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su estado y llevase las incomodidades de la viudez y soledad.

todas las provincias de España se hallaban cansadas y gastadas con guerras tan largas, se efectuó lo que deseaba, sin embargo de la nueva ocasion de ofension y desabrimiento que se ofrecia á causa del repudio que el príncipe don Enrique dió á doña Blanca, su mujer, que envió á su padre con achaque que por algun hechizo no podia tener parte con ella. Este era el color; la verdad y la culpa era de su marido, que aficionado á tratos ilícitos y malos, vicio que su padre muchas veces procuró quitalle, no tenia apetito ni aun fuerza para lo que le era lícito, especial con doncellas. Así se tuvo por cosa averiguada por muchas conjeturas y señales que para ello se representaban. El que pronunció la sentencia del divorcio la primera vez fué Luis de Acuña, administrador de la iglesia de Segovia por el cardenal don Juan de Cervantes. Confirmó despues esta sentencia el arzobispo de Toledo por particular comision del pontífice Nicolao que le envió su breve sobre el caso, con grande maravilla del mundo, que sin embargo del repudio de doña Blanca, el príncipe don Enrique se tornase á casar, que parece era contra razon y derecho. A 13 de noviembre nació al rey de Castilla en Tordesillas un hijo, que se llamó don Alonso, el cual si bien murió de poca edad, fué á los naturales ocasion de una grave y larga guerra, como se verá adelante. A instancia pues de la reina de Aragon se trató de hacer las paces entre Castilla y Aragon. Lo mismo procuraha se hiciese en Navarra entre los príncipes, padre y hijo. Para resolver las condiciones que se debian capitular concertaron treguas por todo el año siguiente. Estaba todo esto para concluirse, cuando la dolencia del rey de Castilla se le agravó de tal suerte, que, recebidos todos los sacramentos, finó en Valladolid á 20 de julio, año de 1454. Mandóse enterrar en el monasterio de la Cartuja de Burgos, fundacion de su padre, y que él le dió á los frailes cartujos. Allí se hizo adelante su entierro; por entonces le depositaron en San Pablo de Valladolid. Fué el enterramiento muy solemne, y en las ciudades y pueblos se le hicieron las bonras y exequias como era justo. Hasta en la misma ciudad de Nápoles el mes Juego siguiente se hizo el oficio funeral y honras, en que entre los demás enlutados el embajador de Venecia pareció vestido de grana y carmesí; espectáculo que por ser tan extraordinario fué ocasion que las lágrimas se mudaron en risa. Sucedió otra cosa notable, que con las muchas hachas y luminarias se quemó gran parte del túmulo que para la solemnidad tenian de madera en medio del templo levantado. Mandó el Rey en su testamento que al infante don Alonso, su hijo, que poco antes le nació, se diese en administracion el maestrazgo de Santiago; nombróle otrosí por condestable de Castilla; dignidades la una y la otra que vacaron por muerte de don Alvaro de Luna. Señaló por sus tutores al obispo de Cuenca y al prior de Guadalupe y á Juan de Padilla, su camarero mayor. Si no fuera por su poca edad y por miedo de mayores alborotos, le nombrara por sucesor en el reino, por lo menos trató de hacello; tan grande era el desabrimiento que con el Príncipe tenia cobrado. A la infanta dona Isabel mandó la villa de Cuellar y gran suma de dineros; á la Reina, su mujer, á Soria, Arévalo, Madrigal, con cuyas rentas sustentase

CAPITULO XV.

Cómo el príncipe don Enrique fué alzado por rey de Castilla. Con la muerte del rey don Juan de Castilla, el reino, como era justo, se dió á don Enrique, su hijo. Hízose la ceremonia acostumbrada en una junta de grandes, parte de los cuales se hallaban á la sazon presentes en Valladolid, parte acudieron de nuevo, sabida la muerte del Rey. Cuatro dias adelante tomó las insignias reales y levantaron por él los estandartes de Castilla. Luego pusieron en libertad á los condes de Alba y de Treviño, con que se hizo la fiesta de la coronacion muy mas regocijada. Los demás grandes que fueron con ellos presos por diversas ocasiones y accidentes estaban ya libres. Continuaron en sus oficios todos los ministros de la casa real de su padre. Comenzóse asimismo de nuevo á tratar de la paz por parte de la reina de Aragon, que para ello tenia poderes bastantes de su marido y cuñado los reyes de Aragon y de Navarra; concluyóse finalmente con estas condiciones: El rey de Navarra, don Alonso, su hijo, don Enrique, hijo del infante de Aragon don Enrique, dejen la pretension de los estados y dignidades que en Castilla pretenden; en recompensa el rey de Castilla cada un año les señale y pague enteramente ciertas pensiones en que se concertaron; el almirante de Castilla y don Enrique, su hermano, y Juan de Tovar, señor de Berlanga, con los demás que siguieron el partido y voz de Navarra puedan volver á su patria y á sus estados. Era ya fallecido el conde de Castro don Diego Gomez de Sandoval en la mayor calor de la pretension que traia sobre la restitucion que pedia se le hiciese de los estados que por causas de las revueltas pasadas le quitaron á tuerto, como sus letrados alegaban; su cuerpo enterraron en Borgia. Antes que falleciese, en premio de la lealtad que guardó á los aragoneses, le dieron á Denia, en el reino de Valencia, y á Lerma, en Castilla la Vieja. Estos pueblos dejó á don Fernando, su hijo, el cual con algunos otros de los forajidos quedó excluido del perdon para que no volviese á Castilla sin particular licencia del nuevo Rey. Demás desto, acordaron que los castillos que se tomaron de una parte y de otra durante la guerra en las fronteras de Castilla y de Aragon se restituyesen enteramente á sus dueños. Por Atienza en particular dieron al rey de Navarra quince mil florines á cuenta de lo que en defender aquella plaza gastara. Concluida en esta forma la paz entre Castilla y Aragon, séintentó de sosegar los bullicios de Navarra, negocio mas dificultoso, y que en fin no tuvo efecto por ser entre padre y hijo, ca ordinariamente cuanto el deudo y obligacion es mayor, tanto la enemiga cuando se enciende es mas grave. Entre tanto que los príncipes interesados en la confederacion de que se ha tratado firmaban las condiciones y acuerdo tomado, se concertó alargasen las treguas por otro año. Asentado esto, la reina de Aragon se volvió á su reino. Don Juan Pacheco, marqués de Villena, sin competidor quedó en Castilla el mas poderoso de todos los grandes por sus riquezas y privanza que alcanzaba con el nuevo rey de Castilla; el cual y

don Ferrer de Lanuza, que vino en compañía de la reina de Aragon, y don Juan de Biamonte, hermano del condestable de Navarra, estos tres señores con poderes de los tres príncipes, sus amos, el rey don Enrique y el rey de Navarra y el príncipe don Cárlos de Viana, se juntaron en Agreda por principio del año 1455, lugar que está en Castilla y á la raya de Navarra y de Aragon, en lo cual, fuera de la comodidad que era para todos, tambien se tuvo consideracion á dar ventaja y reconocer mayoría al rey de Castilla don Enrique. Llevaban comision de concertar al rey de Navarra con su hijo, junta que fué de poco efecto. El de Navarra y su parcialidad no aprobaban las condiciones que por la otra parte se pedian. Entendíase que don Juan Pacheco de secreto procuraba impedir la paz de Navarra entre el padre y el hijo, por miedo que si las cosas del todo se sosegaban, él no tendria tanto poder y autoridad. Solo se concertaron treguas que durasen hasta todo el mes de abril. Esto en lo que toca á Navarra. En Castilla las esperanzas que los naturales tenian que las cosas con la mudanza del gobierno mejorarian salieron del todo vanas. El reino, á guisa de una nave trabajada con las olas, vientos y tempestad, tenia necesidad de hombre y de piloto sabio, que era lo que hasta alli principalmente les faltara. El nuevo Rey salió en el descuido semejable á su padre, y en cosas peor. No echaba de ver los males que se aparejaban, ni se apercebia bastantemente para las tempestades que le amenazaban, si bien era de vivo ingenio y ferviente, pero de corazon flaco y todo él lleno de torpezas ; en particular el cuidado del gobierno y de la república le era muy pesado. Don Juan Pacheco lo gobernaba todo con mas recato que don Alvaro de Luna y mas templanza, ó por ventura fué mas dichoso, pues se pudo conservar por toda la vida. Tenia el rey don Enrique la cabeza grande, ancha la frente, los ojos zarcos, las narices, no por naturaleza, sino por cierto accidente, romas, el cabello castaño, el color rojo y algo moreno, todo el aspecto fiero y poco agradable, la estatura alta, las piernas largas, las facciones del rostro no muy feas, los miembros fuertes y á propósito para la guerra. Era aficionado asaz á la caza y á la música, en el arreo de su persona templado. Bebia agua, comia mucho, sus costumbres eran disolutas, y la vida estragada en todas maneras de torpeza y deshonestidad. Por esta causa se le enflaqueció el cuerpo y fué sujeto á enfermedades; muy inconstante y vario en lo que intentaba. Llamáronle vulgarmente el Liberal y el Impotente; el un sobrenombre le vino por la falta que tenia natural; el otro nació de la extrema prodigalidad de que usaba; en tanto grado, que en hacer mercedes de pueblos y derramar sin juicio, y por tanto sin que se lo agradeciesen, los tesoros que con codicia demasiada juntaba, parecia aventajarse á todos sus antepasados. Disminuyó sin duda por esta via y menoscabó la majestad de su reino y las fuerzas. Era codicioso de lo ajeno y pródigo de lo suyo; vicios que de ordinario se acompañan. Olvidábase de las mercedes que hacia, y tenia memoria de los servicios y buenas obras de sus vasallos, que solia pagar con mas presteza que si fuera dinero prestado. Sus palabras eran mansas y corteses; á todos hablaba benigna y dulcemente; en la

clemencia fué demasiado; virtud que si no se templa con la severidad, muchas veces no acarrea menores daños que la crueldad, ca el menosprecio de las leyes, y la esperanza de no ser castigados los delitos hacen atrevidos á los malos. Esta variedad de costumbres que tuvo este Rey fué causa que en ningun tiempo las revueltas fuesen mayores que en el suyo; reinó por espacio de veinte años, cuatro meses, dos dias. Faltóle en conclusion la prudencia y la maña, bien así para gobernar á sus vasallos en paz como para sosegar los alborotos que dentro de su reino se levantaron.

CAPITULO XVI.

De la paz que se hizo en Italia.

Emprendióse una brava guerra en Italia tres años antes deste con esta ocasion. Francisco Esforcia, despues que se apoderó del estado de Milan, requirió á los venecianos le entregasen ciertos pueblos que dél tenian en su poder por la parte que corre el rio Abdua, y porque no lo hacian, acordó valerse de las armas. Convidó á los florentines para que le ayudasen, vinieron en ello y hicieron entre sí una liga secreta. Llevaron esto mal los venecianos, y lo primero mandaron que todos los florentines saliesen de aquella señoría y no pudiesen tener en ella contratacion. Tras esto, por medio de Leonello, marqués de Ferrara, trataron de hacer alianza con el rey de Aragon; representáronle que si él movia guerra á los florentines en sus tierras, Esforcia quedaria para contra ellos sin fuerzas bastantes. Hecha esta nueva liga, Guillermo, marqués de Monferrat, con cuatro mil caballos y dos mil infantes al sueldo de Aragon fué enviado para que hiciese entrada, y comenzase la guerra contra el Duque por la parte de Alejandría de la Palla. A don Fernando, hijo del rey de Aragon, duque de Calabria, que ya tenia tres hijos, cuyos nombres eran don Alonso, don Fadrique y doña Leonor, dió su padre cargo de acometer á los florentines, todo á propósito que se hiciese la guerra con mas autoridad y se pusiese mayor espanto á los contrarios. Dióle seis mil de á caballo y dos mil infantes, acompañado otrosí de dos muy señalados capitanes, Neapoleon Ursino y el conde de Urbino. Entraron por la comarca de Cortona y Arezo; talaron los campos, saquearon y quemaron las aldeas, y ganaron por fuerza á Foyano, pueblo principal. Demás desto, vencieron en batalla á Astor de Fuenza, que á instancia de los florentines el primero de todos les acudió, con que de nuevo algunos otros castillos se ganaron. Por otra parte, Antonio Olcina en la comarca de Volterra, apoderado de otro pueblo, llamado Vado, desde allí no cesaba de hacer correrías por los campos comarcanos de la jurisdiccion de florentines y robar todo lo que hallaba. En el estado de Milan se hacia la guerra no con menor coraje. Por el contrario, Francisco Esforcia convidó á Renato, duque de Anjou, á pasar en Italia desde Francia; prometíale que acabada la guerra de Lombardía, juntaria con él sus fuerzas para que echados los aragoneses, recobrase el reino de Nápoles. Halló Renato tomados los pasos de los Alpes por el de Saboya y el marqués de Monferrat, ca á instancia de venecianos ponian en esto cuidado. Por esta

concertada entre las potencias de Italia, negocio de mucha honra, y para el tiempo que corre necesario, en que nos vemos rodeados de un gran llanto por la pérdida pasada, y de otro mayor miedo por las que nos ame_ nazan. Nuestra flojedad, ó por mejor decir, nuestra locura, ha sido causa desta llaga y afrenta miserable. Basten los yerros pasados; sirvan de escarmiento los males que padecemos. Los desórdenes de antes mas se pueden tachar que trocar. Esto es lo peor que ellos tienen. Pero si va á decir verdad, mientras que anteponemos nuestros particulares al bien público, en tanto que nuestras diferencias nos hacen olvidar de lo que debiamos á la piedad y á la religion, el un ojo del pueblo cristiano y una de las dos lumbreras nos han apagado; grave dolor y quebranto. Mas forzosa cosa es reprimir las lágrimas y la alteracion que siento en el ánimo para declarar lo que pretendo en este razonamiento. Cosa averiguada és que la concordia pública ha de remediar los males que las diferencias pasadas acarrearon; esta sola medicina queda para sanar nuestras cuitas y remediar estos daños, que á todos tocan en comun á cada uno en particular. El cruel enemigo de cristianos con nuestras pérdidas se ensoberbece y se hace mas insolente. Las provincias de levante están puestas

EL PADRE JUAN DE MARIANA. causa fué forzado á pasar á Génova en dos naves. Llevaba poco acompañamiento, y su casa y criados de poco lustre ; comenzaron por esto á tenelle en poco. Muchas veces cosas pequeñas son ocasion de muy grandes, y mas en materia de estado. Verdad es que el delfin de Francia Ludovico, que fué despues rey de Francia, el onceno de aquel nombre, por tierra llegó con sus gentes y entró en favor del duque de Milan y de Renato hasta Asta; alegría y esperanza que en breve se escureció, porque pasados tres meses, no se sabe con qué ocasion, de repente aquellas gentes dieron la vuelta y se tornaron para Francia. Murmuraban todos de Renato, y juzgábanle por persona poco á propósito para reinar. Hallábanse en grande riesgo los negocios, porque, desamparados los milaneses y florentines de sus confederados, no parecia tendrian fuerzas bastantes para contrastar á enemigos tan bravos como tenian. El desastre ajeno fué para ellos saludable. La triste nueva que vino de la pérdida de Constantinopla comenzó á poner voluntad en aquellas gentes de acordarse y hacer paces, mayormente que se rugia que aquel bárbaro emperador de los turcos, ensoberbecido con victoria tan grande, trataba de pasar en Italia, y parecíales con el mie lo que ya llegaba. Simon de Camerino, fraile de San Agustin, persona mas de negocios que docta, andaba de unas partes á otras y no perdonaba ningun trabajo por llevar al cabo este intento. Su diligencia fué tan grande, que el año próximo pasado, á 9 de abril, se concertó la paz en la ciudad de Lodi entre los venecianos, milaneses y florentines con condiciones que á todos venian muy bien. Poco adelante se asentó entre los mismos liga en Venecia, á 30 de agosto. Llevó mal el rey de Aragon todo esto, que sin dalle á él parte se hobiese concluido la liga y confederacion; quejábase de la inconstancia y deslealtad, como él decia, de los venecianos; así, mandó á su hijo don Fernando jada la guerra que á florentines hacia, se volviese al que dereino de Nápoles. Para aplacar á un rey tan poderoso, y que para todo podia su desgusto y su ayuda ser de grande importancia, le despacharon los venecianos, milaneses y florentines embajadores, personas princi-migos no se contenta con lo hecho, antes pretende pa

pales, que desculpasen la presteza de que usaron en confederarse entre si sin dalle parte, por el peligro que pudiera acarrear la tardanza. Que, sin embargo, le quedó lugar para entrar en la liga, ó por mejor decir, ser en ella cabeza y principal. Por conclusion, le suplicaban perdonase la ofensa, cualquiera que fuese, y que en su real pecho prevaleciese, como lo tenia de costumbre, el comun bien de Italia contra el desabrimiento particular. Para dar mas calor á negocio tan importante el Pontifice juntó con los demás embajadores su legado, que fué el cardenal de Fermo, por nombre Dominico Capranico, persona de grande autoridad por sus partes muy aventajadas de prudencia, bondad y letras. Fuése el Rey á la ciudad de Gaeta para allí dar audiencia á los embajadores. Tenia el primer lugar entre los demás el Cardenal, como era razon y su dignidad lo pedia. Así, el dia señalado tomó la mano, y á solas sin otros testigos habló al Rey en esta sustancia: «Una cosa fácil, antes muy digna de ser deseada, venimos, señor, á suplicaros; esto es, que entreis en la paz y liga que está

los

fuego y á sangre; la ciudad de Constantinopla, luz del mundo y alcázar del pueblo cristiano, súbitamente asolada. Póneseme delante los ojos y represéntasemne la imágen de aquel triste dia, el furor y rabia de aquella gente cebada en la sangre de aquel miserable pueblo, el cautiverio de las matronas, la huida de los mozos, denuestos y afrentas de las vírgenes consagradas, los templos profanados. Tiembla el corazon con la memoria de estrago tan miserable, mayormente que no paran en esto los daños. Los mares tienen cuajados de sus armadas; no podemos navegar por el mar Egeo ni contiuuar la contratacion de levante. Todo esto, si es inuy pesado de llevar, debe despertar nuestros ánimos para acudir al remedio y á la venganza. Mas ¿á qué propósito trataligro de perder la vida y libertad? El furor de los enemos de daños ajenos los que á la verdad corremos pe

sar á Italia y apoderarse de Roma, cabeza y silla de la religion cristiana, osadía intolerable. Si no me engaño y no se acude con tiempo, no solo este mal cuudirá por toda Italia, sino pasados los Alpes, amenaza las provin→ cias del poniente. Es tan grande su soberbia y sus pensamientos tan hinchados, que en comparacion de lo mucho que se prometen, tienen ya en poco ser señores del imperio de los griegos. Lo que pretenden es oprimir de tal suerte la nacion de los cristianos, que ninguno quede aun para llorar y endechar el comun estrago. Hácenles compañía gentes de la Scitia, de la Suria, de Africa en gran número y muy ejercitadas en las armas. Por ventura ¿no será razon despertar, ayudar á la Iglesia en peligro semejante, socorrer á la patria y á los deudos, y finalmente, á todo el género humano? Si suplicáramos solo por la paz de Italia, era justo que benignamente nos concediérades esta gracia, pues ninguna cosa se puede pensar ni mas honrosa, sí preten→ demos ser alabados, y si provecho, mas saludable, quo con la paz pública sobrellevar esta nobilísima provincia

afligida con guerras tan largas; mas al presente no se trata del sosiego de una provincia, sino del bien y remedio de toda la cristiandad. Esto es lo que todo el mundo espera y por mi boca os suplica. Y por cuanto es necesario que haya en la guerra cabeza, todas las potencias de Italia os nombran por general del mar, que es por donde amenaza mas brava guerra, honra y cargo antes de agora nunca concedido á persona alguna. En vuestra persona concurre todo lo necesario, la prudencia, el esfuerzo, la autoridad, el uso de las armas, la gloria adquirida por tantas victorias habidas por vuestro valor en Italia, Francia y Africa. Solo resta con este noble remate y esta empresa dar lustre á todo lo demás, la cual será tanto mas gloriosa cuanto por ser contra los enemigos de Cristo será sin envidia y sin ofension de nadie. Poned, señor, los ojos en Cárlos llamado Magno por sus grandes hazañas, en Jofre de Bullon, en Sigismundo, en Huniades, cuyos nombres y memoria hasta el dia de hoy son muy agradables. ¿Por qué otro camino subieron con su fama al cielo, sino por las guerras sagradas que hicieron? No por otra causa tantas ciudades y príncipes, de comun consentimiento dejadas las armas, juntan sus fuerzas si no para acudir debajo de vuestras banderas á esta santísima guerra, para mirar por la salud comun y vengar las injurias de nuestra religion. Esto en su nombre os suplican estos nobilísimos embajadores, y yo en particular, por cuya boca todos ellos hablan. Esto os ruega el pontífice Nicolao, el cual lo podia mandar, viejo santisimo, con las lágrimas que todo el rostro le bañan. Acuérdome del llanto en que le dejé. Sed cierto que su dolor es tan grande, que me maravillo pueda vivir en medio de tan grandes trabajos y penas. Solo le entretiene la confiauza que, fundada la paz de Italia, por vuestra mano se remediarán y vengarán estos daños; esperanza que si, lo que Dios no quiera, le faltase, sin duda moriria de pesar; no os tengo por tan duro que no os dejeis vencer de voces, ruegos y sollozos semejantes." A estas razones el Rey respondió que ni él fué causa de la guerra pasada, ni pondria impedimento para que no se hiciese la paz. Que su costumbre cra buscar en la guerra la paz y no al contrario. «No quiero, dice, faltar al comun consentimiento de Italia. El agravio que se me hizo en tomar asiento sin darme parte, cualquiera que él sea, de buena gana le perdono por respeto del bien comun. La autoridad del Padre Santo, la voluntad de los pueblos y de los principes estimo en lo que es razon, y no rehuso de ir á esta jornada, sea por capitan, sea por soldado.» Despues de la respuesta del Rey se leyeron las condiciones de la confederacion hecha por los venecianos con Francisco Esforcia y con · los florentines, deste tenor y sustancia: Los venecianos, Francisco Esforcia y florentines y sus aliados guarden inviolablemente por espacio de veinte y cinco años, y mas si mas pareciere á todos los confederados, la amis. tad que se asienta, la alianza y liga con el rey don Alonso para el reposo comun de Italia, en especial para reprimir los intentos de los turcos, que amenazan de hacer grave guerra á cristianos. Las condiciones desta confederacion serán estas: El rey don Alonso defienda, como si suyo fuese y le perteneciese, el estado de ve

necianos, de Francisco Esförcia y de florentines y sus aliados contra cualquiera que les hiciere guerra; ora sea italiano, ora extranjero. En tiempo de paz para socorrerse entre sí, si alguna guerra acaso repentinamente se levantare, el Rey, los venecianos y Francisco Esforeia cada cual tengan á su sueldo çada ocho mil de á caballo y cuatro mil infantes; los florentines cinco mil de á caballo y dos mil de á pié, todos á punto y armados. Si aconteciere que de alguna parte se levantare guerra, á ninguna de las partes sea lícito hacer paz sino fuere con comun acuerdo de los demás; ni tampoco pueda el Rey ó alguno de los confederados asentar liga ó hacer avenencia con alguna nacion de Italia, sino fuere con el dicho comun consentimiento. Cuando á alguna de las partes se hiciere guerra, cada cual de los ligados le acuda sin tardanza con la mitad de su caballería y infantería, que no hará volver hasta tanto que la guerra quede acabada. Si aconteciere que por causa de alguna guerra se enviaren socorros á alguno de los nombrados, el que los recibiere sea obligado á señala-. Iles lugares en que se alojen y dalles vituallas y todo lo necesario al mismo precio que á sus natuṛales. Si alguno de los susodichos moviere guerra á cualquiera de los otros, no por eso se tenga por quebrantada la liga cuanto á los demás, antes se quede en su vigor y fuerza que darán socorro al que fuere acometido, no con menor diligencia que si el que mueve la guerra no estuviese comprehendido en la dicha confederacion. Si se hiciere guerra á alguno de los nombrados, á ninguno de los otros sea lícito dar por sus tierras paso á los contrarios ó proveellos de vituallas, antes con todo su poder resistan á los intentos del acometedor. Estas condiciones, reformadas algunas pocas cosas, fueron aprobadas por el Rey. Comprehendian en este asiento todas las ciudades y potentados de Italia, excepto los ginoveses, Sigismundo Malatesta y Astor de Faenza, que los exceptuó el Rey; los ginoveses, porque no guardaron las condiciones de la paz que con ellos tenia asentada los años pasados, Sigismundo y Astor, porque, sin embargo de los dineros que recibieron y les contó el rey de Aragon para el sueldo de la gente de su cargo en tiempo de las guerras pasadas, se pasaron á sus contrarios.

CAPITULO XVII.

Del pontifice Calixto.

Toda Italia y las demás provincias entraron en una grande esperanza que las cosas mejorarian luego que vieron asentadas las paces generales, cuando el ponti→ fice Nicolao, sobre cuyos hombros cargaba principalmente el peso de cosas y práticas tan grandes, apes→ gado de los años y de los cuidados, falleció á 24 de marzo, y con su muerte todas estas trazas comenza→ das se estorbaron y de todo punto se desbarataron. Juntáronse luego los cardenales para nombrar sucesor, y porque los negocios no sufrian tardanza, dentro de catorce dias en lugar del difunto nombraron y salió por papa el cardenal don Alonso de Borgia, que tenia hecho antes voto por escrito, si saliese nombrado por Papa, de hacer la guerra á los turcos. Llamábase en la misma cédula Calixto, tanta era la confianza que tenia de su→

bir á aquel grado, concebida desde su primera edad, como se decia vulgarmente, por una profecía y pala'bras que siendo él niño le dijo en este propósito fray Vicente Ferrer, al cual quiso pagar aquel aviso con ponelle en el número de los santos. Lo mismo hizo con san Emundo, de nacion inglés. Fué este Pontífice natural de Játiva, ciudad en el reino de Valencia. En su menor edad se dió á las letras, en que ejercitó su ingenio, que era excelente y levantado y capaz de cosas mayores. Los años adelante corrió y subió por todos los grados y dignidades; al fin de su edad alcanzó el pontificado romano. Sus principios fueron humildes; en él ninguna cosa se vió baja, ninguna poquedad; mostróse en especial contrario al rey de Aragon por celo de defender su dignidad ó por el vicio natural de los hombres, que á los que mucho debemos los aborrecemos y miramos como acreedores. Así, aunque le suplicaron expidiese nueva bula sobre la investidura del reino de Nápoles en favor del rey don Alonso y de su hijo, no se lo pudieron persuadir. Tuvo mas cuenta con acrecentar sus parientes que sufria aquella edad y la dignidad de la persona sacrosanta que representaba, que es lo que mas se tacha en sus costumbres. Nombró por cardenales en un mismo dia, que fué cosa muy nueva, dos sobrinos suyos, hijos de sus hermanas, de doña Catalina á Juan Mila, y de doña Isabel á Rodrigo de Borgia. A Pedro de Borgia, hermano que era de Rodrigo, nombró por su vicario general en todo el estado de la Iglesia. El pontífice Alejandro y el duque Valentin, personas muy aborrecibles en las edades adelante por la memoria de sus malos tratos, procedieron como frutos deste árbol y deste pontificado. Entre Castilla y Aragon se confirmaron las paces, y conforme á lo capitulado el rey de Navarra desistió de pretender los pueblos que en Castilla le quitaron. En recompensa, segup que lo tenian concertado, le señalaron cierta pension para cada un año. Los alborotos de Navarra aun no se apaciguaban por estar la provincia dividida en parcialidades; gran parte de la gente se inclinaba á don Cárlos, principe de Viana, por su derecho mejor, como juzgaban los mas. Favorecíale otrosí con todas sus fuerzas su hermana doña Blanca, con tanta ofension del rey de Navarra por esta causa, que trató con el conde de Fox, su yerno, de traspasalle el reino de Navarra y desheredar á don Cárlos y á doña Blanca. Parecíale era causa bastante haberse rebelado contra su padre, y fuera así, si él primero no los hobiera agraviado. Para mayor seguridad convidaron al rey de Francia que entrase en esta pretension y les ayudase á llevar adelante esta resolucion tan extraña. El rey de Castilla don Enrique hacia las partes del príncipe don Cárlos; corria peligro no se resolviese por esta causa Francia con España, puesto que el rey don Enrique por el mismo tiempo se hallaba embarazado en apercebirse para la guerra de Granada y para efectuar su casamiento, que de nuevo se trataba. Tuviéronse Cortes en Cuellar, en que todos los estados del reino, los mayores, medianos y menores se animaron á tomar las armas, y cada uno por su parte procuraba mostrar su lealtad y diligencia para con el nuevo Rey. Quedaron en Valladolid por gobernadores del reino en tanto que el Rey estuviese ausente el arzobispo

de Toledo y el conde de Haro. Hecho esto y juntado un grueso ejército, en que se contaban cinco mil hombres de á caballo, sin dilacion hicieron entrada por tierra de moros, llegaron hasta la vega de Granada. Asimismo poco despues con otra nueva entrada pusieron á fuego y á sangre la comarca de Málaga con tanta presteza, que apenas en tiempo de paz pudiera un hombre á caballo pasar por tan grande espacio. Estaba desposada por procurador con el rey de Castilla dona Juana, hermana de don Alonso, rey de Portugal. Celebrárouse las bodas en la ciudad de Córdoba á 21 de mayo. Fueron grandes los regocijos del pueblo y de los grandes que de toda la provincia en gran número concurrieron para aquella guerra. Hiciéronse justas y torneos entre los soldados y otros juegos y espectáculos. Algunos tenian por mal agüero que aquellas bodas y casamiento se efectuasen en medio del ruido de las armas; sospechaban que dél resultarian grandes inconvenientes, y que la presente alegría se trocaria en tristeza y llanto. Veló los novios el arzobispo de Turon, que era venido por embajador á Castilla de parte de Cárlos, rey de Francia, con quien tenian los nuestros amistad; con los ingleses discordias por ser, como eran, mortales enemigos de la corona de Francia. A la fama que volaba de la guerra que se emprendia contra moros acudian nuevas compañías de soldados, tanto, que llegaron á ser por todos catorce mil de á caballo y cincuenta mil de á pié; ejército bastante para cualquiera grande empresa. Con estas gentes hicieron por tres veces entradas en tierras de moros hasta llegar á poner fuego en la misma vega de Granada á vista de la ciudad. Mostrábanse por todas partes los enemigos; pero no pareció al Rey venir con ellos á batalla por tener acordado de quemar por espacio de tres años los sembrados y los campos de los moros, con que los pensaba reducir á extrema necesidad y falta de mantenimiento. Los soldados, como los que tienen el robo por sueldo, la codicia por madre, llevaban esto muy mal; gente arrebatada en sus cosas y suelta de lengua. Echábanlo á cobardía, y amenazaban que pues tan buenas ocasiones se dejaban pasar, cuando sus capitanes quisiesen y lo mandasen, ellos no querrian pelear. Los grandes otrosí se comunicaban entre sí de prender al Rey y hacer la guerra de otra suerte. La cabeza desta conjuracion У el principal movedor era don Pedro Giron, maestre de Calatrava. Iñigo de Mendoza, bijo tercero del marqués de Santillana, dió aviso al Rey, y le aconsejó que desde Alcaudete, donde le querian prender, con otro achaque se volviese á la ciudad de Córdoba, sin declaralle por entonces lo que pasaba. Llegado el Rey á Córdoba, fué avisado de lo que trataban; por esto y estar ya el tiempo adelante despidió la gente para que se fuesen á invernar á sus casas, con órden de volver á las banderas y á la guerra luego que los frios fuesen pasados y el tiempo diese lugar. Los señores al tanto fueron enviados á sus casas, y los cargos que tenian en aquella guerra se dieron á otros, que fué castigo de su deslealtad y muestra que eran descubiertos sus tratos. El mismo Rey se partió para Avila; desde allí pasó á Segovia para recrearse y ejercitarse en la caza, si bien tenia determinacion de dar en breve la vuelta y tornar

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