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tado del Conde. Rindióse Raga y todos los demás lugares que el Conde tenia; solo quedó en su poder Lerín, villa en que se hizo fuerte con sus hijos y aliados, plaza que, si bien con dificultad, tambien vino á poder .del Rey. l'or esto el Conde se fué á Castilla, y despues pasó á Aragon, sin que le quedase una almena en toda Navarra. No le hizo poco daño tener de su parte al duque de Najara, porque por el mismo caso el Condeśtable y los mas servidores del rey Católico se declararon por el Navarro, si bien para las turbaciones de Castilla fué á propósito ocuparse el Duque en aquella guerra de Navarra ; tanto mas, que el rey Católico á la misma sazon ganó á su servicio al conde de Benavente con promesas que le hizo de una encomienda y docientas mil de juro, é intencion que dió de le otorgar la feria de Villalon. Aseguró otrosí al duque de Béjar con prometelle otras cosas que él mismo deseaba. Así, el partido del rey Católico y de los que deseaban su venida andaba muy valido, y muy caido el de los contrarios. Morian en Torquemada de peste, mal que se embraveció este año muy extraordinariamente, y se derramó por toda España. Salióse la Reina á Hornillos, aldea muy pequeña, que está una legua de aquella villa, con determinacion de no salir de aquella comarca sino aguardar allí al Rey, su padre. Tenia mandado que volviesen á su Consejo los que estaban en él en vida de la Reina, su madre, y los nuevamente proveidos fuesen privados de aquel cargo. Con esto el obispo de Jaen se fué á su casa; los oidores nuevos, que eran Aguirre, Guerrero, Avila y don Alonso de Castilla, hicieron instancia para que se revocase aquel mandato; no se pudo acabar con la Reina por grandes diligencias que se hicieron y medios que para ello tomaron. Así, volvieron al Consejo los oidores antiguos Angulo, Vargas y Zapata. En Segovia se continuaba el cerco, que tenia el marqués de Moya muy apretado sobre el alcázar; y dado que los de dentro se defendieron muy bien por espacio de seis meses, al fin con minas que se sacaron por diversas partes redujeron los de dentro á término, que le rindieron á los 15 de mayo. Ayudaron al Marqués en esta empresa el duque de Alburquerque, que fué allá en persona, y el Condestable, duque de Alba y Antonio de Fonseca con gentes que de socorro le enviaron.

CAPITULO VII.

Que el Emperador y rey Católico trataban de concertarse
sobre el gobierno de Castilla.

Los embajadores del César que fueron á Nápoles hacian grande instancia sobre las vistas de los dos príncipes consuegros. Ofrecian que el Emperador vendria á Niza, ó que el rey Católico fuese á Roma, donde el César en breve pensaba venir á coronarse. Que en un dia se podrian mejor conformar por sus personas que en mucho tiempo por medio de terceros. El rey Católico daba diversas excusas para no venir á las vistas, la mas principal que los reinos de Castilla padecerian mucho daño con aquella tardanza, que forzosamente seria de algunos meses. Como se resolvió en esto, los embajadores le requirieron no volviese á Castilla sin que primero se concertasen todas las diferencias; que de otra ma

nera el Emperador seria eso mismo forzado de ir allá, y los males que dello resultasen se imputarian y estarian á cuenta del que diese la causa. Pareció este término mas desafío que voluntad de concierto. Todavía se comenzó á tratar por los embajadores sobredichos de una parte, y de otra el Gran Capitan, el camarero y el secretario del rey Católico de los derechos que cada uno pretendia tener por su parte y de los medios que se representaban para conformarse. Muchas cosas se alegaron como en negocio tan grave. Los principales puntos en que el rey Católico se fundaba eran ser padre y por consiguiente tutor de la Reina, y su voluntad que siempre dió muestra de querer que su padre gobernase, y el testamento de la reina doña Isabel que así lo disponia. De parte del Emperador se oponia que en caso que la Reina estuviese impedida, sucedia el Principe, su nieto, en cuya tutela debia ser preferido el abuelo paterno. Que el rey Católico se casó segunda vez, por do perdió la tutela, especialmente que prometió á la reina doña Isabel no lo haria, por lo menos era cierto que si entendiera se pretendia casar, no le dejara el gobierno. Lo tercero que los grandes, cuyo consentimiento se requeria, no venian en su gobernacion, y no era razon poner el reino en condicion de revolverse. Otras razones alegaron, mas estos eran los nervios fundamentales. Pasaron á tratar de medios. Los del Emperador decian que su señor holgaria se cometiese el gobierno á veinte y cuatro personas; dellas las diez y seis nombrase él, y las ocho el rey Católico, y que estos gobernasen en compañía del Rey. Y cuanto a las provisiones de oficios y beneficios, que de tres partes el Rey proveyese la una, y las dos los del gobierno ; las rentas dividian en cuatro partes, las tres partes para la Reina, y la una para el Rey. Item, para asegurar la sucesion del príncipe don Carlos querian que todas las fortalezas del reino estuviesen en poder del Emperador. Todas eran demasías y exorbitancias á propósito de revolvello todo. Pedian otrosí que se enviasen á Flándes algunos hijos, de grandes y personas principales de Castilla y Aragon para criarse con el Príncipe, y que se diese seguridad para los que siguieron la voz del rey don Filipe que no serian maltratados ni en algun tiempo les pararia perjuicio. Que la investidura de Nápoles se alcanzase de manera que no perjudicase á la sucesion del príncipe don Carlos. Condiciones tolerables eran algunas destas, pero pedian otras muchas, que no se debian conceder ni se pudieran asentar en muchos años. Por esto el rey Católico aprestaba su partida, si bien el Emperador de nuevo le envió á requerir con Bartolomé de Samper, que de Nápoles fué enviado á Alemaña, sobreseyese hasta tanto que aquellas diferencias estuviesen asentadas. El Rey todavía continuaba en su propósito, y para despacharse envió sus embajadores á dar la obediencia al Papa, que fueron Bernardo Dezpuch, maestre de Montesa, Antonio Augustino y Jerónimo Vic, un caballero valenciano que iba para hacer oficio de embajador ordinario en aquella corte en lugar de Francisco de Rojas. Dióseles audiencía á los 30 de abril; hizo Antonio Augustino un muy elegante razonamiento, en que excusaba la dilacion que en dar aquella obediencia se tuvo por diversos impedimentos que no se pudieron evitar. Ofre

ció la obediencia y todas las fuerzas del Rey en favor de aquella santa silla. Respondió el Papa con mucha alegría, y en señal de amor dió á los embajadores la rosa de oro que se bendice la noche de Navidad, para que de su parte la llevasen á su Rey. Juntamente convidaba al Gran Capitan para que fuese general de la Iglesia en la guerra que pensaba hacer á venecianos; el mismo cargo le ofrecia aquella señoría por entender que era tanto su valor, que llevaria consigo muy cierta la victoria á cualquier parte que se allegase. Los partidos que le hacian muy aventajados previno el Rey con tornar á prometelle el maestrazgo de Santiago. Y porque no parecie sen palabras, dió comision á Antonio Augustino, cuando le envió á Roma, para que suplicase al Papa le pudiese resignar en su favor en manos de los arzobispos de Toledo y de Sevilla y el obispo de Palencia, para que con comision del Pontífice le colasen al Gran Capitan Juego que llegase á Castilla ; que no hacia desde luego la resignacion por inconvenientes que alegaba que podrian resultar en ausencia. El Papa venia bien en conferir al Gran Capitan aquella dignidad, pero no quiso dar la comision que se le pedia por no perjudicar á su autoridad. Con esto se dilató aquella resignacion, no sin gran sospecha que el Rey usó en esto de maña solo para sacar al Gran Capitan de Italia, que era duque de Sesa Ꭹ de Terranova y gran condestable de Nápoles; grandes estados y mercedes en sí, pero muy pequeñas, si con sus méritos y servicios se comparan. Deseaba el Rey con gran cuidado reformar la capitulacion hecha en Francia sobre la sucesion del reino de Nápoles, que caso no tuviese hijos de la reina doña Germana, se devolvia á los reyes de Francia. Trataba de remediar este daño, y para esto de tomar por medio al cardenal de Ruan con promesa que le hacia de ayudalle para subir al pontificado, si allanaba esta dificultad, como á la verdad el mejor camino fuese alegar que pues el rey de Francia no cumplia el asiento que tenia tomado de casar su hija con el príncipe don Carlos, con que le quitaba la sucesion de Milan y de Bretaña, era razon que es-. to se recompensase con alzar aquel gravámen en lo de la sucesión de Nápoles, pues no era cosa tan grande ni tan cierta como lo que se le quitaba, ni aquella condicion servia sino de dejar pleito y debates á sus sucesores para adelante. El rey de Francia no daba oidos á nada desto, ca estaba desabrido por los homenajes que se hicieron en Nápoles en nombre de la reina dona Juana, sin hacer mencion de la reina doña Germana, como fuera razon, para conformarse con lo que tenian capitulado.

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CAPITULO VIII.

Que el rey Católico partió de Nápoles. Importaba mucho que el rey Católico abreviase en su venida para atajar inconvenientes y' sosegar malos humores que cada dia por acá se levantaban, lo cual él no ignoraba; mas las cosas de Nápoles le detenian hasta dejallas bien asentadas. Hacia instancia con el Papa por medio de su embajador Jerónimo Vic le diese la investidura de Nápoles. Anduvieron sobre el caso demandas y respuestas. El Pontífice se resolvió de dársela con condicion que le recobrase con sus gentes las ciudades

de Faenza y Arimino, que tenian los venecianos usurpadas en la Romaña. No se podia hacer esto en poco tiempo, y las revueltas de Castilla no sufrian tanta dilacion. Resolvióse de abreviar su partida de cualquiera manera que fuese. Para prendar mas al Gran Capitan. otorgó un instrumento en que daba fe de la lealtad que siempre en su persona halló y de su muchio valor y servicios señalados; cuya copia se, envió á todos los príncipes para que si alguno habia del concebido ó sospechado otra cosa, quedase con tal testimonio desenga➡ ñado. Era venido á Nápoles Juan de Lanuza, virey do Sicilia; á este caballero, por la mucha confianza que hacia dél y sus buenas partes, determinó dejar por visorey de Nápoles. Pero porque antes que el Rey se embarcase, él y su hijo Juan de Lanuza, que era justicia de Aragon, fallecieron, nombró por virey de Nápoles á su sobrino don Juan de Aragon, conde de Ribagorza, y á Sicilia envió á don Ramon de Cardona con cargo de teniente general. Para el consejo de estado de Núpoles nombró á Andrés Garrafa, conde de Santaseverina, y á Hector Piñatelo, conde de Monteleon, y á Juan Bautista Espinelo, al cual quitó entonces el cargo y nombre de conservador general por ser muy odioso en aquel reino. Dejó órden al Virey que conservase los Colone-. ses y Ursinos, y á Bartolomé de Albiano se restituyó su estado porque se redujo á la obediencia del Rey. Proveyóse que demás de la gente de guerra docientos gentiles hombres residiesen en la corte con nombre de Continos y acostamiento por año de cada ciento y cincuenta ducados. A los venecianos que se mostraban sospechosos de la voluntad del Rey, para asegurallos envió á Filipe Ferreras que hiciese con aquella señoria oficio de embajador. Proveido todo esto, el Rey se hizo á la vela un viérnes, á los 4 de junio, con diez y seis galeras. Ocho dias antes partió la armada de las naos, y por su general el conde Pedro Navarro. El reino de Portugal florecia por este tiempo en todo género de prosperidad, y extendia su fama por todas las partes, merced de Dios, que les dió un rey tan señalado como el que mas en valor y prudencia y en noble generacion. Parió la Reina en Lisboa, á los 5 de junio, un hijo, que se llamó don Fernando. Las grandes esperanzas que daba su buen natural y aficion á las letras cortó la muerte arrebatada, que le sobrevino en la flor de su mocedad. Algunos grandes de Castilla, en especial el marqués de Villena, pusieron los ojos en este Príncipe para que se encargase del gobierno de aquel reino, con intento de impedir por este modo la venida del rey Católico; mas él no quiso aventurar su sosiego por promesas de pocos y mal fundadas, si bien de secreto deseaba tener mano en las cosas de Castilla por casar sus hijos con los de la Reina, y por este medio tomar uno de dos caminos, ó como tutor en tal caso del príncipe don Carlos, su yerno, encargarse del dicho gobierno, que le venia muy á cuento para proseguir la navegacion de la India y la conquista de Africa con la ayuda que podia tener de Castilla, ó por lo menos obrar con el Emperador que tomase á su cargo lo que el derecho le daba. A esto mismo convidaba al César el rey de Navarra, y aun le ofrecia el paso por su tierra, que decia seria camino muy fácil, y esto por estar muy sentido del rey

Católico, y aun receloso que si volvia á su antiguo po- | der, no pararia hasta apoderarse de aquel reino. Es cosa cierta que á estos dos reyes pesaba de la prosperidad del rey Católico, y no querian tener vecino tan poderoso, conforme á la costumbre de todos los príncipes. La misma instancia hacian al Emperador los grandes sus aficionados y parciales, y él mismo estuvo muy determinado de ponerse en camino y pasar en España, como consta de una que escribió desde Constancia, do se tenia la dieta del imperio, deste tenor á don Juan Manuel « Por otras cartas vos he hecho saber mi de>> terminacion, que era de ir en persona á esos reinos y >> llevar conmigo al príncipe don Cárlos, mi nieto; é si >> las cosas dellos no estuviesen en la pacificacion que >> convenia al servicio de la serenísima Reina, mi hija, >>daria tal órden que ella fuese servida é obedecida, é la »>sucesion del Príncipe asegurada. Pero despues he » sido informado que ha habido algunas novedades, por >> lo cual me tengo de dar mas priesa para ir á esos rei>>nos y llevar conmigo al Principe. E ansi yo partiré de » aquí para Bravante de hoy en catorce ó quince dias, »é ya he mandado aderezar las cosas que para mi ida á >> esos reinos son necesarias. Entre tanto yo vos ruego y »encargo que os junteis con nuestro embajador y con >> los otros servidores del Príncipe, como hasta aquí ha>> beis hecho, y no se dé lugar á que se haga cosa con>> tra la libertad de la Reina ni contra la sucesion del » Príncipe; que idos allá, habiendo respeto al amor » que el Rey, mi hijo, que haya santa gloria, os tenia, ét » á la voluntad que tenia de os hacer mercedes, é á » vuestros servicios, se hará con vos lo que el Rey, mi » hijo, deseaba hacer. De la mi ciudad imperial de >> Constancia, á 12 de junio de 1507.»>

CAPITULO IX.

De las vistas del rey Católico con el rey de Francia.

Hallábase el rey de Francia en Italia, donde abajó los meses pasados con un grueso ejército para sosegar en su servicio los ginoveses, que con las armas pretendian recobrar su libertad y salir de la sujecion de Francia, en que pasaron tan adelante, que el año pasado el pueblo se alborotó contra los nobles. Abatieron las armas de Francia de todos los lugares en que estaban, y sacaron por Duque á un tintorero de seda, por nombre Paulo de Nove. Para sosegar estos movimientos el - rey de Francia envió primero su gente; despues él mismo pasó á Italia. Tratábase con esta ocasion que á la vuelta del rey Católico para España los dos reyes se viesen. Pareció la ciudad de Saona lugar á propósito para esta habla. Detuviéronse las galeras en Gaeta y por las costas de Roma y de Toscana algunos dias por ser el tiempo contrario. Llegó el rey Católico á Génova á los 26 de junio. Allí le salió á recebir Gaston de Fox, señor de Narbona, su sobrino y cuñado, con cuatro galeras. Aguardaba ya el rey de Francia en Saona su llegada. Salió el rey Católico vigilia de San Pedro del puerto de Génova para ir allá. Fué grande el recebimiento que se le hizo. Salió el rey de Francia á la marina y despues de haberse recogido y abrazado con toda muestra de alegría los dos reyes, el Católico

á manderecha, el Francés á la izquierda, y en medio la Reina, fueron debajo del palio al castillo, do tenian hecho el aposento á los huéspedes. El de Francia por mas honrallos se pasó á las casas del Obispo. El dia de San Pedro oyeron misa juntos. Los cortesanos á porfía andaban muy lucidos; en especial los españoles con las riquezas de Nápoles iban en extremo arreados y bravos. Aquella noche cenó la Reina con el rey de Francia, su tio, y con el rey Católico dos cardenales, el de Santa Prajedis, que vino por legado del Papa á las vistas, y el de Ruan, legado de Francia. Otro dia cenaron los dos reyes y Reina juntos, y con ellos por cuarto el Gran Capitan, á instancia del rey de Francia, que le honró con todo género de favor, palabras y cortesía. Lo mismo hizo el rey Católico con el señor de Aubeni, tanto, que él entró en esperanza le mandaria restituir el condado de Venafra, que poseia al tiempo que se rompió la guerra. Grande resolucion fué la del rey Católico ponerse libremente en poder de su competidor y hacer dél tanta confianza, larga materia de discursos, especial para italianos. En estas vistas lo que principalmente se trató fué de tomar la empresa contra la señoría de Venecia, plática comenzada otras veces. Despedidas las vistas, continuó el rey Católico su viaje, que por ser los vientos contrarios, la navegacion fué larga. Llegó al puerto de Cadaques, en Cataluña, á los 11 de julio; y por huir la peste, de que se herian muchos por aquella comarca, no paró hasta llegar á la playa de Valencia, que fué á los 20 del mismo mes, donde dias antes era aportado Pedro Navarro con los navíos. Fueron grandes las fiestas que en aquella ciudad hicieron á los reyes. La Reina entró debajo del palio por ser allí su primera entrada. Con la nueva de la venida del Rey lo de Castilla se allanó con facilidad; en particular el marqués de Villena de su voluntad se redujo y puso en las manos del Rey, con promesa que se le hizo de estar con él á justicia y hacelle razon en todo lo que pretendia estar agraviado. Y dado que esta reduccion la hizo mas forzado que de grado, todavía se estimó en mucho; y aun su primo el conde de Ureña obró y ayudó muy bien para que se redujese á mejor partido; en premio deste buen oficio y por aseguralle mas le dieron la tenencia del castillo de Carmona, que pretendia se le debia y era suya. Al duque de Medina Sidonia con el mismo intento por medio del Condestable se le dió intencion de hacelle recompensa por lo de Gibraltar en dinero y juros. Para todo daba calor el arzobispo de Toledo, muy contento, demás de las mercedes recibidas, que el rey Católico le trajese impetrado del Papa el capelo, y el oficio de inquisidor general en los reinos de Castilla y Leon por cesion que hiciera de aquel cargo el arzobispo de Sevilla, como consta todo por una carta que le escribió el rey Católico poco antes de su partida de Nápoles, cuyo original se guarda en su colegio mayor de Alcalá de Henares. Inquisidor general en la corona de Aragon era fray Juan de Enguerra, confesor del Rey. Con estos medios tan fáciles se sosegaron los ánimos de casi todos los grandes, y quedó tan llano lo de Castilla cuanto se podia desear. Una cosa dió mucho que murmurar á todo el reino y maravillarse. Esta fué

que impetró del Papa la iglesia de Santiago para don Alonso de Fonseca, mozo de pocas letras; y lo que era mas feo, por resignacion que en su favor hizo su mismo padre con título que se le dió á él de patriarca de Alejandría, negocio de muy mala sonada, que tal iglesia pasase de padre á hijo, especialmente bastardo, y novedad nunca oida. Verdad es que los servicios del padre fueron siempre muy grandes, y la revuelta de los tiempos, y que el mismo don Alonso, el mozo, acompañó al Rey en aquel viaje de Nápoles, pudieron excusar algun tanto este hecho, de que sin embargo toda la vida tuvo este Príncipe gran pesar. Mas ¿quién hay que no yerre en algo? ¿En algo digo, y no en muchas cosas? Restaba por allanar el duque de Najara y don Juan Manuel, y de nuevo el conde de Lemos, que los dias pasados se apoderó por fuerza en Galicia de la villa de Ponferrada, que era de la corona real, y de gran parte del marquesado de Villafranca ; á lo cual todo, si bien pretendia tener derecho, era grande desacato proceder por via de hecho. Tratose en Hornillos, do la Reina residia, de atajar este daño. Los del Consejo, el Arzobispo y otros grandes acordaron que el duque de Alba y conde de Benavente con gente fuesen contra el Conde. Hizose así, juntaron como dos mil lanzas y tres mil infantes para esto. El duque de Berganza dió muestra de querer acudir á socorrer al Conde, inducido por su hermano don Dionis, yerno del Conde, casado con su hija heredera; mas el rey de Portugal no dió lugar á ello. Trató empero con el arzobispo de Toledo que no se procediese por via de fuerza contra el Conde, sino que le diesen lugar para alegar de su derecho. En fin, el Conde se allanó, restituyó á Ponferrada y los lugares que tenia tomados del marquesado de Villafranca, porque con la nueva de la Hlegada del rey Católico á Valencia todos le desamparaban, y él mismo con el miedo, que es gran maestro, cayó en que iba por camino errado. Don Juan Manuel, caudillo de aquella su parcialidad, resuelto de partirse para Alemaña y Flándes, do ya eran idos el de Vila y el de Vere y los demás flamencos, encomendaba el castillo de Burgos al duque de Najara, y el de Jaen al conde de Cabra. Por este tiempo vino nueva al rey Católico que el alcaide de los Donceles, que residia en Mazalquivir, con cien caballos y tres mil infantes que llevó de España, los mas de los que vinieron de Nápoles, hizo una entrada muy larga en tierra de moros la via de Tremecen, y que al dar la vuelta con grande presa de ganados y cautivos no léjos de Orán fué roto por el rey de Tremecen, que salió en su seguimiento con grande morisma. Pelearon los nuestros muy bien, pero no pudieron contrastar á tanta muchedumbre; perdieron la presa toda, y las vidas los mas. El Alcaide con setenta de á caballo rompió por los enemigos, y se metió en Mazalquivir. De todos los demás solos cuatrocientos se salvaron por los piés, y otros tantos quedaron cautivos, que fué una pérdida muy grande. El Rey con la nueva desta rota envió desde Valencia algunas galeras y naos para socorrer á Mazalquivir, si fuese necesario. En Nápoles Diego García de Paredes dió en ser cosario por el mar, ejercicio soez. Lo mismo Diego de Aguayo y Melgarejo. Diego García pasó á

levante, donde hizo grandes daños; los otros dos desde Iscla robaban lo que podian. Un valeroso soldado catalan, por nombre Michalot de Prats, que envió el Virey contra ellos, junto á Belveder, tierra del príncipe de Bisiñano, les tomó las fustas, y ellos se salvaron la tierra adentro. Apenas hizo esto el Michalot cuando por una sobrevienta muy brava se anegó con una carabela en que iba, sin poder ser socorrido, dado que estaba á vista de tierra, que fué un caso muy notable. Por este tiempo Alonso de Alburquerque, que fué el año pasado enviado en compañía de Tristan de Acuña á la India de Portugal para suceder en el cargo Francisco de Almeida, antes de llegar á verse con él, sujetó la isla de Ormuz, una de las plazas mas importantes de aquellas partes, puesta á la boca del sino Pérsico, y aunque estéril y calurosa en extremo, sin agua, y tan pequeña que boja solas cuatro leguas, por la contratacion de levante á causa de dos puertos que tiene, muy rica y abundante en toda suerte de regalos y comodidades. En la costa de Africa á la parte del mar Océano los portugueses se apoderaron de Safin, ciudad grande y abundante, que fué otro tiempo del rey de Marruecos, y á la sazon tenia sus señores particulares.

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CAPITULO X.

El rey Católico se vió con la Reina, su hija.

Quedó la reina doña Germana en Valencia con cargo de lugarteniente general, aunque en breve pasó á Castilla. El conde Pedro Navarro fué delante con la mayor parte de los soldados que venian en el armada la via de Almazan. Con tanto partió el Rey de aquella ciudad á los 11 de agosto. Salióle al camino el arzobispo de Zaragoza, los duques de Medinaceli y de Alburquerque. Llegó á Montagudo, que es el primer pueblo de Castilla, un sábado, 21 de agosto. De allí pasó á Almazan y Aranda. Acudian por todo el camino á la hila grandes, prelados y señores para visitalle y hacelle reverencia, los mas con deseo de recompensar con la presteza los deservicios pasados y con fingida alegría. La Reina estuvo hasta este tiempo en Hornillos con harta incomodidad sin querer salir de allí, dado que se quemó el techo de la iglesia, y fué necesario pasar el cuerpo del rey don Filipe, que en ella le tenian, á palacio. Pero con el aviso que tuvo de la venida del Rey, su padre, salió de aquel lugar, y fué á parar á Tórtoles, aldea que está no léjos de Aranda, de do se fué el Rey á Villavela, que está media legua de Tórtoles, do su hija le esperaba; y un sábado, 28 de agosto, oidas vísperas, fué á Tórtoles. Salieron al camino el Condestable y marqués de Villena con los otros grandes que asistian con la Reina; asimismo el arzobispo de Toledo y Nuncio apostólico con otros prelados. Llegó el Rey á su posada, en que le esperaba la Reina. El Rey se quitó el bonete, y la Reina el capirote que traia; echóse á los piés de su padre para besárselos, y él hincó la rodilla para levantalla. Despues que estuvieron un rato abrazados, entráronse en un aposento. Acabada la plática, la Reina se volvió á su palacio. Allí el otro dia la vió el Rey, y estuvieron juntos mas de dos horas. Entendióse por el semblante que mostró el Rey no la

halló tan falta como se pensaba, y que le encomendó todo el gobierno del reino. Vióse esto por el efecto, porque luego comenzó á dar órden en todo y proveer oficiales como le pareció. Estuvieron en aquel lugar siete dias, los cuales pasados, se fueron á Santa María del Campo. Quisiera el Rey que en aquel lugar se diera el capelo al arzobispo de Toledo; la Reina no lo consintió, ca decia no era razon se hallase ella do se hiciesen alegrías y fiestas. Por esta causa se le dió en la iglesia de Mahamud; el pueblo era pequeño, la solemnidad fué grande. Intitulóse cardenal de España, dado que su título particular era de Santa Balbina. Hallábase en la corte en Santa María del Campo Andrea del Burgo, embajador por el César, hombre sagaz, atrevido y mañoso en tanto grado, que aun despues de la venida del rey Católico no cesaba de solicitar á muchos que se declarasen contra su gobierno. Mandole el Rey despedir con color que llevase respuesta de lo que le fué encomendado. Envió en su compañía á Juan de Albion para que avisase al Emperador de su parte y de la Reina le pluguiese de enviar persona por embajador suyo, que tuviese buen fin y celo á la paz de aquellos reinos, que era lo que á todos convenia. Junto con esto trató de conformar entre sí al Condestable, Almirante y du

y mandó juntar toda la gente que pudo? Estaba sin duda persuadido que el Emperador muy en breve seria en España con gente y traeria en su compañía al principe don Cárlos. Por esta confianza, no solo no quiso jurar la cláusula del testamento de la reina doña Isabel tocante á la gobernacion de Castilla en las Cortes de Toro, sino de allí adelante no obedecia á los mandatos del Consejo real; y aun dió órden que en sus lugares no recibiesen los alcaldes de corte que iban á ejecutallos. Hizo levas de gente en forma de alboroto, y aun se adelantó á publicar que tenia poderes del príncipe don Carlos, en cuya virtud se llamó virey, y como tal dió sus provisiones para que los corregidores ejerciesen la justicia en su nombre; señaladamente se hizo esto en Ubeda, en que era corregidor don Antonio Manrique, su sobrino. Para prevenir estos inconvenientes y otros mayores que podian resultar, partió el rey Católico de Santa María del Campo camino de Búrgos. Llegó á Arcos; desde allí envió, á los 23 de octubre, á Hernan, duque de Estrada, su maestresala, para que dijese al Duque de su parte le entregase sus fortalezas para asegurarse dél por aquel medio y para que no fuese necesario pasar á otros remedios mas ásperos. Excusóso el Duque de hacer lo que se le mandaba. El Rey, de

que de Alba, y asegurarse dellos y de los otros gran-jando á la Reina en Arcos, porque no queria ir á Búr

gos, donde perdió su marido, pasó adelante con determinacion de proceder contra el Duque. Llegó el negocio á términos, que el conde Pedro Navarro tuvo órden de ir con su gente y la de las compañías de las guardas y artillería para ocupar todo el estado del Duque y prender su persona. Interpusiéronse los grandes, eu particular el Condestable y duque de Alba que suplicaron al Rey templase aquel rigor; y el mismo Duque con este miedo se allanó á rendir las fortalezas de Navarrete, Treviño, Ocon, Redecilla, Davalillo, Ribas y la tenencia de Valmaseda, castillo de la corona real que tenia en su poder. Todas se entregaron al duque de Alba y á las personas que él señaló por alcaides para que las tuviesen en tercería. Con esto perdonó el Rey al Duque los yerros y enojos pasados, y aun no mucho despues hizo poco á poco entregar las fortalezas å don Autonio Manrique, conde de Treviño, hijo del Duque, con que se sosegaron aquellos nublados, que amenazaban alguna tempestad. Para mas obligar al duque de Alburquerque trató el Rey de casar á doña Juana de Aragon, hija del arzobispo de Zaragoza, con el hijo mayor del Duque, matrimonio que no se efectuó, y ella casó adelante con don Juan de Borgia, duque de Gandía.

des. Procuró otrosi sosegar las alteraciones del Andalucía, porque en Córdoba el marqués de Priego tomó las varas á los oficiales de don Diego Osorio, corregidor; en Ubeda los del bando de Molina desasosegaban la tierra con el favor que les diera el corregidor don Antonio Manrique, sobrino y parcial del duque de Najara; en Sevilla don Pedro Giron, hijo del conde de Ureña, por muerte del duque de Medina Sidonia don Juan, pretendia que no sucedia en aquel estado don Enrique, hijo del difunto, sino doña Mencía, su mujer. Dióse órden que los puertos de Vizcaya y de Galicia estuviesen muy seguros, y que de Galicia saliesen el conde de Lemos y don Hernando de Andrada, que tenian gran mano en aquella tierra. Lo mismo se hizo en los puertos de Cádiz, Gibraltar y Málaga; y aun para asegurarse de los moriscos les mandaron despoblar la tierra por espacio de dos leguas de la costa del mar del reino de Granada por cuanto se extiende desde Gibraltar hasta Almería, con intento que en aquella parte se heredasen y la poblasen cristianos viejos, dado que esto no se pudo ejecutar. Tenia en su poder don Juan Manuel las fortalezas de Búrgos, Jaen, Plasencia y Miravete; mandó el rey Católico que las rindiesen los alcaides y se las entregasen. El de Búrgos, que se llamaba Francisco de Tamayo, dilatuba la ejecucion y entreteníase con buenas palabras. Por esto el Rey acordó pasar adeJante camino de Búrgos, y juntamente dió órden al conde Pedro Navarro que con la gente de guerra que traia y la artillería de Medina del Campo fuese á combatir aquella fortaleza. El Alcaide, sabida esta determinacion, sin esperar mas entregó la fuerza; lo mismo se hizo de las demás. Don Juan Manuel por la via de Navarra pasó en Francia con intento de irse á Alemaña á valerse del Emperador. Restaba el duque de Na-inteligencias del cardenal de Aragon, que pretendia jara; ¿con qué fuerzas, en cuya confianza, por qué medios pensaba sustentarse en Najara, do se hizo fuerte

CAPITULO XI.

De diversos matrimonios que se trataron.

Mostrábase el Emperador muy sentido contra el rey de Francia y el rey Católico. Quejábase del rey Católico que se apoderase del gobierno de Castilla tan absolutamente antes de concordarse con él. Decíase que para vengarse queria enviar como tres mil alemanes al reino de Nápoles para alterar los naturales y ayudar las

llevar á Nápoles al duque de Calabria, y para alzalle por Rey ayudarse de cualquiera que pudiese; y aun se tuvo

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