Imágenes de páginas
PDF
EPUB

CAPITULO IX.

Que muchos pueblos se ganaron de moros.

Iban las cosas de los moros de caida. Trabajábanlos no menos las discordias de dentro que el miedo de fuera. En la misma ciudad de Granada, Boabdil, llamado por la gente de su parcialidad, se apoderó del Albaicin, y con su llegada vinieron á las manos en las mismas calles de la ciudad unos ciudadanos contra otros con grande coraje y rabia. Todavía cuando los nuestros les hacian guerra se concertaban entre sí y acudian á la defensa. El miedo de mayor peligro los hacia apaciguarse. Pasada la tempestad, luego volvían á sus acostumbrados debates y á las puñadas. Estaban las cosas en este término, cuando un alfaquí, llamado Mozer, hombre tenido por santo, como por divina inspiracion andaba dando voces por las calles y plazas. «¿Hasta cuándo, decia, loquearéis? Hasta cuándo seréis frenéticos, que es locura mas grave? ¿Será justo que por ayudar á las codicias de otros y á la ambicion os mostreis olvidados de vos mismos, de vuestras mujeres, hijos y patria? Cosa es pesada decillo; pero si no lo ois de mí, ¿qué remedio tendrán nuestros males? ¿Por qué no volveis vuestros ánimos á lo que es razon? Y si no os mueve la infamia, á lo menos muévaos el riesgo en que todo está. ¿Por ventura teneis por legítimos estos reyes que, apoderados del reino malvadamente, no son parte para remediar estos males, y fuera del nombre de reyes, ni tienen valor ni fuerza? Por ventura la sombra destos vos amparará? Si no sacudís de presto esta cobardía, yo os anuncio que está muy cerca vuestra perdicion. » Movíase el pueblo con estas palabras; los mismos que no quisieran las dijera, juzgaban que decia verdad. A instancia pues así deste alfaquí como de otros de la misma calidad que acudieron á concertar los reyes, se hizo entre ellos avenencia con estas condiciones: que el tio se quedase con Granada y con Almería y con Málaga, y todo lo demás fuese de Boabdil, su sobrino; el cual yo entiendo que se tenia en esta sazon en el Albaicin, dado que las historias lo callan por el gran descuido de los que las escribieron. Lo que principalmente se pretendia en esta confederacion era que por cuanto el rey Chiquito tenia confederacion con el rey don Fernando, quedasen á su cargo y en su poder todas aquellas plazas sobre que se entendia los nuestros darian primeramente. Eutendieron este artificio los cristianos. Juntadas de todas partes sus gentes, acordaron de ir sobre Loja con mayor esperanza de ganalla que antes y mayor deseo de vengar el daño pasado. Boabdil, sea forzado de la necesidad de conservar su reputacion entre Jos suyos, ó con intento de mudar partido, con quinientos de á caballo salió de aquella ciudad para impedir el paso á los nuestros, que iban por caminos fragosos. Pero no obstante estas dificultades, llegaron á los arrabales, do tuvieron una escaramuza con los moros, y con muerte de algunos dellos, forzaron á los demás á retirarse dentro de la ciudad. Para cerrar mas el cerco asentaron sus reales en tres partes. Demás desto, rompieron la puente de la ciudad para que los enemigos no pudiesen hacer salidas; y por dos puentes que fabricaron de madera podian los cristianos libremente paM-n.

sar de la una y de la otra parte del rio con toda comodidad. Plantaron la artillería, con que derribaron parte de la muralla. Aparejábanse para dar el asalto y entrar por la batería la ciudad, cuando los cercados, el noveno dia despues que el cerco se puso, se rindieron á partido de salir libres y sacar y llevar consigo todo lo que pudiesen de sus bienes y preseas. Salió Boabdil á los reales, y puestos los hinojos en tierra, protestó tuvo siempre el mismo ánimo; que no era razon le cargasen por lo sucedido de desleal, y pensasen hacia de voluntad lo que era necesidad y fuerza. Aceptáronse estas excusas, y fuéle dado perdon, especial que, aunque fuera culpado, era muy á propósito disimular con él para fomentar las discordias que entre los moros andaban. Hecho esto, el rey don Fernando fortificó aquella ciudad. Dió el cargo de guardalla á Alvaro de Luna, señor de Fuentidueña, nieto que era del condestable don Alvaro de Luna, con que pasó á combatir otros pueblos. En aigunos pocos hicieron resistencia los moros, mas en vano, y los mas se rendian sin dificultad; entre los otros tomó á Illora á 28 de junio, y consiguientemente á Zagra, á Baños y á Moclin. Fué mucho lo que se obró, á causa que algunos destos pueblos eran tan fuertes por su sitio y murallas, que se pudieran entretener largo tiempo, y están á la vista de Granada ó muy cerca della, de donde podian ser socorridos; pero el miedo era mayor que las causas de temer. Illora se enca: gó á Gonzalo Fernandez de Córdoba, hermano de don Alonso de Aguilar. Destos principios tan flacos ¿cuáu grande y señalado capitan en breve será en Italia? Solian los ciudadanos de Granada llamar á Illora el ojo derecho, y á Moclin el escudo de aquella ciudad; y así, con la pérdida destos Jugares casi de todo punto perdieron la esperanza de poderse valer, mayormente que los vencedores pusieron fuego en la vega de Granada y la corrieron; los lloros, muertes y estragos por todas partes eran sin cuento. Todavía Abohardil envió parte de su caballería á la puente de los Pinos, muy conocida por los muchos daños que en nuestra gente hicieron los moros en aquel lugar los años pasados, y esto para que impidiesen á los fieles el paso del rio Genil. Quedóse él mismo en la ciudad por recelo no sucediese alguna novedad dentro della. No pudieron impedir los moros el paso de aquel rio, solamente con gran vocería, á su costumbre, cargaron sobre el postrer escuadron de los que quedaban por pasar, en que iba por capitan don lñigo de Mendoza, duque del Infantado. Defendiéronse los nuestros valientemente; mas como estuviesen rodeados de gran morisma, que eran no menos que mil de á caballo y diez mil de á pié, y se hallasen muy apretados, fueron ayudados de los demás escuadrones que acudieron á socorrellos. Retiráronse con tanto los moros, y como los nuestros les fuesen picando por las espaldas, de nuevo se encendió la pelea en los olivares de la ciudad. En esta refriega don Juan de Aragon, conde de Ribagorza, se señaló de muy valiente, y fué gran parte para que la victoria se ganase. Acudia á todas partes con su caballo y armas resplandecientes, que era ocasion de que todos los contrarios le pretendiesen herir. Libróle Dios, si bien le mataron el caballo; y por lo mucho que hizo aquel dia, pareció á todos igualar en el esfuerzo y valor á su

15

padre. Estaba ya el estío muy adelante, cuando el rey don Fernando, puestas guarniciones en las plazas que se tomaron, nombró por gobernador para las cosas de la guerra y de la paz á don Fadrique, su primo, hijo del duque de Alba, para quitar la competencia que los señores del Andalucía tuvieran entre sí y el agravio que formaran si cualquiera dellos fuera antepuesto á los demás. Los gallegos á esta sazon se alteraban á causa que el conde de Lemos, sin embargo de lo que el Rey le tenia mandado y contra su voluntad, se apoderó de Ponferrada, villa muy fuerte en aquella comarca, y echó della la guarnicion que la tenia por el Rey. Esto forzó á los reyes, dejadas las cosas del Andalucía, de acudir á sosegar estos bullicios. Hízose así; luego que allí llegaron, los vecinos de aquella villa les abrieron las puertas. Los soldados se excusaban con el Conde, que les dió á entender lo hecho era órden del Rey y su voluntad. Aceptése su excusa, y juntamente al Conde fué dado perdon porque acudió en persona y se puso en manos del Rey; solo le penó en quitalle aquel pueblo y algunos otros, que quedaron por la corona real. Desta manera á un mismo tiempo los moros eran combatidos con gran fuerza, y los señores por lo que al Conde pasó quedaron escarmentados, y comenzaron á allanarse para no hacer, como lo tenian de costumbre, fuerzas, robos ni agravios. Sobre todo los reyes, despues de cumplidas sus devociones en la ciudad y iglesia del apóstol Santiago, vueltos á Salamanca, en que se detuvieron algunos dias, al principio del año 1487 acordaron de poner en Galicia una nueva audiencia con sus oidores y presidente y suprema autoridad, á propósito de reprimir aquella gente de suyo presta á las manos y mover bullicios, sin hacer caso de las leyes ni de los jueces ordinarios. En este medio don Fadrique, hijo del duque de Alba, ardia en gran deseo de mostrarse y ganar reputacion, acometer alguna hazaña señalada. Gran número de cristianos que tenian encerrados en las mazmorras en el castillo de Málaga daban intencion que si los fieles sobreviniesen, quebrantarian las prisiones y les darian entrada en aquella plaza. Seiscientos de á caballo que envió para este efecto, por ir los rios muy crecidos á causa de las continuas aguas, no pudieron pasar adelante ni salir con lo que pretendia n. Deutro de la ciudad de Granada andaba no menos debate que antes entre los dos reyes moros, tanto, que Abohardil con soldados que hizo venir de Guadix y Baza acometió el Albaicin y le entró. Acudió Boabdil al peligro y rebate con los suyos, y forzó al enemigo á retirarse. Pelearon con gran fuerza en la plaza de la mezquita mayor; ensangrentóse la ciudad malamente; murieron muchos de la una y de la otra parte. Llegó á esta sazon el rey don Fernando desde Salamanca, y entró en Córdoba á 2 de marzo. Desde allí, sabido el aprieto en que se hallaba aquel Rey su confederado, le envió gente de socorro con el capitan Hernando Alvarez de Gadea, alcaide de Colomera. Con esta ayuda cobró tanto ánimo, que no cesaba, no solo de defender su partido, sino tambien de acometer al enemigo con gran ventaja suya y espanto de los contrarios, y no menos estrago de los ciudadanos, que pagaban á su costa la locura de aquellos dos reyes con la pasion desatinados y sandios.

CAPITULO X.

La ciudad de Málaga se ganó.

Tratábase en Córdoba y consultábase sobre la manera que se debia tener en hacer la guerra á los moros. Los pareceres eran diferentes; unós decian que fuesen sobre Baza, otros que sobre Guadix. El Rey se resolvió de marchar la vuelta de Málaga por ser aquella ciudad á propósito para venir á los moros socorros de Africa, como les venian, á causa que el mar es angosto y el paso estrecho por aquella parte. Con esta resolucion, sin dar á entender lo que pensaba hacer, salió de Córdoba á 7 de abril. Llevaba doce mil de á caballo y cuarenta mil infantes. Llegados que fueron á tierra de moros, el Rey descubrió lo que pretendia. Dijo en pocas palabras á los soldados que los llevaba á do tenian la victoria cierta, á causa que hallarian los enemigos desanimados por la discordia que tenian entre sí y por el miedo, y las fuerzas que les quedaban, las tenian repartidas en muchas guarniciones. Que si con la alegría acostumbrada y su buen talante se diesen priesa, sin duda saldrian con aquella empresa muy honrosa para todos y de aventajado interés, lo cual hecho y sujetada con esta traza gran parte de aquella provincia, demás de los otros pueblos y ciudades que ya les pagaban tributos y les reconocian homenaje, ¿qué le quedaria al enemigo últimamente fuera del nombre de rey? Que por sí mismo caeria, aunque ninguno le hiciese fuerza; y con todo eso la gloria de dar fin á cosa tan grande se atribuiria á los que se hallasen en la conclusion y remate. Mirasen cuánto era el aplauso y cuán gran concurso de gente acudian á animallos para aquella jornada; y era así, que por do quiera que iban, hombres, niños, mujeres les salian al encuentro de todas partes por aquellos campos, y les echaban mil bendiciones; llamábanlos amparo de España, vengadores de las injurias hechas á la religion cristiana y de los ultrajes ; que en sus manos derechas y en su valor llevaban puesta la salud comun y la libertad de todos; que Dios les diese bueno y dichoso viaje y muy presto la victoria deseada de sus enemigos. Hacian sus votos y plegarias á los santos para tenellos propicios, y á ellos convidaban á porfía, y cada uno les hacia instancia que tomasen dél lo que les fuese necesario. Al contrario, la modestia de los soldados era tan grande, que ni querian ser cargosos ni detenerse ni apartarse de las banderas para recebir refresco ni regalo. Sabida pues la voluntad del Rey y su determinacion, con mayor esfuerzo y alegría respondieron que los llevase á la parte que fuese su voluntad y merced, que por su mandado y debajo de su conducta no esquivarian de acometer cualquier peligro y afan. Comenzó á marchar el ejército; pareció que debian primero combatir á Vélez, que es un buen pueblo cerca de Málaga. Con esta resolucion hicieron sus estancias junto al rio que por allí pasa. Salieron á escaramuzar los del pueblo y dieron sobre los gallegos, gente, aunque endurecida con los trabajos y poco regalo de su tierra, pero no acostumbrada á pelear en ordenanza, sino repartidos por diversas partes y de tropel como sucedia juntarse; así fueron maltratados. Acudieron otros á su defensa, con que los del pueblo mal

[ocr errors]

su grado se retiraron dentro de las murallas. Ganaron pagaba con la castigo con pretenJos grabales y plantaron la artillería para batir los adar dian escar mentar a los devidas; fertilidad pues es la eseu

ves. Acudieron los aldeanos del contorno para dar socorro á los cercados; mas fué el ruido que el provecho. Abobardil, luego que supo en Granada el intento de los cristianos, determinó socorrer aquella ciudad, en cuyo peligro consideraba se ponia á riesgo todo su estado. Con esta resolucion envió á Roduan Vanegas, gobernador de Granada y capitan valeroso, para que fuese delante, y con él algunas banderas de soldados á la ligera, y espaldas de trecientos de á caballo. Prometióles que dentro de pocos dias iria él mismo en persona y los seguiria. Hízose así. Pretendia Roduan de noche sin ser sentido dar sobre los nuestros y enclavar la artillería. No pudo salir con su intento. Acudió el rey Moro y asentó sus reales en cierta fragura que hay cerca de aquella villa. Tenia veinte mil hombres de á caballo, y de á pié otros tantos. Todavía su ejército ni era tan grande ni tan fuerte como el contrario; confiaba empero se podria sustentar con la fortaleza del lugar en que se puso. No le valió su traza á causa que los cristianos cargaron sobre él y le entraron los reales y saquearon el bagaje. El rebató fué tal, que todos los moros se pusieron en huida, cada cual como pensó ó pudo salvarse. Lo que fué peor, que como vieron á este Rey vencido, los que le eran aficionados le desampararon, y porque volvia sin su ejército, los de Granada cerraron las puertas al miserable y desgraciado. Hecho esto, alzaron por rey de comun consentimiento y dieron la obediencia á Boabdil, su competidor, que á los que huyen todos les faltan. Los de Vélez, perdida toda esperanza de poderse defender, por medio de Roduan y á su persuasion, ca tenia familiaridad con el conde de Cifuentes desde el tiempo que estuvo preso en Granada, se rindieron á 27 de abril á partido y con condicion que tuviesen libertad de irse do les pluguiese y llevar consigo sus bienes. Luego que los nuestros quedaron apoderados de aquella plaza sin derramar sangre ni perder gente, un pueblo, llamado Bentome, que cae allí cerca, á ejemplo de Vélez se entregó y recibió dentro guarnicion de soldados. El gobierno y guarda deste pueblo se entregó á Pedro Navarro, hombre que de bajo suelo y marinero que fué, salió capitan señalado, mayormente los años adelante. Con esto los de Málaga cobraron gran miedo; dudaban de poder entretenerse mucho tiempo á causa que no tenían esperanza, á lo menos muy poca, de que les viniese socorro. Así, el alcaide y gobernador, llamado Abenconnija, salió de la ciudad á tratar de rendirse por intervencion de Juan de Robles, que estuvo mucho tiempo cautivo en Málaga. Tuvieron noticia destos tratos y práticas cierto número de soldados berberiscos que allí tenian de guarnicion para defender aquella ciudad; temian no les entregasen á los enemigos, y juntamente indignados de que sin dalles parte se tratase de cosa semejante, acometieron el castillo principal que está sobre aquella ciudad, y se llama el Alcazaba, y se apoderaron dél; echaron fuera y degollaron los soldados que tenia de guarnicion, y entre ellos un hermano del mismo Abenconnija. Tras esto acuden á las murallas, cierran las puertas para que nadie de los ciudadanos pudiese tener habla con los cristianos. Sialguno se des

ranza, el Rey hizo traer tiros mas gruesos de Antequera, y con ellos adelantó sus reales y los puso, á 15 de mayo, á vista de Málaga. Está aquella ciudad asentada en un llano si no es por la parte que se levanta un recuesto en que están edificados dos castillos; el mas bajo se llama Alcazaba, y el que está en lo mas alto se llama Gebalfaro. La ciudad es pequeña de circuito, pero muy hermosa, y conforme á su grandeza llena de gente. Tiene puerto y atarazanas por la parte que es bañada del mar; por las espaldas se levantan ciertos montes y collados plantados de viñas y de huertas, en que los ciudadanos tienen muchas casas de placer. Del un castillo al otro van dos muros tirados con que se juntan entre sí y se pasa del uno al otro. La campiña es hermosa, el cielo alegre, la vista del mar muy ancha, y en aquel tiempo era rica y muy noble por el comercio y contratacion de Africa y de levante. Hallábanse en los reales del Rey y en su compañía el maestre de Santiago, el almirante de Castilla, el de Villena, el de Benavente, el maestre de Alcántara y don Andrés de Cabrera, marqués de Moya; demás destos casi todos los señores del Andalucía y muy buenos socorros que acudieron de aragoneses. Pareció cercar aquella ciudad de mar á mar con foso, con trincheas y albarradas y poner golpe de gente en el collado en que está el castillo menor. Hízose lo uno y lo otro; dióse cuidado de los que pusieron en el collado al marqués de Cádiz. La Reina otrosí vino al cerco, y en su compañía el cardenal don Pero Gonzalez de Mendoza y fray Hernando de Talavera, por su buena y santa vida de fraile de san Jerónimo, como queda dicho, promovido en obispo de Avila. Antes que se acabasen los fosos y valladar salieron algunas veces á escaramuzar los moros; al contrario, los cristianos asimismo acometian las murallas. En uno destos rebates fué muerto Juan de Ortega, soldado que se señaló mucho en esta guerra, así bien en la toma del castillo de Alhama como en muchas otras empresas memorables. A 29 de mayo salieron tres mil moros de la ciudad con intento de acometer las estancias del marqués de Cádiz. Mataron las escuchas, rompieron el primer cuerpo de guarda, y hecho esto, entraron en los reales. El marqués de Cádiz, sin perder el ánimo por aquel sobresalto, con su gente puesta en ordenanza salió al encuentro á los enemigos. La pelea fué brava, muchos de los fieles cayeron muertos, el mismo Marqués quedó herido; el estrago de los enemigos fué mayor, si bien los mas escaparon por tener la acogida cerca. Sucedió que en la ciudad por la gran cuita en que se veian puestos, algunos se resolvieron de matar al Rey; en particular un moro, tenido por santo entre aquella gente, para salir con este dañado intento se dejó prender; pidió le llevasen al Rey. Fué Dios servido que á la sazon reposaba; mandó la Reina le llevasen á la tienda del marqués de Moya. El moro por el arreo y riquezas que veia, se persuadió que era aquella la tienda real. Puso mano á un alfanje, que por poca advertencia no le quitaron, y con él se fué denodado, feroz y con aspecto y rostro espantable para don Alvaro de Portugal, que acaso estaba hablando con la marquesa doña Beatriz de Boba

dilla. Don Alvaro, abajado el cuerpo, huyó el golpe. El moro fué preso y muerto por la gente que acudió al ruido. Desta manera por merced de Dios se evitó este peligro. Aumentóse el número de la gente con la venida del duque de Medina Sidonia. Asimismo desde Flándes, Maximiliano, duque de Austria, que poco despues fué césar y rey de romanos, envió dos naves gruesas cargadas de todos los pertrechos y municiones de guerra, y por capitan á don Ladron de Guevara. El número ,y de los enemigos asimismo se acrecentó á causa que algunos moros, por los reparos que caian junto al mar, se metieron en la ciudad para socorrer á los cercados. Apretábalos la hambre, y con todo esto los berberiscos no se doblegaban á querer partido. Los ciudadanos, cuyo así riesgo como miedo era mayor, se inclinaban á rendirse. Uno dellos, persona en autoridad y riquezas de los mas principales, llamado Dordux, salió á los reales á tratar de conciertos. Respondió el Rey que en ningun partido vendria si no fuese que entregasen la ciudad á su voluntad. Esto en público; mas de secreto y en puridad prometió á Dordux que si terciaba bien y lealmente, daria libertad á él y á todos sus parientes sin que recibiesen algun mal, demás de las mercedes que le haria muy grandes. Dió el Moro la palabra de hacello así. Llevó consigo gente del Rey, y dióles entrada en el castillo y puso el estandarte real en lo mas alto de la torre del homenaje. El espanto de los ciudadanos por esta causa y de los africanos fué grande, bien que mezclado con alguna esperanza. Persuadíanse los mas que lo que se asentara con Dordux guardarian los vencedores con los otros. Con esta persuasion enfardeJaban resueltos de partirse. Engañóles su pensamiento; acudieron los nuestros y les quitaron todos sus bienes junto con la libertad. Lo mismo se ejecutó con los soldados que tenian de guarnicion en los castillos, y por semejante verro para irse se salieron al mar. En particular los africanos con su capitan Zegri fueron presos. Los que de los cristianos se pasaran á los moros, que eran muchos, pagaron con las vidas. A los judíos que despues de bautizados apostataron de la religion cristiana quemaron. A los demás, así judíos como moros naturales de aquella ciudad, se les hizo gracia que se librasen por un pequeño rescate y talla; la toma de aquella nobilísima ciudad sucedió á los 18 de agosto. Hiciéronse alegrías en toda España por esta victoria, procesiones y rogativas para dar gracias por tanta merced á Dios nuestro Señor. Averiguóse que aquella ciudad en tiempo de los godos tuvo obispo propio; y así, con bula que para ello se ganó del pontífice Inocencio, le fué restituida aquella dignidad. Enturbióse algun tanto esta alegría con un aviso que vino de levante que el gran turco Bayazete con una gruesa armada que tenia junta, pretendia bajar á Sicilia para divertir las fuerzas de España y hacer que aflojasen en la guerra de Granada; y aun se rugia que para este efecto y quedar desembarazado hizo paces con el gran soldan de Egipto.

CAPITULO XI.

En Aragon se asentó la hermandad entre las ciudades. Los moros de Granada se hallaban apretados y á punto de perderse por la guerra que les hacía el rey don Fernando. Los portugueses, por el contrario, con las navegaciones que hacian y flotas que enviaban cada un año, se abrian camino para las ciudades de levante, empresa grande á que dió principio, como arriba queda dicho, el infante don Enrique, que hizo los años pasados descubrir las marinas exteriores de Africa. Continuóse esto los años siguientes sin cesar de llevallo siempre adelante. Pero como quier que el provecho no respondiese á tan grandes trabajos y gastos, trataban de pasar á las ricas provincias de la India con intento de encaminar á su tierra las riquezas de aquellas partes, de que era grande la fama; y el cielo con mano liberal repartió mas copiosamente de sus bienes con aquellas gentes que con otras todo género de drogas y especias, piedras preciosas, perlas, oro, marfil, plata, sin otras cosas, que mas la ambicion de los hombres que la necesidad ha hecho estimar en mucho. Nunca se refieren las cosas puntualmente como pasan; siempre la fama las acrecienta y pone mucho de su casa. Decíase que tenian bosques de árboles muy grandes y en extremo altos de canela, cañafístola y clavos, grande abundancia de pimienta y jengibre, animales de formas extrañas y hombres de costumbres y rostros extraordinarios. Parecia á las personas prudentes cosa de grande locura acometer y pretender con las fuerzas de Portugal, que eran muy pequeñas, de pasar á aquellas regiones y gentes, puestas en lo postrero del mundo por tan grande espacio de tierra y de mar; vencia empero todas estas dificultades la codicia de tener y el deseo de ganar honra. Con esta resolucion los años pasados el rey de Portugal envió á Bartolomé Diaz, piloto muy experimentado, para que fuese al cabo de Buena Esperanza, en que hacia la parte de mediodía muy adelante de la equinoccial adelgazándose las riberas por la parte de poniente y por la otra de levante, se remata la grande provincia de Africa, tercera parte del mundo. Este pues, pasado aquel cabo, llegó hasta un rio, que llamaron el rio del Infante. Fué este grande acometimiento y porfía extraordinaria. Fray Antonio, de la órden de San Francisco, iba en compañía de Bartolomé Diaz, y era persona diligente, sagaz y atrevida. Este desde allí por tierra, considerada gran parte de la Africa y de la Asia, llegó á Jerusalem; últimamente, él por tierra, y Bartolomé Diaz por el mar, vueltos á Portugal, dieron aviso al Rey y á los portugueses de lo que vieron por los ojos. Animados pues con tan buen principio, cobraron mayor ánimo para llevar al cabo lo comenzado. Para mejor ejecutar esto escogieron dos personas de grande ánimo y experiencia, y sobre todo muy diestros y ejercitados en la lengua arábiga para que pasasen adelante; el uno se llamaba Pedro Covillan y el otro Alonso Paiva. Por excusar el gran gasto que se hiciera si los enviaran por el mar con armada, les ordenaron que por la tierra fuesen á ver y atalayar las partes mas interiores de Africa y de Asia. Con este órden salieron de Lisboa á los 15 de mayo, pasaron á Ná¬

[ocr errors][ocr errors]

Poles, focaron á Rodas, visitaron á Jerusalem, dieron vuelta á Alejandría y llegaron al Cairo, ciudad la mas principal de Egipto. Allí se apartaron, Pedro Covillan para Ormuz, que es una isla á la boca del seno Pérsico, dende pasó á Calicut; Alonso de Paiva tomó cuidado de mirar y calar las partes interiores de Etiopia, en que le sobrevino la muerte. Por esta causa y por cartas que vinieron de su Rey á Pedro Covillan en que le mandaba no volviese á su tierra antes de tomar noticia de todas aquellas provincias, pasó á Etiopia. Pagáronse de sus costumbres y su ingenio Alejandro, al cual vulgarmente llaman Preste Juan, y Nahu y David, sus sucesores; no le dejaron por ende partir, antes le casaron, heredaron y dieron con que se sustentase. Visto que no podia volver, desde allí envió por escrito al rey de Portugal una informacion de todo lo que vió y halló. Avisaba que Calicut era una plaza y mercado el mas rico y famoso de todo el oriente, los naturales de color bazo y de membrillo, poco valientes y de costumbres muy extravagantes. Que de la cinta arriba andaban desnudos, vestidos solo de la cintura abajo, los mas con mucho oro y seda, y los brazos cargados de perlas, de los hombros fiada una cimitarra con que peleaban; lo que mas espanta, que una mujer casaba y casa con muchos maridos, por la cual causa, como quier que nadie conozca su padre ni sepa con certidumbre quién le engendró, los hijos no heredan, sino los sobrinos, hijos de herma→ nas. Avisaba otrosí que en Etiopia hay muchas naciones muy extendidas, todas de color negro, y que tienen nombre de cristianos, la antigua religion en gran parte estragada y mezclada con ceremonias de judíos y errores de herejías. Todas obedecen á un rey muy poderoso, que tiene grandes ejércitos de á pié y de á caballo, y siempre se aloja en los pabellones y reales. Que cuidaba se podria reducir aquella gente, si con embajadas que se enviasen de la una á la otra parte se asentase con aquellos reyes alguna confederacion; pero lo mas desto sucedió los años siguientes. Volvamos con nuestro cuento al rey don Fernando. Despues de tomada Málaga, ya que pretendia pasar adelante, las alteraciones de Aragon le forzaron á ir allá para atajar grandes insultos, robos y muertes que se hacian. Particularmente en Valencia, don Filipe de Aragon, maestre de Montesa, vuelto de la guerra de Granada, mató á Juan de Valterra, mozo de grande nobleza y que era su competidor en los amores de doña Leonor, marquesa de Cotron, hija de Antonio Centellas. Desta muerte resultaron grandes alborotos en aquella ciudad. Para acudir á todo esto los reyes don Fernando y doña Isabel partieron de Córdoba. Por sus jornadas llegaron á Zaragoza á los 9 de noviembre. En aquella ciudad se mudó la manera de nombrar los oficiales y magistrados. Antiguamente lo hacia el regimiento y el comun del pueblo, de que resultaban debates. Ellos mismos pidieron les quitasen aquella autoridad y la tomase el Rey en sí á propósito de evitar los alborotos que sobre los nombramientos se levantaban; demás desto, á ejemplo de de Castilla, se ordenaron ciertas hermandades entre las ciudades que acudiesen cada cual por su parte con dineros para la paga de ciento y cincuenta de á caballo que anduviesen por toda la tierra y reprimiesen por te

mor y castigasen con severidad los insultos y maldades. Sacóse otrosí por condicion que el capitan y superior de toda esta hermandad le nombrase el Rey; pero que fuese uno de tres ciudadanos de Zaragoza que señalase el senado y regimiento. Diéronles asimismo ordenanzas para que se gobernasen, en razon que no usasen mal de aquel poder que se les daba. Esto se efectuo por principio del año siguiente de 1488 en los mismos dias que un embajador del rey de Nápoles, llamado Leonardo Tocco, griego de nacion y del linaje de los emperadores griegos, al cual los turcos quitaron un gran estado y forzaron á buirse á Italia, vino á tratar del casamiento que los años pasados se concertó entre don Fernando, príncipe de Capua y nieto del rey de Nápoles, y la infanta doña Isabel, hija del rey don Fernando. Esta de-, manda no hobo lugar, ni se efectuó el casamiento á causa que el Rey pensaba casar su hija con el rey de Francia ó con el principe de Portugal para que fuese, como se persuadia, un vínculo perpetuo de concordia entre aquellas naciones. Bien que ofrecieron en su lugar á la infanta doña María con tal que desistiesen aquellos príncipes del primer concierto y los primeros desposorios se diesen por ningunos. De Zaragoza pasaron los reyes á Valencia; sobrevino sin pensallo Alano, .padre de Juan de Labrit, rey de Navarra. El deseño y intento era que el Rey les ayudase para defender su estado del rey de Francia, que les tomara gran parte dél pasados los montes, y para sosegar á los navarros de aquende, que andaban alborotados. En particular los biamonteses estaban apoderados de gran parte de Na❤ varra, sin dar lugar á los reyes que pudiesen entrar en su reino, si bien tres años antes tomaron asiento con el conde de Lerin, por el cual á él y á sus deudos y aliados fueron dados los cargos y pueblos que tuvieron sus antepasados, y aun le añadieron de nuevo otros muchos para ganalle; pero la deslealtad y ambicion no se doblega por ningunas mercedes. Demás desto, preténdia que el Rey amparase á Francisco, duque de Bretaña, con cuya hija, llamada Ana, por no tener hijo varon, muchos deseaban casar. En especial Cárlos VIII, rey de Francia, le hacia guerra por esta causa. De parte del Duque estaba el dicho monsieur de Labrit y el duque de Orliens. A Maximiliano, que ya era césar y rey de romanos, tenian preso con guardas que le pusieron. Los de Brujas, ciudad de Flándes, con grande atrevimiento le acometieron y prendieron dentro de su mismo palacio. Ponia esto en nuevo cuidado, porque aquel Príncipe era amigo de los españoles; y el dicho Labrit, que venia á dar aviso de todo esto, su confederado. Por conclusion, á instancia de Alano, que no rebusaba cualesquier condiciones que le pusiesen, se hizo entre el Rey y él alianza y liga contra todos los príncipes, excepto solo el rey de Francia. No era seguro que Alano y su hijo se le mostrasen contrarios al descubierto por tener su estado todo, parte sujeto, parte comarcano á la corona de Francia; todo era disimulacion; la intencion verdadera de valerse de las fuerzas de España contra Francia. Púsose por condicion, entre otras, que se hiciese una armada y se levantase gente en las marinas de Vizcaya, que se envió finalmente á Bretaña debajo de la conducta y regimiento de Miguel Juan Gralla,

« AnteriorContinuar »