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los suyos. Acompañóle el duque de Berganza para muestra de su voluntad hasta Ebora, en que la corte se hallaba. Allí fué preso, ca se tenia aviso que por medio de Pedro Jusarte de nuevo volvia á los tratos de antes que tenia con el rey don Fernando. Descubriólo Gaspar Jusarte, hermano de Pedro Jusarte, y en premio deste aviso y oficio fueron adelante ambos honrados y galardonados, en particular á Pedro se hizo merced de un pueblo, llamado Arroyuelo. Pusieron acusacion al de Berganza, y oidos sus descargos, por no parecer bastantes, le sentenciaron á muerte como quien cometió delito contra la majestad. La sentencia se ejecutó á 22 de junio, aviso para los demás que pocas ve→ ces las novedades paran en bien, antes son perjudiciales, y mas para los mismos que les dieron principio. Juntamente con el Duque justiciaron otros seis hidalgos que hallaron culpados en aquel tratado. El condestable de Portugal con otros se salieron de aquel reino, y los hermanos del duque de Berganza con presteza se ausentaron. Asimismo la duquesa doña Isabel, luego que le vino la triste nueva de la prision de su marido, envió á Castilla sus tres hijos, Filipe, Diego y Dionisio, por no asegurarse que les valdria su inocencia si venian á las manos del Rey sañudo y airado. Destos, don Filipe falleció en Castilla sin casarse, don Diego volvió á Portugal con perdon que adelante se le dió, don Dionisio casó en Castilla con bija heredera del conde de Lemos. Al duque de Viseo valió su poca edad; solo el Rey otro día depues de justiciado el de Berganza le avisó y reprehendió de palabra sin pasar adelante. Ni el castigo del un duque, ni la clemencia que con el otro se usó, fueron parte para que los conjurados amainasen y desistiesen de sus intentos; antes de secreto se quejaban de tiempos tan miserables, que eran tratados como esclavos, y por estar algunos pocos apoderados de todo, no se hacía caso alguno de los demás. Que el duque de Berganza por no poder disimular con aquellas insolencías pagó con la cabeza. Lo que con él hicieron ¿quién los aseguraria que no se ejecutase con los que quedaban? «¿Hasta cuándo, señores, sufrirémos cosas tan 'pesadas? Si no ganamos por la mano y no prevenimos tan malos intentos, todos juntamente perecerémos. ¿Por qué no vengamos aquella muerte con matar, y con la sangre del tirano hacemos las exequias y honras de aquel Príncipe inocente y bueno?» Acordaron que se hiciese así, y que muerto el Rey, pondrian en su lugar al duque de Viseo, intento atrevido, porfía pertinaz, miserable remate. Esperaban solamente coyuntura para ejecutar lo concertado; mas antes que lo pudiesen hacer, toda la conjuracion fué descubierta por esta manera. Tenia Diego Tinoco una hermana amiga del arzobispo de Ebora. Esta mujer, sabido lo que pasaba y el peligro que corria el Rey, lo descubrió á su hermano, y él al Rey en húbito de fraile francisco, con que fué á Setubal á hablalle y dalle el aviso para que fuese mas secreto. Lo mismo le avisó Vasco Coutiño, cuyo hermano, llamado Gutierre Coutiño, era cómplice en la prática. En premio, pasado el peligro, le hizo merced del condado de Barba y de Estremoz. Salió el Rey un dia de aquella villa con intencion de visitar una iglesia muy devota que estaba allí cerca. Iban en su com

pañía los conjurados, alegres por parecelles que en tantos dias no habían sido descubiertos, determinados al salir el Rey de la iglesia acometelle y matalle. Quiso su ventura que su camarero, llamado Faria, le avisó á la oreja del riesgo que le amenazaba. Habló á los conjurados cortesmente, con que ellos reprimieron algun tanto su rabia. Sin embargo, como no se tuviese por seguro, se entró en otro templo, que se dice de nuestra Señora la Antigua, y está en el arrabal de aquella villa hácia el mar. Hizo esto disimuladamente por entretenerse hasta tanto que le acudiese mayor número de cortesanos; para esto de propósito alargaba la plática que tenia con Vasco Coutiño. Pesábales á los conjurados de aquella tardanza; temian que si perdian aquella ocasion, alguno de tantos como eran participantes por ventura los descubriria y querria ganar gracias á costa de los otros. Cuando esto sucedió era viérnes, 27 de agosto. El Rey, libre de aquel peligro, envió con otro achaque á llamar al duque de Viseo, que se hallaba con la Duquesa, su madre, en Palmela á la mira de en qué paraba lo que tenían los conjurados tramadð. El peligro á que se ponia en obedecer á aquel mandato era grande; pero en fin se resolvió, confiado en que ninguno le habria faltado, á ir al llamado del Rey. Engañóle su pensamiento; luego que llegó y entró en el aposento del Rey, en presencia de algunos pocos que allí se hallaron, él mismo le dió de puñaladas. Díjole solamente estas palabras: « Andad, decid al duque de Ber-* ganza el fin en que ha parado la tela que dejó comenzada. » Era el duque de Viseo como de treinta años cuando acabó desta manera. Los astrólogos por el aspecto de las estrellas le tenian pronosticado que seria rey; gente vanísima, cuyas mentiras, bien que muchas y conocidas de todos, en todas las naciones han siempre corrido y correrán. Su estado todo fué luego dado á don Emanuel, su hermano, salvo que, mudado el apellido, le llamaron duque de Beja. El cielo le tenia aparejado el reino de Portugal, lo cual dió á entender y pronosticó, como decian, una esfera que traia acaso en su escudo por divisa y blason. A su ayo Diego de Silva, en premio de sus servicios, hizo él mismo adelante merced de Portalegre con título de conde. Los demás conjurados, unos fueron presos, como el arzobispo de Ebora y don Fernando, su hermano, y Gutierre Coutiño; los mas en Castilla vivieron desterrados, pobres y miserables. Por el mismo tiempo el rey Luis XI de Francia falleció en un bosque en que se entretenia junto á la ciudad de Turon, á 30 dias de agosto; dejó en su testamento mandado que lo de Ruisellon y Cerdania se restituyese á cuyo solia ser. Sucedióle su hijo Cárlos VIII, en edad de trece años, enfermizo, de muy poca salud y mal talle. Su padre le hizo criar en Amboesa, sin dar lugar á que le hablasen ni conversasen fuera de unos pocos criados que le señaló. El retiramiento fué tal, que aun no quiso estudiase gramática. Decia que bastaba supiese en latin estas tres palabras solas: El que no sabe fingir no sabe reinar. Pero nuestro cuento ha pasado en el tiempo muy adelante; será forzoso volver á relatar las cosas de Castilla y tomar el agua de un poco mas atrás.

LIBRO VIGÉSIMOQUINTO,

CAPITULO PRIMERO.

Del principio de la guerra de Granada.

nombre, en que no hay para qué gastar tiempo ni ser pesados con referir diversas opiniones y derivaciones de vocablos, mayormente inciertas. Averiguase al cierto PRINCIPIO de una nueva narracion, y fin deseado de que en aquel reino á la sazon que se comenzó esta toda esta obra será la famosa guerra de Granada, la guerra y cuando últimamente quedaron vencidos los cual debajo la conducta y por mandado de los reyes moros y sujetos, se contaban catorce ciudades y nodon Fernando y doña Isabel se continuó por espacio de venta y siete villas. Las mas principales ciudades, fuediez años, llena de varios y maravillosos trances, y en ra de la ya dicha, eran Almería, Málaga y Guadix; cuyo discurso se dieron batallas muy bravas. Su remate Plinio la llamó Acci. Todas tres tienen iglesias catedraúltimamente alegre y dichoso para España y para to- les y buen número de ciudadanos. Muchas causas se do el orbe cristiano, "pues por esta manera cayó por ofrecian para emprender esta guerra; el odio comun tierra de todo punto el reino de los moros que en aque- contra aquella gente, la diversidad en la religion y llas partes se conservó por mas de setecientos años; haberse fundado aquel reino en España á sinrazon y grande mengua y afrenta de nuestra nacion. Llegamos conservado por largo tiempo con vergüenza y afrenta á vista de tierra despues de una larga y dificultosa na- de los cristianos, muchos y grandes agravios de la una vegacion; queremos caladas las velas tomar puerto, y y de la otra parte como suele acontecer entre reinos y con un nuevo aliento y fuerzas de nuestro ingenio comarcanos. La flaqueza de nuestros reyes fué causa poner fin á este trabajo. El socorro y ayuda del cielo y que las reliquias de aquella gente, aunque reducidas á de los santos confiamos que, como hasta aquí, no nos un rincon de España, se conservaron tanto tiempo por faltará. El reino de Granada está puesto entre el de estar dividida España en muchos principados, poco Murcia y el Andalucía, parte de la antigua Bética y de unidos entre sí á propósito de destruir los enemigos de la provincia cartaginense. Tiene en ruedo setecientas cristianos. Es así de ordinario, que tanto sentimos los millas, que hacen casi docientas leguas, y es mas largo daños públicos, y no mas, cuanto se mezclan con nuesque ancho. Desde Ronda hasta Huéscar se cuentan se- tros particulares. El amor de la religion poco mueve senta leguas por el largo; por el ancho desde Cambil cuando punza el deseo de vengar otras injurias ó la cohasta Almuñecar solas veinte y cinco. Sus aledaños á dicia de acrecentar el estado. Si alguna vez, como era la parte de levante el reino de Murcia; por la parte de justo, se concertaban para destruir los moros, impedian mediodía le baña el mar Mediterráneo; por las demás las fuerzas de Africa, que cae cerca, de do tenian cierta partes del poniente y del septentrion le ciñen las otras esperanza de socorros; además que muchas veces intierras de la Andalucía. Goza de cielo muy alegre y numerables gentes, pasado el mar, á manera de rio suelo muy apacible. Sus campos son muy fértiles y arrebatado se derramaron y rompieron por España con abundantes en todo género de frutos y esquilmos tanto espanto de todos los cristianos. Esta fué la causa que como los mejores de España. La tierra doblada por la el imperio de aquella gente, que ellos fundaron en memayor parte; los mismos montes empero por las mu- nos de tres años, se conservó tanto tiempo. Así fué la chas aguas con que se riegan son á propósito para ser voluntad de Dios, que castigó con este daño los pecacultivados y criar toda suerte de árboles, por donde dos de nuestra nacion. Quien tiene el cielo ofendido perpetuamente están verdes y muy frescos. De aquí ¿qué maravilla que su trabajo é intentos salgan vanos? resulta ser el aire templado en invierno y en verano, Y al contrario, todo sucede prósperamente cuando tecosa muy saludable para los cuerpos, mayormente en nemos á Dios y á los santos aplacados. Así se vió en la ciudad de Granada, cabeza del reino, una de las este tiempo. Ordenado que se hobo el santo oficio de mas nobles, abastadas y mas grandes de toda España, la Inquisicion en España y luego que los magistrados de cuyo nombre toda la provincia se llama el reino de cobraron la debida fuerza y autoridad, sin la cual á la Granada, y la ciudad se llamó así de una cueva que lle- sazon estaban para castigar los insultos, robos y muerga hasta una aldea, llamada Alfahar, en que hay fama tes, al momento resplandeció una nueva luz, y con el que antiguamente los naturales se ejercitaban en el arte favor divino las fuerzas de nuestra nacion fueron basde nigromancia. Gar en lengua arábiga es lo mismo tantes para desarraigar y abatir el poder de los moque cueva, y cierto número de soldados que vinieron ros. Estas eran las causas antiguas que justificaron esta en compañía de Tarif á la conquista de España, natu- guerra, á las cuales se añadió una nueva insolencia. rales de una ciudad de la Suria, llamada Nata, acabada Esto fué que la villa de Zahara, asentada entre Ronda y aquella guerra desgraciada, hicieron su asiento en Medina Sidonia, pueblo bien fuerte, estaba en poder aquella parte. De Gar y de Nata se forjó el nombre de de cristianos desde que el infante don Fernando, abueGranada, como lo sienten y dicen personas de pruden-lo del rey don Fernando, la ganó de los moros, como cia y erudicion; otros traen otras etimologías deste arriba queda declarado. Hernando de Saavedra, que

tenía 'cuidado de aquella plaza, por no recelarse de cosa semejante, no se hallaba bastantemente apercebido de soldados, almacen y vituallas; falta de proveedores, aprovechamiento de capitanes acarrean estos daños. Vino este descuido á noticia del rey moro Albohacen: acudió con gente de los suyos, y de noche al improviso escaló aquel pueblo á 27 de diciembre, principio del año 1481; ayudabale la noche, que era muy tempestuosa de lluvias y vientos. Los moradores, atemorizados sin saber á qué parte acudir, fueron muertos todos los que se atrevieron á hacer resistencia con las armas; los demás á manera de ganado los llevaron delante los vencedores á Granada sin tener compasion á viejos, niños ni mujeres, de cualquier estado y calidad que fuesen. El pueblo quedó por los moros, y ellos le fortificaron muy bien. A los nuestros pareció que este daño era grande, y tal la afrenta, que no se debia disimular. Algunos asimismo se alegraban por verse puestos en necesidad de vengar las injurias pasadas y la presente y destruir aquella gente malvada. Los reyes don Fernando y doña Isabel desde Medina del Campo, do tuvieron aviso de lo que pasaba, mandaron á los que teniau cargo de las fronteras y á las ciudades comarcanas que se apercibiesen para la guerra y que no aflojasen en el cuidado y vigilancia. Que el daño recebido les debia hacer mas recatados, •y avisar que los moros en ninguna cosa guardan la fe y la palabra. Verdad es que ellos se excusaban con la costumbre que tenian durante el tiempo de las treguas, de hacer los unos y los otros cabalgadas y correrías, y aun se tomaban lugares con tal que la batería no pasase de tres dias y que no asentasen ni fortificasen cerca del pueblo que batian sus reales. Desta misma licencia y color se aprovecharon los moros al principio del año siguiente 1482 para acometer á Castellar y á Olbera, mas no los pudieron tomar. Los nuestros, movidos destos daños tan ordinarios, se determinaron á vengallos. Juntaron en Sevilla buen número de gente y todo lo al qué era necesario. Consultaban entre sí por qué parte seria bueno hacer entrada en tierra de moros, cuando les vino aviso que la villa de Alhama tenia pequeña guarnicion y flaca, y las centinelas poco cuidado; que seria á propósito acometer á tomalla. Diego de Merlo, asistente de Sevilla y que tenia el cargo de la guerra, trató esto con el marqués de Cádiz don Rodrigo Ponce. Acordaron de acudir á toda priesa de noche y por caminos extraordinarios. Llevaban dos mil y quinientos de á caballo y cuatro mil peones; llegaron en tres dias á un valle rodeado por todas partes de recuestos y collados mas altos. Alli los capitanes avisaron á los soldados que venian cansados del camino que Alhama no distaba mas que media legua, que era justo de buena gana llevasen el trabajo restante para vengarse de los moros, perpetuos enemigos de cristianos. Demás desto, les avisaron de la presa y saco. Trecientos escogidos y pláticos entre todos los soldados se adelantaron. Estos, llegado que hubieron muy de noche, como vieron que nadie se rebullia en el castillo, puestas sus escalas, subieron á la muralla. El primero se llamaba Juan de Ortega, y despues dél otro Juau, natural de Toledo, y Martin Galindo, todos tres soldados muy denodados y

animosos. Mataron las centinelas que hallaron dormidas, y degollados algunos otros, abrieron la puerta del castillo que sale al campo, por la cual entraron los demás soldados. Los del pueblo, espantados con aquel sobresalto, acuden á las armas; hicieron reparos y palizadas para que del castillo no les pudiesen entrar el pueblo, que luego al reir del alba probaron los nuestros á ganar. No pudieron salir con su intento; antes Sancho de Avila, alcaide de Carmona, y Martin de Rojas, alcaide de Arcos, como quier que fuesen los primeros al arremeter, pagaron .su osadía con las vidas. En la misma puerta del castillo cayeron muertos por los tiros, flechas, dardos y piedras que les arrojaron. El negocio no sufria tardanza. Está aquel lugar distante de Granada solamente ocho leguas; corrian peligro que toda la reputación ganada con la toma del castillo la perdiesen si luego no se apoderaban del pueblo. La dificultad por entrambas partes era grande. Algunos pretendian que seria bien abatir y quemar el castillo, y con esto volver atrás. Los mas atrevidos y arriscados, gente acostumbrada á poner su vida á riesgo por la esperanza de la victoria y codicia de la ganancia, eran de contrario parecer, que no se alzase la mano hasta salir con la empresa; así se hizo; á un mismo tiempo acometieron á entrar por diversas partes. Algunos de fuera escalaron el muro. Acudió contra ellos la fuerza de los moros de la villa, que dió lugar á los que estaban dentro del castillo de entrar el pueblo por aquella parte. Peleóse valientemente por las calles ; los fieles se aventajaban en el esfuerzo; el número de los moros era mayor; y dado que era gente flaca por la mayor parte mercaderes, y el regalo de los baños, que los hay en aquella villa muy buenos, les tenia debilitadas las fuerzas; todavía la misma desesperacion, arma muy fuerte en el peligro, los hacia muy animosos. Duró la pelea hasta la noche, cuando contra la obstinacion de los enemigos prevaleció la constancia de los nuestros. Los que se recogieron á la mezquita, que fueron muchos en número, parte degollaron, y los demás tomaron por esclavos. Desta manera la pérdida de Zahara se recompensó, y del agravio se tomó la debida satisfaccion; mas perdieron los moros que ganaron, y su insulto se rebatió con hacerles mayor daño. Estos fueron los primeros principios de aquella larga guerra y sangrienta. Sobre la toma de Alhama anda un romance en lengua vulgar, que en aquel tiempo fué muy loado, y en este en que los ingenios están mas limados no se tiene por grosero, antes por elegante y de buena tonada. Ganóse Alhama á postrero de febrero. Esta pérdida puso grande espanto en los moros, y á los fieles en grande cuidado. Los moros, por ver que los contrarios llegaron tan cerca de la ciudad de Granada, se recelaban de mayores daños, y temian no fuese venido el fin de aquel principado y reino. Congojábanles algunas señales vistas en el cielo, y un viejo adevino, luego que los moros tomaron á Zahara, refieren dijo en Granada á gritos: «Las ruinas deste pueblo ¡ojalá yo mienta! caerán sobre nuestras cabezas. El ánimo me da que el fin de nuestro señorío en España es ya llegado.» Todo esto fué causa que con mayor diligencia hiciesen gente por toda aquella provincia; el mis

segaron las diferencias que por muchos años traian
entre sí aquellas dos casas. Dichoso principio de que
algunos pronosticaban que conforme á él seria el re-
mate próspero y alegre de toda la guerra. Sin embargo,
faltó poco para no enturbiarse aquella alegría por un
debate que se levantó entre los soldados. La gente que
vino de socorro, queria tener parte en los despojos que
se ganaron en aquel pueblo. Decian era justo partici-
pasen del fruto de la victoria los que se pusieron á tanto
riesgo para socorrer á los cercados. De las palabras lle-
garan á las manos, si el Duque, avisado del peligro, no
amansara los ánimos de los suyos con pocas palabras
que les dijo: « Quédense, dijo, soldados con los des-
pojos aquellos á quien la fortuna los dió; nos por la
honra y por la salud comun hemos trabajado. Éste sea
el fruto de presente, que para adelante, pues se ha de
proseguir la guerra, yo os aseguro serán vuestras con
vuestro esfuerzo y valor todas las riquezas de los moros
y del reino de Granada. » Con estas palabras se sosegó
la riña; dejaron nueva guarnicion en el pueblo de sol-
dados, y con tanto las demás gentes volvieron atrás.
No faltó el Moro á la ocasion que se le presentaba; an-
tes volvió luego al cerco con mayor coraje que antes,
ansimismo diversas bandas de moros entraron á robar
por los campos comarcanos del Andalucía. La parte
mas alta de Alhama por su sitio y ser la subida agria
fué ocasion de descuidarse en guardalla. Los contrarios,
convidados desta ocasion, una noche, á 20 de abril,
al amanecer la subieron. Despertaron los cristianos,
acudieron al peligro, pelearon valientemente, y car-
garon sobre los contrarios con tal furia, que algunos
de los bárbaros perdieron las vidas, otros por las sal-
var se echaron de los adarves abajo; desta manera es-
caparon los nuestros deste gran peligro. Los que mas
se señalaron en esta refriega y rebate fueron dos ciu-
dadanos de Sevilla, llamados el uno Pedro Pineda, y el
otro Alonso Ponce.

mo rey Albohacen apresuradamente acudió la vuelta de Alhama con tres mil de á caballo que llevaba y como cincuenta mil de á pié. Atemorizaba á los nuestros este ejército tan grande. Las cosas las tenian tan adelante, que no podian sin daño y mengua desistir de aquella empresa ni volver atrás. Despacharon mensajeros á todas partes á pedir y requerir les socorriesen, y en el entre tanto ni de noche ni de dia no cesaban de fortificar aquella plaza y reparar las partes de la muralla que, ó de nuevo quedaron maltratadas por la batería pasada, ó de antes eran flacas. Dióles la vida que los enemigos por la priesa no trajeron artillería ni los demás ingenios á propósito de batir. Así, toda su porfía salió en vano, ca los nuestros desde la muralla saetas, se defendian valientemente, tiraban dardos, piedras y todo lo demás que les venia á las manos. El mayor debate fué cerca del rio que por allí pasa. Los del lugar, á causa que no tenian dentro fuentes ni cisternas, eran forzados á salir al rio á proveerse de agua; los moros al contrario, pretendian sacarle de madre y echarle por otra parte con que, no sin dificultad y sangre de muchos que les hirieron y mataron, últimamente salieron. La gente del Andalucía, movida por el riesgo que los suyos corrian, acudieron al socorro; en particular desde Córdoba mil caballos y tres mil infantes debajo la conducta de don Alonso de Aguilar. Tenian los enemigos tomados los pasos y atajados los caminos; así, fueron forzados á volver atrás. La esperanza quedaba en don Enrique de Guzman, duque de Medina Sidonia, bien que flaca á causa que demás de las enemistades particulares que tenia con el marqués de Cádiz, de nuevo le irritaran con intentar cosa tan grande como era aquella sin darle parte. El amor de la patria prevaleció en su noble ánimo, y la grandeza del peligro comun hizo que se uniesen los que antes andaban discordes y desgustados. Determinó pues de ir á socorrer á los cercados. Sacó el estandarte de Sevilla, y juntose con otros señores, en especial con don Rodrigo Giron, maestre de Calatrava, y don Diego Pacheco, marqués de Villena. Llevaban cinco mil de á caballo y como cuarenta mil infantes, que de todas partes les acudieron en gran número por el gran deseo que tenian de pelear contra los moros, enemigos de Dios. El rey don Fernando el mismo dia que tuvo aviso de la toma de Alhama y del riesgo de los nuestros, de Medina del Campo, dejado órden que la Reina fuese en pos dél, se partió para allá á grandes jornadas. Escribió á los grandes que en su ausencia no innovasen ni entrasen en tierra de moros, que era necesario llevar mayores fuerzas y mayor número de gente. El negocio le tenian tan adelante, que no podian seguir este órden, mayormente que en la tardanza corrian gran peligro los cercados por la gran falta de agua que padeciah. Fué este acuerdo que tomaron saludable y acertado. Los bárbaros no esperaron á que los nuestros llegasen, antes sin venir á las manos alzaron el cerco. Los cercados, idos los enemigos, salieron á recebir á los que les venian de socorro. Saludáronse y abrazáronse con lágrimas que por la alegría les saltaban. El marqués de Cádiz fué el primero á abrazar al duque de Medina Si-ja, ciudad muy fuerte en aquella comarca, y que no cae donia. Dijéronse palabras muy corteses, con que se so

CAPITULO II.

Cómo el rey Albohacen fué echado de Granada.

Al mismo tiempo que Alhama estaba cercada y los moros la batian con todas sus fuerzas, en Córdoba los reyes luego que llegaron comenzaron á tratar de la manera cómo se debia hacer aquella guerra. Los mas recatados eran de parecer que desamparasen á Alhama por estar rodeada de enemigos y los socorros léjos, además que de ordinario el suceso de la guerra es dudoso y sus trances variables. La Reina con ánimo varonil juzgó la debian defender. Hacíasele de mal desamparar aquella plaza por ser la primera que en su tiempo se ganó de moros; ¿qué otra cosa seria hacerlo, sino dar muestra de miedo muy feo, con que los enemigos se animarian, y al contrario los nuestros perderian el brio? Este parecer prevaleció, y aun para ganar mayor reputacion acordaron de tomar una nueva empresa, y si bien en esto los pareceres tambien eran diferentes, siguieron el de Diego de Merlo, de quien el Rey hacia mucho caso, y fué poner cerco sobre Lo

muy lejos de Alhama. Dióse órden que la masa del

ejército se hiciese en Ecija; juntáronse cinco mil de á caballo y ocho mil' infantes, número pequeño para intento tan grande. Con parte destas gentes, ya partidos los moros, llegó el Rey á Alhama á 29 de abril; guarnecióla de nuevos soldados, y por su generalá don Luis Portocarrero, señor de Palma, guerrero de fama y de cuenta en aquel tiempo. Luego despues desto, talado que hobo la vega de Granada, sin recebir daño alguno se volvió á Córdoba para dar órden en las demás cosas que eran necesarias para la guerra, mayormente que la Reina estaba cercana al parto y queria hallarse presente. Parió dos criaturas á 29 de julio, la una en tiempo, que se llamó doña María, la otra por nacer antes de tiempo no vivió. El vulgo tomó desto ocasion para hablar diversamente y hacer pronósticos sobre aquella guerra, unos de una manera, y otros de otra, como á cada cual se le antojaba. El temor que muchos tenian se aumentó por una tristeza extraordinaria que se veia en los que llevaban los estandartes reales á la iglesia mayor para que allí los bendijesen; otros se burlaban de todo esto como de cosas vanas y que suceden acaso. El dia siguiente el Rey partió para Ecija, acompañado de muchos señores; casi ninguna persona de cuenta habia que no desease ayudar en aquella empresa. Conforme á lo que tenian acordado y pretendian, fueron sobre Loja. Llegados á aquella ciudad, asentaron sus estancias, y las barrearon junto á los arrabales entre los olivares por la parte que pasa el rio Genil tan cogido y acanalado, que apenas se puede vadear, y por sus riberas, que son muy altas. El lugar era estrecho y no á propósito para extenderse la caballería, y por estar los ciudadanos apoderados de la puente con dificultad podian pasar de la otra parte del rio. Está allí cerca un ribazo ó cuesta, llamada de Albohacen, de que por será propósito para impedir las salidas de los enemigos y por enseñorear la ciudad, se dió cuidado al maestre de Calatrava y á los marqueses de Villena y de Cádiz que se apoderasen della y allí hiciesen sus estancias. Dentro de la ciudad tenian hasta tres mit de á caballo con un valiente capitan, llamado Alatar. Estos hicieron diversas salidas, en especial un sábado, animados con nuevas compañías que les acudian y con la esperanza que en breve serian socorridos por el mismo rey Moro que desde Granada venia con gente, divididos en dos escuadrones, acometieron el cuerpo de guardia que tenian los nuestros en aquel ribazo. Con el sobresalto las guardas dieron las espaldas; los demás que allí alojaban salieron á pelear, pero sin órden de batalla y sin dejar alguna guarnicion en los reales. Vino esto á noticia de los contrarios; así, el uno de los escuadrones casi sin poner mano á las armas se apoderó dellos, que fué ocasion de gran miedo y espanto para los que peleaban. Volvieron á la defensa de sus estancias y tornaron á pelear con grande ánimo. Apretábanlos los enemigos por frente y por las espaldas, que fué causa de perderse los nuestros. Murió en la pelea el maestre de Calatrava con dos saetas; la una le acertó debajo del brazo, cuya herida fué mortal. Su muerte causó gran compasion por ser personaje tan grande y estar en la flor de su edad, que no pasaba de veinte y cuatro años; otros muchos fueron muertos con él; los

demás se salvaron por los piés. El Rey, alterado por este revés, como era justo, y entendiendo, aunque tarde, ser verdad lo que su hermano el duque de Villahermosa le tenia avisado que los reales se asentaron mal y que no tenia fuerzas bastantes para empresa tan grande, juntamente con la nueva que le vino que el campo enemigo marchaba, el dia siguiente, recogido el bagaje, volvió atrás sin parar hasta que llegó á la Peña de los Enamorados, que está de Loja distante siete. leguas. Ayudó mucho para que no recibiesen grande daño que se retiraron en ordenanza. A los moros, que no cesaban de picar en la retaguardia, hizo rostro el. marqués de Cádiz con los suyos. El denuedó y la carga fué tal, que por no poderla los moros sufrir, se recogieron á la ciudad. Este fué el suceso desta empresa mal trazada. No faltaron rumores de gente que publicaba que por asechanzas que su misma gente puso al rey don Fernando, le fué forzoso, dejado el cerco, retirarse; mas él en cartas que despachó á todas partes se excusaba de la retirada por el pequeño número de soldados que tenia, en especial que muchos desamparaban las banderas, con que las compañías quedaban muy flacas, por ser gente allegadiza y enviada de las comunidades y que no tiraba sueldo del Rey; cosa á que la necesidad de los tiempos y falta de dinero forzaba; por lo demás sujeta á grandes inconvenientes, como aconteció entonces. De pequeños principios suelen resultar grandes tropiezos y daños. Así, los moros, ensoberbecidos por lo que sucedió, volvieron á poner cerco sobre Alhama, no con menor resolucion que antes ni con menor coraje. El rey don Fernando, movido del peligro de los cercados acudió en persona á 14 de agosto, y con su ida les proveyó de vituallas para nueve meses, seña¬ ló otrosí para la tenencia de aquella plaza á don Luis Osorio, que si bien era electo obispo de Jaen, sabia mucho de la guerra y era persona de grande ánimo. Demás desto, para que la reputacion fuese mayor, de nuevo dió la tala á la vega de Granada, y en ella quemó y robó todos aquellos campos. Salieron de Granada seiscientos moros de á caballo para hacer resistencia. El conde de Cabra y el comendador mayor de Calatrava les hicieron rostro, mataron buen número, y forzaron á los demás á recogerse á la ciudad; grandes daños para los moros, y sobre todos el mayor y mas perjudicial la discordia y bandos que tenian entre sí; por la cual causa gran número de los ciudadanos de Granada, tomadas las armas, forzaron á Albohacen que se saliese de Granada. Achacábanle que tiranizaba la gente y que por su mal órden y locura dió causa para que se emprendiese aquella guerra tan brava. Pusieron en su lugar á su mismo hijo Mahomad Boabdil, llamado vulgarmente el rey Chiquito; otros le llaman Hali Muley Alcadurbil. Por el rey Albohacen quedaron todavía Málaga y Baza con otras ciudades. Desta manera aquella nación se dividió en dos parcialidades, que no les daban menos trabajo, ni los tenian puestos en menor aprieto que los enemigos de fuera; estado miserable y revuelto, como se puede pensar, cuando dos se llaman reyes, y mas en una provincia pequeña. Lo que hace maravillar es que dado que andaban tan revueltos, ninguna de las partes llamó á los fieles en su socorro; antes

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