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por reina de Nápoles. En este comedio Castilla se abrasaba en disensiones y parcialidades de secreto, puesto que en lo público todos se enfrenaban; y no era maravilla por estar el reino sin cabeza. La Reina ni podia ni queria atender al gobierno; las provisiones del Consejo real no eran obedecidas sino de quien queria. Algunos para nombrar gobernadores eran de parecer que se juntasen Cortes del reino. En esto hacian gran fundamento el arzobispo de Toledo, el Condestable y Almirante; acudieron á la Reina, pero no pudieron acabar con ella firmase las provisiones.convocatorias que llevaban los de su Cousejo ordenadas. Acordaron tomar testimonio desto, y que los del Consejo las convocasen para Burgos, como lo hicieron. No venian en esto, especial el duque de Alba, aunque no se hallaba en la corte, decia que solo el Rey podia juntar Cortes. Por esto dado que acudieron algunos procuradores al llamado del Consejo, en fin no se hizo nada. Todo estaba suspenso y lleno de confusion; los pareceres de los grandes eran muy diferentes y contrarios; los mas venian en que el rey Católico debia tener el gobierno; los principales eran el arzobispo de Toledo, el Condestable, el Almirante y los duques de Alburquerque y de Béjar. Entre estos, los unos no querian que se encargase del gobierno si no venia en persona; otros juzgaban que podia gobernar en ausencia. Con esto se conformaba el arzobispo de Toledo, tanto, que procuraba le enviase poderes tan bastantes para todo como cuando le envió á concertar las diferencias que tenía con el rey don Filipe; y aun por otra parte trató con la Reina que ella se los diese. El duque de Najara y don Alonso Téllez, hermano del de Villena, y don Juan Manuel juzgaban que la reina doña Juana por su impotencia se débia tener por muerta; y para que esto se declarase pretendian se debian juntar las Cortes. Con esto succdia su hijo el príncipe don Cárlos; mas tampoco estos no concordaban en todo, ca el Duque pretendia le trajesen á España para que en su nombre gobernasen los que el reino señalase; don Alonso fundaba en derecho que la gobernacion pertenecia al César como abuelo paterno del príncipe don Carlos, y por consiguiente tutor suyo, la cual opinion andaba mas valida que la del Duque ; y aun el mismo Emperador tuvo gran deseo de tomar á su cargo el gobierno hasta dar intencion de venir á España, pospuestas todas las otras cosas que dél cargaban. No faltaban personas que querian llamar para el gobierno al rey de Portugal y casar al infante don Fernando con su hija doña Isabel con intento, de alzallos por reyes de Castilla, por estar hostigados del gobierno de extranjeros. Quién acudia á los reyes de Navarra, y querian se hiciese el matrimonio que pretendian entre hija del rey don Filipe y el príncipe de Viana para entregalles el reino y su gobierno; ¿con qué título, con qué color? Mas se gobernaban por sus antojos, y miraban mas sus intereses que la razon. Del Arzobispo decian pretendia el capelo para sí, y para su compañero fray Francisco Ruiz una iglesia. El duque del Infantado queria el obispado de Palencia para un hijo suyo. El duque de Alburquerque que el alcázar de Segovia se volviese al marqués de Moya. Al duque de Najara pesaba que el Condestable tuviese tanta mano

con el rey Católico, y al de Villena que el duque de Alba. El conde de Benavente queria le concediesen la feria de su villa de Villalon, como se la concedió el rey don Filipe, sin embargo que era en perjuicio de Medina del Campo. Otros tenian otras pretensiones, prestos de acudir á la parte de donde se les diese mas esperanza dellas sin tener respeto al bien comun, si se apartaba de sus particulares. Para prevenir estos inconvenientes el arzobispo de Toledo y los deputados con él para componer todas las diferencias acordaron que los grandes jurasen que hasta tanto que se juntasen las Cortes no llamarian algun príncipe ni se concertarian con él en manera alguna; y aun el rey Católico desde Nápoles escribió á los mas de los grandes, y les prometió las mas de las cosas que pretendian, con deseo de ganallos y de sosegallos en su servicio; en particular al marqués de Villena prometió daria á Villena y Almansa, y al duque de Najara las alcabalas de la merindad de Najara. Mas en el entre tanto la poca conformidad que los grandes que andaban en la corte entre sí tenian dió ocasion á que por mal gobierno sucediesen notables desórdenes. Uno fué que por el mismo tiempo que en Nápoles se aprestaba la entrada del rey Católico, el duque Valentin una noche se descolgó de la Mota de Medina, en que le tenian preso, y aunque fué sentido de los de dentro, no lo pudieron impedir. Recogióse primero al estado del conde de Benavente, con cuyo favor se libró; despues se fué á Navarra ; caso que pudiera ser de grande inconveniente, especial para las cosas de Italia, donde tanta mano tenia. Otro desórden fué que el duque de Medina Sidonia don Juan de Guzman envió á su hijo don Enrique con gente sobre Gibraltar, plaza de que hiciera merced á su padre el rey don Enrique, y los Reyes Católicos se la quitaron; en lo cual pretendia estar agraviado, y queria por fuerza restituirse en el señorío de aquella plaza. El alcaide que estaba en el castillo por Garci Laso por una parte, y por otra el conde de Tendilla desde Granada y otras comunidades del Andalucía hicieron sus diligencias para socorrer á los cercados; así el cerco se alzó, en especial que el arzobispo de Sevilla prometió acabaria con la Reina y con el Rey, su padre, estuviesen con el Duque á justicia. Despues se juntaron estos personajes en Tocina con los condes de Ureña y Cabra y marqués de Priego, en que se concertaron entre sí y hicieron de comun acuerdo una escritura de concordia en que se obligaron de acudir á lo que fuese servicio de su alteza y pro del reino, obedecer las cartas que viniesen firmadas de la Reina ó de su Consejo. Cuanto á las Cortes que tenian llamadas, protestaban que si lo que en aquel ayuntamiento se determinase.no fuese servicio de Dios y de su alieza, pró y bien comun del reino, no se tendrian por obligados á pasar por ello. Sucedió demás desto que don Rodrigo de Mendoza, marquês de Cenete, pretendia casar con doña María de Fonseca. Levantóse pleito sobre este matrimonio. En tanto que se sentenciaba por el juez eclesiástico, los Reyes Católicos depositaron aquella señora en diversas partes para aseguralla de toda violencia. El Marqués con las revueltas la sacó por fuerza de las Huelgas de Valladolid, donde últimamente la tenian puesta, que fué otro nuevo

desorden. En Toledo se levantó un grande alboroto por causa que el conde de Fuensalida tomó la vara de su alguacilazgo mayor para quitar del gobierno á don Pedro de Castilla, que pretendia no se debia tener por corregidor. Acudieron soldados que envió desde Ocaña Hernando de Vega; con esto y que los Silvas se arrimaron al Corregidor, el de Fuepsalida desistió por entonces de su intento, y la ciudad se apaciguó. En Madrid se pusieron en arma los Zapatas y don Pero Laso de Castilla, servidores del rey Católico de una parte, y por otra Juan Arias con los del bando contrario. En Segovia se apoderaron de las puertas y iglesia mayor los marqueses de Moya, que pretendian recobrar el alcázar cuya tenencia les quitaron. Todo ardia en alborotos y disensioues, sin que nadie fuese parte para apagar el fuego.

CAPITULO III.

La reina doňa Juana salió de Burgos.

La indisposicion de la Reina era de suerte, que mas era impedimento que ayuda para remediar los daños. Tuvo la fiesta de Todos Santos en el monasterio de Miraflores, y oida la misa y sermon, despues de comer mandó abrir la sepultura en que yacia el cuerpo del Rey, su marido; entró dentro, y mandó al obispo de Búrgos abriese la caja en su presencia. Miró y tocó el cuerpo sin alguna señal de alteracion ni echar lágrima. Esto hecho, aquel mismo dia se volvió á la ciudad. Entendióse tenia recelo no le hobiesen llevado á Flandes la gente flamenca de su casa, que hacian instancia por ser pagados, y que para esto se vendiese alguna parte de la recámara del difunto con que se pudiesen volver á su tierra. Propusieron esto á la Reina; ninguna otra respuesta dió á su peticion tan justa, sino que ella tendria cuidado de rogar á Dios por su marido. Tratóse diversas veces de sacalla de Búrgos, donde estaba por una parte en poder del Condestable, en cuyas casas posaba, y tenia la ciudad tóda de su mano; por otra don Juan Manuel tenia mucha mano en aquella ciudad por estar cu su poder el alcázar; de la cual tenencia y de las de otros muchos castillos le hizo merced el rey don Filipe. Tomaban color para sacalla que la peste comenzaba á sentirse y picar en aquella ciudad; el marqués de Villena hacia instancia la llevasen á la su villa de Escalona. Su condicion no daba lugar á que le persuadiesen otra cosa mas de lo que se le ponia en la cabeza. Tenia en su compañía á doña Juana de Aragon, su hermana, que la hizo volver á palacio, luego que falleció el rey don Filipe, y á la marquesa de Denia, á la condesa de Salinas con su nuera doña María de Ulloa, con las cuales holgaba de hablar y se entretenia. Sentíase cargada con su prenez, salióse á la casa de la vega. De allí determinó partir de aquella ciudad y llevar consigo el cuerpo del Rey, su marido, á Torquemada, con voz que de allí le quería enviar á Granada. Con esta resolucion un dia antes que partiese de Búrgos, es á saber, á los 19 de diciembre, mandó á Juan Lopez de Lazarraga, su secretario, ordenase una provision en que revocaba todas las mercedes que el Rey, su marido, hizo despues de la muerte de la reina doña Isabel, cosa que á muchos tocaba, y tenia grandes inconvenientes. Como el secreM-11.

tario se entretuviese, llamó á cuatro del Consejo para que hiciesen despachar aquella provision, A los mismos juntamente dió órden que quedasen en el Consejo los que lo eran en vida de los reyes, sus padres, y los demás se tuviesen por despedidos. Acudieron los procuradores del reino el mismo dia que se partió, que fué el luego siguiente. Dijéronle entre otras cosas, si fuese servida, enviarion dos dellos á suplicar al rey Católico viniese para ayudalla en el gobierno. Respondió que holgaria mucho con la venida del Rey, su señor, para su consolacion; y en lo del gobierno no dijo palabra ; autes les mandó se fuesen á sus posadas, y no entendiesen en cosa alguna de las Cortes sin su mandado, que fué desbaratar aquellos ayuntamientos y atajar los inconvenientes que dellos, á juicio de muchos, podian resultar. Fué la Reina al monasterio de Miraflores un domingo, 20 de diciembre. A la tarde sacaron el cuerpo del Rey y pusiéronle en unas andas. Acompañáronle los obispos de Jaen y Mondoñedo y el de Málaga, que era don Diego Ramirez de Villascusa. Poco despues salió la Reina, y en su compañía el marqués de Villena, y el embajador Luis Ferrer y el Condestable, que acudió luego con otros muchos. El camino era de noche y con hachas. Llegaron á media noche á Cavia. Desde allí fueron á Torquemada, do reparó la Reina. En Búrgos quedaron los del Consejo real, el arzobispo de Toledo, el Almirante y el duque de Najara. Espiraba el tiempo que en la concordia que capitularon los grandes en Búrgos se señaló. Sobre si se debia alargar hobo diferencias. El Condestable no venia en que se prorogase, por ser en perjuicio de la Reina. El Almirante queria que se hiciese la prorogacion, y deste parecer era el arzobispo de Toledo, que hacia asimismo mucha fuerza en que el Consejo real fuese favorecido y obedecido, pues no quedaba otro camino para entretener el gobierno hasta tanto que el rey Católico viniese. Otros grandes, por impedir su venida, trataban de casar á la Reina. El de Villena queria casalla con el duque de Calabria. Asimismo se puso en plática que la casasen con don Alonso de Aragon, hijo del infante don Enrique, que era el que quedaba solo de la casa real de Aragon y Castilla por línea legítima de varon. Llegó el negocio á que ofrecieron grande estado á doña María de Ulloa, que tenia mucha cabida con la Reina, si lo acabase con ella. La Reina no vino en ello, antes lo rechazó y echó muy lejos. No faltaba quien la quisiese casar con el rey de Inglaterra, el cual dado que era de edad, lo deseó grandemente. Divulgóse otrosí que el Rey, su padre, la pretendia casar con Gaston de Fox, su cuñado y sobrino, señor de Narbona, rumor que alteró á muchos, y fué causa que los servidores del rey Católico y su partido algun tanto enflaqueciese.

CAPITULO IV.

Que los barones angevinos fueron restituidos en sus estados.

Con la ida del rey Católico á Italia grandes humores se removieron. Acudieron á Nápoles embajadores de los mas príncipes y potentados de Italia. Tratóse por medio del rey de Francia de impedir al Emperador que no se apoderase del gobierno de Flandes; traza con que se

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aseguraba que ni el príncipe don Cárlos ni el Emperador podrian venir á España, el Príncipe por estar detenido en lo de Flandes, el Emperador por estar tan léjos. Por otra parte, el de Francia pretendió que con él y con el Papa se ligase el rey Católico para recobrar de venecianos lo que le tenian usurpado de sus estados. Daba el rey Católico oidos á esto por recobrar lo que poseian en aquel reino de Nápoles. Parecíale empero era necesario asentar primero las cosas de Castilla y de su gobierno, y entre tanto conservarse en la buena amistad que tenia con aquella señoría. Para todo mucho ayudó la buena industria de Lorenzo Suarez, su embajador, que falleció los dias pasados en Venecia con gran sentimiento de aquella señoría, como lo mostró eu el enterramiento y exequias que le hicieron con aparato extraordinario. Quedó en aquel cargo su hijo Gonzalo Ruiz de Figueroa. Pretendia el Papa echar de Bolonía á Juan de Bentivolla que tenia tiranizada aqueIla ciudad. Y puesto que hacia principal fundamento para esto en la ayuda del rey de Francia, que le enviaba gente de á pié y de á caballo para esta empresa, y el mismo Papa fué á ello en persona, todavía se quiso valer de la sombra del rey Católico, que hizo avisar á Juan de Bentivolla que no podia faltar al Pontífice, antes pondria su persona y estados por la restitucion del patrimonio de la Iglesia. Entonces ofreció el tirano que recebiria al Papa en la ciudad con ciertas condiciones. Envió el Papa desde Imola, do estaba, al arzobispo de Manfredonia, y fué en su compañía el embajador Francisco de Rojas para tomar asiento con aquellos ciudadanos; con que el tirano se salió de la ciudad últimamente, y el pueblo prestó la obediencia al Pontífice y le entregó las fuerzas y castillos. Envió el rey Católico á Antonio de Acuña á dalle el parabien de aquella victoria y suceso. Juntamente pretendió confederarse en estrecha amistad con él mismo, con intento que le diese la investidura del reino para sí y para sus sucesores, sin embargo de la concordia que tenia asentada con Francia; que los reyes á ninguna cosa tienen respeto sino á lo que les viene á cuenta. Esto se trataba muy en secreto, si bien en fin deste año envió á Boloña, donde el Papa se hallaba, á fray Egidio de Viterbo, vicario general de la órden de San Agustin y excelente predicador, para ofrecelle sus fuerzas en defensa de su persona y dignidad · y juntamente para hacer guerra á los turcos, en que él mucho deseaba emplearse, y en particular, queria ayudar á despojar á los tiranos que tenian usurpadas algu nas tierras de la Iglesia. En este mismo tiempo se trataba muy de veras que los barones angevinos fuesen restituidos en sus estados. Empresa era esta muy dificultosa por estar repartidos entre los que sirvieron en la conquista de aquel reino. La prudencia del Rey y su presencia fué bien necesaria para allanar las dificultades. Quitó á unos los pueblos que tenian, á los cuales recompensó en otros pueblos ó juros que les dió. Compró estados enteros á dinero. Todo esto no fuera bastante segun eran muchos los despojados, si no supliera con estados que sacó para este efecto de la corona real. Los principales que fueron restituidos eran los príncipes de Salerno, Bisiñano y Melf, el duque de Trageto, el duque de Atri, que se llamaba antes marqués de Bi

tonto; los condes de Conza, Morcon y Monteleon, demás destos Alonso de Sanseverino. Compróse el ducado de Sesa, que se dió al Gran Capitan, recompensa muy debida á sus servicios; el principado de Teano, el condado de Cirinola y Montefosculo y la barouía de Flume, todo del duque de Gandía, que poseia muy grande estado en aquel reino. A mychos italianos y españoles se quitaron los pueblos que tenian en remuneracion de sus servicios. Entre estos fueron de los principales el embajador Francisco de Rojas, Pedro de Paz, Antonio de Leiva, Hernando de Alarcon, Gomez de Solís y Diego García de Paredes; todos llevaron de buena gana que su Príncipe, por quien pusieron á riesgo sus vidas tantas veces, en aquel aprieto los despojase de sus haciendas. Era mas fácil de llevar este daño, que por pretender los mas volverse á sus tierras, cualquiera recompensa en España anteponian á mayores riquezas en aquella tierra que ellos ponian á cuento de destierro, dado que á algunos ninguna recompensa se hizo; en particular los herederos y deudos del embajador Francisco de Rojas, condes al presente de Mora, pretenden que por la ciudad de Rapola que le dieran por sus servicios y otros pueblos en el principado de Melfi, y en esta ocasion se la quitaron, ninguna cosa se le dió en España ni en otra parte. El privilegio original tienen los dichos condes. Túvose muy particular cuenta de contentar y conservar los Coloneses y Ursinos, casas las mas nobles y ricas de Roma. Junto con esto, se hizo gran fundamento en ganar á los Seneses y al señor de Pomblin, fuerzas de importancia para todo lo que pudiese suceder en las cosas de Italia. Llegaron á esta sazon á Nápoles el obispo de Lubiana y Lúcas de Reinaldis, que enviaba el Emperador para tomar algun asiento con el rey Católico sobre el gobierno de Castilla. Estos, habida audiencia, dieron al Rey el parabien de su llegada á aquella ciudad y reino. Despues le pidieron diese algun corte sobre el gobierno de Castilla; que al Emperador, su señor, parecia séria buen medio quedasen con aquel cargo los que estaban diputados por gobernadores. Asimismo hicieron instancia que no se restituyesen los estados á los barones angevines, por el gran daño que seria tener dentro de su casa tantos enemigos. Item, que el Rey procurase se efectuase el matrimonio concertado del príncipe don Carlos con Claudia, hija del rey de Francia; que para asentar todo esto seria bien que se viesen. Pretendia el César pasar á Italia; la voz era para coronarse; el intento principal resistir al rey de Francia, de quien avisaban queria ir á Roma para hacerse coronar emperador y dar el pontificado al cardenal de Ruan, sospechas de que se quejó gravemente el Emperador en una dieta del imperio que juntó en Constancia. Oidos los embajadores, el Rey, sin pedir tiempo, respondió luego que la Reina, su hija; era á quien tocaba el gobierno de Castilla; y caso que no quisiese ó no estuviese para gobernar, pertenecia á solo él como á su padre, y que lo mismo seria en caso que muriese; que hasta entonces ningunos gobernadores tenian nombrados en Castilla. A lo de los barones respondió que tenia prometido de volvelles sus estados, y no podia faltar á su palabra; cuanto al casamiento del Príncipe, que el rey de Francia le envió á avisar de la

contradicion que su reino liacia, por llevar mal que lo de Milan y Bretaña se desmembrase de aquella corora, y que todos los estados le suplicaban la casase con el duque de Angulema, á quien pertenecia la sucesion de aquel reino despues de sus dias. A lo de las vistas respondió con palabras generales, que holgaria dellas cuando hobiese disposicion para ello. Tuvieron segunda audiencia los embajadores, en que llegaron á ofrecer al rey Católico que el César le daria título de emperador de Italia, y renunciaria en él todos sus derechos que tenia sobre aquella provincia y le ayudaria á hacerse señor della. A esto dijo que no convenia disminuyese el Emperador su autoridad, que de Italia él no queria mas de lo que era suyo. Movieron despues desto la plática de ligarse los príncipes, Emperador, reyes de Francia y el Católico con el Papa contra venecianos. A esto dijo que como los demás se concertasen, no quedaria por él. Entonces envió el Rey al César por su embajador á don Jaime de Conchillos, obispo de Girachi, con cargo en lo público y órden de allanar á los flamencos para que admitiesen al Emperador á la gobernacion de aquellos estados, como á tútor.del príncipe don Carlos, su nieto. Otro tenia en el corazon, como queda ya tocado.

CAPITULO V.

Que la reina doña Juana parió en Torquemada.

Filipe Vazquez de Acuña tenia oprimido el regimiento para qué no obedeciesen á la Reina; Diego Hurtado de Mendoza le echó fuera de la ciudad, y se dió órden que el regimiento nombrase alcaldes ordinarios que gobernasen en nombre de la Reina. En Segovia el marqués de Moya tenia cercado el alcázar, y hizo salir de la ciudad todos los vecinos que no eran de su opinion, hasta quemar la iglesia de San Roman, en que algunos de sus contrarios se hicieran fuertes. La Reina no servia de otra cosa mas de embarazar. Para prevenir que el fuego no pasase adelante en el Andalucía, se ligaron el marqués de Priego y conde de Cabra con el conde de Tendilla, capitan general de Granada, y eladelantado de Murcia, en servicio de la Reina y para conservar en justicia aquellas tierras hasta tanto que el rey Católico volviese. Vino el conde de Ureña á la corte. Pretendió interponer su autoridad para sosegar los grandes, dado que así bien él como los demás daba sus quejas y tenia sus pretensiones, que venian á parar todas en el alcaidía de Carmona, que le habian quitado, y en una encomienda que pedia para su hijo don Rodrigo. Los grandes, sin embargo, se armaban. El Almirante juntaba gente para apoderarse de Villada y Villavicencio, villas que décia le tenia usurpadas el duque de Alba. El duque de Najara andaba en la corte muy acompañado de gente de armas; y llegó á tanto su atrevimiento, que ocupó las posadas qué en Villamediana se dieron á los del Consejo, que por esta causa se fueron á Palencia. Don Juan Manuel vino á Torquemada con sesenta lanzas. El marqués de Villena y el Condestable asimismo se apercebian de gente. El arzobispo de Toledo, vistos estos desórdenes, comenzó á traer gente de guarda, y juntó cien lanzas y trecientos alabarderos, y dió órden como de su dinero se pagasen las compañías de las guardas ordinarias. Y aun por esta causa quiso jurasen obediencia á la Reina y á él mismo, todo á propósito de enfrenar la insolencia de los grandes por una parte, y por otra que el Consejo no despachase algunas provisiones poco á propósito para tiempos tan revueltos. Alteróse por esta causa el duque de Najara. Juntó mas gente pasu seguridad. Las cosas llegaron á término, que una noche en Torquemada hobieran de venir á las manos los del Duque y los del Arzobispo. Para atajar estos daños se dió órden que en aquella villa solo quedase la gente de la Reina y del Arzobispo, con que el Duque se partió mal enojado. Antes que don Juan se saliese de Torquemada se juntaron con él en Grijota el Almirante, el de Villena, el de Benavente y Andrea del Búrgo, embajador del Emperador; concertaron de impedir la venida del rey Católico, si primero no satisfacia á sus demandas y pretensiones. Despues se juntaron algunos dellos en Dueñas. Allí acordaron echar fama que elarzobispo de Toledo y Condestable tenian á la Reina presa; últimamente se fueron á Villalon con intento de juntar gente para socorrer el alcázar de Segovia que tenia apretado el marqués de Moya. El rey de Portugal tenia asimismo sus inteligencias con el marqués de Villena para impedir la venida del rey Católico y procurar que el Emperador trajese al Príncipe, y como su tutor tomase á sumano el gobierno. Vino por este tiempo de Roma don Antonio de Acuña, proveido del obis

La reina doña Juana se ballaba en Torquemada, principio del año de 1507. Allí un juéves, á los 14 de enero, parió una hija, que llamó doña Catalina, y adelante fué reina de Portugal. Vióse en gran peligro por falta de partera, oficio que hobo de suplir doña María de Ulloa, su privada y camarera. Todos eran efectos de su indisposicion ordinaria, que no daba lugar á medicinas ni á consejos, Hallábanse allí el arzobispo de Toledo, el Condestable y otros grandes. Los de su Consejo con su presidente el obispo de Jaen se quedaron en Búrgos. Deseaban los de su Consejo componer las diferencias que se continuaban entre los grandes y sosegar la llama de los alborotos que por todas partes se encendia; pero tenian sus provisiones y mandatos poca fuerza, dera suerte que quien no queria obedecer se salia con ello; todo era violencias y males, miserable estado y avenida de escándalos y desórdenes. El alboroto de Córdoba contra los inquisidores iba adelante. El motivo principal era que los presos, por revolver el pleito, tenian encartada gran parte de la nobleza como cómplices en sus delitos. El pueblo atribuia esto á la malicia de los inquisidores. En Toledo los Silvas y Ayalas se pusieron en armas; los Ayalas en favor de un pesquisidor que venia nombrado por el Consejo con suspension de varas del corregidor y sus oficiales; los Silvas pretendian que el pesquísidor no entrase y que el corregidor quedase con su oficio. Eran gran parte para salir con todo lo que querian por tener en su poder las puertas y las puentes; mas prevalecieron los Ayalas porque los seguia el pueblo, y el corregidor don Pedro de Castilla fué echado de la ciudad, en que hobo sobre el caso muertos y heridos. A Madrid traian alborotado don Pero Laso de Castilla, que estaba por el rey Católico, y Juan Arias, cabeza del bando contrario. El corregidor de Cuenca

pado de Zamora. Cometióle el Rey como á deudo que era del marqués de Villena que le asegurase en su servicio, y le ofreciese le darian á Villena y Almansa, que tanto él deseaba. No bastó esta diligencia, ni fué de mayor efecto la que hizo don Alvaro Osorio con el du que de Najara y con don Juan Manuel, con los cuales se fué á ver para sosegallos y atraellos al servicio del rey Católico. De la provision del obispado de Zamora en la persona de don Antonio de Acuña se quejó el Condestable que fuese premiado el mayor enemigo que tenia, y á él no se hiciese merced alguna. Resultó asimismo otra nueva revuelta. Los del Consejo por haberse hecho aquella provision sin preceder suplicacion de la Reina ni del Rey, su padre, como era de costumbre, juzgaron que seria en gran perjuicio de la preeminencia real si se consintiese llevar adelante. Despacharon sus provisiones enderezadas al dean y cabildo de aquella iglesia para impedille la posesion; y si la posesion fuese tomada, mandaban que no la dejasen continuar ni acudiesen con los frutos del obispado á don Antonio, Llegaron las provisiones á tiempo que don Antonio estaba en pacífica posesion. Despacharon al alcalde Ronquillo que hiciese ejecutar sus man latos. Don Antonio, que sobrevino con gente una noche, le prendió dentro de su posada y llevó á la fortaleza de Formosel. Acudieron el corregidor de Salamanca-para castigar aquel desórden y desacato, y el duque de Alba mandó juntar sus vasalios para lo mismo. Pero ninguna diligencia bastó para remover á don Antonio y que no quedase con su obispado. Todo el reino ardia en alborotos, tramas, quejas y pretensiones. Los mejores querian vender lo mas caro que pudiesen su lealtad y servicio, acomodar sus cosas; para sí, sus dendos y amigos sacar lo que mas pudiesen. El rey Católico, como quier que no pretendía traer la espada desnuda contra los que le ofendieron, así parecia cosa dura y afrentosa comprar con dádivas lo que de derecho se le debia, bien que desagraviar á los que injustamente padecian, á todos parecia muy conveniente. En esta sazon los del Consejo prorogaron las Cortes por espacio de cuatro meses; con que los procuradores del reino, que se entretenian en Búrgos, se volvieron á sus casas.

CAPITULO VI.

Que el duque Valentin fue muerto.

Las cosas de Castilla se hallaban en esta confusion, y por las fronteras de Navarra se comenzaron á mover algunas novedades. El rey don Juan con la ocasion de la ausencia del rey Católico, que le tuvo siempre enfrenado, determinó tomar enmienda de los desacatos que su condestable el conde de Lerin le tenia hechos en muuchas maneras por las espaldas que de Castilla le hacian. Para este su intento vino muy á propósito la huida del duque Valentin, su cuñado. Luego que se acogió á su reino, le nombró por su capitan general, con cuya ayuda pretendia despojar de todo su estado al conde de Lerin y echalle de todo aquel reino como á notorio rebelde y enemigo de su corona. Juntó sus gentes, que eran docientos jinetes y ciento y cincuenta hombres de armas y hasta cinco mil infantes. Con este ejército, un

Y

miércoles, á 10 de marzo, se puso sobre la fortaleza de Viana, cuya tenencia se habia dado al Condestable, tenia dentro para su defensa á don Luis de Biamonte, su hijo, y yerno del duque de Najara. Otro dia despues que llegó esta gente á Viana, por ser la noche muy tempestuosa, tuvo comodidad el Condestable de acudir desde Mendavia, que era una su villa á tres leguas de allí, á favorecer y proveerá los cercados. Llevó en su compañía docientas lanzas, y dejó fuera de Mendavia en un barranco á la cubierta de un viso hasta seiscientos de á pié. Entró en la fortaleza y bastecióla lo mejor que pudo. A la mañana al dar la vuelta fueron sentidos. Salieron del campo del Rey hasta setenta lanzas en compañía del duque Valentin, que por la priesa iba mal armado. Seguia el Rey con la demás gente, aunque despacio y no muy en órden. El Duque, como era arriscado, acometió á los que se retiraban, mató y prendió hasta quince hombres. Adelantóse en seguimiento de un caballero hasta el lugar en que tenian la celada. Revolvieron otros cuatro caballeros sobre él; hirióle el uno con una lanza sobre el faldar, fué el golpe tal, que le arrancó del caballo. Acudieron los de la celada, y sin ser conocido, aunque peleó muy bien á pié con una lauza de dos hierros, al fin le mataron, y le despojaron en un momento hasta de la camisa. Con la muerte del Duque toda la demás gente se volvió con poca honra á sus estancias. El condestable de Mendavia por estar mas seguro se pasó á Lerin. Así acabó sus dias el que poco antes ponia espanto á toda Italia, y en cuya mano estaba la paz y la guerra de toda ella. Notóse mucho que muriese dentro de la diócesi de Pamplona, que fué el primer obispado que tuvo, y que su muerte fuese el mismo dia que tomó la posesion dél, es á saber, el dia de San Gregorio. Quedó sola una hija del Duque en poder de su madre y del rey de Navarra, su tio. Con todo esto el Rey estrechó mas el cerco de la fortaleza con su gente y la que de Castilla el Condestable le envió de socorro de á pié y de á caballo. Por el contrario, el duque de Najara se acercó á la frontera con gente para ir á socorrer al conde de Lerin; y aun el arzobispo de Zaragoza apercebia gente para ayudalle por ser tan servidor del rey Católico y su cuñado. Pero en fin la fortaleza de Viana se hobo de rendir, y el Rey con su gente, que llegaba ya á seiscientas lanzas y ocho mil infantes, se fué á poner sobre Raga. Los del Consejo real de Castilla por sosegar aquellos movimientos enviaron al secretario Lope de Conchillos para requerir al rey de Navarra en nombre de la reina doña Juana no procediese por via de fuerza contra el conde de Lerin. Hacíase instancia que sobreseyese en aquella guerra por tiempo de tres meses, en el cual medio se podrian concertar quellas diferencias y vendria el rey Católico para concordallos. El rey de Navarra no venia en ello; la respuesta fué dar grandes quejas contra el conde de Lerin, que le tenia revuelto su reino; que no era razon fuesen favorecidas de ningun príncipe insolencias semejantes. Todavía se contentaba con que viniese en persona á pedir perdon de sus yerros y entregalle en su poder á Lerin, y sus hijos fuesen á serville en su corte, y hecho esto, el Conde se saliese de aquel reino. Tratábase desto, y el Rey continuaba en apoderarse del es

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