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quiénes son de los que debeis hacer confianza. Que si esto no mirais con tiempo, sin duda os veréis, lo que yo no querria, en aprietos y pobrezas muy grandes. Este Arzobispo he hallado siempre hombre de buen celo y bien intencionado y de valor; dél y de otros semejantes os podeis servir seguramente. Y advertid que no es oro todo lo que lo parece, ni virtud todo lo que se nuestra y vende por tal. » El rey don Filipe respondió en pocas palabras como venia enseñado de sus privados. Mostró estimar los consejos que le daba el Rey, su suegro; y con tanto se despidieron, sin que en dos horas que estuvieron solos, ni el rey Católico hiciese mención de su hija por excusar desabrimientos, ni el rey don Filipe le ofreciese que la viese; sequedad extraña, que dió mucho que maravillar, y aun que murmurar; y fué ocasion que se despidieron y volvieron á los pueblos de que salieron mas disgustados que antes. Fueron estas vistas un sábado á 20 del mes de junio deste año en que vamos.

CAPITULO XXI.

Que los reyes se vieron segunda vez en Renedo. Prosiguieron los reyes su camino á tres y cuatro leguas el uno del otro. Llegó el rey don Filipe á Benavente la víspera de San Juan; el rey Católico por su camino apartado no dejaba de solicitar que el tratado de la concordia se continuase y concluyese. Concordaron Jos comisarios en que el rey Católico desembarazase el gobierno á su yerno, y se fuese á Aragon con retencion de los maestrazgos y que se cumpliesen los demás legados que le hizo la reina doña Isabel. Con esto hacian confederacion entre si de amigo de amigo, y enemigo de enemigo sin alguna excepcion. Juró esta concordia el rey Católico en Villafafila, donde estuvo á los 27 de junio, presentes el arzobispo de Toledo, don Juan Manuel, el de Vila, y luego otro dia la juró el Rey, su yerno, en Benavente. Asiento para él muy aventajado, tanto mas, que de secreto hicieron y firmaron una escritura en que se declaraba la impotencia de la Reina para gobernar, que era lo mismo que alzarse el Rey, su marido, con todo y quedar él solo con el gobierno sin competidor. Hizo sus protestaciones el rey Católico de secreto, presentes Tomás Malferit y Juan Cabrero y su secretario Miguel Perez de Almazan, declarando que venia forzado en aquel concierto por estar en poder de su yerno sin armas, y él rodeado de gente de guerra y no poder hacer otra cosa. Hecho esto, se partió para Tordesillas. Desde allí despachó sus cartas y las publicó, su data 1.o de julio, en que daba cuenta de su recta intencion, y que siempre la tuvo de dejar á sus hijos el gobierno luego que llegasen á Castilla; que en conformidad y para muestra desta su voluntad, se salia destos reinos para tener cuenta con los que á su cargo estaban y por su ausencia padecian. Envióle el rey don Filipe á avisar antes que partiese de Tordesillas diversas cosas que pasaron entre él y la Reina en Benavente, y á suplicalle mandase como padre poner en ello remedio. A esta embajada, por ser materia tan peligrosa y tener entendido que el rey don Filipe la pretendia encerrar, no quiso responder en particular cosa alguna mas de

remitirse á su virtud y conciencia; que si él era padre, él era su marido, y ella madre de sus hijos, y por todos respetos tenia por muy cierto escogeria lo mejor y mas honesto, lo cual le rogaba afectuosamente. De Tordesillas se pasó el rey Católico á una aldea junto de Valladolid, que se llama Tudela, y el rey don Filipe se fué á Mucientes. Procuraba por el camino atraer los grandes á su opinion, y sacaba dellos firmas para encerrar á la Reina. Envió á pedir al Almirante hiciese lo mismo, respondióle que si su alteza mandaba firmase aquel papel, le dejase ver la causa con que se justificaba aquella resolucion, y para esto le diese lugar de ver y hablar á la Reina. Respondió que decia muy bien, y así fueron el Almirante y el conde de Benavente á la fortaleza de Mucientes, do tenian á la Reina. Halláronla en una sala muy escura, vestida de negro, y un capirote en la cabeza que le cubria casi el rostro, y debia ser el chaperon que se usa en Francia; á la puerta de la sala Garci Laso, y dentro con ella el arzobispo de Toledo. Levantóse al Almirante, y hízole la cortesía que le hiciera su madre, salvo que se quedó en pié. Preguntóle que si venia de donde su padre estaba y cómo lo dejó. Respondió que otro dia antes se partió de Tudela, y quo le dejó muy bueno y de partida para sus reinos de Aragon. Díjole que Dios le guardase y que holgara mucho de velle. Pasó el Almirante algunas pláticas con la Reina, y nunca respondió cosa que fuese desconcertada. El rey don Filipe instaba que luego se encerrase. El Almirante le dijo que mirase lo que hacía, que ir sin la Reina á Valladolid seria cosa de grande inconveniente y seria mal contado. Que la gente estaba alterada y á la mira, y los grandes tendrian ocasion de alborotar el reino con voz de poner en libertad á su Reina. Que su parecer era no la apartase de sí; y pues el principal mal eran celos, encerralla seria aumentar la enfermedad y pasion. Comunicólo el Rey con los de su Consejo; salió decretado que la llevasen á Valladolid. Pero antes que esto se hiciese, acordaron que los dos reyes se viesen segunda vez en Renedo, que es una aldea á legua y media de Tudela, y dos y media de Mucientes. Avisó el rey Católico á su yerno que por no dar que decir procurase que estas vistas fuesen con mas muestras de amor que las pasadas, pues á todos venia á cuento para la reputacion se entendiese quedaban muy conformes. A 5 del mes de julio, despues de comer, partieron los reyes para Renedo. Llegó primero el rey Católico, apeóse en la iglesia, y allí esperó á su yerno. Las muestras de amor fueron muy grandes. Estuvieron dentro de una capilla por espacio de hora y media. Avisó el rey Católico á su yerno mas en particular de lo que debia hacer y de lo que se debia guardar para gobernar sin tropiezo aquellos reinos. Por fin de la plática llamaron al arzobispo de Toledo, y en su presecia se dijeron palabras de grande benevolencia. Con esto se despidieron, y el rey Católico sin tratar de negocios algunos ni aun de ver á su hija, se partió de Renedo y continuó su camino de Aragon. Suplicóle el duque de Alba le dejase acompañalle hasta Nápoles, donde pensaba ir en breve; mas aunque hizo mucha instancia, no lo consintió, antes le dijo recibiria mas servicio se quedase en Castilla para acudir á sus cosas como sobrestante de los á

y

Lopez de Padilla, comendador mayor de Calatrava, Y Rodriguez Lucero, el cual y los demás oficiales preHernando de Vega, que quedaban con cargo de presidir en el consejo de las órdenes, y Luis Ferrer, que dejó por su embajador; á todos los cuales mandó obedeciesen al Duque como á su misma persona. Esta salida del rey Católico, que pareció á todo el mundo muy afrentosa, llevó él con la grandeza de ánimo que solia lás demás cosas. A los grandes que vinieron á despedirse recibió con inuy buena gracia sin dar muestra de algun sentimiento. Si alguno le hablaba de la ingratitud que mostraron á quien debian lo que eran, respondia que antes de todos ellos. tenia recebidos muchos servicios, y que los tenia muy presentes en su memoria para gratificalles en lo que pudiese. Finalmente, su partida fué como si dentro de pocos dias pensara volver. A la verdad, conocida la condicion del Príncipe y los humores de la gente, claramente se dejaba entender que las cosas de Castilla no durarian muchos dias en un ser, y que en breve sentirian el daño, y aun clamarian por el gobierno del que tantos años con su valor los mantuvo en paz y justicia.

CAPITULO XXII.

De las novedades que sucedieron en Castilla. Apenas el rey don Fernando volvió las espaldas, cuando en Castilla se vieron grandes novedades. Por donde Jos naturales comenzaron á entender cuánta falta hacia el gobierno pasado, ca es de grande importancia para todo una buena cabeza. Tenia el rey don Filipe convocadas Cortes para Valladolid. Intentó de nuevo llevar adelante su traza, que era encerrar á la Reina con color de su enfermedad y que no queria entender en el gobierno, Los grandes tenia él negociados y venian en ello, y aun el arzobispo de Toledo pretendia que se la entregasen, y buscaba votos para salir con ello. Solo el almirante de Castilla de los que allí se hallaban fué el primero que lo contradijo, y no quiso dar consentimiento á tan grande novedad. Habló con los procuradores de Cortes; díjoles que no viniesen en cosa tan fea, que era grande deslealtad tratallo. Ellos le ofrecieron que lo harian así y seguirian su consejo, si algun grande les, asistiese. Entonces el Almirante les bizo pleito homenaje de estar con ellos á todo lo que sucediese por aquella querella. Con esto lo contradijeron la mayor parte, y solo juraron lo que en las Cortes de Toro, es á saber, á doùa Juaną por reina propietaria de aquellos reinos, y por rey al Archiduque como á su legítimo marido, y por príncipe y sucesor en aquella corona despues de los dias de su madre á don Carlos, su hijo. Sirvió el reino en aquellas Cortes con cien cuentos, pagados en dos años, para la guerra de los moros, si bien la derrama desta suma se tuvo por muy grave á causa de la hambre que se padecia en Castilla muy grande, tanto, que de Sicilia se proveia España de trigo, la Mancha y reino de Toledo por el puerto de Cartagena, y por Málaga el Andalucía, cosa inaudita. Otra novedad fué que los del Consejo comenzaron á en tremeterse en los negocios de la Inquisicion como si fueran profanos. Daban oidos en particular á los que se

tendian se debian remover de los oficios. Favorecian á los presos el conde de Cabra y marqués de Priego. Llegaron los del pueblo á tomar las armas. Prendieron al fiscal y á un notario de la Inquisicion, y aun entraron en el alcázar, do residian los inquisidores. Quejábanse asimismo del inqusidor mayor, que era el arzobispo de Sevilla don Diego de Deza y de los del consejo de la grande Inquisicion, que eran el doctor Rodrigo de Mercado, el maestro Azpeitia, el licenciado Hernando de Montemayor, el licenciado Juan Tavera, que adelante fué cardenal y arzobispo de Toledo, y el licenciado Sosa, todos personas muy aprobadas, y en esta sazon residian en Toro, donde tenian presos buen número de judaizantes, personas ricas y principales. Otra novedad fué que de una vez se removieron todos los corregidores de las ciudades y los alcaides de las fortalezas hasta los generales de las fronteras, en que hobo tres daños notables: el uno, que se proveyeron en las tenencias y oficios muchos flamencos; el segundo, que como eran tantas las provisionés, no se pudieron hacer las diligencias para poner personas idóneas en los gobiernos; solo el favor de los cortesanos y grandes era bastante para poner cada cual sus criados, allegados y deudos sin mirar otras partes y el diuero con que hacian feria y mercado de los oficios, en particular los flamencos, que pensaban por esta via medrar; el tercero daño fué qué los depuestos se tuvieron por agraviados les quitasen sín algun demérito el premio dado por sus servicios, que era cantera de enemigos y quejosos. La indignacion destos y la poca habilidad de los nuevos oficiales y ministros, sobre todo la fama de que andaban en venta los oficios y judicaturas, y el mal tratamiento de la Reina fué ocasion que los pueblos se alborotasen en gran parte y aun comenzasen á apellidarse para poner remedio en aquellos daños presentes, y prevenir otros mayores que se esperaban. Casi todos echaban ya de ver la falta que el rey Católico les hacia, y piaban por él con tanto despecho, que si volviera á Castilla, se entendia le acudiera la mayor parte della y casi todos. Con esto comenzaban á tener en poco al nuevo Rey, tanto, que pretendió hacer presidente del consejo real á Garci Laso, y despues nombralle por ayo del infante don Fernando, y los grandes no consintieron lo uno ni lo otro, y don Juan Manuel hacia oficio de presidente hasta tanto que aquella plaza se proveyese. En la Andalucía se juntaron el duque de Medina Sidonia, el conde de Ureña, el marqués de Priego y conde de Cabra. Entendióse que pretendian tratar de que la Reina se pusiese en libertad. Todos eran nublados que amenazaban grande tempestad. Partieron el Rey y Reina por el mes de agosto de Valladolid para Segovia por causa que los marqués y marquesa de Moya no querian, como les era mandado, entregar la tenencia de aquel alcázar á don Juan Manuel; pero como supieron la determinacion del Rey y que se juntaba gente de guerra para ir contra ellos, obedecieron á aquel mandato; y el Rey antes de llegar á aquella ciudad con este aviso dió la vuelta á Tudela de Duero con intento de pasar á Búrgos, y de allí á Victoria, porque se pu

blicaba que gente francesa venia para acometer aquela frontera. Para asegurarse por la parte de Navarra hizo el rey don Filipe dos cosas: la una, que en lugar de don Juan de Ribera nombró por general de aquella frontera al duque de Najara; la otra, que hizo confederacion con aquellos reyes muy estrecha por los reinos de Castilla y de Leon, sin hacer mencion del Rey, su suegro, ni del reino de Aragon; que fué traza muy notable, y en que contravenia á la concordia que se asentó con el Rey, su suegro, en Villafafila, y aun á todo el buen respeto que debe el hijo á su padre.

CAPITULO XXIII,

De la muerte del rey don Filipe

Salió el rey Católico de Castilla por Montagudo, y entró en Aragon por Hariza la via de Zaragoza, donde primero la Reina y despues el Rey fueron recebidos con grande alegría como de gente que esperaba por medio de aquel matrimonio tener su rey propio y ser gobernados con la moderacion é igualdad que pedian sus leyes y lo usaron los reyes pasados. Antes que saliese de Castilla y desde el camino hizo diversas veces instancia con el Rey, su yerno, le entregase al duque Valentin como prisionero suyo para tenelle á buen recado en algun castillo de Aragon ó llevalle consigo á Nápoles por ser de tanta importancia para las cosas de Italia, do pensaba pasar en breve, y con este intento se aprestaba en Barcelona una armada. El rey don Filipe se inclinaba á entregársele; mas los de su Consejo fueron de parecer que se debia primero averiguar cuyo prisionero era, pues fué preso y enviado á España por el Gran Capitan y en vida de la reina dona Isabel. Este parecer se siguió, que fué otro nuevo disfavor y muy notable desvío. Crecian las sospechas que se tenian contra el Gran Capitan. Daba ocasion á los maliciosos ver que se detenia tanto y nunca acababa de arrancar. Quién decia que esperaba la venida del César, que se queria embarcar en el golfo de Venecia con ocho mil alemanes para apoderarse de aquel reino; quién le cargaba que traia secretas inteligencias con el rey de Francia por medio del cardenal de Ruan; quién con el Papa por medio del cardenal de Pavía, y que deliberaba de aceptar el cargo de general de la Iglesia que le ofrecian para echar de Boloňa á Juan de Bentivolla, que tenia tiranizada aquella ciudad. No faltaba quien dijese que trataba de emparentar con Próspero Colona y casar una hija suya con el hijo de Próspero con intento de favorecerse de los coloneses para se conservar. Cada cual se persuadia que queria todo lo que podia, midiendo por ventura por su corazon el ajeno. Envió el Gran Capitan á España á Nuño Ocampo por la posta para descargarse y certificar al Rey de su venida; pero como lo que decía era tanto y por tantas partes, no se aseguraba con esto, antes determinó partir para allá con toda brevedad. Nombró por virey de Aragon al arzobispo de Zaragoza, y de Cataluña al duque de Calabria, dado que Je quitó los criados italianos que tenia, y algunos dellos mandó que fuesen en su compañía á Nápoles, y aun procuró con el rey de Francia le enviase la Reina, madre del Duque, con sus hijos. Ella no quiso venir en manera al

guna; antes se fué á un lugar del marquesado de Man-. tua, acompañada de Luis de Gonzaga, su sobrino, hijo de Antonia de Baucio, su hermana, con acostamiento de diez mil ducados que le ofreció el rey de Francia cada un año. Envió el rey Católico á Cárlos de Alagon á Nápoles para avisar de su ida, con órden de asegurar en particular á los coloneses que no serian agraviados y que se tendria mucha cuenta con sus servicios. Hecho esto, desde Barcelona se hizo á la vela á los 4 de setiembre; en su compañía la reina doña Germana y las dos reinas de Nápoles, madre é hija, demás de un gran número de caballeros castellanos y aragoneses que le hicieron compañía en aquel viaje. La armada era muy gruesa, en que iban las galeras de Cataluña, y por su general don Ramon de Cardona; y las de Sicilia, cuyo capitan era Tristan Dolz, fuera de otras muchas naos. Las galeras de Nápoles quedaron en aquel reino de respeto para que el Gran Capitan se embarcase en ellas y viniese en busca del Rey. Así lo hizo, que á los 7 del mismo mes salió de Nápoles por tierra, por ser el tiempo contrario para salir las galeras. Detúvose en Gaeta hasta los 20 de aquel mes; traia en su compañía al duque de Termens y muchos caballeros italianos y españoles, y por prisioneros al príncipe de Rosano, al marqués de Bitonto, á Alonso de Sanseverino y Fabricio de Jesualdo, sin otros que dejó enfermos en Nápoles. En este mismo tiempo el rey don Filipe, luego que llegó á Búrgos y se aposentó en las casas del Condestable, lo primero que hizo fué mandar salir de palacio á doña Juana de Aragon, mujer del Coudestable, á fin que la Reina, su hermana, no tuviese con quien comunicar sus cuitas. Comenzaron asimismo á hacer proceso contra el duque de Alba, y se mandó al Almirante que para asegurar al Rey le entregase una de sus fortalezas, porque se comenzó á tener de él alguna desconfianza. El, comunicado el negocio con el marqués de Villena, duque de Najara y conde de Benavente, se excusaba de hacello. Amenazaban las cosas alguna gran mudanza, y parece se enderezaban á diseusiones y revueltas, cuando al rey don Filipe le sobrevino una fiebre pestilencial, que le acabó en pocos dias. Algunos tuvieron sospecha que le dieron yerbas; sus mismos médicos, y entre ellos Ludovico Marliano, milanés, que despues fué obispo de Tuy, averiguaron la verdadera causa, que fué ejercicio demasiado. Estuvo la Reina siempre con él en su dolencia, y aun despues de muerto no se queria apartar de su cuerpo, dado que los grandes se lo suplicaron, y que demás de su ordinaria indisposi cion quedaba preñada. Falleció á lós 25 de setiembre, una hora despues de medio dia, en edad de veinte y ocho años. Mandóse enterrar en Granada. Depositároule en Miraflores, monasterio de cartujos cerca de Burgos. Tal fué el fin que tuvo aquel Príncipe en el mismo principio de su reinado, sin poder gozar de la gloria que se pudiera esperar de su buen natural. ¿Qué le prestó su nobleza? Qué su edad y gentileza, que fué grande? Qué las riquezas y poder, en que ningun príncipe cristiano se le igualaba? Qué la casa real y tanto número de cortesanos? Todo lo acabó la muerte cruel arrebatada y fuera de sazon. Sola la virtud no falta, que tiene muy cierto su galardon y muy hondos sus cimientos. ¡Mara

villoso Dios en sus juicios! ¡ Grande înconstancia y variedad de las cosas humanas y de toda su prosperidad! ¿Qué de esperanzas mal fundadas cayeron por tierra y se acabaron? Qué de trazas comienzaron de nuevo? Fué de estatura mediana, rostro blanco y colorado, poca barba, belfo, ojos medianos, cabello largo, toda la composicion de su cuerpo muy honesto y muy amable; el ánimo muy generoso; la condicion fácil, falta notable,

y de que sus privados usaban mal; enemigo de negocios, aficionado á deportes, muy sujeto al parecer de los que tenia en su casa y á su lado. En el mes de agosto se viỏ un cometa, por espacio de ocho dias, que revolvia con su llama entre poniente y mediodía. Entendióse despues del desastre que amenazaba á la cabeza deste Príncipe y que pronosticaba se seguiria con su muerte en sus reinos alguna gran revolucion y mudanza.

LIBRO VIGÉSIMONONO.

CAPITULO PRIMERO.

Que el rey Católico supo la muerte del rey don Filipe.

Con la muerte del rey don Filipe las cosas del reino y los ánimos de los principales y del pueblo grandemente se alteraron. Repentina mudanza, confusion y peligro, uno de los mayores en que jamás Castilla se vió. ¿Quién pudiera creer ni pensar que un gobierno fundado con tantas fuerzas y por tan largo discurso de tiempo, continuado en paz y justicia, en que ninguna nacion en el mundo se le aventajaba, en un instante de tiempo se hallase en términos de desbaratarse de todo punto y trocarse en una tiranía y revuelta miserable? Inconstancia grande de las bienandanzas de los mortales y muestra clara de nuestra fragilidad. Lo que en muchos años se gana, en una hora se pierde; y la nave cuanto es mayor y mas fuerte, tanto corre mas peligro si le falta el gobernalle, como le sucedió al presente á este reino. Los grandes desconformes, y aun en gran parte descontentos; porque ¿quién pudiera satisfacer á la ambicion y hartar la codicia de tantos? Gran parte de las tenencias y de los cargos del reino en poder de flamencos en recompensa de sus servicios y de haber desamparado su patria; estos buscaban todas las maneras y caminos que podian para allegar dineros, aunque fuese con gemido y agravio manifiesto de la gente vulgar; y como no pensaban arraigar en España largo tiempo, con deseo de enriquecer todo lo ponian en venta, y de todo procuraban sacar interés. Los pueblos, ofendidos con esto y por persuasion y á ejemplo de los grandes, comenzaban á dividirse en parcialidades; los mas suspiraban por el gobierno pasado, y aun se quejaban del rey Católico que hobiese dejado á los que le desampararon y ellos mismos pusieron en necesidad de salirse afrentosamente del reino. Todos estos desabrimientos y pasiones enfrenaba la presencia y autoridad de su Rey, aunque mozo; mayormente que no podian quejarse sino de sí mismos que entregaron el gobierno al que menos convenia, y quitaron la vara al que tantos años los gobernara, honrara y acrecentara con grandes reinos y estados que ganó. Muerto el rey don Filipe, luego comenzaron á brotar las pasiones, sin que se ha

llase quien les fuese á la mano ni quien pusiese remedio á los males que amenazaban. La Reina, á quien esto mas que á nadie tocaba por ser señora legitima, impedida por su indisposicion. Su hijo el príncipe don Cárlos era niño y criado fuera de España. Si entraba en lugar de su madre, era forzoso que los que por él gobernasen fuesen extranjeros, en gran perjuicio del reino y de los naturales. De dos abuelos que tenia, el Emperador léjos, y de su gobierno se podia temer con razon el mismo inconveniente de ser Castilla gobernada por los que ninguna noticia de sus cosas ni de sus humores alcanzaban. Restaba solo al rey don Fernando, de cuya prudencia y valor, aun los que le desamaban, no dudaban; pero hallábase fuera de España y grandemente desgustado por los malos tratamientos pasados; sobre todo que los que fueron desto causa; por su mala conciencia se recelaban que si volviese sus demasías serian castigadas, y conforme á la costumbre de los hombres, tomado el mando, querria satisfacerse de los que le maltrataron. Este era el mayor recelo que tenian, y por esta causa remontaban su pensamiento algunos á cosas y medios extraños, tanto, que el dia antes que muriese el rey don Filipe, por entender que no podia vivir, hobo gran alboroto y escándalo entre los grandes, que ainenazaba guerra civil y sangrienta. Por prevenir estos inconvenientes se juntaron el Condestable y Almirante y duque del Infantado, que luego se declararon por el rey Católico, con el duque de Najara y marqués de Villena, cabezas del bando contrario en la posada del arzobispo de Toledo, y conferido el negocio, fueron de acuerdo que para todas las diferencias nombrasen por jueces al mismo Arzobispo con otros seis que escogieron de la una parcialidad y de la otra, y que todos pasasen por lo que ellos ordenasen. Con esto, 1.o de octubre, capitularon una concordia y la hicieron jurar á los grandes, que durase por todo el mes de diciembre, fin deste año, en que, entre otras cosas, mandaban que ninguno hiciese levas de gente; que las personas, tierras y castillos de los unos estarian seguros que no recebirian daño de los otros; item, que ninguno se apoderaria de la Reina, que quedó en Búrgos, ni del infante don Fernando, que á la sazon se criaba en Simancas. Suayo era Pero Nuñez de

dos; que él no les podia faltar, y dejado órden en las cosas de Nápoles, daria la vuelta en breve, resuelto de abrazar y hacer mercedes á todos como era razon y sus servicios lo merecian.

CAPITULO II.

Que el rey Católico entró en Nápoles.

Partió el rey Católico de Portofi, y si bien el tiempo no era favorable, llegó con toda su armada á surgir en el puerto de Gaeta. Allí y en Puzol se entretuvo algunos dias para dar lugar á los de Nápoles, que nunca sè persuadieron llegara allá, especialmente despues que se supo la muerte del rey don Filipe, que aprestasen el recibimiento, que pretendian fuese con toda la magnificencia posible. De Puzol se pasó á Castel del Ovo. Allí,

Guzman, clavero de Calatrava; él, por prevenir lo que podia acontecer y porque aun antes que el Rey falleciese, don Diego de Guevara y Filipe Ala con cartas que traian del Rey, á lo que se entendió fingidas, quisieron sacar al Infante de poder de su ayo, acudió al presidente y oidores de Valladolid; ellos fueron á Simancas, y trajeron al niño á aquella villa, y allí le pusieron á buen recado en el colegio de San Gregorio que fundó don Alonso de Burgos, obispo de Palencia, de la órden de Santo Domingo; diligencia con que se atajaron intentos no bien encaminados. El mismo dia que se ordenó y capituló la concordia entre los grandes en Búrgos, el rey Católico aportó al puerto de Génova. La navegacion fué larga por ser el tiempo contrario, que le forzó á tocar en Palamós y Portuvendres y en Tolon, desde donde siguió despacio la via de Saona y de Génova. Antes que el rey Católico llegase á aquella ciudad, se jun-á 1.o de noviembre, aderezadas todas las cosas necesató con él el Gran Capitan, que venia en busca suya con las galeras de Nápoles. Acogióle el Rey muy graciosamente; y con gran contentamiento acabó de desengañarse y entender que todo lo que se habia dicho y sospechado de la lealtad de aquel caballero era invencion y falso. Dijo en público y en secreto grandes alabanzas de su persona; que no era razon que la fama de un tan valeroso capitan quedase injustamente manchada. La gente, particularmente los italianos, no acababan de creer ni persuadirse que persona tan prudente y que podia tomar partidos tan aventajados se pusiese en manos y en poder de un Rey tan sagaz y en remunerar servicios limitado. Hizo aquella ciudad muchos regalos al Rey, dado que no quiso saltar en tierra; solo avisó á los ancianos que le vinieron á visitar sosegasen la ciudad, que andaba muy alborotada y para mudar el gobierno; apercibióles que en cualquiera ocurrencia acudiria con todas sus fuerzas á su hermano el rey de Francia. Esto fué de tanto efecto, que los que estaban para tomar las armas y para rebelarse se enfrenaron por entonces con temor de la armada de España, si bien poco despues se alborotaron de manera, que forzaron al rey de Francia á volver á Italia para sosegallos. De Génova siguió su viaje, y por continuar los vientos contrarios le fué forzado detenerse en Portofi; en aquel puerto, á los 5 del mes de octubre, le llegó la nueva de la muerte del rey don Filipe, su yerno. Escribíale el arzobispo de Toledo y todos sus servidores sus cartas en que le hacian instancia que, olvidados todos los desgustos pasados, diese la vuelta á Castilla, en que le ofrecian lo hallaria todo tan llano como en Aragon; que no diese lugar para que con la dilacion las cosas se empeorasen y se pusiesen en término que despues no tuviesen remedio. Lo mismo le suplicaba don Alvaro Osorio, que iba en su compañía con cargo de embajador del rey don Filipe; pero fué tan grande su corazon, que sin embargo destos ruegos y del peligro que mejor que nadie conocia corrian las cosas de Castilla, y que volver al gobierno de Castilla era todo lo que podia desear, determinó pasar adelante en su viaje. Escribió á los prelados, grandes y ciudades el sentimiento que tenia de la muerte del Rey, su hijo, y que los encargaba continuasen en la lealtad que aquellos reinos siempre guardaron á la corona real y obedeciesen á la Reina como eran obliga-hallaba indispuesta y que ya en Valladolid In juraron

rias, salieron del muelle de Nápoles veinte galeras y muy en órden llegaron do el Rey los atendia, que se entró en la capitana. Dispararon primero la artillería las galeras, despues los castillos de la ciudad y naves que en el puerto se hallaban. Hecha esta salva, las galeras se acostaron al muelle. El Rey y la Reina desembarcaron en una puente de madera que tenian para esto hecha. Salieron á recebillos el Gran Capitan y toda la nobleza de aquel reino. Llegaron al arco en que se remataba la puente, hasta donde el Gran Capitan llevó de la mano á la Reina; y el Rey juró allí los privilegios de aquella ciudad. Hecho esto, subieron á caballo debajo de un palio que llevaban los electos del pueblo. El Rey iba en un caballo blanco con una ropa de terciopelo carmesí; la Reina en una hacanea con cota de brocado y un capote sembrado de lazos verdes. El estandarte real llevaba Fabricio Colona, que le dió el Rey de su mano, y le nombró por su alférez mayor; en su compañía los reyes de armas. Seguíase el Gran Capitan con rópa de raso carmesí aforrada en brocado, y á su mano derecha Próspero Colona. Tras ellos los demás grandes y embajadores. Los que mas alegria dieron á todos fueron los prisioneros, que ya iban puestos en libertad. Cerraban todo este acompañamiento muy lucido y grande los cardenales de Borgia y de Sorrento, que se seguian despues del palio. Con este órden los llevaron por las calles principales y por los sejos, do los aguardaban los caballeros y damas de Nápoles, paradas muy ricamente con música de voces y instru-. mentos y toda muestra de alegría. Llegaron á la iglesia mayor, en que la clerecia y órdenes los recibieron en procesion. En Castelnovo, do fueron á parar, les salieron al encuentro las dos reinas de Nápoles y la reina de Hungría. Otro dia el Rey salió por toda la ciudad acompañado de todos los grandes y barones, y por mas honrar al Gran Capitan, se apeó en su posada. Luego se comenzó á dar asiento en las cosas y tratar de restituir sus estados á los barones, segun que lo tenian acordado. Celebróse parlamento general. Dióse órden que jurasen al Rey y á su hija la reina doña Juana y á sus sucesores, sin hacer mencion de la reina doña Gerinana; que fué notable resolucion y contra lo capitulado con Francia. El color que se tomó fué que la Reina se

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