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guerra de los moros. Hizo un público auto, en que aceptó la sucesion y el reino que nadie le ofrecia; juntamente despachó por sus embajadores á Fernan Gutierrez de Vega, su repostero mayor, y al doctor Juan Gonzalez de Acevedo, personas inteligentes y de maña, para que en Aragon hiciesen sus partes; que él mismo no quiso alzar la mano del cerco por la esperanza que tenia de salir en breve con la empresa, y se aumentó por cierta refriega que parte de su gente trabó cerca de Archidona con los moros, y la venció. De cuyo suceso y de la ocasion será bien decir alguna cosa, tomado de la historia elegante que Laurencio Valla escribió de los hechos y vida deste infante don Fernando, que fué poco adelante rey de Aragon.

CAPITULO XXII.

De la Peña de los Enamorados.

bar y talar aquellos campos, como lo hicieron muy cumplidamente, sin reparar hasta dar vista á la ciudad de Málaga. Los daños eran grandes y mayor el espanto. Mandó el rey Moro que todos los que fuesen de edad se alistasen y tomasen las armas, diligencia con que juntó gran número de gente, si bien estaba resuelto de no arriscarse segunda vez, y solo se mostraba para poner miedo por los lugares cercanos, mas seguros por su fragura ó la espesura de árboles. Los cercados padecian necesidad, y lo que sobre todo les aquejaba era la poca esperanza que tenian de ser socorridos. Rendirse les era á par de muerte; entretenerse no podian; ¿qué debian hacer los miserables? Avino que trecientos de á caballo de la guarnicion de Jaen entraron con poco órden y recato en tierra de moros; que todos fueron sobresaltados y muertos. Este suceso de poca consideracion animó á los cercados para pensar podria haber alguna mudanza y suceder algun desman á los que los cercaban. Al tiempo que esto pasaba en Antequera, falleció en Boloña de Lombardía Alejandro, el nuevo y tercero pontifice, á 3 de mayo. Sepultaron su cuerpo en San Francisco de aquella ciudad. Juntáronse los cardenales que le seguian; y á 17 del mismo mes sacaron por papa á Baltasar Cosa, diácono cardenal, natural de Nápoles, y que á la sazon era legado de aquella ciudad de Boloña. Llamóse Juan XXIII. Era hombre atrevido, sagaz, diligente, acostumbrado á valerse, ya de buenos medios, ya de no tales, como las pesas cayesen y segun los negocios lo demandasen. Dichoso en el pontificado de su predecesor, en que tuvo mucha mano; en el suyo desgraciado, pues al fin le derribaron y despojaron de la tiara. Siguióse la muerte del rey don Martin de Aragon, que falleció de modorra, postrero de aquel mes en Valdoncellas, monasterio de monjas pegado á los muros de la ciudad de Barcelona. Su cuerpo sepultaron en Poblete cop enterramiento y honras moderadas por estar la gente afligida con la pérdida presente y lo que para adelante los amenazaba. • Teníanse á la sazon Cortes en Barcelona de aquel principado, no sin sospechas de alteraciones y desasosiegos. Acordaron que de todos los brazos se nombrasen personas principales que visitasen al Rey en aquella dolencia y le suplicasen que para excusar reyertas dejase nombrado sucesor. Hizose asi; llevó la habla con beneplácito de los acompañados Ferrer, cabeza de los jurados ó conselleres de aquella ciudad. Preguntóle si era su voluntad que sucediese en aquella corona el que á ella tuviese mejor derecho; abajó la cabeza en señal de consentir con la demanda. A otras preguntas que le hicieron no le pudieron sacar palabra ni respuesta. Con su muerte se acabó la sucesion por línea de varon de los condes de Barcelona, que se continuó primero en Cataluña, y despues en Aragon por espacio de seiscientos años. Añublóse la buenandanza de Aragon y su prosperidad muy grande. Despertáronse otrosí las esperanzas de muchos personajes para pretender la corona en aquella, como vacante de aquel reino. En semejantes ocasiones suele ser la presteza muy importante, y la diligencia, como dicen, madre de la buena ventura. El infante don Fernando, á quien Dios tenia reservada aquella grandeza, le tenia á la sazon ocupado la

Apoderábanse los cristianos de diversos pueblos por aquella comarca, como de Coza, Sebar, Alzana, Mara, de unos por fuerza, y de otros que por miedo se rendian. Temian los moros no fuese lo mismo de Archidona, villa principal distante de Antequera por espacio de dos leguas. Con este cuidado metieron dentro buen golpe de soldados para que la defendiese, con la provision y municiones que pudieron juntar. Hecho esto y animados con este buen principio, corrian los campos comarcanos, hacian alzar las vituallas para que los que estaban 'sobre Antequera padeciesen necesidad y mengua. Tenian mas gente de á caballo que los nuestros, que era la causa de llevar adelante sus intentos. Supieron que todos los dias salian de los reales los jumentos y caballos, que los llevaban á pacer con poca guarda al rio Corza, que por allí pasa. Con este aviso acordaron dar sobre ellos de rebato y aprovecharse de aquella ocasion. Una centinela, desde un peñol que llaman la Peña de los Enamorados, avisó con ahumadas del peligro que corria la escolta, los mochileros y los forrajeros, si no les acorrian con presteza. Los cristianos, tomadas las armas, salieron de los reales y cargaron sobre los moros con tal denuedo, que los forzaron á retirarse hácia Archidona. No se pudieron recoger tan presto por estar muy trabada la escaramuza y refriega, en que á vista de la misma villa quedaron desbaratados los contrarios con muerte de hasta dos mil dellos y otros muchos que quedaron presos. Fué este encuentro tanto mas importante, que de los fieles solos dos faltaron y pocos salieron heridos. El lugar y la ocasion desta victoria pide se dé razon del apellido que aquella peña tiene, puesta entre Archidona y Antequera, y por qué causa se llamó la Peña de los Enamorados. Un mozo cristiano estaba cautivo en Granada, Sus partes y diligencia eran tales, su buen término y cortesía, que su amo hacia mucha confianza dél dentro y fuera de su casa. Una hija suya al tanto se le aficionó y puso en él los ojos. Pero como quier que ella fuese casadera y el mozo esclavo, no podian pasar adelante como deseaban, ca el amor mal se puede encubrir; y temian, si el padre della y amo dél lo sabia, pagarian con las cabezas. Acordaron de huir á tierra de cristianos, resolucion que al mozo venia mejor por volver á los suyos, que á ella por desterrarse de su pa

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tria; si ya no la movia el deseo de hacerse cristiana, lo que yo no creo. Tomaron su camino con todo secreto hasta llegar al peñasco ya dicho, en que la moza cansada se puso á reposar. En esto vieron asomar á su padre con gente de á caballo, que venia en su seguimiento. ¿Qué podian hacer ó á qué parte volverse? Qué consejo tomar? ¡ Mentirosas las esperanzas de los hombres y miserables sus intentos! Acudieron á lo que solo les quedaba, de encumbrar aquel peñol trepando por aquellos riscos, que era reparo asaz flaco. El padre con un semblante sañudo los mandó bajar; amenazábales si no obedecian de ejecutar en ellos una muerte muy cruel. Los que acompañaban al padre los amonestaban lo mismo, pues solo les restaba aquella esperanza de alcanzar perdon de la misericordia de su padre con hacer lo que les mandaba y echársele á los piés. No quisieron venir en esto. Los moros puestos á pié acometieron á subir el peñasco; pero el mozo les defendió la subida con galgas, piedras y palos y todo lo demás que le venia á la mano y le servia de armas en aquella desesperacion. El padre, visto esto, hizo venir de un pueblo allí cerca ballesteros para que de léjos los flecbasen. Ellos, vista su perdicion, acordaron con su muerte librarse de los denuestos y tormentos mayores que temian. Las palabras que en este trânce se dijeron no hay para qué relatallas. Finalmente, abrazados entre sí fuertemente, se echaron del peñol abajo por aquella parte en que los miraba su cruel y sañudo padre. Desta manera espiraron antes de llegar á lo bajo con lástima de los presentes y aun con lágrimas de algunos que se movian con aquel triste espectáculo de aquellos mozos desgraciados; y á pesar del padre, como estaban, los enterraron en aquel mismo lugar; constancia que se empleara mejor en otra hazaña, y les fuera bien contada la muerte, si la padecieran por la virtud y en defensa de la verdadera religion, y no por satisfacer á sus apetitos desenfrenados. Volvamos al cerco de Antequera, en que despues de la refriega de Archidona no cesaban con la artillería de batir las murallas y aportillallas por diversas partes. Los de dentro de noche rehacian con toda diligencia lo que de dia les derribaban, por donde con mucho trabajo se adelantaba poco. Ad

virtió don Fernando que lo alto de cierta torre le faltaba por estar echado por tierra; parecióle hacer por aquella parte el último esfuerzo, y que arrimadas las escalas, los soldados escalasen la muralla. Hízose así, aunque con dificultad y peligro por causa del gran esfuerzo con que los de dentro defendian la subida y la entrada de su ciudad. Finalmente, los nuestros subieron y forzaron á los moros que se recogiesen al castillo con esperanza de entretenerse en él ó rendille con partidos aventajados. El dia siguiente se levantó contienda entre los soldados sobre quién fué el primero á subir la muralla. Muchos salieron á la demanda, que fué asaz porfiada por los valedores que acudian á cada cual de las partes, deudos, amigos ó naturales de la misma tierra. Temian no resultase algun motin por aquella causa. Los jueces que señalaron sobre el caso, oidas las partes y examinados los testigos, pronunciaron que Gutierre de Torres, Sancho Gonzalez, Serva, Chirino y Baeza fueron los primeros á acometer la subida; pero que se adelantó y se la ganó á los demás Juan Vizcaíno, que perdió la vida en la misma torre, y tras él Juan de San Vicente, que llevó el prez á todos los otros. El Infante los alabó á todos y los premió liberalmente con razon, pues tomada aquella ciudad, los enemigos, no solo perdieron una plaza tan principal, sino se quebrantaron las esperanzas de aquella gente. Ganóse Antequera á los 16 de setiembre. Los que se recogieron al castillo dende á ocho dias le rindieron á partido de salir libres con sus personas y haciendas, que se les guardó enteramente, y juntos se pasaron á Archidona. Los vencedores hicieron procesion para dar gracias a Dios por merced tan señalada. La mezquita del castillo se consagró en iglesia para celebrar en ella los oficios divinos. Quedó nombrado por alcaide del castillo y gobernador de aquella ciudad Rodrigo de Narvaez, que hizo sus homenajes al rey de Castilla. Tomáronse algunos pueblos y otros castillos por aquella comarca, talaron los campos de los moros muy á la larga; con tanto, casi pasado el otoño, dieron la vuelta. á la ciudad de Sevilla, que los recibió con grandes muestras de alegría y contentamiento universal.

LIBRO VIGÉSIMO.

CAPITULO PRIMERO.

Del estado de las provincias.

TEMPORALES ásperos, enmarañados y revueltos, guerras, discordias y muertes, hasta la misma paz arrebolada con sangre afligian no solo á España, sino á las demás provincias y naciones cuan anchamente se extendia el nombre y el señorío de los cristianos. Ninguna vergüenza ni miedo, maestro, aunque no de virtud du

radera, pero necesario para enfrenar á la gente. Las ciudades y pueblos y campos asolados con el fuego y furor de las armas, profanadas las ceremonias, menospreciado el culto de Dios, discordias civiles por todas partes, y como un naufragio comun y miserable de todo el cristianismo, avenida de males y daños, si causados de alguna maligna concurrencia de estrellas, no lo sabria decir, por lo menos señal cierta de la saña del cielo y de los castigos que los pecados merecian. A Italia

za y en poder. El punto principal de la diferencia era acordar si en aquella sucesion se habia de tener cuenta con las personas que pretendian ó con el tronco que cada cual representaba, y por el cual le venia el derecho de la sucesion. Muchas juntas se tuvieron sobre el caso, que al principio ninguna cosa prestaron. Estas revueltas eran causa que el partido aragonés empeorase en Cerdeña, si bien Pedro de Torrellas le 'sustentaba con poca esperanza de prevalecer, por ser sus fuerzas flacas y no acudille socorros de España. En Sicilia asimismo don Bernardo de Cabrera hacia grandes demasías, hasta tener cercada la misma Reina viuda dentro del castillo de Siracusa sin ningun respeto de la majestad real. El rey de Navarra, avisado del peligro que corria su hija, á la vuelta del viaje que hizo á Francia pasó por Bar

traia alborotada el scisma continuado por tantos años y la ambicion desapoderada de tres pontifices, pretensores todos de la silla y cátedra de San Pedro. El descuido y flojedad de los emperadores de Alemaña, que debian, por el lugar que tenian, principalmente atajar estos daños; por una parte las armas de Ladislao, rey de Nápoles, en favor del pontifice Gregorio XII la trabajaban; por otra les hacia rostro Luis, duque de Anjou, á persuasion de los pontifices de Aviñon, de los de su valía y obediencia. En la Lombardía en particular Galeazo Vicecomite, duque de Milan, se aprovechaba para ensanchar grandemente su estado de la ocasion que aquellas revueltas le presentaban. Apoderóse antes desto de Boloña, ciudad rica y abastada; aspiraba á hacer lo mismo de las otras ciudades libres de Lombardía. Por la muerte del emperador Alberto, que falle-celona, do llegó á los 29 de diciembre, entrante el año ció 1.o de junio, la vacante del imperio en Alemaña daba, como es ordinario, ocasion de revueltas, además de la flojedad de Wenceslao, antes emperador que fué y á la sazon rey de Bohemia, con que los decretos antiguos y sagradas ceremonias en aquel reino alteraban en gran parte gente novelera y sus cabezas y caudillos principales Juan Hus y Jerónimo de Praga. Recelábanse no cundiese el daño y á guisa de peste se pegase en las otras provincias. El imperio de levante gozaba de algun sosiego despues que el gran Tamorlan con su famosa entrada sujetó muchas naciones y abatió algun tanto el orgullo de los turcos. Mas todavía ponian en cuidado despues que soldada aquella quiebra y pasado el estrecho de Tracia, se entendia pretendian apoderarse de Europa, por lo menos conquistar aquel imperio de Grecia. Emanuel Paleologo, emperador griego, antevista la tempestad y el torbellino que vénia á descargar sobre su casa, para apercebirse de lo necesario pasó por mar á Venecia, y dende por tierra á Francia á solicitar algun socorro contra el enemigo comun. Poco prestó esta diligencia y viaje; fuera de buenas palabras no pudo alcanzar otra ayuda, á causa que la misma Francia ardia en discordias y revoluciones despues de la muerte que dió Juan, duque de Borgoña, á Luis, duque de Orliens, á tuerto. Grandes revueltas, intentos y pretensiones contrarias, asonadas de guerra por todas partes, miserable avenida de males y tiempos alterados, en tanto grado, que el pueblo de Paris, dividido en parcialidades, unos contra otros trataban pasion, con que la ciudad muchas veces se ensangrentaba. Los mismos carniceros, ralea de gente por el oficio que usa desapiadada y cruel, entraban á la parte con las armas en favor del Borgoñon. El Rey, si bien en su dolencia y alteracion tenia algunos lucidos intervallos, no era bastante para atajar tantos males, ocasion mas aína del daño que remedio. Los ingleses á cabo de tanto tiempo por aprovecharse desta ocasion andaban sueltos por Francia con mayor porfía y esperanza que tuvieron jamás. En Aragon por la muerte del rey don Martin los naturales, por no conformarse en un parecer sobre la sucesion de aquel reino, se hallaban alterados asaz y divididos. La discordia amenazaba alguna guerra civil, puesto que con todo cuidado se trataba de asentar por las leyes y en juicio aquel debate. Los pretensores erau príncipes muy señalados en noble

de 1411, para tratar en aquella ciudad, como lo pro-
curó, que la Reina, su hija, diese la vuelta, que pues
no tenia hijo alguno, no era razon gobernase aquel
reino de Sicilia con su riesgo y en provecho de otros.
En Castilla, por la minoridad del Rey, gobernaban aquel
reino la reina doña Catalina, su madre, y el infante don
Fernando, su tio, divididas entre sí las ciudades y par-,
tidos que debian acudir á cada cual; traza poco acerta-
da y que pudiera acarrear graves daños, en especial
que no faltaban, como es ordinario, personas mal in-
tencionadas que torcian las palabras y hechos de don
Fernando para ponelle mal con la Reina. La prudencia
del Infante y su mucha paciencia fué causa que todo
procediese bien, sin tropiezo y sin inconveniente. De-
bíanle todos en comun lo que cada cual á sus padres, y
concluida tan á gusto la guerra contra moros, quedó
con mas renombre y fama. Asentó con aquella gente
treguas en Sevilla por término de diez y siete meses;
con tanto, ordenadas las demás cosas del Andalucía,
dió vuelta para Castilla. En esto resultaron nuevas sos-
pechas de revueltas á causa que don Fadrique, duque
de Benavente, escapó de la prision en que le tenian de
años atrás en el castillo de Monreal, muerto que hobo
á Juan Aponte, alcaide de aquella fuerza. Puso este caso
en gran cuidado al Infante, que temia, por ser persona
poderosa y de sangre real, no fuese parte para turbar
la paz. Mandó con presteza atajar los caminos, tomar
los puertos á la raya de Portugal y por aquellas partes.
No prestó esta diligencia, porque el Duque, ó acaso ó
confiado en la amistad que tenia con su cuñado el rey
de Navarra, acudió á valerse dél. Engañóle su esperan-
za, ca don Fernando envió sus embajadores á requerir
se le entregasen, en que vino aquel Rey; y puesto el
Duque en el castillo de Almodovar, tierra de Córdoba,
en aquella prision feneció sus dias. Solo Portugal flo-
recia con los bienes de una larga paz, y el nuevo Rey
con obras muy señaladas recompensaba la falta de su
nacimiento. Levantó un monasterio de dominicos en
Aljubarrota, que se llama de la Batalla, para memoria
de la que allí venció contra los castellanos. A la ribera
de Tajo fundó y pobló la villa de Almerin, en Sintra un
palacio real, sin otros edificios, muchos y magníficos,
que á sus expensas levantó en diversas partes. Señalóse
en el celo grande de la justicia, con que enfrenó las de-
masías, y tuvo trabados los mayores con los menores.

Llegó en esto á tanto, que á Fernan Alfonso de Santaren, teniente de camarero mayor, hizo sacar de la iglesia y quemar porque se atrevió á doña Beatriz de Castro, dama de la Reina, que despidió asimismo de palacio en pena de su liviandad. Hallábanse tan pujantes los portugueses, que se determinaron á emprender nuevas conquistas y pasar en Africa, principio y escalon para subir á grande alteza. Este era el estado en que se haIlaban las provincias. El scisma de la Iglesia tenia sobre todo puesta en cuidado la gente en qué pararia aquella division, qué remate tendria y qué salida; puesto que en España con mayor calor se altercaba sobre la sucesion en la corona de Aragon y cuál de los pretensores mas partes y mejor derecho tenia.

CAPITULO II.

Que en Aragon nombraron nueve jueces.

Los catalanes, aragoneses y valencianos, naciones y provincias que se comprehenden debajo de la corona de Aragon, se juntaban cada cual de por sí para acordar lo que se debia hacer en el punto de la sucesion de aquel reino y cuál de los pretensores les vendria mas á cuento. Los pareceres no se conformaban, como es ordinario, y mucho menos las voluntades. Cada cual de los pretendientes tenia sus valedores y sus aliados, que pretendian sobre todo echar cargo y obligarse al nuevò Rey con intento de encaminar sus particulares, sin cuidar mucho de lo que en comun era mas cumplidero. Los catalanes por la mayor parte acudian al conde de Urgel, en que se señalaban sobre todos los Cardonas y los Moncadas, casas de las mas principales; y aun entre los aragoneses, los de Alagon y los de Luna se le arrimaban; en que pasaron tan adelante, que Antonio de Luna por salir con su intento dió la muerte á don García de Heredia, arzobispo de Zaragoza, con una celada que le paró cerca de Almunia, no por otra causa sino por ser el que mas que todos se mostraba contra el conde de Urgel y abatia su pretension. Pareció este caso muy atroz, como lo era. Declararon al que le cometió por sacrilego y descomulgado, y aun fué ocasion que el partido del conde de Urgel empeorase; muchos por aquel delito tan enorme se recelaban de tomar por rey aquel cuyo principio tales muestras daba. Los nobles de Aragon asinismo acudieron á las armas, unos para vengar la muerte del Arzobispo, otros para amparar el culpado. Era necesario abreviar por esta causa y por nuevos temoros que cada dia se representaban; asonadas de guerra por la parte de Francia, y de Castilla compañías de soldados que se mostraban á la raya para usar de fuerza, si de grado no les daban el reino. Las tres provincias entre sí se comunicaron sobre el caso por medio de sus embajadores que en esta razon despacharon. Gastáronse muchos dias en demandas y respuestas; finalmente se convinieron de comun acuerdo en esta traza. Que se nombrasen nueve jueces por todos, tres de cada cual de las naciones; estos se juntasen en Caspe, castillo de Aragon, para oir las partes y lo que cada cual en su favor alegase. Hecho esto y cerrado el proceso, procediesen á sentencia. Lo que determinasen por lo menos los seis dellos, con tal empero que

de cada cual de las naciones concurriese un voto, aquello fuese valedero y firme. Tomado este acuerdo, los de Aragon nombraron por su parte á don Domingo, obispo de Huesca, y á Francisco de Aranda y á Berenguel de Bardax. Los catalanes señalaron á Sagariga, arzobispo de Tarragona, y á Guillen de Valseca y á Bernardo Gualbe. Por Valencia entraron en este número fray Vicente Ferrer, de la órden de Santo Domingo, varon señalado en santidad y púlpito, y su hermano fray Bonifacio Ferrer, cartujano, y por tercero Pedro Beltran. Resolucion maravillosa y nunca oida que pretendiesen por juicio de pocos hombres, y no de los mas poderosos, dar y quitar un reino tan importante. Los jueces, luego que aceptaron el nombramiento, se juntaron, y despacharon sus edictos con que citaron los pretensores con apercibimiento, si no comparecian en juicio, de tenellos por excluidos de aquella demanda. Vinieron algunos, otros enviaron sus procuradores. Por el infante don Fernando comparecieron Diego Lopez de Zúñiga, señor de Béjar, el obispo de Palencia dou Sancho de Rojas, que en premio deste y semejantes viajes dicen adquirió á su iglesia el condado de Pernia, que hoy poseen sus sucesores los obispos de Palencia. Las partes del conde de Urgel hacia don Jimeno, de fraile francisco á la sazon obispo de Malta, y que alcanzaba gran cabida con aquel Principe. A estos todos hicier n jurar pasarian y tendrian por bueno lo que los jueces sentenciasen. Luis, duque de Anjou, no quiso comparecer, sea por no fiarse en su derecho, sea por estar resuelto de valerse de sus manos. Todavía recusó cuatro de los jueces como sospechosos y parciales. De don Fadrique, conde de Luna, no se hizo mencion alguna; su edad era pequeña, los valedores ningunos, además de su nacimiento, que por ser bastardo habido fuera de matrimonio, no les parecia con aquella mengua amancillar la nobleza y lustre de los reyes de Aragon. Don Alonso de Aragon, duque de Gandía, y muerto él en lo mas recio deste dabate, su hijo don Alonso y su hermano don Juan, conde de Prades, que le sucedieron en la pretension, fácilmente los excluyeron por tocar á los reyes postreros de Aragon en grado de parentesco mas apartado que los demás competidores. Restaban el conde de Urgel y el infante don Fernando, que por diversos caminos pretendian vencer en aquel pleito y en aquella reyerta tan importante. Por parte del conde de Urgel se alegaba que las hembras, conforme á la costumbre recebida de sus mayores y guardada, debian ser excluidas de aquella corona y de aquella pretension. Que se membrasen de los alborotos que resultaron en tiempo del rey don Pedro, no por otra causa sino por pretender dejar en su lugar por heredera á su hija doña Costanza. Despues de la muerte del rey don Juan excluyeron, como incapaces, dos hijas suyas, las infantas dona Juana y doña Violante. Que no era razon por contemplacion de nadie alterar lo que tenian tan asentado, ni moverse por ejemplos de cosas olvidadas y desusadas, sino mas aína abrazar la costumbre mas nueva y fresca. Excluidas las hembras, no seria justo admitir á sus hijos, pues no les pudieron traspasar mayor derecho que el que ellas mismas alcanzaran, si fueran vivas. Finalmente, que don Martin, rey de Aragon, nombró al fin

de sus dias por gobernador del reino y por su condestable al conde de Urgel; muy cierta señal de su voluntad y de su parecer que al Conde y no á otro alguno tocaba la sucesion despues de su muerte. Estas eran las razones en que aquel Príncipe fundaba su derecho. Los procuradores del infante don Fernando, conforme á la instruccion é informacion que llevaban de don Vicente Arias, obispo de Plasencia, tenido en aquella era por jurista señalado y de fama en España, sin hacer mencion del derecho que por via de hembra competia al Infante, como flaco, tomaron diferente camino, es á saber, que el reino se hereda por el derecho que llaman de sangre; así, en caso que falte la línea recta de ascendientes y descendientes, y que se hayan de llamar á la corona los parientes trasversales, entre los tales, puesto que estén en el mismo grado de consanguinidad, se debe tener consideracion al sexo de cada cual y á la edad para efecto que el varon preceda á la hembra, y al mas mozo el de mas edad, sin mirar el tronco y la cepa de donde procede. Que esto era conforme al derecho comun y observado en el particular de Aragon. Por este camino don Alonso, nieto del rey don Ramiro, heredó aquella corona; y el testamento del mismo en cuanto llamó á las hijas á la sucesion, de grandes juristas fué tenido por inválido y de ningun valor. A la verdad ¿qué razon sufre que para heredar el reino, en que se requieren partes tan aventajadas, no se anteponga á los demás el que supuesto que viene de la alcuña y sangre real, y ninguno en grado mas cercano, en todas buenas calides y partes se adelanta á los que ó son menos parientes del rey muerto, ó menos á propósito, solo porque descienden por línea de varon? Todavía porque esta dificultad, puesto que ventilada muchas veces, forzosamente segun las ocurrencias se tornará á disputar, el lugar pide que en general tratemos brevemente del derecho de la sucesion entre los deudos trasversales y en qué manera se funda.

CAPITULO III.

Del derecho para suceder en el reino.

Grave disputa es esta, enmarañada, escabrosa, de muchas entradas y salidas; pleito, en que si bien muchos ingenios han empleado su tiempo en llevalle al cabo, ninguno del todo ha salido con ello ni ha podido apear su dificultad. Tocarémos en breve los puntos principales y los niervos desta cuestion tan reñida, lo demás quedará para los juristas. No hay duda sino que el gobierno de uno, que llamamos monarquía, se aventaja á las demás maneras de principados y señoríos. Va mas conforme á las leyes de naturaleza, que tiene un primer movedor del cielo y un supremo gobernador del mundo, no muchos, traza que abrazaron los primeros y mas antiguos hombres, gente mas atinada en sus determinaciones, como los que caian mas cerca del primer principio y mejor orígen del mundo, y por el mismo caso tenian cierto resabio de divinidad, y entendian con mas claridad la verdad y lo que pedia la naturaleza. Las otras formas de gobierno el tiempo las introdujo y las inventó y la malicia de los hombres. De que procedieron aquellas palabras y sen

tencia vulgar: « No es bueno que haya muchos gobiernos, solo uno sea el rey. » Al principio del mundo, cuando todos vivian en libertad y sin reconocer homenaje á alguna cabeza, para valerse mejor, defenderse y tomar emienda de los muchos desaguisados que unos á otros se hacian, los pueblos y gentes por sus votos, para que los acaudillasen, pusieron en la cumbre y en el gobierno aquellos que por su edad, prudencia y otras prendas se aventajaban á todos los demás. Dudóse adelante si seria mas á propósito y mas cumplidero á los pueblos, muerto el príncipe que eligieron, dalle por sucesores á sus hijos y deudos, ó tornar de nuevo á escoger de toda la muchedumbre el que debia mandar á todos. Guardóse esto postrero por largo tiempo, que las mas naciones se mantuvieron en no permitir que se heredasen los reinos. Recelábanse que el poder del rey, que ellos dieron para bien comun, con la continuacion del mando y seguridad de la sucesion de hijos á padres no se estragase y mudase en tiranía; sabian muy bien que a las veces los hijos por los deleites, de que hay gran copia en las casas reales, y por el demasiado. regalo se truecan y no salen semejables á sus antepasados. En España por lo menos se mantuvieron en esta costumbre por todo el tiempo que los godos en ella reinaron, que no permitian se heredase la corona. Mudadas las cosas con el tiempo, que tiene en todo gran vez, se alteraron con las demás leyes esta, y se comenzó á suceder en el reino por herencia, como se hace en las mas provincias de Europa. El poder de los príncipes comenzó á ser grande, y los pueblos á adulallos y rendirse de todo punto á su voluntad; y aunque la experiencia enseñaba lo contrario, todavía confiaban lo que deseaban y era razon, que los hijos de los príncipes por la nobleza de su sangre y criarse en la casa real, escuela de toda virtud, semejarian á sus mayores. Engañóles su pensamiento y su esperanza á las veces, que por este camino hombres de costumbres y vida dañada y perjudicial se apoderaron de la república. Verdad es que este inconveniente y peligro se recompensaba con otras muchas comodidades y bienes, cuales son los siguientes que la reverencia y respeto, fuente de salud y de vida, es mayor para con los que descienden de padres y abuelos reyes que el que se tiene á los que de repente se levantan de estado particular. Que los hombres mas se gobiernan por la opinion que por la verdad, y no puede el príncipe tener la fuerza y autoridad conveniente si los vasallos no le estiman ni le tienen el respeto debido. Además que es cosa muy natural á los hombres sobrellevar antes y sufrir al príncipe que heredó el estado, aunque no sea muy bueno, que al que por votos del pueblo alcanzó la corona y el mando, dado que tenga partes mas aventajadas. Lo que mucho importa, que por esta manera se continúa un mismo género de gobierno, y se perpetúa en cierta forma, como tambien la república es perpetua. Y el que sabe que ha de dejar á sus hijos el poder y el gobierno, con mas cuidado mira por el bien comun que el que posee el señorío por tiempo limitado solamente. Finalmente, es posible por otro camino excusar las tempestades y alteraciones que resultan forzosamente en tiempo de las vacantes, y las enemistades y bandos que sobre se

no.

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