria de vuestras luces y de vuestro buen gusto en la literatura. Bendecid al genio inmortal que ha proporcionado este honor á vuestros nombres, y el bien sólido al talento de todos vuestros compatriotas.

Literatos españoles que habeis conseguido la dicha de sobrevivir á la exîstencia del tribunal mas depresivo de la libertad literaria, á vosotros dirijo ahora mi atencion. Yo os ruego en nombre de la patria que aprovecheis el tiempo feliz que os resta de vuestra vida para demostrar á la Europa entera que habia en España muchos sabios conocedores de verdades útiles, aun en aquellos ramos de literatura en que solo con grandes peligros podiais leer obras de buen gusto, Manifestad que conociais los verdaderos principios y las reglas ciertas del saber humano; y que discurriais en todo con sana crítica, aunque no produxeseis ideas sólidas por el peligro á que estabais expuestos. Comunicad á otros la noticia de los libros que conviene leer, y de los que deben condenarse á perpetuo olvido. Conquistad en fin la gloria de generalizar en España el buen gusto de la literatura, y sed patriarcas del nuevo plan que se necesita seguir en nuestros estudios. Anunciad nuevos loores al autor de tanto bien.

Vosotros literatos estrangeros, haced á los españoles la justicia que se merecen, y creed que aquella España que dió á Roma muchos sabios respetados por vosotros mismos, ha tenido en los siglos de la Inquisicion tantos como en el de Augusto, que conocian las cosas como son en sí, y formaban la verdadera opinion nacional, aunque sin publicarla en libros, por temor justo de la severidad de los castigos que la Inquisicion imponia con el nombre de piedad y misericordia en sus penitencias.

Y vosotros, señores académicos, para quienes nada he po

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