Imágenes de páginas
PDF
EPUB

tanto tiempo, señores y soldados, habeis deseado, que es pelear con los enemigos en campo raso, la fortuna ó fuerza mas alta, como benigna madre, demás de las victorias pasadas que nos ha dado, nos lo concede este dia, en que nos presenta ocasion de la mas gloriosa victoria que jamás ejército alguno haya alcanzado. Con la cual, no solo Ravena y toda la Romaña os quedarán rendidas como en parte del premio debido á vuestro valor, antes no quedando en Italia cosa que haga contraste á vuestro esfuerzo ni lanza enhiesta, ¿quién, amigos, será parte para que no sigamos la victoria sin parar hasta apoderarnos de Roma, ciudad y corte rica y soberbia con los despojos de toda la cristiandad? Botin y presa que á todo el mundo pondrá envidia juntamente y espanto. Tomada Roma, ¿quién os estorbará el paso para Nápoles? Donde vengaréis las injurias recebidas los años pasados muchas y graves; grande felicidad, y que la tengo por muy cierta cuando considero vuestro valor, vuestras hazañas y sobre todo esos semblantes alegres y denodados. Y no me maravillo que os mostreis animosos contra los que de noche afrentosamente os volvieron las espaldas luego que Hegastes á Boloña. Los mismos que por no venir á vuestras manos ni fiarse de sus brazos, se arrimaron á los muros de Imola y de Faenza y se valieron de la aspereza de los lugares en que asentaron sus reales. Jamás esta canalla se os atrevió en el reino de Nápoles sino con ventaja de lugar, de reparos, rios y fosos. Toda su confianza la tienen puesta en sus mañas. Fuera de que estos no son los ejercitados en las guerras de Nápoles, sino gente allegadiza y lo mas acostumbrados á contrastar con los arcos y lanzas despuntadas de los moros; y aun poco ha quedaron de esos mismos vencidos en los Gelves y destrozados; ¡oh grande mengua! Y Pedro Navarro, su caudillo de tanto valor, es á saber, y fama, aprendió mal su grado cuán diferente cosa sea batir los muros con la fuerza de la artillería y con las minas secretas ó llegar á las manos y á las espadas. ¿No catais el foso que esta noche han tirado y como se han cerrado con sus carros? Nunca se olvidan de sus artes. Mas sed ciertos que no les valdrán, ni la batalla se dará como ellos deben pensar. La artillería los sacará de sus manidas y cavernas á lo raso, donde se entenderá la ventaja que el ímpetu francés, la ferocidad alemana y la nobleza de italianos hace á las astucias de los españoles. El número de nuestra gente es casi doblado que el de los contrarios, cosa que parece alguna mengua para gente tan esforzada; mas si bien se mira, nadie tendrá por cobardía que nos aprovechemos desta ventaja, antes á los contrarios por temerarios y locos, pues se mueven á pelear solo á persuasion de Fabricio Colona, que á costa suya quiere librar de nuestras manos á su primo Marco Antonio. Por mejor decir, la justicia de Dios los ciega para castigar la soberbia y enormes vicios del falso pontifice Julio; los engaños y traiciones de que se vale contra la bondad de nuestro Rey el fementido rey de Aragon. Mas ¿para qué son tantas palabras? ¿A qué propósito, soldados, entreteneros la victoria con alargar razones? Arremeted pues y cerrad sin dudar, que este dia á mi Rey dará el señorío y á vos las ri

quezas de toda Italia. Yo aculiré á todas partes sin tener cuenta con la vida, como lo acostumbro, el mas dichoso capitan que 'jamás hubo en el mundo, pues tengo tales soldados, que con la victoria deste dia quedarán los mas famosos y mas ricos que algunos otros de trecientos años á esta parte.» Comenzó á jugar la artillería, y como quiera que la del Virey al principio hizo grande daño en la avanguardia enemiga al pasar el rio, pero la de los contrarios, por ser en número doblada y asentarse en lugar mas abierto, hizo muy mayor estrago en la gente de armas que no tenia algun reparo. Arremetió el marqués de Pescara con los caballos ligeros solo porque se comenzase la pelea. Mezcláronse los hombres de armas de todas partes con poca 6rden. Estuvo la pelea en peso un buen espacio sin que se reconociese ventaja. Cargó mucha gente francesa, y los de la liga comenzaron á desmayar y desordenarse. En este trance fué herido el caballo del marqués de Pescara y él preso, y muerto Pedro de Paz, capitan muy señalado. El conde Pedro Navarro, que siempre pretendió llevar el prez de la victoria, visto esto, se adelantó con la infantería española, con espaldas de trecientos hombres de armas españoles que pudo recoger. Al tiempo de romper con la infantería tudesca vió el coronel Zamudio que iba en la primera hilera un capítan aleman, por nombre Jacobo Empser, que se adelantó de los demás para desafialle. «¡Oh Rey, dijo Zamudio, cuán caras cuestan las mercedes que nos haces, y cuán bien se merecen en semejantes jornadas!» Dichas estas palabras, terció su pica, fuése para el Tudesco, y dió con él muerto en tierra. Los demás hirieron con tal denuedo en los alemanes, que los desbarataron; con la misma fuerza pasaron por los gascones y por los italianos sin ballar en ellos resistencia, de manera que con un ímpetu y furor extraño, pasados á cuchillo los mas de los tudescos, tanto, que de doce capitanes alemanes murieron los nueve, pusieron en huida toda la demás infantería francesa. No pararon hasta llegar á la artillería y ganalla, si bien los franceses dicen que la defendió con gran esfuerzo Jenolaco Galeoto, capitan de la artillería. Lo que consta es que la caballería francesa, visto aquel estrago y peligro, revolvió sobre nuestra infantería; la carga fué tan brava, que aunque los españoles se defendieron gran rato, como ni tenian caballería que les acudiese y estaban muy cansados de pelear, fueron desbaratados. Allí murieron el coronel Zamudio y otros capitanes, y quedó preso el conde Pedro Navarro. Los demás soldados se retiraron en ordenanza; acudióles la infantería que iba en la avanguardia. Defendíalos por un lado el rio, y por otro la calzada del camino real. Deseaba mucho el duque de Nemurs desbaratar aquel escuadron por quedar de todo punto con la victoria; adelantóse con pocos contra el parecer de monsieur de la Paliza, que le decia se contentase con lo hecho. Revolvieron sobre él los contrarios, y derribado del caballo, fué muerto por un soldado español, sin aprovechalle decir mirase que tenia por prisionero al hermano de la reina de Aragon. Murieron asimismo monsieur de Alegre y su hijo, y monsieur de Lautreque quedó por muerto tendido en el campo. Con esto dejaron pasar el rio abajo hasta tres mil soldados

y

de á pié. Sin embargo, acordó de enviar al Gran Capitan á Italia, cuya presencia se tenia por cierto bastaba á soldar aquella quiebra; así lo publicó y escribió á diversas partes, y despachó luego para Nápoles al comendador Solís con dos mil soldados españoles. El rey de Francia, luego que supo lo que pasaba, dijo: «¡ Ojalá yo perdiera á Italia, y mi sobrino y mis buenos capitanes fueran vivos! Tales victorias dé Dios á mis enemigos, que por ellas se dijo: el vencido vencido, y el vencedor perdido.» La señoría de Venecia se alteró tanto, que tuvo por cierto con esta victoria se harían señores los franceses, no solo de Nápoles, sino de toda Italia. Llegaban á querer mudar partido. El conde de Cariati Juan Bautista Espinelo, embajador á la sazon del rey Católico en aquella ciudad, con sus buenas razones y con mostralles cuán pequeño fué el daño, los sosego para que no se declarasen contra la liga. El cardenal de Sorrento, que quedó en Nápoles en lugar del Virey durante la ausencia de don Ramon de Cardona, requirió á don Hugo de Moncada, virey de Sicilia, acudiese con toda la gente que pudiese juntar para asegurar las cosas de Nápoles y para cumplir con el encargo que

Nápoles y Sicilia; lo cual él hizo con los soldados que vinieron de Tripol y otra gente de á caballo. Asimismo don Ramon de Cardona de Ancona se partió para Nápoles, do entró á 3 de mayo con intencion de relacer el ejército lo mejor que pudiese y proveer de todo lo necesario.

CAPITULO X.

españoles. Peleaba todavía Fabricio con su gente y la demás que pudo recoger contra todo el campo francés, hasta tanto que le dieron dos heridas y cayó con el caballo en poder de la gente del duque de Ferrara. Desta manera los franceses quedaron señores del campo y la victoria por ellos; pero tan destrozados, que no pudieron ejecutalla ni seguir el alcance ni hacer empresa de momento. Del número de los muertos no se puede decir cosa cierta por la diversidad que hay en los autores, que parece siguieron cada cual sus aficiones particulares mas que la verdad. Lo que consta es que la pelea duró por espacio de cinco horas y que fué mayor el daño que recibieron los vencedores, no solo por perder su general y casi todos los alemanes y aun las personas de cuenta, fuera del duque de Ferrara y de monsieur de la Paliza, sino porque de nuestra caballería se perdió poca, tanto, que aquella noche se recogieron la vuelta de Arimino y Ancona hasta tres mil entre hombres de armas y caballos ligeros, y se pusieron en salvo pasados de cuatro mil españoles de infantería. El Virey de Pesaro, do se retiró, pasó á Ancona para recoger la gente. Personas de cuenta se salvaron, el duque de Trageto, el conde del Pópulo, Ruytenia á la sazon de capitan general de los dos reinos, Diaz Ceron, Alonso de Carvajal, Antonio de Leiva, si bien en la batalla le mató la artillería dos caballos; Hernando de Valdés, que se quiso hallar en esta batalla, Julio de Médicis, caballero de San Juan. Quedaron presos demás de los dichos el Legado y don Juan de Cardona, hermano del marqués de la Padula, que murió de las heridas, Hernando de Alarcon, los marqueses de Bitonto y de Atela, sin otras muchas personas de respeto que llevaron á Milan; solos Fabricio y Alarcon y don Juan de Cardona quedaron en Ferrara. Con esta victoria los franceses acudieron á Ravena, que se entregó luego á partido, en que no se guardó lo capitulado, porque salidos Marco Antonio Colona y don Pedro de Castro con la gente de su cargo la via de Cesena, la pusieron á saco sin perdonar á templos ni monasterios. Los escritores franceses cargan la culpa deste desórden á Jaquin, capitan de infantería, el cual del despojo de las iglesias de Bresa andaba vestido de brocado, y regostado á la ganancia, que le costó la vida, incitó á los soldados á que hiciesen lo mismo en Ravena, donde hallaron mas despojos y riquezas de lo que se pudiera pensar. Diéronse á los vencedores las ciudades de Imola, Forli, Cesena y Arimino con casi todos los castillos de la Romaña, que los recibió el Legado en nombre del Concilio pisano. La nueva desta batalla, que fué de las mas famosas de Italia, se derramó por todas partes. El Papa, averiguada la verdad, no perdió ánimo, dado que el pueblo de Roma estaba para alborotarse, especialmente que el duque de Urbino se le envió á ofrecer con deseo de enmendar los yerros pasados. Julio de Médicis desde Cesena, donde se acogió, con licencia se vió con el Legado, su primo, y por su órden fué á Roma para dar razon al Papa del estado en que las cosas quedaban y animalle á pasar adelante. Al rey Católico dieron á entender que el daño era muy menor de lo que de verdad fué, porque en sus cartas refiere que por los alardes se halló no faltaban de su campo mil y quinientos hombres entre la gente de á caballo

Que el Concilio lateranense se abrió.

Antes que esta batalla se diese, el Papa en Roma se ocupaba en aprestar lo que era necesario para celebrar el Concilio lateranense al tiempo aplazado en sus edictos. Nombró en consistorio ocho cardenales y otras personas que atendiesen á esto, y mucho mas á dar órden en lo que á la reformacion de la ciudad de Roma y de su corte tocaba ; que no era justo los prelados extranjeros hallasen desórdenes y vicios donde debia estar el albergue de toda virtud y honestidad. Juntamente hacia instancia que los obispos de Sicilia y de Nápoles acudiesen, eso mismo los de España, en particular queria se hallasen en el Concilio los arzobispos de Toledo y de Sevilla, que eran dos prelados muy notables y grandes. Pretendia con su presencia autorizar aquel Concilio, y llegaba á ofrecer el capelo al de Sevilla. Su mayor ansia era desacreditar por estos medios el conciliábulo de Pisa que tenian junto los car. denales scismáticos. Ellos por este mismo tiempo trasladaron su junta á Milan, y con la nueva de la victoria ganada por los franceses, que sonaba mas de lo que era, pasaron tan adelante, que publicaron sus cartas contra el Papa, en que se contenia en sustancia que atento que una y muchas veces le suplicaron y amonestaron asistiese en el Concilio, ó señalase una de diez ciudades que nombraban, para que libremente se pudiese celebrar, por lo menos no impidiese ni molestase la prosecucion de aquel sínódo; y que en lugar de hacello así, había sido causa de derramarse infinita sangre, sin dar esperanza alguna de reformar sus graves escán

dalos y vicios; por tanto, le declaraban por suspenso de toda administracion espiritual y temporal del pontificado, y la adjudicaban al santo Concilio, conforme â la determinacion de la sesion undécima del concilio de Basilea y de la cuarta y quinta del concilio de Constancia. Fijóse esta declaracion en las iglesias de MiJan, Florencia, Génova, Verona y Boloña, atrevimiento y desacato que hizo maravillar á todo el mundo, y al Papa sirvió de espuelas para abreviar en dar principio al su Concilio lateranense. Abrióse á los 10 de mayo. Halláronse presentes los cardenales de Roma, muchos prelados que concurrieron de diversas partes. El mismo Pontífice quiso presidir en él para que todo tuviese mas autoridad y peso. En la primera junta, Egidio de Viterbo, general de los augustinos, y de los mayores predicadores que hobo en su tiempo en Italia, hombre erudito y grave, hizo un sermon muy elegante á propósito de lo que se debia tratar y remediar por los padres que allí estaban congregados, desta sustancia: « Años ha que por toda Italia á propósito de la revelacion de san Juan tengo predicado que se verian grandes trabajos en la Iglesia, y últimamente podiamos esperar su enmienda y reformacion. Alégrome que mi profecia no haya salido vana, pues casi en un tiempo nos vemos puestos en el extremo de los males y peligros, y tras ellos nos amanece la esperanza del remedio y de la bonanza despues de un tan recio temporal. Esta diferencia hay entre las cosas del cielo y las terrenas, que aquellas, como son eternas, no tienen necesidad de reparo; las humanas piden continuo cuidado para reformarse, por las alteraciones y mudanzas á que son sujetas. Lo que es la labor y riego en las plantas, lo que el sustento á los animales, esa necesidad tienen las costumbres de ser cultivadas. Que si esto pueden hacer los pastores, cada cual en su rebaño, la experiencia desde el tiempo del gran Constantino acá nos ha enseñado con cuánta mas eficacia se ejecuta cuando los prelados juntos en uno se animan y esfuerzan, ayudados del espíritu de Dios que les asiste, á poner la mano en la labor. ¿Quién desarraigó las herejías que de todo tiempo se levantaron? Los concilios. ¿Quién tuvo á raya los príncipes é los hizo temblar para que no hiciesen desaguisados y males? Los concilios. Por abreviar, ¿qué otra cosa sustenta hoy el lustre de la Iglesia, tiene en pié la religion y las ceremonias sagradas, hace que el pueblo se mantenga en piedad y obedezca á las leyes eclesiásticas? Por ventura, ¿no son los concilios? Que si el fruto es menor de lo que fuera razon, y los daños y vicios se ven crecer mas de lo que quisiéramos, mirad, padres, no sea la causa el haber aflojado en costumbre tan loable. Grande fuerza tienen estas juntas y grande eficacia; pero si las ayudamos con el ejemplo de la vida y nuestra modestia en todo, á imitacion de nuestra cabeza, que comenzó á hacer y á enseñar, como dice la Escritura. Buena es la enseñanza, y el trabajo que en ella se pone bien empleado; mas es menester esforzalla con el buen ejemplo y con la buena vida del que tiene oficio de enseñar. No me quiero detener en cosa tan clara. ¿Quién no ve los trabajos y males deste miserable siglo, las costumbres del pueblo tan sueltas, la ignoraucia, ambicion y

deshonestidad en quien menos era razon, las demasías y robos, diré de los príncipes ó de sus soldados, ó de los unos y de los otros? Esos campos bañados con la sangre derramada mas que con las lluvias del cielo, ¿quién los puede mirar sin lágrimas? Estos y otros muchos males ó en este Concilio se han de remediar, ó no nos queda alguna esperanza. Grandes cosas habeis emprendido y acabado, Padre Santo; asegurar los caminos, castigar los salteadores, restituir á la Iglesia tantas ciudades cuantas ningun otro pontifice. Todavía la mayor os queda por hacer; esta es pacificar los príncipes cristianos y acabar con ellos vuelvan sus fuerzas contra el enemigo comun. Dejemos las armas corporales; con las que son propias nuestras hagamos guerra á los vicios y á los males, que son muchos y grandes; porque ¿cuándo la vida fué mas suelta? Cuándo la ambicion mas desenfrenada? Cuándo mayor libertad de hablar y sentir como cada cual quiere de las cosas divinas? Cuándo se vió mayor carnicería entre paganos y fieras que la de Bresa primero, y despues la de Ravena, cuya sangre aun no está del todo enjuta? Todo lo cual ¿qué son sino voces del cielo que amonestan y dicen la necesidad que teniamos de acudir á este postrer remedio y á esta sagrada áncora? El provecho pa ra que sea mas colmado, se debe dar órden que en él se use de modestia, no haya voces ni ruidos; y sin embargo, todos tengan la libertad de hablar que antiguamente se tenia, aunque se traten cosas que toquen á cualquier persona, por grande que sea. Haced, padres, lo que es de vuestra parte, que Cristo os acudirá con su espíritu, y todos los santos del cielo con su ayuda. San Pedro y san Pablo, claras lumbreras del cielo, y patrones de la Iglesia santa y desta ciudad, oid nuestros gemidos. Poned los ojos de vuestra benignidad en nuestros daños. A yudad á vuestra Iglesia, viña de vuestra labranza, y posesion de Dios; y la que librastes do la crueldad de los tiranos, no permitais perezca á manos de los que se llaman sus hijos y familiares. Comunicad fuerza del cielo á todos estos padres y santos prelados para que puestos los ojos en Dios y sin tener respeto á nadie, provean del remedio que tautas miserias piden y á todos nos es necesario. »

CAPITULO XI.

Del princípio de la guerra de Navarra.

La tregua que se asentó entre el Emperador y venccianos y la diligencia del Cardenal sedunense obraron tanto, que los suizos se resolvieron de pasar en Italia en ayuda de la liga y de la Iglesia. Lo que les pudiera entibiar, que era la batalla de Ravena, eso les hizo apresurar tanto, que se halla que á los 19 de mayo estaban en Valcamonica, tierra de Bresa, en número diez y seis mil. Traian diez y ocho piezas de artillería de campo, sin otros seis mil que bajaban á la parte de Milan la via de Novara, y dos mil por la via de Bérgamo. Venia por general desta gente el baron de Altosajo, y en su compañía Mateo el Cardenal sedunense. Los franceses, sea por acudir á la parte de Guiena y por mandamiento de su Rey, como dicen sus historiadores, sea por miedo de tanta gente que acudia contra ellos de

refresco en gran número, desamparada Italia, se volvian á su tierra. Quedaba el de la Paliza con alguna gente en lo de Lombardia, pero cada dia se le despedian soldados. Legaron á Verona, á los 27 de mayo, pasados de veinte mil suizos; tomáronla sin dificultad á causa que los franceses desampararon la ciudad y el castillo. Aquí se acordó que Pablo Capelo con el ejército de la señoría, que era setecientos hombres de armas, ochocientos caballos ligeros y cuatro mil infantes, se juntase con los suizos. Fueron sobre Valesio, do se recogieron los franceses de Verona, que tambien desampararon esta plaza sin acometer á defenderse ni atajar el paso á los enemigos, que fuera fácil por estar el rio Mincio en medio. Siguieron los suizos el campo de Francia, que se retiró á Pontevico, y desde allí á Cremma, sin hallar lugar seguro en que afirmarse ni arriscarse á venir á las manos, tanto mas, que el Emperador tuvo forma para que los alemanes que quedaban en el ejército francés se despidiesen ; cosa que puso tanto miedo al de la Paliza, que no paró hasta retirarse á Aste en lo postrero del ducado de Milan con intencion de desamparar á Lombardía. Con esto las ciudades se levantaron, en particular Cremona, que se dió al Cardenal sedunense en nombre del imperio. Milan con casi todas las demás ciudades de aquel estado se rindió á los vencedores. Ravena otrosí volvió á poder del Papa. Todos los elementos parece se conjuraban en daño de Francia. Con estos principios tan prósperos el de Gursalezas suyas, como no fuesen la de Estella y San Juan de

y don Pedro de Urrea, que venian con este ejército, prẻtendian haber á Maximiliano Esforcia para restituille en aquel ducado y hacer la guerra con mas calor y proceder en aquella empresa con mayor justificacion. Los cardenales scismáticos, por no estar seguros en Milan, se pasaron á Francia. En esta revolucion tan grande de cosas las ciudades de Placencia y Parma se dieron de su voluntad al Papa, que pretendia le pertenecian cono miembros del antiguo exarcado de Ravena, que donaron á la Sede Apostólica los reyes de Francia, segun de suso queda notado. En España continuaba el rey Católico en requerir al de Navarra le asegurase bastantemente que por aquella parte no le haria daño alguno. Como no venia en dar á su hijo el príncipe de Viana, contentábase que pusiese sus fortalezas en poder de alcaides naturales de aquel reino, pero que fuesca á su contento. Vino á Búrgos Ladron de Mauleon de parte de aquel Rey, mas sin poderes bastantes ni comision para concluir. Ofrecía el embajador de Navarra que se daria seguridad que por aquel reino no se haria ofensa á la causa de la Iglesia. No venia en asegurar que por los demás estados que tenian en Francia se haria lo mismo. Diósele por resoluta y final respuesta que diesen seguridad que estarian neutrales, ó si ayudaban al Francés por lo de Bearne, que lo mismo hiciesen con la liga por lo de Navarra. Tenia aquel Rey gran recelo que despues de la muerte de Gaston de Fox el rey Católico pretenderia apoderarse de aquel reino por la reina doña Germana, como heredera de su hermano y de sus acciones y derechos. Prometia monsieur de Orbal, embajador en Navarra del rey de Francia, que en tal caso su señor acudiria á aquellos reyes con todas sus fuerzas; y aun ofrecia que daria al prín

cipe de Viana por mujer á su hija menor. Estas y otras ofertas mal fundadas engañaron aquel Rey para que, pospuestas las obligaciones que tenia á Dios y sin respeto del deudo tan cercano con España, entrase en la liga de Francia, que fué despeñarse en su perdicion. En esto el marqués de Orset con su armada de Inglaterra, en que venian mas de cinco mil archeros, llegó al Pasaje, puerto de Guipúzcoa, á los 8 de junio. Fué á verse con él don Fadrique de Portugal, obispo de Sigüenza, que atendia en San Sebastian por órden del Rey para proveer á los ingleses de todo lo necesario. Juntábase en Castilla buen número de gente para hacelles compañía en aquella empresa, y por su general el duque de Alba. Pretendia el rey Católico acometer primero á Navarra por asegurar las espaldas y tener el paso y las vituallas seguras para la empresa de Guiena. Con este intento mandó juntar Cortes de la corona de Aragon en Monzon, y por presidente la reina doña Gerinana, y que se alistase toda la gente que ser pudiese de aquellos estados para ayudalle en aquella guerra, á que decia queria ir en persona. Resolvieron en aquellas Cortes de servir á su Rey por espacio de dos años y ocho meses con docientos hombres de armas y trecientos jinetes. El rey de Navarra, vista la tempestad que le amenaza ba, envió á su mariscal don Pedro de Navarra al rey Católico para dar algun buen corte. Venia en que para la seguridad que se pedia se entregasen algunas forta

Pié de Puerto, que eran las mas importantes. Acordó el rey Católico que su gente ante todas cosas fuese sobre Pamplona, y pedia al marqués de Orset hiciese l mismo; mas él se excusó con que no tenia comision de su Rey para hacer la guerra en Navarra; antes formaba queja contra el Rey porque no tenia á punto la gente, como tenian concertado, para romper por la Guiena. Decia que si acudieran luego, se apoderaran sin dificultad de Bayona por hallarse desapercebida, y con la dilacion dieron lugar á que le acudiese gente y se pusiese de tal manera en defensa, que con grande dificultad se podria ya ganar.

CAPITULO XII..

El rey Católico se apoderó de Navarra.

Entreteníase el duque de Alba en Victoria hasta que le viniese órden de lo que debía hacer. Tenia en Alava y en la Rioja y Guipúzcoa su gente, que eran mil hombres de armas, mil y quinientos jinetes y seis mil infantes. Iban por coroneles de la infantería Rengifo y Villalva; llevaban veinte piezas de artillería, y por capitan della Diego de Vera. Llegó al Duque órden del Rey en que le mandaba se encaminase con toda su gente á Pamplona, cabeza del reino de Navarra. Hizose así: entró en aquel reino un miércoles á 21 de julio. Llevaba la avanguardia don Luis de Biamonte, forajido de Navarra y despojado de su estado. Era la reina dona Catalina ida con sus hijos á Béarne, y el Rey se quedó en Pamplona con intento de defender aquella ciudad; pero como quier que el Duque halló la entrada y camino llano, el Rey, por ver las pocas fuerzas que tenia, se retiró á la villa de Lumbierre. Con su ausencia los de

que para esto se alegaba fué que el rey don Juan no cumplió con lo capitulado, y por tanto quedaba el reino por el vencedor. Trataba con el mariscal de Navarra y con el conde de Santistéban que se le rindiesen. El de Santisteban, que poco despues llamaron mar

Pamplona hicieron sus conciertos y se entregaron al Duque el mismo dia de Santiago. Querian hacer lo mismo casi todos los lugares de aquel reino. El rey don Juan, por prevenir este daño y reparar sus haciendas lo mejor que pudiese, envió tres comisarios al Duque con poderes bastantes para concertarse, resuelto de acep-qués de Falces, se acomodó con el tiempo; el maris

tar las leyes que le pusiesen. Hízose el asiento, que en sustancia era remitirse á la voluntad del rey Católico para cumplir todo lo que ordenase y por bien tuviese; cuya resolucion fué que aquel Rey le entregase todo el reino de Navarra para tenelle en depósito hasta tanto que las cosas de la Iglesia se asentasen, y despues lo que su voluntad fuese; asimismo que entregase al príncipe de Viana, su hijo, para que estuviese y se criase en Castilla; condiciones tales y tan ásperas cuales se podian esperar de un vencedor. Con esto el rey don Juan, perdida la esperanza de poderse valer en Navarra, pasó los puertos. Las villas y lugares, luego que fueron requeridas de paz, enviaron sus procuradores á entregarse. Sola la fortaleza de Estella y los del val de Escua, confiados en la esperanza de la montaña, no vinieron en lo que los demás. Los roncaleses venian en rendirse, pero pedian se les concediesen los fueros y libertades de Aragon. En esta sazon la gente francesa, que venia en socorro de aquel reino, era llegada á Bearne. El rey Católico, para de mas cerca dar órden en todo, de Búrgos, do estuvo muchos meses, pasó á Logroño. Acudieron con gente Manuel de Benavides y don Luis de la Cueva y don Iñigo de Velasco, condestable de Castilla, á servir en aquella guerra. El obispo de Zamora don Antonio de Acuña, en nombre de la Sede Apostólica, fué á Pamplona los dias pasados para avisar al rey don Juan tuviese por bien de apartarse de los que alborotaban la Iglesia, y dado que aquella su ida no hizo efecto alguno, èl rey Católico acordó de envialle de nuevo á Bearne para declarar á aquel Rey las condiciones que se le habian puesto y amonestalle las guardase. Prendiéronle en Salvatierra sin tener respeto ni á su dignidad ni á que iba por embajador; y luego por mandado del rey don Juan fué entregado al duque de Longavila, general de la gente francesa, que alojaba en Bearne, y era gobernador de Guiena. Hacíanle algunos cargos para justificar aquella prision, en particular que se halló en la batalla de Ravena; verdad es que poco despues le enviaron á proseguir el tratado de la paz con rehenes, que dejó tres sobrinos, para seguridad de volver cada y cuando que dello fuese requerido. La conquista de Navarra fué tan fácil, que los franceses entraron en sospecha de algun trato doble y maña. Para quitar esta sospecha, el rey don Juan fué á verse con el de Francia para dar razon de todo; y en poder de los franceses entregó á Salvatierra para que se asegurasen de su voluntad y la pusiesen en defensa. Estaba el rey de Francia resuelto de acudir con todo su poderá las partes de Guiena hasta enviar allá, si necesario fuese, el Delfin con todos sus buenos capitanes y toda la gente que era vuelta de Italia; al contrario, el rey don Fernando ponia todo cuidado en asegurarse de los pueblos de Navarra. Hizo que los de Pamplona le jurasen y le prestasen sus homenajes, no ya como depositario de aquel reino, sino como á Rey. La causa

cal, comunicado el negocio con sus deudos, respondió que no hallaba camino para, salvo su honor, faltar á su Rey. La ciudad de Tudela, si bien entre las primeras envió sus procuradores para rendirse, no acababa de prestar los homenajes; entendíase deseaba ser recebida con los fueros y privilegios de Aragon. No desistió de esta porfía hasta tanto que el arzobispo de Zaragoza con gente que juntó se presentó delante aquella ciudad y hizo que pasase por lo que los demás pueblos de aquel reino; pretendian otrosí los vencedores asegurar el paso para Francia. Con este intento mandó el duque de Alba que el coronel Villalva con la gente de su regimiento, que eran tres mil infantes, y con trecientas lanzas pasase los montes y se apoderase de San Juan de Pié de Puerto. Hízose así, y poco despues el mismo Duque con todo su ejército se fué á poner en el mismo lugar. Allí vinieron por órden del rey Católico Hernando de Vega, comendador mayor de Castilla, y Diego Lopez de Ayala, varones de gran prudencia y de quien se hacia gran confianza. Con la ida del Duque á aquel pueblo se hicieron dos efectos, el uno atajar el paso á los franceses para que no alterasen lo de Navarra, lo segundo abrir el camino para pasar á la conquista de Guiena. Hacíase instancia con el marqués de Orset para que se viniese á juntar con nuestro campo y dar principio á la guerra de Guiena. Alegaban muchas razones por donde fué necesario asegurarse de Navarra. El General inglés se excusó con decir que era ya tarde para dar principio á nueva conquista, ca el otoño iba muy adelante; que el calor con que su gente vino, con aquella tardanza se apagara, y muchos dellos enfermos. Esto decia en lo público; de secreto y entre los suyos se quejaba que los burlaron en efecto, y que el rey Católico solo pretendia con su venida hacer su negocio, que era apoderarse de Navarra, sin curar de la conquista de Guiena; que sus acciones y término daban bien á entender su intencion; finalmente, que se resolvia, como lo hizo, de dar la vuelta á Inglaterra, pues el invierno se acercaba, y por estas partes no se hacia cosa alguna sino gastarse la gente y consumirse. Bien es verdad que algunos sospecharon, segun que Antonio de Nebrija lo escribe, que el marqués buscó estos achaques por estar él y los suyos prendados con el oro de Francia.

CAPITULO XIII.

De las cosas de Italia.

Las cosas de Italia se trocaron no de otra suerte que si los franceses quedaran vencidos en la batalla de Ra vena. Movió el duque de Urbino con la gente del Papa para dar la tala á Boloña. Saliéronse los Bentivollas de la ciudad, y los boloñeses alzaron las banderas del Papa. Los cardenales de Estrigonia y Nantes, que se hallaban en Francia, y el del Final, que sobrevino, trataban

« AnteriorContinuar »