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guiente se entregó Cirinola, y todos los que en el pueblo tenian de guarnicion se rindieron á merced. Lo mismo hicieron trecientos que de los vencidos se recogieron al castillo. Canosa asimismo alzó banderas por España. Los que en esta batalla se señalaron fueron los españoles, ca los alemanes, fuera de la rociada que dieron á los hombres de armas franceses, no pusieron las manos en lo demás. Entre todos ganaron grande honra, de los italianos el duque de Termens, de los españoles don Diego de Mendoza, de quien dijo el Gran Capitan que aquel dia obró como nieto de sus abuelos. Mandaron enterrar los muertos. Hallóse que de la parte de Francia

biólos el Gran Capitan con su escuadron como convenia. Finalmente, los de España por todas partes cargaron de tal suerte, que los contrarios fueron desbaratados y puestos en huidą. Siguieronlos los vencedores hiriendo y matando hasta meter los franceses por sus reales, que tenian seis millas distantes y fueron con el mismo ímpetu entrados y ganadas las tiendas con la cena que aparejada hallaron, y era bien menester para los que aquel dia tanto trabajaron y tenian tanta falta de vituallas. El despojo y riquezas que se hallaron fué grande. Dióse esta batalla, de las mas nombradas que jamás hobo en Italia, un viérnes, á 28 de abril. Murió en ella á la primera arremetida el duque de Nemurs, general, cu-murieron tres mil y setecientos, y de los españoles no yo cuerpo mandó el Gran Capitan sepultar con toda solemnidad en Barleta en la iglesia de San Francisco. Murieron otrosí el señor de Chandea, el conde de Morcon y casi todos los capitanes de los suizos. Los príncipes de Salerno y Melfi y marqués de Lochito salieron heridos. Perdieron toda la artillería y casi todas las banderas. Muy mayor fuera el daño si la noche que sobrevino y cerró con su escuridad no impidiera la matanza. Reposaron los vencedores aquella noche, el dia si

faltaron sino nueve en la pelea, y ninguno persona de cuenta. Verdad es que en el camino muchos de los del campo español murieron de sed, y aun mil y quinientos no se pudieron sacar del agua que hallaron en ciertos pozos, ni fueron de provecho alguno aquel dia; por lo cual la batalla fué muy dudosa, y la victoria por el mismo caso mas alegre y mas señalada y de mayor gloria para los vencedores.

LIBRO VIGÉSIMOCTAVO.

CAPITULO PRIMERO.

Que la ciudad de Nápoles se rindió al Gran Capitan. DESPUES que los españoles ganaron la batalla de la Cirinola, casi todo lo demás de aquel reino se les allanó con facilidad. El Gran Capitan no se descuidaba con la victoria como el que sabia muy bien que la grande prosperidad hace á los hombres aflojar, por donde suele ser víspera de algun desastre ; y que es menester ayudarse cuando sopla el viento favorable, sin perdonar á diligencia ni á trabajo hasta tanto que la empresa comenzada se lleve al cabo, tanto mas, que un dia despues que ganó aquella victoria le llegaron cartas de la batalla que los suyos vencieron junto á Semenara y de la prision del señor de Aubeni. No llegaron estas nuevas antes á causa que don Fernando de Andrada no se tenia por sujeto al Gran Capitan por haber sucedido en aquel cargo á Luis Portocarrero, de que él se sintió tanto, que envió á pedir licencia para volverse á España. El rey Católico mandó á don Fernando desistiese de aquella pretension, y al Gran Capitan le diese una compañía de hombres de armas para que ayudase en lo que restaba. Con la nueva destas dos victorias y con enviar diversos barones á sus tierras para que allanasen lo que restaba alzado, muy en breve se redujeron la Capitinata y Basilicata casi todas; y aun en el Principado muchos barones y pueblos se declararon por España. De los que escaparon de la batalla, la mayor parte se retiró la vuelta de Campaña con intento de fortificar

se en Gaeta, ciudad de sitio inexpugnable, ca todo lo demás lo daban por perdido. Siguiólos Pedro de Paz con algun número de caballos. Con ocasion de su ida por aquella comarca, Capua alzó banderas por España, y aun gente de aquella ciudad ayudó á seguir los franceses, de los cuales antes que entrasen en Gaeta mataron y prendieron hasta cincuenta hombres de armas que alcanzaron. El marqués de Lochito luego que Hegó á su casa, aunque maltratado de la pelea, con su mujer y la hacienda que pudo recoger se partió la via de Roma para el cardenal de Sena, su tio, hermang de su madre. Otros se redujeron á otras partes, en especial monsieur de Alegre y el príncipe de Salerno se recogieron á Melfi, de donde el dia siguiente se partieron la via de Nápoles. El conde de Montela al pasar estos señores por su estado les mató y prendió mas de docientos caballos de quinientos que levaban. Luis de Arsi se fortificó en Venosa, confiado en el castillo que tenia muy bueno. Acudió luego el Gran Capitan con su campo; hizo sus estancias en la Leonesa, que está cerca de aquellos dos pueblos, Melfi y Veñosa. Allí se movieron tratos con el príncipe de Melfi para que se rindiese, como lo hizo á condicion que le dejasen residir en otra villa de su estado, hasta entender si el rey Católico le recebia en su servicio con las condiciones que tenian tratadas, magüer que de su ingenio se pudo presumir tenia tambien puestos los ojos en lo que pararia el partido de Francia. Fabricio Colona y los condes del Pópulo y Montorio fueron enviados al Abruzo

para dar calor á los que en aquella provincia se declaraban por España y para allanar lo restante; al almirante Vilamarin se envió órden que con sus galeras y los demás bajeles que pudiese juntar partiese con toda presteza la vuelta de Nápoles, para do el Gran Capitan se pensaba encaminar, y con este intento fué con .su gente á Benevento, y de allí pasó á Gaudelo. Desde este pueblo escribió una carta muy comedida á là ciudad de Nápoles, en que ofrecia á aquellos ciudadanos todo buen tratamiento y cortesía, y les rogaba no diesen lugar para que su gente entrase en su territorio de guerra y hiciese algunos daños. Salieron á tratar con él el conde de Matera y los síndicos de aquella ciudad. Hicieron sus capitulaciones, y con tanto ofrecieron de entregarse. A la sazon monsieur de Vanes, hijo del señor de Labrit, avisado del destrozo de los franceses, pidió licencia al duque Valentin, ca le servia en la guerra que continuaba contra los Ursinos, para acudir al reino de Nápoles. Diósela el Duque, y con docientos caballos y alguna gente de á pié que pudo recoger se fué á juntar con el campo de los franceses, los cuales con la gente que de la Pulla y Calabria y del Abruzo se les allegó formaron cierta manera de campo, y se alojaron junto al Garellano. Por esta causa se pusieron á las espaldas en Capua y en Sesa de los españoles hasta cuatrocientos de á caballò. Al presente acordó el General enviar toda la demás gente para el mismo efecto de hacer rostro á los enemigos y asegurarse por aquella parte y quedarse solo con mil soldados, que le parecia bastaban para el cerco de los castillos de Nápoles. Los soldados españoles, con el deseo que tenian de verse en Nápoles, la noche antes se desmandaron á pedir la paga que decian les prometiera el Gran Capitan de hacelles en Nápoles. Mostrábanse tan alterados, que por excusar mayores inconvenientes fué forzado el General de llevar consigo la infantería española, y se contentó con enviar á Sesa los hombres de armas y caballos ligeros y los alemanes con órden que le aguardasen allí, que muy en breve seria con ellos, ca no pensaba detenerse en aquella ciudad. La entrada del Gran Capitan en Nápoles fué á 16 de mayo con tan grande aplauso y triunfo como si entrara el mismo Rey. Llevaba delante la infantería y las banderas de España. Los barones y caballeros de la ciudad le salieron al encuentro. Todo el pueblo, que es muy grande, derramado por aquellos campos con admiracion mi.rabah aquel valeroso Capitan, que tantas veces venció y domó sus enemigos. Acordábanse de las hazañas pasadas y proezas suyas en tiempo y favor de sus reyes don Fernando y don Fadrique, y comparábanlas con las victorias que de presente dejaba ganadas. Parecíales un hombre venido del cielo y superior a los demás. Lleváronte por los sejos como se acostumbraba llevar á los reyes cuando se coronaban, por las calles rica mente entapizadas, el suelo sembrado y cubierto de flores y verduras; los perfumes se sentian por todas partes, todo daba muestra de contento y alegría. Los mas aficionados á Francia eran los que en todo género de cortesía mas se señalaban y mas alegres rostros mostraban con intento de cubrir por aquella manera las faltas pasadas, La ciudad de Nápoles, que dió nombre

á aquel reino, es una de las mas principales, ricas Y populosas de Italia. Su asiento á la ribera del mar Mediterráneo y á la ladera de un collado que poco á pôco se levanta entre poniente y septentrion. Las calles son muy largas y tiradas á cordel, sembradas de edificios magníficos á causa que todos los señores de aquel reino, que son en gran número, tienen por costumbre de pasar en aquella ciudad la mayor parte del año; y para esto edifican palacios muy costosos como á porfía y competencia. Los mas nombrados son el del príncipe de Salerno y el del duque de Gravina. Convídales á esto la templanza grande del aire, la fertilidad de los campos y los jardines maravillosos y frescos que tiene por todas partes; así, no hay ciudad en que vivan de ordinario tantos señores titulados. Está la ciudad dividida en cinco sejos, que son como otras tantas casas de ayuntamiento, en que la nobleza y los señores de cada cuartel se juntan á tratar de lo que toca al bien de la ciudad, de su gobierno y provision. Los templos, monasterios y hospitales muchos y muy insignes, especialmente el hospital de la Anunciata, cada un año de limosnas que se recogen gasta en obras pias mas de cincuenta mil ducados. Los muros son muy fuertes y bien torreados, con cuatro castillos que tiene muy principales. El primero es Castelnovo, muy grande y que parece inexpugnable, puesto á la marina cerca del muelle grande que sirve de puerto. El segundo la puerta Capuana, que está á la parte de septentrion, y antiguamente fué una fuerza muy señalada; al presente está dedicada para las audiencias y tribunales reales. El castillo del Ovo en el mar sobre un peñol pequeño, pero inaccesible. El de Santelmo se ve en lo mas alto de la ciudad, que la sojuzga, y de años á esta parte está muy fortificado. Destas cuatro fuerzas, las dos se tenian á la săzon por los franceses, es á saber, Castelnovo, do tenian de guarnicion quinientos soldados, y Castel del Ovo. Luego que el Gran Capitan se apeó en su posada, fué con Juan Claver y otros caballeros á reconocer aquellos castillos y dar órden en el cerco que se puso luego sobre Castelnovo. Batíanle con grande ánimo y minábanle. Los de dentro se defendian muy bien. Llegó Vilamarin con su armada siete dias despues que el Gran Capitan entró en Nápoles. Surgió cerca de nuestra Señora de Pié de Gruta. Esto era en sazon que en Roma, postrero de mayo, creó el Papa nueve cardenales, los cinco del reino de Valencia. Apretaron los españoles á los cercados por tierra y por mar; y en fin, despues de muchos combates, se entró en el castillo por fuerza, y fué dado á saco á los 12 de junio. El primero al entralle Juan Pelaez de Berrio, natural de Jaen, y gentilhombre del Gran Capitan. Los que mucho se señalaron en el combate fueron los capitanes Pedro Navarro, excelente en minar cualquier fuerza, y Nuño de Ocampo, al cual en remuneracion se dió la tenencia de aquel castillo. Entre los otros prisioneros se halló en aquel castillo Hugo Roger, conde de Pallas, que por mas de cuarenta años fué rebelde al rey Católico y al rey don Juan, su padre. Enviáronle al castillo de Játiva, prision en que feneció sus dias. Venian algunas naves francesas y ginovesas de Gaeta en favor de los cercados; pero llegaron tarde, dado que duró aquel cerco mas de

tres semanas. Túvose aviso que la armada francesa venia, que era de seis carracas y otras naves gruesas y cinco galeras, sin otros bajeles menores. Vilamarin, por no ser bastante á resistir, se retiró al puerto de Iscla. Allí estuvo cercado de la armada contraria. Defendióse empero muy bien, de suerte que muy poco daño recibió. Hallóse presente el marqués del Vasto, que acudió muy bien á la defensa de la isla y de la armada. Restaba el Castel del Ovo; no pudo esperar el Gran Capitan que se tomase. Dejó el cuidado principal de combatille á Pedro Navarro y Nuño de Ocampo. Ellos con ciertas barcas cubiertas de cuero se arrimaron para minar el peñasco por la parte que mira á Picifalcon. Con esto y con la batería que dieron al castillo mataron la mayor parte de los que le defendian; solos veinte que quedaron vivos al fin se rindieron á condicion, de salvalles las vidas. Dióse la tenencia á Lope Lopez de Arriaran que se halló con los demás en el cerco, y se señaló en él de muy esforzado. Con esto la ciudad de Nápoles se aseguró y quedó libre de todo recelo, al mismo tiempo que Fabricio Colona con ayuda de ochocientos soldados que le vinieron de Roma, enviados por el embajador Francisco de Rojas, entró por fuerza la ciudad del Aguila, cabeza del Abruzo; con que se allanó lo mas de aquella provincia. Fracaso de Sauseverino, y Jerónimo Gallofo, cabeza de los angevinos en aquella ciudad, se escaparon y recogieron á las tierras de la Iglesia.

CAPITULO II.

Del cerco de Gaeta.

Partió el Gran Capitan de Nápoles á los 18 de junio la vuelta de San German con intento de hacer rostro á

asentada mucha artillería, de suerte que no se podia llegar cerca. Tenian dentro cuatro mil. y quinientos hombres de guerra, los mil y quinientos de á caballo, recogidos allí de diversas partes. Sobre todo eran señores del mar por la armada francesa, que era superior á la de España; así, no se podia impedir el socorro ni las vituallas, dado que Vilamarin acudió allí con sus galeras, y el Gran Capitan hizo traer la artillería que dejó en Nápoles, para combatir el monte, de donde los suyos recebian notable daño por tener sus estancias á tiro de cañon y estar descubierta gran parte del campo español y sojuzgada del monte. Fueron muchos los que mató el artillería, y entre los demás gente de cuenta, en particular murió don Hugo de Cardona, caballero de grandes partes. Los de dentro padecian falta de mantenimientos, y mas de harina, por no tener con qué moler el trigo. Llególes socorro, á 6 de agosto, de vituallas, y mil y quinientos hombres en dos carracas y cuatro galeones y algunas galeras, en que iba el marqués de Saluces, nombrado por visorey en lugar del duque de Nemurs. El mismo dia que llegó este socorro, Rabastein, coronel de los alemanes, que tiraba sueldo de España, fué muerto de un tiro de falconete. Por todo esto, el dia siguiente el Gran Capitan retiró su campo á Castellon, que es lugar sano y está cerca, y no podian ser ofendidos del artillería enemiga. En tantos dias no se hizo de parte de España cosa de consideracion á causa que ni se pudo acometer la ciudad, si bien la artillería derribó buena parte de la muralla, que fortificaron muy bien los de dentro, ni los cercados salieron á escaramuzar. Solo el mismo dia que se retiró nuestro campo salieron de Gaeta dos mil y quinientos soldados á dar en la retaguardia de los alemanes; dejáronlos que se cebasen hasta sacallos á lugar mas des

los franceses que alojaban con su campo de la otra par-cubierto y tenellos mas lejos de la ciudad. Entonces re

te del rio Garellano, llamado antiguamente Liris, y de allanar algunos lugares de aquella comarca que todavía se tenian por Francia. Pasó por Aversa y por Capua á instancia de aquellas ciudades que le deseaban ver y mostrar la aficion que tenian á España. Entre tanto que se detenia en esto, por su órden se adelantaron Diego García de Paredes y Cristóbal Zamudio con mil y quinientos soldados para combatir á San German. Rindiéronse aquella ciudad y su castillo brevemente, si bien en Monte Casino, que está muy cerca, se hallaba Pedro de Médicis con golpe de gente francesa. Mas desconfiado de poderse allí defender, se partió arrebatadamente; y docientos soldados que dejó en aquel monasterio se concertaron con los de España y le rindieron. Por otra parte, el Gran Capitan rindió á Roça Guillerma, que era plaza muy fuerte, y á Trageto, que está sobre el Garellano, y otros lugares por aquella comarca. En particular se rindieron Castellon y Mola, pueblos que caen muy cerca de Gaeta, y se tiene que el uno de los dos sea el Formiano de Ciceron. Hecho esto, el Gran Capitan pasó adelante con su campo, que le asentó en el burgo de Gaeta, 1.° de julio. Es aquella ciudad muy fuerte por estar rodeada de mar casi por todas partes; solo por tierra tiene una entrada muy estrecha y áspera, y sobre la ciudad el monte de Orlando, de subida asimismo muy agria, en que los francescs tenian

volvieron sobre ellos tan furiosamente cuatrocientos españoles, que los hicieron volver luego las espaldas sin parar hasta metellos por las puertas de Gaeta, con muerte de hasta docientos, que á la vuelta despojaron muy de espacio. A la sazon que esto pasaba en Gaeta, por la una parte y por la otra se hacian todos los apercebimientos posibles; el rey de Francia procuró que el señor de la Tramulla fuese en favor de Gaeta con seiscientas lanzas francesas y ocho mil suizos, sin otros cuatro mit franceses que eran llegados por mar á Liorna y Telamon y Puerto Hércules. Hacíase esta masa de gente en Parma; acudieron allí el duque de Ferrara y marqués de Mantua y otros personajes italianos. El chanciller de Francia y el bailío de Mians, que se halló en la batalla de la Cirinola, de Gaeta fueron á Roma para solicitar que el campo francés se apresurase. Pretendíase que el marqués de Mantua fuese junto con el de la Tramulla por general de aquella gente, y si bien al principio se excusó, por persuasion y diligencia que usó Lorenzo Suarez, que estaba en Venecia, y solicitaba que aquella señoría se declarase por España, en fin, como se supo que el de la Tramulla por enfermedad que le sobrevino no podia ir, se encargó de servir al rey de Francia. Por el contrario, el rey Católico envió á Nápoles seis galeras con dineros y gente, y por su general á don Ramon de Cardona. Con su venida, la armada de

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da la gente que podia, y aun nombró por general de Ruisellon á don Fadrique de Toledo, duque de Alba. No faltaba quien aconsejase al Rey que gañase por la mano y con sus huestes hiciese la guerra en Francia. La poca satisfaccion que de los reyes y reina de Navar

España aun no igualaba á la de Francia, que llegaba entre naves y galeras y otros bajeles á treinta velas; por otra parte, el Gran Capitan procuraba con todas sus fuerzas traer los Ursinos al servicio del rey Católico, plática que se movió primero por el conde de PitiIlano, que era el mas principal de aquella casa y ofreciara se tenia todavía continuaba á causa que toda aquede servir con cuatrocientas lanzas; lo cual se concluyó, y fué por capitan de los Ursinos Bartolomé de Albiano, caudillo que los años adelante se señaló grandemente en las guerras de Italia, y en las cosas prósperas y adversas que por él pasaron, dió muestra de valor. Tratabase asimismo que el César rompiese la guerra por Lombardía; para facilitar le ofrecian cantidad de dineros, y juntamente se procuraba que el Papa se declarase por España, ca en este tiempo se mostraba neutral; negociacion que la traian muy adelante, si se podia tener alguna confianza del ingenio del duque Valentin. Desbaratólo la muerte del Papa, que le sobrevino á los 18 de agosto de veneno con que el duque Valentin pensaba matar algunos cardenales en el jardin del cardenal Adriano Corneto, donde cierto dia cenaron y conforme al tiempo se escanció asaz. Fué así, que por yerro los ministros trocaron los frascos, y del vino que tenian inficionado, dieron á beber al Papa y al Duque y al dicho Cardenal. El Duque, luego que se sintió herido, ayudado de algunos remedios y por su edad escapó. En particular dicen que le metieron dentro del vientre de una mula recien muerta, aunque la enfermedad le duro muchos dias. El Papa y Cardenal, como viejos, no tuvieron vigor para resistir á la ponzoña. Tal fué el fin del pontífice Alejandro, que poco antes espantaba al mundo y aun le escandalizaba. Muchas cosas se dijeron y escribieron de su vida, si con verdad ó por odio, no me sabria determinar, bien entiendo que todo no fué levantado ni todo verdad. Con su muerte nuevas esperanzas y pretensiones se tramaron, y muchos acudieron para sucedelle en aquel alto lugar, que hacian mas fundamento en la negociacion que en las letras y santidad. Sucedió esto en el mismo tiempo que el rey don Fadrique se vió en Macon con el de Francia, do se le dieron grandes esperanzas de volvelle su reino, y las mismas pláticas se movian por parte de España; palabras que todas salieron al cabo vanas. Secretario del rey don Fadrique y compañero en el destierro fué Actio Sincero Sanazario, insigne poeta deste tiempo. Este y Joviano Pontano, que fué asimismo secretario de los reyes pasados de Nápoles, escribieron con la pasion muchos males y vituperios del papa Ale-do, á 16 dias de setiembre. Era ya el duque de Alba jandro. El rey de Francia hizo muchos favores á Sanazario, y por su intercesion se le restituyeron los bienes que por seguir á su señor en el destierro dejó perdidos; y alcanzó finalmente licencia de volver al reino de Nápoles.

CAPITULO III.

Del cerco que los franceses pusieron sobre Salsas.

Grandes recelos se tenian que la guerra no se emprendiese en España por la mucha gente que de Francia acudia á las partes de Narbona. Con este cuidado el rey Católico fué á Barcelona para desde mas cerca proveer en todo lo necesario; y para la defensa alistaba to

lla casa era muy francesa, tanto, que el señor de Vanes, hermano de aquel Rey, seguia con su gente el partido de Francia en el reino de Nápoles, y su padre el señor de Labrit de nuevo fué nombrado por gobernador de la Guiena, que era hacelle por aquella parte frontero de España. Demás desto, el señor de Lusa con gente que tenia junta pretendia entrar en el valle de Anso, que es parte de Aragon, para combatir el castillo de Verdun; lo cual no podia hacer si no le daban entrada por el val de Roncal, que pertenece á Navarra. Pretendian aquellos reyes descargarse de todo lo que se les oponia; y para quitar aquella mala satisfaccion, enviaron, como queda apuntado, á su hija la infanta doña Madalena para que se criase en compañía de la reina doña Isabel. Bien que esta prenda no era ya de tanta consideracion, por cuanto este mismo año les nació hijo varon, que se llamó Enrique, y les sucedió adelante en aquellos estados. Por esta mala satisfaccion proveyó la reina Católica desde Madrid, do residia, que el condestable de Castilla y duque de Najara con sus vasallos y quinientos caballos que de nuevo les envió se acercasen á las fronteras de aquel reino, dado que don Juan de Ribera, que de tiempo pasado tenian allí puesto, no se descuidaba, antes ponia en órden todo lo necesario; ca todos tenian por cierto que la guerra se emprenderia por estas partes. Así fué que el rey de Francia determinó de juntar todas las fuerzas de su reino y con ellas hacer todo el mal y daño que pudiese por la parte de Ruisellon, que pensaba hallar desapercebido para resistir á un ejército tan grande, que llegaba á veinte mil combatientes en¬ tre la gente de ordenanza y de la tierra, bien que toda la fuerza consistia en diez mil infantes y mil caballos. El general de toda esta gente monsieur de Rius, mariscal de Bretaña, luego que le tuvo junto, en fin de agosto asentó su campo en los confines de Ruisellon en un lugar que se llama Palma. Detuviéronse algunos dias en aquel alojamiento. Desde allí tomaron la via de Salsas, la infantería por la sierra y los caballos por lo llano; dejaban guardados los pasos porque los nuestros no les atajasen las vituallas que les venian de Francia. Con este órden se pusieron sobre el castillo de Salsas, sába

llegado á Perpiñan; tenia mil jinetes y quinientos hombres de armas y seis mil peones; y otro dia despues que llegó don Sancho de Castilla, que era antes general de aquella frontera, se fué á meter dentro de Salsas. Salieron los del Duque por su órden á reconocer el campo del enemigo y dalles algun rebate y alarma. El mismo Duque con su gente salió de Perpiñan y. se fué á poner en Ribasaltas sobre Salsas y sobre el campo francés. No podia allí ser ofendido por la fragura del lugar, y estaba alerta para no perder cualquiera ocasion que se ofreciese de dañar al enemigo ó dar socorro á los cercados hasta llegar á presentar la batalla al enemigo, que fué arriscarse demasiado por tener

de Arimino ó poco mas; que lo mal adquirido de ordinario se pierde tan presto y mas que se gana.

mucho menos gente, si los franceses ia aceptaran; verdad es que el lugar en que el Duque se puso era muy aventajado. A la sazon que los franceses se pusieron sobre el castillo de Salsas y hacian todas sus diligencias para ganar aquella plaza, los cardenales en Roma se cerraron en su conclave para elegir sucesor en lugar del papa Alejandro. Muchos eran los que pretendian y la negociacion andaba muy clara. El cardenal de Ruan se adelantaba mucho, así por causa del campo francés, que marchaba la vuelta de Roma, como porque de Francia trajo en su compañía para ayudarse dellos á los cardenales de Aragon y Ascanio Esforcia, que hizo con este intento poner del todo en libertad. El cardenal de San Pedro Julian de la Rovere se le oponia, dado que en lo demás era muy francés; queria empero mas para sí el pontificado que para otro. Asimismo al cardenal don Bernardino de Carvajal daba la mano el Gran Capitan ; y para este efecto hizo que el cardenal Juan de Colona, que se hallaba en Sicilia por la persecucion del papa Alejandro contra aquella su casa, viniese al conclave. Y juntamente despachó con gente desde Castellon á Próspero Colona y don Diego de Mendoza con voz que no permitiesen que por la parte de Francia se hiciese alguna fuerza á los cardenales. Ninguno destos pretensores, ni el cardenal de Nápoles que asimismo estuvo adelante, pudo salir con el pontificado, si bien detuvieron la eleccion por espacio de treinta y cinco dias. Concertaron los cardenales entre sí que cualquiera que saliese papa dentro de dos años fuese obligado de juntar concilio general para reparar los daños, y despues se celebrase cada tres años perpetuamente. Juraron esta concordia todos los cardenales. Hecho esto, se conformó la mayor parte del colegio en nombrar por pontífice al cardenal de Sena Francisco Picolomino, que tenia muy buena fama de persona reformada. Hízose la eleccion á los 22 de setiembre; llamóse Pio III en memoria de su tio el papa Pio II, hermano que fué de su madre. Tuvo gran deseo de reformar la Iglesia, y en particular la ciudad de Roma y la curia. Con este intento en una congregacion que juntó antes de coronarse declaró su buena intencion, además que para juntar concilio no queria esperar los dos años, sino dar priesa desde luego para que con toda brevedad se hiciese. Sus santos intentos atajó su poca salud y la muerte que le sobrevino muy en breve á cabo de veinte y seis dias despues de su eleccion. A los demás dió contento la eleccion deste Pontífice, y les parecia muy acertada para reparar los daños pasados, en particular al rey Católico; otros sentian de otra manera, y entre ellos el Gran Capitan, que se recelaba por lo que tocaba al marqués de Lochito, su sobrino, no se pusiese de la parte de Francia, con que las cosas de España en el reino de Nápoles empeorasen. En este conclave tuvo poca parte el duque Valentin á causa de su indisposicion, que le trabajó muchos dias; y aun los señores de Romaña y barones de Roma que tenia despojados, con tan buena ocasion hicieron sus diligencias para recobrar sus estados, y salieron con ello. Los venecianos asimismo se apoderaron de algunas de aquellas plazas, de suerte que en pocos dias no quedó por el Duque en la Romaña sino selos los castillos de Forli y

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CAPITULO IV.

Que se alzó el cerco de Salsas.

Hacian los franceses sus minas, y con la artillería batian los muros del castillo de Salsas con tanta furia, que derribaron una parte de la torre maestra y de un baluarte que no tenian aun acabado. Cegaron las cavas, con que tuvieron lugar de llegar á picar el muro. Grande era el aprieto en que los de dentro estaban; acordaron desamparar aquel baluarte, pero en ciertas bóvedas que tenian debajo pusieron algunos barriles de pólvora con que le volaron á tiempo que le vieron mas lleno de franceses, que fué causa que murieron mas de cuatrocientos dellos, parte quemados, parte á manos de los que salieron á dar en ellos. Acudian al duque de Alba cada dia nuevos soldados, con que llegó á tener cuatrocientos hombres de armas, mil y quinientos jinetes y hasta diez mil infantes. Con esta gente un viérnes, 13 de octubre, llegó á ponerse junto al real de los franceses y estuvo allí hasta puesta del sol. No quisieron los contrarios dejar su fuerte ni salir á dar la batalla. Por ende nuestra artillería descargó sobre ellos y les hizo algun daño. En esta sazon el Rey acudió á Girona para recoger la gente que le venia de Castilla, no menos en número que los que tenia en Perpiñan y mejor armados que ellos. Publicaba que queria acometer á los franceses dentro de su fuerte si no querian salir á la batalla. Tenia asimismo apercebida en aquellas marinas una armada para acudir á lo de Ruisellon, y por su general Estopiñan, que aun no era llegado por falta de tiempo. Como las fuerzas del Rey acudian á aquella parte, diez y nueve fustas de moros tuvieron lugar de hacer daño en las costas de Valencia y de Granada. Encontró con ellas Martin Hernandez Galindo, general por mar de la costa de Granada; pelearon cerca de Cartagena, los moros quedaron vencidos y las fustas tomadas ó echadas á fondo. El Rey, alegre con esta nueva, partió de Girona con su gente, llegó á Perpiñan un jueves, 19 de octubre. Alí visto el aprieto en que los cercados se hallaban, acordó abreviar y que parte de su ejército se pusiese por las espaldas de los contrarios á la parte de Francia, resuelto con la demás gente de combatillos por la otra banda. Para que esto mejor se hiciese, el mismo dia que llegó hizo combatir un castillo de madera que los franceses tenian levantado en el agua para impedir á los contrarios el paso porque no les atajasen las vituallas que de Francia les venian. La pérdida de aquel castillo, la llegada y resolucion del Rey puso gran espanto en los franceses, tanto, que aquella noche sin ruido y sin que los del Rey lo pudiesen entender sacaron su artillería al camino de Narbona, y el dia siguiente levantaron su campo, dejando parte de sus municiones y bagaje; y dado que bajaron á lo llano y dieron muestra de querer la batalla, mas luego revolvieron la vuelta de Narbona. Acometieron la retaguardia los jinetes de Aragon y gente de á caballo de Cataluña. Diéronles tal carga, que les fué forzado desamparar parte de la artillería, de las muni

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