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CAPITULO V.
De la liga que el rey Católico hizo con el Papa y con venecianos.

Andaban las pláticas entre el Papa y rey Católico para concertarse; apretábase el tratado cada dia mas. El Rey queria se le acudiese con dinero para pagar la gente; al Papa se le hacia muy de mal de privarse de aquella poca sustancia que para su defensa le quedaba.

sortes; todas eran trazas en el aire, y muy diferentes de las que el Rey, su consuegro, con mas fundamento tramaba. Concluyóse pues la liga, que llamaron santisima, entre él y el Papa y venecianos á los 4 de octabre, por la restitucion de Boloña y de las otras tierras de la Iglesia y por la defensa de la Sede Apostólica contra los scismáticos y el concilio de Pisa. Las condiciones fueron que el Rey dentro de veinte dias des

Esto sentia tanto, que á las veces revolvia en su pensa-pues de la publicacion desta alianza enviase mil y domiento y aun movia partidos para concertarse con Francia; pero como quier que no le sucediese á su propósito, acudió al socorro de España como á puerto mas cierto y mas seguro. Llevóse el negocio tan adelante, que el Rey determinó enviar á Nápoles buena parte de la gente que tenia junta para pasar á Africa; quinientos hombres de armas, trecientos caballos ligeros y otros tantos jinetes y dos mil infantes se embarcaron en Málaga. Llevaba cargo de toda esta gente Alonso de Carvajal, señor de Jodar; de los infantes iba por cabeza el coronel Zamudio. La voz era que iban á la conquista de Africa; no venia bien ni se creia, porque al mismo tiempo que esta gente partió de España, que fué á principio de agosto, el conde Pedro Navarro llegó á Nápoles con hasta mil y quinientos soldados maltratados y desarrapados, reliquias de las desgracias pasadas. Entreteníase el rey de Francia con la plática que movió de casar su hija menor con el infante don Fernando, en que daba intencion de alzar la mano de la pretension que tenia á la sucesion de Nápoles. El rey Católico, dado que venía bien en el casamiento, todavía instaba que Boloña se restituyese á la Iglesia. El Francés se excusaba por razones que alegaba para no hacello. Las cosas amenazaban rompimiento. El Francés se concertó con los Bentivollas de tomar aquella ciudad debajo de su amparo; y para todo lo que podia suceder, mandó á Gaston de Fox, su sobrino, que era duque de Nemurs y le tenia puesto por su general y gobernador de Milan, enviase cuatrocientas lanzas á Boloña, y si fuese necesario, pasase con su ejército en persona á socorrella. Por otra parte, un embajador de Inglaterra, que fué á Francia para este efecto, y el embajador Cabanillas hicieron un requirimiento en pública forma al rey de Francia sobre la restitucion de Boloña, que era tanto como denuncialle la guerra, si en cosa tan justa no condecendia. Alteróse mucho el Francés desto; respondió por resolucion que determinaba de defender á Boloña de la misma manera que á Milan. Sucedió que el Papa adoleció de guisa, que se entendia no podia escapar. El Emperador asimismo vino á Trento por el mes de setiembre; desde allí el obispo de Catania se despidió para dar la vuelta á España. Habia este Príncipe entrado en pensamiento de ser puesto en la silla de san Pedro en lugar del Papa. Fomentaba esta imaginacion el cardenal de Sanseverino, uno de los scismáticos, que andaba en aquella corte en ayuda y en nombre de su parcialidad, y le allanaba el camino, no solo para salir con el pontificado, sino para hacerse señor del reino de Nápoles con favor de los señores de su casa, y aun de toda Italia, si se determinase ir en persona á dar calor al concilio de Pisa en que ya estaban los otros cardenales sus con

cientos hombres de armas, mil caballos ligeros, diez mil infantes españoles á esta empresa; el Papa quedó de acudir con seiscientos hombres de armas debajo la conducta del duque de Termens; la señoria con sa ejército y con su armada para que se juntase con las once galeras del rey Católico. Mientras la guerra durase, el Papa y venecianos se obligaron de pagar para la gente del Rey por mes cuarenta mil ducados y de dar el dia de la publicacion desta liga ochenta mil por la paga de dos meses. Quedó á cargo del Rey nombrar general de todo el ejército, y señaló á don Ramon de Cardona, su virey de-Nápoles. En este tratado los venecianos renunciaron cualquier cantidad que hobiesen prestado á los reyes de Nápoles que fueron de la casa de Aragon. El Emperador no entró en esta liga; declaróse empero en las capitulaciones en particular que se hizo con su sabiduría y con participacion del rey de Inglaterra. Resolvióse el Papa de venir en estas condiciones, á lo que se entendió, por tres causas: la una, que estando él doliente, los barones de Roma y el pueblo se alteraron y pusieron en armas con intento que les guardasen sus privilegios y que eran gobernados tiránicamente; la otra, que los florentines se tenian por Francia, que daba ocasion de temer que cada y cuando que quisiese podria aquel Rey sin resistencia llegar á Roma y enseñorearse de todo rasta poner pontifice de su mano; lo que sobre todo le hizo fuerza era el concilio de Pisa, ca tenia gran recelo no procediesen á deponelle y á criar antipapa, como se publicaba lo pretendian hacer. En esta misma sazon Diego García de Paredes, que hizo mucho tiempo oficio de cosario, y por esta causa cayó en desgracia de su Rey, andaba en servicio del Emperador; y fué por dos veces preso, una junto à Verona en cierto encuentro que con los imperiales tuvieron los albaneses; la segunda en Vicencia, do estaba enfermo al tiempo que aquella ciudad se redujo á la obediencia de la señoría. El almirante Vilamarin, que era ido con sus galeras á España, por órden del Rey dió vuelta á Nápoles para acudir á las cosas de la liga. Quedó en la costa de Granada Berenguel de Olms con algunas galeras. Por otra parte, Rodrigo Bazan con otros capitanes y gente iban á quemar ciertas fustas que se recogian en el rio de Tetuan. Túvose aviso que el rey de Fez venia muy poderoso sobre Ceuta; acudieron los unos y los otros al socorro. Cuando llegaron á Ceuta supieron que el de Fez era pasado á ponerse sobre Tanger, plaza que tenia por capitan á don Duarte de Meneses, muy buen caballero. Acudieron luego á aquella parte, llegaron un sábado, 18 de octubre. Tenian los moros el lugar en mucho aprieto, porque hicieron gran daño con su artillería en las murallas y gente, y pasaron sus estancias junto

á las minas que tenian hechas para batir la ciudad, Salieron del pueblo Rodrigo Bazan y sus compañeros. Dieron sobre una de las estancias de los enemigos, que les hicieron desamparar con muerte de muchos de los principales moros que allí estaban. Otro dia salieron los portugueses de á caballo á escaramuzar con los moros; hicieronlo tan valientemente y con tanta destreza, como muy ejercitados contra moros, que el rey de Fez perdió la esperanza de salir con su empresa, tanto, que el dia siguiente mandó levantar sus reales. Así los capitanes de Castilla volvieron á Gibraltar con la honra de haber socorrido aquella ciudad y librádola de enemigo tan poderoso y bravo.

CAPITULO VI.

La guerra se comenzó en Italia.

Apercebíase el virey de Nápoles para salir con su gente. El conde Pedro Navarro iba por general de la infantería, que tenia alojada en Gaeta y por los lugares de aquella comarca. La caballería muy en órden y todos prestos para marchar. Excusóse de ir á esta jornada Próspero Colona; parecíale no lo podia hacer con reputación sin llevar algun cargo principal. Por esta causa se dió á Fabricio Colona nombre de gobernador y teniente general. El conde de Santa Severina Andrés Garrafa asimismo no quiso ir. Notóse que los que con mas voluntad se ofrecieron fueron los barones de la parte angevina. Entre ellos se señalaron el marqués de Bitonto, hijo del duque de Atri, el marqués de Atela, hijo único del príncipe de Melfi, el duque de Trageto, los hijos de los condes de Matalon y de Aliano. El príncipe de Bisiñano, dado que se quedó por doliente, por ser la guerra contra Francia, envió el collar y órden de San Miguel á aquel Rey; lo mismo hicieron los de Melfi y Atri y Matalon. Partió primero el conde Pedro Navarro con su infantería la via de Pontecorvo; poco despues, á 2 de noviembre, salió la caballería, que era muy lucida gente, en compañía del Virey. En este medio el ánimo del Emperador combatian varios pensamientos y contrarios: por una parte el cardenal Sanseverino continuaba en sus promesas mal fundadas; por el contrario, el embajador don Pedro de Urrea ofrecia, si entraba en la liga para atajar los males que amenazaban, le ayudarian con el ejército comun y á su costa para enseñorearse del ducado de Milan y aun para allanar lo de Güeldres. Este camino parecia á aquél Príncipe mas.seguro y mas llano, si bien conforme á su condicion nunca acababa de resolverse. Tornaba á querer concierto con venecianos con las condiciones y partido que ofreció el Papa al de Gursa. Era ya tarde, en sazon que los venecianos, demás de estar muy confiados en el ejército de la liga, tenian de su parte mil hombres de armas, fuera de otros docientos con que fué á servilles Pablo Ballon, caudillo de fama; tenian otrosí mas de tres mil caballos ligeros, en buena parte albaneses, gente muy diestra, y nueve mil infantes. Verdad es que el embajador de Roma Jerónimo Vic se dió tal maña, que concertó treguas entre aquella señoria y el Emperador; cosa que, aunque no sirvió para que los venecianos se juntasen con el ejército de la li

ga, para lo de adelante importó mucho. El rey de Francia no se descuidaba en dar órden que su general Gaston de Fox saliese á combatir el campo de la liga con toda su gente y la que de nuevo le proveyó de Francia; y aun de los suizos pretendia levantar gran número y divertillos que no entrasen en la liga ni aun acudiesen á la defensa de la Iglesia como se procuraba por medio del Cardenal sedunense. Juntamente por entretener al Emperador le ofrecia por medio de Andrea del Burgo de hacelle Papa, si lo quisiese ser, y si no, que se elegiria pontífice de su mano; tan poco miramiento se tenia en negocio tan grave. Demás desto, que recobraria las tierras que de la Iglesia pertenecian al imperio, y del reino de Nápoles le daria la parte que en él quisiese, y el ducado de Milan y ciudad de Génova le acudirian perpetuamente con cierto número de gente siempre que tuviese guerra. Las diferencias de Güeldres ofrecia se comprometerian en las personas que el mismo César nombrase; partidos todos tan grandes, que nadie se podia asegurar del cumplimiento. Entonces el cardenal de Sanseverino se despidió del Emperador con poco contento por la poca resolucion que en sus pretensiones llevaba. Queria el Virey llevar su ejército la via de Florencia para de camino asegurarse de aquella ciudad, que seguia la voz de los scismáticos y de Francia; mas el Papa no lo consintió, y mandó que por el Abruzo pasase á la Romaña, y desde allí á Boloňa. El tiempo era muy recio y la tierra muy áspera; adolecieron muchos del ejército, murieron pocos. Llegó con toda su gente á Imola, do se detuvo por esperar la artillería de batir que venia por mar; y de Manfredonia, donde la embarcaron, aportó á Arimino el mismo dia de Navidad, principio del año de 1312; de allí se llevó á Imola. El conde Pedro Navarro con la infantería se hallaba mas adelante en Lugo y Bañacabalo; acordó por no perder tiempo de pasar á combatir la Bastida, que era una fortaleza del duque de Ferrara puesta sobre el · Po, y tenia dentro de guarnicion docientos y cincuenta italianos. Aprobó el Virey esta resolucion del Conde; comenzaron á combatilla postrero de diciembre; defendiérouse los de dentro muy bien, pero al tercero combate fué entrada por fuerza; murieron casi todos los que tenia en su defensa, con su capitan Vestitelo. Ganóse en esto reputacion á causa que en cinco dias ganaron aquella fuerza, que se tenia por inexpugnable; entregáronla al cardenal Juan de Médicis, que iba en el ejército por legado del Papa. Deseaba el rey de Francia tener en su poder á don Alonso de Aragon, hijo segundo del rey don Fadrique. Ilizo tantas diligencias sobre ello que la reina doña Isabel, su madre, aunque era de solos doce años, se le entregó. Publicaban los franceses que en breve con la armada de Francia le llevarian al reino de Nápoles, para con esta traza alterar el pueblo y alzalle por rey. Parecia esta empresa fácil por quedar Nápoles desnuda de soldados y la gente del reino muy deseosa de ser gobernados por sus reyes naturales y propios como de antes; que siempre lo presente da fastidio, y lo pasado parece á todos mejor; juicio comun, mas que muchas veces engaña.

CAPITULO VII.

Del cerco de Boloña.

Ganada la Bastida, el conde Pedro Navarro con su gente dió vuelta á Imola. En Butri, donde pasó todo el campo, se trató en consulta de capitanes de la manera con que se debia hacer la guerra. Fabricio Colona y los demás de la junta eran de parecer que el ejército se fuese á poner en Cento y en la Pieve, que ganara aquellos dias Pedro de Paz con los caballos ligeros, y que combatiesen á Castelfranco, plaza importante por ser fuerté y estar entre Carpi, do alojaba la gente francesa, y Bolona. Decian que desde allí discurriese el ejército por los lugares del condado de Boloña, y ganados, se podia poner el cerco sobre la ciudad, ca siempre las em presas se deben comenzar por lo mas flaco; además que se tenia aviso como Gaston de Fox con gente de á pié y de á caballo venia en socorro de aquella ciudad, y que estaban dentro el bastardo de Borbon, el señor de Alegre y Roberto de la Marca con trecientas lanzas francesas y la gente de la ciudad, que era mucha y belicosa asaz. El conde Pedro Navarro porfiaba se debia ir luego sobre Boloña, pues distaba solas quince millas; que, divertirse á otras partes seria perder reputacion. Hacia la empresa muy fácil, como hombre que por su alrevimiento tanteaba el suceso de lo demás. Este parecer se siguió por tener el Conde gran crédito entre la gente de guerra y aun porque servia de mala gana cuando no se ejecutaba lo que él queria; propiedad de cabezudos. Salió de Roma el Duque de Terinens con la gente del Papa, y porque murió en el camino, y el duque de Urbino no quiso por entonces acetar aquel cargo, aunque poco despues envió su teniente, ordenó el Papa á los capilanes obedeciesen al Legado, y entregasen la gente al Virey, al cual envió la espada y bonete junto con las banderas que bendijo en la misa de Navidad. Los veneciauos ni acudian con el dinero, segun tenian concertado, ni con su gente; antes con la sombra de la liga pretendian recobrar las tierras de su estado que se tenian por el Emperador, y aun si pudiesen, las que por Francia. Salió el Virey de Butri, llegó á poner su campo á cuatro millas de Boloña, reconoció la tierra, que es muy fuerte, y por el riego muy mala de campear, mayormente en tiempo de invierno. Otro dia, que fué á 10 de enero, pasó con toda la gente delante para reconocer en qué parte haria sus estancias. Llegó hasta una casa de placer, que decian Belpogio, y era de los Beutivollas, á tiro de cañon de la ciudad. Deutro de Boloña se hallaban ya en esta sazon quinientas lanzas y dos mil soldados, y por capitan principal monsieur de Alegre. Sucedió que el mismo dia que el Virey partió de Butri, el duque de Ferrera acudió con gente á la Bastida. Dióle fanta priesa, que en veinte horas la forzó, y la mandó. echar por tierra. Asentó el Virey con su gente en aquella casa de placer. Mas adelante con parte de la infantería se pusieron el marqués de la Padula y el conde de Pópulo, que se apoderaron de un monasterio, que llamaban San Miguel del Bosque, y apagaron el fuego que los mismos de dentro le pegaron por quitar aquel padrastro. Alli plantaron algunos tiros de artillería, y los demás se plantaron en un cerro que se levanta mas adelante, por

donde acordaban que se diese la batería. Antes desto se tuvo aviso que Gaston de Fox, duque de Nemurs, en Parma juutaba su gente, que eran ochocientas lanzas, mil caballos ligeros y tres mil infantes, y que en el Final, pueblo á veinte millas de Boloña, se juntaria con él la gente del duque de Ferrara, que eran dos mil gascones y algun número de caballos con determinacion de hacer alzar el cerco. Alojaba Fabricio Colona en Cento y en la Pieve con la avanguardia del ejército para impedir el paso á los franceses. Ordenóle el Virey que con toda su gente viniese á ponerse por la otra parte de la ciudad hacia la montaña. Acordaban de nuevo se pasase alli la artillería y se diese la batería por ser el muro mas flaco por aquella parte; pero poco despues acordaron que el campo estuviese todo junto en lugar que se asegurase la artillería, y se atajase el paso á los que venian de socorro. Asentóse la artillería entre San Miguel y la puerta de Florencia. Comenzóse la batería á los 28 de enero, con que abatieron parte del muro, y algunos soldados pudieron subir á una torre, en que pusieron sus banderas. Acudieron los de dentro, y al fin los echaron fuera. Sacaba una mina el conde Pedro Navarro. Pegaron fuego á los barrilles para volar los adarves. Con la fuerza de la pólvora se alzó el muro, de manera que los de dentro y los de fuera se vieron por debajo. Tornó empero luego á asentarse tan á plomo como antes. Túvose por milagro y favor del cielo por una devota capilla que tenían por de dentro pegada á la muralla, y se llamaba del Baracan, que voló y se asentó como lo demás. Hallábase sin embargo la ciudad en mucho aprieto y peligro de ser tomada, cuando sobrevino una nieve, que continuó tres dias. Con esto el Ceneral francés tuvo comodidad de meterse una noche dentro de Boloña con gran golpe de gente, no solo sin que le impidiesen los contrarios por estar algo apartados, sino sin ser sentido de las centinelas. Por esto y por la aspereza del tiempo y las nieves que continuaban, acordaron los de la liga de alzar el cerco y retirarse todo el campo con la artillería á San Lázaro, que está á dos millas de Boloña. La gente del Papa no paró hasta que llegó á Imola. El Virey se pasó al castillo de San Pedro, y los demás capitanes alojaron su gente por aquella comarca. En esto paró aquel cerco tan famoso y de tan grande ruido. Los mas, como suele acontecer en casos semejantes, cargaban al General que, sin tener consideracion á la aspereza del tiempo, dejó pasar ocho dias en que se pudiera hacer efecto; que los reales se asentaron muy lejos de donde debian estar; las minas y trincheas para batir el muro se sacaron no como debian; finalmente, que el recato era tan poco, que el enemigo se les pasó sin ser sentido. A la verdad el tiempo era muy áspero, y ni los suizos vinieron como se cuidaba, ni los venecianos acudieron con su gente. Halláronse en este cerco con los demás Antonio de Leiva, el capitan Albarado, el marqués de Pescara don Hernando Davalos, que fué adelante muy famoso capitan. El de Inglaterra se apercebia para luego que el tiempo diese lugar romper con Francia por la parte de Guiena; pretension antigua de aquellos reyes sobre que en nombre del rey Católico hacia instancia don Luis Carroz, su embajador. Tenia nombrado por general para aque

lla guerra á Tomás Graye, marqués de Orset, primo hermano del mismo Rey. Acordó asimismo el rey Católico que se sobreseyese por entonces en la conquista de Africa y se sacase la gente de guerra que tenia en Oran, quedando allí sola la necesaria para la defensa. Entonces se ordenó que se hiciese repartimiento de aquella ciudad; señalaron seiscientas vecindades, las doscientas de gente de á caballo, y las otras de á pié; répartieron entre los pobladores las casas, huertas y tierras de la ciudad, todo á propósito que con mas facilidad se pudiese sustentar aquella plaza. Para que de mejor gana acudiesen á poblar, se concedió á los vecinos franqueza de tributos y alcabalas además del sueldo que á todos les mandaban pagar. En esta misma sazon, postrero de enero, parió en Lisboa la reina doña María un bijo, que se llamó el infante don Enrique, y fué adelante cardenal, y últimamente, por muerte de su sobrino el rey don Sebastian, murió rey de Portugal; ocultos y altos juicios de Dios. El mismo dia que nació este Infante nevó mucho en Lisboa, cosa muy rara en aquella ciudad. Los curiosos decían que pronosticaba aquella nieve la blancura de sus costumbres, que fueron muy santas, y la pureza de la castidad, en que perseveró toda la vida; en el rostro fué el mas semejante á su padre entre todos sus hermanos. Hallábase el rey Católico en Búrgos; allí, á los 16 de febrero, por muerte del condestable don Bernardino de Velasco, concertó que su hija doña Juliana, nieta del mismo Rey por parte de su madre doña Juana de Aragon, casase con Pero Hernandez de Velasco, hijo mayor de don Iñigo, que sucedió á su hermano don Bernardino en aquel estado de Haro y en el oficio de condestable.

CAPITULO VIII.

Que el Papa descomulgó al rey de Navarra.

La ausencia del duque de Nemurs dió avilenteza á los de Bresa y á los de Bérgamo para levantarse contra Francia y volver á poder de venecianos, excepto los castillos. Era este negocio muy grave y principio de que todas aquellas ciudades de nuevo conquistadas hiciesen lo mismo. Acordó el Duque, luego que socorrió á Boloña, de acudir á aquella parte; llevó consigo al señor de Alegre. Quedó en Boloña un capitan francés, por nombre Fulleta, con trecientos hombres de armas y tres mil infantes en defensa de aquella ciudad. Al encuentro del de Nemars salió Griti con el ejército de la señoría y todo el pueblo de Bresa. Retiróse él á Ja montaña, y pasada la media noche, entró en la ciudad por la parte del castillo. Desde allí pasó á dar en el real de los venecianos. Trabóse una batalla muy reñida y herida; murieron muchos de ambas partes, mas la victoria quedó por Francia con prision de Andrés Griti, de Antonio Justiniano, gobernador de aquella ciudad, y Pablo Manfron. El conde Luis Bogaro, que entregó aquella ciudad á venecianos por ser natural y tener gran parte en ella, no solo fué preso, sino por sentencia justiciado por traidor. El duque de Nemurs con.este suceso tan próspero recobró sin dificultad á Bérgamo. Dejó á monsieur de Aubeni en guarda de Bresa con golpe de gente; lo demás del ejército M-11.

repartió por el Veronés, y él se fué á Milan á festejar las Carnestolendas y como á gozar del triunfo de la victoria. El rey de Francia sintió mucho su ida en tal coyuntura; ordenóle que sin dilacion saliese con su gente para hacer rostro al ejército de la liga, que á esta sazon se hallaba menguado de soldados y con poca reputacion y en mucho aprieto. Esto dió ánimo al concilio de Pisa para nombrar por sus legados á los cardenales, al de Sanseverino de Boloña, y al de Bayos de Aviñon; y fué ocasion que ni los venecianos se concertasen con el Emperador, si bien el Papa hacia grande instancia que aceptasen las condiciones diversas veces tratadas, ni el Emperador se declarase por la liga; verdad es que poco despues, por diligencia del embajador Jerónimo Vic, concertaron treguas con cier tas capitulaciones con que aquella señoría se obligó á contar cierta suma de dineros al Emperador. El rey de Francia fortificaba sus fronteras de Normandía primero, y despues de la Guiena por miedo del Inglés. Juntamente procuraba tener muy de su parte al rey de Navarra, dado que de secreto daba grandes esperanzas al duque de Nemurs, que concluida la guerra de Italia, le pondria en posesion de aquel reino. Esta alianza tan estrecha del rey de Navarra con Francia fué causa de su perdicion, lo cual se encaminó desta manera: el Papa supo que aquel Rey favorecia y ayudaba á los enemigos de la Iglesia y hacia las partes de Francia y del concilio de Pisa. Acordó con consejo del colegio de los cardenales de acudir al remedio que se suele tener contra príncipes scismáticos, esto es, que pronunció sentencia de descomunion contra el rey y reina de Navarra, privólos de la dignidad y título real, y concedió sus tierras al primero que las ocupase. Dióse esta sentencia á los 18 de febrero. Entendióse que la solicitó el rey Católico. Lo cierto que la tuvo muchos dias secreta con esperanza de asegurarse por otro camino de aquellos reyes. Con este intento, por fin del mes de marzo, desde Búrgos, do se hallaba, despachó á Pedro de Hontañon para que de su parte avisase á aquellos reyes del camino errado que llevaban; y paraasegurarse que ni darian ayuda á Francia en aquella ocasion, ni paso por sus tierras á sus enemigos y de la Iglesia, pedia le entregasen á su hijo el príncipe de Viana, con promesa que les hacia de casalle con una de sus nietas, es á saber, con doña Isabel ó con doña Catalina. Ellos no quisieron venir en nada desto, antes continuaban en maltratar á los servidores del rey Católico, hacer alardes y juntas de gentes. Y si bien por don Juan de Silva, frontero de Navarra, fueron avisados no diesen lugar á aquellas novedades, á sus saludables amonestaciones no daban oidos. Animábanlos las nuevas que venian de Italia de la pujanza de los franceses y del aprieto en que se hallaba el campo de la liga. Entreteníase el Virey con su gente en el condado de Boloña, sin retirarse por la reputacion ni atreverse á pasar adelante ó acometer alguna empresa, si bien el Papa queria que rompiesen por las tierras del ducado de Milan. Temian ellos no les atajasen las vituallas que les venian de Ravena; y de la gente que tenian, por la aspereza del tiempo unos eran muertos, y otros desamparaban las banderas. Lo que mas es,

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que á tiempo que los enemigos estaban muy cerca, el teniente del duque de Urbino y las seiscientas lanzas del Papa se salieron del real, con achaque que no les pagaban y que tenian sospecha de alguna gente española. La verdad era que el Duque traia inteligencias con el rey de Francia y tenia letras suyas sobre un cambio de Florencia para levantar gente en su nombre. Llegó la mengua de nuestro campo á términos, que el Virey y el Legado acordaron de tomará sueldo cuatro mil italianos para reforzalle; y aun el Papa pretendia los llegasen á ocho mil, y libró para ello luego el dinero. Era su parecer que sin dilacion se viniese á las manos con los franceses. Su grande corazon le quitaba todo temor. El rey Católico, al contrario, queria se entretuviesen hasta tanto que la gente de Venecia les acudiese, pues lo podian hacer con la tregua que se asentó entre ellos y el Emperador. Ordenaba otrosí que se proveyesen de número de suizos, y á falta des-ó tos, de alemanes. Para persuadir esto despachó á Hernando de Valdés, capitan de su guarda, que fuese primero á Roma á tratallo con el Papa, y desde allí pasase al campo de la liga á mandallo al general de su parte. Hizo él lo que se le mandó muy cumplidamente. Llegó á do el Virey alojaba á los 29 de marzo, en sazon que los campos alojaban el uno á vista del otro, de tal suerte que, sin gran nota, con dificultad se podia excusar de venir á las manos.

CAPITULO IX.

De la famosa batalla de Ravena.

El ejército de la liga todavía se entretenia en el castillo de San Pedro, en Butri, en Cento y la Pieve, pueblos todos del condado de Boloña; el Virey determinaba de esperar allí los franceses, y si quisiesen, dalles la batalla. La disposicion del lugar ayudaba mucho á los de la liga, y el deseo de venir á las manos era grande. En esta sazon llegó el campo de Francia, y con él el duque de Ferrara, muy acompañado de gente lucida y brava. Estuvieron los unos á vista de los otros tres dias sin que se viniese á la batalla. Los franceses no se atrevian á acometer nuestro campo en lugar tan desaventajado; el Virey queria guardar el órden que le trajo Hernando de Valdés. Detuviéronse los franceses en aquel puesto hasta postrero de marzo. Este dia alzaron sus reales y se encaminaron la via de Ravena, de la cual ciudad deseaban mucho apoderarse por ser el mercado de do los nuestros se proveian de vituallas. Habia enviado el Virey los dias pasados para la defensa á don Pedro de Castro con cien caballos ligeros, y á Luis Dentichi, gentilhombre neapolitano, con mil soldados italianos. La plaza era tan importante, que se determinó de levantar luego el real y seguir por la huella el enemigo tan de cerca, que solas tres millas iban distantes los dos campos. Acordó asimismo que Marco Antonio Colona se adelantase de noche con cien lanzas de su capitanía y quinientos españoles para meterse dentro de aquella ciudad. Está Ravena puesta á la marina del golfo de Venecia entre dos rios, que entrambos se pueden vadear, el uno se llama Ronco, y el otro Monton; corren muy pegados á los muros, el

Monton á mano izquierda, el Ronco á la derecha, dicho antiguamente Vitis. Llegaron los franceses el juéves Santo á poner su real sobre aquella ciudad entre los dos rios. Dióse el combate el dia siguiente, que fué muy bravo. Defendiéronla los de dentro con mucho ánimo, en particular Luis Dentichi, que perdió un hermano en la batería, y él quedó mal herido, de que murió en breve. El Virey acordó arrimarse á un lado de la ciudad y seguir el rio Ronco abajo, que bate con los muros y dividia los dos campos. Llegó el sábado Santo á ponerse á dos millas de los enemigos en un lugar, que se llama el Molinazo, en que se fortificaron con un foso que tiraron delante su campo. Sobre el pasar adelante hobo diversos pareceres. Fabricio queria que reparasen en aquel lugar, pues tenian seguras las vituallas, y los enemigos en breve padecerian necesidad, además que desde allí aseguraban la ciudad, si los enemigos se desmandasen á tomalla, la victoria. El conde Pedro Navarro, como hombre muy arrimado á su consejo y enemigo del ajeno, aunque fuese mejor y mas seguro, persuadió al Virey que pasase adelante. Mostró siempre gran deseo de pelear, y hacia el principal fundamento en la infantería española, que queria aventurar contra todo el ejército de los enemigos, gran temeridad y locura. Con esta resolucion se adelantaron los nuestros; salieron á escaramuzar con nuestra avanguardia algun número de caballos franceses, pero no se hizo cosa de momento aquella tarde mas de que los enemigos volvieron á sus estancias, y los del Virey aquella noche se quedaron casi á vista de los reales contrarios. Luego el otro dia, que fué el domingo de Pascua á los 11 de abril, los unos y los otros se pusieron en órden de pelear. Tenian los franceses veinte y cuatro mil infantes, entre franceses, gascones, alemanes y italianos, dos mil hombres de armas y dos mil caballos ligeros; las piezas de artillería eran cincuenta. Guiaban la avanguardia el duque de Ferrara y monsieur de la Paliza; en la batalla iban el gran senescal de Normandía y el cardenal Sanseverino, legado del Concilio pisano; regia la retaguardia Federico de Bozoli; el de Nemurs con golpe de caballos escogidos quedó de respeto para acudir á do fuese mas necesario. El ejército de la liga, que en la fama era de diez y ocho mil infantes, no llegaba con mucho á este número. Los españoles eran menos de ocho mil; los italianos cuatro mil, mil y docientos hombres de armas, dos mil caballos ligeros y veinte y cuatro piezas de artillería. Debiera el Virey partir antes del alba y sin estruendo para atajar á los enemigos el paso y no dalles lugar que se pusiesen en ordenanza, como lo aconsejaba Fabricio; pero él no quiso venir en esto, y así dió lugar á que los enemigos, pasado un puente que tenian en aquel rio, estuviesen muy en órden. La avanguardia de nuestro ejército llevaba Fabricio Colona con ochocientos hombres de armas y seiscientos caballos ligeros y cuatro mil infantes. De toda la demás gente se formaron dos escuadrones que quedaron á cargo del Virey y del conde Pedro Navarro. Adelantáronse con esta órden al son de sus cajas. Animaban los generales cada cual á su gente; el de Nemurs en particular habló á los suyos en esta manera: «Lo que por

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