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agudos resulta una música suave, y una voz despedida sin compás hiere desagradablemente el tímpano del oido; haciendo conspirar á un solo punto todos los afectos sin reprimirlos mas de lo que conviene ni relajarlos fuera de medida resulta tambien una adinirable armonía, que arrebata los ánimos de cuantos nos rodean. Si en la organizacion general de la república, y sobre todo en la constitucion de las leyes, guardan unas disposiciones con otras el debido acuerdo, creemos, no solo que ha de existir esa admirable armonía, sino tambien que ha de ser esta mas suave que la que resulta de la dulzura de las voces y de la combinacion de los sonidos. No solo pues ha de cultivar el rey la música para distraer el ánimo, templar la violencia de su carácter y armonizar sus afectos, sino tambien para que con la música comprenda que el estado feliz de una república consiste en la moderacion y la debida proporcion y acuerdo de sus partes.

Deben, sin embargo, evitarse sobre este punto tres vicios capitales. Evitese, sobre todo, que mientras el príncipe busque en la música un deleite, no se destruya la armonía de su ánimo por ser lascivas y obscenas, ya la letra de los cantares que la acompañan, ya la misma combinacion de los sonidos, como acontece en nuestros tiempos, donde está tan afeada por la liviandad la mas hermosa arte que se ha conocido, que no liay ya casi honestos oidos que puedan tolerarla y escucharla. Corrompen por sí solos el ánimo los discursos torpes y afeminados, y es evidente que si van sujetos á medida y compás, han de ejercer una mas fuerte y perniciosa influencia, pudiéndose casi asegurar que no haya quien resista el mal si son dulces y suaves las armonías en que van envueltos. Pensamientos expresados en bellos versos aguzados por la música ¿cómo no han de adherirse con mas violencia que el dardo que dispare la mas robusta y vigorosa mano? Por esto Aristóteles y Platon establecieron sabiamente que no fuese cada cual libre para cantar las canciones que quisiere, sino tan solo para cantar las que dispertasen piadosos afectos y fuesen propias de pechos varoniles y constantes; por esto Alejandro, llevado á Troya para que viese los monumentos de los que murieron en aquel vasto campo de batalla, rechazó léjos de sí la cítara de Paris, diciendo no es esa la que quisiera yo; quisiera sí la de Aquiles. Palabras notables y dignas de Alejandro, con las que manifestó cuán impropio es de un rey todo lo lánguido y afeminado, aun hablándose de cantos y de instrumentos músicos, por ser siempre motivo de mayores males. La música lasciva y disoluta debe pues ser desterrada, no solo del palacio de los príncipes, sino tambien del reino, si queremos que se conserven puras las costumbres y no mengüen la fortaleza ni la constancia en el pecho de los ciudadanos. ¿No es cosa vergonzosa que en un pueblo cristiano se celebren con la música y el canto las hazañas é intrigas de Vénus y resuenen hasta en los mismos templos tan obscenos himnos?

No debe, por otra parte, poner el príncipe tanto cuidado en la música, que parezca olvidar las demás artes con que debe ser gobernada la república. Todas, con tal que sean útiles, deben estar bajo su tutela y patro

cinio; mas no debe entregarse entre estas á las que sean bajas, serviles y propias solo de esclavos, á no ser que se le haya de enseñar á evitar con honestos ejercicios el ocio, que puede traer consigo todo género de vicios. Convendrá que estudie algunas moderadamente, sobre todo si producen placeres inocentes y excitan nobles pensamientos; mas nunca de modo que consuma en ellas toda su atencion y un tiempo debido exclusivamente á la república, cosa que, además de ser un gran crímen, no se hace generalmente sin perjuicio del Estado. Hay, en cambio, otras artes, á que deberá consagrar todas sus facultades, y son las que sirven para defender la nacion y colmarlas de los mas pingües beneficios. La música no es un arte vil, sino liberal y noble, mas no tampoco tan importante que en ella pueda ponerse la salud y la dignidad de los imperios. Dedíquese algun tiempo, mas por via de recreo, es decir, para sazonar los trabajos y desvelos, no tomándolo como una cosa seria. Ha de examinar, por fin, el príncipe qué parte de la música ha de oir y si hay alguna que pueda ejercitar él mismo. Creo muy oportuno seguir la costumbre de los medos y de los persas, cuyos reyes se deleitaban con oir tocar ó cantar, sin hacerlo nunca ellos mismos ni manifestar en este arte su pericia. Entre los dioses de la gentilidad no se ha pintado nunca á Júpiter cantando ni tocando la cítara con el plectro, aun cuando se le haya supuesto rodeado de las nueve musas, hecho que se dirige á probar que el príncipe no debe ejercer nunca el arte por sí mismo. No doy yo á la verdad grande importancia á que se piense del uno ó del otro modo; mas no podré nunca convenir en que el príncipe se dedique á tocar ciertos instrumentos, que son para un hombre de su clase poco decorosos y dignos. No to. cará nunca, por ejemplo, la flauta, que se dice haber sido rechazada por su misma inventora Minerva, quizás por ver cuán fea pone la boca; y á mi modo de ver, no ha de tocar nunca instrumento alguno de viento. No debe tampoco cantar, principalmente delante de otros, cosa que apenas puede tener lugar sin que su majestad se mengüe; concederé cuando mas que se satisfagan en este punto sus inclinaciones cuando no haya jueces ni esté sino delante de unos pocos criados de su casa y corte. No creo tampoco que desdiga de un príncipe tocar instrumentos de cuerda, tales como la cítara ó el laud, ya con la mano, ya con el plectro, con tal que no invierta en este ejercicio mucho tiempo ni se jacte de tener en él mucha destreza. Bellamente un noble cantor antiguo, oyendo al rey de Macedonia Filipo, que hablaba de lo ingeniosísima que es la música, nunca, oh rey, le dijo, te quieran tan mal los dioses que llegues á vencerme tú en el canto. Palabras con que el Rey dejó aquella inoportuna ambicion y aspiró por vias enteramente contrarias á alcanzar elogios. Del grande emperador Alejandro Severo decia por otra parte Lampridio: Conoció y ejerció la geometría, pintó admirablemente, cantó con singular habilidad é ingenio, mas no teniendo nunca por testigos sino á sus mismos hijos. Y en otra parte: Tocó la lira, la flauta, el órgano y hasta la trompeta; mas no lo dió nunca á conocer al pueblo.

CAPITULO VIII.

De otras artes.

Concluida ya la primera época de la vida y echados los cinientos del estudio de la lengua latina, habrá de pensarse en las demás artes liberales, sobre todo en las que mas están conformes con la dignidad y nobleza de los reyes. Convendrá mucho que el príncipe se instruya en todas ellas ó en la mayor parte, si el tiempo da de sí para ello y no faltaren al alumno facultades naturales robustecidas por una buena educacion desde la infancia. Cuanto mas alto es el lugar que los reyes ocupan, tanto mas debe presentarse á los ojos de la república con grande abundancia de conocimientos, á fin de que sea tenido por los súbditos como una especie de deidad superior á la condicion humana. No quisiéramos, en verdad, que en una reunion dada pidiese el príncipe que se sentase una cuestion y se echase á disputar sobre cualquier tema como hacen los sofistas, pues no ha tampoco de consumir mucho tiempo á la sombra y en el ocio de las letras el que tiene á su cargo la salud pública y lleva sobre sus hombros el peso de tantos y tan gravísimos negocios. Si empero pudiese recorrer el círculo de todas estas ciencias de modo que no se detuviese mucho en cada una de ellas y abrazase solo sus puntos mas capitales é importantes, es indulable que seria mucho mas esclarecido y grande. Así como los que para conocer muchas instituciones y costumbres salen á recorrer lejanos países pasan en cada ciudad solo el tiempo suficiente para adquirir ese tacto que dan el uso y el conocimiento de las cosas, conviene que tome el príncipe de cada ciencia cuanto pueda servirle para el uso de la virtud y el perfecto conocimiento del desempeño de su cargo. Si se diese pues á querer investigar todos los pormenores de las ciencias, no hallaria para su enseñanza término posible; y es de todo punto indispensable que dé á su estudio los límites que la utilidad aconseje, renunciando á aprender y tratar con mayor cuidado aquellas cosas que requieren ya mucho mas tiempo. Solo así podrá sacar de la instruccion grandes é importantes frutos.

No ha de envidiar nunca el príncipe los elogios de Crisipo, que encontraba tanto placer en el estudio, que no pocas veces llegaba á olvidarse del alimento de su cuerpo, ni los del siracusano Arquímedes, tan absorvido en trazar líneas en la arena, que sintió sobre sí la espada del enemigo antes de saber que fuese su nobilisima ciudad tomada y devastada. Cosa ciertamente muy digna de la admiracion de todos los siglos, mas solo en los particulares, no en los príncipes, en quienes seria una aplicacion tal vergonzosísima. No todas las cosas convienen siempre á todos. Guárdese aun mas de imitar la fatuidad de Alfonso el Sabio, que, hinchado por la fama de su sabiduría, cuentan que acusó á la divina Providencia de no haber sabido construir el cuerpo humano; palabras necias que castigó Dios llevándole al sepulcro entre continuas calamidades. Esta conducta ha de repugnarle, y aun mas la del marqués de Villena, tan adelantado en los estudios, que no se abstuvo siquiera de entrar en la magia sagrada; falta que debe hallar siempre castigo en el brazo de Dios y en la infamia que

los hombres han de hacer recaer sobre su frente. Parecian sabios los dos, mas ni uno ni otro supieron mirar por lo que convenià á sus grandes intereses. Enséñense pues al príncipe todas las artes liberales ó la mayor parte, pero solo en resúmen, evitando la prolijidad, la pérdida de tiempo.

Póngase mucho cuidado en que aprenda la retórica, que puede servirle de adorno y no de poca ayuda para todos los negocios del Estado. Ya pues que nos distinguimos de los demás animales por la razon y por el uso de la palabra, es evidente que ha de ser muy digno de grandes príncipes aventajarse mucho en esta á los demás hombres. ¿Por qué hemos de consentir que los reyes, que deben ser en todo lo mas esclarecidos é ilustres posible y no tienen en su palacio nada que no sea perfecto y elegante, sean toscos é incultos precisamente en sus palabras? ¿Hay acaso púrpura que tenga mas hermosura, ni oro ni piedras preciosas que mas brillen que las galas de la elocuencia? ¿Qué puede haber mas elegante que un discurso lleno de brillantes palabras y luminosas sentencias? Es preciso que resplandezca eu todo el que ha de dar luz á todo un reino. Conviene que el alma esté adornada de ciertas virtudes, pues solo así pueden brotar de ella discursos llenos de esplendor y brio. Tienen además estas prendas del alma una fuerza increible para atraer los ánimos de los súbditos y llevar adonde quiera la voluntad del pueblo. Sin ellas ¿qué seria el gobierno? No manda el príncipe á sus súbditos como esclavos, sino como hombres libres; y estos no han de ser gobernados tanto por las amenazas y el miedo cuanto por la conviccion de que han de redundar los hechos de sus reyes en beneficio público. Debc pues dirigirseles de vez en cuando la palabra para que hagan con mayor impetu y ardor lo que deba liacerse y no consientan en que otros les ganen en actividad y celo. El príncipe que no tiene bien expedito el uso de su palabra, ¿cómo podrá arengar á sus tropas ni encenderlas en deseo de entrar en batalla, facultad que constituye una de las principales cualidades de los gran-les capitanes? Cómo ha de persuadir en tiempo de paz á los ciudadanos que no deben pensar mas que en ayudar la república y vivir entre sí acorde y fraternalmente unidos? Sabemos cuán saludable fué la clocuencia de muchos príncipes, cuán perjudicial á no pocos la dificultad en arengar al pueblo. No pudieron querer significar otra cosa los antiguos cuando fingieron que el IIércules céltico traia unida á sí á la multitud con ciertas cadenas que iban desde su boca á los oidos de sus espectadores, cadenas en que vienen simbolizadas la fuerza de la palabra y la facundia. Propondríanse con esto indicar que debian dejarse á un lado los medios materiales. ¿Qué es lo que contrarió la suerte de Juan II de Castilla, envolviéndole en todo género de calamidades, sino su dificultad en hablar, con que se enajenó la mayor parte de los ciudadanos y ofendió á los portugueses, á cuyo gobierno aspiraba, dificultad natural, pero que hubiera podido indudablemente corregir en sus primeros años? A medida que se van adquiriendo conocimientos va creciendo el caudal de las palabras y haciéndose mas fácil organizar discursos. Los príncipes no pueden pública ni privadamente hacer mercedes á todos, ni aun

construir edificios, fortificar segun la ciencia castillos y baluartes. ¿Quién ha de poder sin ella enlazar de improviso con puentes las orillas de los rios, construir parapetos y galerías, organizar, por fin, máquinas de guerra?

EL PADRE JUAN DE MARIANA.
dejando del todo exhausto el erario; y han de procurar
que, ya que no con beneficios materiales, puedan á lo
menos con palabras, cosa de que tan abundantemente
nos ha provisto la naturaleza, conciliarse las voluntades
de los súbditos é inflamarles en el deseo de agradar y
merecer bien del príncipe. Y no me parece á la verdad
dificil adquirir un arma tan ventajosa, pues la elocuen-
cia se alcanza mas fácilmente con la práctica que con
muchos preceptos. Exige facultades naturales, pero
poco arte.

Quisiera además que se ejercitara al príncipe en el
arte que explica las cosas definiéndolas, las divide en
partes, las confirma con razones y argumentos, y exa-
mina agudamente qué es lo que hay en toda cuestion
de verdadero, qué de falso, qué de probable, qué de
inverosímil, arte llamada dialéctica porque nos da ar-
mas para la discusion y la disputa. Y lo quisiera, no para
que
imitase la inoportuna locuacidad de los sofistas ni
vocease ni declamase aun entre sus iguales, cosa con-
traria á la dignidad, á la sinceridad y á la sencillez pro-
pias de los reyes, sino para que aprendiese á discernir
en toda deliberacion lo verdadero de lo falso, y supiese
ilustrar las cosas oscuras, y ordenar lo confuso, y refu-
tar la ficcion y la mentira, y probar su opinion con sóli-
das razones, y eludir, por fin, los argumentos de los
adversarios. Para cumplir con el principal deber de un
rey, que consiste en aborrecer de muerte la falsedad y
defender la verdad con todas sus fuerzas, ¿qué puede
habermas á propósito que aquella ciencia que se opone
á todo fraude é investiga generalmente la verdad en
todos los negocios de la vida? Debe proponerse ante
todo el rey que vivan felices los que están bajo su im-
perio, y es sabido que la felicidad de la vida solo está
contenida en los verdaderos bienes. Sin el estudio de
esa ciencia, ¿no es fácil que se deje engañar por falsas
apariencias? Abrace pues y cultive la dialéctica, que
suele distinguir de la verdad su falsa imágen, poner en
claro el fraude y el engañoso brillo del discurso, in-
utilizar las asechanzas de los sofistas y dar en el blanco
de la dificultad en toda cuestion que se suscite. Es ade-
más la dialéctica el fundamento de la elocuencia, por-
que el fin del orador es persuadir, y la razon no se
alcanza sino con fuerza y copia de razones, y las fuen-
tes de esas razones solo las descubre el ojo de esa cien-
cia. Enseña la dialéctica el modo cómo se han de pre-
sentar los ejemplos, enlazar unas con otras las pruebas,
sacar las consecuencias, y es evidente que sin ella todo
discurso ha de parecer débil y enervado. Sirve admi-
rablemente á todas las ciencias que proceden con razon
y método, ora se trate de la naturaleza de las cosas,
ora de Dios y de las cuestiones sagradas. Aguza, por
fin, el ingenio y mueve á examinar y juzgar con pre-
cision de todo, bien se estudien otras artes, bien se ha-
ya de constituir la república, bien organizarla y regirla
como exige la prudencia.

Entre las ciencias matemáticas, que son tambien contadas en el número de las artes liberales, llevan á todas ventaja por su nobleza y certidumbre la geometría y la aritmética, que son de grande aplicacion para toda clase de estudios y negocios. Sirve la geometría para medir los campos, colocar los árboles al tresbolillo,

En todo lo que se refiere además al embellecimiento de la vida domina la pintura, la escultura y el arte de la joyería; y en todas estas lo bello no se distingue de lo feo sino en la armonía ó falta de armonía que hay entre las partes y el todo, es decir, en la unidad ó falta de unidad que presentan. Es propio de artistas procurar estos resultados, mas nunca deberia tomarse á mal que el príncipe se dedicase á esa industria, segun lo permitieren las circunstancias. Si por sí mismo pudiese llegar á juzgar de cada una de esas artes, habria conseguido indudablemente un gran medio, ya para deleitar el ánimo, ya para resolver lo que relativamente á ellas ocurriere. Deben empero guardarse bien de no consumir en esos adornos el tiempo que exigen de él los negocios de la república, y discernir, por lo contrario, los tiempos de ocio de los tiempos de trabajo.

Sin la ciencia de los números ¿cómo contará el ejército en la guerra? ¿Con qué órden sentará sus reales? ¿En virtud de qué reglas distribuirá sus soldados en órden de batalla segun sea el número á ¿Cómo podrá saber qué refuerzos puede mandar á los que asciendan? migos? Sin esta ciencia no podrá siquiera distribuir puntos que flaqueen por el mayor empuje de los enepremios segun los méritos relativos de cada uno de sus súbditos, pues la equidad y la justicia en distribuirlos depende en gran parte de que los dé á prorata y segun el número de los agraciados; sin esta ciencia no puede siquiera observar constantemente el derecho. Pues y en tiempo de paz ¿qué cuenta llevará de los tributos el que ignore absolutamente la aritmética? Un padre de familia no puede cumplir con su deber si en su casa no examina alentamente para cuánto dan los ingresos, cuántos son los gastos, que diferencia resulta entre su activo y su pasivo; y es evidente que un rey, si no tiene bien examinado á cuánto ascienden sus rentas, faltará á cada paso, y en medio de los armamentos tendrá que abandonar la empresa por falta de dinero, y dará mas de lo que puede, y negará tal vez lo que puede conceder sin dificultad alguna. No es pues justo que lo que se ha de gastar para tranquilidad del Estado se invierta para usos particularesó para una magnificencia inútil ó para cosas de pura fiesta y de recreo; ni lo es que los recursos de la república se empleen para aumentar el poder y las riquezas de unos pocos hombres. Conviene pues que el rey sea muy celoso en el exámen de las rentas y en la conservacion del erario público. Sepa y entienda que los tributos pagados por el pueblo no son suyos, que no van á parar á sus manos sino para que los consuma en la salud del reino.

Hemos de hablar, por fin, de aquella ciencia que tiene por objeto contemplar los astros. ¿ Permitirémos acaso que el príncipe carezca de tan ilustre conocimiento? ¿Es acaso poca la utilidad que resulta de la contemplacion del cielo? Se eleva el ánimo á cosas mas grandes, se templa el orgullo, se es mas prudente en los actos de la vida. El que observa pues la grandeza de

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las cosas celestiales mira con desden lo que tiene en | mado por los hechos de tantos siglos y viene consignala tierra mayor importancia á los ojos de los hombres;

el que observa atentamente con qué regularidad describen sus curvas las estrellas se eleva fácilmente al conocimiento de Dios y al de su sabiduría. Conoce el poder del Criador de cuyas manos salieron tan inmensas moles, conoce lo bueno que ha sido para la especie humana destinando para nuestra utilidad todas las maravillas del cielo. En virtud de estas consideraciones, crece mas y mas todos los dias en piedad, rinde todos los dias á nuestra santisima religion un mas sentido culto, se persuade todos los dias nuevamente de que hay un Dios que creó y gobierna aun por su mano la naturaleza. Levante el hombre los ojos al firmamento, vea cuán anchamente se extiende la bóveda del cielo, qué inmensos y seguros círculos describe desde que el mundo es mundo; el tiempo que tarda el sol en recorrer su órbita es de un año, de un mes el de la luna; la luz y las tinieblas se suceden, y siguen en todas partes y en todos tiempos unos mismos períodos; tras el movimiento viene el reposo, tras el reposo el movimiento. Mas no era este lugar á propósito para hablar de cosas tan altas; dejemos que los astrólogos discurran con mas latitud sobre este punto y expliquen qué astros sirven para la navegacion, qué astros determinan el tiempo en que se ha de arar los campos, sembrarlos y segar las mieses. Me contentaré con añadir que los rudimentos de esta ciencia parecen del todo necesarios para que el príncipe conozca las diversas regiones del cielo y pueda apreciar las diferencias entre las provincias del reino por razones geográficas y por lo que arroja de sí la descripcion de aquellas mismas regiones, cosa necesaria para el gobierno de tan vasto impe-. rio, pues no pocas veces se falta vergonzosamente por ignorarlo, como podriamos probar con multitud de ejemplos. Le servirán además de mucho estos conocimientos para conocer por la historia los hechos de los. antepasados, unir al conocimiento de los climas el de las diversas épocas y divisiones de tiempo que constituyen el estudio de la cronografía, ciencias con cuya ayuda retendrá mas fácilmente en la memoria los sucesos por poderlos representar de una manera casi material, por poder darles hasta cierto punto cuerpo y vida. ¿Deberé ahora manifestar cuánto sirva todo esto para adquirir la prudencia y el acierto en el gobierno? Est enim historia, dice elegantemente Ciceron, testis temporum, lux veritatis, vita memoriae, magistra vitae, nuntia vetustatis. Sabemos, por otra parte, que distinguen pocos lo honesto de lo torpe y lo útil de lo dañoso, dejándose llevar solo de la fuerza de sus raciocinios; y muchos, y son los mas, aprenden lo que debe hacerse y lo que debe evitarse en la marcha de la vida solo por lo que ha pasado y por los ejemplos que mas les impresionan. No deje pues nunca de la mano el príncipe la lectura de la historia, revuelva constantemente y con afan los anales nacionales y extranjeros, y encontrará mucho bueno que imitar de ciertos príncipes, mucho malo que evitar, si no quiere llevar una triste y desgraciada vida. Verá cómo comienzan los tiranos, cómo siguen, cómo acaban viéndose envueltos en terribles mules; aprenderá en pocos años lo que ha sido confirM-11.

do en los eternos escritos de los sabios; conseguirá esa experiencia, cuya adquisicion es tan difícil y penosa si ha de buscarse en cabeza propia; conocerá que el éxito es siempre conforme á la naturaleza de nuestras acciones y á la conducta que guardamos. Comprenderá de una manera palpable que si quedan hoy impunes las maldades de los príncipes, son castigadas mañana con el odio de la posteridad y una perpetua infamia, que es necio pensar en que con el poder presente pueda nadie detener el pensamiento ni la palabra de la generacion futura. Necesita tanto mas el príncipe del conocimiento de la historia, cuanto que está siempre rodeado de cortesanos que, óno se atreven á hablar, ó hablan solo para adularle. En la vida de los reyes sus antecesores contemplará sus costumbres como en un espejo, y las verá una que otra vez alabadas, casi siempre castigadas. Cuando no hubiese otra razon, esta bastaria para que nos esforzásemos en curar la ignorancia del príncipe tanto como sus enfermedades; es grande, grandísimo el fruto que puede recoger de conocer la historia. Cierto tocador de flauta recomendaba á sus discípulos que oyesen á buenos y malos flautistas á fin de que así pudiesen aprender lo que debia seguirse y evi

tarse.

CAPITULO IX.

De los compañeros.

Dése á los príncipes por compañeros de estudios y ministros de su cámara jóvenes escogidos entre toda la nobleza, en los que brillen mas virtudes naturales robustecidas por una educacion sin tacha. En nada se falta mas gravemente que en no poner cuidado sobre qué clase de jóvenes se admiten para familiarizarse con el príncipe y entrar á gozar de los derechos que da el vivir á la sombra de un mismo hogar doméstico. No pensaria el príncipe que pudiese cometerse una maldad si no viese desmanes en sus compañeros, ni la cometeria si no encontrase en sus mismos servidores hombres que se prestasen á servirle de instrumento, hombres viles y perniciosos que conocen todas las sendas del engaño, y no retroceden ante ninguna afrenta, con tal que puedan cautivar la voluntad de sus señores. Con tal que se proceda con acierto en la eleccion, no solo. creo que deban admitirse algunos nobles como compañeros del príncipe, sino tambien que lo han de ser en gran número y aun llamados y solicitados. Seria muy conveniente que muchos hijos de grandes fuesen instruidos con él en las ciencias que permitiese el ingenio de cada uno; muy conveniente que se les educase á todos en las mejores y mas útiles costumbres. Crecerian juntos y á la vez en edad y en virtudes, y naceria de ahí indudablemente ese amor recíproco, que es el mas seguro medio para adquirir la felicidad de la república. Seria el palacio del príncipe desde un principio un abundante semillero de valientes capitanes, sabios magistrados y excelentes jefes, de donde podrian salir con el tiempo como de una escuela de probidad, de erudicion y de prudencia varones esclarecidísimos en todo género de virtudes, así para los períodos de paz como para los de la guerra. Aprenderia el príncipe con el largo y frecuen¬

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mantener en el círculo de sus deberes á los grandes, é impedir que por afan de innovar alterasen la paz de las provincias, pues estarian sus mas queridos hijos en poder del príncipe, y les tendria el príncipe como en rehenes, aparentando honrarles y estimarles. Convendria empero para que fuese la institucion mas provechosa que no fuesen escogidos solamente estos jóvenes en una provincia, sino en todas las que componen nuestra dilatada monarquía, para que entendiesen todos los súbditos que son todos tenidos en igual estima, y amando con igual amor al príncipe, le estuviesen material y moralmente unidos, se sintiesen.mas y mas obligados por aquel beneficio, y no rehusasen trabajo ni peligro alguno para sostener la dignidad del rey y procurar la conservacion y prosperidad del reino. Na-` cerian de esto muchas y muy grandes ventajas. El principe con el frecuente trato de unos y otros conoceria los diversos institutos y costumbres de todas las naciones de que la nuestra se compone, se haria cargo de las virtudes y los vicios en cada una dominantes, entenderia sin ningun trabajo y solo á fuerza de conversacion las lenguas de todos, se familiarizaria con ellas, y no tendria necesidad de valerse de intérpretes para contestarles, cosa que no deja de hacerse enojosa á las'naciones conquistadas. No deberia permitirse que los niños de provincias extrañas hablasen en el idioma del príncipe sino en el de sus padres, y así se lograria que los adquiriese y los hablase todos.

te trato cuánto puede confiar en cada uno de sus compañeros, no se veria obligado como ahora á proveer los destinos del Estado por consejo de los que ó recomiendan por interés, ó vituperan por odio, hombres charlatanes, aduladores, falaces, que están siempre pegados en gran número al oido de los reyes. Formada una especie de corte pretoriana de estos jóvenes, lucharian á porfía por aventajarse en mas preclaros hechos, y se alcanzarian muchas veces por su destreza y valor nobles y grandes victorias contra sus enemigos. ¿Qué no se atreverian á hacer entonces jóvenes de ánimo levantado, descendientes de antepasados ilustres, instruidos en las mejores y mas importantes ciencias? Qué no podrian unidos fraternalmente desde sus primeros años hombres en quienes no harian mella los peligros, se arrojarian fieros y formidables en medio de las llamas y arrollarian todo género de obstáculos á manera de torrente? ¿Por qué Benadad, rey de Siria, tuvo que levantar el cerco de Samaria, sino por haber perdido muchos de los suyos, gracias al valor de jóvenes que habian sido educados en el palacio del rey Achab y eran hijos de los príncipes de las diversas provincias del Estado? Puestos estos jóvenes en la vanguardia en número de doscientos treinta, arremetieron con tal impetu contra el enemigo, que alcanzaron pronto la victoria, libertando por su esfuerzo á su patria de la servidumbre y ruina que la amenazaba, haciéndose acreedores á alabanzas inmortales, llevando á cabo una hazaña que está consignada para toda una eternidad en las páginas de las historias sagradas: tanto puede influir uno ó muy pocos en cambiar la faz de los sucesos. Publio Cornelio Escipion, á quien por haber destruido á Cartago se dió el nombre de Africano, fué, siendo cón-país, que merced á esa educacion y á esas instituciosul, enviado á España contra los desgraciados numantinos. Escogió de entre la nobleza romana y de entre los muchos que habian sido mandados por los reyes una cohorte, que llamó Filónida, nombre que indicaba la union mútua de aquellos individuos, cohorte que no dejó de serle tampoco de eficaz auxilio para llevar a cabo la empresa que le traia á España. ¿Ignoramos además que entre los godos, cuando dueños de nuestro territorio, tenian la costumbre de educar á los hijos de los magnates en el palacio de los reyes? Destinábase á los varones á custodiar y cuidar de la persona del príncipe, á servirle en la mesa, á acompañarle en la caza cuando ya la edad lo permitia, á seguirle armado de sus armas en la guerra, á educarse por este camino para ser mas tarde gobernadores de provincia y capitanes del ejército. Las mujeres servian en la cámara de la reina, donde se las enseñaba las artes de Minerva, el canto, el baile, cuanto es, al fin, necesario para la educacion de las mujeres. Cuando llegaban á cierta edad conocian ya todas las costumbres de los hombres de gobierno, y se enlazaban con esos compañeros mismos del rey, con esos servidores de palacio. Por esto crecieron tanto los godos en riquezas y en poder y dilataron tanto su imperio y arrebataron la España á los romanos, que por espacio de siglos la poseian.

¡Ah! puede apenas concebirse cuánto amor lácia el príncipe excitaria una institucion como esta en el ánimo del pueblo. Seria, sobre todo, saludabilísima para

Podriamos con muchos ejemplos sacados de nuestra historia probar de cuánta importancia es este precepto, mas voy a aducir otros extranjeros y á hablar en particular de cuatro reyes, esclarecidísimos cada cual en su

nes, salieron tan grandes príncipes, que pueden en verdad ser puestos en cotejo con muy pocos. Es sabido cuán grande fué Sesostris, rey de Egipto. Su padre, al nacer él, dispuso que fuesen llamados á palacio cuantos niños hubiesen sido dados á luz aquel dia, fundándose en que educados é instruidos-juntamente, estarian ligados con mayor amor unos á otros y estarian mas dispuestos á arrostrar por él todo los peligros de la guerra. Refiérelo así por lo menos Diodoro en el cap. 1.o, lib. I de su Historia. No encuentro mal aquí sino la eleccion, pues fiaba el Rey al capricho de la suerte cuáles habian de ser los futuros ministros de su hijo, que podian estar faltos de buenas facultades naturales. En medio del error brilla, sin embargo, la luz de la verdad, pues miraba indudablemente aquel Príncipe por la salud pública disponiendo que fuesen educados é instruidos por igual todos aquellos niños y por igual fambien fuesen fortalecidos con su hijo en todas las virtudes, en el valor militar y en la prudencia civil conforme permitiesen el carácter y las condiciones de cada uno. Ciro, fundador del imperio persa, fué tambien educado con otros, con quienes vivió bajo el imperio de un mismo derecho; y siendo mas tarde iguales en valor, pudo aumentar la riqueza de su pueblo. Tuvo para con todos estos compañeros de infancia las mayores deferencias, les hizo á todos iguales mercedes, fué con todos generoso, los consultó, los llevó á sus cacerías, les procuró juegos donde pudiesen ejercitar el cuerpo para

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