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de pasar. Cayó el de la Paliza con su caballo al salir, que fué causa de quedarse con la mas gente; solo fué un su teniente, por nombre Mota, con setenta, parte hombres de armas, parte archeros, á hacer la correría. Cayeron en la celada, y de todos no se salvaron sino dos que no fuesen muertos ó presos. Entre los demás quedó en poder de don Diego de Mendoza Mota, teniente del Capitan. Este en pláticas que tenia se adelantó a decir mal de la nacion italiana. Volvia Iñigo Lopez de Ayala por los italianos y defendíalos con buenas razones. El Francés con el calor y porfía se arrojó á decir que si diez italianos quisiesen hacer armas con otros tantos franceses, que él seria uno dellos, y les probaria ser verdad lo que decia. Llegó esta plática á orejas de los italianos que estaban allí en servicio de España. Quejáronse al Gran Capitan, y pidieron licencia para volver por su nacion. El se la dió de buena gana. Hobo demandas y respuestas sobre asegurar el campó y sobre el número de combatientes; en fin, señalaron el campo entre Andria y Cuarata. Juntamente acordaron que de cada parte peleasen trece. Salieron á los 13 de febrero los unos y los otros, y el Gran Capitan, por lo que pudiese suceder, se puso con toda su gente cerca de Andria. Los jueces señalaron los puestos á los unos y á los otros. Hacia grande viento y ayudaba á los italianos. Pidieron los franceses que el viento se dividiesę; no se acordaron los jueces en esto. Eucontráronse con las lanzas, y dado que casi á todos los franceses se les cayeron por el gran viento, ningun caballo fué muerto ni caballero derribado. Vinieron á los estoques y hachas, en que los italianos se aventajaron tanto, que en espacio de una hora á los franceses todos echaron del campo y los rindieron; quedó uno dellos muerto, y otro muy mal herido. De los italianos uno solo quedó herido ligeramente. Con esta victoria en⚫traron aquellos caballeros aquella noche en Barleta, los doce prisioneros delante. Fué grande el contento de todos, y mas del Gran Capitan, que para mas fronrallos los hizo cenar consigo. A la misma sazon salieron de Taranto Luis de Herrera y Pedro Navarro con su gente; tomarou por trato á Castellaneta y otros muchos luga..res por aquella comarca. Ofrecíase otra empresa de mayor importancia; alojaban el señor de la Paliza, que se llamaba virey del Abruzo, y el lugarteniente del duque de Saboya en un pueblo, que se llama Rubo, diez y ocho millas distante de Barleta ; tenian pasados de quinientos soldados entre hombres de armas y archeros. Deseaba el Gran Capitan dar sobre ellos. Tuvo aviso que el duque de Nemurs iba á recobrar á Castellaneta, y que con el príncipe de Melfi quedaba en Canosa la fuerza del ejército francés, y que de nuevo otros ciento y cincuenta soldados eran idos á Rubo por asegurar mas aquella plaza. Con este aviso un miércoles, á 22 de febrero, salió al anochecer el Gran Capitan con mil caballos y tres mil infantes y algunas piezas de artillería. Con esta gente y aparato amaneció sobre Rubo. Asestaron la artillería. Los soldados, antes que el muro estuviese abatido del todo, sin órden acometieron con deseo de tomar el pueblo á escala vista. Fueron por los de dentro rebatidos, y retiráronse, aunque sin daño. Prosiguieron la batería, y derribada buena parte del

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muro, tornaron los de España á acometer. Los de dentro se defendian muy bien, y el combate fué muy sangriento; mas en fin, los de España entraron por fuerza. Murieron docientos franceses, y quedaron heridos otros muchos. El señor de la Paliza con una herida en la cabeza al salir del lugar, ca pretendia salvarse, fué preso. El teniente del duque de Saboya se retiró al castillo para defenderse hasta que llegase èl socorro; pero como se plantase la artillería para batille, se rindió á merced. Fueron asimismo presas otras personas de cuenta que hacian grande falta en el campo francés. De los vencedores murieron pocos. Don Diego de Mendo doza á la entrada fué herido en la cabeza con una piedra que le sacó de sentido; pero todo el daño quedó en el almete. Con esta victoria y con el saco se retiraron luego los nuestros porque no cargase la gente francesa, que no estaba léjos, mayormente que el de Nemurs, avisado que fué de la resolucion del Gran Capitan, sin tomar á Castellaneta dió la vuelta para juntarse con el príncipe de Melfi yacorrer á Rubò. Su venida fué tarde, por donde ni en lo uno ni en lo otro hizo algun efecto ; y desde este tiempo sus cosas comenzaron á ir de caida, en especial que un Perijuan, caballero de San Juan, provenzal de nacion, el cual con cuatro galeras y dos fustas era venido de Rodas en favor de franceses y impedia á los nuestros las vituallas y aun tomaba los bajeles que andaban desmandados por aquellas ribéras de la Pulla, fué desarmado por los nuestros. Lezcano, cabo de cuatro galeras que andaban por aquellas costas de Pulla, hombre diestro en el mar, las reforzó de remeros y puso en ellas quinientos soldados para acometer al enemigo. Fué en su busca la vuelta de Brindez; él, aunque tenia mas número de bajeles, no se atrevið á pelear, metióse en el puerto de Otranto, fiado en el amparo de venecianos. Lezcano no se curó desto; tomó primero una nao y una carabela que halló fuera del puerto con otros bajeles; con esto fué tanto el miedo de Perijuan, que sin aventurar á defenderse, de noche sacó la gente y la ropa que pudo, y echó á fondo las galeras y fustas con la artillería porque dellas no se aprovechasen los enemigos. El almirante Vilamaria se tenia en el puerto de Mecina con algunas galeras para asegurar aquella costa y acudir á la parte que fuese necesario. Para reforzarse aguardaba la venida de Luis Portocarrero. Por otra parte, pretendia el Gran Capitan viniese á surgir en algun puerto de la Pulla, porque no se detuviese en lo de Calabria, como lo hizo Manuel de Benavides, contra el órden que él tenia dado, es á saber, que fuese á juntarse con él. Este mismo órden se dió á Luis de Herrera y Pedro Navarro que guardaban á Taranto; y á Lezcano, que desarmado el contrario luego desembarcó los quinientos soldados, y al obispo de Mazara, que estaba en Galípoli, que con sus gentes acudiesen á Barleta; todo á propósito de rehacerse de fuerzas para dar la batalla de poder á poder á los franceses y de una vez concluir con aquella guerra.

CAPITULO XVIII.

Que el marqués del Vasto se declaró por España. El mismo cuidado de rehacerse de fuerzas tenia el duque de Nemurs en Canosa, tanto mas, que los espa

ñoles en diversos encuentros le mataban mucha de su gente, ca en San Juan Redondo el capitan Arriaran, que se tenia en Manfredonia, pasó á cuchillo docientos franceses; Luis de Herrera y Pedro Navarro cerca de las Grutallas mataron otros docientos y prendieron cincuenta que les tenian tomado un paso al salir de Taranto, segun que les fuera ordenado. Mas adelante estos dos capitanes y Lezcano, entre Conversano y Casamaxima desbaratáron y prendieron al marqués de Bitonto, el cual con obra de quinientos hombres de á pié y de á caballo se iba á juntar con el duque de Nemurs. Murieron en lå refriega, entre otros muchos, Juan Antonio Acuaviva, tio del Marqués, y un hijo su yo. Lo mismo sucedió al capitan Oliva, que se encontró con una compañía de franceses y los desbarató con muerte de treinta dellos. Don Diego de Mendoza dió sobre cincuenta caballos y setenta de á pié que salieron de Viseli contra los forrajeros del campo español, en cuya guarda él iba. Los caballos se retiraron á Viseli; los de á pié á una torre, en que fueron combatidos y muertos. Movido destos y otros semejantes daños el duque de Nemurs, envió á avisar al señor de Aubeni y á los príncipes de Salerno y Bisiñano que dejado el mejor órden que pudiesen en Calabria, se viniesen á juntar con él para dar la batalla á los contrarios. No obedecieron ellos por entonces á este órden por causas que para ello alegaron. El Gran Capitan tenia el mismo deseo de venir á las manos, y los unos y los otros eran forzados á aventurarse por la gran falta de bastimentos que padecian; y retirarse de los alojamientos en que estaban fuera perder reputacion, que temian que la tierra se les rebelase. Verdad es que una nave de venecianos á esta sazon llegó á Trana cargada de trigo, que vino á poder de los nuestros, y otras cinco en dos veces arribaron de Sicilia con seis mil salmas de trigo, ayuda con que el Gran Capitan se pudo entretener algun tiempo junto con las presas que de ordinario de ganados se hacian. Traia de dias atrás sus inteligencias con las ciudades del Abruzo, y en particular con la ciudad del Aguila; por otra parte Capua, Castelamar, Aversa y Salerno se le ofrecian. Acordó con todas que luego que saliese en campaña se levantarian por España. Recibió á concierto al conde de Muro, dado que fué el primero á alzarse por los franceses en Basilicata, do tenia su estado. El de Salerno trató de pasar á la parte de España, y aun ofrecia de casar con hija del Gran Capitan. Poco se podia fiar de su constancia ni de la del príncipe de Melfi, que al tanto daba muestra de querer reducirse. La cosa de mas importancia que en este propósito se hizo fué que don Iñigo Davalos se declaró del todo por el rey Católico con la isla de Iscla, en que se entretenia á la sazon. Era el orígen deste caballero de España, ca don hijgo Davalos, hijo del condestable don Ruy Lopez Davalos, gran camarlengo del reino de Nápoles, casó con Antonela de Aquino, hija heredera de Bernardo Gaspar de Aquino, marqués de Pescara. Deste matrimonio nació don Alonso Davalos, marqués de Pescara, al que mató sobre seguro un negro en un fuerte de Nápoles, y dejó un hijo niño, que se llamó don Fernando. Nació asimismo don Iñigo, á quien el rey don Fadrique hizo marqués del Vasto, y le dió por toda su vida el

gobierno de la isla de Iscla con la tenencia de la fortaleza, rentas de la isla y minas de los alumbres. Hermana destos dos caballeros fué doña Costanza Davalos, condesa de la Cerra, y despues duquesa de Francavila. Tuvieron asimismo otro hermano, que se llamó don Martin, y fué conde de Montedorosi, sin otros dos que se nombraron en otro lugar. Concertó el Gran Capitan que se le daria al Marqués todo lo que antes tenia, y de nuevo se le hizo merced de la isla de Prochita, demás de una conducta que le ofrecieron de cien lanzas y docientos caballos ligeros, y á su sobrino se concedió el marquesado de Pescara y el oficio de gran camar-. lengo; además que si los españoles fuesen echados de aquel reino, se les prometia recompensa.de sus estados en España, condiciones todas muy aventajadas. Gastóse algunos meses en concedellas, y por esto tardó tanto el Marqués en declararse, como en lo demás fuese muy español de aficion y muy averso de Francia. Hijo deste marqués fué don Alonso, muy valeroso capitan los años adelante, y que heredó el marquesado de Pescara por muerte de su primo don Fernando, que no dejó hijo alguno. Nieto del mismo fué don Fernando Davalos, marqués de Pescara, al cual los años pasados vimos virey de Sicilia, casado con hermana del duque de Mantua. Alzó el Marqués en Iscla las banderas por España el mismo dia de pascua de Resurreccion. Por el mismo tiempo que el Marqués se pasó á la parte del rey Católico, el comendador Aguilera desembarcó en Cotron con trecientos soldados que envió últimamente desde Roma el embajador de socorro. El comendador Gomez de Solís al tanto socorrió el castillo de Cosencia y entró por fuerza la ciudad; echó al conde de Melito que allí estaba con cuatro tanta gente que la que él llevaba. Sobre los prisioneros que se tomaron en Rubo hobo duda; y entre franceses y españoles anduvieron demandas y réspuestas. Tenian concertado que se hiciesen guerra córtés, y para esto entre otras cosas acordaron que los prisioneros de á caballo perdiesen armas y caballo, y se rescatasen por el cuartel del sueldo que ganaban. Prendieron los franceses los dias pasados en cierto encuentro á Teodoro Bocalo, capitan de albaneses, y á Diego de Vera, que tenia car-.. go de la artillería, y á Escalada, capitan de infantería española, con otros hasta en número de treinta. Soltaron á los demás conforme á lo concertado. Detuvieron los tres con color que eran capitanes y que no se comprehendian en el concierto ni era justo que pasasen por el órden que los otros. Sin embargo, al presente hacian instancia que los prisioneros de Rubo se rescatasen conforme á lo que de los demás tenian asentado, sin mirar que eran los mas gente muy principal y muchos capitanes. Avisaron al Gran Capitan que aqueIla ley guardada en la milicia neapolitana cuanto á los prisioneros de á caballo que se rescatasen por el cuartel de su sueldo no se extendia á los que en batalla campal-eran presos ó en lugar que se tomase por fuerza de armas. Consultóse el caso con soldados y caballeros ancianos de la tierra; y como quier que todos confor- ' masen en este parecer, conforme á él se respondió á los franceses, y los prisioneros quedaron para rescatarse cada cual segun su posibilidad y como se concer

tasen con los que los rindieron y los tenian en su poder. El principal intento fué entretenellos para que no pudiesen servir al duque de Nemurs en la batalla que segun el término en que las cosas se hallaban se entendia no se podia excusar.

CAPITULO XIX.

De las paces que el Archiduque asentó con Francia.

Al tiempo que el Archiduque partió de Madrid hizo. grande instancia con el Rey, su suegro, para que le declarase su determinada voluntad en lo que tocaba á tomar algun medio de paz con Francia, y que le diese comision para tratar della, caso que el rey de Francia viniese en lo que era razon. Rehuŝó el rey Católico de hacer esto al principio, sea por no fiarse del todo de su yerno, y menos de los que ténia á su lado, que eran tenidos por muy franceses, ó por no desanimar á los que se tenian de su parte en Italia si se entendiese que el Archiduque por su órden y con su beneplácito pasaba por Francia. Sin embargo, la instancia fué tal, que finalmente le dió la comision con una instruccion muy limitada, que prometió de no exceder en manera alguna, y aun despues con fray Bernardo Boil, abad de San Miguel de Cuja, le envió el poder para concluir con nueva instruccion. Dióle órden que no diese parte á na→ die que llevaba aquel poder, sino solo al Archiduque, debajo de juramento que lo tendria secreto; y que si no se guardase la instruccion, no diese el poder hasta dar aviso de todo lo que pasaba. Llegó el Archiduque á Leon por el mes de marzo en sazon que la guerra se hacia en la Pulla y Calabria 'con el calor que queda mostrado; y en Alcalá de Henares la Princesa parió un hijo, que se llamó don Fernando, á los 10 de aquel mes; bautizóle el arzobispo de Toledo; fueron padrinos el duque de Najara y el marqués de Villena. Estaba en Leon el legado del Papa, el cardenal de Ruan y el mismo Rey. Comenzóse á tratar del negocio, pero muy diferente de la instruccion que llevaban de España. El abad avisó al Archiduque que no se debiá pasar adelante sin avisar primero á su Rey. No dieron lugar á ello ni comodidad de despachar un correo, como lo pedia; antes le pusieron tales temores, que le convino entregar el poder que tenia, y aun al Príncipe estrecharon tanto sobre el caso, que buenamente no se pudo excusar por estar en poder del rey de Francia y porque los de su consejo eran de parecer que concluyese, sin tener cuenta con la instruccion que llevaba. Creyóse que los franceses con dinero que les dieron los cohecharon y ganaron. La suma desta concordia fué que se tomasen uno de dos medios, ó que el rey Católico renunciase la parte que le pertenecia del reino de Nápoles en su nieto don Cárlos, y el de Francia la suya en su hija Claudia, que tenia concertados; que entre tanto que los dos no se casaban, la parte del rey Católico se pusiese en tercería en poder del Archiduque y de los que él nombrase, y la otra quedase en poder de franceses; ó que el Católico tuviese su parte, y el de Francia la suya, y la Capitinata sobre que contendian se pusiese en tercería. Eran estos medios muy fuera de propósito, pues por el primero los franceses se que

daban con su parte, y quitaban al rey Católicó la suya, pues le forzaban á sacar los españoles de aquel reino; y por el segundo se quedaban las cosas en la misma reyerta que antes. Esto se trataba en sazon que el rey Católico era vuelto á Zaragoza para dar conclusion en las Cortes que allí se continuaban. En ellas al principio del mes de abril en presencia suya fué acordado que Aragon sirviese para aquella guerra por tres años con docientos hombres de armas y trecientos jinetes á sus expensas, con tal que los capitanes y gente fuesen naturales del reino. Pusiéronse en breve en órden, y fué acordado que marchasen la via de Ruisellon, por asonadas de guerra que de Francia se mostraban, para defender aquella frontera si intentasen de romper los franceces por aquella parte, como se temia, á causa que ėl mariscal de Bretaña, capitan general de Francia, y el señor de Dunoes y el gran Escuyer se acercaban á Carcasona con los pensionarios del Rey, y otras muchas gentes se esperaban allí de diversas partes. Por esto el Rey proveyó que su gente se acercase á Figueras, y don Sancho de Castilla, capitan general de Ruisellon, apercebia todas aquellas plazas para que no le hallasen descuidado. El mismo Rey acordó acercarse á aquellas fronteras. Llegó á Poblete, cuando por una del abad fray Boil tuvo aviso de la premia que al Príncipe se hacia para que asentase la concordia contra el órden que llevaba. Respondióle el Rey lo que debía hacer. Todo no prestó nada, que las paces se publicaron; y el Archiduque despachó á Juan Edin, su aposentador mayor, y el Rey de Francia un Eduardo Bulloto, ayuda de cámara, para que cada cual por su parte avisasen al Gran Capitan y al de Nemurs cómo quedaban las paces concluidas, y que por tanto sobreseyesen, y no se pasase mas adelante en la guerra. Con tanto, el Archiduque se partió de Leon la via de Saboya para verse con su hermana madama Margarita, con quien y con aquel Duque tuvo las fiestas de Pascua. Apresuraron Juan Edin y Eduardo su camino por Roma publicando que las paces eran hechas. Llegaron á Barleta en sazon que los dos generales se aprestaban á toda furia para venir á las manos, en especial el Gran Capitan, despues que dos mil y quinientos alemanes que se embartaron en Trieste y sin contraste pasaron por el golfo de Venecia, á los 10 de abril aportaron á Manfredonia, socorro que esperaba con grande deseo. Dióle Juan Edin la carta que le llevaba del Archiduque, en que le encargaba y mandaba de parte del Rey que sobreseyese él y todos los demás en todo auto de guerra, porque esto era lo que convenia. Estaba el Gran Capitan prevenido por cartas de su Rey, en que le avisaba de la ida del Archiduque por Francia; y porque della podria resultar que se hiciese algun asiento de paz ó tregua, le ordenaba que puesto que el Archiduque le escribiese alguna cosa en este propósito, no hiciese lo que le ordenase sin su especial mandato. Así, respondió que no se podia cumplir aquel órden sin que primero el Rey, su señor, fuese informado del estado en que las cosas de aquel reino se hallaban; que los franceses rompieron la guerra á tuerto, y que al presente, que tenian perdido el juego, no podia ni debia aceptar semejante paz; que él sabia bien lo que debia hacer, y en persona iria á dar la res

puesta al duqué de Nemurs. Como lo dijo, así lo cumplió. El rey Católico asimismo no quiso venir en esta concordia, si bien para cumplir con todos tornó á mover la plática de restituir el reino al rey don Fadrique; mas el Francés no quiso oir al embajador que para este efecto le enviaron, antes le despidió afrentosamente por el sentimiento que tenia grande de que la concordia no se guardase.

CAPITULO XX.

Que el señor de Aubeni fuê vencido y preso.

notable ventaja, los prudentes capitanes se deben aprovechar de la ocasion, que si la dejan pasar, pocas veces vuelve. Mas don Fernando se excusó con el orden que llevaba de no dar en manera alguna la batalla. Falleció finalmente Portocarrero; su cuerpo depositaron en la iglesia mayor de Mecina enfrente de la sepultura de don Alonso el Segundo, rey de Nápoles. Por su muerte resultó alguna diferencia entre los capitanes sobre quién debia ser general. Acordaron de remitirse al virey de Sicilia, el cual se conformó con la voluntad del difunto, y tornó á nombrar á don Fernando de Andrada, Sintiéronse desto y agraviáronse don Hugo y don Juan de Cardona que un caballero mozo y de poca experiencia fuese antepuesto á los que en nobleza no le reconocian ventaja, y en las cosas de la guerra se la bacian muy conocida; pero no por eso dejaron de acudir con los demás, ca venció el deseo de servir á su Rey y hacer lo que debian al sentimiento y pundonor. Tenia toda la gente española mucho deseo de venir á las manos; las estancias muy cerca de las de los contrarios. El de Aubeni mostraba no menor voluntad de querer la batalla, y envió un trompeta á requerilla. Los españoles la rehusaban por el órden que tenian. Cobró avilenteza con esto, y por entender que nuestros soldados estaban descontentos, porque no les pagaban. Salió de Rosano y Joya para acercarse á los contrarios, tanto, que se ade

Con la armada que se aprestó en Cartagena partió Luis Portocarrero mediado febrero. La navegacion conforme al tiempo fué trabajosa en el golfo de Leon, y despues en el paraje de la costa de Palermo tuvieron dos tormentas muy bravas. Llegaron en veinte dias al puerto de Mecina con la armada entera y junta, dado que hombres y caballos padecieron mucho. Tratóse allí á qué parte del reino irian á desembarcar; algunos eran de parecer que conforme á los avisos del Gran Capitan pasasen á la costa de Pulla para juntarse con la masa del ejército español; á Luis Portocarrero pareció que la navegacion era muy larga para gente que venia cansada y maltratada del mar. Pasó á Rijoles con su armada con intento de hacer la guerra por la Calabria conforme al órden que traia de España. El señor de Aube-lantó á dar vista á Semenara. Pasó el rio y entró por la

ni, despues de la rota que dió á Manuel de Benavides y á don Hugo de Cardona, tenia sus alojamientos en la Mota Bubalina con esperanza de tomar por hambre á Girachi, que está distante tres leguas, y buena parte de los vencidos despues de la rota se recogió á aquella plaza. Era ido el príncipe de Bisiñano á su estado, y el de Salerno y conde de Melito se partieran para Nápoles. Determinó Portocarrero de salir en campaña, y con este intento hizo alarde de su gente en Rijoles cuando le sobrevino una fiebre mortal. Antes que falleciese fué avisado que algunos capitanes de cuenta se entraron en Terranova, lugar que con otros muchos desampararon los franceses luego que supieron que la armada era llegada. Supo mas que el de Aubeni, sabida la enfermedad, acudió a ponerse sobre ellos, y los tenia muy apretados por ser aquel lugar flaco. Con este aviso Luis Portocarrero nombró en su lugar á don Fernando de Andrada para que con la gente de á pié y de á caballo fuese á socorrer á los cercados, y al almirante Vilamarin dió órden que enviase sus galeras delante Joya para desmentir á los franceses que entendiesen iba el socorro por mar y por tierra. Apresuráronse los españoles, porque tenian entendido que los de Terranova padecian gran falta de bastimento. Llegaron á Semenara; tuvo el de Aubeni noticia del socorro que iba, alzóse del burgo de Terranova, do alojaba, y pasóse á los Casales. Don Fernando, contento de haber socorrido á los cercados, se detuvo en Semenara. Allí le acudieron otras compañías de gente, en particular Manuel de Benavides, Antonio de Leiva, Gonzalo Davalos, don Hugo y don Juan de Cardona, cada cual con su gente, con que formó un buen ejército bastante para romper al enemigo al tiempo del retirarse la via de Melito. Deste parecer era don Hugo que le acometiesen; pues todas las veces que se reconoce

vega adelante, que fué grande befa. Habian estado los gallegos poco antes amotinados porque no les pagaban. Podíase temer algun desman. El virey de Sicilia con algun dinero y los capitanes con las joyas y plata que, vendieron, los aplacaron en breve. Los franceses eran trecientos hombres de armas y seiscientos caballos ligeros y mil y quinientos infantes y mas de tres mil villanos. Los españoles con buen órden salieron de Semenara en número ochocientos caballos y cerca de cuatro mil peones. Retiróse el de Aubeni á Joya sin atreverse á esperar la batalla. Siguiéronle los contrarios con intento de combatir el lugar. Pasaron algunas cosas de menor cuenta, hasta que un viérnes de mañana, á 21 de abril, los unos y los otros, como si la batalla estuviera aplazada, sacaron sus gentes al campo. El de Aubeni animaba á los suyos, traíales á la memoria la victoria que los años pasados ganaran en aquel mismo lugar y puesto del rey don Fernando de Nápoles y del Gran Capitan: «Si contra ejército tan pujante y capitanes los mas valerosos de Italia salistes con la victoria y distes muestra de la ventaja que hacen los franceses á las demás naciones, ¿será razon que contra unos pocos y mal avenidos soldados perdais el ánimo, perdais el prez y gloria que poco ha ganastes? No lo permitirá Dios, ni vuestros corazones tal sufrirán; morir sí, pero no volver atrás. Acordaos de vuestra nobleza, del nombre y gloria de Francia.» Esto decia el de Aubeni. Adelantábanse los campos por aquella llanura al son de sus atambores y trompetas. Cada parte pretendia aventajarse en tomar el sol. Pasaron los de España con este intento el rio un poco mas arriba. Antojóseles á los franceses que se retiraban. Arremetieron con poco órden, y con menos dispararon el artillería antes que la contraria, que no hizo daño alguno ni desbarató la ordenanza que

los de España llevaban, los cuales á la mano izquierda pusieron la infantería, á la derecha los jinetes, en medio los hombres de armas. Rompieron los caballos con tanto denuedo en los contrarios, que casi no quedó hombre dellos á caballo. Con esto el segundo escuadron de los enemigos, en que iba la gente de á pié, sin aventurarse se puso luego en huida. Siguieron los españoles el alcance hasta las puertas de Joya, do la mayor parte de los vencidos se retiraron. Fueron presos casi todos los capitanes de los franceses, y dentro de Joya se rindieron Honorato y Alonso de Sanseverino, el primero hermano, y el segundo primo del príncipe de Bisiñano; al de Aubeni en la Roca de Angito, donde se retiró, apretaron de manera, que se rindió al tanto por prisionero. Con esta victoria, que fué una de las mas señaladas que se ganaron en toda aquella guerra, toda la Calabria en un momento quedó llana por España.

CAPITULO XXI.

De la gran batalla de la Cirinola.

Hallábase el Gran Capitan en tal aprieto por falta de vituallas, que no tenia provision para mas que tres dias ni órden para proveerse y traellas de otra parte; temia no se rebelasen los lugares de aquella comarca forzados de la hambre que todos padecian igualmente. Acordó de salir á buscar al enemigo, y en primer lugar enderezarse contra la Cirinola, pueblo muy flaco, pero que tenia en el castillo bastante número de soldados, yalojado á seis millas todo el campo francés, por donde seria forzoso venir á las manos. Antes de partir socorrió á los hombres de armas con cada dos ducados, y á los infantes con cada medio. Los soldados estaban muy animados, y no lacian instancia por ser pagados. El primer dia por bajo de la famosa Cannas, á la ribera. del rio Ofanto, se fueron á poner á tres millas del campo francés. El dia siguiente prosiguieron su viaje la vuelta de la Cirinola muy en órden por tener los enemigos tan cerca. Fabricio Colona y Luis de Herrera iban con los corredores, que eran hasta mil caballos ligeros. La avanguardia se dió á don Diego de Mendoza con dos mil infantes españoles. Con los alemanes y algunos hombres de armas y caballos ligeros quedó el Gran Capitan en la retaguardia para hacer rostro á los contrarios, si los quisiesen seguir. La tierra era muy seca, el dia muy caluroso, la jornada larga; fatigóse tanto la gente, que murieron de sed algunos hombres de armas y peones de los alemanes y españoles. Tuvieron los franceses aviso desta incomodidad. Acordaron aprovecharse de la ocasion y sacar la gente de su fuerte, en que se tenian muy pertrechados, á dar la batalla. Eran los franceses quinientos hombres de armas, dos mil caballos ligeros y cuatro mil suizos y gascones, repartidos en esta forma. El príncipe de Salerno llevaba en la avanguardia docientos hombres de armas y dos mil infantes. La retaguardia se dió al príncipe de Melfi con una compañía de hombres de armas, mil villanos y algunos gascones. Con lo demás en la batalla iba el duque de Nemurs. Los de España se aventajaban en la infantería, sino fuera tan fatigada. Los contrarios se señalaban en la caballería, que la tepian muy buena y muy lucida. M-11.

Con este órden comenzaron los franceses á picar en nuestra retaguardia. Parecia cosa imposible llegar los de España á la Cirinola, do tenian fortificados sus reales, sin perder el carruaje y aun mucha parte de la infantería, que quedaban tendidos por el suelo por la sed y calor grande. En este aprieto el Gran Capitan no perdió el ánimo; antes hizo que los de á caballo tomasen en las ancas los peones que tenian necesidad, y él mismo hacia lo que ordenaba á los otros, y daba con su mano de beber á los que padecian mas sed. Con este órden llegaron al fin á sus estancias sin que se recibiese algun daño dos horas antes que se pusiese el sol. En esto asomó la caballería enemiga. Los de España sin dificultad dentro de sus trincheas se pusieron en ordenanza. El miedo muchas veces puede mas que el trabajo. Entonces el Gran Capitan comenzó á animar á los suyos con estas razones : « La honra y prez de la milicia, señores y soldados, con vencer á los enemigos se gana. Ninguna victoria señalada se puede ganar sin algun afan y peligro. Los que estáis acostumbrados á tantos trabajos no debeis desmayar en este dia, que es en el que habeis de coger el fruto de todo el tiempo pasado. La causa que defendemos es tan justificada, que cuando nos hicieran ventaja en la gente, se pudiera esperar muy cierta la victoria, cuanto mas, que en todo nos adelantamos y mas en el esfuerzo de vuestros corazones acostumbrados á vencer; la gana que mostrábades de venir á las manos y el talante ¿ será razon que en tal ocasion la perdais? Este dia, si sois los que debeis y soleis, dará fin á todos nuestros afanes. » Tras esto se comenzó la batalla. El de Nemurs, por ser tan tarde, quisiera dejalla para el otro dia. Elseñor de Alegre hizo instancia que no se dilatase, ca tenia por cierta la victoria. De cada parte habia trece piezas de artiHlería; los franceses jugaron la suya primero sin hacer algun daño en nuestros escuadrones. La española, que como de lugar mas alto sojuzgaba á los contrarios, hizo en ellos grande estrago. No pudo tirar sino una vez por causa que un italiano, pensando que los españoles eran vencidos, puso fuego á dos carros de pólvora que llevaban. La turbacion de la gente fué grande, y la llama se esparció tanto, que se entendió eran todos perdidos. Estuvo el Gran Capitan sobre sí en este trance, que dijo á los que con él estaban con rostro alegre: « Buen anuncio, amigos, que estas son las luminarias de la victoria que tenemos en las manos.» Por el daño que nuestra artillería hizo el duque de Nemurs quiso luego trabar la pelea; arremetió con ochocientos hombres de armas contra los que estaban en ordenanza, la infantería por frente, y los hombres de armas por los costados. Tenian el arce y la cava delante, reparo que los franceses no advirtieron; por donde les fué forzoso sin romper lanza dar el lado para volver á enristrar. Entonces los arcabuceros alemanes que cerca se hallaron descargaron de tal manera sobre los contrarios, que hicieron grande estrago en aquel escuadron. Seguíase tras los hombres de armas el señor de Chandea, coronel de suizos y gascones con su infantería. Contra estos salieron los españoles y les dieron tal carga, que al punto desmayaron. Adelantáronse los príncipes de Salerno y Melfi que venian este dia en la reguardia. Reci

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