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bamos para la guerra, y no abramos la puerta á los
vicios y cobardía, enemigos muy mas peligrosos y gra-
ves, lo cual si en España se ha hecho los años pasados,
es razon con tiempo considerallo. Gozamos sin duda
mucho ha de gran paz, dado que alguna vez ha sido
turbada ligeramente, y esto por beneficio del cielo y pro-
videncia de nuestros reyes don Fernando, don Cárlos,
don Felipe. Muchas provincias y gentes han sido subje¡
tadas por su mandado, y las armas de los españoles, no
conocidas antes, han alcanzado grande gloria; muchas
riquezas con el trato de las Indias y navegaciones de
cada año se han traido; oro, plata y piedras preciosas,
sin número y sin medida; pero los mesmos hemos sido
derribados de los vicios domésticos. La glotonería, lu-
juria, pereza y deleites de todas maneras nos han en-
flaquecido y subjetado á las injurias de aquellos que tem-
blaban antes el nombre de España; por ventura, si no
nos tuvieran derribados los vicios y pereza ¿hubiérase
atrevido el cosario, cuyo nombre tengo vergüenza de
referir, á hacernos en tan pocos años tantas veces guer-
ra y alegrarse en nuestros males una y segunda y ter-
cera vez? Habiendo navegado esos anchísimos mares
atlánticos, el del Norte y el del Sur, acometió con feliz
suceso y grande atrevimiento las riberas de las Indias,
al mediodía y al septentrion; y habiendo robado y sa-
queado todo lo que pudo, ¿cuán gran suma de oro ¡ob
vergüenza nuestra ! llevó á su tierra? Destos principios
ha venido á tan grande atrevimiento, que haciendo
guerra, abiertamente ha acometido los lugares maríti-
mos de España: estando nosotros descuidados (pena es
decillo), poco faltó que no se apoderase de Cádiz. Para
vengar esta injuria por no ser justo sufrirla, tomadas
al fin las armas, nuestra armada, queriendo acometer á
Ingalaterra, sin ningun provecho se anegó ó pereció en
gran parte por poco saber de los nuestros ó por indus-
tria de los enemigos, ó lo que mas creo, por haber Dios
querido por tal manera castigar nuestros pecados. Con
grande por cierto afrenta de nuestra nacion y gran
baldon se ha recebido llaga, la cual no se curará en
muchos años. Habiendo recebido tan gran pérdida y
siendo muerta la flor de los soldados, destrozada el ar-
mada, el enemigo hecho mas insolente y determinado
de seguir la fortuna favorable, trató de adquirir nuevos
reinos en España, lo que no era dificultoso estando
nosotros tan descuidados; y habiendo en Galicia acolo sabria decir, en gran perjuicio ciertamente de la re-

metido á la Coruña y casi tomádola, desembarcando en
Portugal, llegó armado y espantoso hasta los mismos
arrabales y muros de la ciudad de Lisboa, con cierta
esperanza de tomar sin sangre aquella nobilísima ciu-
dad, y por esta manera restituir á don Antonio, dester-
rado, el cual se llama rey de Portugal, en el imperio y
grandeza de sus antepasados. Y saliera por ventura
con su intento si los sanctos patrones de aquel reino,
desamparado, sin fuerzas, sin presidios bastantes y sin
prudencia no le hubieran sustentado. Porque el ene-á
migo, por no sucedelle las cosas al principio como pen-
saba, cerrándose nuestros soldados dentro de los mu-
ros, volviendo atrás por falta de mantenimiento y for-

zado de las muertes que por la destemplanza del cielo comenzaban, fué forzado tornarse á embarcar, habiendo sido mayor el daño que recibió que el que hizo ; y últimamente, afligida y destrozada su armada, segun dicen, se volvió á su tierra. Qué fin haya de tener esta guerra no se sabe; hasta agora grandes han sido las pérdidas y mayor la afrenta; muchas naves cargadas de mercaduría y de oro nos han tomado éstos años; muchos de los nuestros han sido muertos ó cautivos. No quiero referir la muerte del rey don Sebastian en Africa y la pérdida de su ejército tan fresca, que apenas se ha secado la sangre. Culpa fué esta de un principe atrevido, y que parece nació para destruicion de su patria y reino. Verdad es esto; pero desventura comun fué á toda España, muestra de la vuelta que la fortuna hace, ó por mejor decir, de la ira de Dios contra nuestras maldades ; y es justo temer no estén aparejados mayores males, pues despues del castigo no nos liemos mejorado. Las comidas delicadas y el vestido ha estragado las costumbres en tanta manera, que mas sc gasta hoy en una ciudad de golosinas, confituras y mas cantidad de azúcar que en toda España en tiempo de nuestros padres. ¡Cuánta seda, Dios poderoso, se gasta! Mas pulidos andan el dia de hoy y con vestidos mas arreados y costosos los carniceros, los sastres y zapateros que en otros tiempos las cabezas y principales de las ciudades; por ventura, despues á lo menos destos trabajos ¿hase proveido á este desórden y desvergüenza? ¿Por ventura hanse hecho algunas pregmáticas sobre los gastos como se hacian antiguamente? Por ventura hase puesto tasa y término á la lujuria y al regalo? Dirás: las rentas reales, si esto se hiciese, padecerian y se disminuirian en gran manera, como sean necesarios nuevos y grandes gastos para la guerra y para vengar las injurias. ¿Qué rentas me cuentas tú á mí? Por ventura ¿puede haber mayor socorro que el que consiste en la bondad de los ciudadanos y en su modestia, mas cierta renta que la riqueza de los particulares, quitado el demasiado gasto? Pocos soldados con pecho fuerte, templados con el comer y vestir, serán mas á propósito para vencer y vengar las injurias que muchos, mancos en el deleite, ataviados y delicados. Demás desto, el uso de las armas se ha dejado; si por descuido de los que gobiernan ó negligencia de la juventud, no

pública y de las costumbres, mayor peligro, y no es maravilla, porque habiendo cesado los ejercicios militares, y el pueblo, á ejemplo de los mayores, estando debilitado con vino y convites, dado al juego, danzas y amores, no hay armas algunas, á lo menos, en lo interior de España; y si algunas hay, comidas del polvo y deł orin, sin provecho por la antigüedad, pocas ballestas y arcabuces: hase tenido por de mayor momento que no se maten ciervos y conejos que acostumbrar al pueblo los ejercicios de guerra. Algun mayor cuidado ha liabido en criar caballos, pero muy pequeño si se mira la importancia del negocio, y mas apuestos que fuertes, por donde no podrán sufrir el sol ni el polvo y peso de

las armas; tan delicados y regalados son. A lo menos hay ciudades fortificadas, muchas fortalezas edificadas en toda la provincia, con las cuales, aun despues de vencidos, podrémos sufrir mucho tiempo el cerco y detener al soberbio enemigo. Miserable cosa es referir lo que es muy verdadero; sacadas las fronteras y marinas, las cuales, si están bastantemente fortificadas, los peligros presentes lo han mostrado, no se hallará lugar alguno fortificado, antes á cada paso las murallas caidas por el suelo con la vejez, sin algun cuidado de reparallas; y no es maravilla por ser cosa propia de los hombres gobernarse mas por necesidad que por prudencia, y mas en España; como si en niagun tiempo hobiese de haber alguna mudanza, así dormimos á sueño suelto. No me parece era diferente el estado de las cosas en tiempo del rey don Rodrigo, cuando toda España fué vencida y subjetada por los moros; tambien estaban las murallas abatidas, sin soldados, caballos y armas, y las que habia, por consejo de traidores, se habian enviado á las fronteras de Africa y de Francia, donde tambien poseian los reyes godos grande parte. No bastan las fuerzas de fuera cuando lo interior está flaco; pero volviendo al propósito, por ventura ¿tantas desgracias y pérdidas han despertado y hecho mas diligentes á los nuestros ? Por ventura ¿fortificanse los castillos y ciudades? Por ventura ¿búscanse buenos caballos y cómpranse? ¿Hay nuevas arinerías en los lugares para forjar toda suerte de armas ofensivas? ¿Ejercítanse los mozos, como era razon, en luchar, pelear y saltear á pié y á caballo, sin armas y cubiertos de hierro, de cuya torpeza ninguna maña y destreza estos dias han dado muestra, cuando habiendo mandado á los señores que cada uno conforme á su renta acudiesen con cierto número de caballos, ni se hallaron armas en el reino, ni aun sin armas á penas se podian tener á caballo los soldados? ¡Cuál ayuda y cuán buena, Dios poderoso! Para tiempo de adversidad, cosa de risa y de vergüenza; por ventura, á lo menos, los premios militares y las honras debidas á la virtud, ¿danse á los soldados para despertar á otros á la misma profesion? Pues la honra y provecho sustenta las artes; y no antes, aun despues del peligro y pérdidas, se emplean en hombres delicados que siguen la corte, los cuales nunca han visto enemigo ni vestido armas, ni aun saben los nombres de la milicia ni qué cosa sean reales. Peligrosa cosa es tocar con la pluma y punzar todas las llagas de la república; pero en enfermedad vieja cualquier remedio se ha de intentar. Dirás: procúrase la quietud de la república quitando con las armas el poder alborotarse. Muy bien se dice esto si la lealtad de los españoles para con sus reyes no fuera tan conocida, que es la mayor defensa que puede haber. Con los forasteros que rehusan el imperio y obediencia, y de cuya lealtad se dubda se usan de semejantes artes para mantenellos en paz; á los siervos se quitan las armas, las cuales se dan á los hijos por el amor que tienen naturalmente. Porque estando cercados de todas partes de enemigos, á mediodía de los moros, á lc

vante y septentrion de herejes, y el Turco, que con su poder no está muy lejos, quitar las ayudas y fuerzas por medio ligero y cuidado de algun alboroto interior, ¿qué otra cosa es sino loca y desvergonzadamente hacer traicion á la república, y con recatos sin propósito poner en peligro la patria y la sagrada religion que profesamos? No mancando los ciudadanos, sino manteniéndolos en virtud y ejercitándolos, se ha de procurar la paz y salud comun. Digo pues que la juventud se debe ejercitar ansí en otras artes como principalmente en las militares, y reduciéndolos á la templanza antigua, hacer que se moderen en comidas y vestidos, ansí con la buena educacion desde su tierna edad, como con leyes graves y severas. Deseo que á las mercaderías, en cuanto fuere posible, no se les dé entrada, las cuales tienen gran fuerza con el demasiado regalo para ablandar los ánimos y maucar los cuerpos, porque del ocio y deleites nacen todos los vicios, pero principalmente dos, lujuria y desacato, de los cuales se añadirá alguna cosa si por ventura por el peligro se despertasen aquellos á quien esto toca. Verdad es que cuando la divina venganza se apresura y no quiere se quite su fuerza falta el entendimiento, así á los ciudadanos como á los que gobiernan, para que no vean la luz que so les presenta, lo cual temo no nos acaezca, pues veo que con los trabajos no se desminuyen las maldades y abusos, antes se aumentan; ni los particulares se han mejorado, y como ninguno quiera perccer, todos á porfía hacen por donde perezcan. ¡Oh torpe y miserable estado de nuestra vida! Cuánto haya crecido la torpeza, bastante muestra es que no se contenta de estar escondida, si no con la abundancia sale en público: en las particulares casas, en los campos, por las calles no oirán otra cosa sino alabanzas de Vénus y sus hazañas. Antigua vergüenza y infamia es esta; pero nuevamente se hacen torpes espectáculos con grande concurso y aplau so del pueblo ; invéntanse tonadas deshonestas y malas, ayudándolas con los mencos del cuerpo, con los cuales lo que torpemente se hace en el retrete y aun en el burdel, todo se pone delante de los ojos y orejas de la muchedumbre. ¡Oh afrenta digna de todo castigo! En tanto grado hemos pospuesto la vergüenza, y nos hemos olvidado en tanta manera de la honestidad y decencia con estos ejercicios; pensamos que los mozos se han de hacer fuertes soldados mancados con el deleite, sin cuidado alguno de la honestidad y modestia, corrompidos en el uso de la lujuria. No son los trabajos de la guerra ni las victorias para hombres regalados, criados en la sombra; con frio y calor se han de curtir los que han de ser buenos soldados. El rey don Alonso el Sexto, despues que ganó á Toledo y siendo ya viejo, mandó que en todo el reino se derribasen los baños, por haber entendido que con su regalo y calor se perdian y enflaquecian las fuerzas, y que esto habia sido causa de haber perdido algunas batallas despues de tantas victorias como había ganado; y ¿no habrá entre nosotros cuidado de cómo se crían los mozos y en qué ejercicios y tratos se ocupan? Pero todas estas cosas se

podian desimular, dadó que por sí mismas son feas y perjudiciales, si perdonasen á la religion y á los templos consagrados. ¿Creerán esto los venideros? Cierto los extranjeros lo oirán de buena gana que en España, donde está el albergo de la santidad y la fuerza de la religion católica haya y se use tanta torpeza, que hayan entrado en los mesmos templos los cantos lacivos, los torpes espectáculos, los faranduleros públicos en compañía de mujeres torpísimas. ¡Ojalá pudiéramos negar lo que no se puede decir sin vergüenza! toda esta torpeza haber entrado en los templos y haberse hecho estos dias danzas en las procesiones, en las cuales el Sanctísimo Sacramento se lleva por las calles y por los templos con tal sonada y tales meneos, cuales ninguna persona honesta sufriera en el burdel. Por ventura ¿es esto ser cristianos? Por ventura ¿pensamos desta manera aplacar á Dios? Pues ora nos juntamos para pedir mercedes, ora para dar gracias por las recebidas, con la torpeza de que usamos ofendemos, y con nuevas maldades, á Dios y á la majestad de la religion. Y ¿maravillámonos que los santos desprecien nuestras peticiones y que seamos vencidos por mar y por tierra los que poco antes domábamos el mundo? Y sin duda, me persuado que Dios de corazon aborrece y de todo punto desecha tales juntas y festividades. Y ¿qué resta sino que, á ejemplo de la antigua Roma y de Egipto, saquemos pintada de bulto la deshonestidad en procesion como cosa perteneciente á la religion, segun que en algun tiempo lo hacian las mas honestas matronas en las fiestas de Priapo? Porque ¿qué mas es pintalla que danzalla con la voz y con los meneos? De pequeños principios se viene á esta locura. ¿Qué dirán los herejes y qué harán, los cuales buscan cualquier ocasion para morder nuestras cosas, cuando oyeren por cosa

cierta que esta torpeza se usa entre nosotros? La pública corrupcion de las costumbres se suele rematar en menosprecio de Dios, en herejías; por estos pasos se va al profundo. Demás desto, los templos se ensucian en conversaciones torpísimas de mujeres y mozos con tanta libertad, que no basta diligencia alguna para enfrenallos y para que no lo ensucien todo, á manera de puercos; dado que esta culpa es de los que gobiernan, porque no lo harian si con severidad pusiesen cuidado en esto. La verdad es que muchos, como acaece en lugares hediondos, con la costumbre no echan de ver este mal olor; y, guiados por la opinion del vulgo, juzgan que estos deleites y libertad se pueden y deben permitir al pueblo por donde ellos quieran; y dan favor á la torpeza de los otros, de la cual flojedad darán cuenta á Dios vivos y muertos. Porque ¿qué se debe juzgar de las fiestas de los sanctos y de las honras que se les hacen, donde las hablas deshonestas, meneos y señas lascivas ocupan todas las partes del templo, y de las cuales las personas honestas están forzadas á huir por no ensuciar sus ojos y sus orejas con tan grande avenida de maldad? Estos son los males de la república y llagas entre otras muchas; estos los escarnios de nuestra religion, y los mónstruos espantosos y afrentas de nuestra nacion, los cuales yo juzgo se deben con cuidado remediar si queremos sentir favorable á nuestro Señor. De otra suerte, yo anuncio y afirmo que han de ser mayores las pérdidas que las de hasta aquí, y que no habrá fin hasta despeñarnos de la cumbre donde estábamos en grandes desventuras y servidumbre; todo lo cual está en nuestra mano el evitallo con la gracia de Dios; y que haya de ser así, aunque hablamos desta manera, no tenemos del todo perdida la espe

ranza.

FIN DEL TRATADO CONTRA LOS JUEGOS PÚBLICOS.

DEL REY

Y

DE LA INSTITUCION REAL.

PRÓLOGO

LIBRO PRIMERO.

dirigido á Felipe III, rey católico de España.

HAY en los confines de los carpetanos, de los vectones y de la antigua Lusitania una ciudad noble y famosa, cuna de grandes ingenios, que Ptolemeo llama Líbora, Livio Ebora, los godos Elbora, y nosotros Talavera. Está sentada en un valle, de cuatro mil pasos de anchura por aquella parte, y de mas algo mas arriba, que cortan muchos rios de amenísimas riberas, entre ellos el Tajo, célebre por sus brillantes arenas de oro, por su extenso cauce y por los muchísimos arroyos que le dan tributo. Besan hácia el norte las aguas de este rio las firmes murallas de aquel antiguo municipio, defendidas á trechos por numerosas y elevadas torres de imponente aspecto.

Es indudablemente Talavera digna de grandes elogios, tanto, que entre callar 6 extenderse poco en ellos creemos que, siéndoles deudores de la primera luz que vimos, nos conviene mas guardar silencio. Debemos, sin embargo, atendido nuestro actual propósito, añadir que á no mucha distancia, en el camino de Avila, se levanta á manera de meta un cerro, separado de cuantos le rodean, muy quebrado, de áspera y dificilísima pendiente y de unos cuatro mil pasos de circunferencia. Está poblado de muchas aldeas, cubierto de bosques, dotado de frescas y abundantes aguas, enriquecido con una tierra que satisface las esperanzas del colono, libre de todos esos males que tan á menudo afligen otros países no tan afortunados. Tiene en la cumbre, allá en la parte del norte, que es la mas fragosa, una cueva de estrecha y trabajosa entrada, noble asilo de san Vicente y de sus hermanas cuando para evitar la cólera de Daciano tuvieron que dejar los muros de Elbora; y á corto trecho las ruinas de un templo consagrado á aquel Santo, insigne en otro tiempo, y aun ahora notable, no

solo por sus grandes recuerdos religiosos, sino tambien por la majestad que le dan sus árboles seculares y sobre todo la circunstancia de estar situado en un lugar eminente, desde el cual puede abrazar la vista un vastísimo horizonte. Perteneció, segun dicen, á los templarios, pero hoy no es mas que una abadía del arzobispado de Toledo muy destruida y desierta, de la cual apenas quedan ya mas que las paredes y dos sepulcros de piedra, de antigua y desusada forma. No hay en ella ni una pequeña capilla, falta que ignoramos á qué deba atribuirse, si ya no es á que hácia el septentrion, debajo de aquel mismo templo, hay una muy tosca y rudamente fabricada en una llanura circuida por todas partes de collados y plantada de añosas y robustísimas encinas. Es esta humilde capilla, á pesar de lo pobre, muy venerada de todos los pueblos del contorno, y mas que todo notable por un jardin adjunto, donde brillan las aguas de una fuente inagotable bajo la sombra de castaños y nogales, ciruelos, morales y otros árboles de que abundan aquel lugar y sus alrededores. No sin razon se ha creido que pudo ser tan deliciosa llanura consagrada á Diana, diosa tutelar de los bosques para los antiguos, opinion que nos permite hasta cierto punto seguir una inscripcion romana, concebida en estos términos:

TOGOTI L. VIBIUS PRISCUS

EX VOTO.

En lugar de Togoti creo que podria leerse Toxoti, epíteto dado muy frecuentemente á aquella Diosa por el arco y las flechas de que la pintaron casi siempre armada. Es además la temperatura de aquel lugar admirable hasta en la estacion en que arden abrasados por el sol el campo y las ciudades. De noche como de dia puede uno pasar las horas sin molestia y sin fatiga, ya

bajo la copa de los árboles, ya bajo el sencillo techo de una rústica cabaña. Soplan templadísimos vientos puros y libres de todo miasma, brotan de todas partes las mas frescas aguas, corren acá y acullá fuentes cristalinas, cosas todas por las que no sin razon fué aquel lugar llamado Piélago. Alegre es allí el sol, alegre el cielo, alegre por demás la tierra, cubierta de tomillo, borraja, acedera, peonía y mucho mas de yezgos y de helechos. Baste decir, por fin, en su elogio que dió la antigüedad el nombre de Eliseos á tan afortunados campos: tal y tan agradable se presenta en ellos el cielo en tiempo de verano. Suministran abundantemente los pueblos y las aldeas vecinas todo lo necesario para la vida, uvas, higos, peras que pueden sostener la comparacion con las mejores, jamones excelentes, peces, aves, carnes y vinos que podrian hacernos olvidar la patria. Es verdaderamente de admirar que reuniendo tantas y tan buenas dotes, estén aun aquellos lugares faltos de quintas, ni hayan merecido ser durante los rigores del agosto moradas de recreo y de placer para los ricos, que difícilmente podrán encontrar otros mas amenos, saludables ni fecundos. ¿Podemos ignorar empero que suele medirse por la renta que producen la fama y la hermosura de las comarcas, y que los mas arreglan á lo que les es útil sus deseos?

Pasó un verano á vivir en aquel monte mi amigo Calderon, uno de nuestros primeros y mas notables teólogos, canónigo, por su mucho saber y erudicion, de la iglesia de Toledo, el cual, sintiendo quebrantada su salud por el trabajo y deseando hallar un lugar á propósito contra los ardores de la estación, no sé si por la casualidad ó aconsejado, lo eligió como el que mas podia contribuir ú reparar sus fuerzas. Con la confianza que siempre me trata me invitó, estando yo en Toledo, á que pasase á vivir con él para que se le hiciese mas agradable aquella soledad, donde despues de haber invertido el tiempo necesario en el rezo, la misa y la lectura, nos entregábamos á eruditas y amistosas conversaciones, que nos servian de gran placer y esparcimiento. Accedí á los deseos del amigo, y no me pesó á la verdad, pues nunca brillaron para mí dias tan alegres ni tan claros ; tan dulce y tan agradable era la sociedad en que viviamos. Solo nos molestaba algun tanto lo incómoda que era nuestra vivienda, poco limpia, demasiado humilde, y lo que es mas, abierta por no pocas partes á las inclemencias del cielo, incomodidades que se prestó aun á remediar un propietario de una aldea vecina, nada mezquino por cierto, edificando para el próximo verano á su costa y sobre el plan que le dimos una casa que, aunque de modesta estructura, habia de ser para nosotros luego de concluida comparable con el mas soberbio palacio de los reyes.

Andábamos ocupados en la construccion de este edificio, cuando recibimos, príncipe Felipe, de tu maestro Garcia Loaisa cartas llenas de bondad y cortesía y con ellas las cruditas y elegantes conferencias que bajo su direccion tuviste sobre la gramática de Lorenzo. Estaba á la sazon con nosotros Suasola, varon docto y prudente, que venia frecuentemente á confesarnos desde el vecino pueblo de Navamorcuende, sugeto de tan claro ingenio de tan candorosas costumbres, que con facilidad se

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reconoce en él al verdadero cántabro. Soliamos, apenas bajaba el sol al occidente, trasladarnos á la cercana cumbre, desde la cual podiamos, á pesar de la distancia, contemplar los monumentos de Toledo cuando no empañaba nubecilla alguna aquel sereno y trasparente cielo. Recreado el ánimo con tan agradable vista y sobre todo por el contraste de aquella dulce tranquilidad con el bullicio de las ciudades, nos poniamos entonces á rezar alternadamente los versos de los salmos, trabajo á que podiamos dedicarnos sin esfuerzo halagados por las suavísimas auras que allí incesantemente se respiran. Aconteció aquel dia que, concluida mas pronto de lo regular nuestra tarea, estábamos contemplando los muchos árboles que yacen en el bosque arrancados por la mano de los hombres ó por la fuerza de los vientos desde el pié de una añosa encina, de hendido tronco, pero de extensas ramas, por cuyo follaje podian apenas abrirse paso los rayos de la luna. Allí, como de ordinario acontece, nos acordamos de las últimas cartas recibidas, é hicimos naturalmente recaer la conversacion, oh Príncipe, en tus sabios maestros el marqués de la Velada y García Loaisa, varones eminentes, cuyos domi-. nios y propiedades patrimoniales cabe descubrir des le aquel monte, hombres ya en nuestros tiempos escasos, de singular moderacion, de templadas costumbres, do grande amabilidad y prudencia, que conservan aun toda la gravedad de nuestros antiguos nobles, y acreditan con solo haber sido elegidos para tus maestros el gran tacto del Rey, confirmado ya como superior al de todos los demás mortales por tantos y tan insignes hechos. Me prohibe referir el pudor todo lo que á este propósito se dijo, que fué mucho.

Mediaron á poco unos cortos instantes de silencio, despues de los cuales grande, dije, es el cargo de educar á nuestro Príncipe, grande el de cultivar el ingenio y formar las costumbres de aquel cuyo imperio, despres que hayamos conquistado Portugal, cosa no muy lejana, ha de tener por límites las mismas fronteras del Océano y la tierra. ¿Puede haber cosa de mayor trascendencia que el que se descuiden ó se esmeren en instruirle? Es tanto mas de agradecer el desempeño de este cargo, cuanto que, inclinada siempre la multitud á lo peor, si hace el príncipe progresos, los atribuye por entero á su alto rango, á su nobleza, á sus exce- . lentes facultades; si falta, cosa nada extraña en me lio de tanta abundancia, y sobre todo en medio de las licenciosas costumbres de palacio, la envidia ó la maledicencia lo achaca á las supuestas faltas de sus maestros.

Así seria, dijo Suasola, si para algo le hiciesen falta al Príncipe esos profesores; pero ¿tiene acaso mas que irse formando con los ejemplos de su sabio padre, cuyas huellas empieza á seguir ya con seguro y firme paso? ¿Para qué han de servir además las letras á un principe de España? ¿Debe acaso languidecer en el estu lio y palidecer en la sombra el que solo ha de cuidar de las armas y los negocios de la guerra? Nuestra historia nacional nos presenta á cada paso príncipes que, sin haberse dedicado nunca á las letras, alcanzaron gloria y renombre, tanto por lo que hicieron en la paz como por lo que llevaron á cabo en los campos de batalla. ¿Nos hemos olvidado ya del Cid, de Fernando el Católico, cu

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