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su persona á quien quiera que fuese. Replicó el Rey: El rey de España no ha de ser mas que yo. Gralla respondió: Ni vos mas que el Rey, mi señor. La verdad es que el rey Católico se mostró inclinado á la paz,.yescribió á su general que por todas vias la procurase; que en esto le haria mas servicio que si con guerra le diese conquistado todo el reino. El primer principio que se dió para venir descubiertamente á las manos, fuera de otras cosas menudas, fué cuando el señor de Alegre, que se intitulaba lugarteniente de Capitinata, entró con gente de guerra para desbaratar el cerco que los españoles tenian sobre Manfredonia, como queda apuntado; y no contentos con esto, en el tiempo que el Gran Capitan se ocupaba en lo de Taranto se apoderaron de la ciudad de Troya, en la Capitinata, y de otras plazas ; que si bien los requirieron las restituyesen y no contraviniesen á lo concertado, no hicieron caso. Antes que se pasase mas adelante acordaron los dos generales de venir á habla. Para esto el Gran Capitan, compuestas que tuvo las cosas de Taranto, vino á Atela, el duque de Nemurs á Melfi, pueblos de la Basilicata. Está en medio del camino una ermita de San Antonio; allí acordaron de verse. Llevaron el uno y el otro sus letrados que alegasen del derecho de cada una de las partes. Los franceses decian que la parte de España rentaba setenta mil ducados mas que la de Francia, y que era justo, conforme á lo acordado, hobiese recompensa. Los españoles replicaban que debian aute todas cosas ser restituidos en la Capitinata, de que á tuerto los despojaran, y que hecho esto, serian contentos de cumplir con lo demás que tenian asentado. Despidiéronse sin concluir nada, dado que entre los generales hobo toda muestra de amor y todo género de cumplimiento. Visto que ningunas diligencias eran bastantes para acordarse, determinaron encomendarse á sus manos. Escribieron á sus reyes esta resolucion, hicieron instancia cada cual de las partes para prevenirse de socorros, de gente y de dineros. Junto con esto, el Gran Capitan, por la falta que padecia de mantenimientos, repartió parte de sus gentes por las tierras del Principado. El capitan Escalada con su compañía llegó al lugar de Tripalda; echó algunos franceses que allí alojaban, y se apoderó de aquella villa, que está treinta millas de Nápoles. Otros capitanes españoles se apoderaron al tanto de otras plazas por aquella comarca. Esto tuvieron los franceses por gran befa, tanto, que llegó á óidos del rey de Francia, y mandó embargar todos los bienes que los españoles tenian en aquel su reino; resolucion que parecia muy nueva y exorbitante, que sin pregonar la guerra ni dar término á los españoles para salirse de Francia, les quitasen sus bienes y mercadurías. El rey Católico hacia todavía instancia que los suyos se concertasen, aunque fuese necesario dejar á los franceses lo que tenian en la Capitinata, que era la mayor parte. Tornaron pues los generales á juntarse de nuevo en aquella ermita de San Antonio, nombraron personas que hiciesen el repartimiento de nuevo, de manera que los franceses mostraban contentarse, ca entraban en division el Principado, Basilicata y Capitinata, que era todo lo que podian desear. Mientras este repartimiento se hacia, los france

ses reforzaron su campo de mil suizos y docientas lanzas que les vinieron de Francia, junto con cantidad de dineros para paga y socorro de la gente; crecióles con tanto el brio. Acordaron con este socorro de romper la guerra de nuevo; apoderáronse de Venosa, éd que estaba el capitan Pedró Navarró, que á instancia de sus soldados rindió aquella plaza á partido; tomaron, á Cuarata, que se la entregó Camillo Caraciolo; el uno y el otro pueblo están á doce millas de Barleta, do á la sazon se hallaba el Gran Capitan con la mayor parte de su gente. En el mismo tiempo se rebeló Viseli, pueblo del principado de Altamura. Acudieron los españoles á recobralle con las galeras; pero ya que le habian entrado por fuerza, fueron rebatidos por los franceses que sobrevinieron en defensa de aquel lugar. El estío en esta sazon iba muy adelante, y el campo francés en Cuarata padecia falta de agua y de mantenimientos, ca nuestra caballería les tomaba los pasos por donde les venian. Acordaron salir dende, y por la via que antes llevaran volvieron á ponerse á la ribera del rio Ofanto. Allí, por estar muy cerca de Barleta, á los últimos de agosto el Gran Capitan con su gente muy en órden les presentó la batalla. Como no saliesen á ella, antes continuasen su camino la vuelta de Melfi, algunos capitanes de caballos les fueron picando en la retaguardia de manera, que les mataron alguna gente y les tomaron buena parte del fardaje y parte de la recámara del duque de Nemurs y señor de Aubeni, caudillos principales de aquel campo. Esperaban los franceses otros mil suizos que eran llegados á Nápoles y cuatrocientas lanzas que llegaran á Florencia, y hasta su venida no se querian aventurar. El Gran Capitan para prevenirse hacia instancia con el Rey le enviase con su armada gente y dineros, en particular pedia cuatrocientos jinetes y dos mil gallegos y asturianos. Al embajador don Juan Manuel avisó en todo caso le encaminase dos mil alemanes para mezclallos con los españoles; y para recebillos y encaminallos por el mar Adriático envió á Ancona á micer Malferit. El rey Católico no se descuidaba; antes mandó aprestar una armada y por su general á Bernardo de Vilamarin, para que llevase dineros y gente, en particular docientos hombres de ármas y otros tantos jinetes en algunas galeras, de las cuales le nombró por almirante. Por otra parte, persuadia al César hiciese la guerra en Italia á que tenia tanto derecho, y pusiese en posesion de Milan uno de los hijos del Duque despojado, que andaban desterrados y pobres en su corte. Venia otrosi en que pusiese en Florencia al duque Valentin para que tuviese aquel estado por el imperio con título de rey; esto por tener al Papa de su parte, qué sumamente lo deseaba, con quien el rey Católico pretendia por medio de su embajador aliarse.

CAPITULO XIV.

Que el Archiduque partió para Flandes.

Entretúvose el rey Católico algunos dias en Toledo para festejar á los príncipes, sus hijos, que dejó allí con la Reina, y él con intento de allanar los aragoneses, partió la via de Zaragoza á los 8 del mes de julio. Tenia convocadas Cortes de los aragoneses para los 19

del mismo mes; desde el camino envió prorogacion | dellas. Hallábase en Zaragoza por principio del mes de setiembre. Allí, por la priesa que el Gran Capitan daba por la armada, dió órden que se acabase de aprestar otra de nuevo á toda diligeneia, y que con parte della partiese Manuel de Benavides, y en su compañía cuatrocientas lanzas, por mitad hombres de armas y jine tes, y trecientos infantes. Poco adelante mandó que con el resto de la armada partiese Luis Portocarrero, señor de Palma, caballero que mucho sirvió en toda la guerra de Granada, para que con igual poder al Gran Capitan ayudase en aquella guerra. Fueron en su compañía en aquella jornada trécientos hombres de armas y cuatrocientos jinetes y tres mil infantes. Todo fué necesario por el mucho aprieto en que las cosas estaban en aquel reino, especial en Calabria. Junto con esto trató el Rey de ligarse con venecianos, que mostraban inclinarse mucho á ello. Para mejor expedicion deste particular tornó á enviar á Lorenzo Suarez de Figueroa á Venecia para que lo concluyese y ofreciese á aquella señoría de su parte ayuda para lo de Milan ó del Abruzo, provincias de que mucho deseaban apoderarse. Hízose la proposicion de Cortes en Zaragoza el dia señalado. Pidió el Rey que pues el príncipe don Miguel era muerto, jurasen por príncipes á la archiduquesa doña Juana, como hija mayor suya, y á su marido. Asimismo pedia le sirviesen para la guerra de Nápoles, pues era tan propia de aquella corona. Vinieron los aragoneses fácilmente en lo que se les proponia. Entré tanto que se trataba de la ayuda para la guerra, proveyó el Rey que los príncipes apresurasen su venida, que aun no eran llegados. Fueron recebidos con mucha alegría, y á los 27 dias de octubre les hicieron el homenaje con las ceremonias y prevenciones que los aragoneses acostumbran. Así la princesa doña Juana fué la primera mujer que en Aragon hasta entonces se juró por heredera, ca la reina doŭa Petronila no fué jurada por princesa, ni entonces se usaba, sino recebida por reina. Partióse poco despues el Archiduque para Madrid, y trás él la Princesa; hízola el Rey compañía. Para presidir en las Cortes de Aragon hasta que se concluyesen, nombró á su hermana la reina de Nápoles, la cual de meses atrás publicó querer pasar á Italia, y con este intento se partió de Granada, donde á la sazon residian los reyes. Acordaron que todo el tiempo que en Aragon se detuviese fuese gobernadora de aquel reino como antes lo era don Alonso de Aragon, arzobispo de Zaragoza, hijo del rey Católico. El Archiduque de mala gana se detenia en España; y de peor sus cortesanos, por los cuales se dejaba gobernar, en especial por el arzobispo de Besanzon que le hizo compañía en este viaje, y falleció en España los dias pasados, y por el señor de Vere, personas de aficion muy franceses. Tomó color pará partirse que Flandes quedó á su partida desapercebida de gente; que por causa del rompimiento entre España y Francia podria recebir algun daño si él no asistiese. Procuraron los reyes apartalle deste propósito, mayormente que la Princesa se ballaba muy preñada. No bastó diligencia alguna ni para detenelle ni para que no pasase por Francia en tiempo tan revuelto. Decia él que seria parte con aquel

Rey para que se viniese á concordia, de que por el mismo tiempo habia dado intencion y propuesto se restituyese el rey don Fadrique en su reino con ciertas condiciones y tributo que queria le pagase; donde no, que los dos reyes renunciasen sus partes, el Católico en su nieto don Carlos, y el de Francia en su hija Claudia, para que le llevase en dote y se efectuase el casamiento entre los dos como lo tenian concertado. Todo esto pareció entretenimiento, y á propósito para descuidar al rey Católico y tomar á sus capitanes desapercebidos. En conclusion, el Archiduque partió de Madrid, donde dejó con sus padres á la Princesa; tomó el camino de Aragon y de Cataluña y por la villa de Perpiñan. Vínole allí el salvoconducto del rey Ludovico, con que entró en Francia, y siguió su camino hasta Leon, en que á la sazon se hallaba el rey de Francia y el cardenal de Ruan, legado del Papa; pero esto fué al fin deste año y principio del siguiente. Volvamos á la guerra de Núpoles.

CAPITULO XV.

Si fuera conveniente que el rey Católico pasara á Italia, Continuabase en esta sazon la guerra en el reino do Nápoles, y el fuego se emprendia por todas partes. La mayor fuerza cargaba en lo de la Pulla y en Calabria. Los principes de Salerno y de Bisiñano y Rosano y el conde de Melito estaban en aquella parte muy declarados por Francia. Acordaron los franceses de acudir á aquella provincia con mas fuerzas; para esto que en la Capitinata quedase el señor de Alegre con trecientas lanzas, en tierra de Bari monsieur de la Paliza con otras trecientas y mil soldados; para guarda de la Basilicata nombraron á Luis de Arsi con cuatrocientas lanzas y alguna gente de á pié. El duque de Nemurs pretendia ir á Calabria con docientas lanzas y mil infantes, y que monsieur de Aubeni quedase en Espinazola con toda la demás gente á veinte y cuatro millas de Barleta. Porfió el de Aubeni que le consignasen lo de Calabria, ca pretendía el ducado de Terranova, de que hiciera merced el rey Católico al Gran Capitan. Por esta porfía concertaron que ambos se enderezasen lácia la parte de Calabria. Con todo, el de Aubeni fué primero á la tierra de Bari con ciento cincuenta lanzas y mil infantes. El de Nemurs, dado que publicaba ir á Calabria, revolvió la via de Taranto. Tomó de camino á Matera y Castellaneta, pueblos de poca defensa; y desbarató al conde de Matera y al obispo de Mazara que halló en Matera con alguna gente. Con esto se puso sobre Taranto, do pensó hallar al duque de Calabria, que nueve dias antes de su llegada era ya partido para Sicilia. Salieron algunas compañías de españoles que alojaban en aquella ciudad, cargaron con tal denuedo y dieron sobre las estancias de los contrarios, que los forzaron a levantar con vergüenza el campo y pasalle á una casa fuerte, distante á veinte y dos millas de Taranto, y esto con intento de revolver sobre el territorio de Bari y allí juntarse con el de Aubeni y apoderarse de Bitonto ó encaminarse á Calabria. Sucedió que los franceses que alojaban en la Basilicata, que era el mayor golpe del campo fraucés, enviaron á Barleta un trompeta enderezado á

hombre que quiere emprender alguna cosa grande debe hacer balanzo de lo que en aquella pretension se puede ganar, con lo que se aventura á perder. Porque como no acometer empresas dificultosas es de bajo corazon, así es temeridad por las de poco momento poner á riesgo lo que es mas. En este negocio si miro la reputacion, que importa mucho conservar, veo que será mayor si vuestros capitanes salen con la victoria, y si se pierde, menos daño que ellos sean vencidos que su señor. Principalmente que la guerra podrá estar con- . cluida cuando lleguemos allá, que forzaria á dar la vuelta con mengua y sin hacer nada; pues si por los nuestros estuviese la victoria, será suya la honra, y nuestro trabajo en balde; y si fuesen vencidos, ¿qué fuerzas bastarán á comenzar de nuevo el pleito aunque se hallasen juntas todas las de España? Las potencias de Italia están á la mira, inclinadas á seguir el partido de España; si se persuaden hay flaqueza de nuestra parte y que no bastan las fuerzas, sino que es necesaria la presencia del Rey, podrán tomar otro camino. Yo no soy de parecer que los príncipes pasen en ociosidad su vida; pero tampoco deben poner á peligrò sus personas en casos no necesarios. ¿Quién no ve los peligros del mar en navegacion tan larga? Quién no mira cuán grande es por la mar el poder de ginoveses y cuán pujantes están, en especial si con ellos se juntan las armadas de Francia, como se puede temer para hacer rostro á las nuestras? Quién será de parecer que la vida y salud del Rey se aventure en el trance de una batalla naval, donde tanta fuerza tiene la ventura y tan poco el valor? Como se puede considerar en vuestro tio el rey don Alonso cuando fué vencido y preso con sus hermanos por pocas naves de Génova. No digo nada del desgusto de los grandes que podrán alterar el reino si se ausenta el que los enfrena y tiene á raya. Cuando todo lo demás cesase, ¿cómo podréís dejar á la Reina, que está doliente y sentirá á par de muerte semejante viaje? Si algunos reyes de Aragon pasaron el mar, los tiempos y ocasiones eran diferentes, y no siempre nuestros mayores en sus hechos acertaron.. Que deseeis vestir arnés y hallaros en la guerra, no me maravillo, pues os criastes en ella desde vuestra niñez; pero mi parecer es

don Diego de Mendoza, con un cartel en què once caballeros franceses desafiaban otros tantos españoles para hacer con ellos el dia siguiente á hora de nona campo. Señalaron lugar entre Barleta y Viseli y aseguráronle. Ponian por condicion que los vencidos quedasen por prisioneros de los vencedores. Aceptó el desafío el Gran Capitan, si bien el término era muy breve. Escogiéronse los once, y entre los demás el muy famoso Diego García de Paredes, que, como muy valiente que era, sirvió en esta guerra muy bien, y al principio della pasó en Calabria por coronel de seiscientos soldados. El dia siguiente luego por la mañana se pusieron en órden. El Gran Capitan para animallos delante Fabricio y Próspero Colona y el duque de Termens y otros muchos caballeros les habló en esta manera: «La primera cosa que en el hecho de las armas deben los caballeros hacer es justificar su querella. Desta no hay que dudar, sino que la justicia de nuestros reyes es muy clara, y que por el consiguiente será muy cierta la victoria. Concertaos por tanto muy bien y ayudaos en el pelear como lo sabeis hacer, y acordaos que en el trance desta pelea se aventura la reputacion y honra de nuestra patria, el servicio de nuestros reyes y el bien y alegría de todos los que aquí estamos, títulos que cada cual dellos obliga al buen soldado á posponer la vida y derramar por ellos la sangre. Que si no es con la victoria, ¿con qué rostro volveréis, soldados? ¿Quién os mirará á la cara?» A estas palabras respondieron todos que estaban prestos á perder las vidas antes que faltar al deber. Salieron con cuatro trompetas y sendos pajes. Entraron en la liza una hora antes que los contrarios. El combate fué muy bravo; el suceso que de los franceses quedó uno muerto y otro rendido y nueve heridos, y muertos otros tantos caballos. De los españoles uno rendido y dos heridos y tres caballos muertos. Llegó el combate hasta la noche; no pudieron los españoles rendir á los franceses que peleaban á pié, porque se hicieron fuertes entre los caballos muertos; así, aunque el daño que recibieron fué mayor, todos salieron del palenque por buenos, de que el Gran Capitan mostró mucho descontento, que pretendia salieran del campo los españoles mas honrados y no desistieran hasta tantoque á todos los contrarios tuvieran rendidos y quedara por ellos el campo. A esta sazon el rey de Francia para dar mas calor á aquella guerra y acudir de mas cerca á todo lo necesario, se determinó pasar en Italia puesto que se detuvo en Lombardía. Lo mismo pretendia hacer el rey Católico, y este intento flevaba cuando fué á Zaragoza á que le convidaban los ejemplos de sus antepasados los reyes de Aragon, que con su presencia en Cerdeña, Sicilia y Nápoles acabaron cosas que por sus capitanes no pudieran ó con gran dificultad. Era este negocio muy grave. Consultóse con grandes personajes. Los pareceres, como suele acontecer, eran diferentes y contrarios. El comendador mayor don Gutierre de Cárdenas, persona muy anciana y de grande experiencia, en una consulta que se tuvo sobre el caso hizo un razonamiento en presencia del Rey desta sustancia: «< Yo quisiera, señor, en negocio tan grave oir antes que hablar; pero pues soy maudado, diré lo que siento con toda verdad. Todo

si esto pretendeis la rompais por España y forceis al enemigo á volver á sus fuerzas á estas partes, traza con que enflaquecerá en lo de Nápoles y aun porná á riesgo lo de Milau. Este, señor, es mi parecer; si acertado, sean á Dios las gracias; si contra el vuestro, me-. rece perdon mi lealtad. Lo que vos determináredes eso será lo mejor y mas acertado; y si fuere de ir á Italia, yo seré el primero que con esta edad y canas os haré compañía, ca resuelto estoy de aventurar vida y hacienda antes que faltar en lo que soy obligado; mas el que es consultado, debe libremente decir lo que siente, y el que consulta oir con paciència y de buena gana al que habla. » Grande fué el aplauso que los que se hallaron presentes dieron á las razones del Comendador mayor, que parecieron muy concertadas y dignas de dersona tan avisada. Divulgóse este parecer, y un prelado, cuyo nombre no se dice, sin ser consultado sobre el caso, dió al Rey escrito un papel desta sustancia: «El atrevimiento que tomo de dar consejo sin ser lla

>>trarios. Que si todavía parece duro que el Rey se halle
»en las batallas y ponga á riesgo su vida, por lo menos -
>>podrá ir á Sicilia, visitará aquel su reino, y dará asien-
»to en sus cosas, y con mas calor se acudirá como de
>>tan cerca á la guerra de Calabria y Pulla. Esto es lo que
»yo siento en el caso presente; bien sé que mi parecer
»›no agradará á todos, mas no son peores las medicinas
>>que no dan gusto al paladar.» El voto del Obispo, aun-
que libre, pareció á muchos muy acertado, aun á los
mismos que deseaban lo contrario; y si no se confor-
maban con él, mas era por falta de voluntad que por
no aproballe. Siguióse pues el del Comendador mayor
que era mas á gusto de todos y mas recatado; en espe-
cial que se le arrimaron don Enrique Enriquez, tio del
Rey, don Alvaro de Portugal, presidente del Consejo
Real, Garci Laso de la Vega, Antonio de Fonseca y Her-
nando de la Vega, personas de grande autoridad y co-
nocida prudencia. El mismo Gran Capitan por sus car-
tas se conformaba con esto, y aun daba por muy cierta
la victoria, seguridad que en los grandes capitanes no
se suele tener por acertada. A la verdad las asonadas
de guerra que por las fronteras de Francia se mostra-
ban no daban lugar á que la persona del Rey se ausen-

»mado merece perdon; pues el negocio es comun, to»dos tenemos licencia de hablar. Si los inconvenientes »y peligros se deben considerar tan por menudo como »el Comendador mayor dicen los ha encarecido, nadie »acometerá hecho alguno que tenga dificultad. Ni el »labrador se pondrá al trabajo de la sementera, ni el pi»loto á los peligros del mar, ni el soldado embrazará las Darmas con riesgo de su vida, finalmente, nadie cum»plirá con su oficio. Esta es la miseria de los hombres, »que ninguna cosa grande da Dios ó la naturaleza á los >>mortales sino á costa de mucho afan. No hay duda sino »que el primer oficio y mas proprio de los reyes es el >>cuidado de la guerra, de juntar y gobernar sus huestes, »sea para defenderse, sea para acometer cuando es ne»cesario; y nadie puede negar sino que esto se hace me»jor en presencia del Rey que por otro, sea quien fuere. »Acúdenle sus vasallos y acompáñanle; los pequeños, >>los medianos y los mayores tienen por cosa vergon»zosa quedarse en casa cuando su cabeza y su Rey se »pone al trabajo. Nadie se desdeña de seguille, como »quier que muchos tengan por afrenta ser gobernados »por los que son menos que ellos. El ejemplo está en la »mano. ¿Cuál de fos grandes, decidme, es ido á la guer»ra de Napoles con tener el general partes tan aventa»jadas en todo? Fuera desto, el dinero, municiones y »todo lo demás se despacha mas en breve. Las determi »naciones en las dificultades son mas acertadas cuando Del Rey ve por sus ojos lo que pasa. Lo que viene de tan »léjos determinado y proveido tarde llega, y muchas veces fuera de sazon, por no decir que las mas veces »va errado. El amor de los soldados para con su prínci-paña iba muy de caida en Calabria. Acudió el Virey á

>>pe es la cosa mas importante en la guerra; este nace »del conocimiento, porque son como los perros, y así los »llama Platon, que halagan á los que conocen, y ladran »á los extraños. En presencia de su príncipe que los ha >>de premiar, los valientes se hacen leones, y los cobar>>des se avergüenzàn. Homero aludió á esto cuando fin»ge qué los mismos dioses se hallaban en las batallas, »y que el rey Agamenon llamaba por sus nombres á to»dos los soldados. Por cierto Alejandro y César nunca »hazañas fan grandes acabaran si quedándose en su >>regalo se encomendaran á sus capitanes. ¿Quién echó >>por el suelo la grandeza del imperio romano? ¿Los »príncipes que se contentaron de dar órden en las co»sas de la guerra desde su casa? Y por dejar cuentos »antiguos, yo creo, señor, que los moros se estuvieran »>hoy en España si vos mismo no fuérades à la con»quista de Granada. Cárlos, rey de Francia, ¿cuán en »breve allanó con su presencia todo lo de Nápoles? Su >>ausencia fué causa que se volviese á perder lo gana»do. Los trabajos no son grandes á.causa que á los re»yes, nunca falta el regalo y el servicio; y el aplauso »que todos les dan hace que se sientan menos las inco»modidades. Pues qué diré de los peligros del mar? >>¿Cuándo vimos algun rey ahogado? Por cierto muy raras Dveces. Y si el rey don Alonso quisiera excusar aque>>lla batalla naval con que nos espantan, nadie le forzara »á dalla. La mucha confianza de sí, el desprecio de los »enemigos fueron ocasion de aquel desastre, del cual »salió tan bien por el respeto que á su persona se tuvo »como á rey, que fué casi el todo para allanar sus con

tase.

CAPITULO XVI.

Que los españoles segunda vez presentaron la batalla á los franceses.

Al mismo tiempo que en Zaragoza se trataba de la jura de los príncipes archiduques, el partido de Es

Mecina, juntó la gente extranjera que pudo para socorrer á los suyos. De Roma, don Hugo y don Juan de Cardona, hermanos del conde de Golisano, dejado el cómodo que tenian muy honrado acerca del duque Valentin en la Romaña, á persuasion del embajador Francisco de Rojas llevaron á la misma ciudad docientos y cuarenta soldados, gente escogida. Luego que llegaron al puerto de Mecina, con su gente y la demás que pudieron recoger, pasaron el faro á tiempo que el conde de Melito, hermano del príncipe de Bisiñano, tomada Terranova, sitiaba el castillo y le tenia muy apretado.. Don Hugo hizo marchar la gente hácia aquella parte, y desbaratado el Conde que le salió al encuentro, hizo alzar el cerco, y aun los príncipes de Salerno y de Bisiñano, que estaban sobre Cosencia, fueron forzados', dejado aquel cerco, por reparar el daño á bajár á la llanura de Terranova. Sucedió este encuentro cuatro dias antes que Manuel de Benavides llegase con la gente que traia en quince naves al puerto de Mecina. Entre los demás capitanes vino Antonio de Leiva, soldado muy bravo y capitan muy prudente, y mas en lo de adelante. Pasaron lo mas en breve que pudieron á Calabria para juntarse con don Hugo y con los demás. Acordaron los príncipes, que se recogieron en Melito, que el Conde con setecientos suizos y algunos caballos y gente de la tierra fuese á ponerse sobre Cosencia. Llegó á alojar á la Mota de Calamera, que está tres millas de Rosano, do alojaba la mayor parte de los españoles, que amanecieron sobre aquel lugar, y como era flaco y abierto, le entraron. De los contrarios, unos fueron muertos, otros

allí á Francisco Ursino, duque de Gravina, que se fué á ver con él, junto con Pablo Ursino, Vitelocio y Oliveroto de Fermo. El Papa, avisado desto al tanto, hizo luego en Roma prender al cardenal Ursino. Todo se enderezaba á ejemplo de los coloneses, que andaban desterrados y pobres por la violencia del Papa, á destruir asimismo la casa de los Ursinos y apoderarse de sus estados, sin embargo que poco antes hiciera una estrecha confederacion con ellos. Poco despues cobró él mismo á Perosa y Civita Castelli, y aun pretendía apoderarse de las repúblicas de Sena, Luca y Pisa. Solo enfrenaba esta su codicia demasiada el temor del rey de Francia, que tenia estas ciudades debajo de su proteccion, con que podia desde Francia enviar sus gentes hasta Nápoles como por su casa sin que nadie le pusiese impedimento; dado que la guerra entre Florencia y Pisa se continuaba, y los pisanos por valerse del rey Católico pretendian poco antes deste tiempo ponerse debajo de su amparo. No quiso él por entonces tratar dello por respetos que tuvo; cuando quiso volver á la plática era pasada la coyuntura. De Portugal dos primos, Alonso y Francisco de Alburberque, con cada tres naves partieron para la India Oriental.

CAPITULO XVII.

Que el señor de la Paliza fué preso.

huyeron, algunos con el Conde se retiraron al castillo. Y porque se tuvo nueva que el señor de Aubeni con todo su poder iba en socorro del Conde, los españoles dieron la vuelta á Rosano. Por el mismo tiempo Fabricio de Gesualdo, hijo del conde de Conza y yerno del príncipe de Melfi, que era frontero de Taranto, fué á correr la tierra de aquella ciudad. Salieron contra él Luis de Herrera y Pedro Navarro, capitanes de la guarnicion en Taranto. Esperaron en cierto paso á los contrarios, en que todos fueron presos ó muertos, que no escaparon sino tres; el mismo Fabricio quedó cautivo. En lo demás de la Pulla se hacia la guerra tanto con mayor calor, que cada cual de las partes pretendia cobrar la aduana de los ganados, que es una de las mas gruesas rentas de aquel reino. Los encuentros fueron diversos, que seria largo el relatallos por menudo; el daño de los naturales muy grande. Españoles y franceses hacian presas en los ganados de la gente miserable. Por atajar estos daños acordó el duque Nemurs en Canosa, do estaba, de venir con todo su campo á romper una puente del rio Ofanto, distante cuatro millas de Barleta. Parecíale que, quitada aquella comodidad, los contrarios no podrian con tanta facilidad pasar á hacer correrías en la Pulla, en especial al tiempo que aquel rio con las lluvias coge mucha agua. Asimismo el señor de Aubeni, luego que entró en la Calabria, fué sobre los contrarios que se hallaban en Terranova. El lugar era flaco y falto de bastimentos; acordaron dejalle y por la sierra pasar á la Retromarina. Atajáronles los pasos los franceses. Así, en aquellas fraguras hicieron huir de los españoles la gente de á pié, y de los caballos prendieron hasta cincuenta, parte hombres de armas, parte jinetes, los mas de la compañía de Antonio de Leiva, que en aquella apretura peleó con mucho esfuerzo; los mas empero se retiraron á Girachi y otras fuerzas de aquella comarca. Con esta rota, que fué segundo dia de Navidad, ganó tanta reputacion el señor de Aubeni, que casi toda la Calabria se tuvo luego por él. Cuatro dias adelante el de Nemurs, como lo tenia acordado, vino con su campo sobre la puente de Ofanto, y con la artillería abatió el arco de en medio junto con una torre que á la entrada de aquella puente quedó medio derribada desde que los dias pasados pasó otra vez por allí. Tuvo el Gran Capitan aviso de la venida del duque de Nemurs. Hizo venir la gente que tenia en Andria, que era buen golpe. Tardaron algun tanto, pero en fin pudo salir á tiempo que descubrió los contrarios; mas ellos no quisieron aguardar, antes volvieron por el camino que eran idos. Envió el Gran Capitan á decir al Duque con un trompeta que ya él iba, que le aguardase. Respondió que cuando Gonzalo Fernandez estuviese tan cerca de Canosa como él llegó de Barleta, le daba la palabra de salir á dalle la batalla. A este mismo tiempo por la via de Alicante llegó á Madrid, do los reyes se hallaban, el duque de Calabria; y magüer que iba preso, el tratamiento y recibimiento que se le hizo fué como á hijo de rey. Por otra parte, el duque Valentin hacia la guerra en la Romaña con grande pujanza, ca el primer dia de enero del año de 1503 se le entregó Senagalla, que era del hijo del Prefecto, sobrino del cardenal Julian de la Ruvere. Sobre seguro prendió

El Gran Capitan en Barleta, do tenia sus gentes, so hallaba en grande aprieto, y era combatido de contrarios pensamientos. Por una parte no queria salir al cam-* po hasta tanto que asegurase su partido con la venida de los alemanes, y el socorro que de España venia, que aguardaba por horas. Por otra parte la falta de bastimentos le ponia en necesidad de desalojar el campo, y ir en busca del enemigo, que tenia su gente repartida en Monorbino, donde el general estaba, y Canosa y Ciriñola, pueblos mas proveidos de mantenimientos. En esta perplejidad siguió el camino de en medio, que fué enviar diversas compañías y escuadrones á correr la comarca, traza muy á propósito para juntamente conservar la reputacion, ejercitar su gente y entretenerse con las presas. Con esta resolucion, á 15 de enero, salió de Barleta. Envió delante al comendador Mendoza con trecientos jinetes para que corriesen la tierra hasta Labelo, distante veinte y cinco millas de alli, y que alcanzaba buena parté de la aduana. El con la demás gente se puso á cuatro millas de Monorbino para hacer rostro si los franceses saliesen contra los suyos. Arrancaron los corredores en aquella salida mas de euarenta mil ovejas. Salieron de la Ciriñola docientos hombres de armas y otros tantos archeros para juntarse con otros tantos que alojaban en Canosa y ir juntos á quitalles la presa. La gente del Gran Capitan los quiso atajar, pero con mal órden, que fué causa que se pudiesen entrar en Canosa, aunque con pérdida de alguna gente. No salió el de Nemurs, y así los nuestros se pudieron recoger con la presa que llevaban. Cuatro dias despues por aviso que tuvieron que el señor de la Paliza salia con quinientos caballos á correr lo de Barleta, salieron el Gran Capitan y don Diego de Mendoza á ponerse en dos pasos por donde los franceses forzosamente habian

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