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es muy fácil que sea víctima de naciones extranjeras; cuando la leña admite ya la cuña en sus rendijas ó hendiduras se divide fácilmente en partes y sirve de alimento al fuego. Los enemigos exteriores, viendo ya quebrantada la concordia de los ciudadanos, darán la mano á una de las facciones para que reducida la otra á la impotencia, pueda mejor sujetar y tiranizar á entrambas. Así han venido abajo grandes imperios; así César sujetó las Galias; así los principes de Turquía vencieron la tumultuosa Grecia y conquistaron el imperio de Oriente. Nunca puede predecirse mejor la ruina de un estado que cuando los ciudadanos empiezan á discrepar entre sí en materias religiosas. Si cayó la floreciente república de los judíos no fué debido sino á la division del pueblo en fariseos y saduceos, division que no tardó en ponerla bajo el yugo de los romanos. Cuando hay discordia en el seno de un estado ¿cómo se han de encontrar ciudadanos que rechacen con actividad á los invasores y salgan unidos al campo de batalla? La mayor parte solo para hacer mal tercio á los contrarios, en cuyas manos está todo el poder de la república, dejará de tomar parte en la lucha y preferirá verse vencido á tener que atribuir la victoria al bando que aborrece. Es sabido que en Roma, siendo Lucio Papirio dictador, aconteció que por una causa de mucha menos importancia dejó escapar al ejército de los şamnitas, á quienes hubiese podido vencer en una sola hatalla, recibiendo de ellos graves y profundísimas heridas. Estaban disgustadas las tropas romanas por la inoportuna severidad del dictador, y esto bastó para inferirles tan grave daño; tanto puede á veces en la guerra la enajenacion de voluntades por tan gran motivo. Por esto los mismos romanos deseando prevenir el mal, creian ilícito disponer sus legiones en batalla sin haber antes consultado los auspicios y ofrecido sacrificios. Purificado entonces el ejército por la sangre de la víctima inmolada, satisfechos los dioses y depuestos los odios, venian á las manos con sus enemigos animados de un mismo pensamiento y llenos de entusiasmo y de denuedo.

Añádase á esto que existiendo esta discordia que lamentamos no pueden tener lugar esas asambleas en que se ha de deliberar sobre los negocios de la república. Turbarán toda deliberacion, altercados y mútuas injurias, habrá riñas, contiendas y clamoreo, y las mas de las veces quedarán vencidos por los peores y los mas audaces. Mas para que ni aun las menores cosas descuidemos, ¿qué no ha de suceder si la fuerza del mal y la ponzoùa de la discordia penetra hasta en el seno de la familia? ¿Puede imaginarse ya ni una forma de gobierno mas triste ui un estado mas funesto para el pueblo? ¿Qué obediencia ni qué amor puede haber entre los que discrepan en creencias religiosas? La mujer aborrecerá como impío á su marido, el marido acusará de adúltera á la mujer que por sí y ante sí se atreva á asistir á las reuniones de su secta, sospechando, y no sin razon ni sin que haya de ello ejemplos, que no la mueven tanto su celo religioso como el cebo de impurísimos deleites. ¿Cuántas doncellas no se separarán de suspadres, cuántas mujeres de sus maridos entregándose bajo un pretexto religioso en brazos de

hombres perdidos? No tienen fin los males donde se ha abierto la entrada á una religion nueva, tanto, que bien puede asegurarse que el mismo dia en que se da libertad á nuevas opiniones se pone término á la felicidad de la república, debiendo resultar forzosamente de ahí que se encuentre ser falsa y vana la palabra libertad, bella en el nombre y en la apariencia, palabra que en todos tiempos sedujo á innumerables hombres. Está esto tan fuera de duda, que seria ocioso referir ejemplos; mas si quisiéramos referirlos bastaria recordar las trágicas escenas de nuestros tiempos, los tumultos civiles, las funestas guerras que solo por motivos religiosos han sido empezadas y continuadas con una crueldad que espanta, las muchas ciudades que por efecto de esas mismas guerras han perdido su antiguo esplendor y su belleza; los infinitos templos tan venerables por la fama de su santidad y por su misma grandeza que han sido incendiados y destruidos, las muchas esposas del Señor que han sido estupradas, los millares de sacerdotes que han sido muertos, la inmensa multitud de hombres y soldados que han caido bajo el hierro de sus enemigos. Nos vienen sin querer á la memoria aquellos versos del poeta.

Heu quantum terrae potuit, pelagique parari

Hoc, quem civiles hauserunt, sanguine dextrae.

Mas omitamos estos y otros gravísimos males, nacidos de las discordias religiosas, males confirmados por los males de todos, que pasarán á la posteridad en las páginas de la historia: ¿de qué sirve acusar ya lo pasado? De qué lamentarnos sin dar otro remedio con nuestras propias lágrimas? Cansados, por otra parte, de esta larga cuestion, es preciso que recojamos velas y tomemos puerto, contestando antes, sin embargo, á las razones de los que piensan de distinto modo. Objetan estos que el imperio turco contiene en su recinto hombres de distinta religion y de distintas seclas y que no obstante, léjos de estar afectados por discordias intestinas, florece y crece de dia en dia en todo género de bienes; que en Bohemia hace ya ciento cincuenta y dos años hay dos religiones, y que no hace mucho ha sido admitida públicamente otra, compuesta de las opiniones de Martin Lutero; que los suizos, gente fuerte en la guerra y esclarecida por sus hazañas, han admitido en su república diversas religiones; finalmente, que han hecho otro tanto los germanos. Mas á la verdad, los que tal dicen no advierten que están ultrajando gravemente á nuestros príncipes por el mero hecho de medir los imperios cristianos por la tiranía de los turcos y hacer tender nuestras piadosas costumbres á la crueldad y liereza de las leyes' otomanas. Los turcos pues no dan participacion alguna en el gobierno de la república á los pueblos que uncieron á su yugo, ni les conceden siquiera el uso de las armas, antes les obligan á servirles y les gravan con mas onerosos tributos que al resto de sus súbditos, llegando hasta el punto de arrebatarles los hijos del seno de las madres para reducirlos á la esclavitud y á una torpeza vergonzosa, no siendo raro que violen impunemente las mujeres hasta en presencia de sus maridos. Si así quisiesen vivir en la república cristiana los sectarios de las nuevas he

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rejías sobrellevando esta pesada carga en gracia de la libertad de conciencia que tanto desean, podriamos quizá consentir en darles una libertad conquistada á costa de tan grandes sacrificios. Cuando empero vemos hoy que los que abandonan la religion patria solicitan los mas altos destinos y desean ocupar el primer puesto en la república, ¿quién no ha de conocer su maldad en querer defender la libertad religiosa con el ejemplo de los turcos? Porque en cuanto dicen de la Bohemia y de la Germania, me admiro que no lo hayau dicho de Ginebra é Inglaterra, lugares todos donde, no solo florecen las nuevas sectas, sino que hasta está prohibida la facultad de profesar libremente su religion á los católicos, amenazándoles todos los dias con un porvenir mas terrible, á pesar de ser muchos en número en todos aquellos países. Los mismos que con tanta impudencia pretenden en otras naciones arrancar la libertad de cultos y achacan á atrocidad y tiranía la negativa de los príncipes siguen una conducta muy distinta de la que exigen luego que están apoderados de los negocios públicos, pues no son tan imprudentes que no comprendan cuán imposible es alcanzar la concordia y defender la patria si no se cierra el paso á las disidencias religiosas. ¿Hay acaso quien ignore que se han debilitado mucho las fuerzas de la Alemania y experimentado esta muchas pérdidas desde que empezaron á agitarla las nuevas herejías? La que en otro tiempo era el terror de los romanos y no hace mucho tiempo de Jos turcos, enferma hoy y desangrada, no solo no puede tender la mano á las demás naciones, no puede siquiera andar por su pié y necesita el auxilio de otras.

Llevamos ya pues explicado en este último capítulo todos los males que nacen de la diversidad de religiones, tales como el trastorno de los intereses privados y públicos luego que surja la discordia entre los demás ciudadanos, la caida de los reyes y la de los sacerdotes, la infelicidad para la nobleza y para el pueblo. Todo lo cual, si es ya mas claro que la luz del sol, si procede de las fuentes mismas de la naturaleza, si está confirmado por ejemplos antiguos y modernos, si recibe autoridad y fe, así de la razon como de los sentidos, si no se oye testigo ni voz alguna que no esté acorde en que nada han de mudar de la religion antigua los que deseen su salud propia y la salud del reino, ¡cuántas gracias no hemos de dar á los que destruida la impiedad manden que se conserven intactas las formas de nuestra religion sagrada! ¡Cuánto no hemos de acusar y cuánto no han de ser dignos del odio de la posteridad los inventores de las nuevas sectas! Hemos de aconsejar y exhortar incesantemente al príncipe á que se oponga al mal desde el principio y apague desde un principio la llama aun con riesgo de su propia vida, para que no cunda el contagio ni sea luego inútil el remedio, ni se mauche su buen nombre con la nota de haber sido flojo y gober

Damos aquí fin á nuestro trabajo. Despues del afan y del trabajo en resolver cuestiones, justo es que descausemos. He explicado ya cuál es para mí la mejor forma del gobierno, cuáles son las mejores instituciones monárquicas, de cuántas y cuán grandes virtudes necesita un príncipe. Despues de leido este libro, tal vez se enfrien los deseos de muchos que querrán siquiera intentar lo que han de creer inasequible; mas el que lleva en sus hombros el inmenso peso de los negocios públicos debe con todas sus fuerzas aspirar á todo. Si le faltan las prendas y el ingenio que reclamamos, no por es esto se desanime, siga el camino que trazamos hasta donde pudiere, seguro de que cumple quedándose en el segundo ó tercer lugar, con tal que no deje nunca el deseo de llegar hasta el primero. Se remontarán siempre mucho mas los que pretendan alcanzar la cumbre que los que desconfiando de alcanzarla sigan el camino mas llano y mas humilde. Entre los reyes hebreos, no solo son celebrados un David y un Salomon, y entre los romanos solo un Augusto un Vespasiano, un Constantino y un Teodosio el Grande, sino tambien los que siguen detrás de estos, y aun los que siguen detrás de los segundos. No solo pasan por grandes capitanes Aníbal, Escipion, y entre los nuestros, Pelayo, el Cid, Fernan García, Bernardo del Carpio y el moderno Gonzalo de Córdoba, sino tambien otros muchos que no han dejado de alcanzar gran prez por sus hazañas. No hay pues para qué nadie pierda la esperanza ni mengue sus fuerzas, pues ni hemos de desesperar de alcanzar lo mejor ni hay en los negocios importantes y difíciles nada grande que no esté muy cerca de lo bueno. Tal vez tampoco agrade á todos nuestro juicio sobre el rey y la institucion real; mas sígalo quien quiera, ó esté por el suyo, si lo halla apoyado en mejores argumentos y razones. Sobre todo lo que he dicho en estos libros, nunca me atreveré á asegurar que sea mas verdadera mi opinion que la contraria. No solo pues puede parecerme á mí una cosa y á otros otra, sino que aun yo mismo puedo ver hoy de un modo lo que ayer vi de otro muy distinto; y no quisiera ser terco, no digo ya en estas cuestiones que están al alcance del vulgo, pero ni aun en las mas sutiles y mas arduas. Siga cada cual su `parecer y no el nuestro, solo rogamos al lector que nos lea sin prevencion, pues esta ofusca los ojos del entendimiento, y que acordándose de lo que es la condicion humana, si en algo hemos errado, sea con nosotros benigno y nos perdone, siquiera porque lo habrémos becho con la intencion de prestar un servicio á la república.

FIN DEL LIBRO DEL REY Y DE LA INSTITUCION REAL.

TRATADO Y DISCURSO

SOBRE LA MONEDA DE VELLON

QUE AL PRESENTE se labra EN CASTILLA,

Y DE ALGUNOS DESÓRDENES Y ABUSOS;

ESCRITO POR EL PADRE JUAN DE MARIANA EN IDIOMA LATINO, Y TRADUCIDO EN CASTELLANO POR EL MISMO.

PROLOGO AL LECTOR.

Dios, nuestro señor, quisiera y sus santos que mis trabajos fueran tales, que con ellos se hubieran servido mucho su majestad y todos estos reinos como lo he deseado; ningun otro premio ni remuneracion apeteciera ni estimara sino que el Rey, nuestro señor, sus conse-. jos y sus ministros leyeran con atencion este papel en que van pintados, si no con mucho primor, lo menos mal que mis fuerzas alcanzan, algunas desórdenes y abusos que se debieran atajar con cuidado, en especial acerca de la labor de la moneda de vellon que hoy se acuña en Castilla, que ha sido la ocasion de acometer esta empresa y de tomar este pequeño trabajo. Bien veo que algunos me tendrán por atrevido, otros por inconsiderado, pues no advierto el riesgo que corro, y pues me atrevo á poner la lengua, persona tan particular y retirada, en lo que por juicio de hombres tan sabios y experimentados ha pasado; excusarme ha empero mi buen celo de este cargo, y que no diré cosa alguna por mi parecer particular, antes, pues todo el reino clama y gime debajo la carga, viejos y mozos, ricos y pobres, doctos é ignorantes, no es maravilla si entre tantos alguno se atreve á avisar por escrito lo que anda por las plazas, y de que están llenos los rincones, los corrillos y calles.

Cuando no sirva de otra cosa, yo cumpliré con lo que debe hacer una persona de la leccion que hoy alcanzo, y por ella la experiencia de lo que en tantos siglos en el mundo ha pasado. La ciudad de Corinto, así lo cuenta Luciano, tuvo nuevas que Felipe, rey de Macedonia, venia sobre ella; turbáronse los ciudadanos, quién acudia á las armas, quién á los muros para fortificarlos, quién juntaba almacen, quién piedras ó otros materiaM-11.

les. Diógenes, desde que vió la ciudad alborotada y que nadie le llamaba ni empleaba en cosa alguna, por tenerle todos por inútil, salió de la tinaja en que moraba y comenzó á rodarla cuestas arriba y cuestas abajo; y preguntándole qué era lo que hacia, que parecia se burlaba del mal y cuita comun, respondió, no es razon que solo yo esté ocioso en tiempo que toda la ciudad anda alborotada y todos hacendados. De Solon escribe asimismo Plutarco en su vida que en cierto alboroto que se levantó en Aténas, como quier que por su larga edad no pudiese ayudar en nada, púsose á la puerta de su casa armado con su lanza ó pica en el hombro y su pavés en el brazo para que entendiesen que si las fuerzas faltaban tenia muy presta la voluntad; que el trompeta con avisar se descarga al tiempo del acometer y retirarse, bien que los soldados hagan lo contrario de lo que significa la señal, así lo dice Ecequiel. De esto mismo servirá por lo menos este papel, despues de cumplir con mi conciencia, de que entienda el mundo (ya que unos están impedidos de miedo, otros en hierros de sus pretensiones y ambicion, y algunos con dones tapada la boca y trabada la lengua) que no falta en el reino y por los rincones quien vuelva por la verdad y. avise los inconvenientes y daños que á estos reinos amenazan si no se reparan las causas. Finalmente, saldré en público, haré ruido con mi mensaje, diré lo que siento, valga lo que valiere, podrá ser que mi diligencia aproveche, pues todos desean acertar, y yo que esta mi resolucion se reciba con la sinceridad con que de mi parte se ha tomado. Así lo suplico yo á la majestad del cielo, y á la de la tierra que está en su lugar, á los ángeles y santos, á los hombres de cualquier estado y condicion que sean, que antes de condenar nuestro intento ni sentenciar por ninguna de las partes, se sirvan

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leer con atencion este papel y examinar bien la causa de que se trata, que á mi ver es de las mas importantes que de años atrás se ha visto en España.

CAPITULO PRIMERO.

Si el rey es señor de los bienes particulares de sus vasallos.

Muchos extienden el poder de los reyes y le suben mas de lo que la razón y el derecho pide; unos por ganar por este camino su gracia y por la misma razon mejorar sus haciendas, ralea de gentes la mas perjudicial que hay en el mundo, pero muy ordinaria en los palacios y cortes; otros por tener entendido que por este camino la grandeza real y su majestad se aumentan, en que consiste la salud pública y particular de los pueblos, en lo cual se engañan grandemente, porque como la virtud, así tambien el poderío tiene su medida y sus términos, y si los pasa, no solo no se fortifica, sino que se enflaquece y mengua; que, segun dicen graves autores, el poder no es como el dinero, que cuanto uno mas tiene tanto es mas rico, sino como el manjar comparado con el estómago, que si le falta y si se le carga mucho se enflaquece; y es averiguado que el poder de estos reyes cuanto se extiende fuera de sus términos, tanto degenera en tiranía, que es género de gobierno, no solo malo, sino flaco y poco duradero, por tener por enemigos á sus vasallos mismos, contra cuya indignacion no hay fuerza ni arma bastante. A la verdad que el rey no sea señor de los bienes de cada cual ni pueda, quier que á la oreja le barboteen sus palaciegos, entrar por las casas y heredamientos de sus ciudadanos y tomar y dejar lo que su voluntad fuere, la misma naturaleza del poder real y origen lo muestran. La república, de quien los reyes, si lo son legítimos, tienen su poder, cuando los nombró por tales, lo primero y principal, como lo dice Aristóteles, fué para que los acaudillasen y defendiesen en tiempo de guerra; de aquí se pasó á entregarles el gobierno en lo civil y criminal, y para ejercer estos cargos con la autoridad y fuerzas convenientes les señaló sus rentas ciertas y la manera cómo se debian recoger. Todo esto da señorío sobre las rentas que le señalaron y sobre otros heredamientos que, ó él cuando era particular poseia, ó de nuevo le señalaron y consignaron del comun para su sustento; mas no sobre lo demás del público, pues ni el que es caudillo en la guerra y general de las armadas ni el que gobierna los pueblos puede por esta razon disponer de las haciendas de particulares ni apoderarsė de ellas. Así entre las novelas, no ha de decirse así, en el capítulo Regalia, donde se dicen y recogen todos los derechos de los reyes no se pone tal señorío como este; que si los reyes fueran señores de todo, no fuera tan reprehendida Jezabel ni tan castigada porque tomó la viña de Nabot, pues tomaba lo suyo ó de su marido que le competia como á rey; antes Nabot hubiera hecfio malen defendérselo. Por lo cual es comun sentencia entre los legistas, capítulo Si contra jus vel utilitatem publicam, 1. fin. De jurisdict., y lo trae Panormitano en el capítulo 4.o De jur. jur., que los reyes sin consentimiento del pueblo no pueden hacer cosa alguna en su perjuicio,

quiere decir, quitarle toda su hacienda ó parte de ella. A la verdad, no se diera lugar en los tribunales para que el vasallo pudiera poner demanda á su rey si él fuera señor de todo, pues le podian responder que si algo le habian quitado no le agraviaban, pues todo era del mismo rey, ni comprara la casa ó la deliesa cuando la quiere, sino-la tomara como suya. No hay para qué dilatar mas este punto por ser tan asentado y tan claro, que ningunas tinieblas de mentiras y lisonjas serán parte para escurecerlo. El tirano es el que todo lo atropella y todo lo tiene por suyo; el rey estrecha sus codicias dentro de los términos de la razon y de la justicia, gobierna los particulares, y sus bienes no los tiene por suyos ni se apodera de ellos sino en los casos que le da el mismo derecho.

CAPITULO II.

Si el rey puede cargar pechos sobre sus vasalles
sin consentimiento del pueblo.

Algunos tienen por grande sujecion que los reyes, cuanto al poner nuevos tributos, pendan de la voluntad de sus vasallos, que es lo mismo que no hacer al rey dueño, sino al comun; y aun se adelantan á decir que si para ello se acostumbra llamar á Cortes, es cortesía del príncipe, pero si quisiese, podria romper con todo y hacer las derramas á su voluntad y sin dependencia de nadie conforme á las necesidades que se ofrecieren. Palabras dulces y engañosas y que en algunos reinos han prevalecido, como en el de Francia, donde refiere Felipe Comines, al fin de la vida que escribió de Luis XI de Francia, que el primero que usó de aquel término fué el príncipe de aquel reino, que se llamó Cárlos VII. Las necesidades y aprietos eran grandes ; en particular los ingleses estaban apoderados de gran parte de Francia; granjeó los señores con pensiones que les consignó á cada cual y cargó á su placer al pueblo. Desde el cual tiempo dicen comunmente que los reyes de Francia salieron de pupilaje y de tutorías, y yo añado que las largas guerras que han tenido trabajada por tantos años á Francia en este nuestro tiempo todas han procedido de este principio. Veíase este pue blo afligido y sin substancia; parecióles tomar las armas para de una vez remediarse con la presa ó acabar con la muerte las necesidades que padecian, y para esto cubrirse de la capa de religion y colorear con ella sus pretensiones. Bien se entiende que presta poco lo que en España se hace, digo en Castilla, que es llamar los procuradores á Cortes, porque los mas de ellos son poco á propósito, como sacados por sucrtes, gentes de poco ajobo en todo y que van resueltos á costa del pueblo miserable de henchir sus bolsas; demás que las negociaciones son tales, que darán en tierra con los cedros del Libano. Bien lo entendemos, y que como van las cosas, ninguna querrá el príncipe á que no se rindan, y que seria mejor para excusar cohechos y costas que nunca allá fuesen ni se juntasen ; pero aqui no tratamos de lo que se hace, sino de lo que conforme á derecho y justicia se debe hacer, que es tomar el beneplácito del pueblo para imponer en el reino nuevos tributos y pechos. No hay duda sino que el pueblo, como

dice el historiador citado, debe siempre mostrar voluntad de acudir á la de su rey y ayudar conforme lo pidiesen las necesidades que ocurren; pero tambien es justo que el príncipe oiga á su pueblo y se vea si en él hay fuerza y substancia para contribuir y si se hallan otros caminos para acudir á la necesidad, aunque toquen al mismo príncipe y á su reformacion, como veo que se hacia antiguamente en las Cortes de Castilla. Digo pues que es doctrina muy llana, saludable y cierta que no se pueden poner nuevos pechos sin la voluntad de los que representan el pueblo. Esto se prueba por lo que acabamos de decir, que si el rey no es señor de los bienes particulares, no los podrá tomar todos ni parte de ellos sino por voluntad de cuyos son. Item, si, como dicen los juristas, ninguna cosa puede el rey en perjuicio del pueblo sin su beneplácito, ni les podrá tomar parte de sus bienes sin él, como se hace por via de los pechos. Demás que ni el oficio de capitan general ui de gobernador le da esta autoridad, sino que pues de la república tiene aquellos cargos, como al principio señaló el costeamiento y rentas que le parecieron bastantes para ejercellos; así, si quiere que se las aumenten, será necesario que haga recurso al que se las dió al principio. Lo cual, dado que en otro reino se permitiera, en el nuestro está por ley vedado, fecha y otorgada á pedimento del reino por el rey don Alonso el Onceno en las Cortes de Madrid, año de 1329, donde la peticion 68 dice así: «Otrosí que me pidieron por merced que tenga por bien de les no echar ni mandar pagar pecho desaforado ninguno especial ni general en toda la mi tierra sin ser llamados primerȧmente á Cortes é otorgado por todos los procuradores que vinieren: á esto respondo que lo tengo por bien é lo otorgo.» Felipe de Comines, en el lugar ya citado, por dos veces generalmente dice en francés: «Por tanto, para continuar mi propósito no hay rey ni señor en la tierra que tenga poder sobre su estado de imponer un maravedi sobre sus vasallos sin consentimiento de la voluntad de los que lo deben pagar, sino por tiranía y violencia»; y añade poco mas adelante «que tal príncipe, demás de ser tirano, si lo hiciere será excomulgado», lo cual ayuda á la sexta excomunion puesta en la bula In Coena Domini, en que descomulga á los que en sus tierras imponen nuevos pechos, unas bulas dicen: «sin tener para ello poder»; otras «fuera de los casos por derecho concedidos»; de la cual censura no sé yo cómo se puedan eximir los reyes que lo contrario hacen, pues ni para ello tienen poder ni por derecho les es permitido esta demasía; que como el dicho autor fué seglar y no persona de letras, fácilmente se entiende que lo que dice por cosa tan cierta lo pone por boca de los teólogos de su tiempo, cuyo parecer fué el suyo. Añado yo mas, que no solamente incurre en la dicha excomunion el príncipe que con nombre de pecho ó tributo hace las tales imposiciones, sino tambien con el de estanque y monipodio sin el dicho consentimiento, pues todo se sale á una cuenta, y por el un camino y por el otro toma el príncipe parte de la hacienda de sus vasallos, para lo cual no tiene autoridad. En Castilla de unos años á esta parte se han hecho algunos estanques de los naipes, del soliman, de la sal, en lo cual no me meto, an

tes los tengo por acertados; y de la buena conciencia del rey, nuestro señor, de gloriosa memoria, don Felipe II, se ha de creer que alcanzó el consentimiento de su reino; solo pretendo probar que lo mismo es decir poner estanques que pechos y que son menester los mismos requisitos. Pongamos ejemplo para que esto se entienda. En Castilla se ha pretendido poner cierto pecho sobre la harina; el reino hasta ahora ha representado graves dificultades. Claro está que por via de estanque si el rey se apoderase de todo el trigo del reino, como se hace de toda la sal, lo podria vender á dos reales mas de lo ordinario, con que se sacaria todo el interés que se pretende y aun mas, y que seria impertinente pretender no puede echar pecho sin el acuerdo dicho, si por este ú otro camino se puede sin él salir con lo que se pretende. Por lo menos de todo lo dicho se sigue que si no es lícito poner pecho, tampoco lo será hacer esta manera de estanques sin voluntad de aquellos en cuyo perjuicio redundan.

CAPITULO III.

El rey no puede bajar la moneda de peso ó de ley sin la voluntad del pueblo.

Dos cosas son aquí ciertas: la primera, que el rey puede mudar la moneda cuanto á la forma y cuños, con tal que no la empeore de como antes corria, y así entiendo yo la opinion de los juristas que dice puede el príncipe mudar la moneda. Las casas de la moneda son del rey, y en ellas tiene libre administracion, y en el capítulo Regalia, entre los otros provechos del rey, se cuenta la moneda; por lo cual, como sea sin daño de sus vasallos, podrá dar la traza que por bien tuviere. La segunda, que si aprieta alguna necesidad como de guerra ó cerco, la podrá por su voluntad abajar con dos condiciones; la una que sea por poco tiempo, cuanto durare el aprieto; la segunda, que pasado el tal aprieto, restituya los daños á los interesados. Hallábase el emperador Federico sobre Faenza un invierno; alargóse mucho el cerco, faltóle el dinero para pagar y socorrer Ja gente, mandó labrar moneda de cuero, de una parte su rostro, y por revés las águilas del imperio; valia cada una un escudo de oro. Claro está que para hacerlo no pudo juntar ni juntó la dieta del imperio, sino por su voluntad se ejecutó; y él cumplió enteramente, que trocó á su tiempo todas aquellas monedas en otras de oro. En Francia se sabe hubo tiempo en que se labró moneda de cuero con un clavito de plata en medio ; y aun el año de 1574, en un cerco que se tuvo sobre Leon de Holanda, se labró moneda de papel. Refiérelo Budellio en el lib. 1 De Monet., cap. 1.o, núm. 34. Todo esto es de Colenucio en el lib. iv de la Historia de Nápoles. La dificultad es si sin estas modificaciones podrá el príncipe socorrerse con abajar las monedas, ó si será necesario que el pueblo venga en ello. Digo que la opinion comun y cierta de juristas con Ostiense, en el título De censib. ex quibus, Inocencio y Panormitano, sobre el cap. 4.° De jur. jur., es que para hacerlo es forzosa la aprobacion de los interesados. Esto se deduce de lo ya dicho, porque si el príncipe no es señor, sino administrador de los bienes de particulares, ni por este camino ni por otro les

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