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de Sandoval, conde de Castro, con dos hijos suyos, Fernando y Diego, don Juan de Sotomayor, Iñigo Davalos, hijo del condes table don Ruy Lopez Davalos, junto con un nieto del mismo, hijo de Beltran, su hijo, que se decia Iñigo de Guevara, y desde España acompañaron á los reyes para esta guerra de Nápoles. Despues de la victoria, que fué tan señalada y memorable, los de Gaeta con una salida que hicieron ganaron los reales de los aragoneses y saquearon el bagaje, que era muy rico, por estar allí las recámaras de príncipes tan grandes. Las compañías que quedaran allí de guarnicion y los soldados, parte fueron presos de los enemigos, otros huyeron por los despoblados y por sendas desusadas. ¿Quién no pensara que con esto el partido de Aragon y sus cosas quedaban acabadas, perdida aquella jornada y la victoria que parecia tenian entre las manos? ¡Entendimientos ciegos de los hombres, consejos improvidos y varias mudanzas y truecos de las cosas! Todo fué muy al contrario, que este revés sirvió á los vencidos de escalon para recobrar mas fácilmente el reino, y perder la libertad les fué ocasion de mayor gloria; ¿quién tal creyera? Quién lo pensara? Desta manera los pensamientos de los hombres muchas veces se mudan en contrario, gobernados y encaminados, no por la loca fortuna, sino por mas alto y mas secreto consejo. Dia viernes, á 5 de agosto, se dió esta batalla cerca de la isla de Ponza, que fué de las mas señaladas del mundo.

CAPITULO X.

Cómo el rey de Aragon y sus hermanos fueron puestos en libertad.

Dada que fué la batalla, los vencedores dieron la vuelta á Génova. Allí quedó la mayor parte de los cautivos que se tomaron, como por premio del trabajo y del gasto. Los reyes y muchos de los nobles presos, que llegaban á trecientos, llevaron á Milan. El mismo General ginovés con ellos hizo su entrada á manera de triunfo nobilísimo y cual de mucho tiempo atrás no se vió en parte alguna. Toda Italia estaba suspensa y á la mira cómo usaria aquel Duque de aquella nobilísima victoria; y sus fuerzas, que antes eran temidas de los de cerca, comenzaron á poner espanto á los que caian mas léjos. Temian quisiese aquel Príncipe, de condicion orgulloso, acometer á hacerse señor de toda Italia con la codicia que tenia de mandar y por estar ejercitado en guerras continuas. El mismo se hallaba muy dudoso de lo que en aquel caso se debia hacer y qué resolucion seria bien tomar; revolvia en su pensamiento muchas trazas, si forzaria á los reyes que tenia en su poder á recebir algunas condiciones pesadas, si haria que se rescatasen á dinero, cosa que de presente trajera provecho y contento; pero era de temer que no vengasen adelante aquella injuria con sus armas y las de sus amigos, y despues de vencidos, como tenian de costumbre, volviesen á las armas y á la guerra con mayor brio. Pensaba si los recibiria y trataria con mucha honra, y con ponellos en libertad sin rescate haria le quedasen mas obligados; honroso acuerdo fuera este y que pondria admiracion á todo el mundo. Consideraba por otra parte que no era consejo prudente, por ganar renombre y fama, perder tan buena ocasion de ensanchar su se

ñorío y aventajarse y jugar á resto abierto por esporanza que pocas veces sale cierta y verdadera, en especial que los hombres tienen costumbre, cuando los beneficios son tan grandes que no los pueden pagar, recompensallos con alguna grave injuria y ingratitud. señalada. En fin prevaleció el deseo de loa y de fama. Trató á aquellos príncipes en su casa con mucha honra y regalo como si fueran sus compañeros y amigos. Hecho esto, se resolvió de soltallos y enviallos cargados de muy grandes presentes. Con esta resolucion dió muy grata audiencia al rey de Aragon, que un dia en su presencia trató muy á la larga, y probó con muchos ejemplos que los franceses de su natural eran desapoderados sin poner término al deseo de ensanchar su señorío. Que muchas veces trataran de derribar y deshacer á los duques de Milan, y no tenian mudados los corazones. Si se acostumbrasen á las riberas de Italia, luego que se apoderasen del reino de Nápolos, fácilmente se concertarian con los ginoveses que les eran amigos y vecinos, sin reparar ni desistir de intentar nuevas empresas hasta tanto que se viesen apoderados de toda Italia. Que su padre Juan Galeazo y sus antepasados nunca se aseguraron de los intentos de franceses. Estas cosas se trataban en el castillo de Milan y estas práticas andaban, cuando madama Isabel por mandado de su marido Renato, duque de Anjou, que como queda dicho estaba preso, pasó por mar, primero á Génova, despues á Gaeta, y últimamente con su llegada á Nápoles, que fué á los 18 de octubre, reforzó grandemente y animó á los que seguían su partido. Ayudóla con gentes que le envió el papa Eugenio, y ella por sí ganaba las voluntades del pueblo por su gran nobleza, excelente ingenio, condicion y trato muy apacible. España, cuidadosa y triste por el trabajo de los reyes, volvia varias práticas de guerra y de paz. Juntáronse Cortes de Aragon en Zaragoza, en que á peticion de la Reina se trató de apercebir una armada para conservar las islas de Cerdeña y de Sicilia, que sospechaban serian acometidas por los vencedores; que ya nadie se acordaba ni tenia esperanza del reino de Nápoles. En Soria á los confines de Aragon y de Castilla hobo habla entre el rey de Castilla y la reina de Aragon, su hermana. Allí se concluyó que las treguas asentadas entre los dos reios durasen y se prolongasen por otros cinco meses. Parecia cosa injusta aprovecharse del desastre ajeno;

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los ánimos de los grandes de Castilla por la desgracia de aquellos reyes se movian á compasion. Partiéronse de Soria; en el camino se supo que la reina doña Leonor, madre de los dos reyes, falleció en Medina del Campo mediado el mes de diciembre. La fuerza del dolor que recibió por el desastre de sus hijos súbitamente le arrancó el alma. La muerte repentina hizo se creyese era esta la causa. Fué una señora muy principal y madre de príncipes tan grandes. Hiciéronle honras en muchos lugares, y en especial el rey don Juan se las hizo en Alcalá de Henares, y la Reina, su mujer, en Madrigal. Fué sepultada en San Juan de las Dueñas, un monasterio de monjas que ella levantó á su costa fuera de aquella villa, en que pasaba su vida con mucha santidad. En Milan últimamente se hizo confederacion y avenencia entre aquel Duque y los principes

sus prisioneros, cuyas capitulaciones eran: que sin exceptuar á ninguno tuviesen los mismos por amigos y por enemigos; el Duque para recobrar el reino de Nápoles prometió de ayudar con sus fuerzas y gentes; lo mismo hizo el rey de Aragon, que prometió toda su ayuda para hacer la guerra á los enemigos del duque de Milan. En gran cuidado puso este asiento, así á los italianos como á las demás naciones. El rey de Navarra fué enviado en España con poderes muy bastantes para gobernar el reino de Aragon. Era necesario allegar dinero, hacer nuevas levas de soldados y apercebir una gruesa armada. El príncipe de Taranto y el duque de Sesa fueron á Nápoles para animar y esforzar á los de su parcialidad, y para que avisasen al infante don Pedro en nombre del Rey, su hermano, que les acudiese con la armada que tenia aprestada en Sicilia. Ejecutóse con gran presteza lo que el Rey mandaba; llegada que fué la armada de Sicilia á la isla de Isquia, se apoderó de la ciudad de Gaeta por entrega que della hizo Lanciloto, su gobernador, natural que era de Nápoles, á 25 de diciembre, dia de Navidad, y principio del año 1436. Pocos dias despues el rey de Aragon, puesto en libertad por el Duque, como está dicho, llegó á Portovenere, el cual castillo y el de Lerice entre tan grandes tempestades, dado que están en las marinas de Génova, se conservaron en la fe del rey de Aragon, y se tenian por él, mas por miedo de la guarnicion aragonesa que tenian que por voluntad de los naturales. Algunos dicen que del desastre y libertad del rey de Aragon se dieron diversas señales y se vieron milagros; cada cual les dará el crédito por sí mismo que la cosa merece; á mí no me pareció pasar en silencio cosas tan públicas y tan recebidas comunmente. El mismo dia que se dió la batalla cerca de la isla de Ponza, en la puente que en Zaragoza se edificaba sobre Ebro, de obra muy prima y muy ancha, como á medio dia, sin bastante ocasion para ello se cayó el arco principal, y con su caida mató cinco hombres. Dirá alguno que las cosas casuales suele el vulgo muchas veces, cuando son pasadas, publicallas por milagros y sacar dellas misterios; sea así, pero ¿qué dirémos de lo que se sigue? Nueve leguas mas abajo de Zaragoza, á la ribera del mismo rio Ebro, está un pueblo llamado Vililla, edificado de una colonia de los romanos, que en los pueblos ilergetes se llamaba Celsa. En este tiempo y en el de nuestros abuelos por ninguna cosa es el dicho pueblo mas conocido que por una campana que allí hay, la cual aquellos hombres están persuadidos que diversas veces por sí misma con una manera extraordinaria se toca sin que ninguno la mueva para anunciar cosas grandes que han de venir, buenas ó malas. Yo no trato de la verdad que esto tiene, ni lo tomo á mi cargo. Consta por lo menos que autores graves lo refieren, y citan testigos de vista de aquel milagro. Dicen pues que aquella campana un dia antes que los reyes fuesen presos se tañó por sí misma, y otra vez, á 30 de octubre, y la tercera á 5 del mes de enero próximo siguiente, dia en que, hecha la alianza en Milan, el rey de Aragon fué puesto en libertad. Muchas plegarias se hicieron, y muchas misas se dijeron para aplacar la ira de Dios, que por estas señales entendian les amenazaba; congoja y

cuidado de que se libraron los naturales con la buena nueva que vino de la libertad dada á sus príncipes; y la tristeza que recibieran por aquel grave desman, y el miedo de algun nuevo mal que sospechaban se daba á entender por aquellas señales, se trocó en pública alegría de toda aquella nacion y aun de lo demás de España.

CAPITULO XI.

De las paces que se hicieron entre los reyes de Castilla y de Aragon.

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De las paces que se hicieron en Milan resultó una nueva y pesada guerra; los ginoveses tomaron las armas y públicamente se revolvieron contra el duque de Milan. Tenian aquellos ciudadanos por cosa pesada que el fruto de la victoria ganada con su peligro y esfuerzo otros se lo quitasen, y que Filipo, duque de Milan, se llevase las gracias de las paces hechas con los reyes y de ponellos en libertad con presentes que les dió, liberalidad con que quedaban cargados del odio que por fuerza les tendrian los aragoneses y catalanes, naciones con las cuales antiguamente tuvieron grando enemiga. Querellábanse demás desto que el amparo de los duques de Milan, á que forzados acudieron e tiempo pasado, le mudasen en señorío y en una dura servidumbre. Alterados con esta indignacion, hecha liga en puridad con el pontífice Eugenio y con Renato duque de Anjou, tomaron las armas. Gobernaba aquella ciudad en nombre del duque Filipo Paccino Alcia to, que fué muerto en aquella revuelta y alboroto de pueblo; á otros que estaban por el Duque pusieron la espadas á los pechos, y algunos quedaron heridos, gunos muertos. Mirábanles las palabras, los meneo que hacian y visajes, por ver si daban alguna muestr de aborrecer lo que de presente se hacia y favorecer los de Milan. Con esto, lo que acontece en los alboro tos del pueblo, en breve á lo que acudió la mayor par te, se allegaron todos los demás; si algunos sentian! contrario, en lo público aprobaban y adulaban los in tentos de los alborotados. El principal movedor dest motin fué Francisco Espinula, que ganó nombre valiente por la defensa de Gaeta que hizo poco ante de que cobrara gran soberbia; sobre todo, se mov por ser enemigo de los fliscos y de los fregosos, linaj que se arrimaban á los aragoneses. Muchos pueblo por aquella comarca, á ejemplo de Génova y por su au toridad, despertados con la dulzura y esperanza que prometian de la libertad, se levantaron y echaron sí la guarnicion que tenian por el duque de Milan. De tuvieron los españoles que tenian cautivos, por cuales y para librallos el rey de Aragon les hobo pagar setenta mil escudos. Con los sicilianos se hobi ron mas mansamente por causa de la antigua amista buen acogimiento y contratacion que con aquella is tenian; así los soltaron sin rescate; solo tres hijos Juan de Veintemilla quedaron por largo tiempo en G nova, no se sabe si por aborrecimiento que les tuvi sen, si por pretender dellos alguna grande cantida El rey de Aragon, á instancia del duque Filipo, prod raba sosegar las alteraciones de Génova con la arma que don Pedro, su hermano, le envió desde Gae

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pero desistió de la empresa por parecelle cosa larga esperar hasta tanto que sosegase aquella gente tan alborotada; para la priesa que él tenia de acudir á las cosas y reino de Nápoles, cualquiera tardanza le era muy pesada. Sabia muy bien que en las guerras civiles un dia y una hora, si no se acude con tiempo, suele causar grandes mudanzas y ser causa que grandes ocasiones se desbaraten; ninguna cosa es mas saludable que la presteza. Con esta resolucion de Portovenere envió á don Enrique, su hermano, á España. Hízole merced del estado de Ampúrias, y mandóle que ayudase en la guerra si el rey de Castilla se la hiciese por aquella parte, de que se recelaban á causa que el tiempo de las treguas espiraba. El mismo Rey con la armada se hizo 4 la vela y llegó á Gaeta á 2 de febrero. En este medio don Pedro, su hermano, se apoderara de Terracina con gran sentimiento del pontífice Eugenio, cuya era aquella ciudad, por pensar que los aragoneses eran tan arrogantes, que no contentos con el reino de Nápoles, pretendian apoderarse de toda Italia sin tener respeto á la majestad sacrosanta ni moverse por algun escrúpulo por ser feroces; ralea de hombres fiera y mala, como él decia. Con la venida del Rey, los señores neapolitanos y los soldados acudieron á Gaeta. Nombró por general del ejército á Francisco Picinino, en que tuvo consideracion á hacer placer al duque Filipo, acerca del cual Nicolao, padre de Francisco, tenia en todas las cosas el principal lugar de autoridad y mando, en aquella sazon capitan muy señalado, de grande ejercicio en las armas y que se podia comparar con los caudillos antiguos. Ardia Italia en ruidos y asonadas de guerra. Unas ciudades suspensas con las sospechas que tenian de una nueva guerra, otras hacian ligas y confederaciones entre sí para echar los aragoneses de Italia, En particular los venecianos, florentines y ginoveses, á persuasion y con ayuda del pontífice Eugenio, quién por odio de nuestra nacion, quién por amor de la francesa, se ligaban para este efecto y juntaban sus fuer

título. Quiso ablandar aquel dolor y gratificar aquel servicio y voluntad con esta honra hecha á la familia nobilísima y de las mas poderosas de España de los Guzmanes. Hallábase el Rey en Toledo, do era vuelto despues que visitó á Alcalá y á Madrid. La corte se ocupaba en juegos y regocijos con poco ó ningun cuidado de la guerra. En aquella ciudad, á 2 de setiembre, se concluyeron las paces entre Castilla, Aragon y Navarra, ocasion y materia para todos de gran alegría. Entendieron en hacer el asiento don Alonso de Borgia, obispo de Valencia, y don Juan de Luna y otras personas principales que vinieron de Aragon, y con ellos el arzobispo de Toledo, el maestre de Calatrava y don Rodrigo, conde de Benavente, que despues de muchas porfías se acordaron en estas condiciones: doña Blanca, hija mayor del rey de Navarra, case con don Enrique, príncipe de Castilla; en dote á la doncella se dén Medina del Campo, Olmedo, Roa y el estado de Villena; si deste matrimonio no quedare sucesion, estos pueblos vuelvan al señorío de Castilla, y en tal caso se dé cierta cantidad de dineros, en que se concertaron, al rey de Navarra en recompensa de aquellos lugares; á don Enrique de Aragon se dén cada un año cinco mil florines, y á su mujer tres mil; los pueblos y castillos que de una y otra parte se tomaron durante la guerra á la raya de aquellos reinos se vuelvan á los señores antiguos; á los que de una y otra parte se pasaron sea otorgado perdon, fuera del conde de Castro y el maestre de Alcántara; demás destos, sacó el de Navarra por su parte á Jofre, marqués de Cortes, por ser hombre inquieto, deseoso de novedades y que por ser de sangre real pretendia apoderarse del reino. Con estas capitulaciones las treguas se mudaron en paces, y concertaron de hacer liga contra todas las naciones y príncipes. Solamente el rey de Castilla sacó al de Portugal y al Francés. Y de parte de los aragoneses exceptuaron al duque de Milan y Gaston, conde de Fox, cuyo padre, llamado Juan, falleció poco antes desto, y él he

zas. En España por el mismo tiempo se hacia la guerredó aquel estado en edad de quince años, y era yerno

ra á los moros. Entre los demás reyes estaban para concluirse las paces por la gran instancia y diligencia que en ello puso el rey de Navarra. Su intento era volver las fuerzas de aquella nacion contra Italia sin cuidar de las cosas de España. Dos castillos, llamados e! uno Galea, y el otro Castilleja, se rindieron en tierra de moros á Rodrigo Manrique, que andaba con gente por aquellas partes. El alegría que resultó desta buena nueva en breve se mudó en mayor cuita por el desastre muy triste del conde de Niebla don Enrique de Guzman, el cual, por hacer muestra de su esfuerzo y ganar la gracia de su Rey, tenia puesto cerco sobre Gibraltar, pueblo asentado sobre el Estrecho. Allí como despues de cierta escaramuza se recogiese á su armada, se ahogó con otros cuarenta compañeros por dar lado hundirse el batel á causa de los muchos que acudieron y estar el mar con la ordinaria creciente alterado. Don Juan de Guzman con el dolor que recibió del desastre de su padre y desconfiado de salir con la empresa, alzado siu tardar el cerco, se retiró á Sevilla. Este caballero fué el primer duque de Medina Sidonia, por merced que poco adelante le hizo el rey don Juan deste

del rey de Navarra, concertado con doña Leonor, su hija menor. Divulgado este concierto, en todas partes se hicieron procesiones, alegrías y regocijos. Gozábanse que quitado el miedo de la guerra, cesaban los males, y parecia que en España las cosas irian grandemente en mejoría. El conde de Castro en breve alcanzó perdon y volvió á Castilla; y hostigado con destierro tan largo, en lo de adelante se mostró mas recatado que antes. Lo que aquí se dice y en otras partes del conde de Castro se sacó de las corónicas destos reinos. Los de su casa muestran cédulas reales en aprobacion del Conde, y en que le prometen recompensa jurada por lo que en estas revueltas le quitaron; muchas alegaciones y procesos que se causaron en defensa de su lealtad,

que holgáramos se procediera á sentencia para que todos nos conformáramos. Lo que se puede decir con verdad es que fué un gran caballero, y en todas sus obras de los mas señalados de aquel tiempo. La nola, á mi ver, es de poca consideracion, por correr la misına fortuna muchas de las mejores casas de Castilla, como del Almirante, conde de Benavente y conde de Alba, con otro gran número de nobleza que entraron á la

parte, sin que por ello hayan perdido punto de su reputacion, y en el Conde fué mas excusable lo que hizo, por la obligacion que le corria de seguir y acompañar á los hijos del con quien se crió desde su niñez, que fué el infante don Fernando, que despues fué rey de Aragon, demás que los temporales corrieron tan turbios y ásperos, que apenas se puede deslindar de qué parte de las dos estuviese la razon y la justicia, y es ordinario que en tiempos semejantes los mejores padezcan mas; razones todas de momento para no reparar en este punto ni hacer desto mucho caso. En el entre tanto el rey de Aragon no dejaba de atraer y ganar los corazones de los neapolitanos y ayudar con industria sus fuerzas. Juntósele Baltasar Rata, conde de Caserta, que era uno de los gobernadores nombrados por el pueblo; lo mesmo Ramon Ursino, conde de Nola. Para ganalle y obligalle le prometieron por mujer á doña Leonor, doncella de sangre real y hija del conde de Urgel, que poco antes desto falleció en Játiva. Con tanto el Rey de la ciudad de Capua, en que se hacia la masa de la gente, salió en campaña con intento en ocasion de combatir á los enemigos y apoderarse, como en breve se apoderó, del valle de San Severino, de la ciudad de Salerno y de las marinas de Amalfi. Puso guarniciones en todos estos lugares, con que las fuerzas de Aragon se afirmaron, y enflaquecieron las de los angevinos. Quedaba entre otras la ciudad de Nápoles, cabeza del reino. Tenian no pequeña esperanza de ganalla por estar los ánimos muy inclinados al Aragonés y por ser grandes las fuerzas de su parcialidad. Lo que sobre todo les ponia buen corazon y animaba eran los dos castillos que en aquella ciudad en medio de tan grandes tempestades todavía se tenian por Aragon; cosa que parecia milagro, y era como buen agüero para la guerra que restaba.

CAPITULO XII.

Que los portugueses fueron maltratados en Africa.

Fué este invierno áspero por las heladas grandes y por las muchas nieves que cayeron en España; nadie se acordaba de frios tan recios; en particular estando el rey en Guadalajara, siete leñadores que salieron por leña á los montes comarcanos perecieron y se quedaron helados por la gran fuerza del frio el mismo dia de año nuevo de 1437. Sobre las nieves cayeron heladas, y sobre lo uno y lo otro corrieron cierzos, con que mucha gente pereció. Queria el Rey en tan recio tiempo pasar á Castilla la Vieja, y por estar los puertos muy cubiertos de nieve fué necesario enviar delante trecientos peones, que abrieron el camino y apartaron la nieve á la una y á la otra parte con montones que hacian á manera de valladar de la altura de un hombre á caballo. Con esta diligencia se pasaron los montes con que parten término las dos Castillas, la Nueva y la Vieja ; y el Rey acudió á cosas que le forzaron á ponerse en aquel trabajo. De Roa por el mes de marzo pasó á Osma, desde allí envió al príncipe don Enrique, su hijo, á Alfaro, villa principal á la raya de Navarra. Fueron en su compañía los mas de los grandes; entre todos el que mas se señalaba era don Alvaro de Luna, que poco an

tes sacó á la Reina por pura importunidad el castillo de Montalvan, y le juntó con Escalona, que ya poseía cerca de Toledo, sin acordarse que cuanto crecia en poder, tanto era la envidia mayor, contra la cual ningunas fuerzas bastan á contrastar. Dos dias despues que el Príncipe llegó á Alfaro vino al mismo lugar la reina de Navarra, acompañada de sus hijos y de mucha gente de los suyos, en especial del obispo de Pamplona y de Pedro Peralta, payordomo mayor de la casa real, y de otros señores. Hiciéronse con grande solemnidad los despo sorios del Príncipe y de doña Blanca en edad que tenian de cada doce años. Desposólos el obispo de Osma don Pedro de Castilla, persona muy noble y de sangre real. Gastáronse en regocijos cuatro dias, los cuales pasados, la reina de Navarra y la desposada, su hija, se volvieron á su tierra. El rey de Castilla y su hijo el príncipe don Enrique fueron á Medina del Campo. En aquella villa por consejo de don Alvaro de Luna y del conde de Benavente, fué preso el adelantado Pedro Manrique por mandado del Rey y enviado al castillo de Fuentiducia para que allí le guardasen. Sucedió esta prision por e mes de agosto, que fué un nuevo principio de alboro tarse el reino, de que grandes males resultaron. Las causas que hobo para hacer aquella prision no se saben; lo que con el tiempo y por el suceso de las cosa se entendió fué que con otros señores tenian comuni cado en qué forma podrian derribar á don Alvaro d Luna, cosa que en aquella sazon se tenia por críme contra la majestad y aleve. Fué este año memorabl y desgraciado á los portugueses por el estrago muy gran de que en ellos hicieron los moros en Africa. Ardia los cinco hermanos del rey de Portugal en deseo de ga nar nombre y ensanchar su señorío; en España ¿cóm podian por ser aquel reino tan pequeño y tener hecha poco antes paces con los comarcanos? Cuidaron ser mas honrosa empresa la de Africa como contra gen enemiga de cristianos. Deteníalos la falta de dinero pa la paga y socorro de los soldados. Para remedio des dificultad por medio del conde de Oren, embajador Portugal en corte romana, alcanzaron del pontif Eugenio indulgencia para todos aquellos que tomas la señal de la cruz por divisa y se alistasen para aque jornada. Fué grande la muchedumbre y canalla de ge te que sabido esto acudió á tomar las armas. DonFe nando, maestre de Avis, como el mas ferviente que e de sus hermanos, se ofreció para ser general en aque empresa. Tratóse de la manera que se debia hacer guerra en una junta del reino que para esto tuviero Don Juan, maestre de Santiago en Portugal, uno de hermanos, era de ingenio mas sosegado y mas prude te; como tal fué de parecer, el cual puso por escri que no debian acometer á Africa sino fuese con to las fuerzas del reino, por ser aquella provincia poder en armas, gente y caballos. Decia que muchas ve con gran daño fuera acometida, y al presente seria perdicion, si no se median con sus fuerzas y si no bian enfrenar aquel orgullo ó celo desapoderado. «0] yo salga mentiroso; pero si no sosegais esta gana pelear y la gobernais con la razon, los campos de Af quedarán cubiertos con nuestra sangre. ¿En esta ge y soldados confiais? Antes de la pelea se muestran

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vos, y venidos á las manos, en el peligro y trance cobardes, pues no tienen uso de las armas ni fortaleza ni vigor en sus corazones, solo número y no mas. ¿Por ventura menospreciais á los moros? Temo que este menosprecio ha de acarrear algun gran mal. Mirad que irritais una gente muy determinada, sin número y sin cuento, y que por su ley, por sus casas, por sus hijos, y mujeres pelearán con mayor ánimo. Diréis que confiados en el ayuda de Dios. Esto seria, si las vidas y costumbres fueran á propósito para aplacalle, mejores de lo que vemos en esta gente, y si con madureza y con prudencia se tomaren las armas; que los santos no favorecen los locos atrevimientos y sandios, antes será por demás cansallos con plegarias y rogativas no limpias. Alguna experiencia que tengo de las cosas y el amor ferviente de la patria y de la salud comun me hacen hablar así, y temer no cueste á todos muy caro esta resolucion que teneis en vuestros ánimos concebida.» Aprobaban este parecer todas las personas mas recatadas, en especial los infantes don Pedro y don Alonso; solo don Enrique era el que fomentaba los intentos de don Fernando. Tenia grande autoridad por ser el que era y por sus riquezas y estudios de letras con que acreditaba todo lo demás. Sucedió lo que es ordinario, que los mas y su parecer, aunque peor, prevaleció contra lo que sentia la mejor parte; de suerte que por comun acuerdo se resolvieron en pasar adelante. Apercibieron una armada, y en ella embarcaron hasta seis mil soldados. Sonaba la fama que el número de la gente era doblado, es á saber, doce mil combatientes, que fué otro nuevo daño. A 12 de agosto se hicieron á la vela, y dentro de quince dias llegaron á Africa. En Ceuta, donde surgieron, hicieron consulta en qué manera se haria la guerra. Tomaron resolucion de cercar á Tánger, ciudad de romanos antiguamente muy noble, á la sazon pequeña. Está puesta al Estrecho enfrente de Tarifa. Al derredor tiene grandes arenales, por donde el campo no se puede sembrar y es estéril, fuera de algunos bajos y valles que hay, que por regarse con las aguas de cierta fuente que cerca tienen, son de gran frescura y fertilidad. Los cercados, puesto que por espacio de treinta y siete dias fueron combatidos gallardamente, nunca perdieron el ánimo, antes porla esperanza que tenian de ser presto socorridos, se animaban á defender la ciudad. Acudieron á socorrella los reyes de Fez y de Marruecos y otros señores africanos con seiscientos mil hombres que traian de á pié y setenta mil de á caballo, maravilloso número, si verdadero. La fama y el ruido suele ser mas que la verdad. A tanta gente ¿cómo podian resistir los portugueses? Pelearon al principio fuertemente, despues cercados por todas partes de muchedumbre tan grande, se hicieron fuertes en sus reales; pero tristes, fijados los ojos en tierra, ni respondian ni preguntaban, antes todo el tiempo que podian se estaban dentro de las tiendas; la misma luz y trato por la aflicion les era pesada. Trataron de huir; pero ¿ adónde ó por qué parte, estando todo el campo cubierto de sus contrarios? Mayormente que las piedras se levantan contra el que huye. Forzados de necesidad enviaron mensajeros de paz. Los bárbaros respondieron que se despidiesen de ningun con

cierto, si no fuese que, entregada Ceuta, saliesen de toda Africa. Era cosa muy pesada lo que pedian, y que no estaba en su mano prometello; todavía por el deseo que tenian de salvarse otorgaron, y por rehenes el general don Fernando y otras personas principales; los demás rotos, sucios y maltratados se fueron primero á Ceuta, y de allí pasaron á Portugal al cabo del año. Tratóse en Ebora en una junta de señores del asiento que tomaron y del cumplimiento dél. De comun acuerdo salió decretado que aquellas condiciones, como otorgadas sin voluntad del Rey, eran en sí ningunas, y que no se debian cumplir; que la fe dada y la jura se cumplia bastantemente con dejalles los rehenes que en Africa quedaran, para que con sus cabezas pagasen lo que necia y locamente asentaron. ¿Por ventura si con la misma soberbia los necesitaran los bárbaros á prometer que entregarian todo Portugal, era de cumplir la tal promesa y sufrir que de nuevo los moros pusiesen el pié y el yugo de su imperio y señorío en España? Que si prometieran otras muchas cosas muy indignas, corno pudiera ser, ¿estuvieran por ventura obligados los portugueses á pasar por ellas? El cautiverio pues de don Fernando fué perpetuo, padeció menguas y prisiones muy graves. Su sepulcro se muestra en la ciudad de Fez, puesto en un lugar alto como trofeo que levantaron de nuestra nacion y por memoria de la victoria que ganaron. Así el que fué principal en la culpa, acaso ó por voluntad de Dios fué mas gravemente que los demás castigado.

CAPITULO XIII.

Cómo el infante don Pedro fué muerto en el cerco de Nápoles.

En España revolvian sospechas de nuevos alborotos por estar gran parte de los grandes aversos de su Rey por la prision injusta, como ellos decian, que se hizo en la persona de Pedro Manrique. Asimismo se veian por todas partes entre las personas eclesiásticas grandes contiendas y debates, á causa que el pontífice Eugenio, por tener desde el principio de su pontificado por sospechoso el concilio de Basilea, procuraba disolvelle; que era un camino inventado á propósito para hacer burla y enflaquecer las fuerzas de los concilios, que enfrenaban y ponian algun espanto á los pontífices romanos. Pero desistió deste intento por entonces por cartas que en esta razon le vinieron muy graves del emperador Sigismundo y del cardenal Cesarino, su legado. Los padres de Basilea, tomando mas autoridad y mano de lo que por ventura fuera justo y irritados por lo que el Papa intentara, le hicieron intimar que si no venia en persona al Concilio, pronunciarian contra él lo que se acostumbra contra los que desamparan su oficio y no cumplen con lo que son obligados y con el deber en caso semejante. No quiso obedecer; amenazaban de deponelle y quitalle la autoridad pontifical que tenia. Este era el intento de los obispos; los príncipes cristianos no se conformaban en un parecer, algunos resistian á aquel intento como arrojado y temerario, por la memoria que tenian de las llagas que en el scisma pasado recibió la Iglesia cristiana, que apenas se habian encorado y sanado; en particular hizo, rezistoneia el emperador Sigismun-lo, dado que no era nada amigo

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