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principio de do como de escalon vino á alcanzar adelante grandes riquezas, no sîn ofension de muchos y sin envidia de los que llevaban mal que un hombre poco antes particular subiese en breve tan alto. Estaba á la sazon en la corte el conde de Armeñaque, que vino por embajador del rey de Francia para tratar de hacer paces y confederacion entre los dos reyes. El arzobispo de Toledo, reconciliado á la sazon con el Rey, era el que todo lo mandaba, tanto, que cada semana se tenia en su casa consejo y audiencia de los oidores para determinar los pleitos y negocios. Los embajadores de Aragon. por la mucha instancia que hicieron en fin concertaron se hiciese confederación á 23 de marzo con las capitulaciones infrascritas: que entre Castilla y Aragon hobiese paz; el rey de Castilla retuviese como en rehenes y por resguardo los castillos de la Guardia y de San Vicente, Arcos, Raga y Viana, y volviese todo lo demás que tenia en Navarra; demás desto, que en la raya de Aragon y de Navarra pusiese en tercería á Jubera y á Cornago, y en el reino de Murcia á Lorca; los depositarios fuesen el arzobispo de. Toledo y el maestre de Calatrava y Juan Fernandez Galindo para efecto que si el rey de Castilla quebrantase la alianza, entregasen estos pueblos al rey de Aragon; el cual en Olite, donde se hallaba para desde allí acudir á todas partes, puso su confederacion con el rey de Francia á 12 de abril. Asentaron que el rey de Francia enviase al Aragonés de socorro setecientos hombres de armas y docientos mil ducados para pagar el sueldo á su gente, y que el rey de Aragon entre tanto que no pagase esta suma, diese en prendas lo de Cerdania y Ruisellon, y todavía por las rentas de aquellos estados no se desfalcase parte alguna del principal. Para que esta avenencia tuviese mas fuerza se concertó habla entre los reyes de Francia y Aragon en Salvatierra, pueblo de Bearne. Juntamente al conde de Fox, por la instancia que sobre ello hacia, concedió que doña Blanca, hermana del príncipe don Cárlos, á quien pertenecia el reino de Navarra, fuese puesta en su poder; notable agravio, quitalle el reino y despojalla de la libertad; pero ¿qué no hace la codicia desenfrenada de reinar? Luego que tomaron este acuerdo, desde Olite con grande desgusto suyo la ilevaron á Bearne. Quejábase mucho á los santos y á los hombres de un desafuero tan grande. Escribió al rey don Enrique una carta, en la cual le pedia tuviese compasion de su suerte; que sobre las otras desgracias le quitaban la libertad, y en breve le quitarian la vida, si él no le daba alguna ayuda y la mano; suplicábale á lo menos vengase la muerte de su hermano y sus desventuras, como era justo; que se membrase del amor antiguo, que aunque desgraciado, al fin era de marido y mujer. Pusiéronla en el castillo de Ortes, del estado de Fox; allí no mucho despues fué muerta con yerbas que le dieron, sin que ninguno saliese á la venganza. La fama de su muerte tan injusta y cruel por mucho tiempo estuvo secreta. En fin, los desastres de su vida tuvieron aquel desgraciado remate; que cuando la miseria persigue á uno, ó fuerza mas alta, no para hasta acaballe. Su cuerpo enterraron en la ciudad de Lescar. Estaba el rey de Aragon en Tudela, y el rey don Enrique por Segovia y Aranda pasó

á Alfaro, pueblo no muy lejos de Tudela. Allí con intervencion del marqués de Villena los dos reyes firmaron las capitulaciones del concierto que en Madrid tenian acordadas, á la misma sazon que los catalanes, á 30 del mes de mayo, cercaron á la reina de Aragon dentro de Girona, mas congojada por el riesgo que corria su hijo el Príncipe que por su misino peligro. El caudillo de la comunidad era Hugo Roger, conde de Pallas; el principal que defendia la ciudad por el Rey Luis Dezpuch, maestre de Montesa. Entraron la ciudad los comuneros, acometieron el castillo viejo, que se llamaba Gironela, do la Reina se recogió. Salieran los catalanes con su intento si no sobreviniera la caballería francesa, con cuya ayuda, no solo cesó el peligro, pero aun echaron de la ciudad á los levantados. Acudió al tanto el rey de Aragon con presteza, como al que el cuidado que tenia de su mujer y hijo le punzaba. Hobo muchos encuentros y refriegas, en qué los levantados, como gente recogida de todas partes, no se igualaban á los soldados viejos. El Rey, despues de haber reducido á su obediencia muchas ciudades y pueblos, llegó á poner sus estancias junto á Barcelona. La reina de Castilla malparió en esta sazon en Aranda con gran riesgo de su vida. Por la vidriera de cierta ventana el rayo del sol que entraba le comenzó á quemar el cabello y le ocasionó aquel sobresalto y daño. La tristeza que causó esta desgracia en la corte en breve se trocó en alegría á causa que don Beltran, conde de Ledesma, casó con la hija menor del marqués de Santillana. Las bodas se celebraron en Guadalajara con grandes fiestas. Halláronse á ellas presentes el Rey y la Reina. Acabadas las fiestas, la Reina se fué á Segovia, y el Rey se partió para Atienza con intento de darse á la caza, por ser aquella comarca muy á propósito para ella. Allí vino un caballero, llamado Copones, en nombre y como embajador de Barcelona; ofrecíanle aquel estado de Cataluña si les enviase gente de socorro y los recibiese debajo de su amparo. Era este negocio muy grave; habido su acuerdo y aceptada la oferta, les envió el Rey de socorro dos mil y quinientos caballos, que por caminos extraordinarios llegaron á Cataluña. Con este socorro aquella muchedumbre levantada se animó, confiada que por aquel camino se podria defender y sustentar. En cumplimiento de lo asentado levantaron los pendones por el rey don Enrique. Apellidáronle conde de Barcelona, y batieron con su cuño y armas la moneda de aquel estado. Por esta manera se despeñaban loca y temerariamente en su perdicion. Alegróse con esta nueva el rey de Castilla don Enrique, pero mucho mas con saber que don Juan de Guzman, duque de Medina Sidonia, quitó á Gibraltar á los moros, y el maestre de Calatrava á Archidona. Mandóse poner entre los otros títulos reales al principio de las provisiones el de Gibraltar, á ejemplo de Abomelique, el cual era de linaje de los Merines, y como arriba queda dicho, se llamó rey de Gibraltar.

CAPITULO V.

De una habla que tuvieron los reyes, el de Castilla y el de Francia.

Entraron otras bandas de soldados de Castilla por tierras del reino de Valencia y Aragon; el miedo y el espanto fué grande, si bien aquel Rey acudió luego al peligro. Pudiéranle quitar el reino por estar gastado y sin sustancia él y sus vasallos, si cuan grandes eran las fuerzas de Castilla, tan grande brio y ánimo tuviera el rey don Enrique; por esto el de Aragon ponia gran cuidado en reconciliarse con él. Para este efecto vino por embajador del rey de Francia Juan de Rohan, señor de Montalvan y almirante de Francia; llegó á Almazan, donde el rey don Enrique se hallaba, por principio del año 1463; fué muy bien recebido y festejado con convites muy espléndidos, con bailes y con saraos. Danzaban entre sí los cortesanos, y sacaban á danzar á las damas de palacio. En particular la Reina, presente el Rey y por su mandado, salió á bailar con el embajador francés; él, acabado el baile, juró de no danzar mas en su vida con mujer alguna en memoria de aqueIla honra tan señalada como en Castilla se le hizo. Acordóse por medio desta embajada que los reyes de Castilla y de Francia se viesen y hablasen para tratar en presencia de todas las diferencias que tenian y componer sus haciendas. Como se concertó, así se hizo, que aquellos príncipes tuvieron su habla por el fin del mes de abril cerca de la villa de Fuente-Rabía. Vinieron con el Francés los dos Gastones, padre y hijo, condes que eran de Fox, el duque de Borbon, el arzobispo de Turon y el almirante de Francia. Al de Castilla acompañaban el arzobispo de Toledo y los obispos de Búrgos, Leon, Segovia y Calahorra, el marqués de Villena, el maestre de Alcántara y el gran prior de San Juan, todos y cada cual arreados muy ricamente y con libreas y mucha representacion de majestad. Entre todos se señalaba el conde de Ledesma, gran competidor del de Villena; salió arreado de vestidos muy ricos, recamados de oro y sembrados de perlas. El vestido y traje de los frauceses era muy ordinario, especial el del Rey, que era causa á los castellanos de burlarse dellos y de motejallos con palabras agudas y motes. Pasaron los nuestros en muchas barcas el rio Vedaso ó Vidasoa. Puédese sospechar se hizo esto por reconocer ventaja á la majestad de Francia; nuestros historiadores dicen otra causa, que todo aquel rio pertenece al señorío de España; y consta por escrituras públicas, acordadas en diferentes tiempos entre los reyes de Castilla y Francia, y de lo procesado en esta razon en que se declara que pasando el rey don Enrique el rio Vidasoa en un barco llegó hasta donde llegaba el agua, y allí puso el pié, y al tiempo que quiso hablar con el rey Luis, tenia un baston en la mano; desembarcado en la orilla y arenal donde el agua podia llegar en la mayor creciente, dijo que allí estaba en lo suyo, y que aquella era la raya dentre Castilla y Francia, y poniendo el pié mas adelante, dijo: Ahora estoy en España y Francia; y el rey Luis respondió en su lengua il est vrai, decís la verdad. En estas vistas y habla se leyó de nuevo la sentencia que poco antes pronunció en Bayona el rey de Francia,

elegido por juez árbitro entre Castilla y Aragon, en que se contenian estas principales cabezas: que las gentes de Castilla saliesen de Cataluña y se quitasen las guarniciones que tenian en Navarra; la ciudad de Estella con toda su merindad quedase en Navarra por el rey don Enrique; la reina de Aragon y su hija estuviesen en Raga en poder del arzobispo de Toledo para seguridad que se guardaria lo concertado. Esta sentencia ofendia mucho á la una nacion y á la otra, á los de Castilla y de Aragon, sobre todo á los de Navarra; quejǎbanse que aquel asiento y sentencia era en gran perjuicio suyo. Ningun otro provecho se sacó de juntarse estos príncipes. Pero de todo esto y aun de toda esta manera de juntas y hablas entre los príncipes será á propósito referir aquí lo que siente Filipe de Comines, historiador muy señalado de las cosas de Francia que pasaron en esta era, y que se puede comparar con cualquiera de los antiguos. Sus palabras, traducidas de francès en castellano, dicen así: « Neciamente lo hacen los príncipes de igual poder cuando por sí mismos se juntan á habla, en especial pasados los años de la mocedad, cuando en lugar de los juegos y burlas, á que aquella edad es aficionada, entra la envidia y emulacion; ni carecen de peligro juntas semejantes; y si esto no, ningun otro provecho resulta dellas sino encenderse mas la ira y el odio, de manera que tengo por mas acertado concertar las diferencias entre los reyes, y cualquier otro negocio que haya, por sus embajadores que sean personas prudentes. Muchas cosas me ha enseñado la experiencia, de las cuales tengo por conveniente poner aquí algunos ejemplos. Ningunas provincias entre cristianos están entre sí trabadas con mayor confederacion que Castilla con Francia, por estar asentada con grandes sacramentos amistad de reyes con reyes y de nacion con nacion. Fiados desta amistad, el rey Luis XI de Francia, poco despues que se coronó por rey, y don Enrique, rey de Castilla, se juntaron á la raya de los dos reinos. Don Enrique llegó á Fuente-Rabía rodeado de grande acompañamiento; seguíanle el gran maestre de Santiago y el arzobispo de Toledo y el conde de Ledesma, que entre todos se señalaba por ser su gran privado. El rey de Francia paró en San Juan de Angelin, acompañado, como es de costumbre, de muchos grandes. Gran número de la una nacion y de la otra alojaba en Bayona, los cuales luego que llegaron, se barajaron malamente. Hallóse presente la reina de Aragon que tenia diferencias con el rey don Enrique sobre Estella y otros pueblos de Navarra que dejaran en manos del Rey. Una ó dos veces se hablaron y vieron á la ribera del rio que divide á Francia de España, pero brevísimamente, cuanto pareció al maestre de Santiago y al arzobispo de Toledo, que lo gobernaban todo, y por esto fueron por el rey de Francia festejados grandemente en San Juan de Angelin cuando allí le visitaron. El conde de Ledesma pasó el rio en una barca que llevaba la vela de brocado; el arreo de su persona era conforme á esto, en particular llevaba unos hermosos borceguies sembrados de pedrería. Don Enrique era feo de rostro; la forma del vestido sin primor y que descontentaba á los franceses. Nuestro Rey se señalaba por el hábito muy ordinario; el vestido corto, el sombrero comun,

con una imagen de plomo en él cosida, ocasion de mofas y remoquetes; los españoles echaban aquel traje á poquedad y avaricia. Desta manera se acabó la junta, sin que della resultase otro provecho mas de conjura ciones y monipodios que entre los unos y otros grandes se forjaron, por las cuales yo mismo vi al rey don Enrique envuelto en grandes trabajos y afanes, que se continuaron hasta su muerte, desamparado de sus vasallos y puesto en un estado miserable.» Hasta aquí son palabras de Filipe de Comines; lo demás que dice se deja por abreviar. Este año, á los 12 de noviembre, pasó desta vida á la eterna el santo fray Diego en el su monasterio de franciscos de Alcalá de Henares, que fundó don Alonso Carrillo, arzobispo de Toledo. Fué natural de San Nicolás, diócesi de Sevilla. Su vida tal, y los milagros que Dios por él hizo tantos, que el papa Sixto V le canonizó á los 2 de julio, año del Señor de 1588.

CAPITULO VI..

Los catalanes llamaron en su ayuda á don Pedro, condestable de Portugal.

Halláronse presentes á la junta destos príncipes dos embajadores de Barcelona, llamados el uno Cardona, y el otro Copones. Quejáronse al de Castilla que se hacia agravio á su nacion en desamparallos contra lo que tenian capitulado. Estas quejas no fueron de efecto alguno; las orejas destos príncipes estaban cerradas á sus ruegos por respetos que mas á ellos les importaban. En Tolosa, pueblo de Guipúzcoa, el comun del pueblo mató, á 6 de mayo, á un judío, llamado Gaon. Fué la ocasion que por estar el Rey cerca, entre tanto que se entretenia en Fuente-Rabía, comenzó el judío á cobrar cierta imposicion, que se llamaba el pedido, sobre que antiguamente hobo grandes alteraciones entre los de aquella nacion, y al presente llevaban mal que se les quebrantasen sus privilegios y libertades. No se castigó este delito y esta muerte, antes poco despues en Segovia, do se fué el rey don Enrique, hobo entre dos frailes y se encendió una grave reyerta. El uno afirmaba en sus sermones que muchos cristianos se volvian judíos, en que pretendia tachar el libre trato que con los de aquella nacion y con los moros se tenia; y era así, que muchos de aquellas naciones, enemigos de Cristo, libremente andaban en la casa real y por toda la provincia. El otro fraile lo negaba todo, mas en gracia de los príncipes, como yo creo, que por ser así verdad. Nunca sin duda en España se vió mayor estrago de costumbres ni corrieron tiempos mas miserables. En particularel pueblo en Sevilla andaba muy alborotado en gran manera, á causa que don Alonso de Fonseca, el mas viejo, pedia que le fuese restituida aquella iglesia, que diera los años pasados en confianza á su pariente, llamado tambien don Alonso de Fonseca. Alegaba que así estaba establecido por los derechos y recebido por la costumbre, y que así lo mandaba el Padre Santo. El pueblo y la nobleza, divididos en parcialidades, unos favorecian al pretensor, otros al contrario; de que resultaban alteraciones y corria riesgo no viniesen á las manos. Acudió á grandes jornadas el rey don Enrique, y con su venida entregó la iglesia á dón Alonso de Fonseca, el mas viejo, y pagaron con las cabezas y con la

vida seis personas que fueron los principales movedores de aquel motin y alboroto. El rey de Portugal á la sazon con una gruesa armada volvió á Africa; iban en su compañía don Fernando, su hermano, y don Pedro, su primo, que era condestable de Portugal. Los catalanes, desamparados de la ayuda de Castilla y visto que los franceses é italianos los tenian prevenidos por el rey de Aragon, acordaron, lo que solo les faltaba y quedaba, llamar socorros de mas léjos; con este acuerdo enviaron á convidar á don Pedro, condestable de Portugal, para que desde Ceuta viniese á tomar posesion de aquel principado, que decian le pertenecia por su madre, que era la hija mayor del conde de Urgel. En mal pleito ninguna cosa se deja de intentar. Parecíale al Condestable buena ocasion esta; hizose á la vela, llegó á la playa de Barcelona, y surgió en ella á 21 de enero, principio del año 1464. Alli sin dilacion fué Hamado conde de Barcelona y rey de Aragon; acometimiento que por falta de fuerzas salió en vano, y la honra le acarreó la muerte, demás de otros daños que resultaron. Lo primero con la partida de don Pedro las fuerzas de Portugal se enflaquecieron en Africa, por donde de Tánger, que pretendian tomar, fueron con daño rechazados los fieles por los moros; y algunas entradas que se hicieron en los campos comarcanos no fueron de consideracion ni de algun efecto notable; solo junto al monte Benasa en un encuentro que tuvieron con los enemigos, el mismo rey de Portugal estuvo á gran riesgo de perderse con toda su gente. Duarte de Meneses, como quier que por defender á su Rey se metiese con grande ánimo entre los enemigos, fué muerto en la pelea y otros con él. El conde de Villareal defendió aquel dia la retaguardia, por lo cual mereció mucha loa por testimonio del mismo Rey, que despues de la pelea le dijo: « Hoy en vos solo ha quedado la fe.» El rey don Enrique desde Sevilla fué á Gibraltar; allí á su instancia y por sus ruegos aportó el rey de Portugal á la vuelta de Africa y de Ceuta. Estuvieron en aquel pueblo por espacio de ocho dias; despues dellos el de Portugal se volvió á su reino. El rey don Enrique por la parte de Ecija rompió por el reino de Granada, sin desistir de la empresa hasta tanto que le pagaron el tributo que tenian antes concertado, y le hicieron otros presentes de grande estima. Con esto por Jaen, do residia Miguel Iranzu, su condéstable, por frontero, pasó el Rey de priesa á Madrid. Queria recebir y festejar otra vez al de Portugal, que, por voto que tenia hecho, se encaminaba para visitar á Guadalupe, casa de mucha devocion. Viéronse los dos reyes y habláronse en la Puente del Arzobispo, raya del reino de Toledo; hallóse presente la reina de Castilla, que en compañía de su marido iba para verse con su hermano el rey de Portugal. En esta junta se concertaron dos casamientos, uno del rey de Portugal con doña Isabel, hermana del rey don Enrique, y otro de doña Juana, su hija, con el príncipe y heredero de Portugal. Dilatáronse para otro tiempo las bodas, y al fin la tardanza hizo que no surtiesen efecto. Estaba del cielo determinado que los aragoneses, reino mas á propósito que el de Portugal, viniesen á la corona de Castilla, bien que no sin grandes y largas alteraciones de España; males que parece pronos

ticó un torbellino de vientos que en Sevilla se levantó, el mayor que la gente se acordaba, tanto, que llevó por el aire un par de bueyes con su arado, y de la torre de San Agustin derribó y arrojó muy léjos una campana, arrancó otrosí de cuajo muchos árboles muy viejos, y los edificios en muchas partes quedaron maltratados.. Viéronse en el cielo como huestes de hombres armados que peleaban entre sí, quier fuese verdadera representacion, quier engaño, como se puede pensar, pues refieren que solamente las vieron los niños de poca edad. Finalmente, tres águilas con los picos y uñas en el aire combatieron por largo espacio; el fin de aquella sangrienta pelea fué que cayeron todas en tierra muertas. Los hombres, movidos destos prodigios y señales, hacian rogativas, plegarias y votos para aplacar, si pudiesen, la ira del cielo que amenazaba y alcanzar el favor de Dios y de los santos.

CAPITULO VII.

De una conjuracion que hicieron los grandes de Castilla.

El rey don Enrique comenzaba á mirar con mala cara al arzobispo de Toledo y al marqués de Villena por entender que en las diferencias de Aragon no le sirvieron con toda lealtad; por esto ni le hicieron compañía cuando fué al Andalucía, ni se hallaron en la junta que tuvieron los reyes en la Puente del Arzobispo ; antes por temer que se les hiciese alguna fuerza, ó dallo así á entender, desde Madrid se fueron á Alcalá. Luego se juntaron con ellos el almirante de Castilla y el linaje de los Manriques y don Pedro Giron, maestre de Calatrava; allegáronseles poco despues los condes de Alba y de Plasencia por persuasion del marqués de Villena, que fué secretamente para esto á verse con ellos. El rey de Aragon asimismo por grandes promesas que le hicieron se arrimó á este partido. Estos fueron los principios y cimientos de una cruel tempestad que tuvo á toda España por mucho tiempo muy gravemente trabajada. Era necesario buscar algun buen color para hacer esta conjuracion. Pareció seria el mas á propósito pretender que la princesa doña Juana era habida de adulterio, y por tanto no podia ser heredera del reino. Procuraron para salir con este intento apoderarse de los infantes don Alonso y doña Isabel, hermanos del Rey, que residian en Maqueda con su madre, por parecelles á propósito para con este color revolvello todo. Verdad es que á instancia del Rey y con relienes que le dieron para seguridad, el marqués de Villena don Juan Pacheco volvió á Madrid. Todo era fingido, y él iba apercebido de mentiras y engaños con que apartar á los demás grandes del Rey y de su servicio. Para este efecto le dió por consejo hiciese prender a don Alonso de Fonseca, arzobispo á de Sevilla, que á menos desto él no podria andar en la corte seguramente. Despues que tuvo persuadido al Rey, con trato doble avisó á la parte del peligro en que estaba. Dió él crédito á sus palabras, huyóse y ausentóse; traza con que forzosamente se hobo de pasar á los alterados. Con esto quedó mas soberbio don Juan Pacheco, en tanta manera, que estando la corte en Segovia al tiempo de los calores, cierto dia entró con hombres armados en el palacio real para apoderarse del Rey

y de sus hermanos. Pasó tan adelante este atrevimiento, que quebrantó las puertas del aposento real, y por no poder salir con su intento á causa que el Rey y don Beltran de la Cueva con aquel sobresalto se retiraron mas adentro en el palacio y en parte que era mas fuerte, determinó de noche, que fué nueva insolencia, llevar adelante su maldad. Ya era llegada la hora, y los sediciosos se aparejaban con sus armas para ejecutar lo que tenian acordado; mas el Rey y los suyos fueron avisados, con que las asechanzas no pasaron adelaute. Estaba don Juan Pacheco, autor de todo esto, á la sazon en palacio; los mas persuadian al Rey y eran de parecer que le debian echar la mano y prenderle. Era tan grande el descuido del Rey, que antepuso una vana muestra de clemencia á su salud y vida. Decia que no era justo quebrantalle la seguridad que le diera, con que escapó entonces de aquel peligro y las cosas se empeoraron de cada dia mas, mayormente que por el mismo tiempo por bula del sumo Pontífice don Beltran de la Cueva fué nombrado por maestre de Santiago, cosa que al pueblo dió mucha pesadumbre por el agravio que se hacia al infante don Alonso en quitalle aquella dignidad. Las demasías de don Juan Pacheco no parecia se podian castigar mejor que con levantar por este medio á su contrario y competidor don Beltran. Intentó de nuevo el dicho marqués de Villena si podia salir con su pretension y con asechanzas y tratos apoderarse del Rey; con este deseño le hizo fuese á Villacastin para tener alli habla. Descubrióse tambien el engaño, y con esto se previno y remedió el daño. Desde Búrgos los conjurados, juntados al descubierto y quitada la máscara, escribieron al Rey de comun acuerdo una carta muy desacatada. Las principales cabezas y capítulos eran: que los moros andaban libres en su corte sin ser castigados por maldad alguna que cometiesen; que los cargos y magistrados se vendian; que el maestrazgo de Santiago injustamente y contra derecho se habia dado á don Beltran; la princesa doña Juana, como habida de adulterio, no debia ser jurada por heredera ; que si estas cosas se reformasen, de buena gana dejarian las armas prestos de hacer lo que su merced fuese. Recibió el Rey y leyó esta carta en Valladolid, sin que por ella mucho se alterase; ciega sin duda el entendimiento la divina venganza cuando no quiere que se emboten los filos de su espada. A la verdad este Príncipe tenia con los deleites feos y malos enflaquecidas las fuerzas del cuerpo y del alma. Hallóse presente don Lope de Barrientos, obispo de Cuenca, que pretendia con grande instancia se debia con las armas castigar aquel desacato; pero no aprovechó nada, dado que le protestaba, pues no queria seguir el consejo saludable que le daba, que vendria á ser el mas miserable y abatido rey que hobiese tenido España; que se arrepentiria tarde y sin provecho de la flojedad que de presente mostraba. Tratóse de nuevo de concierto, pues lo de la guerra no contentaba. Para esto entre Cabezon y Cigales, pueblos de Castilla la Vieja, don Juan Pacheco, ¿con qué cara, con qué vergüenza? en fin, en un campo abierto y raso habló por grande espacio con el rey don Enrique. Resultó de la habla que se concertaron y hicieron estas capitulaciones: el infante don Alonso heredase el reino ú tal que se casase con la pre

tensa princesa doña Juana; don Beltran renunciase el maestrazgo de Santiago; que se nombrasen cuatro jueces, dos por cada una de las partes, y por quinto fray Alonso de Oropesa, general que era de los jerónimos; lo que sobre las demás diferencias determinase la mayor parte destos jueces, aquello se ejecutase. Tomada esta resolucion, el infante don Alonso, que era de edad de once años, de Segovia fué traido á los reales del Rey. Allí le juraron todos por príncipe y heredero del reino ; quedó en poder de los grandes, de que resultaron nuevos daños. A don Beltran de la Cueva dió el Rey la villa de Alburquerque con título de duque, y juntamente le bicieron merced de Cuellar, Roa, Molina y Atienza, demás de ciertos juros que en el Andalucía le señalaron por cada un año en recompensa de la dignidad y maestrazgo que le quitaban. Los alterados señalaron por jueces árbitros á don Juan Pacheco y al conde de Plasencia. El Rey á Pero Hernandez de Velasco y Gonzalo de Saavedra, enemigos declarados de don Juan Pacheco. El arzobispo de Toledo y el almirante se reconciliaron con el Rey; la amistad duró poco, ó como decia el vulgo, fué invencion y querer temporizar. Andaban los cuatro jueces árbitros alterados, y entendíase que si llegaban á pronunciar sentencia, dejarian á don Enrique solo el nombre de rey y le quitarian todo lo demás. Por esto mandó él de secreto al maestre de Alcántara y al conde de Medellin, personas de quien mucho se fiaba, que con las mas gentes que pudiesen se viniesen á él y desbaratasen aquellos intentos. Gonzalo de Saavedra, que era uno de los jueces, y Alvar Gomez, secretario del Rey, al cual hiciera merced en la comarca de Toledo de Maqueda y de Torrejon de Velasco y de San Silvestre, fueron por el Rey llamados. Pusiéronles algunos grandes temores, así á ellos como al maestre de Alcántara don Gomez de Solís y al conde de Medellin; avisáronlos que los querian prender y que sus malos tratos eran descubiertos; con esto les persuadieron se declarasen y públicamente con sus gentes se pasasen á los conjurados. El Rey, avisado de todo esto, puso tachas á los jueces árbitros y alegó que los tenia por sospechosos; mandó otrosí á Pedro Arias, ciudadano de Segovia, cuyo padre fué su contador mayor, que por fuerza se apoderase de Torrejon. Así lo hizo, y dejó aquella villa á los condes de Puñonrostro, sus descendientes. Pedro de Velasco se juntó tambien con los conjurados, dado que su padre el conde de Haro se quejaba mucho desta su liviandad, tanto, que ni con soldados ni con dineros le ayudaba, y le era forzoso andar entre los otros grandes muy desacompañado y desautorizado. Por este mismo tiempo, á 14 de agosto, falleció en Ancona, ciudad de la Marca, el papa Pio II. Pretendia, despues de convocados los príncipes de todo el mundo para tomar las armas contra los turcos, pasar el mar Adriático y ser caudillo en aquella guerra sagrada, que fué una grande determinacion; y con este intento, bien que doliente, se hizo llevar á aquella ciudad; atajóle la muerte y cortóle sus pasos. Duróle poco tiempo el pontificado, solo espacio de tres años; su renombre por sus virtudes y pensamientos altos y por sus letras será inmortal. Con su muerte todos aquellos apercebimientos se deshicieron. Pusieron en su lugar con gran

de presteza al cardenal Pedro Barbo, de nacion veneciano, á 30 del mismo mes de agosto. Llamóse Paulo II. Era de cuarenta y siete años cuando fué electo en lo mejor de su edad. Mostróse muy aficionado á las cosas de España, y así ayudó con su autoridad y diligencia al rey don Enrique en sus grandes trabajos.

CAPITULO VIII.

De las guerras de Aragon.

Con la venida á Barcelona de don Pedro, condestable de Portugal, los catalanes cobraron mas ánimo que conforme á las fuerzas que alcanzaban. Mayor era el miedo todavía que la esperanza, como de gente vencida contra los que muchas veces los maltrataron; la obstinacion de sus corazones era muy grande, que mas que todo los sustentaba. La ciudad de Lérida despues que por el Rey estuvo cercada largo tiempo y despues que le talaron y robaron los campos al derredor, finalmente fué forzada á entregarse. En muchas partes en un mismo tiempo la llama de la guerra se emprendia con daño de los pueblos y de los campos, rozas y labranzas; miserable estado de toda aquella provincia. El principal caudillo en esta guerra era don Juan, arzobispo de Zaragoza, que fué otro hijo bastardo del rey de Aragon, mas á propósito para las armas que para la mitra ý roquete. Filipo, duque de Borgoña, por el contrario, envió á don Pedro una banda de borgoñones, ayuda de poco momento para negocio tan grande. Con su venida la gente y compañías de catalanes se juntaron en la villa de Manresa hasta en número de dos mil infantes y sobre seiscientos de á caballo. Estaba el conde de Prades por parte del rey de Aragon puesto sobre Cervera. El cerco se apretaba, y los cercados, forzados de la hambre y falta de otras cosas, trataban de rendirse. Para prevenir este daño y por la defensa determinó don Pedro de ir en persona á socorrellos. La gente del rey de Aragon, lo principal de su ejército y la fuerza so tenia á la raya de Navarra á propósito de sosegar las alteraciones de aquella nacion. Mandó el Rey á su hijo el príncipe don Fernando que con parte del ejército marchase á toda priesa para juntarse con el conde de Prades. Era don Fernando de muy tierna edad, tenia solos trece años; la necesidad forzó á que en aquella guerra comenzase su padre á valerse dél, y él á ejercitarse en las armas; por esto no tuvo tiempo para aprender las primeras letras bastantemente; sus mismas firmas muestran ser esto verdad. Llegaron los del condestable de Portugal á un lugar llamado los Prados del Rey con determinacion de dar la batalla; así lo avisaban las espías. El príncipe don Fernando, que cerca se hallaba, apercebidas todas las cosas y aparejadas, fué en busca del enemigo. Hizo alto en un ribazo, de do se veian los reales de los catalanes. El Portugués hizo al tanto, que se mejoró de lugar y trincheó los reales en un collado cercano. Parecia queria excusar la batalla, bien que ordenó sus haces en forma de pelear. En la avanguardia iba Pedro de Deza con espaldas de los borgoñones, que cerraban aquel escuadron. En el segundo escuadron iban por capitanes de los soldados navarros y castellanos Beltran y Juan Armendarios. El cuidado

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