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mucho de la antigua santidad, y para reducir los bohemos á la fe, que andaban con herejías alterados. Fué desde Roma por legado para abrir el concilio y presidir en él el cardenal Julian Cesarino, persona en aquella sazon muy señalada. Eugenio, sucesor de Martino, procuraba trasladar los obispos á Italia por parecelle que, estando mas cerca, tendrian menos ocasion de hacer algunas novedades que se sospechaban. Oponíase á esto el emperador Sigismundo por favorecer mas á Alemania que á Italia. Los demás príncipes fueron por la una y por la otra parte solicitados. En particular el de Aragon, con el deseo que tenia de apoderarse del reino de Nápoles, acordó llegarse al parecer de Sigismundo, de quien tenia mas esperanza que le ayudaria. Por esta causa mandó que de Aragon fuesen por sus embajadores á Basilea don Alonso de Borgia, obispo de Valencia, y otros dos en su compañía, el uno teólogo, y el otro de la nobleza; lo mismo por su ejemplo hicieron los demas reyes de España; el de Portugal envió á don Diego, conde de Oren, por su embajador, y en su compañía los obispos y otras personas eclesiásticas. Al principio del año 1434 falleció en Basilea el cardenal don Alonso Carrillo, varon de gran crédito por su doctrina y prudencia, amparo y protector de nuestra nacion. Sucedióle en el obispado de Sigüenza, que tenia, don Alonso Carrillo el mas mozo, que cra su sobrino, hijo de su hermana. Era protonotario y andaba en corte ́romana, y aun á la sazon se halló á la muerte de su tio; por estos grados llegó finalmente á ser arzobispo de Toledo. La falta del Cardenal fué ocasion que el rey de Castilla pusiese mas diligencia en enviar sus embajadores al Concilio, que fueron don Alvaro de Isorna, obispo de Cuenca, y Juan de Silva, señor de Cifuentes y alférez del Rey, y Alonso de Cartagena, hijo del obispo Pablo, burgense, persona que ni en la erudicion ni en las demás virtudes reconocia á su padre ventaja. A la sazon era dean de Santiago y de Segovia, y adelante, por promocion que de su padre se hizo en patriarca de Aquileya, fué él en su lugar nombrado por obispo de Búrgos, premio debido á los méritos de su padre y á sus propias virtudes, y en particular porque defendió en Basilea con valor delante los prelados y el Concilio la dignidad de Castilla contra los embajadores ingleses que pretendian ser preferidos y tener mejor asiento que Castilla. Hizo una informacion sobre el caso, y púsola por escrito, la cual, presentada que fué á los prelados, quebrantó y abajó el orgullo de los ingleses. Deste dicen que como en cierto tiempo fuese á Roma, dijo el pontífice Eugenio: Si don Alonso viniere, ¿con qué cara nosotros nos asentarémos en la silla de san Pedro? Cosa semejante á milagro que hobiese en España quien sobrepujase con la virtud la infamia y odio de aquel linaje y nacion; á la verdad honraban en él mas sus méritos y aventajadas partes que la nobleza de sus antepasados. En lo que tocaba al rey de Aragon y sus intentos, el emperador Sigismundo no le correspondió como él esperaba, antes luego que se coronó en Roma el año pasado, como si con la corona del imperio se hobiera de repente trocado, procuró y hizo liga con los venecianos, florentines y con Filipe, duque de Milan, para con las

fuerzas de todos lanzar á los aragoneses de toda Italia; asiento en que el Emperador quiso mas condescender con los ruegos del Pontífice que porque tuviese dello entera voluntad; pero sucedió muy al revés, y todos aquellos intentos y práticas fueron en vano, segun que se entenderá por lo que dirémos adelante.

CAPITULO VII.

Que Ludovico, duque de Anjou, falleció.

A los demás desórdenes y excesos, muchos y grandes, que don Fadrique, conde de Luna, continuaba á cometer despues que se pasó á Castilla, añadió en esta sazon uno muy feo con que echó el sello y acabó de despeñarse. Era mozo atrevido y desasosegado: en Aragon dejó un estado principal; los pueblos que en Castilla le dieron tenia vendidos á dinero, Arjona al condestable don Alvaro de Luna, y Villalon al conde de Benavente. Era pródigo de lo suyo, y codicioso de lo ajeno, condicion de gente desbaratada. Así, por entender que no le quedaba esperanza alguna de remediar su pobreza sino fuese con hacer algun desaguisado, se determinó de saquear la muy rica ciudad de Sevilla, apoderarse de las atarazanas y del arrabal llamado Triana, desde donde pensaba echarse sobre los bienes y haciendas de los ciudadanos. En especial estaba mal enojado con el conde de Niebla, su cuñado, que en aquella ciudad tenia grande autoridad, y dél pretendia estar agraviado y tomar venganza. Cosa tan grande no se podia ejecutar sin compañeros. Juntó consigo otros, á los cuales aguijonaba semejante pobreza, y sus malas costumbres los ponian en necesidad de despeñarse, por tener gastados sus patrimonios muy grandes en comidas, juegos y deshonestidades, sin quedalles cosa alguna; en particular dos regidores de Sevilla fueron participantes de aquel intento malvado, de cuyos nombres no hay para qué hacer memoria en este lugar. Este deseño no podia entre tantos estar secreto. Así, don Fadrique fué preso en Medina del Campo, donde el Rey fué al principio deste año. De allí le llevaron, primero á Ureña, despues á un castillo que está cerca de Olmedo; su prision y cárcel se acabaron con la vida, con tanto menor compasion de todos, que el nombre de fugitivo le hacia aborrecible á los suyos y sospechoso á los de Castilla, como ordinariamente lo son todos los que en semejantes pasos andan. Sus cómplices y compañeros pagaron con las cabezas. La condesa de Niebla doa Violante, su hermana, que quiso interceder por él, sin dalle lugar que pudiese hablar al Rey, fué enviada á Cuellar con expreso mandato que no saliese de allí sin tener órden, y esto por la sospecha que resultaba de que el Conde, confiado en la ayuda y riquezas de su hermana, intentó aquella maldad. Este fué el fin que tuvieron las esperanzas y intentos de don Fadrique, conforme á sus obras y á su inconstancia. En el cabildo de la iglesia mayor de Córdoba se muestra su sepulcro, aunque de madera, de obra prima, con el nombre del duque de Arjona, el cual, como se tiene vulgarmente, le mandó hacer su madre, que se fué tras él á Castilla. Algunos entienden que Arjona es la que antiguamente se llamó Aurigi; otros portian que se llamó municipio

urgavonense, y lo comprueban por el letrero de una
piedra que se lee en la iglesia de San Martin de aquel
pueblo, que fué antiguamente basa de una estatua del
emperador Adriano, y dice así:

IMP. CAESARI DIVI TRAIANI PARTHICI FILIO, DIVI NERVAE NEPO-
TI, TRAIANO, HADRIANO, AUGUSTO, PONTIFICI MAXIMO, TRIB.

POT. XIII. CONS. III. P. P. MUNICIPIUM ALBENSE
URGAVONENSE. DD.

los de cerca y los de léjos; los mas se ofendian que se opusiese á los intentos santísimos de los padres de Basilea, y decian que por su mala conciencia temia no le fuesen contrarios. La ofension era tan grande, que estaban aparejados á tomar las armas sobre el caso. El rey de Aragon supo esta desgracia en Palermo á los 9 de julio; dolióse, como era justo, de la afrenta del nombre cristiano y majestad pontifical; pero de tal manera se dolia, que se alegraba se ofreciese ocasion de mostrar la piedad de su ánimo y de ganar al Pontífice. Envióle sus embajadores que le diesen el pésame y le ofreciesen su ayuda para castigar sus enemigos y sosegar el pueblo. Alegróse el Pontífice con esta embajada, mas no aceptó lo que le ofrecia, porque, sosegada aquella tempestad dentro del quinto mes, los alborotos de Roma cesaron, y los ciudadanos reducidos á lo que era razon, se sujetaron á la voluntad del Pontífice, y recibieron en el Capitolio guarnicion de soldados, con que fueron absueltos de las censuras en que por injuriar al Pontífice incurrieran. En España falleció en Alcalá de Henáres á 16 de setiembre don Juan de Contreras, arzobispo de Toledo. Su cuerpo sepultaron en la iglesia mayor de Toledo en la capilla de San Ilefonso con enterramiento muy solemne y las honras muy señaladas. Juntáronse los canónigos á nombrar sucesor; y divididos los votos, unos querian al arcediano de Toledo Vasco Ramirez de Guzman, otros al dean Ruy García de Villaquiran. Esta division dió lugar á que el Rey entrase de por medio, y á instancia suya fué nombrado por arzobispo de Toledo don Juan de Cerezuela, hermano de parte de madre del condestable don Alva

Quiere decir: Al emperador César, hijo de Trajano Partico, nieto de Nerva, Adriano Augusto, pontifice máximo, tribuno la vez décimacuarta, cónsul la tercera vez, padre de la patria, el municipio albense urgavonense la dedicaron. No espantó la desgracia y castigo de don Fadrique á los infantes de Aragon para que no siguiesen aquel mal camino; antes, echados que fueron de Castilla y despojados de sus estados, que eran muy grandes, trataban de nuevo de revolver el reino con diferentes tratos que traian. Quejábase el rey de Castilla que quebrantaban las condiciones de la confederacion y asiento que se tomó con ellos poco antes. Que si deseaban durasen las treguas, era forzoso hacer salir á los infantes de toda España. El rey de Navarra, oido lo que en este propósito le decian los embajadores de Castilla, persuadió á sus hermanos se embarcasen para Italia, con intento de seguillos él mismo en breve. Decíales que, ganado el reino de Nápoles, de que se mostraba alguna esperanza, no faltaria ocasion para recobrar los estados que en Castilla les quitaron, pues todo lo demás seria fácil á los vencedores de Italia; llegaron por mar á Sicilia. El rey don Alonso, su hermano, estaba allí á la mira esperando ocasion de apoderó, y que de obispo de Osma poco antes pasara á ser rarse del reino de Nápoles, y para este efecto pretendia ganar las voluntades de los señores de aquel reino y de poner amistad con los demás príncipes de Italia, sobre todos con el pontífice Eugenio, de quien tenia experiencia le era muy contrario y deseaba desbaratar sus intentos. Ofrecíase buena ocasion para salir con esto por la larga indisposicion de la Reina y por la diferencia que los grandes de aquel reino tenian entre sí; item, por una desgracia que sucedió al Pontífice, alborotóse tanto el pueblo de Roma, que á él fué forzado huirse de aquella ciudad. La venida á Roma de Antonio Colona, príncipe de Salerno, hizo que el pueblo fácilmente tomase las armas y se alborotase contra el Papa. La causa deste odio era que perseguia á los señores de la casa Colona, y que por culpa suya aquellos dias la gente de Filipe, duque de Milan, debajo la conducta de Francisco Esforcia, talaron y saquearon la campaña de Roma. Huyó el Pontífice por el Tibre en una barca; y si bien para mayor disimulacion iba vestido de fraile francisco, desde la una ribera y desde la otra le tiraron piedras y dardos: grande atrevimiento, pero tanto puede la indignacion del pueblo y su ira cuando está irritado. En las galeras que halló apercebidas en Ostia, pasó á Toscana. Esta afrenta del Pontífice, como se divulgase por todas las provincias, causó diferentes movimientos en los ánimos de los príncipes conforme á la aficion y pretensiones de cada cual. Algunos le juzgaban por digno de aquella desgracia por tener irritados sin propósito los suyos,

arzobispo de Sevilla. A este mismo tiempo que el Rey estaba en Madrid, falleció en aquella villa don Enrique de Villena, el cual hasta lo postrero de su vejez sufrió con paciencia y con el entretenimiento que tenia en sus estudios la injuria de la fortuna y verse privado de sus dignidades y estados. Fué dado á las letras en tanto grado, que se dice aprendió arte májica; sus libros por mandado del Rey fueron entregados para que los examinase á Lope de Barrientos, fraile de Santo Domingo, maestro que era del príncipe don Enrique. El hizo quemar parte dellos, de que muchos le cargaban, ca juzgaban se debian aquellos libros que tanto costaron conservar sin peligro y sin daño para que se aprovechasen dellos los hombres eruditos. Respondió él por escrito en su defensa excusándose con la voluntad y órden que tenia del Rey, á que él no podia faltar. Los señores de Nápoles por el aborrecimiento que tenian al estado presente de aquel reino y por estar cansados del gobierno de mujer y sus desórdenes, se inclinaban á favorecer al rey de Aragon. El, con grandes promesas que hizo á Nicolao Picinino, un gran capitan en aquella sazon en Italia, pariente de Braccio, que fué otro gran caudillo, le atrajo para que siguiese su partido. En Palermo otrosí hizo confederacion con el príncipe de Taranto y con sus parientes y aliados, que por ser maltratados del duque de Anjou y de Jacobo Caldora y de sus gentes, acudieron á pedir socorro al rey de Aragon. El concierto fué que seguirian el partido de Aregon A tal que les enviase tanta gente de socorro

cuanta fuese necesaria para defenderse en la guerra que á la sazon les hacian, es á saber, dos mil caballos y mil infantes al sueldo del rey de Aragon, número que, aunque parecia bastante, no lo era comparado con las fuerzas de los contrarios; así, en breve el príncipe de Taranto fué despojado de su estado, que era muy grande, de manera que apenas le quedaron pocos castillos y pueblos por ser muy fuertes por su asiento ó por sus murallas. Casi estaba esta guerra concluida; y dejadas las armas, esperaban gozar de larga paz, cuando en Cosencia, ciudad de Calabria, el duque de Anjou, quebrantado con los grandes trabajos de la guerra y por ser aquel cielo mal sano, cayó enfermo, dolencia y mal que mediado el mes de noviembre le acabó en la flor de su edad y en medio de su prosperidad, y que estaba para apoderarse del reino, y apenas acabadas las alegrías de las bodas y casamiento que hizo con Margarita, hija de Amedeo, primer duque de Saboya. Estos son los juegos de la que llaman fortuna, esta la suerte de los mortales, desta manera nos trocamos nos y nuestras cosas. El cielo á la verdad abria el camino á su contrario para apoderarse de aquel reino, y Dios lo disponia, al cual ninguna cosa es dificultosa; en especial que la misma Reina pasó en Nápoles desta vida, á 2 de febrero, principio del año 1435. Acarreóle la muerte una larga dolencia, á que ayudó mucho la pesadumbre que recibió muy grande por la muerte del Duque, su hijo, en tanto grado, que se quejaba de sí misma, y se reprehendia de que á tan grandes y tan continuos servicios del Duque no hobiese correspondido en el amor, antes como cruel y desagradecida acarreó la muerte con sus desvíos á aquel Príncipe tan bueno. El cuerpo de la Reina sepultaron en el templo de la Anunciada con pequeña solemnidad y arrebatadamente. Con la muerte del duque de Anjou y de la Reina las cosas de aquel reino se trocaron, el partido de Aragon se mejoró, y el de Francia comenzó á desfallecer, dado que el pueblo de Nápoles, sin que se hiciese llamamiento de señores y sin órden, declararon por rey en lugar del Duque difunto á Renato, su hermano, conforme á lo que la Reina dejó en su testamento mandado; mas ¿qué ayuda les podia dar estando preso y sin libertad? Casó los años pasados con Isabel, hija de Cárlos, duque de Lorena; muerto su suegro, por no dejar hijo varon, se apoderó de aquel estado. Hízole contradiccion Antonio, conde de Vaudemont, hermano que era del difunto. Venidos que fueron á las manos, Renato fué preso y entregado en poder del duque de Borgoña, con quien el dicho Antonio tenia hecha liga y alianza. Cuánto haya sido el dolor y pena que por el un desastre y por el otro recibió la reina doňa Violante, madre de los dos duques de Anjou, no hay para qué encarecello en este lugar, pues por sí mismo se entiende. Las cosas sin duda grandemente por estos tiempos fueron contrarias á aquella familia y casa, y el cielo no les favoreció nada, quier por estar enojado contra los franceses, ó por mostrarse á los aragoneses favorable. La verdad es que como las demás cosas, así bien la prosperidad tiene su período y rueda, con que anda vagueando y variando por diversas naciones y casas, sin detenerse en ninguna parte por largo tiempo. En Nápoles fueron por el pue

blo elegidos y nombrados por gobernadores Otin Caracciolo, Jorge Alemani y Baltasar Rata, que eran los mas señalados entre los que seguian la parte de Francia, y tenian grande mano y maña para mover á la muchedumbre y atraella á su voluntad. Fallecieron al tanto en España grandes personajes; uno fué don Rodrigo de Velasco, obispo de Palencia. Matóle su mismo cocinero, por nombre Juan; desastre miserable. Este, perdido el seso, como trajese en la mano una porra, y los de casa le preguntasen qué era la que pretendia hacer, respondia él que matar al Bispe; los criados por no entender lo que queria decir, ca era extranjero, se burlaban, risa que presto mudaron en lágrimas. Estando el Obispo descuidado, le hirió en la cabeza, y achocó con aquella porra de suerte, que murió del golpe. De tan delgado hilo está colgada la vida y la salud de los hombres. Sucedióle don Gutierre de Toledo, arcediano de Guadalajara.

CAPITULO VIII.

De la guerra de los moros.

Fué este invierno muy áspero en España por las muchas aguas, atolladeros y pantanos. Los caminos tan rompidos, que apenas se podia caminar de una parte á otra; con las crecientes muchas casas y edificios se derribaron; en Valladolid y en Medina del Campo fué ma. yor el estrago. En cuarenta dias no hobo moliendas á causa de las muchas aguas, tanto, que la gente se sustentaba con trigo cocido por la falta de pan. El rio Guadalquivir en Sevilla llegó con su creciente hasta lo mas alto de los adarves, menos solamente dos codos; los moradores parte se embarcaron por miedo de ser anegados, otros de dia y de noche andaban velando, y calafeteando los muros y las puertas para que el agua no entrase. A los 28 de octubre comenzaron estas tempestades y torbellinos, y continuaron sin cesar hasta los 25 de marzo que se sosegaron. Fué grande la carestía y falta de vituallas y el cuidado de proveerse cada uno de lo necesario. Con todo esto no aflojaban en el que tenian de la guerra contra los moros, en que á las veces sucedia prósperamente, y á las veces al contrario. En particular el adelantado Diego de Ribera, como estuviese sobre Alora y la batiese, fué muerto con una saeta que del muro le tiraron. En otra parte en un rebate mataron los moros á Juan Fajardo, hijo del adelantado de Murcia Alonso Fajardo. Sucedió á Diego de Ribera en el oficio su hijo Perafan, que era de solos quince años; mas el Rey quiso con esto gratificar en el hijo los servicios de su padre muy grandes, mayormente que el mozo daba muestra de muy buen natural. La congoja que por estos desastres concibieron los de Castilla alivió en gran parte una buena nueva que vino, y fué que Rodrigo Manrique, hijo del adelantado Pero Manrique, tomó por fuerza y á escala vista á Hue car, que es una villa muy fuerte en la parte en que antiguamente se tendian y moraban los pueblos llamados bastetanos; demás desto, que un grueso escuadron de moros que venia á socorrella fué rompido y desbaratado por el adelantado de Cazorla y el señor de Valde corneja, que le salieron al encuentro; con la huida de

los moros el castillo de aquella villa que quedaba por ganar se rindió. La alegría empero de esta victoria en breve se desvaneció por otro revés y daño que recibieron los fieles, no menor que el que sucediera á los enemigos. Don Gutierre de Sotomayor, maestre de Alcántara, entró en tierra de moros con ochocientos caballos y cuatrocientos infantes para combatir á Archidona. Descubriéronlos las atalayas, avisaron con aliumadas, como suelen; juntáronse los comarcanos y apellidáronse hasta número de quinientos, armados con saetas y con hondas, con que en algunos pasos angostos y fragosos mataron gran número de los que seguian al Maestre, de suerte que apenas él con algunos pocos se pudo salvar. La venida de los bárbaros tan improvisa atemorizó á los del Maestre; y con el miedo del peligro un tal pasmo cayó sobre todos, que quedaron sin fuerza y sin ánimo. Avisado con este peligro y daño Fernan Alvarez, señor de Valdecorneja, alzó el cerco que tenia sobre Huelma, aunque la tenia á punto de rendilla, por entender que gran número de moros con la avilenteza que ganaran venia á socorrella. No menos esfuerzo algunas veces es menester para retirarse que para acometer los peligros, porque, aunque es de mayor ánimo y gloria vencer al enemigo, de mas prudencia y seso suele ser conservarse á sí y á los suyos para sazon mas á propósito, segun que aconteció entonces, que luego se rehizo de fuerzas, y junto con el obispo de Jaen dió la tala á los campos de Guadix con mil y quinientos caballos y seis mil de pié, quemó las mieses que estaban para segarse, y hizo otros grandes daños á los naturales. Acudieron de Granada mayor número de gente de á caballo y como cuarenta mil hombres de á pié; con esta morisma no dudó de pelear, resolucion, cuyo suceso, por donde comunmente calificamos los acometimientos arriscados, mostró no haber sido temeraria. La victoria quedó por los cristianos con muerte de cuatrocientos moros y buida de los demás; para escapar les ayudó la noche que sobrevino. Señalóse aquel dia de buen caballero el adelantado Perea, porque como le hobiesen muerto ei caballo y herido á él en una pierna, á pié con grande ánimo resistió á los enemigos, que por todas partes le cercaban, y los hizo retirar; el menosprecio de la muerte le hacia mas valiente y le animaba. Todavía la victoria no fué sin sangre de cristianos; muchos quedaron heridos y algunos murieron. En el reino de Murcia, no muy lejos de Huescar, hay dos pueblos poco distantes entre sí, el uno se llama Vélez el Rojo, y el otro Vélez el Blanco. Sobre estos pueblos puso cerco el adelantado Fajardo, y los apretó de manera, que los moradores fueron forzados á rendirse á partido. Sacaron por condicion que se goberuasen por las mesmas leyes que antes, y que no les impusiesen mayores tributos que acostumbraban pagar. En tres años continuados sucedieron todas estas cosas en tierra de moros, que las juntamos aquí porque no se confundiese la memoria si se relatasen en muchas partes. El año de que tratábamos fué muy señalado por las paces que en él despues de tantas guerras se hicieron entre los franceses y borgoñones. Parecia que los odios que entre sí tenian, con la mucha sangre derramada de ambas partes amansaban. Carlos,

rey de Francia, hablaba amigablemente y con mucho respeto del Borgoñon, muestra de estar arrepentido de la muerte del duque Juan de Borgoña, hecha, á lo que decia, contra su voluntad. Allegóse la autoridad y diligencia de tres cardenales que desde Roma vinieron por legados sobre el caso á las tres partes, Francia, Flándes y Inglaterra. Por la gran instancia que hicieron alcanzaron que los tres príncipes interesados enviasen sus embajadores cada cual por su parte á la ciudad de Arrás. Juntos que fueron, se comenzó á tratar de las capitulaciones de la paz. Partiéronse de la junta los ingleses por la enemistad antigua y competencia que tenian sobre el reino de Francia. El Borgoñon se mostró mas inclinado á remediar los males tan graves y tan continuados. Concertáronse que en memoria de la muerte que se dió al duque Juan de Borgoña, el rey de Francia para honralle en el mismo lugar en que se cometió el caso edificase un templo á su costa con cierto número de canónigos que tuviesen cuidado de asistir al oficio divino. Las ciudades de Macon y de Aujerre quedaron para siempre por el de Borgoña; otros pueblos á la ribera del rio Soma le fueron dados en prendas hasta tanto que le contasen cuatrocientos mil escudos, en que por aquella muerte penaban al Francés. Ninguna cosa parecia demasiada á aquel Rey, por el deseo que tenia de reconciliarse con el Borgoñon y apartalle de la amistad de los ingleses, ca estaba cierto que con esta nueva confederacion las fuerzas de Francia, á la sazon muy acabadas, en breve volverian en sí, como á la verdad sucedió. En particular los de Paris, despertados con la nueva desta alianza, tomaron las armas contra los ingleses, y aquella ciudad real volvió al antiguo señorío de Francia. Juntamente las demás cosas comenzaron á mejorarse, que basta entonces se hallaban en muy mal estado. Nuestras historias afirman que para concertar estas paces de Arrás fué mucha parte doña Isabel, hermana del rey de Portugal, que estaba casada con el duque Filipo de Borgoña. Dicen otrosí que tuvo habla con el rey de Francia para tratar de las condiciones de la paz; si esto fué así, ó si se dice en gracia de Portugal, no lo sabria averiguar. En España las reinas de Aragon y de Navarra, en sazon que los reyes, sus maridos, tenian con cerco apretada la ciudad de Gaeta, como se dirá luego, alcanzaron del rey de Castilla, el cual desde Madrid iba á Buitrago á instancia de Iñigo Lopez de Mendoza, que pretendia allí festejalle, que el tiempo de las treguas se alargase hasta 1.o de noviembre. Tuvo en esto gran parte Juan de Luna, señor de Illueca, que fué enviado por embajador sobre el caso, y lo persuadió á don Alvaro de Luna, pariente suyo, que era el que lo podia todo, y sobre toda su prosperidad se hallaba á la sazon alegre por un hijo que su mujer parió en Madrid, que llamaron don Juan. Fué grande la alegría por esta causa del Rey; los grandes asimismo, cuanto mas fingidamente, tanto con mayores muestras de amor procuraban ganar su gracia.

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CAPITULO IX.

Cómo el rey de Aragon y sus hermanos fueron presos.

Con las muertes del senescal Juan Caracciolo y de Ludovico, duque de Anjou, y de la reina doña Juana parecia que al rey de Aragon se le allanaba del todo el camino para apoderarse del reino de Nápoles por estar sin cabeza, sin fuerzas, sin conformidad de los naturales y sin ayudas de fuera, y como dado en presa á quien quiera que le quisiese echar la mano. Muchos de los señores, sea por entender lo que se imaginaba era forzoso, sea por el odio que tenian al gobierno del pueblo, que en ninguna cosa sabe templarse, comunicado entre sí el negocio, se apoderaron de Capua con su castillo, ciudad muy á propósito para hacer la guerra. Desde alli por medio de Rainaldo de Aquino, que enviaron sobre el caso á Sicilia, ofrecieron sus fuerzas y todo lo que podian al rey de Aragon con tal que se apresurase y no los entretuviese con esperanzas, pues era forzoso usar de presteza antes que la parcialidad contraria se apercibiese de fuerzas. Hallábanse con el rey de Aragon tres hermanos suyos, todos de edad muy á propósito y de naturales excelentes. Don Pedro quedó en Sicilia para recoger y juntar toda la demás armada; el Rey con el de Navarra y don Enrique solamente con siete galeras del puerto de Mecina se hizo á la vela. Tomó primero la isla de Ponza, despues la de Isquia, y finalmente llegó á Sesa, do gran número de señores eran idos desde Capua á esperar su venida. El mas principal de todos era Antonio Marsano, duque de Sesa. Tratóse en aquella ciudad de la manera cómo debian hacer la guerra; acordaron de comun parecer en primer lugar poner cerco sobre la ciudad de Gaeta. A 7 de mayo se juntaron sobre ella la armada de Aragon y la gente de tierra que seguia á los señores neapolitanos, con que la sitiaron por mar y por tierra. Vino eso mesmo con sus gentes el príncipe de Taranto. El rey de Aragon se apoderó del monte de Orlando, que está sobre la ciudad, con que tenia gran esperanza de tomalla por hallarse á la sazon los cercados no menos faltos de vituallas que llenos de miedo. Inclinábanse ellos á entregarse; mas los ginoveses, que eran en gran número, á causa de sus mercadurías y tratos, de que aquella nacion saca grandes intereses, se resolvieron con gran determinacion de defender la ciudad. Tomaron por su cabeza á Francisco Espinula, hombre principal, y que en gran manera atizaba á los demás. Con este acuerdo hicieron salir de la ciudad toda la gente flaca, á los cuales el de Aragon recibió muy bien. Hízoles dar de comer y enviólos salvos á los lugares comarcanos, humanidad con que ganó grandemente las voluntades, así de los cercados como de toda aquella provincia y nacion. Avisado el Senado de Génova del aprieto en que los suyos estaban, y porque así lo mandaba Filipo, duque de Milan, acordaron enviar de socorro una armada guarnecida de gente y bastecida de trigo y de municiones. Señalaron por general de la armada á Blas Asareto, hombre á quien la destreza en las armas y conocimiento de las cosas del mar, de lugar muy bajo y de muy pobre que era en su mocedad, levantó á aquel cargo. Llevaba doce naves gruesas, dos galeras y una galeota. El rey de

Aragon, avisado de la venida desta armada de Génova, le salió al encuentro con catorce naves gruesas y once galeras. Embarcáronse con él y por su ejemplo casi todos los señores con cierta esperanza que llevaban de la victoria. Los aragoneses llegaron á la isla de Ponza ; la armada de los enemigos surgió á la ribera de Terracina. Avisaron los ginoveses con un rey de armas que enviaron al rey de Aragon que su venida no era para pelear, sino para dar socorro á sus ciudadanos y proveellos de vituallas; que si esto les otorgaba y les daban lugar para hacello, no seria necesario venir á las manos. Fué grande la risa de los aragoneses, oida esta embajada, y no poco los denuestos que sobre el caso dijeron. Con esto tomaron las armas y ordenaron los unos y los otros sus bajeles. Antes de comenzar la pelea tres naves de los ginoveses apartadas de las demás se hicieron al mar con órden que se alargasen, y cuando la batalla estuviese trabada acometiesen á los contrarios por las espaldas. Los aragoneses, por pensar que huian, sin ningun órden acometieron á las demás naves enemigas, no de otra suerte que si la presa y la victoria tuvieran en las manos; solamente temian no se les escapasen por la ligereza. El rey de Aragon con su nave embistió la capitana contraria. El General ginovés con gran presteza dió vuelta con su nave, y con la misma cargó por popa la real con saetas, dardos y piedras en gran número, que por su gran peso y por el lastre estaba trastornada. Con el mismo denuedo se acometieron entre sí las demás naves y se abordaron; trabadas con garfios, peleaban no de otra manera que si estuvieran en tierra. Sobrepujaban en número de gente y de naves los aragoneses, pero su muchedumbre los embarazaba, y muchos por estar mareados mas eran estorbo que de provecho. Los ginoveses, por estar acostumbrados al mar, así marineros como soldados, en destreza y pelear se aventajaban. Las galeras no hicieron efecto alguno por estar las naves entre sí trabadas y ser de muy mas alto borde. La pelea se continuaba hasta muy tarde, cuando las tres naves de los ginoveses, que al principio parecia que huian, dando la vuelta acometieron de través las reales, causa de ganar la victoria. Entraron los enemigos y saltaron en la real; amonestaban á los que en ella peleaban se rindiesen. Era cosa miserable ver lo que pasaba, la vocería y alaridos de los que mataban Ꭹ de los que morian. Ninguna cosa se hacia con órden ni concierto, todo procedia acaso. La nave del Rey con los golpes del mar hacia agua; avisado del peligro en que estaba, dijo que se rendia á Filipo, duque de Milan, bien que ausente. En la misma nave prendieron al principe de Taranto y al duque de Sesa; en otras doce naves que vinieron en poder de los enemigos otro gran número de cautivos, entre ellos el rey de Navarra, al cual al principio de la pelea libró de la muerte Rodrigo Rebolledo, que tenia á su lado. Fué preso asimismo don Enrique de Aragon. De don Pedro no concuerdan los autores; unos dicen que se halló en la batalla, y que escapó con tres galeras, cubierto de la escuridad de la noche; otros que con la demás armada que traia de Sicilia llegó á la isla de Isquia al mismo tiempo que se dió la batalla. Fueron, demás de los dichos, presos Ramon Boil, virey que era de Nápoles, don Diego Gomez

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