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nos donde comenzaba a picar la peste a tiempo que los visitaba su Santo Arzobispo D. Toribio Alfonso Mogrovexo. Corrieron quarenta confessando, y dando la extremanncion a los vivos, y eclesiastica sepoltura a los muertos, porque muchos de aquellos pueblos no podian tener asistentes sus curas, ni estos hallarse a un tiempo en todos los que les toʻ caban. Aconteció llegar los Padres a donde encontraron enfermos, que en quatro o cinco dias no avian podido habiar palabra cerradas las gargantas con la inflamacion de las viruelas, a quienes con gargarismos, y labatorios refrigerantes daban habla, e infundian aliento para que pudiessen confessarse, y confesados corrian por la posta a la muerte en que tenian a su cabecera al Padre. Aqui se vio la providencia de Dios, que en otras ocasiones de perder el camino en despoblado uno de los nuestros, y perdido encontrarse con un enfermo en extrema necesidad de cuerpo y alma, y socorrerlo todo lo posible asta aiudarle a bien morir, pasar adelante y cayendo con el Padre la cabalgadura en la ladera de una cuesta, rodar el cerro abaxo ambos, llegando al llano el Padre bueno y sano, en que significó claramente su Magestad quanto le agradaban este y otros caritativos empleos de sus Missioneros".

1588-1589

En el Perú, Quito y Popayán hubo una gran epidemia de viruelas, que se propagó del Reino de Santa Fe. Murieron de esa peste, en tres meses, solo en la ciudad de Quito, cuatro mil personas, más mujeres que hombres, y no sufrió ningún español (21).

Esta epidemia que, según los autores que acabo de mencionar, duró este año 88, y aun el siguiente, fue, dice el P. Velazco, la primera que hubo en el Ecuador; y ocurrió á fines de diciembre del 89. Jiménez de la Espada afirma. que la

(21) Botero Benes, Relaciones-edición de 1603: fo 154. Sacchino;-Historia Societatis Jesu Pars Va: t. II, 1. IX, no 334.

epidemia de tabardillo, viruelas y sarampión en Quito fué de julio de 1587 á marzo de 1588 (22).

Parece que á esta epidemia se refiere el Padre Lizárraga, en su Descripción y población de las Indias, cuando dice: "Como las mercaderías se traigan de otros reinos, si en ellos han pasado algunas enfermedades contagiosas, nos vienen y cáusanos mucho daño y gran disminucion en los naturales, como ahora lo causa una enfermedad de viruelas, juntamente con sarampión, llevándose mucha gente de todas naciones, españoles, naturales, negros, mestizos y los demás que en estas regiones vivimos, y escribiendo este capítulo ahora actualmente corre otra, no de tanto riesgo acá en la Sierra: como lo fue en los Llanos de sarampion solo, el cual en secandose acude un catarro y tos que de los viejos e niños deja pocos, en la ciudad de los Reyes hizo mucho daño, particularmente en negros” (23).

Reproducimos los pormenores sobre esta epidemia que encontramos en los Anales del Cuzco y en la Historia de Arequipa de Echeverría.

"Por Julio y Agosto de este año se hicieron muchas rogativas en esta ciudad por estar amenazada de peste, que ya corría en Quito, Lima y otras partes. El Cabildo de esta ciudad, por acuerdo de 3 de Agosto, escribió carta al Virrey para mandar soltar de una parte los puentes y pasajes de los caminos, para que no entren en el Cusco los apestados de la carrera de Lima. Y á 11 de Setiembre se pregonó bajo de graves penas no entrase el vino nuevo, por carta y orden del Virrey de 26 de Agosto de dicho año".

"Estas y otras prevenciones fueron inútiles, porque dentro de breves dias dentró en esta ciudad la epidemia que se experimentó en todo el Perú y gran parte de la América. El accidente fué extraño é insólito de unos tumores, lobanillos ópostillas de sarna ó bubas muy asquerosas que se levantaban en todo el cuerpo, y rompiéndose arrojaban costras de

(22) Relac. geog. de Indias; t. III, pág. CXVII.

(23) Serrano. Nueva Biblioteca de autores españoles: t. XV, cap. 54; pág. 516.

putrefacción ó comezón que obligaba á rasearse aún en los ojos, que por sí también se ulceraban, de que resultaba una fealdad monstruosa en rostros y cuerpos. Añadiéndose á esto el no poder hablar los enfermos, porque ulcerados los labios y sofocada la respiración, apenas podían producir unas voces muy flacas y suspiros tenues, ahogándose á cada paso; tanto que el alivio de la bebida no se les podía introducir sino por artificio. Además de esto padecían una interior congoja que pasaba á desesperación, sin que bastase consuelo alguno. Crecía más y más el contagio, si bien al mismo tiempo se experimentó en distancias de 800 á 1000 leguas, y sólo por los nativos de este remo, que cada vez morían á millares, en especial los muchachos, que los más peligraron, enfermando muy pocos ó raros de los europeos".

"No se pudo conocer cual de los humores ó cualidades predominaba en este motivo, porque los indicios eran falibles, y el signo de humedad en los enfermos que rehusaban la bebida, les desvanecían los sesos, auhélitos y angustias que los ahogaban. Menos se podía atribuir al frío ó calor, pues del mismo modo corría la peste por verano que por invierno, así en parajes secos como en húmedos. El estrago fué en todo el reino, particularmente en el Cuzco, donde ya no cabían los enfermos en los hospitales, ni los cadáveres en las iglesias y cementerios, en tres meses que duró la peste en esta ciudad" (24).

Echeverría dice (25):

"Habían venido á Panamá algunas partidas de negros traídas de Caboverde, y algunos inficionados de la peste. Los mercaderes debieron de callar esta circunstancia, y como los españoles necesitaban tanto del servicio de estas gentes para sus casas, pasaron por mar á estos puertos la mayor porción y la difundieron con sola su entrada á diverso temperamento. Como el lugar es seco y ardiente con facilidad se descubrió la enfermedad, que era á un tiempo de viruela, sarampión escarlatina, y tal revolución de la bilis,

(24) Noticias cronológicas del Cuzco.-Lima, 1902: pág. 234. (25) Historia de Arequipa: cap. VI,

que se complicaba con furiosos tabardillos. Comenzaron con vehementes dolores de cabeza, riñones y demás partes interiores del cuerpo: luego grandes calenturas: á pocos días se seguía la modorra, y sopor, con tales impresiones en la imaginación, que pasaban á furiosos delirios, y se salían desnudos gritando por las calles. Si el mal exhalaba hacia fuera, daban esperanzas de salud. pero si se reconcentraba, perecían sin remedio. Cargaban tan sin número los brotes de las viruelas, y los acompañaban los del sarampión con tanta copia del pus ó materia, que no había parte libre que poderse señalar con un alfiler."

"Se cubrían los cuerpos con una costra á manera de lepra asquerosísima, y se inchaban de tal suerte, que las mejillas se juntaban con las cejas, y no podían ver, en tal grado disformes, que no quedaba figura humana. Los oídos, boca y nariz se dejaban notar por ser conductos, por donde se expelía la podre, que manaba de ellos. Hasta los esófagos estaban con las entrañas ulceradas en lo interior del mal, y esto solo mató á muchos. Los fetos de vientre no se libraron, y murieron á fuerza del rigor del incendio y del tormento, con sus madres. Era tal el ardor, que muchos se arrojaban al agua fría del río y acequias, teniendo por menos rigor el morir allí que morir desesperados."

"Pero sobre todo, el hedor y pestilencia de los cuerpos era tal, que aun las madres impelidas del amor de la naturaleza no podían tolerarlo; y creciendo el fuego les cocía las carnes, poniéndolas como el vidrio, que al menor impulso ó, movimiento menos suave, se les arrancaban los pedazos de la carne, y se hallaban desnudos los huesos. Era cosa ordinaria el despedir la piel de la cara, y quedarse el rostro sin labios ni nariz, con sola la osamenta; y lo más terrible en el caso era un carbunco que resultaba en el os sacrum; con tan rabioso dolor, que les quitaba la vida á las pocas horas. Los acancerados por dentro y fuera fueron muchísimos, y llegaron á arrojar las entrañas en menudos pedazos. No hay como expresar este mal, ni como llegar á concebir el martirio que causaba. Así en tres meses que duró asoló la población. No se puede llevar cuenta de los muertos, porque

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eran tantos, que en zanjas abiertas en las plazas se sepultaban cuantos se encontraban. La caridad se egercitó al principio en el hospital, en ramadas y galpones; pero luego des pués hasta las casas se llenaron: quedando últimamente estas vacías."

Añade Echeverría: que "muchos eclesiásticos fueron contagiados al final del estrago"; y que encontraban en la misma casa muchas veces, seis ú ocho enfermos, teniendo que permanecer allí día y noche.

El Padre Cobo, en su Historia del Nuevo Mundo (26) habla de la peste general del año 1589; y dice, que los indios sangraban en el cuello, con provecho, á los epidemiados.

Escribe Mendiburu: "Por entonces, y habiendo llamado la atención general, la mucha mortandad de indios que causó una epidemia general de viruelas, la cual hizo gran estrago en Arequipa el año 1589, el Virrey dietó providencias con el objeto de que se formasen hospitales, en diferentes provincias; de que no fuesen aquellos enviados por repartimientos á puntos distantes de su domicilio, ó de climas contrarios; y ordenó á las autoridades vigilasen que el pago de los jornales se hiciese con justicia y con puntualidad” (27).

Hay dos provisiones del Virrey Conde del Villar, don Fernando de Torres y Portugal, que comprueban la propagación de esa epidemia, y el gran número de sus víctimas: una de ellas del 3 de julio del dicho año 89, mandando á Antonio de Montalvo Verdugo y á Diego Gil de Avis, que den 400 pesos á los pueblos de Lati y Lurigancho, para camas, medicinas y alimento de los enfermos; y la otra Provisión, de 12 del propio mes y año, nombrando cirujano á Francisco Velásquez, para combatir la epidemia en San Juan de Matucana, San Jerónimo de Surco y San Mateo de Huánchor, por el tiempo de seis meses, y con el salario de 400 pesos de plata corriente.

Pongo al fin de este trabajo, como documento ilustrativo, lo que dice, sobre la epidemia, la Carta annua Ms. de

(26) T. IV, cap. X, pág 200.

(27) Dice. hist. biogr. t. VIII, pág. 101.

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