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obispo de Coimbra; de allí le trasladó sin ninguna pretension suya el Pontífice romano, por la noticia que de su persona y de sus partes tenia, á Toledo, segun que de suso se dijo. Las gruesas rentas de su dignidad gastó en gran parte en levantar diversos edificios en todo el reino con magnificencia real y mayor que de particular. A la verdad en su casa era concertado, en su persona templado; lo que se ahorraba por este camino empleaba en socorrer necesidades y en adornar la república; virtud propia de grandes personajes. En Toledo reedificó la puente de San Martin, que abatieron las guerras civiles entre los reyes don Pedro y don Enrique. En un recuesto y peñol, á vista de la ciudad, Jevantó un castillo cerca del sitio antiguo del monasterio muy famoso de San Servando. El claustro pegado con la iglesia catedral es obra suya, y en ella una capilla en que está su túmulo y el de Vicente de Balboa, obispo de Plasencia, su muy privado y familiar. Dotó en aquella capillary fundó diez y seis capellanías á propósito que todos los dias se hiciesen allí sufragios por su ánima y las de sus antepasados. En Alcalá la Real, frontera del reino de Granada, levantó una torre á manera de atalaya para que por el farol que todas las noches en ella se encendia los cautivos que escapaban de tierra de moros se pudiesen encaminar á la de cristianos. En Talavera fabricó un monasterio de obra magnífica, pegado con la iglesia mayor y con advocacion de Santa Catalina. Su intento al principio fué viviesen en él los canónigos de aquella iglesia para que hiciesen vida reglar; mas, visto que los seglares y clérigos lo contradecian, le entregó á los monjes jerónimos para que le poblasen, con gruesas rentas que les señaló para su sustento. Dejo la puente del Arzobispo, que, como queda dicho de suso, fué asimismo fundacion suya. Casó á su hermana doña María con Fernan Gomez de Silva, como se tocó en otro lugar. Deste matrimonio nació Alonso Tenorio, al cual el tio hizo adelantado de Cazorla; casó con doña Isabel de Meneses, y en ella tuvo á don Pedro, obispo que fué primero de Tuy, y despues de Badajoz. Yace en Toledo en la iglesia de San Pedro Mártir; tuvo otrosí á Juan de Silva, que fué embajador en el concilio de Basilea, y adelante conde de Cifuentes por merced del Rey en remuneracion de sus buenos servicios. Despues de la muerte de don Pedro Tenorio parece por memorias que el cabildo nombró á don Gutierre de Toledo arcediano de Guadalajara; el Rey ofreció el arzobispado á Hernando Yañez, fraile jerónimo y canónigo que fué de Toledo, mas no aceptó. El papa Benedicto por algunas dificultades no debió aprobar estas elecciones, ni el Rey la que acometió él á hacer de don Pedro de Luna, sobrino suyo, administrador que era del obispado de Tortosa. Por estas diferencias don Juan de Illescas, obispo de Sigüenza, vicario del arzobispado sede vacante, continuó en su gobierno aun algunos años despues de la eleccion hecha por el Papa, que finalmente prevaleció, como se verá adelante.

CAPITULO X.

Del año del jubileo.

Mucho se menguó el alegría y devocion del año que se contó de 1400, en que conforme á la costumbre recebida se concedió jubileo plenísimo á todos los que visitasen la ciudad y santuario de Roma, por la discordia y diferencias que todavía continuaban entre los que se llamaban papas; si bien los príncipes cristianos procu raban con todo cuidado sosegallas, y parece lo traian en buenos términos. Con este intento y por domeñar el corazon fiero del papa Benedicto, á persuasion de don Pedro Hernandez de Frias, cardenal de España, el reino de Castilla, habido su acuerdo, le quitó públicamente la obediencia. El pueblo y gente menuda, conforme á su costumbre de echar las cosas á la peor parte, sospechaba y aun decia que en esta determinacion no se tuvo tanta cuenta con la justicia como de gratificar al rey de Francia, que mucho lo pretendia. Así, esta determinacion no fué durable, porque el rey de Aragon se puso de por medio, y á su instancia finalmente se revocó el decreto á cabo de tres años, y volvieron las cosas al mismo estado de antes, segun que se relatará adelante. Sobrevino una grande peste, que de la Gallia Narbonense y Lenguadoc y de Cataluña, en que comenzó á picar, se derramó y cundió por todas las demás partes de España. La mortandad fué tal, que forzó al rey de Castilla á publicar una ley, en que dió licencia á las viudas para casarse dentro del año despues de la muerte del marido contra lo que disponia el derecho comun y otras leyes del reino. Hizo esta ley primero en Cantalapiedra, despues en Valladolid, y últimamente en Segovia, si bien residia de ordinario y se entretenia en Sevilla, convidado de la templanza de aquel aire, frescura, fertilidad y recreacion de toda aquella comarca, y aun forzado de su poca salud, que la traia muy quebrada. Avino por el mes de julio que en la torre de la iglesia mayor asentaban el primer reloj y subian una grande campana, que no son mas antiguos que esto los relojes desta suerte. Acudió el Rey á la fiesta, la corte, los nobles y gran concurso del pueblo. Levantóse de repente tal tempestad y torbellino, que pereció mucha gente con un rayo que despidieron las nubes. El pueblo, como suele, decia era castigo de los males presentes y pronóstico de otros mayores. Hiciéronse procesiones y rogativas para aplacar á Dios y á sus santos. Por el contrario, junto á la villa de Nieva, cinco leguas de la ciudad de Segovia, se halló una imágen de Nuestra Señora de mucha devocion. Moviéronse, como suelen, los pueblos comarcanos á visitalla. El concurso y devocion era tal, que la reina doña Catalina mandó á su costa edificar un templo en que la pusiesen, y un monasterio de dominicos pegado á él, que cuidasen de la imágen y de los peregrinos, con que muchos, convidados de la devocion y del sitio, se pasaron á vivir y poblar aquel lugar, de suerte que en nuestro tiempo es una villa de buena cantidad de vecinos. Doña Violante, hija de don Juan, rey de Aragon, quedó en vida de su padre concertada con Luis, duque de Anjou, como queda dicho. Habíanse dilatado las bodas por su edad, que era poca, y por diferencias que nunca faltan. Concertaron este año

su dote en ciento y sesenta mil florines á condicion que con juramento y por escritura pública renunciase cualquier derecho que al reino de Aragon pretendiese. Hecho esto, desde Barcelona con noble acompañamiento Ja llevaron á Francia para verse con su esposo. Falleció por este mismo tiempo Juan de Monfort, duque de Bretaña; dejó en doña Juana, su mujer, hermana de don Cárlos, rey de Navarra, cuatro hijos, cuyos nombres son Juan, Ricardo, Artus, Guillen; mas sin embargo, la Duquesa viuda casó segunda vez con Enrique, duque de Alencastre, el cual poco antes, vencido y preso su competidor y primo el rey Ricardo, se apoderó del reino de. Inglaterra, y estaba asimismo viudo de su primer matrimonio, de que le quedaron tambien muchos hijos. El año siguiente de 1401 por el mes de marzo juntó el de Castilla Cortes del reino en Tordesillas, en que se establecieron premáticas buenas, las mas á propósito de enfrenar la codicia y demasías de los arrendadores y otros ministros de justicia. En Sicilia á los 26 de mayo falleció en Catania, ciudad de cielo saludable y alegre, la reina propietaria doña María. Entendióse que la pena que recibió por la muerte de su hijo, que en edad de siete años murió poco antes desgraciadamente, le ocasionó la dolencia que la privó de la vida. Sepulta ron á la madre y al hijo en aquella misma ciudad. Sin embargo, el reino quedó por don Martin, su marido, como deudo mas cercano por derecho de la sangre por su abuela la reina doña Leonor, que fué tia de la difunta, y con beneplácito de su padre el rey de Aragon, á quien tocaba la sucesion por estar en grado mas cercano. Acudieron muchos principales luego á casalle, quién con su hija, quién con su hermana. Aventajábase en hermosura doña Blanca, bija tercera del rey de Navarra, y aventajóse en ventura, porque en lo de adelante vino á heredar el reino de su padre, y de presente en aquel casamiento se la ganó á las demás pretendientes. Juntáronse los dos reyes de Aragon y de Navarra á la raya de sus reinos entre Mallen y Cortes para capitular y concluir, como en efecto lo hicieron. Entregó el padre la novia al suegro de su mano, que en una armada la envió deşde Valencia á Sicilia, y en su compañía y por general de la flota don Bernardo de Cabrera. Pero así los desposorios como la partida fueron el año adelante de 1402. En el cual al rey de Castilla nació de la Reina una hija en Segovia á 14 de noviembre, gran gozo de sus padres y de todo el reino. Llamóse doña María, y casó adelante con su primo hermano don Alonso, rey que fué de Aragon y de Nápoles; matrimonio de que no quedó sucesion por ser esta señora mañera.

CAPITULO XI.

Del gran Tamorlan, scita de nacion.

Despues de la jornada de Nicópolis, tan aciaga para los franceses y para los húngaros, como queda dicho, los turcos entraron en gran esperanza de apoderarse de todo el imperio de levante, en que pasaron tan adelante, que el gran turco Bayazete se puso con todo su campo sobre Constantinopla, silla de aquel imperio y almacen de sus riquezas. Gran espanto para los de cerca, y no menor cuidado para los que caian léjos. En

gañosa es la confianza de los hombres, vana y deleznable su prosperidad. Levantóse otra mayor tempestad y torbellino al improviso que desbarató estos intentos, sosegó los miedos de los unos y abatió el orgullo y soberbia de sus contrarios. Tamorlan, natural de Scitia, hombre de gran cuerpo y corazon, de gentil denuedo y apariencia, y que para cualquier afrenta le escogieran entre mil, allegador de gente baja y amotinador, con estas mañas, de soldado particular y bajo suelo llegó á ser gran emperador, caudillo de un número grande y descomunal de gentes que le seguian. Apenas se puede creer lo que refieren como verdadero autores muchos y graves, que juntó un ejército de cuarenta mil caballos y seiscientos mil infantes. Con esta gente rompió por las provincias de levante á fuer de un muy arrebatado raudal, asolaba y destruia todas las tierras por do pasaba sin remedio. Los partos, los primeros, se rindieron á su valor y le hicieron homenaje. Lo de la Suria y lo de Egipto maltrató con muertes, robos y talas. Tenia por costumbre, cada y cuando que se ponia sobre algun pueblo, enarbolar el primer dia estandartes blancos en señal de clemencia, si le abrian las puertas sin dilacion y se le rendian y sujetaban; el dia siguiente enarbolaba estandartes rojos, que amenazaban á los cercados muertes y sangre; las banderas del dia tercero eran negras, que denunciaban sin remedio asolaria de todo punto los moradores y la ciudad. El espanto era tan grande, que todos se le rendian á porfía, ca su fiero corazon ni admitia excusas ni se dejaba por ruegos ni por intercesion de nadie doblegar. Sucedió que los de Berito no se rindieron hasta el segundo dia. Conocido su yerro, para aplacalle enviaron delante las doncellas y niños. con ramos en las manos y vestidos de blanco. No se movió á compasion el Bárbaro, dado que llegados á su presencia se postraron en tierra, y con voz lastimosa pédian misericordia; antes mandó á la gente de á caballo que los atropellasen á todos y hollasen. Un ginovés, que seguia aquellos reales y campo, movido de aquella bestial fiereza, le avisó en lengua scítica, como el que bien la sabia, se acordase de la humanidad y que era hombre mortal. El Bárbaro con rostro torcido y semblante airado: ¿Piensas, dice, que yo soy hombre? No soy sino azote de Dios y peste del género humano. A mucho tuvo el ginovés de escapar con la vida, tan sañudo se mostró. Corria lo de Asia la Menor gran peligro; por esto el gran Turco, alzado el cerco que tenia sobre Constantinopla, con todas sus fuerzas y gentes volvió en busca del enemigo feroz y bravo. En aquella parte del monte Tauro, llamada Stella, muy conocida por la batalla que antiguamente allí se dieron Pompeyo y Mitridates, se acercaron los dos campos; ordenaron sus haces; dióse la batalla, que fué muy reñida y dudosa. Pelearon de ambas partes con gran coraje, los unos como vencedores del mundo, los otros por vencer. Finalmente, la victoria y el campo quedó por los scitas; los muertos llegaron á docientos mil, muchos los prisioneros, y entre ellos el mismo emperador Bayazete, espanto poco antes de tantas naciones. Llevole por toda la Asia cerrado en una jaula de hierro y atado con cadenas de oro como en triunfo y para ostentacion de la victoria. Comia solo lo que el vencedor de su mesa le echa

ba como á perro, y con una increible arrogancia todas las veces que subia á caballo ponia los piés sobre sus espaldas, trabajo y afrenta que le duró por todo lo restante de la vida. Gran burla y escarnio de su grandeza; así ruedan y se truecan las cosas debajo del cielo ; género de infelicidad, tanto mas mal de llevar cuanto el paciente se vió poco antes mas encumbrado. El rey don Enrique de Castilla, sin embargo de su poca salud, no se descuidaba ni del gobierno de sus vasallos ni de acudir á las cosas y ocurrencias de fuera. Enviaba sus embajadores á los príncipes, á los de cerca y á los de léjos para informarse de todo y trabar amistad en diversas partes. En especial á las partes de levante envió á Pelayo de Sotomayor y Fernando de Palazuelos para saber de las fuerzas, costumbres y intentos de aquellas naciones apartadas. Estos dos embajadores acaso ó de propósito se hallaron en aquella famosa batalla que se dió entre turcos y scitas. El Tamorlan, ganada la victoria, los trató con muestras de benignidad y cortesía. Al dar la vuelta para España quiso los acompañase un su embajador, que envió para trabar amistad con el rey de Castilla; hizo él su embajada conforme al órden que traia. Volvieron con él Alonso Paez, Ruy Gonzalez y Gomez de Salazar, tres hidalgos que despachó el Rey para que fuesen á saludar aquel Principe, viaje largo y muy dificultoso, de que los mismos compusieron un libro, que hoy dia anda impreso con nombre de Itinerario, en que relatan por menudo los particulares de su embajada y muchas otras cosas asaz maravillosas, si verdaderas. La grandeza y gloria grande del Tamorlan pasó presto como un rayo. Vuelto á su tierra de los despojos y presas de la guerra fundó la ciudad de Mercanti y la adornó grandiosamente de todo lo bueno y hermoso que robó en toda la Asia. A su muerte le sucedieron dos hijos, ni de las prendas ni de la ventura de su padre. Grande cosa fuera, si las virtudes y el valor se heredaran. Sobre el partir de la herencia resultaron muy grandes diferencias entre los dos. Finalmente, el imperio que se ganó con mucho esfuerzo y con gran trabajo se menoscabó por descuido y flojedad. Fué este año desgraciado para los portugueses y los navarros, á causa que fallecieron en él los herederos de aquellos reinos; don Alonso, hijo mayor del rey de Portugal, en edad de doce años; sepultáronle en la iglesia mayor de Braga, rérdida que, aunque causó muy grande sentimiento, fácilmente los de aquella nacion se conhortaron por quedar otros muchos hermanos, los infantes Duarte, Pedro, Enrique, Juan, Fernando y dos hermanas, doña Blanca y doña Isabel. En Pamplona murieron los infantes Luis, de seis meses, y Cárlos, de cinco años, que juntos los sepultaron en la iglesia inayor en el sepulcro del rey don Filipe, su tercer abuelo. El dolor grande de los navarros fué sin consuelo por no quedar hijo varon y recaer forzosamente la corona en hembra, cosa de ordinario que los vasallos mucho aborrecen. El invierno, fin deste año y principio del siguiente de 1403, se continuaron las lluvias por muchos dias, con que los rios por toda España se hincharon grandísimamente, de guisa que salieron de madre y hicieron muy graves daños, en particular Guadalquivir subió con su grande creciente sobre los adarves de Sevilla, y el agua llegó

hasta la iglesia de San Miguel y la puerta que llaman de las Atarazanas, cosa de grandísimo espanto y peligro no menor. La buena diligencia del que á la sazon regia aquella ciudad, por nombre Alonso Perez, ayudó mucho para reparar el daño, ca de dia ni de noche no se descuidaba en hacer todos los reparos que podia, calafetear las puertas y reparar de los muros las partes mas flacas, sin cesar hasta tanto que aquella tempestad amansó. La santa iglesia de Toledo, despues de la muerte de don Pedro Tenorio, se estaba vacante; la discordia entre los papas era ocasion deste y semejantes daños que resultaban en el reino, porque de tal suerte quitó Castilla la obediencia á Benedicto, que no la dió á su competidor; miserable estado, cual se puede pensar, cuando en el gobierno falta la cabeza y el gobernalle. Considerados estos inconvenientes, se juntaron Cortes del reino en Valladolid para acordar sobre este punto lo que se debia hacer. Acudió el de Aragon por medio de sus embajadores en favor de Benedicto, como se dijo de suso, el cual á los 12 de marzo se salió en hábito disfrazado por el Ródano abajo de Aviñon, en que le tuvieron los cardenales como preso por espacio de dos años. La grande diligencia del rey de Aragon en su favor fué tal y de tal suerte, que finalmente á los 28 de abril le volvieron á reconocer dentro en Castilla con ceremonia y auto muy solemne; estaban presentes el Rey y los grandes, ricos hombres y prelados. Lo mismo. se hizo dentro en Francia á los 26 de mayo, acuerdo que debió ser arrebatado, pues no duró mucho tiempo. Todavía el papa Benedicto, en virtud deste reconocimiento y homenaje y con beneplácito del Rey, proveyó la iglesia de Toledo como lo deseaba dos años atrás, á los 20 del mes de julio en la persona de don Pedro de Luna, su sobrino, hijo de su hermano Juan Martinez de Luna, señor de Illueca y Gotor. Hermanos de don Pedro fueron Alvaro de Luna, padre del condestable don Alvaro; Rodrigo de Luna, prior de San Juan; Joan Martinez de Luna. Destos el primero fué copero, y el tercero camarero del rey don Enrique el Tercero de Castilla que les hizo mercedes, en especial á Alvaro de Luna dió á Cañete, Jubera y Cornago. Verdad es que don Pedro se entretuvo algun tiempo en Aragon por negocios y dificultades que se ofrecen de ordinario. Hallábase el papa Benedicto en Sellon, pueblo de la Provenza, retirado por causa de la peste que picaba por aquellas partes todavía. Allí falleció el cardenal de Pamplona Martin de Salva. Proveyó el Papa aquella iglesia en la persona de Miguel de Salva, sobrino del difunto, y poco despues le dió el capelo, así por sus méritos, que fué insigne jurista, como á contemplacion de su tio, que siempre estuvo con él y le acompañó en todos sus trabajos en el mismo tiempo que los demás cardenales de su obediencia le desampararon y se le mostraron contrarios. Falleció otrosí en su estado Mateo, conde de Fox, pretensor del reino de Aragon, intento que de todo punto cesó por no dejar sucesion y porque su mujer doña Juana sè concertó con el Rey, su tio, por medio de Jaime Escrivá. Señaláronle tres mil florines en cada un año para sus alimentos, pequeña recompensa de un reino que, al parecer de muchos, sin razon le quitaron; mas es forzoso á las

H

veces rendirse á la necesidad, que de ordinario tiene mayores fuerzas que la justicia y la razon. Tomado este asiento, dejó á Francia y se volvió á su tierra para pasar en ella su viudez У vida.

CAPITULO XII.

Que nació un hijo al rey de Castilla.

Gozaba España de una muy grande paz y sosiego á causa que las alteraciones de dentro calmaban y los enemigos de fuera no se movian ni inquietaban por hallarse todos cansados con las guerras y diferencias pasadas, que mucho duraron. Solo el rey de Navarra se hallaba desgustado por verse despojado de los grandes estados que tenia en Francia, de Evreux, de Campaña y de Bria. Y dado que sobre este punto andaban embajadas y se hacia muy grande instancia, todavía no se alcanzaba cosa alguna ; y aun él mismo por dos veces fué á Francia sobre lo mismo, pero en balde. La pretension era muy importante y claro el agravio que le hacian; acordó pues tercera vez de probar ventura por si pudiese alcanzar de su primo el rey de Francia y de sus grandes con presentes y caricias lo que la razon y la honestidad no habia podido alcanzar. Encomendó el gobierno del reino á su mujer; con esta resolucion se partió para Francia, y llegado á aquella corte, trató su negocio con todas las veras y por todos los caminos que le parecieron á propósito para salir con la demanda; gastáronse muchas demandas y respuestas; finalmente, se tomó por postrera resolucion que el de Navarra se apartase de aquella pretension y sacase de Quireburg, que todavía se tenia por él, los soldados que allí tenia de su guarnicion, y que en recompensa le diesen á Nemurs, ciudad de la Gallia Céltica, con título de duque; trueque á la verdad muy desigual, y muy baja recompensa de estados tan principales y grandes como renunciaba. Verdad es que le añadieron en las condiciones del concierto una pension de doce mil francos en cada un año además de una gran suma de dinero que para acallalle de presente le contaron. Pasó todo esto en Paris á 9 de junio del año que se contaba de 1404. Dícese que de aquel dinero labró este rey don Carlos en Olite y en Tafalla, villas de Navarra, distantes entre sí por espacio de una legua, sendos palacios de real magnificencia, muy hermosos y de habitacion muy cómoda, ca era este Príncipe muy entendido, no solo en las cosas de la paz y de la guerra, sino asimismo en las que sirven para curiosidad y entretenimiento. Decian otrosí que si la muerte no atajara sus trazas, pretendia juntar aquellos dos pueblos con un pórtico ó portal continuado y tirado desde el uno hasta el otro. Los reyes de Castilla y de Granada á porfía se presentaban entre sí ricos y hermosos dones, que parecia cada cual se pretendia adelantar en todo género de cortesía. A los moros venia bien aquella amistad por sus pocas fuerzas y su estado, que no era grande; al rey de Castilla por su continua indisposicion le era forzoso atender mas á conservarse que á quitar á otros lo suyo. En particular el rey Moro envió al de Castilla un presente muy rico de oro y de plata, piedras preciosas y adobos de vestidos muy hermosos;

y para que la cortesía pareciese mayor, lo envió todo con una de sus mujeres; que los moros segun su posibilidad cada cual acostumbra á tener muchas, en especial los reyes; que es la causa de estimallas de ordinario en poco por repartirse la aficion entre tantas. Las obras, finalmente, eran tales y las muestras de amor, que bastaran á ligallos y hermanallos por mucho tiempo si pagara bien la amistad y fuese durable entre los que se diferencian en la creencia y religion. Así, poco adelante se rompió la guerra entre estos dos reyes, como se verá en su lugar. En Roma falleció el papa Bonifacio IX á 1.o de octubre. Juntáronse sus cardenales en conclave, y con toda priesa nombraron por sucesor del difunto al cardenal Cosmato Meliorato, natural de Sulmona, ciudad del Abruzo en el reino de Nápoles, á los 17 del mismo mes. Llamóse Inocencio VII. Su pontificado fué breve, de solos dos años y veinte dias. Acometieron de nuevo con esta ocasion los príncipes á concertar los papas y unir la Iglesia. Usaron de las diligencias posibles, pero todo su trabajo fué en vano. Alegaban las partes que no hallaban lugar seguro en qué juntarse. Todo era color y hacer del juego maña para entretener la gente y engañar en grave perjuicio de toda la Iglesia. En especial el papa Benedicto, como mas artero y duro, por ningun camino se doblegaba, si bien desamparado de la mayor parte de sus amigos y valedores andaba de una parte á otra sin hallar lugar que le contentase ni persona alguna de quien fiarse; tan sospechosos le eran los de su casa como los extraños. Bien es verdad que muchas personas señaladas por su doctrina y santa vida defendian su partido y le seguian; entre otros fray Vicente Ferrer, gran gloria de Valencia, su patria, y de su órden de Santo Domingo por el buen olor que de sí daba y el gran fruto que hizo en todas las partes en que predicó la palabra de Dios, que fueron muchas, como trompeta del Espíritu Santo y gran ministro del Evangelio. Averiguóse que las naciones extrañas le entendian, si bien predicaba en su lengua vulgar, los italianos, los franceses, los castellanos; gracia singular, y despues de los apóstoles á él solo concedida. Los milagros que obraba y con que acreditaba su doctrina, eran muy ordinarios; daba vista á los ciegos, sanaba cojos, mancos, enfermos, y aun resucitaba los muertos. Todo lo hace mas creible lo que se dice de là innumerable muchedumbre de gente que por su medio salió de las profundas tinieblas de vicios y de ignorancia en que estaban. De Jos viciosos que convirtió, no diré nada; en sola España por su predicacion se bautizaron ocho mil moros y treinta y cinco mil judíos, cosa maravillosa. En particular en el obispado de Palencia se hicieron cristianos casi todos los judíos, que, por ser hacendados y en favor del bautismo quedar libres de diezmos y otros pechos y derramas, las rentas del obispo don Sancho de Rojas, que á la sazon lo era de aquella ciudad, se adelgazaron de suerte, que le fué necesario hacer recurso al Rey y ganar un privilegio real que hoy se muestra, en que le concede para recompensa de aquel daño cierta cantidad de maravedís de las rentas reales. La alegría que por esta causa resultaba en todo el reino se aumentó con el parto de la Reina, que en Toro en el monasterio de San Francisco, viérnes á

los 6 de marzo del año de 1405, parió un infante, que se llamó del nombre de su abuelo, el príncipe don Juan; el gozo de todos fué tanto mayor cuanto mas desconfiados estaban por la dilacion y la poca salud del Rey. Hiciéronse fiestas y regocijos por todas las partes. Los príncipes extraños enviaron sus embajadas para congratularse por el nacimiento del Infante. La Reina otrosí alcanzó del Rey con esta ocasion de su parto que perdonase é hiciese merced á don Pedro de Castilla, su primo, niño de poca edad. Don Juan, su padre, hijo del rey don Pedro, falleció poco antes deste tiempo en la prision en que le tenían en el castillo de Soria. De su mujer doña Elvira, hija del mismo alcaide Beltran Eril, dejó dos hijos, don Pedro y doña Costanza; la hija vino á las manos del Rey, y por su órden hizo profesion en Santo Domingo el Real, monasterio de Madrid. Don Pedro se huyo, que le pretendian poner en prision. La culpa del padre y de los hijos no era otra sino tener el uno por padre y los otros por abuelo aquel príncipe desgraciado, que muchas cosas hacen los reyes para su seguridad que parecen exorbitantes. Compadecióse la Reina de aquel mozo; mandóle poner tras de las cortinas de la cama. Venida la ocasion que el Rey entró á visitalla, le suplicó por el perdon. Otorgó el Rey con su demanda, que no era justo en aquella sazon negalle cosa alguna. Sacáronle á la hora vestido de clérigo para que le besase la mano. Diósela con amoroso semblante, y para que se sustentase en los estudios le proveyó del arcedianato de Alarcon. Adelante le promovieron al obispado de Osma, y finalmente al de Palencia. Suplió la nobleza sus faltas; en particular tuvo poca cuenta con la honestidad. De dos mujeres, la una Isabel, de nacion inglesa, y la otra María Bernarda, dejó muchos hijos, cuatro varones, don Alonso, don Luis, don Sancho y don Pedro, y otras tantas hembras, doña Aldonza, doña Isabel, doña Catalina, doña Costanza. Destos, y principalmente de don Alonso, que tuvo siete hijos de legítimo matrimonio, desciende la casa y linaje de Castilla, asaz extendida y grande, aunque no de mucha renta ni estado. En Guadalajara falleció don Diego Hurtado de Mendoza, almirante del mar. Sucediéronle en sus estados y tierras Iñigo Lopez de Mendoza, su hijo, que adelante fué el primer marqués de Santillana; en el oficio de almirante, don Alonso Enriquez, hermano menor de don Pedro, conde de Trastamara, ambos nietos de don Fadrique, maestre de Santiago.

CAPITULO XIII.

De la guerra que se hizo contra moros.

El reino de Aragon por este tiempo andaba alborotado, y mas Zaragoza, por causa de dos bandos y parcialidades, cuyas cabezas eran, de la una Martin Lopez de la Nuza, de la otra Pedro Cerdan, hombres pode rosos en rentas y vasallos. En Valencia asimismo prevalecian otros dos bandos, el de los Soleres y el de los Centellas. Trababan á cada paso pasion entre sí y riñas; matábanse y robábanse las haciendas sin que la justicia les pudiese ir á la mano. Juntó el Rey Cortes en Maella, villa de Aragon, á propósito de asentar el gobierno y apaciguar las alteraciones que ponian á todos

en cuidado. En aquellas Cortes se establecieron leyes muy buenas, unas para acudir á los inconvenientes presentes, otras que se guardasen siempre, enderezadas todas al bien y pro comun. Ordenóse demás desto que el rey don Martin de Sicilia, lo mas presto que fuese posible, viniese á España para que se acostumbrase á guardar los fueros de Aragon y no quisiese adelante atropellar sus libertades y gobernar aquel reico á fuer de los demás á su albedrío y voluntad. Sabida él esta determinacion, la voluntad del Rey, su padre, y de todo el reino, aprestado que hobo una armada, se hizo á la vela en Trapana, ciudad de Sicilia ; de camino saltó en tierra en Niza, ciudad del Piamonte, para visitar y hacer homenaje al papa Benedicto, que á la sazon se hallaba en aquellas partes con voz de querer dar corte con su competidor en aquellas diferencias y debates tan reñidos. Hallóse presente acaso ó de propósito á la habla Luis, duque de Anjou, que se llamaba rey de Nápoles, y por el derecho de su mujer pretendia el reino de Aragon; mas por medio del Pontifice se concertaron y apaciguaron. Despedida esta habla, se tornó á embarcar el rey de Sicilia, y á los 3 de abril finalmente surgió en la playa de Barcelona. Por su venida hicieron fiestas por todo el reino, que pensaban seria por largo tiempo; mas engañóles su esperanza, porque con color que los de aquella isla no sosegaban del todo y que de nuevo don Bernardo de Cabrera con ocasion de su ausencia se tomaba mas autoridad y mano en el gobierno de lo que era razon, dejando las cosas medio compuestas en Aragon, á los 6 de agosto en la misma armada en que vino se embarcó en Barcelona y pasó en Sicilia. Con su llegada mandó luego á don Bernardo de Cabrera salir de palacio, y poco despues de toda la isla, con órden de presentarse delante de su padre el rey de Aragon para descargarse de las culpas que le achacaban. Hizo él lo que le fué mandado, y partió para España en sazon que por el principio del mes de noviembre llegaron á Barcelona cuatro estatuas de plata vaciadas y cinceladas y sembradas de pedrería, que envió el papa Benedicto para que pusiesen en ellas las reliquias que en Zaragoza tenian de los santos mártires Valerio, Vincencio, Laurencio, Engracia, para sacallas con esta pompa en las procesiones mas solemnes y generales. En Castilla se continuaba la conversion de los judíos, y aun para domeñar á los obstinados y duros se ordenó de nuevo, entre otras cosas, que los judíos no pudiesen dar á logro, cosa entre ellos muy usada; y que para ser conocidos trajesen sobre el hombro derecho por señal un redondo de paño rojo, como tres dedos de ancho. Lo mismo tres años adelante se ordenó de los moros, que trajesen otro redondo algo mayor de paño azul en forma de luna menguada, y lo que es mas, veinte y cinco años antes deste en que vamos estableció el rey don Juan el Primero en las Cortes que se hicieron en Soria que las mancebas de los clérigos se distinguiesen de las mujeres honestas por un prendedero de paño bermejo, tan ancho como los tres dedos, que les mandó traer sobre ef tocado para que fuesen conocidas, leyes muy buenas, pero que no sé yo si en algun tiempo se guardaron. Lo que toca á los judíos, el tiempo presente se pidió por el

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