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maestresala del Rey, de 'nacion catalan. Otorgáronse las escrituras de toda esta confederacion y capitulaciones á 21 de marzo, cuyo traslado no me pareció poner aquí.

CAPITULO XII.

Que volvieron á la guerra de los moros. Comenzaron los reyes á tener Cortes del reino de Valencia en aquella ciudad, que se acabaron en la ciudad de Origüela. Pretendian por este camino castigar los insultos y maldades que se hacian en aquella provincia, no con menor libertad que en Aragon. Sosegadas estas alteraciones, el rey don Fernando se apresuraba para pasar por el reino de Murcia, que caia cerca de tierra de moros. Hacíanse nuevos aparejos para proseguir aquella guerra hasta tomar aquel reino, donde Abohardil con grande dificultad sustentaba el nombre de rey, si bien se hallaba con mayores fuerzas que su sobrino, por tener debajo su jurisdiccion á Guadix, Almería y Baza, con toda la serranía de Granada, que llega hasta el mar, de que podia recoger mayores intereses á causa que la guerra, por ser la tierra tan fragosa, no habia llelag gado á aquellos lugares, demás de los grandes provechos que se sacaban del artificio de la seda, que era y es la mas fina de toda España. Allegábase que los naturales andaban desabridos con Boabdil; teníanle por cobarde y enemigo de su secta; decian era moro de solo nombre, y de corazon cristiano. Demás desto, Abohardil ganara reputacion y crédito con una entrada que ⚫ por bosques y lugares ásperos hizo en la campiña de Alcalá la Real; la presa y cabalgada fué grande que llevó á Guadix, de ganados mayores y menores, por estar la gente descuidada y no pensar en cosa semejante á causa que todo lo que caia por allí de moros se tenia por Boabdil, amigo y confederado, atrevimiento de que muy en breve se satisfizo Juan de Benavides, á cuyo cargo quedó aquella frontera. Quemó los campos de Almería y hizo otros muchos daños. Los apercebimientos para la guerra no se hacian con el calor que quisiera el rey don Fernando, por cuanto la tierra del Andalucía estuvo trabajada con peste este año y el pasado; por lo demás muy deseosos todos de hacer el postrer esfuerzo y concluir con guerra tan larga. Por este respeto mandó que acudiesen todas las gentes á la ciudad de Murcia, do él quedaba, con resolucion de combatir á Vera, que es una villa á la ribera del mar, y se entiende que es la que Pomponio Mela llamó Vergi ó Antonino Varea. No hobo dificultad alguna en tomarla; los moradores sin dilacion, por estar sin esperanza de poderse defender, se rindieron á 10 de junio, y á su ejemplo hizo lo mismo Mujacra, llamada de los antiguos Murgis, y tambien los dos lugares llamados Vélez el Blanco y el Rojo, con otros muchos castillos y pueblos que no estaban bien fortificados ni tenian guarnicion bastante. Tan grande era el miedo que cobraron y el peligro en que los enemigos se veian, que desanimados y porque no les destruyesen los campos, se rendian sin dificultad. Deseaba el Rey pasar sobre la ciudad de Almería, que está por allí cerca. Impedia la entrada un castillo, por su sitio inexpugnable, llamado Taberna, que para fortificalle mas y poner nueva guar

nicion de soldados, el Rey mas viejo acudió desde Guadix con mil de á caballo y veinte mil de á pié. Pretendia juntamente con aquella gente ponerse en los bosques y dar sobre los que de los cristianos se desmandasen, determinado de excusar la batalla como el que sabia que sus fuerzas no eran bastantes á causa que su ejército era gente allegadiza y no tenia ejercicio en las armas. Como los bárbaros rebusasen la batalla, los nuestros con mayor ánimo enviaban de ordinario escuadrones de gente para destrozar y talar los campos. El mayor daño cargó en la campiña de Almería, y despues en los campos de Baza, tierra que por ser de regadío es de mucho provecho y fertilidad. Las acequias con que se reparten las aguas por aquellos llanos embarazaron á los nuestros, y fueron en esta entrada ocasion que recibiesen no pequeño daño. Muchos fueron muertos por los moros que acudieron, y entre otros don Filipe de Aragon, maestre de Montesa, mozo feroz y brioso por su edad y por su nobleza. El rey don Fernando por este revés y por otros encuentros se hallaba con poca gente. Puso por entonces guarniciones en lugares á propósito, y con tanto se fué primero á Huescar, pueblo que está cerca de Baza; despues por la ribera abajo del rio Segura pasó á Murcia; desde allí á Toledo con intento de pasar á Castilla la Vieja, ca le forzaban ir allá ocasiones que se ofrecian. Con su partida el rey Moro cargó sobre los pueblos que le tomaron, y los redujo todos á su obediencia, parte con promesas, parte con amenazas. En este comedio los moradores de Gausin, que era un pueblo muy fuerte cerca de Ronda, cansados del señorío de cristianos, ó por su acostumbrada ligereza y poca lealtad, se conjuraron entre sí para matar los soldados, como lo hicieron, los que tenian de guarnicion y que andaban por el pueblo descuidados de cosa semejante. No les duró mucho la alegría deste hecho. Los moros comarcanos, para mostrar que no tenian parte en aquel insulto y por temor de ser castigados, se apellidaron para tomar emienda de aquel caso y cercaron á Gausin. Acudieron con nuevas gentes desde Sevilla el marqués de Cádiz y el conde de Cifuentes, y recobrado que hobieron aquella plaza, á todos los moradores en venganza del aleve pasaron á cuchillo ó los dieron por esclavos. Llegó á Valladolid el rey don Fernando un sábado á 6 de setiembre. Allí se le ofreció una nueva ocasion para recobrar la ciudad de Plasencia, que la poquedad de los reyes pasados la enajenó y puso en poder de la casa de Zúñiga. Fué así, que por muerte de don Alvaro de Zúñiga, que falleció en aquella sazon, sucedió en aquel estado un nieto suyo del mismo nombre, hijo de su mayorazgo, que falleció en vida de su padre. Pretendia tener mejor derecho Diego de Zúñiga, tio del sucesor, por estar en grado mas cercano al defunto. Los deudos y aliados estaban repartidos y divididos entre los dos. Con esto tuvieron ocasion los Carvajales, que eran el bando contrario y muy seguidos en aquella ciudad, para apoderarse della con las armas. No pudieron hacer lo mismo del castillo, que se le defendieron los soldados que le guardaban. Acudió luego el rey don Fernando con muestra de apaciguar aquellos alborotos. Apoderóse de todo, por causa que el nuevo duque don Alvaro se le rindió, y contento con la villa de Béjar y lo

demás de aquel estado, purtió mano de aquella ciudad, si bien el rey don Juan el Segundo, á trueco de la villa de Ledesma, la dió á don Pedro de Zúñiga, bisabuelo deste don Alvaro. Desto resultó gran miedo á los demás señores; recelábanse les seria forzoso restituir al Rey, por tener mas poder y prudencia, lo que por las revueltas de los tiempos como por fuerza les dieron los reyes pasados. En Aragon otrosí resultaron nuevos alborotos. La ocasion, que los señores pretendian desbaratar la hermandad que poco antes se puso entre las ciudades, como cosa pesada y que los enfrenaba y que era muy contraria á sus particulares intereses y pretensiones. No pararon hasta tanto que los años adelante en unas Cortes que, se tuvieron en Tarazona alcanzaron que aquella hermandad se deshiciese por espacio de diez años. Para librar á Maximiliano de la prision en que le tenian los de Brujas, los reyes despacharon á Flandes por sus embajadores á Juan de Fonseca y á Alvaro Arronio. Gobernáronse ellos prudentemente ; en fin, concluyeron aquel negocio como se deseaba, y Maximiliano se apaciguó con sus vasallos. Pretendia él por estar viudo de madama María, su primera mujer, señora propietaria de aquellos estados, de casar con dona Isabel, infanta de Castilla. En esto no vinieron sus padres por estar prometida al príncipe de Portugal, si bien dieron intencion que una de las hermanas de la infanta doña Isabel podia casar con Filipe, su hijo y heredero, luego que tuviese edad para ello. Con este deseño de casarle en España su abuelo el emperador Federico en aquella sazon le dió título de archiduque de Austria, como quier que los señores de aquel estado antes deste tiempo solamente se intitulasen duques. En Roma hacian oficio de embajadores por los Reyes Católicos acerca del Papa el doctor Medina y el protonota*rio Bernardino de Carvajal, poco despues obispo de Astorga, en lugar de don García de Toledo, y adelante el dicho Bernardino fué cardenal y obispo de Osma, ⚫ de Badajoz, de Cartagena, de Sigüenza y de Plasencia sucesivamente. Mandaron los reyes á estos embajadores que por cuanto Maximiliano, rey de romanos, envió sus embajadores al Papa fuera de lo que se acostumbraba, como algunos pretendian, por ser vivo el Emperador, su padre, que les diesen el primer lugar solamente en caso que los embajadores de Francia hiciesen lo mismo. Que advirtiesen no los dejasen asentar en medio de los de Francia y ellos, sino que si los de Francia precedian, ellos al tanto tomasen mejor lugar. Ayudó mucho para poner en libertad á Maximiliano el recelo que los de Brujas tuvieron de la armada que el señor de Labrit aparejaba en las mari nas de Vizcaya, como quedó concertado. Pasó á Bretaña la armada; la pérdida y daño que allí se recibió fué grande; el duque de Orliens y sus confederados quedaron desbaratados por las gentes del rey de Francia en una batalla que se dió junto á San Albin. El Duque y Juan Gralla, que era capitan de los españoles, vinieron en poder de los vencedores, desbaratada y destrozada gran parte de la gente que llevaban, como se dirá algo mas adelante.

CAPITULO XII.

Tres ciudades se ganaron de los moros.

En un mismo tiempo y sazon la corona de Castilla se aumentaba con nuevas riquezas y estados, y los turcos, enemigos continuos y grandes de cristianos, ponian gran temor por el gran poder que tenian por mar y por tierra. Al fin deste año falleció don Garci Lopez de Padilla, maestre de Calatrava; el letrero de su sepulcro, que está en la capilla mayor de la iglesia de aquella villa, señala el año pasado. Por su muerte, como quier que muchos pretendiesen aquella dignidad, el rey don Fernando por bula del pontífice Inocencio la tomó para sí en administracion, y la incorporó en su corona con todas sus rentas y estado, principio que pasó adelante á los demás maestrazgos por la misma órden y traza, con que se aumentó el poder de los reyes; pero la autoridad de aquellas órdenes y fuerzas se enflaquecieron á causa que los premios que se acostumbraban dar á los soldados esforzados y que servian en la guerra, mudadas las cosas, se dan por la mayor parte á los que siguen la corte. Las revueltas y pretensiones que resultaban en las elecciones de los maestres y los tesoros reales, que estaban gastados, dieron ocasion á esto. Verdad es que ordinariamente de buenos principios las cosas con el tiempo desdicen algun tanto; y do quiera hay lisonjeros que dan color á todo lo que se hace. Mejor será pasar por esto, aunque ¿quién podrá dejar de sentir que las riquezas que los antepasados dieron para hacer la guerra á los enemigos de cristianos se derramen y gasten en otros usos diferentes? ¿Cuán gran parte de la tierra y del mar se pudiera con ellas conquistar? De levante venian nuevas que el gran turco Bayazete juntaba grandes gentes de á caballo y de á pié, y que tenia cubierto y cuajado el mar con una gruesa armada. Recelábanse no volviese sus fuerzas contra las tierras de cristianos, y era así, que no le faltaba voluntad de extender su imperio hacia el poniente y vengar el sentimiento que tenia por no le entregar, como él lo pretendia, á Gémes, su hermano. Lo que le detenia era el soldan de Egipto, al cual pesaba mucho que el poder y mando de los turcos creciese tanto. Volvió pues sus fuerzas contra el Soldan. Solas once galeotas de cosarios apartados de la demás armada fueron sobre la isla de Malta, y toda casi la pusieron á saco, y la robaron hasta los mismos arrabales de la ciudad. Esta isla, por tener dos puertos, es capaz de cualquiera armada por grande que sea. Divide estos dos puertos una punta de tierra, que llaman de San Telmo; pareció seria bien edificar allí un fuerte y castillo á propósito de impedir que los enemigos con sus armadas no se apoderasen de aquella isla, y desde allí acometiesen á nuestras riberas, como lo comenzaban á hacer. De Sicilia fué una armada contra estos cosarios; pero llegó tarde el socorro en sazon que el enemigo era ya partido con la presa. De España al tanto enviaron una nueva armada, por general Fernando de Acuña, que iba de nuevo á ser virey de Sicilia. Pretendian con esto no solo defender nuestras riberas, sino acometer asimismo las de Africa. Demás desto, el rey don Fernando puso confederacion y hizo de nuevo liga cou

los reyes de Inglaterra y casa de Austria, contra las fuerzas del rey de Francia. Todas estas práticas se enderezaban para apoderarse por las armas del reino de Nápoles, con que los señores neapolitanos que andaban desterrados de su tierra, unos convidaban al rey don Fernando, otros al Francés, en quien hacian mas fundamento por ser mayores sus fuerzas y mayor el odio contra los de Aragon. Pasó esto tan adelante, que al principio del año siguiente, que se contaba de nuestra salvacion 1489, fueron desde España mil caballos y dos mil infantes en socorro de Bretaña contra el poder y intentos del rey de Francia y en defensa de madama Ana, que por muerte de su padre el Duque habia heredado aquel estado. Iba por capitan desta gente don Pedro Sarmiento, conde de Salinas. Atendíase á esto como quier que la guerra de los moros de Granada ponia en mayor cuidado, y cuanto mayor era la esperanza y mas de cerca se mostraba de deshacer aquel reino, tanto crecia mas el fervor y el ánimo. Así, los reyes partieron de Medina del Campo á 27 de marzo para el Andalucía con intento de volver á las armas y á la guerra. Hacíase la masa del ejército en Jaen. Legados alli los reyes, despues de pasar por Córdoba, hicieron alarde de la gente; hallaron que eran doce mil de á caballo y cincuenta mil infantes, los mas escogidos y animosos soldados de todo el reino. Un buen golpe de gente vino de sola Vizcaya y los lugares comarcanos, provincia que por ser gobernada con mucha blandura, es muy leal á sus reyes, y por tener los cuerpos endurecidos por la aspereza y falta de la tierra es muy á propósito para los trabajos de la guerra. Pareció ir con esta gente sobre Baza. En la entrada, para que no les hiciese algun embarazo, se apoderaron de un pueblo, llamado Cujar, aunque pequeño, pero de sitio muy fuerte. Hecho esto, por principio del mes de junio se pusieron nuestras gentes sobre Baza, cuyo sitio, despues que el rey don Fernando le consideró bien, con pocas palabras animó á los soldados y los mandó apercebirse para el combate. Esta ciudad está asentada en la ladera de un collado, por do y la llanura que está debajo del pasa un rio pequeño; las otras partes tiene rodeadas de otros recuestos. Teníanla guarnecida de hombres y arinas, bastecida de almacen y de trigo para quince meses. El sitio no daba lugar para arrimarse á la muralla con mantas ni con otros pertrechos de guerra. Salieron de la ciudad los soldados de guarnicion, con que se trabó una escaramuza muy brava en el llano. Cada cual de las partes peleaba con grande ánimo. Los nuestros, á causa de las acequias por do va el agua encañada y fosos encubiertos, andaban embarazados y no se podian aprovechar del enemigo. Acudiéronles nuevas compañías de refresco de los reales, con que cobraron ánimo, y forzaron á los enemigos á retirarse dentro de la ciudad con mayor daño del que hicieron por ser mucho menos en número, que no pasaban de mil de á caballo y dos mil peones. Desta manera otras muchas veces con los moros que salian á pelear se hicieron delante de los reales otras escaramuzas. Los nuestros talaban los sembrados y las huertas con gran sentimiento de los ciudadanos. Murió en estas refriegas don Juan de Luna, hijo de don Pedro de Luna, señor

de Illueca, mozo de poca edad y muy privado del Rey, y por sus buenas prendas entre todos señalado, como lo testifica Pedro Mártir Angleria, hombre natural de Milan, que estuvo mucho tiempo en España, y como testigo de vista compuso comentarios desta guerra. Los cristianos, tantos á tantos, no eran iguales á los moros en las escaramuzas y rebates, por estar aquella. gente acostumbrada á retirarse y volver las espaldas, y luego con una increible presteza revolver sobre los contrarios, herir en ellos y matallos. Ayudábales el lugar, en que eran pláticos, y la manera del pelear; los cristianos eran mas en número y se aventajaban en el esfuerzo. Desta manera el cerco se alargaba mucho tiempo, tanto, que el Rey, congojado de la tardanza, pensaba si seria bien desistir de aquella empresa, pues no se hacia nada; si esperar el remate, que muchas veces sin embargo de dificultades semejantes le habia sucedido prósperamente. Lo que mayor espanto le ponia eran las muchas enfermedades y muertes de los suyos, á causa de ser el tiempo caluroso y los manjares de que se sustentaban no eran muy sanos; demás que la infeccion de la peste que anduvo los años pasados no quedaba de todo punto apagada. El marqués de Cádiz, al cual por aquellos dias se dió título de duque, era de parecer que se alzase el cerco; decia que no era justo comprar con el riesgo de tan grande ejército aquella pequeña ciudad: «Es así, que cuando los premios y lo que se interesa es igual al peligro, si la empresa sucede bien, el provecho es mayor, y si mal, menor la pena y desconsuelo. Si el cerco durase hasta el invierno, cuando los rios van crecidos, ¿cómo se podrán retirar? Forzosa cosa será que todos perezcamos si no miramos con tiempo lo que conviene. Pone espanto solo el pensallo, y el decillo es atrevimiento; parece, señor, que haceis poco caso de vuestra salud, con la cual todos vivimos y vencemos.» Todos entendian que el de Cádiz tenia razon; sin embargo, venció la constancia del Rey y Dios, que en las dificultades acudia á su buen ánimo. Resolviéronse pues de llevar adelante lo comenzado, y para apretar mas el cerco rodear todas las murallas con un foso y con su valladar y nueve castillos que levantaron á trechos, y en ellos gente de guarda, á propó-, sito todo que los enemigos no pudiesen de sobresalto hacer alguna salida. Las demás gentes se repartieron por los lugares y puestos que parecian mas convenientes, en particular el de Cádiz con cuatro mil de á caballo se encargó de guardar la artillería. Desta manera no podian entrar en la ciudad socorros de fuera, si bien tenia mucha abundancia de vituallas. Al contrario, en los reales padecian falta de trigo para sustentarse, y de dinero para socorrer y hacer las pagas á los so!dados, puesto que cada dia sobrevenian nuevas compañías. Por el mes de octubre llegaron los duques don Pedro Manrique de Najara y don Fadrique de Alba, vestido de luto por su padre, que falleció poco antes. El almirante don Fadrique asimismo acudió y el marqués de Astorga. Pocos dias despues llegó la Reina con la infanta doña Isabel, su hija, y en su compañía el cardenal de Toledo y otros prelados. La venida de la Reina, como yo pienso, fué causa que los cercados perdiesen el ánimio y el brio por entender se tomaba el cerco

muy de propósito. Trocóse pues de repente el gobernador de la ciudad, llamado Hacen, el viejo, que tenia tambien cuidado de la guerra. Por una plática que con él tuvo Gutierre de Cárdenas, comendador mayor de Leon, dado que se pudiera entretener mucho tiempo, se inclinó á concertarse; comunicó el negocio con su Rey, que estaba en Guadix. Acordaron de rendir la ciudad, muy fuera de lo que los cristianos cuidaban. Concluidas las capitulaciones y concierto, que fué á 4 de diciembre, el dia siguiente el Rey y la Reina con mucha fiesta, á manera de triunfo, entraron en aquella ciudad. La guarda y gobierno della encomendaron á Diego de Mendoza, adelantado de Cazorla y hermano del cardenal de España. Puso esto mucho espanto á los comarcanos, y fué ocasion que muchos lugares de su voluntad se rindieron; y para mas seguridad dieron rehenes y proveyeron de trigo y de todo lo necesario en abundancia. Entre estos lugares los principales fueron Taberna y Seron. Lo que es mas, Guadix y Almería, ciudades que cada una dellas pudiera sufrir un muy largo cerco, cosa maravillosa, sin probar á defenderse, se entregaron. El mismo rey Abohardil vino en ello, que junto á Almería, donde acudió el campo, salió á verse con el rey don Fernando, que le recibió muy bien y le hizo grande fiesta: Demás desto, dos castillos fortísimos cerca el uno del otro, y ambos puestos sobre el mar, se ganaron; el uno, llamado Almuñecar, en que solian estar los tesoros' de los reyes moros y su recámara; el otro fué Salobreña, que los antiguos llamaron Selambina, puesto en los pueblos llamados bástulos, sobre el mar Ibérico, en un sitio muy áspero y muy fortificado, á propósito de tener, como tenian, los moros allí guardados los hijos y hermanos de los reyes á manera de cárcel. La tenencia deste castillo se encomendó á Francisco Ramirez, natural de Madrid, general que era de la artillería, caudillo que se señaló de muy esforzado, así bien en esta guerra como en la de Portugal. Señalóse otrosí y aventajóse entre los demás en el cerco de Baza Martin Galindo, ciudadano de Ecija, que pretendia en esfuerzo y valor semejar á su padre Juan Fernandez Galindo, caudillo de fama y uno de los mas valientes soldados de su tiempo. Concluidas cosas tan grandes, en Guadix se hizo alarde del ejército á postrero de diciembre, entrante el año de nuestra salvacion de 1490. Hallaron conforme á las listas que faltaban veinte mil hombres; los tres mil muertos á manos de los moros, los demás de enfermedad. No pocos por la aspereza del invierno se helaron de puro frio; género de muerte muy desgraciado; los mas que murieron desta manera era gente baja, forrajeros y mechilleros; así fué menor el daño.

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y recatado, feroz en la guerra, y despues de la victoria manso y tratable. Por medio de Gutierre de Cárdenas, comendador mayor de Leon, que sirvió muy bien y con mucho esfuerzo en esta guerra, se tomó asiento y se hicieron las capitulaciones con aquel rey Bárbaro, humillado y caido. En virtud del concierto le hizo merced de la villa de Fandarax, que está en la sierra de Granada, con otras alquerías, aldeas y posesiones por allí, que rentaban hasta en cantidad de diez mil ducados, con que se pudiese sustentar; pequeña recompensa y consuelo de la pérdida de un reino. Tanto menos digno era de tenelle compasion por dar, como dió, principio á su reinado por la muerte cruel de su mismo hermano. A los 'moros de nuevo conquistados se concedió que poseyesen sus heredades como antes; pero que no morasen dentro de las ciudades, sino en los arrabales, á propósito que no se pudiesen fortificar ni alborotarse; para lo mismo les quitaron tambien toda suerte de armas. Publicáronse estas capitulaciones y concierto en Guadix. Los reyes por fiu de diciembre se partieron de allí, y por Ecija fueron á Sevilla. Por todo el camino los pueblos los salian á recebir, y los miraban como á príncipes venidos del cielo; y ellos, con haber concluido en tan breve tiempo cosas tan grandes representaban en sus rostros y aspecto mayor majestad que humana. Los príncipes extranjeros, movidos por la fama de hechos tan grandes, les enviaban sus embajadores á dar el parabien, y á porfía todos pretendian su amistad. Sobre todos el rey de Portugal, cosa tratada de antes, pretendia para el príncipe don Alonso, su hijo, á la infanta doña Isabel, hija mayor de los reyes, como prenda muy cierta de una paz perpetua que resultaria por aquel medio entre aquellas dos coronas. Envió para este efecto á Fernando Silveira, justicia de Portugal, y á Juan Tejeda, su chanciller mayor; por cuya instancia en Sevilla, á 18 de abril, se concertó este casamiento, que á todos venia bien y á cuento, mayormente que la esperanza de efectuar el casamiento de Francia faltaba á causa que aquel Rey queria casarse con madama Ana, duquesa de Bretaña. Las alegrías que se hicieron en el un reino y en el otro por estos desposorios fueron grandes, menores en Portugal por ocasion que el mes siguiente falleció en Avero la infanta doua Juana, hermana de aquel Rey, sin casar por no querer ella, bien que muchos la pretendieron y ella tenia partes muy aventajadas. La hermosura de su alma fué mayor y sus virtudes muy señaladas, de que se cuentan cosas muy grandes. Tampoco la alegría de Castilla les duró mucho, si bien la doncella desde Constantina partió á Portugal á 11 de noviembre. En su compañía el cardenal de España y don Luis Osorio, obispo de Jaen, los maestres de Santiago y de Alcántara, los condes, el de Feria don Gomez de Figueroa, y el de Benavente don Alonso Pimentel, con otra mucha nobleza, todo á propósito de representar majestad; que parece aquellas dos naciones andaban á porfia sobre cuál se aventajaria en arreo, libreas y galas. A la ribera del rio Caya, que corre entre Badajoz y Yelves, se hizo la entrega de la novia á los señores portugueses que salieron para recebilla y acompañalla. El principal el duque don Emanuel, que sucedió adelante en

aquel casamiento y en el reino; así lo tenia el cielo determinado. Acudieron el rey de Portugal y su hijo á Estremoz, pueblo de aquel reino; para mas honrar la esposa la hicieron sentar en medio, y el suegro á la mano izquierda. Allí se hicieron los desposorios, á 24 de noviembre, que fué miércoles, y el dia siguiente se velaron por mano del arzobispo de Braga, que es la principal dignidad de Portugal. Los regocijos y alegrías de la boda por espacio de medio año se continuaron en Ebora y en Santaren, do fueron los príncipes. No hay gozo puro ni duradero entre los mortales, segun se vió en este caso. Todos estos regocijos se trocaron en lloro y en duelo por un desastre no pensado. Salió el Rey en aquella villa una tarde á la ribera del rio Tajo. El príncipe don Alonso, que iba en su compañía, quiso con Juan de Meneses correr en sus caballos á la par. En la carrera su caballo, que era muy brioso, tropezó, y con su caida maltrató al Principe de manera, que en breve espiró. Cuán grande haya sido el llanto de sus padres, de su esposa y de todo el reino no hay para qué decillo. Quejábanse con lágrimas muy verdaderas que tantas esperanzas y tantos regocijos en un dia y un momento se trocasen en contrario. Su cuerpo sepultaron entre los sepulcros de sus antepasados. Las houras se le hicieron á la costumbre de la tierra muy grandes ; acompañaron su cuerpo el Rey y toda la nobleza enlutados. La princesa doña Isabel sin gozar apenas del principio de su desposorio, y que en tan breve tiempo se via desposada, casada y viuda, en una litera cubierta y cerrada sé volvió á sus padres yá Castilla. Desta manera las cosas de yuso y los gozos en breve tiempo se revuelven, y truecan los temporales. La tristeza que cargó del Rey, su suegro, fué tal, que della le sobrevino una enfermedad lenta, de que cuatro años adelante falleció. Fundó en Lisboa poco antes de su muerte el hospital Real, que es un principal edificio, y él mismo se halló á echar la primera piedra, y debajo della se pusieron ciertas medallas de oro, como se acostumbra en señal de perpetuidad. No dejó hijo legítimo. Solo quedó don Jorge, habido en una dama, llamada doña Ana de Mendoza, el cual, bien que muy niño, procuró y hizo quedase nombrado por maestre de Avis y de Santiago en Portugal. Por su muerte comenzó en aquel reino una nueva línea de reyes; don Emanuel, primo del Rey muerto, y hijo de don Fernando, duque de Viseo, como pariente mas cercano, sin contradicion sucedió en aquella corona. Hijo deste Rey fué el rey don Juan el Tercero, nieto del príncipe don Juan, que por morir muy mozo no llegó á heredar el reino. Así sucedió en él á su abuelo el rey don Sebastian, hijo deste Príncipe; el cual por su muerte, que los moros le dieron en Africa, dejó el reino de Portugal, primero al cardenal don Enrique, su tio mayor, y despues dél á don Filipe II, rey de Castilla, sobrino tambien del Cardenal, y nieto del rey don Emanuel por parte de su madre la emperatriz doña Isabel. Tal fué la voluntad de Dios, á quien ninguna cosa es dificultosa; todo lo que le aplace se hace y cumple. Dejado esto para que otros lo relaten con mayor cuidado y á la larga, volvamos con nuestro cuento á la guerra de Granada.

CAPITULO XV.

Que los nuestros talaron la vega de Granada. Deseaba el rey don Fernando concluir la guerra de los moros, que traia en buenos términos. Una dificultad muy grande impedia sus intentos; esta era que demás de la fortaleza de la ciudad de Granada guarnecida, municionada y bastecida asaz, tenia empeñada su palabra en que prometió los años pasados al rey Boabdil que él y todos los suyos no recibirian agravio ni daño alguno. Ofrecíase una muy buena ocasion para sin contravenir al concierto sujetar aquella ciudad. Esto fué que los ciudadanos, sin tener cuenta con el peligro que de fuera les corria, tomadas las armas, como muchas veces lo acostumbraban, cercaron á su Rey dentro del Albaicin, y le apretaron tanto, que muy poca esperanza le quedaba, no solo de conservar el reino, que sin obediencia no era nada, sino de la vida y de la libertad. El pueblo se mostraba tan indignado, que bramaba y amenazaba de no desistir hasta dalle la muerte. No era razon desamparar en aquel peligro aquel Príncipe confederado, mayormente que él mismo pedia le socorriesen. Esto en sazon que de levante se representaban nuevos temores; el gran soldan de Egipto amenazaba que si el rey don Fernando no desistia de perseguir, como comenzara, á los 'moros que eran de su misma secta, él en venganza desto haria morir todos los cristianos sus vasallos en Egipto y en la Suria. El guardian de San Francisco de Jerusalem, llamado fray Antonio Millan, que envió con este mensaje, de camino se vió con el rey de Nápoles; vino á España, declaró su embajada, y aun el mismo rey de Nápoles le dió cartas en la misma razon; príncipe, como se entendia, mas aficionado á los moros de lo que era honesto y lícito á cristianos. La suma era que pues ningun agravio recibiera de los moros, no debia tampoco hacer ni intentar cosa de que resultasen mayores males. Que si bien aquella gente era de otra secta, no seria razon maltratalla sin alguna justa causa. El rey don Fernan-. do ni se espantó por las amenazas del Bárbaro, ni le plugo el consejo del rey de Nápoles, dado que acabada la guerra, envió por su embajador á Pedro Mártir para que diese razon al Soldan de todo lo que en aquella conquista pasó y con palabras comedidas le aplacase. Al rey de Nápoles en particular, ya que se aprestaba para comenzar esta nueva jornada y romper, escribió cartas en que le avisaba de las causas que tuvo para emprender aquella guerra. Decíale que era justo deshacer aquel reino que antiguamente se fundó contra derecho, y de nuevo nunca cesaba de hacer grandes insultos y agravios á sus vasallos. Que le ponia en cuidado el riesgo que corrian los cristianos de aquellas partes; todavía cuidaba que aquellos bárbaros, sabida la verdad, templarian el sentimiento, y por el deseo de vengarse no querrian perder las rentas muy gruesas y tributos que aquella nacion les pechaba. El Guardian por su oficio de embajador y por el crédito de santidad que tenia, no solo no fué mal visto, antes muy regalado, y con mucha honra que se le hizo y dones que le presentaron le enviaron contento. Junto con esto el rey don Fernando envió á avisar los ciuda

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