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de 19 de octubre testifican y confirman la violencia lejos de desmentirla.

Ahora pues, la nulidad de la primera eleccion trae consigo la de la segunda. Para las elecciones canónicas se requiere una entera y plenísima libertad, y ésta ciertamente ha faltado en el Cabildo de Málaga. Cessat electio dum libertas adimitur eligendi. Y esta libertad se quita no solo con las amenazas ó promesas, sino tambien con las exhortaciones y súplicas, y con cualquier otro medio que pueda moralmente constrenir у obligar á los electores á dar su voto á una determinada persona. Asi expresamente lo declaran los cánones, y particularmente la constitucion Consuevit del Sumo Pontífice Gregorio XIII. Subornatores declaramus (dice) qui donis, promissis, comminationibus, obsecrationibus, importunis laudibus, aut vituperationibus falsis, aliquem inducere conantur, ut sibi, vel alteri suffragium in electionibus ferat. Y si las súplicas repetidas de cualquiera persona se consideran como opuestas á la libertad, que coartan é irritan las elecciones, mucho mas sucede esto cuando se trata de monarcas y gobiernos, cuyas insinuaciones para con sus súbditos, como que de éllos dependen, son demasiado urgentes y vigorosas para que puedan resistirlas. El temor de provocar con la negativa una fu

nesta indignacion, y la esperanza de conse-, guir con la condescendencia algun favor, prevalecen no pocas veces á los motivos de justicia. De ahi es que el indicar una persona, como lo ha hecho el Gobierno hoy al Cabildo de Málaga con la del señor Muñoz Arroyo, hace nula la eleccion, segun las resoluciones de los sagrados cánones, y las declaraciones de la Congregacion del Concilio (Donat. de election. tract. 1. quæst. 19. n. 7. Tamquam in cap. cum dilectus 8. de consuetudine 21. et congr. particul. in Taurin. Nullitatis capituli 2. sept. 1708.).

Pero si estas reglas son aplicables á los casos comunes y ordinarios, mucho mas al actual. El primer tumulto popular era una leccion demasiado viva y significante para el Cabildo, que no podia esperar á vista de la efervescencia constante del pueblo sino el verlo renovado luego que no accediese á sus imperiosos deseos. Los destierros ó traslaciones, llámense como se quieran, que en aquellos mismos momentos, contra toda razon canónica y civil, se permitia el Gobierno con grave perturbacion de la Iglesia, de muchísimos Párrocos y Canónigos de varias catedrales, debia y debe instruir á los menos advertidos, que no se resiste impunemente á sus propuestas y deseos. Decida pues ahora todo hombre imparcial que considere

la materia, si la eleccion del señor Muñoz Arroyo es libre y legítima, y si puede reconocerse por tal, y júzguese sobre quien recaerán las consecuencias de una intrusion que á toda costa se ha querido y se pretende sostener. Si se destierran los legítimos Pastores de tantas diócesis, y se abandona el gobierno de ellas á manos violentas que lo ambicionan, y procuran usurparlo, ¿quién es culpable de los destierros y de las intrusiones que de ahi resulten? Se acusa la resistencia de quien no sanciona actos ilegales; ¡pero con cuánta justicia!

El infrascripto no sabe lo que ha ocurrido acerca de los Rescriptos de secularizacion, de que hace mención la Nota de 25 del corriente, porque no toma parte en ciertos pequeños pormenores que son propios de los empleados subalternos de la Abreviatura; pero el Gobierno no necesitaba de ellos ni de las quejas que se le han dado á este propósito para saber el partido que habia adoptado.

Apoyado en hechos incontestables y resoluciones no menos claras que innegables de la Iglesia, por su parte no puede hacer otra cosa que remitir al santo Padre todos los expresados documentos, para que en vista de ellos decida lo que crea conveniente, y mas conforme al espíritu de los

cánones. La resolucion pontificia será la única regla de su conducta, pero en el entretanto, seguro de la pureza de sus intenciones, y de la equidad de los actos de su ministerio, ni se deja dominar en modo alguno de temor, ni puede variar de conducta, ni concebir cuales sean las recriminaciones ó medidas á que pueda dar lugar, sea como representante de un Soberano amigo, bien sea como revestido de la representacion mucho mas importante de la Cabeza visible de la Iglesia.

Se sorprende, si, altamente, y se aflige observando que en la Nota del 25 de octubre la Silla Apostólica, el centro de la unidad católica, se halla calificada con el dictado de potencia extrangera. El Soberano temporal de Roma no tiene ciertamente pretension ni reclamacion alguna que dirigir al Gobierno español; pero el Sumo Pontífice, el Gobernador supremo de la Iglesia Católica, tiene no solo el derecho, sino tambien la obligacion de extender su pastoral solicitud á todos los puntos del mundo en que se halla esparcida la grey que Dios ha confiado á su paternal cuidado. Las voces de potencia extrangera, y de Corte Romana en un asunto exclusivamente eclesiástico, y las importunas amenazas que las acompañan son muy agenas del espíritu de un Gobierno ca

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tólico , y por consiguiente del Gobierno de S. M., para que no se deban considerar como deslizadas á la consideracion de algun poca subalterno que acaso no ha calculado todo el valor de ellas.

De no menor sorpresa es para el infrascripto el ver que casi se le reprende de no haber dirigido palabras de paz á los eclesiásticos descarriados que desgraciadamente ati-zan el fuego de la guerra civil: él aqui no es súbdito en el órden político, no tiene subditos en el órden espiritual, y estas solas palabras bastan para rechazar tan extraña y no esperada acusacion. Pero añadirá que jamas se le ha hecho insinuacion alguna de ello, y que si se le hubiese presentado ocasion y motivo de manifestar sus principios, no hubiera dejado de hacerlo, como lo hace ahora condenando y detestando en el modo mas solemne la rebelion siempre prohibida por las leyes divinas, y siempre contraria al bien de los Estados.

La conducta que ha observado constantemente para con el Gobierno de S. M. parecia darle un derecho á su benevolencia, y ciertamente no podia ser mas circunspecto, y prudente, y moderado, á pesar de las continuas y cada vez mayores ofensas hechas á la Iglesia, de las cuales ha sido espectador, , pero siempre con la esperanza, con la

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