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gueses á la entrada de aquel reino por no dejallos entrar dentro de la China. Ponen desde Goa á la China mil y trecientas leguas, las ochoçientas hasta Malaca, y desde allí á Macan otras quinientas. Desde Macan hácia el norte llegan á lo postrero de lo que los portugueses tienen descubierto, que es Japon, distante del puerto de la China como trecientas leguas. Dividese Japon en tres islas principales, sin otras muchas pequeñas que tiene junto á las tres; corre entre poniente y norte de los treinta grados de altura á los cuarenta de largo docientas leguas, y por lo mas ancho no pasa de ochenta. Tiene muchos reyes y reinos, y es gente de valor en las armas y de ingenio asaż para las letras. La navegacion de Portugal á la India se hace desta manera. Parten de Lisboa por el mes de marzo ó á principio de abril; llegan á la isla de la Madera, que está distante ciento y cincuenta leguas, y dende á las Canarias, que están trecientas. Pasan de allí al cabo Blanco y á las islas de Cabo Verde. Desde allí dejan la costa de Africa, y por los continuos vientos que á la sazon corren de mediodía siguen á orza la derrota entre poniente y mediodía hasta llegar á las veces á la vista del Brasil, donde si los vientos no les dan lugar á tomar el cabo de San Agustin, que está diez grados de la otra parte de la línea, se vuelven sin poder por aquel año

continuar su navegacion. Si le pasan, dan la vuelta para doblar el cabo de Buena Esperanza, y siguen la derrota entre mediodía y levante. Para excusar las tormentas ordinarias que en aquel cabo se levantan suben hasta cuarenta grados hácia el otro polo. Con esto doblan el cabo y tocan en Zofala ó Mozambique, do si la navegacion no es muy próspera, se quedan á invernar; de otra manera pasan aquel golfo y la línea hasta llegar en pocos dias á Goa. Tiénese por muy próspera la navegacion que se acaba en cinco ó seis meses, ca de ordinario pasa de año entero. De Goa para Malaca y las demás partes mas orientales navegan á sus tiempos determinados. Para volver á España esperan las mociones del fin del mes de diciembre cuando de ordinario corren lestes ó solanos, muy á propósito para la vuelta. Doblan el cabo por el mes de marzo ó abril. Pasan por la isla de Santa Elena, que parece proveyó la naturaleza como una venta en mares tan anchos para refresco de los que navegan, por las frutas, caza y pescado que hallan, sin que haya en ella quien more ni la cultive por ser tan estrecha, que de traviesa no tiene mas de cuatro leguas, y estar tan adentro en el mar. Desde allí por las islas Terceras llegan finalmente las naves á Lisboa de ordinario por los meses de agosto y de setiembre.

LIBRO VIGÉSIMOSÉPTIMO.

CAPITULO PRIMERO.

De la muerte del príncipe don Juan.

A un mismo tiempo las cosas de los españoles en Italia se aventajaban; en España, conforme á la costumbre y naturaleza de las cosas humanas, iban mezcladas de dulce y de amargo. Concertáronse los casamientos de dos hijas del rey don Fernando de España, es á saber, de la infanta doña Catalina con Artus, príncipe de Gales, heredero de Enrique VII, rey de Inglaterra, y el de la princesa doña Isabel, no solo se acabó de concertar despues de algunas dificultades y dilaciones, sino se concluyó y efectuó con don Manuel, rey de Portugal. Era negocio muy importante tener con estos casamientos y con los de Austria trabados con deudo tan estrecho príncipes tan poderosos y grandes, con que las cosas dentro y fuera de España grandemente se aseguraban. El casamiento de Inglaterra se acabó de concertar dia de la Asuncion de nuestra Señora deste año de 1497; y el doctor Ruy Gonzalez de Puebla, como procurador de la Infanta en el palacio de Wodestoquio en presencía del Rey y Reina y otros grandes señores de Inglaterra, hizo los autos y ceremonias que en semejante solemnidad se acostumbran. Para apretar las práticas que se traian sobre el casamiento de Portugal vino á Castilla por aquel Rey su hermano de leche y muy privado don Juan Manuel. Con su venida se acordó que los reyes don Fernando y doña Isabel llevasen á la

Princesa, su hija, á la raya de Portugal, y que allí viniese el rey don Manuel para concluir aquel matrimonio postrero de setiembre. Concertóse primero que los reyes se juntasen en Ceclamin; despues, por ser aquella comarca muy estéril, señalaron á Valencia de Alcántara, que seria mas á propósito, donde los reyes estuvieron juntos tres dias. Aguóse mucho la alegría de la fiesta con la nueva que vino de la enfermedad del príncipe don Juan, el cual acabo de tres dias que con la Princesa, su mujer, llegó á Salamanca, adoleció de fiebre, que le acabó en tres dias. Partió el Rey de Valencia á toda priesa, y llegó á Salamanca á tiempo que el Principe le pudo conocer. En fin, falleció á 4 dias de octubre, que fué grande dolor y lástima, no solo para sus padres, sino para todo el reino. Dejó la Princesa preñada, alivio pequeño, por causa que dentro de poco tiempo malparió. El cuerpo del Príncipe llevaron á Avila para le sepultar en el monasterio muy célebre de dominicos, llamado de Santo Tomás. Llegaron las nuevas deste triste caso á Valencia en tiempo que la alegría de las bodas, que se celebraron despues de partido el rey don Fernando, se continuaba. El rey don Manuel pidió á la Reina, su suegra, no dijese nada á la Princesa, ya reina de Portugal; y así, partió luego con ella para la ciudad. de Ebora. Allí al fin fué avisada de la muerte del Principe, su hermano, cosa que le dió pena muy grande, como era razon, por el amor que le tenia y por la grande falta que hacia á toda España. Sus padres, como 'príncipes

tan cristianos y prudentes, llevaron este golpe con señalada paciencia, en que mostraron' no menos valor que en las muchas victorias que ganaron de sus enemigos; y es cosa muy natural que lo que es mortal perezca, y lo que es frágil se quiebre, y muy justo que dejemos á Dios hacer de nuestras cosas, que mas verdaderamente son suyas, lo que á su Majestad agradare. El reino de Nápoles no sosegaba del todo á causa que el príncipe de Salerno con los de su valía y casa no se fiaban del nuevo Rey, y ponian en defensa sus castiHos y plazas. La primera muestra que el Príncipe dió desta mala voluntad fué que, como quier que se hallase presente cuando en Nápoles alzaron por rey á don Fadrique, no quiso acudir á su coronacion; el color que se hallaba muy gastado. Solo el príncipe de Bisiñano acudió un dia despues para dar razon de sí, y se interpuso por medianero para concertar al de Salerno con el Rey y traelle á su servicio. No aprovecharon ningunas de las muchas diligencias que se hicieron, hasta tanto que el Rey con su gente hobo de salir contra él y cercalle dentro de Diano, que era una muy fuerte plaza de las muchas que aque! Príncipe tenia. Trataba el Gran Capitan á la sazon de volverse á España por tener aquella guerra de Nápoles por concluida. Con este intento habia dado vuelta á Calabria y pasado á Sicilia; al presente vino á Nápoles para despedirse de aquel Rey y reinas. Hiciéronle instancia se fuese á hallar en aquel cerco en que resultaban dificultades á causa de los muchos que dentro el lugar tenia y de la poca lealtad con que los naturales servian á su Rey. Recogió pues el Gran Capitan como quinientos españoles, y con otros tantos alemanes que el Rey le dió se arrimó tanto á la muralla, que él se puso á mucho peligro, y apretó tanto á los cercados, que el Príncipe fué forzado de rendirse. Capitularon que el Príncipe saliese seguro del reino y todos los que quisiesen ir con él, con facultad de llevar consigo sus bienes. Que todos los castillos y estado del Príncipe se entregasen al Rey á tal que pagase la artillería y bastimentos que tenian. Con esto se entregó Diano á los 28 dias de diciembre, y el Príncipe se puso en poder del duque de Melfi para que le llevase seguro á Senagalla, ciudad del Prefecto en la Marca, que seguia las partes del rey de Francia. De sus aliados los condes de Conza y Lauria le hicieron compañía. El de Capacho, por ser muy viejo, se quedó á merced del Rey. En este mismo año por el otoño don Juan de Guzman, duque de Medina Sidonia, envió una armada á Africa para poblar á Melilla, que está en frente de Almería, y los moros por ciertos respetos la habian despoblado. Hizose así, y dióse esta plaza por juro de heredad y por merced del Rey á aquel Duque y sus sucesores en recompensa del gasto que hicieron en poblalla. Asimismo el jeque de los gelves, que se habia levantado contra el rey de Túnez, su señor, por valerse de los nuestros entregó aquella isla y puerto al rey Católico, y en su nombre á Juan de Lanuza, que á la sazon era virey de Sicilia, principio que fué de grandes cosas que los años adelante se hicieron en Africa. Quedó el capitan Margarit con gente española para guarda de aquella isla.

CAPITULO II.

De la muerte de Cárlos VIII, rey de Francia. Continuábanse las práticas para concertarse los reyes de Francia y de España, y para este efecto vino de Francia una solemne embajada, cuya cabeza era el señor de Clarius, en sazon que los Reyes Católicos se hallaban en Alcalá de Henares. La suma era que con las fuerzas de entrambos reinos hiciesen guerra á toda Italia, y que cuanto al reino de Nápoles, quedase por el rey Católico lo de Calabria, con tal que cada y cuando que el Francés le diese en trueque el reino de Navarra y treinta mil ducados cada un año por lo que mas valia Calabria, fuese obligado á dejársela. Cuanto á lo demás, que lo de Milan y Génova quedase por el Francés, y los otros potentados se repartiesen igualmente entre los dos. El rey Católico, si bien daba orejas á lo de Nápoles, en lo demás no queria entremeterse, en especial sin dar parte al César, que tanto derecho pretendia á las cosas de Italia. En fin, se resolvió que el rey Católico enviaria sus embajadores á Francia para proseguir lo desta concordia. Esto era en el mismo tiempo que con todas sus fuerzas procuraba que los monasterios claustrales de España se redujesen á la observancia, y se hizo en toda Castilla. Los dominicos y augustinos y carmelitas fácilmente vinieron en lo que era razon; los franciscos hicieron resistencia, pero en fin pasaron por lo que los demás. Despachó el Rey desde Alcalá, conforme á lo que tenian acordado, á Hernan, duque de Estrada, con otros dos compañeros para tratar y concluir lo de la concordia con Francia. Llegaron en sazon que se tuvo por cierto el Francés pretendia con todas sus fuerzas romper por lo de Ruisellon y ponerse sobre la villa de Perpiñan, miedos y revoluciones que atajó la muerte que le sobrevino en su villa de Amboesa á los 7 de abril del año 1498. Falleció de apoplejía que le sobrevino viendo jugar á la pelota. Era de veinte y siete años; no dejó hijo alguno. Sucedió por ende en aquella corona el duque de Orliens como pariente mas cercano por via de varon; llamóse Luis XII. Pretendió Ana, madama de Borbon, que debía suceder á su hermano en aquel reino como la parienta mas cercana. La gente, como tan aficionada á la ley Sálica, no daba lugar á esta demanda; por esto apretaba que á lo menos en lo que no pertenecia á la corona, antes de nuevo en tiempo de su padre y abuelo se habia, ayuntado á los demás estados, debia ser preferida, como en el ducado de Anjou y condado de Proenza. Fueron los embajadores del rey Católico á Bles, do estaba el nuevo Rey. Allí y en Orliens se trató de la concordia, á que él se mostraba muy inclinado, y á todos daba muy buenas respuestas, y los entretenia con intencion de arraigarse en el reino, y que de ninguna parte se le hiciese contradiccion en el divorcio que pensaba efectuar con su mujer, hermana del Rey muerto, por casar con la duquesa de Bretaña, que, muerto su marido, trataba de volverse á su casa y estado; todo lo cual al fin se ejecutó como aquel Rey lo pensaba y deseaba. Las razones que por parte del Rey para el divorcio se alegaban eran que el Rey, su suegro, le sacó de Pila, y que si casó con su hija fué por temor y fuerza. Eu la duquesa de Bretaña no

tuvo mas que dos hijas; la mayor fué Claudia, que casó con Francisco, su sucesor; la menor, Renata, casó con el duque de Ferrara y vivió muchos años en Francia viuda, grande favorecedora de la secta de Calvino. Antes que falleciese el rey Carlos de Francia se trataba muy de veras que César Borgia renunciase el capelo y estado eclesiástico; nueva y extraña resolucion encaminada para revolver á Italia y escandalizar á todo el mundo. Venia bien aquel Rey en ello como mozo, y con deseo de granjear al Papa le ofrecía estado en Francia, y aun se movió plática de sacar de la Iglesia el condado de Aviñon para dársele. Juntamente prometia de casaHe con Carlota, hija del rey don Fadrique de Nápoles, y de su primera mujer, que la tenia á la sazon en Francia. El padre de la doncella, avisado desto, no quiso venir en deudo que tan mal le estaba, mayormente que pretendian le diese en dote el principado de Taranto, con intento, á lo que se entendia, de apoderarse de todo el reino de Nápoles. El duque de Milan y el cardenal Ascanio, su hermano, hacian grande instancia sobre ello con aquel Rey; decian que debia contentar al Papa por que no tuviesen ocasion de hacer que los franceses otra vez volviesen á Italia, que seria sin duda su total ruina, como al fin lo fué. El rey Católico no aprobaba estos intentos, si bien se le dió intencion que proveeria á su voluntad las iglesias de Pamplona y Valencia, que tenia en su cabeza el dicho César Borgia. La primera le proveyó el Papa Inocencio VIII, como queda tocado; y la segunda el mismo Alejandro se la traspasó luego que salió con el Pontificado. Todo el mundo se escandalizaba que se intentase una cosa tan fea, especial que pocos años antes en tiempo de Inocencio no quisieron dar licencia al cardenal de Aleria para que, renunciado el capelo, se metiese fraile, y agora pretendian se diese á un cardenal de órden sacro libertad para casarse. A la verdad la disolucion de la corte romana era tan grande, que daba lugar á todo desórden y ocasion á los que tenian celo de pensar y aun hablar mal. Así Jerónimo Savanarola, fraile de Santo Domingo, y que tuvo gran parte en el gobierno de la ciudad de Florencia los años pasados, por la grande libertad con que mucho tiempo predicó contra los desórdenes del Pontifice, por su mandado fué con dos compañeros quemado públicamente en la plaza de aquella ciudad el mismo domingo de Ramos, que fué otro dia despues que falleció el rey de Francia; si con razon ó á tuerto, aun entonces no se pudo del todo averiguar. Muchos hasta el dia de hoy en Florencia le tienen por mártir, y otros condenan su atrevimiento, cuyo pare'cer tengo por mas acertado. Basta que, no solo en Florencia pasó esto, sino en sus propias barbas del Pontífice el embajador del rey Católico Garci Laso reprehendió en presencia del Papa aquellos desórdenes, y le requirió con una carta de su Rey sobre el caso los reformase. Mas ¿qué presta querer sanar á quien Dios desampara y por sus justos juicios le dà en presa de sus apetitos desordenados? El Papa se alteró grandemente de aquellas amonestaciones, sin que se sacase otro fruto; antes poco despues el mismo cardenal César Borgia en público consistorio propuso que por fuerza tomó el órden de diácono y suplicó dispensasen con él y acep

tasen la renunciacion que hacia del capelo y de las iglesias y beneficios que tenia. Muchos de los cardenales eran de parecer que fuera muy justo, po por via de renunciacion, que era muy honrosa, condescender con él, sino privalle por sentencia de aquellas dignidades, quier fuese por la mala entrada que tuvo cuando se le dió el capelo, quier por su mala vida y notorias deshonestidades, que aun para lego eran muy grandes, como solia decir el embajador de España. Ninguno empero se atrevió á chistar por la fuerza del Pontifice y por los tiempos tan miserables. Finalmente, aquella renunciacion se aceptó por el Colegio, y el nuevo rey de Francia le dió en el Delfinado el condado de Valencia con título de duque; estado que en un tiempo fué de la Iglesia romana y está cerca de Aviñon, y de años atrás le poseian los reyes de Francia. Desta Valencia se llamó adelante el duque Valentin, como de la de España se llamaba antes el cardenal de Valencia. Con esto y con intencion que todavía le daban de casalle con la hija del rey don Fadrique, mudado el hábito, aunque no mejorado en costumbres, se partió para Francia, dado que lo del casamiento salió incierto á causa que la doncella nunca quiso veuir en él; de que estuvo muy despechado y á punto de salirse de aquella corte. Al fin le aplacaron con dalle en trueco por mujer á Carlota de Fox, hija del señor de Labrit y hermana del Rey de Navarra, con buen dote y acostamiento que le señalaron, sin otras ventajas que le hicieron. Deste matrimonio dejó una hija, que los años adelante, por muerte de su padre, quedó en poder del rey de Navarra, su tio. Este mismo año el Gran Capitan al fin del verano en una armada que juntó en Nápoles se hizo á la vela para volver á España; gran gloria de nuestra nacion por su mucho valor y grandes victorias que ganó hasta dejar aquel reino allauado y compuestas todas sus revueltas.

CAPITULO III.

De la muerte de la princesa doña Isabel.

Luego que falleció el príncipe don Juan, los reyes, sus padres, entraron en gran cuidado de asegurar la sucesion destos reinos, como cosa en que tanto iba. Entretenialos la prenez de la princesa Margarita para ver en qué paraba; aumentóseles el dolor y el cuidado cuando en Alcalá de Henares, donde tuvieron el invierno, malparió una hija. Con esto avisaron al rey de Portugal del derecho que por razon de su mujer tenia á la sucesion destos reinos, y le instaron viniese luego con ella á Castilla para ser jurados, como era de costumbre. Juntamente porque el Archiduque y su mujer se intitulaban príncipes de Castilla, sin que se sepa con qué fundamento, les avisaron desistiesen de aquella pretension y apellido, pues conforme á las leyes destos reinos, solo pertenece aquel título al hijo 6 hija mayor y herederos de los reyes. Entraron pues los reyes de Portugal en Castilla por Badajoz, do los esperaban los duques de Medina Sidonia y Alba con otros muchos señores. De allí fueron á tener la semana Santa en Guadalupe, y entraron en Toledo á 26 de abril, do los esperaban los Reyes Católicos, y por su órden el domingo luego siguiente, que fué á los 29, los juraron con las

ceremonias y homenajes que se acostumbran en semejante caso. Lo de Aragon no parecia tan llano á causa que el infante don Enrique, duque de Segorve, era vivo, y pretendia que, conforme á las leyes de Aragon, no podia entrar mujer en aquella corona, y por el consiguiente él y su hijo don Alonso eran los que tenian derecho á la sucesion como nieto y bisnieto que eran del rey don Fernando de Aragon por via de varon, es á saber, por su padre, que fué del mismo nombre que él, y uno de los que en Castilla llamaron infantes de Aragon. Para prevenir esta y otras dificultades y allanar las voluntades de todos, los Reyes Católicos y los de Portugal fueron á Zaragoza con toda brevedad. Allí, á 14 del mes de junio, se hizo la proposicion, y el rey Católico declaró la obligacion y necesidad que corria de jurar á los reyes, sus hijos, por príncipes de Aragon. Hobo sobre esto grande alteracion, ca los aragoneses pretendian que nunca en aquel reino mujer fué jurada por princesa; antes que por la disposicion de muchos reyes no debian ser admitidas á la sucesion; que si bien en esto se hallaba diversidad, por lo menos por el testamento del rey don Juan el postrero constaba que las hijas y nietas no debian ser admitidas á la corona, sino en caso que su hijo, que fué el rey don Fernando, muriese sin dejar nietos, aunque fuesen por via de mujer; y que pues no se sabia lo que Dios haria en este caso, no se debian apresurar, sino aguardar la disposicion divina. Particularmente ponian dificultad en jurar por príncipe al rey de Portugal por los inconvenientes que en Navarra resultaron de hacerse lo mismo con el rey don Juan, por estar casado con doña Blanca, heredera y infanta de aquel reino. Otros eran de contrario parecer, y pretendian que las mujeres podian heredar aquella corona, de que era bastante ejemplo la reina doña Petronila, hija de don Ramiro el Monje, junto con el testamento del rey don Alonso, su hijo, en que se hizo ley perpetua sobre este punto y se admitieron las mujeres á la sucesion. Entre los demás, un famoso jurista aragonés, por nombre Gonzalo García de Santa María, escribió un tratado en esta sustancia, y le presentó al rey don Fernando. En estas altercaciones se gestaba tiempo; la reina doña Isabel lo llevaba con tanta impaciencia, que un dia se dejó decir seria mas honesto conquistar aquel reino que aguardar sus Cortes y sufrir sus desacatos. Hallóse presente á estas palabras Alonso de Fonseca; replicó con libertad: «No tengo yo, señora, que los aragoneses hagan mal en mirar por sus privilegios y procurar de mantenerse en la libertad que sus mayores les dejaron; antes como son considerados en lo que deben jurar, así son en guardar lo que juran constantes, y en el servicio de sus reyes muy leales; que como es esta la primera vez que juran hija de rey por princesa, no es maravilla si reparan algun tanto y se recelan de introducir cosa que para adelante les pueda perjudicar. » Fué nuestro Señor servido que la Princesa, á los 23 de agosto, dia juéves, parió un hijo, que llamaron don Miguel, y del parto murió ella dentro de una hora; que fué alegría mezclada con mucho acíbar. El arzobispo de Toledo, que acompañó á los reyes en esta jornada, se halló presente al parto y á la muerte, y con muy prudentes razones la confortó

en aquel aprieto. Luego el Rey, su marido, se partió para su reino. El cuerpo de la Princesa se depositó en San Francisco, y de allí le llevaron á Toledo y sepultaron en Santa Isabel, monasterio de monjas fundado por el Rey, su padre, en unas casas que fueron de su abuela materna. Hechas las exequias de la Princesa, se volvió á lo del juramento, y sin dificultad, sea por la compasion que tuvieron al Rey, sea porque las objeciones propuestas cesaban en gran parte, á los 22 de setiembre juraron todos los estados aquel niño por principe de Aragon, entre tanto que el rey Católico no tuviese hijos varones; que en tal caso daban desde entonces aquel juramento por ninguno y de ningun valor y efecto; poco despues le juraron asimismo en Ocaña por príncipe de Castilla. Antes que el rey Católico partiese para Zaragoza despachó á don Alonso de Silva, clavero de Calatrava, para dar el parabien al nuevo rey de Francia, y para que, junto con los demás embajadores que allí tenia, apretase lo de la concordia, en que se dieron tan buena maña, que en breve la asentaron. Lo mismo hizo el Archiduque por su parte, que sin comunicallo con su suegro y padre, hizo sus capitulaciones y acuerdos con aquel Rey. Mucho ayudó para concluir estos conciertos Luis de Amboesa, arzobispo de Ruan, por la gran cabida que tenia con el rey de Francia. El Papa por el mes de setiembre le hizo cardenal por contemplacion de aquel Rey, que mucho deseaba, compuestas las demás cosas, pasar á Italia, por el derecho que pretendia tener al ducado de Milan principalmente y tambien al reino de Nápoles. Desde Zaragoza otrosí envió el Rey á don Iñigo de Córdoba, hermano del conde de Cabra, y al doctor Filipe Ponce, para que requiriesen al Papa restituyese á la Iglesia la ciudad de Benevento y reformase los abusos de aquella corte y la disolucion de su casa, que era grande. El rey de Portugal, vuelto á su reino, á persuasion de su suegro, despachó á Roma para el mismo efecto á don Rodrigo de Castro y don Enrique Coutiño. Hicieron ellos, llegados á Roma, sus diligencias y sus requerimientos segun el órden que llevaban, y llegaron á término, que en cierto auto el mismo Garci Laso hizo oficio de notario apostólico para testificar el instrumento y dar fe de lo protestado. El Papa se sintió mucho desto, y amenazó de castigar aquella insolencia; pero en fin respondió que Benevento, si bien tenia el consentimiento del consistorio para dalle al duque de Gandía, no le tenía enajenado ni lo queria hacer. Cuanto á la reformacion de su casa, aunque se mostró áspero en la respuesta, dentro de pocos dias con cierta ocasion salieron del sacro palacio y de Roma, á lo que se entendió por órden del Papa, el príncipe de Esquilache y su hermana Lucrecia con su mujer y marido, que eran tambien hermanos, es á saber, hijos del rey don Alonso de Nápoles; y su disolucion y la de César Borgia era lo que mucho al pueblo escandalizaba. Fué tanto el odio que el Papa concibió contra Garci Laso por estas libertades, que hobo de salirse de Roma; y aun los embajadores de Portugal se partieron poco adelante al principio del año 1499 de aquella corte con disgusto asaz de lo poco que allí negociaron. Los del rey Católico se entretuvieron algun tanto hasta que llegase Lo

renzo Suarez de Figueroa, que venia nombrado en lugar de su hermano Garci Laso para hacer allí el oficio de embajador, como en Venecia le hacia con mucha satisfaccion por su mucho valor y conocida prudencia.

CAPITULO IV.

Que Ludovico, duque de Milan, fué despojado de aquel estado. Muchos y graves cuidados cercaban al rey Católico por todas partes. Lo de Italia corria gran peligro por las pretensiones tan viejas, y á su parecer tan fundadas, que tenia el rey de Francia. Soplábanle por una parte el Pontífice de secreto con intento de satisfacerse del rey don Fadrique, que le tenia ofendido, y de aumentar y engrandecer los de su casa, en particular al duque Valentin. Por otra al descubierto los venecianos, resabiados grandemente contra el duque de Milan, primero compañero en la defensa de Pisa, y despues contra ella amigo de florentines y fautor suyo, hicieron liga con el dicho Rey, y se obligaron de ayudalle con mil y docientos hombres de armas y seis mil suizos ó alemanes contra el duque de Milan. El Rey ofreció de dalles á Cremona y la Geradada, pueblos principales de aquel estado. El Duque, visto el peligro que sus cosas corrian y la poca ayuda que entre cristianos podia tener, acudió al gran Turco, y negoció con él que con su armada hiciese daño en tierras de venecianos; cosa que puso en cuidado á toda la cristiandad, y al Duque hizo muy odioso. Sucedió en el mismo tiempo que Antonelo, príncipe de Salerno, falleció en el estado del duque de Urbino, que era su deudo. Sucedióle en el título y pretension de aquel estado y en el odio contra la casa de Aragon Roberto, su hijo. En España por el mes de julio en Zaragoza se cometió cierto insulto contra Gonzalo García de Santa María, letrado insigne. No se pudo averiguar quién lo hizo, dado que todos cargaban al vizconde de Ebol por grandes conjeturas que resultaban. Demás desto los reyes de Navarra movieron una nueva demanda al rey Católico. Fué así, que cuando se vieron cerca de Bayona, Luis XI, rey de Francia, y Enrique el Cuarto, rey de Castilla, el Francés, como juez árbitro nombrado por las partes para componer ciertas diferencias que andaban entre los reyes de Castilla y Navarra, por su sentencia mandó que por los gastos que en defensa de don Cárlos, príncipe de Viana, hizo el de Castilla y su padre el rey don Juan, á la paga de los cuales se obligó el dicho príncipe don Carlos, se diese al rey de Castilla la ciudad de Estella con toda su merindad. Verdad es que la ciudad nunca se entregó, y otros lugares se recobraron por los navarros; solo quedaron por Castilla los Arcos, y la Guàrdia y San Vicente. Estos pretendian aquellos reyes se los entregasen por razones que para ello alegaban, es á saber, que la sentencia fué en sí ninguna, y que el rey Católico los años pasados dió intencion de restituir aquellas plazas. Temíase algun rompimiento por la parte de Francia con aquella ocasion; pero el Francés con la pretension de Italia no tenia lugar de entrar en otras contiendas, ca por el mismo tiempo un grueso ejército de Francia pasó los Alpes, y llegó á la ciudad de Aste, que de años atrás era de los duques de Orliens; dióla á Cár

los, duque de Orliens, el duque de Milan Filipe, su tio, porque le ayudase en la guerra con que al fin de su vida venecianos le trabajaron. Desde allí por el mes de agosto del año 1499 salieron á hacer la guerra aquellas gentes, y por generales el señor de Aubeni y Juan Jacobo Trivulcio; todo lo hallaron fácil, y en pocos dias se apoderaron de Alejandría y de Pavía y Placencia con otros muchos lugares. Por otra parte, los venecianos no con menos prosperidad hacian la guerra; tomaron á Cremona y la Geradada y á Lodi y todo lo que del ducado de Milan por aquella parte caia. Con esto el comun de Milan se alborotó, tocaron al arma, y el pueblo comenzó á apellidar el nombre de Francia. El Duque por no poder mas se retiró al castillo; desde allí envió con su vicechauciller y el Cardenal, su hermano, sus hijos y tesoros á Alemaña, y poco despues, á 2 de setiembre, de noche, sin dar parte á su gente, él mismo los siguió, que parece le faltó el entendimiento y traza en todo. Iban en su compañía el cardenal de Este y Galeazo de Sanseverino, general de sus gentes. Tras esto, á 6 de setiembre se entregó Génova al vencedor sin ponerse en resistencia. Acudió el rey de Francia desde Leon, do se quedó, á gozar de la victoria y componer las cosas de Italia. Hízole compañía el duque Valentin, al cual para la guerra que pretendia hacer en la Romaña ofreció ayudar con trecientas lanzas á su costa, debajo la conducta de monsieur de Alegre, y cuatro mil suizos, al sueldo del Papa. Concertó asimismo de ayudar á los florentines para recobrar á Pisa. Concluida aquella empresa de Milan tan á voluntad del Francés, luego puso la mira en conquistar el reino de Nápoles, empresa á que demás de estar de suyo muy inclinado, el Papa mucho le animaba, dado que para rehacerse de fuerzas primero quiso dar la vuelta á Francia. Dejó en Génova por gobernador á Filipe Ravestain, y en Milan á Juan Jacobo Trivulcio. Llevó consigo al hijo de Juan Galeazo, verdadero duque de Milan, que se llamó Francisco, y hecho clérigo, los años adelante murió en Borgoña de la caida de un caballo, en que andaba á caza. El rey Católico procuraba con todas sus fuerzas estorbar las guerras de Italia, y ofrecia al Francés cualquier buen partido de parte del rey don Fadrique; y como quier que no bastase diligencia alguna, se resolvió de volver á las pláticas que los años pasados se movieron por parte de Francia, es á saber, que pues el rey don Fadrique por la bastardía de su padre no tenia derecho á aquel reino, los dos reyes de España y Francia se concertasen y le conquistasen y repartiesen entre sí. Estaba el rey Católico en Granada en sazon que por el mismo tiempo su hermana la reina de Nápoles doña Juana, que venia de Italia, le halló allí, y la princesa doùa Margarita partió para su tierra y pasó por Francia; acompañóla hasta la raya de España don Alonso de Fonseca, arzobispo de Santiago. Desde allí despachó el Rey un contino de su casa con instruccion que junto con Miguel Juan Gralla, su embajador á la sazon en Francia, moviesen como de suyo esta plática. Hízose así, y el cardenal de Ruan, que podia mucho con aquel Rey, la oyó de muy buena gana. Monsieur de Clarius, que podia tambien mucho, terció bien en todo con intencion que se le dió de entregalle á Cotron en Calabria,

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