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EL PADRE JUAN DE MARIANA, gobierno, despues de vistos los cuales, nació el grito de «haya un solo rey, no es bueno que haya muchos». Para la conservacion de la paz interior es tambien mejor que gobierne uno solo, pues siendo muchos, pueden disentir fácilmente y tener mas trabajo en arreglar sus propias controversias y discordias que en dirimir los ajenos pleitos y contiendas. Es menos en un príncipe que en muchos la desordenada codicia, con la cual se ciega el entendimiento, se corrompe la justicia y sufren graves perturbaciones las cosas privadas y las públicas; y es evidente que disminuida la codicia, ha de ser mayor la equidad y mayores nuestras libertades. Abunda todo al rededor de un solo príncipe hasta llegar á fastidiarle, y han de apagarse naturalmente sus deseos; mas aun cuando así no fuera, siempre ha de ser menos costoso y mas fácil que sobresalga uno que no muchos.

El mando, por fin, es sin fuerzas enteramente inútil; ¿no han de poder mas y dar mayor impulso reunidas en un solo hombre que distribuidas entre muchos, ora consistan en las riquezas, ora en el imperio, ora en los votos de los pueblos? Vemos en todas las cosas de la naturaleza que es siempre mayor la eficacia y poder de un elemento cuando concentrado que cuando muy desleido. No cabe, por otra parte, duda en que las cosas comunes pueden estar mejor administradas por uno que por muchos, que en igualdad de medios es mas fácil la ejecucion de una empresa por un solo hombre, como demuestran palpablemente las alianzas celebradas entre los reyes para llevar á cabo la guerra, alianzas que nunca pudieron ser duraderas ni dar grandes resultados.

Estos son los mas notables y poderosos argumentos aducidos en favor de la monarquía, argumentos evidentes é innegables; mas no son tampoco escasos los que se presentan en favor de las formas democráticas. La prudencia y la honradez en que estriba la salud pública y por las cuales se gobiernan felizmente los estados son indudablemente mas fáciles de encontrar en muchos que en uno solo, pues cabe suplir lo que á uno falta por lo que á otros sobra, como suele acontecer en una comida en que se reunan muchos para pagar á escote.

i Cuánta no ha de ser la ceguedad y la ignorancia de los príncipes que encerrados en su palacio como en una caverna no pueden hacerse cargo de nada por sus propios ojos! ¿Es siquiera posible que puedan reconocer la verdad entre los continuos aplausos de los cortesanos y entre los embustes de sus criados dan todo á sus intereses personales? Y no pudiendo saque lo acomober nunca la verdad, ¿es acaso extraño que caigan en error á cada paso? ¿Cómo pues ha de haber quien pretenda colocar en la cumbre del Estado á un hombre sin oidos y sin ojos? Tito Manlio Torcuato, al ser declarado cónsul, recusa el cargo por la enfermedad de su vista, manifestando cuán indigno le parece que se ponga la república en manos del que necesita de ojos ajenos para hacerse cargo de la direccion de los negocios; y ¿hemos nosotros de creer á propósito para gobernarnos á los que debiendo apelar continuamente á la prudencia y al ingenio es indispensable que á cada paso se cieguen y alucinen? En unas cartas muy importantes que dirigió el emperador Gordiano á su suegro Misiteo

considera como un grave mal y se queja de que la razon de los príncipes se vicie; los reyes persas para obviar en parte tan grande inconveniente, se sabe que tenian junto á sí personas de reconocida prudencia, que eran llainados por el mismo cargo, que tenian ojos y oidos de los príncipes; ¿podrémos acaso negar que el mal exista y sea inherente á la forma del gobierno? Llevarian mejor camino los negocios humanos si así como son gobernados los rebaños y las abejas por séres de superior naturaleza, pudiésemos tener por jefe un hombre algo mas que mortal, un héroe, como dicen que sucedia en los primeros tiempos; mas ya que esto no es posible, ¿por qué no hemos de suplir por el número lo que ha de faltar á uno solo para que aventaje á los demás en ciencias y en virtudes? Es además sabido que no hay nada que perjudique tanto la justicia como la ira, el odio, el amor y los demás afectos del alma, hecho que fué la principal causa de que se establecieran leyes, por considerar que estas hablan á todos y no se doblan á la fuerza de las pasiones: ¿ habrá tal vez quien niegue que como es mas fácil que se deje llevar de las suyas un solo hombre, es mas difícil que se corrompan muchos cediendo á la amistad, á dádivas y á intrigas? No se envenena tan fácilmente el agua de un gran lago como la de un estanque.

Añádase á todo esto que siendo muchos los que entiendan en los negocios de la república, enmiendan los unos las faltas de los otros, y sin disponer de mas ni menos facultades, tienen mayores fuerzas y proceden con mayor pureza en todas sus resoluciones. ¿Quién se ha de atrever á castigar los yerros de un príncipe que es dueño de las armas del Estado y lleva en la punta de la lengua, como dijo Aristóteles, la vida y la muerte de los ciudadanos? No seria ya audacia, sino locura, querer resistirá su voluntad y hacerle sentir el disgusto que suele llevar consigo la reprension ajena; seríalo mucho mas sabiendo cuán grande es siempre el número de los aduladores que están á su lado para batir palmas á cada uno de sus actos, mal cierto puesto que se presenta bajo un aspecto dulce y agradable. ¿Ignoramos, por otra parte, que al llegar el hombre al poder es su propio adulador y mira siempre con benignidad sus propios hechos? Contéstase á esto que como no hay cosa mejor que la dignidad real cuando sujeta á leyes, no la hay peor ni de mas tristes resultados cuando libre de todo freno. Mas ¿y si se convierte el rey en tirano, si menospreciando las leyes sustituye á la razon su antojo? ¿Quién no conoce y confiesa que es muy difícil contener con leyes las fuerzas y el poder de un hombre en cuyas manos están concentrados todos los medios de que dispone la república? ¿Cómo se ha de evitar que no grave los pueblos con nuevos y mayores tributos, que no invierta los derechos de sucesion á la corona, que no lo remueva todo y lo trastorne? Cuando se divide entre muchos el poder para crear otras magistratude elegirse jueces, ¿hemos de consentir en que para ras, bien haya de constituirse un senado, bien bayan ejercer el mas grave é importante cargo haya precisamente uno solo? ¿Olvidarémos acaso cuán diversas y de cuánta trascendencia son las atribuciones de un monarca que ha de sostener la guerra contra el enemigo,

mantener la paz entre sus súbditos, representar en el interior y en el exterior toda la república? Ceden á la fuerza de estos argumentos varones de grande erudicion, principalmente de aquellos que han macido en ciudades libres, á pesar de ser propio de nuestra naturaleza que prefiramos casi siempre estar á lo ya conocido cuando no lo reprueba de un modo manifiesto la experiencia, y no carece, por otra parte, de peligro alterar las instituciones patrias, aun cuando se rebelen contra ellas nuestras convicciones. Ha tenido lugar este hecho hasta con los mas grandes filósofos, que no son generalmente los que mas favorables se han manifestado á la institucion monárquica, como nos demuestra el mismo Aristóteles, el cual aun aceptando esta forma de gobierno, principalmente cuando el rey aventaje á todos los ciudadanos en bondad y prudencia y reuna en sí todas las dotes del cuerpo y del ánimo, como si la naturaleza se hubiese puesto en lucha consigo mismo para agraciarle y levantarle sobre los demás mortales, cosa que raras veces acontece, cree inas útil que sean gobernadas por muchos las ciudades donde sobresalgan muchos en virtud é ingenio, y llega hasta calificar de inicuo que se confie exclusivamente el poder supremo y se entreguen todos los negocios al que no puede presentar ni mayores conocimientos, ni mas honradez, ni mas acierto y tacto. Las mismas escrituras sagradas favorecen poco la monarquía, presentándonos en un principio constituidos ciertos jueces que gobernaban la república judía. Esta forma de gobierno era indudablemente democrática, pues se elegia para aquel cargo á los que mas aptos parecian en cada una de las tribus, y no se les concedian facultades para alterar las leyes ni las costumbres nacionales, segun manifiestan aquellas palabras de Gedeon: Non dominabor ego neque filius meus, sed dominabitur vestri Dominus. No hubo reyes entre los hebreos hasta que andando el tiempo, exasperado el pueblo, primero por la maldad de Helí, y despues por la de los hijos de Samuel, los pidieron y exigieron á todo trance, á pesar de las observaciones de este, que les pronosticó severamente las calamidades que les amenazaban, y les declaró que despues de recibido el poder, degenerarian los reyes en tiranos; hecho con el cual cabe probar que ó el poder real no es preferible al democrático, ó que por lo menos, principalmente en aquel tiempo, no se acomodaba suficientemente á las costumbres de aquel pueblo. Sucede en todo, en los vestidos, en el calzado, en la habitacion y en muchas otras cosas que aun lo mejor y mas elegante á unos place y á otros desagrada; y tengo para mí que ha de suceder lo mismo con las formas de gobierno, que no porque una lleve á todas ventaja, ha de ser aceptada por pueblos de distintas instituciones y costumbres.

Entre tan distintas razones, todas casi de igual peso, y entre tanta variedad de pareceres, se inclina mas mi ánimo á creer y hasta dar por cierto que el gobierno de uno solo ha de ser preferido á todos los demás sistemas. No negaré que está expuesto á gravísimos peligros ni que degenera muchas veces en una insufrible tiranía; pero veo compensados estos males con mayores bienes, y observo que las demás formas tienen tambien sus vi

cios y están cercadas de no menores ni menos graves riesgos. Son las cosas humanas pasajeras é inconstantes, y es de varones prudentes contentarse con evitar, no todos los males, sino los de mas bulto, buscando con ahinco lo que parece que nos puede procurar mayor número de bienes. Ha de procurarse ante todo conservar y asegurar la paz entre los ciudadanos, pues sin paz no seria mas que un caos la república; y creo que nadie dudará cuánto mas eficaz es para obtenerla el gobierno de uno solo que el de muchos. ¿No es acaso bastante compensacion este solo bien para otros muchos males y peligros? ¿Qué mejor que la paz, por medio de la cual se embellecen las ciudades y quedan aseguradas las fortunas privadas y las públicas? Qué mas pernicioso que la guerra, á cuyos rudos golpes todo se abrasa y se trastorna y muere? Crecen con la union los pequeños imperios, húndense con la discordia los ma

yores.

Conviene además considerar que en todas las clases del pueblo es mucho mayor el número de los malos que el de los buenos; si se divide el poder entre muchos, ¿no será fácil que en toda deliberacion prevalezca-la opinion de los peores sobre la de los mas rectos y prudentes? No se pesan los votos, se cuentan, y no puede suceder de otra manera. ¿ Acontecerá esto en el gobierno de uno solo? Si el príncipe es de conocida probidad y prudencia, como no tan raras veces sucede, seguirá el mejor acuerdo, es decir, la opinion de los mas prudentes; y con los derechos que su mismo poder le confiere, sabrá resistir á la ligereza del pueblo y á las temerarias pretensiones de los malos. Sabemos cuántas calamidades y graves trastornos ocurrieron en España cuando demasiado padres algunos reyes dividieron el poder real entre muchos de sus hijos, como sucedió con Sancho, el mayor, y su hijo Fernando, reyes de Navarra; aquellos sucesos deben enseñarnos cuán indivisible es el mando, cuán incomunicable el poder por su naturaleza, cuán funesta, impía, turbulenta, sospechiosa y falaz la ambicion al sentirse impotente, cuán inútil freno los respetos de la amistad ni los del parentesco para que aquella deje de confundirlo y trastornarlo todo. Pruébanos además que se debilitan las fuerzas al dividirse entre muchos el cuidado de los negocios públicos lo que sucedió con los árabes, expuestos á una ruina inevitable, no por otro motivo que por el de estar dividido entre muchos el imperio, de lo que no pudieron menos de nacer discordias intestinas y al fin la formacion de muchos reinos independientes unos de otros. Si pues no conviene que haya muchos príncipes en las distintas comarcas de una nacion, por mas que estén bien deslindados los términos de todas, ¿cuánto menos convendrá que los haya en un mismo territorio por estar distribuido entre muchos el gobierno?

Nos parece aun mucho mas preferible la monarquía si se resuelven los reyes á llamar á consejo á los mejores ciudadanos, convocar una especie de senado y administrar de acuerdo con él los negocios privados y los públicos. No podrian prevalecer así los afectos personales ni habria que temer los efectos de la imprudencia; veriamos unidos con el rey á los magnates, conocidos

Co

por los antiguos con el nombre de aristocracia, llegariamos mejor al deseado puerto de la felicidad, al que nos sentiriamos impelidos de consuno por los esfuerzos de toda la ciudad ó de toda la provincia. No hay por cierto peste mas terrible que un rey que se deja llevar de sus pasiones ó pretende gobernar su propio juicio por el de sus infames cortesanos, cosa que nos ponen ya de manifiesto las desgraciadas vicisitudes y los inolvidables trastornos de grandes imperios, donde, mo es natural, convertida la benevolencia del rey en tiranía y gobernando los palaciegos en su nombre, es inevitable que se desquicie toda la república y sean precipitados sin sentirlo á las mayores calamidades súbditos que tienen puesta en sus príncipes toda su confianza. Conviene, sin embargo, advertir que lo mejor en la naturaleza se convierte en lo peor cuando llega á corromperse, y que no prueba poco en favor de la excelencia de la monarquía el hecho de que al estar viciada y pervertida, venga á parar en la mayor tiranía posible y en la mas abominable forma de gobierno. Lo peor debe ser siempre la antítesis de lo mejor, y el mas pernicioso gobierno la del que puede proporcionar á la república mejores resultados.

CAPITULO III.

¿Debe ser la monarquía hereditaria?

Se ha explicado ya cuántas ventajas lleva á las demás 'formas de gobierno la que llamaron los griegos monarquía, principalmente cuando recae la dignidad real en el que supere á todos los ciudadanos en probidad, en prudencia y en justicia, y como tal sea mirado y admirado por sus súbditos como un hombre bajado del cielo, de condicion superior á la de los demás mortales. Es pues esta forma de gobierno adecuada á la naturaleza de las cosas, á la direccion del mundo y al modo como se rigen los demás animales; muy querida de Dios, por acercarse mas con ella la república á ese Sér superior que dirige solo y por su propia voluntad los cielos y la tierra. ¿Podrá ahora ponerse en duda que ya individual, ya colectivamente han de buscar los hombres la felicidad, procurando acercarse á Dios cuanto lo permita la naturaleza humana? La bondad y la unidad guardan tanta armonía entre sí y están tan unidas estrechamente, que siguen ambas una misma regla, como explican agudamente los filósofos, y parecen indicar las cosas mismas. Está probado que una república sujeta al gobierno de uno solo está mas firmemente trabada con cada una de sus partes que las que obedecen á la voz de muchos, y es necesario que confesemos que ha de ser por tanto mucho mejor y mas perfecta. Con estas y las demás razones explanadas en el capítulo anterior, creen que quedaria probada suficientemente la excelencia de la monarquía sobre todos los demás sistemas, ora se confie la direccion de los negocios á los magnates, ora al pueblo. Debe, sin embargo, todo varon prudente tener en cuenta los tiempos y la república en que vive, no dejarse llevar por el deseo de innovarlo todo, aspirar sí á lo mejor, pero recordando que las naciones ya constituidas casi nunca cambian de forma sin empeorar su suerte. No ha de atreverse á poner en

ejecucion sus laudables intenciones sino cuando haya' lugar á la eleccion y lo permitan el carácter le sus conciudadanos y la situacion del Estado de que forma parte. Procurará entonces con todas sus fuerzas establecer la mejor forma de gobierno, con tal que sin agitacion y sin tumultuosas escisiones pueda llevar al inperio á ser sujetado y dirigido por el gobierno de uno solo.

Dilucidada ya esta cuestion, debemos entrar en otra, que ni es menos grave ni viene envuelta en menosdificultades. Cuando muera un príncipe ¿convendrá que sea el gobierno hereditario ó que sea elegido el sucesor por todos los ciudadanos, como sabemos que se observó en muchas naciones, con el objeto de que en virtud de la indefinida duracion del mando y la seguridad de la sucesion no degenerase en tiranía la dignidad creada para la salud de la república? Es sabido que los hijos sc corrompen fácilmente, ya por los placeres de que están rodeados, ya por la condescendencia de sus padres; que salen no pocas veces muy distintos de sus antecesores; que por este solo hecho se arruinaron en breve grandísimos imperios. ¿Qué puede haber mas pernicioso ni mas terrible que abandonar la república al capricho de la suerte? Qué mas terrible que poner al frente del gobierno un jóven de depravadas costumbres, un niño que está aun llorando en su cuna, y lo que peor es, una mujer falta de esfuerzos y de conocimientos? Qué mas terrible que el que desde el seno de una esposa se disponga arbitrariamente de los ejércitos, de las proviucias, de las rentas del Estado? Qué lo que era antes debido á la virtud y al mérito sea ahora patrimonio de los malos, y por respeto á uno solo deba verse envuelta la república en gravísimas borrascas? Sin necesidad de mentar otras naciones, sabemos por las sagradas es-crituras que elegian los idumeos á sus reyes, y no consentian que los hijos sucediesen á sus padres; sabemos que en España duró el sistema electivo mientras duró el imperio godo, y que solo despues de trastornada la nacion y las leyes pudo introducirse la sucesion hereditaria, merced al demasiado poder que se habian arrogado los príncipes, y á la demasiada condescendencia de los pueblos. No faltaron con todo en aquellos tiempos varones de prudencia que con gran fuerza de razones pretendieron probar cuán conforme era el nuevo sistema de sucesion á la equidad y al derecho, bien fuese que se sintiesen obligados por los beneficios de los nuevos príncipes, bien por el deseo vehemente de adular, bien porque así lo sintiesen y creyesen. Aseguraban que los hijos de los príncipes, nacidos de la mas noble sangre y educados en palacios llenos de santidad y de prudencia, habian de parecerse necesariamente á sus antecesores; que los príncipes levantados al trono de entre el vulgo de los ciudadanos, solian salir arrogantes y soberbios, como acontece de ordinario con los que saliendo de repente de su estado de pobreza, pasan á ser ricos y á alcanzar grandes honores; gente entonces pesada é intolerable que, viéndose rodeada de poder y con facultad de alcanzarlo todo, pervierte sus costumbres, descubre sus viciosas inclinaciones, y revela la perversidad natural que tenia antes cubierta por la humildad de su fortuna, no de otro modo que un vaso cascado deja ver sus faltas desde el momento que se le

llena de agua. Alegaban que en la eleccion de un nuevo príncipe, como arriba se ha indicado, prevalecen ordinariamente los malos, por ser siempre mayores en nú mero en toda reunion de gentes; que nada minó tanto los firmes y sólidos cimientos del imperio romano como la eleccion de los príncipes, usurpada al fin por las guardias pretorianas, que con mengua de la majestad imperial encumbraron al solio á los hombres mas viles, por haber puesto mayor precio á la república. En España cabe apreciar tambien la naturaleza de esta cuestion por lo que sucedia en muchas poblaciones. Habia hace doscientos años en Castilla no pocos pueblos que tenían por antigua costumbre la libertad de elegir á sus señores. Elegian algunos de entre todos los ciudadanos al que creian convenir mas á sus intereses; pero otros reducian el círculo de los elegibles á una sola familia. Eran conocidos todos por este derecho con el nombre de behetrías; y estaban generalmente en ellos tan trastornadas las leyes y los juicios, que usamos á cada paso de aquella palabra para significar toda reunion desordenada en que nada se hace con razon, en que solo domina la pasion, la fuerza, los clamores. Estos males es evidente que deben evitarse á toda costa, adoptando, siempre que se presente una situacion tal, la sucesion hereditaria, pues cabe prometerse mas órden y concierto de los hijos de los príncipes. Saldrán tal vez burladas las esperanzas concebidas por el pueblo, cosa que sucede no pocas veces; mas aun este mal se sabe ya que está compensado con mayores bienes. Tiénese mayor respeto á los hijos y nietos de reyes, no solo por los ciudadanos, sino hasta por los extranjeros y los mismos enemigos; y qué, ¿ignoramos acaso que la majestad real es una garantía de paz, y es hasta la salud de la república? Bien claramente lo manifestó así por dos veces Jacob Aben Juzef, primero cuando en Zahara recibió á Alfonso el Sabio, que iba á solicitar su poderoso amparo, dejando para él la silla más alta, por considerar que era debida al que habia nacido de linaje de reyes y sido educado desde sus primeros años para gobernar el reino; luego cuando en Cesariano, ciudad de la Bética, que tenia cercada hacia ya seis meses con numerosas tropas africanas, mudando de improviso de pensamiento, levantó el sitio y pasó apresuradamente el Guadalete, temiendo ser vencido en batalla por Sancho, hijo de Alfonso, que estaba acampado allí cerca con tropas levantadas precipitadamente para salir del paso. Preguntado entonces por qué habia tomado la resolucion de huir del enemigo, dicen que contestó: «Desciende de cuarenta reyes; cercado de tanto prestigio, pelearia á los ojos de todos inspirándonos á nosotros terror, á ellos confianza; ¿qué habia de poder yo, que he sido el primero en decorar con la majestad real la familia de los Barramedas?» De tanta importancia es que descienda un príncipe de abuelos y bisabuelos reyes. La nobleza como la luz deslumbra, no solo á la muchedumbre, sino hasta á los magnates, y sobre todo enfrena la temeridad de los que tengan un corazon rebelde. Es, por otra parte, sabido que la naturaleza misma de las cosas quiere que las comunidades y las naciones sean mas gobernadas por la opinion que por los hechos. Muere el respeto y con él muere el imperio;

siendo muy de observar, que sobrellevan mejor los hombres al que nació infeliz del seno de una reina que al que menos desgraciadamente fué elegido.

Hé aquí por qué casi todas las monarquías han sido al fin hereditarias, y á naciones perpetuas han sido dados príncipes en cierto modo perpetuos, cosa para todos sumamente ventajosa. Evítanse así las graves alteraciones y las turbulentas tempestades que solian estallar en cada interregno; ciérrase el paso á las grandes discordias y guerras de sucesion, que han de existir forzosamente donde no esté admitida ó se suprima la sucesion hereditaria. Los bienes comunes están mejor administrados; es pues natural que los cuide como propios el que ha de trasmitir el poderá sus hijos, y es sabido que son siempre mirados con cierto descuido por los que ven limitada la existencia de su autoridad al escaso é incierto tiempo de su vida; los cuales suelen para ello fundarse en cuán fácil es que sus sucesores, siendo tan varios los juicios de los hombres, abandonen ó contradigan sus proyectos y comenzadas empresas, como vemos que sucede donde quiera que el poder supremo nace de los votos de los magnates ó de los del pueblo.

No me propongo ocultar que Aristóteles, uno de los mayores filósofos, en el lib. 1, cap. 11 de su política, desaprueba que los hijos sucedan indistintamente á sus padres, ni tampoco negar que los descendientes degeneran muchas veces y están muy distantes de tener las virtudes de sus predecesores. Lo acreditan las historias antiguas sagradas y profanas; y á la verdad podriamos aducir innumerables ejemplos de los grandes daños que ocasionaron á las repúblicas príncipes degenerados y destituidos de las prendas de sus antepasados. Mengua la buena índole de las familias ni mas ni menos que en las plantas y en los ganados mengua y cambia la bondad de las semilias por la influencia del cielo, la de la tierra, y sobre todo, la del tiempo. Extínguese el ardiente genio de los príncipes á fuerza de placeres y de una educacion mala y depravada; y como todos nacemos para morir, así vemos tambien y nos dolemos de que los linajes, los sembrados, los animales y las familias tengan sus principios y sus progresos y envejezcan al fin y mueran, como podemos ver por la historia de los últimos reyes de Castilla. Tuvo Enrique, el matador de su hermano Pedro y el fundador de su dinastía, un ingenio vivo y, sobre todo, un ánimo mayor aun que la nobleza de su cuna. En su hijo Juan no reconocemos ya tan afortunadas prendas, no hay ya tanta habilidad ni tanto vigor para la direccion de los negocios interiores ni exteriores. En su nieto Enrique se ve, es verdad, un entendimiento ardiente, un alma capaz de abrasar cielos y tierra, pero es débil de cuerpo, enfermizo, de una vida corta, que no le permite desarrollar las grandes virtudes de que apareció dotado ya en su misma infancia. Juan, segundo rey de este nombre, es ya mas á propósito para las letras que para los negocios del gobierno; y en él y su hijo Enrique IV se ve ya envejecida y hecha el juguete de los pueblos la gloria de sus antepasados. La destreУ la virtud ajenas se abrieron entonces paso hasta el trono, primero con un derecho cuestionable, y luego

za

mas ¿por qué no le hemos entonces de destronar como han hecho mas de una vez nuestros mayores? Cuando, dejados á un lado los sentimientos de humanidad, se conviertan los reyes en tiranos, debemos, como si fuesen fieras, dirigir contra ellos nuestros dardos. Destronado públicamente el rey don Pedro por sus crueles hechos, obtuvo el reino su hermano Enrique, aunque bastardo. Destronado su tercer nieto Enrique IV por su desidia y depravados hábitos, fué proclamado rey por voto de los magnates, primero su hermano Alfonso, que estaba aun en los primeros años de su vida, despues, muerto Alfonso, su hermana Isabel, que aun á despecho de Enrique se apoderó de la direccion de la república, absteniéndose solo de usar el nombre de reina mientras él viviese. No me meteré ahora en si estuvo bien ó mal hecho; confieso que muchas veces se procedió en aquellos tiempos con ligereza é intencion dañada; mas sé tambien que todo grande ejemplo es casi indispensable que tenga algo de injusto, y considero que las faltas personales quedan compensadas con que se haya salvado el reino de manos de

con ventaja de los pueblos. Todo lo cual se encamina á que entendamos que los hijos no pocas veces difieren de sus padres en el ingenio, en la condicion y en las costumbres. No podemos empero negar que entre los príncipes electivos los ha habido tambien que no han sido menos malos ni de hábitos menos depravados, ni en número menores. Examinemos los anales de otros tiempos, recordemos la antigüedad, consideremos por un momento esas heces y monstruos del imperio romano llamados Oton, Claudio, Vitelio, Heliogábalo y otros que no nombro; ¿podemos creer acaso que subieron al trono del imperio mas que por los votos de la milicia, es decir, sobre las lanzas de las guardias pretorianas? Mas quiero dejar á un lado los ejemplos que nos ofrecen las naciones extranjeras: ¿habrá alguno tan temerario ó tan ignorante de nuestra historia que no confiese que en España hubo peores reyes que en ningun tiempo cuando apoderados de ella los godos eran elegidos de entre todos los ciudadanos los jefes su premos de la monarquía? ¿Se nos ha borrado quizá de la memoria Witiza y Rodrigo, últimos príncipes godos cuyas maldades atrajeron á toda España tan funestas desventuras? Seria mas feliz el mundo si lo que empieza bien en un principio perseverase en un mismo ser y estado y los fines correspondiesen siempre á los principios; pero la desidia, la maldad y el tiempo lo depravan todo; tal y tan triste es la condicion del hombre.

Nosotros, que ignorantes é incapaces de apreciar en su verdadero valor las cosas, estamos denunciando las faltas del sistema opuesto, sin querer hacernos cargo de los males en que hubieran incurrido los antiguos siguiendo otro camino, detestamos los vicios que vemos, creyendo siempre que lo pasado ha de ser mucho. mejor que lo presente; conducta de que nacen todas las calamidades que afligen á la especie humana. Aun suponiendo que en otros tiempos hubiesen sido menores la agitacion de las asambleas y los funestos resultados de la negra ambicion y la codicia, ¿de qué otro medio podemos sospechar que se hayan valido sino de haber admitido el sistema hereditario? Para conservar la tranquilidad interior no hay indudablemente cosa mejor que designar por una ley los que han de suceder á la corona; no se deja así lugar ni á las pasiones de los pueblos ni al antojo de los príncipes y queda orillado todo motivo de discordia. Esta sola consideracion basta para que me decida en favor de la monarquía hereditaria; pero advierto además que es fácil corregir por medio de una buena educacion, sobre todo en la infancia, las faltas de los príncipes; que en una buena educacion encuentran freno hasta las mas depravadas naturalezas, y gracias á su saludable influencia, sufren un completo cambio; que si acontece de otra manera y no corresponde el éxito á los deseos ni á los esfuerzos de los que están encargados de dirigirle, es útil sobrellevarlo en cuanto lo permita la salud del reino y las corrompidas costumbres del príncipe queden ocultas en lo interior de su palacio. Podrá suceder que por sus desaciertos y maldades pongan algunos la república en inminente riesgo, desprecien la religion nacional, rechacen todo freno y se hagan del todo incorregibles;

la tiranía.

No soy tampoco del parecer de aquellos que pretenden circunscribir el derecho de sucesion hereditaria dentro de una sola familia; creo que teniendo el príncipe muchos hijos, debe designar tambien la ley quién ha de suceder al padre, á fin de que en lo posible no se deje á las pasiones del pueblo lugar por donde quepa alterarse la tranquilidad pública, que hemos de conservar á todo trance. Tampoco apruebo que quiera introducirse en la sucesion á la corona lo que Platon proponia que se introdujese en la sucesion privada, á saber, que pasasen todos los bienes paternos á un solo hijo, pero solo al hijo designado deliberadamente por la voluntad del padre, medio con el cual decia se esmerarán todos los hijos en satisfacer los deseos de los que tantos sacrificios han hecho para criarles y educarles. No veo peligro en que así se estableciese para la sucesion privada; mas sí en que la ley no determinase hasta el hijo que ha de heredar la direccion del reino, omision de que habian de nacer forzosamente tan graves discordias como las que tuvieron lugar entre los príncipes moros de Africa y de España, cuyas terribles guerras y destronamientos, no tanto deben atribuirse á lo dispuestos que estaban siempre aquellos pueblos á mudar de príncipes, como á que no estaba determinado por leyes y costumbres cuál de los hijos habia de heredar la dignidad real cuando bajasen los emires al sepulcro. Veo adoptado en todas las naciones que los mayores de edad sean preferidos en la sucesion á los menores, y los varones á las hembras; mas no dejo de recordar que David entregó el reino á Salomon, el menor de sus hijos, cosa que, á ejemplo de David, no dejaron de hacer otros reyes de aquel mismo pueblo. Consta por las sagradas escrituras que en los primeros tiempos el patriarca Jacob traspasó á José los derechos que quitó á Ruben, su primogénito; pero es tambien preciso hacerse cargo de que así quedó castigada la maldad de Ruben, hombre por demás impio. Tengo, sin embargo, para mí que solo por inspiracion divina dejó David tan grave ejemplo, y lo dejó, ya para

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