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recompensar con sus buenos servicios las ofensas pasadas y hacer con toda lealtad y cuidado lo que les encomendase; á los terceros mantuviese en justicia, mas no les encargase cuidado alguno ni gobierno del reino, como á personas que mirarian mas por sus particulares que por el pro comun. Llevaron su cuerpo de aquella ciudad en que falleció á la de Búrgos. Acompañóle su hijo don Juan, ya rey. Depositáronle en el sagrario de la iglesia mayor en la capilla de Santa Catalina. Las honras le hicieron con real aparato y toda muestra de majestad. De alli le pasaron á Valladolid, y al fin del mismo año á una capilla que se labró á costa del Rey en Toledo en aquella parte de la iglesia mayor que estaba juntó á la torre principal, en que por tradicion de padres á hijos se tiene por cierto que puso los piés la sagrada Virgen cuando bajó del cielo para honrar á su siervo Ilefonso. Esta capilla en tiempo del emperador don Carlos se pasó á otra parte, donde al presente están enterrados los cuerpos deste Rey, de su hijo y nieto que le sucedieron, y de las reinas sus mujeres en seis sepulcros de obra curiosa y prima, cada uno con su letrero. Asisten en esta capilla, y en ella celebran los oficios treinta y seis capellanes, con muy buenas rentas, que para sustentarse les señalaron y tienen. Mandóse sepultar con el hábito de santo Domingo por el amor y devocion que él tenia á la memoria de aquel Santo, su pariente; de cuyo órden tenian otrosí costumbre los reyes de tomar confesor. Murió tambien por aquel tiempo el rey Moro, á quien sucedió Mabomad, llamado por sobrenombre el de Guadix por la curiosidad que tuvo de hermosear y engrandecer aquella ciudad. Este por haber tenido el reino con quietud y sin alteraciones civiles puede ser tenido por mas aventajado y dichoso que todos sus antepasados. El rey de Aragon, aunque viejo y anciano, se tornó nuevamente á casar; tomó por mujer á Sibila Fortia, que era una dama viuda de gran hermosura, por la cual la prefirió al casamiento con que le convidaban de Juana, reina de Nápoles. Tuvo dos hijos deste casamiento, que murieron en su tierna edad, y una hija llamada Isabel, que adelante casó con el conde de Urgel.

CAPITULO III.

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De cómo comenzó á reinar el rey don Juan.

El rey don Juan, concluido el enterramiento y honras de su padre, recibió en Búrgos en las Huelgas la corona del reino en edad que era de veinte y un años y tres meses. Juntamente con él se coronó su mujer la reina doña Leonor. Armó caballeros á cien mancebos, la flor de la caballería, con las ceremonias que se acostumbraban en aquel tiempo. Demás desto á aquella nobilisima ciudad, por los gastos que en tal solemnidad le fué necesario hacer y en premio de su bien probada lealtad, le hizo donacion de la villa de Pancorvo. Teníanse Cortes en aquella ciudad, en que se establecieron muchas cosas: una, que el clérigo de menores órdenes casado pechase; pero que si fuese soltero, cono trajese abierta la corona y hábito clerical, gozase del privilegio de la Igiesia. Fueron grandes las alegrias y fiestas que se hicieron por todo el reino por la coro

nacion del nuevo Rey, tanto con mayor aficion y voluntad cuanto mas confiaban que el hijo saldria semejable á su padre en todo género de virtud y caballería, porque era de noble condicion, dócil ingenio, apacibles costumbres y un alma compuesta y inclinada á todas obras de piedad, no de precipitado ó arrebatado juicio, sino inclinado á oir el ajeno. Era bajo de cuerpo, pero en su aspecto representaba majestad. Luego que tomó el cuidado del reino, lo primero en que puso mano fué en señalarse por amigo de los franceses, y así hizo poner luego á punto una armada y enviarla contra Juan de Monforte, duque de Bretaña, á quien por el favor que daba á los ingleses aquel Rey y su consejo le dieron por enemigo de la corona de Francia, y con público pregon adjudicaron sus bienes y estado al fisco real. Corrió la armada toda la costa de Bretaña y en ella ganó una fuerza que llaman Gayo. El Rey pasó en Burgos lo restante del estío. Esta pública alegría dos cosas que acontecieron, la una la aguó algo, y la otra la aumentó. La primera fué que un judío, llamado Josef Pico, muy principal entre los suyos y muy rico, fué muerto por engaño y envidia de su misma gente. Era este recogedor general de las alcabalas reales y tesorero, por donde vino á tener gran cabida y autoridad con todos. Algunos de su nacion judíos, hombres principales, no se sabe por qué, le tenian mala voluntad, y con este odio dieron traza de matalle. Para esto por engaño, sin entender el Rey lo que hacia, ganaron una provision real en que mandaba fuese luego muerto; cogieron de presto al verdugo real, ó inducido con el mismo engaño, ó sobornado con dineros, lo cual se puede sospechar, pues tan de rebato usó de su oficio. Acudieron á la casa de Josef, que estaba bien seguro de tal caso, en que de improviso le acabaron. Conocido el engaño, se hizo justicia de los culpados y se le quitó á esta nacion la potestad que tenia y el tribunal para juzgar los negocios y pleitos de los suyos; desórden con que habian hasta allí disimulado los reyes por la necesidad y apretura de las rentas reales y ser los judíos gente que tan bien saben los caminos de allegar dinero. Materia de contento extraordinario fué el hijo que nació al Rey en Búrgos á los 4 de octubre, sucesor que fué y heredero de sus estados; su nombre don Enrique por memoria de su abuelo y para que remedase su valor y virtudes. En fin deste año y principio del siguiente, que se contó de 1380, las lluvias fueron grandes y continuas en demasía; salieron con las avenidas de madre los rios, rebalsaron los campos y las labradas y sembrados, en particular el rio Ebro cerca de Zaragoza rompió los reparos y tomó otro camino, de guisa que para hacelle volver á su curso se gastó mucho trabajo y dinero. De Burgos pasó el Rey á Toledo, ciudad en que de nuevo hizo las honras de su padre y puso su cuerpo, como queda dicho, en su sepulcro de asiento. Partió para el Andalucía con intento de acudir á la ayuda de Francia contra los ingleses. Armó en Sevilla veinte galeras, con que el almirante Fernan Sanchez de Tovar, que iba por general, costeadas las riberas de España y de Francia, no paró hasta llegar á Inglaterra, y por el rio Támesis arriba dar vista á la ciudad de Londres, cabeza de aquel reino, con gran mengua y cuita de aquella

gente y ciudadanos, que veian la armada enemiga á sus puertas, talados sus campos, quemadas sus alque rías y casas de campo sin poderlo remediar. La discordia entre los pontifices andaba mas viva que nunca; castigo de los muchos pecados del pueblo y de las cabezas. El mayor daño y que hacia mas incurable la dolencia, que cada cual de las partes tenia sus valedores, personas en letras y santidad eminentes hasta señalarse con milagros. ¿Qué podia con esto hacer el pueblo? Qué partido debia seguir? Ardia el pontifice Urbano en un vivo deseo de tomar emienda de la reina de Nápoles, causadora principal de aquel scisma, ca si no fuera con su sombra, no acometieran los cardenales á ejecutar lo que hicieron. Para atender á esto con mayores fuerzas y mas de propósito hizo paces con florentines y perusinos y otros pueblos que no le querian reconocer homenaje y andaban alborotados. Convidó á Cárlos, duque de Durazo, á pasar en Italia con intencion que le dió y promesa de hacelle rey de Nápoles. Este Carlos estaba casado con Margarita, su prima hermana, hija que fué de su tio Carlos, duque de Durazo; marido y mujer eran bisnietos de Carlos II, rey de Nápoles, como queda deducido de suso. Aceptó las ofertas del Pontífice, ayudóle con gente y dinero Ludovico, rey de Hungría, por el odio que tenia contra la Reina, por la muerte que dió á su marido Andreaso, hermano del Húngaro. Demás desto, la soltura desta Reina en materia de honestidad era muy conocida. La grandeza y la fama de los príncipes corren á las parejas; así sus virtudes como sus vicios están á la vista de todos, y cuanto es mayor y mas alto el lugar, tanto debe ser menor la libertad, por el ejemplo, que si es malo, cunde y empece mucho. No se le encubrieron á la Reina los intentos del Pontífice y sus trazas. Sabia muy bien el aborrecimiento que comunmente le tenian, ocasionado de la torpeza de su vida. Recelábase por el mismo caso que no tendria fuerzas bastantes para contrastar á tan poderosos enemigos. No tenia sucesion, si bien se casó cuatro veces: la primera con Andreaso, al cual ella misma dió la muerte; la segunda con Ludovico, príncipe de Taranco, deudos el uno y el otro muy cercanos suyos; la tercera con don Jaime, infante de Mallorca; y últimamente tenia por marido á Oton, duque de Branzvique. Comunicóse con el otro pontifice Clemente, y habido con él su acuerdo, determinó para desbaratar aquella tempestad y torbellino que contra ella se armaba valerse de las fuerzas de Francia. Para esto prohijó á Luis, duque de Anjou, príncipe muy poderoso. Dióle título de duque de Calabria, que era el que tenian los herederos de aquel reino de Nápoles. Ilizose el auto de la adopcion con la solemnidad necesaria en el castillo de aquella ciudad, llamado del Ovo, á los 29 de junio. Principios de grandes alteraciones y guerras que adelante resultaron, en que entró tambien á la parte España finalmente, y el primer título que tuvieron aquellos duques de Anjou para pretender con tanta porfía y por tanto tiempo el reino de Nápoles; traza enderezada para defenderse la Reina y juntamente afirmar el partido del papa Clemente, que á la una y al otro prestó poco. Falleció por este tiempo á 13 de julio el valeroso caudillo Beltran Claquin; tomóle la muerte en los rea

les y en el cerco que tenia puesto sobre Castronuevo, pueblo de Bretaña. Su linaje ilustre, sus hazañas escla recidas; su padre se llamó Reginaldo Claquin, señor de Bronio cerca de Rennes, ciudad muy conocida en el ducado de Bretaña. El oficio de condestable, que es muy preeminente en Francia y vacó por su muerte, se dió poco adelante á Oliverio Clison. Murió asimismo á los 16 de setiembre Cárlos, rey de Francia, en el bosque de Vincenas, que mandó eu su testamento sepultasen el cuerpo de Claquin junto al suyo en San Dionisio, sepultura de aquellos reyes junto á Paris; honra muy debida á lo mucho que sirvió en su vida y á su valor. Sucedió en aquella corona Cárlos, hijo del difunto, sexto deste nombre. Al rey de Portugal aquejaba el cuidado de lo que seria de aquel reino despues de su muerte. La edad estaba adelante, no tenia hijo varon ni esperaba tenelle. Doña Beatriz, habida en la Reina, de la cual adelante se puso en duda si era legítima, en vida del rey don Enrique quedó desposada con su hijo bastardo don Fadrique, duque de Benavente. No quiso el Portugués despues de muerto el rey don Enrique pasar por estos desposorios, antes despachó sus embujadores al nuevo rey de Castilla, que volvia del Andalucía para pedille para su hija al infante don Enrique, si bien era niño de pocos meses nacido; acuerdo poco acertado, sujeto á grandes inconvenientes, por la edad de los novios tan diferente y desigual. Todavía el rey don Juan no desechó aquel partido por la comodidad que se presentaba de haber el reino de Portugal por aquel camino y juntalle con Castilla. Tratóse de las condiciones, y finalmente en Soria, donde se juntaron las Cortes de Castilla, se concertaron los desposorios, que al cabo no surtieron efecto. Prendieron por mandado del Rey al adelantado Pedro Manfique; cargábanle ciertas pláticas y tratos que decian tenia con don Alonso de Aragon, conde de Denia, en perjuicio del reino. La verdad es que murió en la prision sin dejar hijos. Sucedióle en aquel cargo y en sus estados su hermano Diego Manrique, merced que tenia bien merecida por su valor y los servicios que hiciera en la guerra de Navarra. Era el rey de Francia de poca edad; tenia en su lugar el gobierno de aquel reino Luis, duque de Anjou, por aventajarse á los otros señores de Francia y por el deudo que alcanzaba con aquella casa real. Recelábase el rey de Aragon no quisiese con aquella ocasion volver á la pretension del reino de Mallorca por el derecho que de suso queda tratado. Pero á él otro cuidado le aquejaba mas, que era amparar la reina de Nápoles, y de camino asegurar para su casa la sucesion de aquel reino; acudió, sin embargo, el rey don Juan de Castilla, despachó embajadores á Francia para tratar de conciertos. Dió oidos el de Anjou á estas pláticas por quedar desembarazado para la empresa de Italia. Asentaron que vendiese á dinero el derecho que con dinero comprara, en que el rey don Juan puso de su casa buena cantía en gracia de su suegro, y por el deseo que tenia no se alterase el sosiego de que en España gozaban. Despachó otrosí embajadores al soldan de Egipto que de su parte le hiciesen instancia para que pusiese en libertad á Leon, rey de Armenia, que tenia cautivo, y se le murieran en la prision mujer y hija. Condescen

dió el Bárbaro con aquellos ruegos tan puestos en razon. Soltó al preso, que envió con cartas que le dió soberbias y hinchadas en lo que de sí decia, honoríficas para el rey don Juan, cuyo poder y valor encarecia, y le pedia su amistad. Vino aquel Rey despojado tres años adelante, primero á Francia, dende á Castilla. Es muy propio de grandes reyes levantar los caidos, y mas los que se vieron en prosperidad y grandeza. Recibióle el Rey y hospedóle con toda cortesía y regalo, y para consuelo de su destierro y pasar la vida le consignó las villas de Madrid y Andújar con rentas necesarias y bastantes para el sustento de su casa. No paró mucho en España, antes dió la vuelta á Francia con intento de pasar á Inglaterra para concertar aquellos reyes y persuadilles que dejadas entre sí las armas, las volviesen con tanto mayor prez y gloria contra los enemigos de Cristo los infieles de Asia. En esta demanda sin efectuar cosa alguna le tomó la muerte, y le alajó sus trazas como suele. En la iglesia de los monjes celestinos de Paris, en la capilla mayor se ve el dia de hoy un arco cavado en la pared con un lucillo de mármol de obra prima con su letra que declara yace en él Leon, rey de Armenia.

CAPITULO IV.

rio, de muy noble alcuña entre los aragoneses, de vivo y grande ingenio y muy letrado en derechos. Por esta causa Clemente le envió por su legado á España al principio del año de 1381, por ver si con su buena maña y letras podria atraer nuestra nacion á su parcialidad y devocion. En Aragon salió en vacío su trabajo por no querer resolverse en tan grande duda el Rey y sus grandes. Con el rey de Castilla tuvo mayor cabida. Juntáronse en la corte los varones mas señalados del reino, y gastados muchos dias para la resolucion deste negocio, finalmente en Salamanca, para do trasladaron la junta, á 20 de mayo dieron por nula la eleccion de Urbano, y aprobaron la de Clemente, que residia en Aviñon, como legal y hecha sin fuerza, en que parece aten→ dieron á que residia cerca de España y á la amistad del rey de Francia mas que á la equidad de las leyes. Muchos tuvieron por mal pronóstico y por indicio de que la sentencia fué torcida la muerte que vino á esta sazon á la reina doña Juana, madre del Rey, santísima señora, y tan limosnera, que la llamaban madre de pobres. En su viudez trajo hábito de monja, con que tambien se enterró. Hízose el enterramiento en Toledo junto á don Enrique, su marido, con célebre aparato, mas por las lágrimas y sentimiento del pueblo que por otra alguna cosa. Clemente trabajaba de traer á España á su devocion, como está dicho, y al mismo tiempo en Italia se mostraban grandes asonadas de guerra. Don Carlos, duque de Durazo, vino de Hungría á Italia al llamado del pontífice Urbano; diéronle los florentines gran suma de dinero porque no entrase de guerra por la Toscana. En Roma le dió el Pontifice título de senador de aquella ciudad y la corona del reino de Nápoles. Allí desde que llegó le sucedieron las cosas mejor de lo que él pensaba, que todas las ciudades y pueblos abiertas las puertas le recibian, hasta la misma nobilísima y gran ciudad de Nápoles. La Reina, por la poca confianza que hacia así de su ejército como de la lealtad de los ciudadanos, se hizo fuerte por algun tiempo en Castelnovo. Oton, su marido, fué preso en una batalla que so arriscó á dar á los contrarios, con que la Reina, perdida toda confianza de poderse tener, se rindió al vencedor. Pusiéronla en prisiones, y poco despues la colgaron de un lazo en aquella misma parte en que ella hizo dar garrote á su marido Andreaso. Muerta la Reina, dieron libertad á Oton para que se fuese á su tierra; con esta victoria la parte de Urbano ganó mucha reputacion. Parecia que Dios amparaba sus cosas y menguaba las de su competidor. Habia entrado en Italia el duque de Anjou con un grueso campo; falleció empero de enfermedad en la Pulla, provincia del reino de Nápoles; con su muerte se regalaron y fueron en flor sus esperanzas y trazas. Don Luis, infante de Navarra, tenia deudo con Cárlos, el nuevo conquistador de aquel reino, ca estaban casados con dos hermanas, como se tocó de suso. No pudo hallarse en esta empresa ni ayudarle por estar ocupado en la guerra que en Atica hacia con esperanza de salir con el ducado de Atenas y Neopatria, por el antiguo derecho que á él tenían los reyes de Nápoles; mas los principales de aquella provincia, por traer su descendencia de Cataluña, se inclinaban mas á los ara

Que Castilla dió la obediencia al papa Clemente. Estaba el mundo alterado con el scisma de los romanos pontifices, y los príncipes cristianos cansados de oir los legados de las dos partes. Los escrúpulos de conciencia, que cuando se les da entrada se suelen apoderar de los corazones, crecian de cada dia mas. El Rey determinó de hacer Cortes de Castilla para resolver este punto en Medina del Campo. Grandes fueron las diligencias que en ellas los legados de ambas partes hicieron, por entender que lo que allí se determinase abrazaria toda España. No se conformaban los pareceres, unos aprobaban la eleccion de Roma, otros la de Fundi. Los mas prudentes juzgaban que como si hobiera sede vacante, se estuviesen á la mira; y que esta causa se debía dejar entera al juicio del concilio general. Entre estos dares y tomares parió la Reina á los 28 de noviembre un hijo, que llamaron don Fernando, que en nobleza de corazon y prosperidad de todas sus empresas excedió á los príncipes de su tiempo, y llegó á ser rey de Aragon por sus partes muy aventajadas. Vinieron tambien á estas Cortes gran número de monjes benitos; quejábanse que algunos señores, á título de ser patrones de sus ricos y grandes conventos, les hacian en Castilla la Vieja grandes desafueros, ca les tomaban sus pueblos y imponian á los vasallos nuevos pechos ; avocaban á sí las causas criminales y civiles, y todas las demás cosas hacian á su parecer y albedrío contra toda órden de derecho y contra las costumbres antiguas. Señaláronse jueces sobre el caso, varones de mucha prudencia, que pronunciaron contra la avaricia y insolencia de los señores, y decretaron que á ninguno le fuese lícito tocar á las posesiones y rentas de los conventos, y que solo el Rey tuviese la proteccion dellos, lo cual se guardó por el tiempo de su reinado. Entre los cardenales que siguieron las partes de Clemente fué uno don Pedro de Luna, hechura del pontífice Grego-goneses, y no cesabau de llamar, ya por cartas, ya por

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embajadores, al rey de Aragon para que fuese ó enviase
á tomar la posesion de aquel estado y provincia, como
finalmente lo hizo.

CAPITULO V.

De la guerra de Portugal.

Una nueva tempestad y muy brava se armó en España entre Portugal y Castilla, que puso las cosas en asaz grande aprieto, y al rey don Juan en condicion de perder el reino. Ligáronse los portugueses y ingleses; juntaron contra Castilla sus fuerzas y armas. Pensaban aprovecharse de aquel Rey por su edad, que no era mucha, y no faltaban descontentos, reliquias y remanentes de las revueltas pasadas. Los ingleses pretendian derecho y accion á la corona por estar casado el duque de Alencastre con la hija mayor del rey don Pedro; el de Portugal llevaba mal que le hobiesen ganado por la mano y cortado las pretensiones que tenia á aquel reino. de Castilla, á su parecer no mal fundadas, además que al rey don Juan tenia por descomulgado por sujetarse, como seguia, al papa Clemente, ca en Portugal no reconocian sino á Urbano. Aprovechóse de esta ocasion don Alonso, conde de Gijon, para alborotarse conforme á su condicion y alborotar el reino. Su hermano el rey don Juan, porque de pequeños principios, si con tiempo no se atajan, suelen resultar muy graves daños, acudió á la hora á Oviedo, cabeza de las Astúrias, para sosegar aquel mozo mal aconsejado. Junto con esto mandó hacer gente por tierra, y armar por el mar para por entrambas partes dar guerra á Portugal y desbaratar sus intentos, por lo menos ganar reputacion. Los bullicios del Conde fácilmente se apaciguaron, y nó á obedecer; si de corazon, si con doblez, por lo de él se allaadelante se entenderá. Hacíase la masa de la gente en Simancas. Acudió el Rey desde que supo que estaba todo á punto, marchó con su campo la vuelta de Portugal, púsose sobre Almoida, villa que está á la raya, no léjos de Badajoz. El sitio y las murallas eran fuertes, y los de dentro se defendian con valor, que fué causa de ir el cerco muy á la larga. Por otra parte, diez y seis galeras de Castilla se encontraron con veinte y tres de Portugal. Dióse la batalla naval, que fué muy memorable. Vencieron los castellanos; tomaron las veinte galeras contrarias y en ellas gran número de portugueses con el mismo general don Alfonso Tellez, conde de Barcelos. Fuera esta victoria asaz importante por quedar los de Castilla señores de la mar y los enemigos amedrentados, si el general castellano, que era el almirante Fernan Sanchez de Tovar, la ejecutara á fuer de buen guerrero; pero él, contento con lo hecho, dió la vuelta á Sevilla, con que los portugueses tuvieron lugar de rehacerse, y la armada inglesa tiempo de aportar á Lisboa, que fué el daño doblado. Todavía el rey don Juan, animado con tan buen principio y confiado que serian semejables los remates, acordó emplazar la batalla á los contrarios. Escribióles con un rey de armas un cartel desta sustancia: que sabia era venido á Portugal Emundo, conde de Cantabrigia, en lugar de su hermano el duque de Alencastre, acompañado de gente lucida y brava; que si confiaban en la justicia de su quere

lla y en el valor de sus soldados, se aprestasen á la batalla, la cual les presentaria luego que se apoderase de Almoida, y para combatillos les saldria al encuentro espacio de dos jornadas, confiado en Dios, que volveria por la justicia y por su causa. Deseaban los ingleses venir á las manos como gente briosa y denadada; entreteníalos empero la falta de caballos, que ni los traian en la armada ni los podian tan en breve juntar en Portugal. La respuesta fué prender al rey de armas contra toda razon y derecho. Cerraba en esta sazon el invierno, tiempo poco á propósito para estar en campaña. Rétiróse sin hacer otro efecto el rey de Castilla, resuelto de volver á la guerra con mas gente y mayor aparato luego que el tiempo diese lugar y abriese la primavera del año de 1382. Tornó el conde de Gijon, mozo liviano, á alborotarse; retiróse á Berganza para estar mas seguro y con mas libertad; desamparáronle los suyos de Aragon, conde de Denia y marqués de Villena, que que llevó consigo. Esto y la diligencia de don Alonso se puso de por medio, fueron parte para que se redujesc á obediencia, y el Rey, su hermano, segunda vez le perdonase. Al tercero, por este servicio y por otros nombró por su condestable, cosa nueva para Castilla, entre las otras naciones y reinos muy usada; crió otrosí dos ma riscales, que eran como los legados antiguos y los modernos maestres de campo, sujetos al Condestable; estos fueron Fernan Alvarez de Toledo y Pero Ruiz Sarmiento. Pretendia el Rey, como prudente, con estas honras animar á los suyos y juntamente hermosear la república y autorizalla con cargos semejantes y preeminencias. Pasóse en esto el invierno; la masa de la gente se hizo segunda vez en Simancas. La fertilidad de la tierra y su abundancia era á propósito para sustentar. elejército y proveerse de vituallas; luego que todo estuvo en órden, el Rey con toda priesa se enderezó la vuelta de Badajoz por tener aviso que los enemigos pretendian romper por aquella parte y que eran llegados á Yelves, distante de aquella ciudad tres leguas solamente. Traia el rey de Portugal tres mil caballos y buen número de infantes. Los ingleses otrosí eran tres mil de á caballo y otros tantos, flecheros. En el campo de Castilla los hombres de armas llegaban á cinco mil y quinientos caballos ligeros; el número de la gente de á pié era muy mayor, todos muy diestros, ejercitados en las guerras pasadas, acostumbrados á vencer, y sobre todo con gran talante de venir á las manos y á las puñadas y con las armas humillar el orgullo de los contrarios, que emprendian mayores cosas que sus fuerzas alcanzaban. Todavía el rey de Castilla, por ser manso de condicion y por no aventurar lo que tenia ganado en el trance de una batalla, acordó de requerir á los enemigos de paz. Para ello envió á don Alvaro de Castro para avisar seria mas expediente tomar algun asiento en aquellas diferencias que poner á riesgo la sangre y la vida de sus buenos soldados; que la victoria seria de poco provecho para el que venciese, y al vencido acarrearia mucho daño; finalmente, que las prendas de rompimiento atajar los males que amenazaban y acoramistad y parentesco eran tales, que debian antes del darse cuáles y cuán tristes podrian ser los remates si una vez se ensangrentaban. Por esto juzgaba, y era así,

que á cualquiera de las dos partes. vendria mas á cuento componer aquel debate por bien que por las armas. Los ingleses daban de buena gana oidas á estas pláticas por estar pesantes de haber emprendido aquella guerra tan dificultosa y tan lejos de su tierra, si bien demás del reino de Castilla que pretendian les ofrecian el de Portugal en dote de la infanta doña Beatriz, que pospuestos los demás conciertos, daba su padre intencion de casalla con Duarte, hijo de Emundo, conde de Cantabrigia. Tratóse pues de concierto, en que intervinieron personas principales de las dos naciones, por cuya industria se conformaron en las capitulaciones siguientes: que dona Beatriz de nuevo desposase con el infante don Fernando, hijo menor del rey de Castilla; pretendian por este camino que el reino de Portugal no se juntase con Castilla, como fuera necesario si casara con el hijo mayor; que los prisioneros y las galeras que se tomaron en la batalla naval se volviesen al de Portugal; demás desto, que el rey de Castilla proverese de armada y de flota en que los ingleses se volviesen á su tierra. Pudieran parecer pesadas estas capitulaciones al rey de Castilla, que se hallaba muy poderoso y pujante; mas ordinariamente cs acertado prevenir los sucesos de la guerra, que pudieran ser muy perjudiciales para España, y no hay alguno tan amigo de pelear que no huelgue mas de alcanzar lo que pretende con paz que por medio de las armas. Por todo esto el de Castilla se inclinó á la paz y aceptar aquellos partidos, y aun entregó al de Portugal en rehenes personas muy principales para seguridad que se cumpliria enteramente lo concertado; con que por entonces se impidió la batalla y juntamente se dió fin á aquella guerra, que amenazaba grandes males.

CAPITULO VI.

De la muerte del rey de Portugal.

El contento que resultó destas paces se destempló muy en breve por causa de algunas muertes que se siguieron de grandes personajes; tal es nuestra fragilidad. El rey don Juan se fué al reino de Toledo, y estaba enfermo en Madrid, cuando murió en Cuellar, villa de Castilla la Vieja, su mujer la reina doña Leonor de parto de una hija, que vivió pocos dias. El sentimiento y llanto del Rey y de todo el reino fue extraordinario por ser ella un espejo de castidad y santidad; sepulta. ron su cuerpo en Toledo en la capilla de los Reyes. Esta muerte dió ocasion al rey de Portugal de tomar nuevo acuerdo y alterar el primer capítulo de los conciertos pasados. El rey de Castilla, aunque tenia dos hijos, quedaba viudo y en la flor de su edad. Envióle embajadores para ofrecerle por mujer á doña Beatriz, su hija. Parecióle que con este vínculo se daria mejor asiento á la ⚫ nueva amistad y á la sucesion del reino de Portugal; que era cosa larga esperar que el infante don Fernando fuese de edad para casarse, y que en el entre tanto podian intervenir cosas que impidiesen el casamiento y desbaratasen todas las trazas, concertáronse pues muy fácilmente. Entre las demás capitulaciones fué una que por muerte del rey don Fernando gobernase á Portugal la Reina viuda hasta tanto que la Infanta tuviese hijo de edad competente. Señalóse para las bodas la

ciudad de Yelves, en que poco antes se dió asiento en la paz. Esto pasaba en España al remate del año. En el mismo tiempo en el Atica tenian sus rencuentros de armas los navarros y aragoneses sobre el principado de Atenas y de Neopatria. Filipe Dalmao, vizconde de Rocaberti, general de la armada aragonesa, allanó aquel estado al Rey, ca mató y echó fuera de aquellas tierras toda la gente de guarnicion de los navarros y dejó en ella con suficiente presidio á Roman de Villanueva que quedó por gobernador, con que él pudo dar la vuelta. En Sicilia andaban tambien las cosas alteradas, porque Artal de Alagon, conde de Mistreta, por la mucha autoridad y poder que en aquella isla alcanzaba, queria á su voluntad casar á la Reina y poner de su mano á quien él quisiese en el reino. A este fin llamó de Lombardía á Juan Galeazo, que aun no era duque de Milan; pero él no pudo hacer este viaje ni acudir con presteza, porque las galeras de Aragon los años pasados en el puerto de Pisa le habian tomado su armada. Los señores de Sicilia llevaban muy mal que don Artal quisiese mandar tanto, y que solo él pudiese mas que todos los demás juntos. Don Guillen Ramon de Moncada, comunicado su intento con el rey de Aragon, de secreto entró en Catania, y apoderándose de la Reina, la llevó á Augusta, que era una de las fuerzas de su estado, fuerte por su sitio, que está sobre la mar, por sus murallas y por la grande guarnicion que en ella puso de catalanes que el Rey le envió con él capitan Roger de Moncada. Don Artal, visto que con esto le burlaban sus trazás, acudió con furor y rabia. Púsose sobre Augusta y combatíala por tierra y por mar. Avino muy á propósito que Dalmao, á la vuelta de Grecia, aportó á Sicilia. Supo lo que pasaba, y con su armada forzó al enemigo á alzar el cerco; con tanto puso á la Reina en sus galeras, tocó á Cerdeña, y finalmente llegó con ella á salvamento á las riberas de España. La Reina casó adelante en Aragon, con que á cabo de años los reinos de Sicilia y Aragon se volvieron á juntar con ñudo muy mas fuerte y mas duradero que antes. Don Carlos, bijo mayor del rey de Navarra, todavía le tenian arrestado en Francia. Intercedió el rey de Castilla para que el Francés le pusiese en libertad, el cual otorgó con ruegos tan justos; con esto aquel Príncipe junto con el deudo, ca eran cuñados, quedó tan obligado y reconocido, que por toda la vida con muy buen talante acudió á las cosas de Castilla. Llegó á Pamplona por principio del año que se contó de Cristo 1383. Regocijaron su venida todos los de aquel reino como era razon. El Rey, su padre, eso mismo con la edad se mostraba mas cuerdo y emendaba con buenas obras las culpas de la vida pasada. En Pamplona y en otros lugares quedan memorias desta mudanza de vida, con que procuraba aplacar á Dios, y acerca de los hombres borrar la infamia y mala voz que corria de sus cosas por todas partes. Cargábanle por lo menos que trató de dar yerbas al rey de Francia, su cuñado, á los duques de Borgoña y de Berri y al conde de Fox; si con verdad ó levantado, lo que mas creo, no se puede averiguar; lo cierto es que aquellos rumores le hicieron grandemente y en todas partes odioso. Las bodas del rey de Castilla con la infanta de Portugal se celebraron en el lugar señalado; el concurso de

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