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del Pontífice. Poco prestó su autoridad á causa que en el mismo tiempo que estas pláticas se comenzaron pasó desta vida, á 9 de diciembre, mas señalado por la paz de la Iglesia que fundó y por habella ahora defendido que por los muchos años que imperó. Sucedió en su lugar su yerno Alberto, duque de Austria, que ya era rey de romanos. Coronóse primer dia de enero, principio del año 1438, en tiempo que en un lugar que tenia don Alvaro de Luna en Castilla la Vieja, llamado Maderuelo, cayeron piedras tan grandes como almohadas pequeñas, que no hacian daño por ser la materia liviana. Para averiguar el caso y informarse de todo enviaron á Juan de Agreda, adalid del Rey, que trajo á Roa, do halló al rey de Castilla, algunas de aquellas piedras. Dudábase si era buen agüero ó malo, pero ni aun del suceso de la guerra de los moros se entendió bastantemente qué era lo que aquellas piedras pronosticaban, ca por una parte Huelma, pueblo que los antiguos llamaron Onova, dado que estaba fortificado con número de soldados y con murallas bien fuertes, fué ganada de los moros por la buena industria y esfuerzo de lñigo Lopez de Mendoza, señor de Hita, á cuyo cuidado estaba la frontera de Jaen; por otra parte el alegría no duró mucho á causa que Rodrigo Perea, adelantado de Carzola, en una entrada que hizo en tierra de moros fué muerto por mucho mayor número de enemigos que cargó sobre él, y de mil y cuatrocientos soldados que llevaba, solos veinte escaparon por los piés. Tampoco los moros ganaron la victoria sin sangre, que el mismo capitan que era de los Bencerrajes y gobernador de Granada pereció en el encuentro con otros muchos, que fué algun alivio del desastre. El rey de Aragon, por estar agraviado y sentido del pontífice Eugenio, parecia ayudar los intentos de los de Basilea, en especial que demás de los desaguisados pasados al presente Juan Vitelesco, patriarca de Alejandría, con gente del Pontífice y por su órden hizo entrada por las fronteras del reino de Nápoles, y con su venida se alteraron y trocaron mucho los ánimos de los naturales, tanto, que el príncipe de Taranto y el conde de Caserta se pasaron á la parte del Papa, como personas que eran poco constantes en la fe, de ingenio mudable y vario. Al contrario, Antonio Colona se reconcilió con el rey de Aragon con esperanza que se le dió de recobrar el principado de Salerno, que antes le quitaron. El Patriarca fué en breve desbaratado por los de Aragon y forzado á salirse del reino de Nápoles, si bien venia armado de censuras y con valientes soldados. Los otros señores se redujeron al deber en el mismo tiempo que Renato, duque de Anjou, rescatado de la prision en que le tenian, con su armada, llegó á Nápoles á 19 de mayo. Su venida fué de poco momento, por no traer dinero alguno para los gastos de la guerra; solo los ánimos de muchos se despertaron á la esperanza y deseo de novedades. En muchas partes se emprendió la llama de la guerra. La mayor fuerza della andaba en las tierras del Abruzo. Jacobo Caldora, capitan muy experimentado, sustentaba en aquella comarca el partido de Renato. El mismo, desque supo su venida, le acudió luego en persona, maguer que no muy confiado de la victoria á causa que el partido de Aragon de cada dia mas se adelanta

ba, y muchos pueblos y castillos por aquella comarca venian en poder de los aragoneses. Renato para ganar reputacion y entretener acordó desafiar al enemigo á hacer campo, y en señal del riepto le envió una manopla, si de corazon no se sabe. Lo que consta es que el Aragonés aceptó, y todo aquel acometimiento se fué en humo por las diferencias que resultaron, como era forzoso, sobre el dia y el lugar y otras circunstancias del combate. En Burges el rey de Francia en una junta que hizo de todos los estados de su reino aprobó los decretos de Basilea por una ley que vulgarmente se llama pragmatica sanction, por la cual mandó se sentenciasen los pleitos. Dió gran pesadumbre al papa Eugenio aquella ley, porque con ella parecia se quitaba casi toda la autoridad al sumo pontificado en Francia, sea en conferir los beneficios, sea en sentenciar los pleitos. Asi, con mayor resolucion se determinó de disolver el concilio de Basilea, de do procedian tales efectos, demis de otros nuevos miedos que se mostraban. Hizo pues un nuevo edicto, en que pronunció trasladaba el Concilivá Ferrara, ciudad de la Italia. El legado Cesarino, sabida la voluntad del Pontífice, y con él de siete cardenales que eran los cinco se pasaron á Ferrara; los otros dos se quedaron en Basilea. La causa que se alegaba para mudar el lugar era la venida del emperador Juan l'aleólogo y del patriarca de Constantinopla, que pasaron á Italia con intento de unir las iglesias de oriente con las de occidente y hacer la paz, que todos tanto deseaban. Llegados que fueron á Ferrara, les hicieron mucha honra. Sobrevino peste, que forzó de nuevo á pasar el Concilio á Florencia, cabeza de Toscana. En aquella ciudad con trabajo de muchos dias se disputaron las controversias que entre los latinos y los griegos hay con mayor ruido y esperanza de presente que provecho para adelante. Los padres de Basilea al principio pretendieron y trataron que los griegos fuesen allá; no salieron con ello. Por esto y por la disolucion del Concilio, mas irritados contra el pontifice Eugenio que amedrentados, nombraron por presidente en lugar de Cesarino á Ludovico, cardenal arelatense. Demás desto, trataban de cosas á la república y á la Iglesia perjudiciales y malas. Amenazaban que quitarian á Eugenio el pontificado; y él depuesto, nombrarian otro papa en su lugar. En Italia á la sazon que Renato, duque Anjou, se ocupaba en combatir los castillos que en e Abruzo se tenian por sus enemigos, el rey de Aragon animado con la prosperidad de sus cosas, se determin marchar la vuelta de Nápoles, ciudad que era cabeza de la guerra y del reino, y por seguir la gente moza Renato, se hallaba sin bastante guarnicion, ni aun teni vituallas para muchos dias. En el campo aragonés pa saron alarde hasta quince mil hombres, y en la armad se contaban cuatro galeras, siete naves gruesas y otr mayor número de bajeles pequeños á propósito que po la mar no entrasen en la ciudad bastimentos. Con est aparejo cercaron por mar y por tierra, á 22 de setiem bre aquella ciudad, que es de las mas señaladas qu tiene Italia en número de ciudadanos y arreo, majes tad de edificios y en todo lo al. Hallábanse presente con el Rey y en su ejército y campo Mateo Acuaviva duque de Atri, el conde de Nola, Juan Veintemilla

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Pedro Cardona. Luego que hobieron barreado y fortificado los reales, comenzaron á aparejar escalas y otros ingenios para la batería. Repartiéronse los escuadrones por lugares á propósito para apretar los cercados. Estaban ya para dar el asalto, cuando la fortuna, que tiene por costumbre de jugar y burlarse en las cosas humanas y mezclar las cosas adversas con las prósperas, trastornó todos los intentos del rey de Aragon con un muy triste desastre. Fué así, que el infante don Pedro de Aragon, á 23 de octubre, por la mañana salido de los reales, se adelantó un poco para atalayar la ciudad. En esto dispararon una pelota de un tiro de artillería desde la iglesia de nuestra Señora de los Carmelitas, con que le hirieron y mataron. Tres veces saltó la bala, y con el cuarto salto que dió le quebró la cabeza; el cuerpo muerto fué llevado á la Madalena. Acudió á la triste nueva el rey don Alonso, su hermano, y besado el pecho del difunto: «Diferente alegría, dice, esperaba de tí, oh hermano, eterna honra de nuestra patria y partícipe de nuestra gloria. Dios haya tu alma.» Junto con esto con sollozos y lágrimas á los que presentes se hallaron: «Este dia, dijo, soldados, hemos perdido la flor de la caballería y de toda la gala. ¡Con cuánto dolor digo estas palabras! » Murió en lo mas florido de su mocedad, en edad de veinte y siete años, sin casarse. Hallóse en muchas guerras, y en ellas ganó prez y honra de valeroso; depositáronle en el castillo del Ovo. Los soldados vulgarmente y tambien la muchedumbre del pueblo tuvo por mal agüero la muerte de don Pedro, en especial que con las muchas aguas no se podia batir la ciudad ni dar el asalto; por esto, alzado el cerco, se retiraron á Capua. El marqués de Girachi Juan Veintemilla, en este medio enviado al encuentro contra Renato, que acudia con gentes para socorrer á los cercados, se encontró con él en el valle de Gardano. Prendió con su llegada al improviso algunos de los enemigos, con que los demás fueron forzados á doblar el camino y por otra parte pasar á tierra de Nola. Esto hecho, el Veintemilla con su escuadron en ordenanza se volvió al cerco de Nápoles. El rey don Alonso, con intento que tenia de volver á la guerra luego que el tiempo diese lugar y se abriese, se determinó de llamar desde España los otros dos sus hermanos. El deseo que tenia de ganar el reino de Nápoles era tal, que mostraba no hacer caso de los reinos que su padre le dejó, si bien comenzaban á ser trabajados por un buen número de gente francesa, que por estar acostumbrada á robar, debajo de la conducta de Alejandro Borbon, hijo bastardo de Juan, duque de Borbon, rompió por aquellas partes. Llevaban otrosí por capitan á Rodrigo Villandrando, persona que, aunque era español y natural de Valladolid, sirvió muy bien al rey de Francia en las guerras contra los ingleses, y de soldado particular llegó á ser capitan, y alguna vez tuvo debajo de su regimiento diez mil hombres. Era robusto de cuerpo, muy colérico. Estaba aquella gente acostumbrada debajo de aquellos capitanes á vivir de rapiña, talar y saquear pueblos y campos como los que tenian el robo por sueldo, y la codicia por gobernalle; hicieron entrada por el condado de Ruisellon. Fué grande el cuidado en que pusieron á los naturales, á la reina de Aragon y al rey de Navarra.

Mas fué el miedo que el daño; en breve aquella tempestad se sosegó á causa que los franceses por la aspereza del tiempo dieron la vuelta hácia otra parte, y se retiraron sin hacer en aquel estado algun daño notable. Aciago año y desgraciado fué este para Portugal, así bien por la pérdida tan grande que hicieron en Africa como por la peste que se derramó casi por todo aquel reino con muerte de gran número de gente. El mismo rey don Duarte, en el convento de Tomar en que por miedo se retiró, de una fiebre que le sobrevino finó á los 9 de setiembre, mártes. Así lo hallo en las corónicas; mas por cuanto añaden que hobo aquel dia un grande eclipse del sol, es forzoso digamos que finó viérnes, á los 19 de aquel mes, en que fué la conjuncion y por consiguiente el eclipse. Príncipe que en su reinado no hizo cosas muy notables á causa del poco tiempo que le duró, ca reinó solos cinco años y treinta y siete dias. Fué aficionado á las letras. Dejó escrito un libro de la forma cómo se debe gobernar un reino. Ordenó que el hijo mayor de aquellos reyes en adelante se llamase príncipe, como se hacia en Castilla. Sus hijos fueron don Alonso, el mayor, que le sucedió en el reino, bien que no pasaba de seis años; don Fernando, duque de Viseo, maestre de Christus y de Santiago y condestable de Portugal, y cuyos hijos fueron doña Leonor, reina de Portugal, doña Isabel, duquesa de Berganza, y fuera de otros hijos, que tuvo muchos, don Diego, á quien dió la muerte el rey don Juan, su cuñado, y don Manuel, que llegó finalmente á ser rey de Portugal. Fué asimismo hija del rey don Duarte la emperatriz doña Leonor, mujer de Federico III y madre de Maximiliano; doña Catalina, que estuvo concertada con diversos príncipes y con ninguno casó; finalmente, doña Juana, mujer de don Enrique el Cuarto, rey de Castilla. El gobierno del reino por la poca edad del nuevo Rey quedó encomendado á la reina doña Leonor, su madre; así lo dejó dispuesto el Rey difunto en su testamento, cláusula de que resultaron grandes debates por extrañar los naturales ser gobernados de mujer, en especial extranjera. Bien es verdad que algunos tenian por ella, obligados por algunas mercedes recebidas antes ó movidos de algun particular interés. Corrian peligro de venir á las manos y ensangrentarse; finalmente, prevalecieron los que eran mas en número y mas fuertes. Juntáronse para tomar acuerdo sobre el caso. Salió nombrado por gobernador el infante don Pedro, duque de Coimbra y tio del nuevo Rey. El sentimiento de la Reina por esta causa fué cual se puede pensar. Des pachó sus cartas y embajadores para querellarse del agravio á sus hermanos y tambien al rey de Castilla, su cuñado y primo, diligencias que poco prestaron. CAPITULO XIV.

De las alteraciones de Castilla.

Por el mes de agosto pasado huyó el adelantado Pedro Manrique, su mujer y dos hijas que con él estaban, del castillo de Fuentidueña en que le tenian preso : descolgóse con cuerdas que echaron por una ventana. Fueron participantes y le ayudaron algunos criados del alcaide Gomez Carrillo, de que resultaron nuevas alteraciones. El almirante don Fadrique y don' Pedro de

Zúñiga, conde de Ledesma, se aliaron con el Adelantado, y se concertaron para abatir á don Alvaro de Luna. Juntáronse con ellos para el mismo efecto Juan Ramirez de Arellano, señor de los Cameros, y Pedro de Mendoza, señor de Almazan, y don Luis de la Cerda, conde de Medinaceli; allegáronseles poco despues el de Benavente, Juan de Tovar, señor de Berlanga, y los dos hermanos Pedro y Suero Quiñones; fuera destos el obispo de Osma don Pedro de Castilla, que en aquella revuelta de los tiempos estaba apoderado de muchos castillos, cosa que era de grande importancia para llevar adelante estos intentos. No era fácil ejecutar lo que pretendian por la gran privanza, poder y autoridad de don Alvaro. Juntaron en Medina de Ruiseco caballos, armas, soldados y todo lo al que era á propósito para la guerra. El rey de Castilla para prevenir estos intentos y práticas con presteza desde Madrigal por el mes de febrero, principio del año 1439, se partió para Roa. Iban en su compañía el príncipe don Enrique, su hijo, el mismo don Alvaro, los condes de Haro y de Castro, el maestre de Calatrava, los prelados, el de Toledo y el de Palencia; demás destos fray Lope de Barrientos, que poco antes subió á ser obispo de Segovia en premio de las primeras letras que enseñó al príncipe don Enrique. Enviaron los conjurados sus cartas al Rey con mucha muestra de humildad; contenian en suma que ellos estaban aparejados para hacer lo que les fuese mandado como vasallos leales, hijos de tales y tan nobles padres, con tal que él mismo ó su hijo el Príncipe los mandasen; que no sufrian que el reino fuese gobernado á voluntad de ningun particular ni que cualquiera que fuese estuviese apoderado del Rey, cosa que ni las leyes de la provincia lo permitian ni ellos debian disimular afrenta y mengua tan grande. ¿Si por ventura era justo que ni la autoridad de los magistrados ni la nobleza ni las leyes se pudiesen defender de un hombre solo ni enfrenalle? Que si en esto se pusiese remedio, y se diese traza, á la hora dejarian las armas que forzados para su defensa tomaran. A esta carta no dió el Rey ninguna respuesta; á la sazon habia llegado Rodrigo de Villandrando de Francia con cuatro mil caballos que traia para servir al Rey, con promesa que le darian en premio de su trabajo el condado de Ribadeo. El de Navarra y su hermano el infante don Enrique, determinados de ayudarse de la ocasion que las revueltas de Castilla les presentaban, y con deseo de recobrar los estados que los años pasados les quitaran, con quinientos de á caballo se metieron por las tierras de Castilla. No se sabia al principio lo que pretendian; por esto en un mismo tiempo los convidaron á seguir su partido, por una parte el Rey, y por otra los conjurados. Ellos, tomado su acuerdo, se resolvieron que el de Navarra fuese á Cuellar, do se hallaba el rey de Castilla, y don Enrique á Peñafiel, pueblo que fué suyo antes. Era su intento estar á la mira, y aguardar cómo se disponian aquellas alteraciones y en qué paraban, y seguir el partido que pareciese mejor y mas á propósito para recobrar sus estados. Entre tanto que esto pasaba, Iñigo de Zúñiga, hermano del conde de Ledesma, con quinientos de á caballo que traia se apoderó de Valladolid, villa grande y rica de

muchas vituallas. Luego que esto vino á noticia de los conjurados, acudieron allí gran número dellos. El rey de Castilla, alterado con esta nueva y por miedo que aquella rebelion de los suyos no fuese causa de algun grande inconveniente y daño, pasó á Olmedo para desde cerca sosegar aquellas alteraciones, sobre todo para traer á su servicio al infante don Enrique. Con este intento en diversas partes hobo hablas del Rey y del Infante, primero en Renedo, despues en Tudela, y últimamente en Tordesillas, pláticas todas por demás, porque el Infante, despues que hobo entretenido la una y la otra parte, al fin se llegó á aquellos señores conjurados, entendióse que con acuerdo del rey de Navarra, que pretendia para todo lo que pudiese suceder en aquella revuelta dejar entrada y tenella para reconciliarse con la una y con la otra parte. Además que muchos de los señores que seguian al Rey y poseian los pueblos que quitaron á los infantes con diferentes mañas entretenian el efectuarse las paces, por tener entendido que no podrian cuajar sino se restituian en primer lugar aquellos pueblos. Andaba la gente congojada y suspensa con sospechas de nueva guerra. Personas religiosas y muy graves, por su santa vida ó por sus letras y erudicion venerables, se pusieron de por medio. Hablaron con aquellos señores y representáronles el peligro que todos corrian si inquietaban el reino con aquellas diferencias fuera de tiempo; aunque fiasen de sus fuerzas, que no era cordura trocar lo cierto con lo dudoso y aventurallo. El comenzar la guerra era cosa muy fácil; el remate sin duda seria perjudicial, por lo menos á la una de las partes. Por tanto, que mirasça por sí y por el reino, y con su porfía sin propósito no echiasen á perder las cosas que tan floridas estaban. Que todavía se podrian hacer las paces y amistades, pues aun no se habian ensangrentado entre sí; mas si las espadas se teñian una vez en sangre de hermanos y deudos, con dificultad se podrian limpiar ni venir á ningun buen medio. La instancia que hicieron fué tal, que los príncipes acordaron de juntarse en Castro Nuño con los del Rey para tratar alli de las condiciones y medios de paz. Por el mismo tiempo vino aviso de Italia que telnovo en Nápoles, sin embargo de la guarnicion que tenian de aragoneses y que el rey de Aragon con todo cuidado procuró dalle socorro, apretado con un largo cerco, por falta de vituallas se entregó á los enemig á 24 de agosto; todavía que aquel daño bastantemente recompensó el de Aragon con recobrar, como recobró, la ciudad de Salerno y ganar otros muchos lugares y plazas. Entre los grandes de Castilla y el Rey se bize confederacion en Castro Nuño con estas condiciones don Alvaro de Luna se ausente de la corte por espacia de seis meses, sin que pueda escribir ninguna carta a Rey. A los hermanos rey de Navarra y el Infante le vuelvan sus estados y lugares y dignidades, por lo me nos cada año tanta renta cuanto los jueces árbitros de terminaren. Las compañías de soldados y las gentes campo se derramen. Los conjurados quiten las guarni ciones de los castillos y pueblos que tomaron. Ningu no sea castigado por haber seguido antes el partido d Aragon y al presente á los conjurados. Con esto al in fante de Aragon don Enrique fué restituido el maes

Cas

trazgo de Santiago, al de Navarra la villa de Cuellar, á don Alvaro de Luna en recompensa della dieron á Sepúlveda. El rey de Castilla, hecho esto, se fué á la ciudad de Toro. Allí le vino nueva que la infanta duña Catalina, mujer del infante de Aragon don Enrique, falleció de parto en Zaragoza á 19 de octubre sin dejar sucesion alguna. Fueron á dar el pésame al Infante de parte del rey de Castilla el obispo de Segovia y don Juan de Luna, prior de San Juan. Don Alvaro de Luna en cumplimiento de lo concertado se partió á los 29 de octubre á Sepúlveda con mayor sentimiento de lo que fuera razon, tanto, que con ser persona de tanto valor, ni podia enfrenar la saña ni templar la lengua; solo le entretenia la esperanza que presto se mudarian las cosas y se trocarian. Hiciéroule compañía á su partida Juan de Silva, alférez mayor del Rey, Pedro de Acuña y Gomez Carrillo con otros caballeros nobles que se fueron con él, quién por haber recebido dél mercedes, quién por esperanza que sus cosas se mejorarian. Esto en España. En el Concilio basiliense últimamente condenaron al papa Eugenio, y en su lugar nombraron y adoraron á Amadeo, á 5 de noviembre, con nombre de Félix V. Por espacio de cuarenta años fué primero conde de Saboya y despues duque; últimamente, renunciado el estado y los regalos de su corte, vivia retirado en una soledad con deseo ardiente de vida mas perfecta, acompañado de otros seis viejos que llevó consigo, escogidos de entre sus nobles caballeros. Sucedió muy á cuenta del papa Eugenio que los príncipes cristianos hicieron muy poco caso de aquella nueva eleccion; hasta el mismo Filipo, duque de Milan, bien que era yerno de Ama

y enemigo de venecianos y del papa Eugenio, no se movió á honrar, acatar y dar la obediencia al nuevo Pontifice; lo mismo el rey de Aragon, no obstante que se tenia por ofendido del mismo papa Eugenio á causa que favorecia con todas sus fuerzas á Renato, su enemigo. Todos creo yo se entretenian por la fresca memoria del scisma pasado y de los graves daños que dél resultaron. Además que la autoridad de los padres de Basilea iba de caida, y sus decretos, que al principio fueron estimados, ya tenian poca fuerza, dado que no se partieron del Concilio hasta el año 47 desta centuria y siglo, en el cual tiempo, amedrentados por las armas de Ludovico, delfin de Francia, que acudió á desbaratallos, y forzados del mandato del emperador Federico, que sucedió á Alberto, despedido arrebatadamente el Concilio, volvieron á sus tierras. El mismo Félix, nuevo pontifice, poco despues con mejor seso, dejadas las insignias de pontífice, fué por el papa Nicolao, sucesor de Eugenio, hecho cardenal y legado de Saboya. Este fin, aunque no en un mismo tiempo, tuvieron las diferencias de Castilla y las revueltas de la Iglesia, principio de otras nuevas reyertas, como se declarará en el capítulo siguiente.

CAPITULO XV.

De otras nuevas alteraciones que hobo en Castilla. Parecia estar sosegada Castilla y las guerras civiles, no de otra suerte que si todo el reino con el destierro de don Alvaro de Luna quedara libre y descargado de malos humores, cuando repentinamente y contra lo que M-11.

todos pensaban se despertaron nuevos alborotos. La causa fué la ambicion, enfermedad incurable, que cunde mucho y con nada se contenta. Siempre pretende pasar adelante sin hacer diferencia entre lo que es licito y lo que no lo es. El Rey era de entendimiento poco capaz, y no bastante para los cuidados del gobierno, si no era ayudado de consejo y prudencia de otro. Por entender los grandes esto, con varias y diversas mañas y por diferentes caminos cada cual pretendia para sí el primer lugar acerca dél en privanza y autoridad. Sobre todos se señalaba el almirante don Fadrique, hombre de ingenio sagaz, vario, atrevido, al cual don Alvaro pretendió con todo cuidado dejar en su lugar, y para esto hizo todo buen oficio con el Rey antes de su partida. Los infantes de Aragon llevaban mal ver burlados sus intentos y que el fruto de su industria en echar á don Alvaro se le llevase el que menos que nadie quisieran. Poca lealtad hay entre los que siguen la corte y acompañan á los reyes. Sucedió que sobre repartir en Toro los aposentos riñeron los criados y allegados de la una parte y de la otra, y parecia que de las palabras pretendian llegar á las manos y á las puñadas. El Rey tenia poca traza para reprimir á los grandes; así, por consejo de los que á don Alvaro favorecian, se salió de Medina del Campo, y con muestra que queria ir á caza, arrebatadamente se fué á meter en Salamanca, ciudad grande y bien conocida, por principio del año 1440. Fueron en pos dél los infantes de Aragon, los condes de Benavente, de Ledesma, de Haro, de Castañeda y de Valencia, demás destos Iñigo Lopez de Mendoza. Todos salieron de Madrigal acompañados de seiscientos de á caballo con intento, si les hacian resistencia, de usar de fuerza y de violencia, que era todo un miserable y vergonzoso estado del reino. Apenas se hobo el rey de Castilla recogido en Salamanca, cuando, avisado cómo venian los grandes, á toda priesa partió para Bonilla, pueblo fuerte en aquellas comarcas, así por la lealtad de los moradores como por sus buenas murallas. Desde allí envió el Rey embajadores á los infantes de Aragon. Ellos, con seguridad que les dieron, fueron primero á Salamanca, y poco despues á Avila, do eran idos los grandes conjurados con intento de apoderarse de aquella ciudad. El principal que andaba de por medio entre los unos y los otros fué don Gutierre de Toledo, arzobispo á la sazon de Sevilla, que en aquel tiempo se señaló tanto como el que mas en la lealtad y constancia que guardó para con el Rey, escalon para subir á mayor dignidad. De poco momento fué aquella diligencia. Solamente los grandes con la buena ocasion de hombre tan principal y tan á propósito escribieron al Rey una carta, aunque comedida, pero llena de consejos muy graves, sacados de la filosofía moral y política. Lo principal á que se enderezaba era cargar á don Alvaro de Luna. Decian estar acostuinbrado á tiranizar el reino, apoderarse de los bienes públicos y particulares, corromper los jueces, sin tener respeto ni reverencia alguna ni á los hombres ni á Dios. El Rey no ignoraba que parte destas cosas eran verdaderas, parte levantadas por el odio que le tenian; pero como si con bebedizos tuviera el juicio perdido, se hacia sordo á los que le amonestaban lo que le con

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ron órden de celebrar sus bodas con mayor presteza que pensaban. A doña Blanca, su esposa, trajo la Reina, su madre, á la raya de Navarra, dende don Alonso de Cartagena, obispo de Búrgos, el conde de Haro y el señor de Hita, que enviaron para este efecto, la acompañaron hasta Valladolid. Allí, á 25 de setiembre, se celebraron las bodas con grandes fiestas. En una justa 6 torneo fué mantenedor Rodrigo de Mendoza, mayordomo de la casa real, regocijo muy pesado. Murieron en él algunos nobles á causa que pelearon con lanzas de hierros acerados á punta de diamante, como se hace en la guerra. Sacaron todos los señores ricas libreas y trajes á porfía, hicieron grandes convites y saraos, ca á la sazon los nobles no menos se daban á estas cosas que á las de la guerra y á las armas. Aguó la fiesta que la nueva casada se quedó doncella, cosa que al principio estuvo secreto; despues como por la fama se divulgase, destempló grandemente la alegría pública de toda la gente. Por el mismo tiempo en Francia se trató de hacer las paces entre los ingleses y franceses. Púsose de por medio el duque de Borgoña, que encomendó este cuidado á doña Isabel, su mujer, persona de sangre real, tia del rey de Portugal, conforme á la costumbre recebida entre los franceses que por medio de las mujeres se concluyan negocios muy graves. A la raya de Flándes fué doña Isabel y vinieron los embajadores ingleses; comenzóse á tratar de las paces, empresa de gran dificultad y que no se podia acabar en breve. Dióse libertad á Cárlos, duque de Orliens. Vinieron en ello el rey de Inglaterra, en cuyo poder estaba, y el duque de Borgoña tambien interesado á causa de la muerte de su padre, que los años pasados se cometió en Paris. Para concluir esta querella el Borgoñon por su rescate pagó al Inglés cuatrocientos mil ducados, y se puso por condicion que entre los borgoñones y los de Orliens hobiese perpetuo olvido de los disgustos pasados, y que por estar aquel Príncipe cautivo sin mujer, para mas seguridad casase con Margarita, hija del duque de Cleves y de hermana del duque de Borgoña. Desta manera veinte y cinco años despues que el duque de Orliens en las guerras pasadas fué preso cerca de un pueblo llamado Blangio, volvió á su patria y á su estado, y en lo de adelante guardó lo que puso con sus contrarios con mucha lealtad; el casamiento asimismo, que concertaron como prendas de la amistad, se efectuó.

venia. No dió respuesta á la carta. Los grandes enviaron de nuevo por sus embajadores á los condes de Haro y de Benavente; ellos hicieron tanto, que el Rey vino en que se tuviesen Cortes del reino en Valladolid. Querian se tratase en ellas entre el Rey y los grandes de todo el estado de la república; y en lo que hobiese diferencias, acordaron se estuviese por lo que los dichos condes como jueces árbitros determinasen. Sucedió que ni se restituyeron las ciudades de que los señores antes desto se apoderaran, y de nuevo se apoderaron de otras, cuyos nombres son estos: Leon, Segovia, Zamora, Salamanca, Valladolid, Avila, Búrgos, Plasencia, Guadalajara. Fuera desto, poco antes se enseñoreó el infante don Enrique de Toledo por entrega que della le hizo Pero Lopez de Ayala, que por el Rey era alcaide del alcázar y gobernador de la ciudad, y como tal tenia en ella el primer lugar en poder y autoridad. En las Cortes de Valladolid que se comenzaron por el mes de abril, lo primero que se trató fué dar seguridad á don Alvaro de Luna y hacelle volver á la corte. Estaba este deseo fijado en el pecho del Rey, á cuya voluntad era cosa no menos peligrosa hacer resistencia que torpe condescender con ella. Tuvo mas fuerzas el miedo que el deber, y así, por consentimiento de todos los estados, se escribieron cartas en aquella sustancia. Cada cual procuraba adelantarse en ganar la gracia de don Alvaro, y pocos cuidaban de la razon. La vuelta de don Alvaro, sin embargo, no se efectuó luego. Despues desto las ciudades levantadas volvieron á poder del Rey, en particular Toledo. Tratóse que se hiciese justicia á todos y dar traza para que los jueces tuviesen fuerza y autoridad. A la verdad era tan grande la libertad y soltura de aquellos tiempos, que ninguna seguridad tenia la inocencia; la fuerza y robos prevalecian por la flaqueza de los magistrados. Toda esta diligencia fué por demás; antes resultaron nuevas dificultades á causa que el príncipe de Castilla don Enrique se alteró contra su padre y apartó de su obediencia. Tenia mala voluntad á don Alvaro, y pesábale que volviese á palacio. Sospecho que por la fuerza de alguna maligna constelacion sucedió por estos tiempos que los privados de los príncipes tuviesen la principal autoridad y mando en todas las cosas, de que dan bastante muestra estos dos príncipes, padre y hijo, ca por la flaqueza de su entendimiento y no mucha prudencia se dejaron siempre gobernar por sus criados. Juan Pacheco, hijo de Alonso Giron, señor de Belmonte, se crió desde sus primeros años con el príncipe don Enrique, y por la semejanza de las costumbres ó por la sagacidad de su ingenio acerca dél alcanzó gran privanza y cabida. Parecia que con derribar á don Alvaro de Luna, que le asentó con el Príncipe, pretendia, como lo hizo, alcanzar el mas alto lugar en poder y riquezas. Este fué el pago que dió al que debía lo que era; poca lealtad se usa en las cortes, y menos agradecimiento. Las sospechas que nacieron entre el Rey y su hijo en esta sazon llegaron á que el príncipe don Enrique un dia se salió de palacio. Decia que no volveria si no se despedian ciertos consejeros del Rey, de quien él se tenia por ofendido. Verdad es que ya muy noche á instancia del rey de Navarra, su suegro, volvió á palacio y á su padre. Para mas sosegalle die

CAPITULO XVI.

Cómo el rey de Castilla fué preso.

En el mismo tiempo que se hacian los regocijos por las bodas del príncipe don Enrique con doña Blanca falleció el adelantado Pedro Manrique, persona de pequeño cuerpo, de gran ánimo, astuto, atrevido, pero buen cristiano y de gran industria en cualquier negocio que tomaba en las manos. Sucedióle en el adelantamiento y estado su hijo Diego Manrique, que fué tambien conde de Treviño. Don Alvaro, dado que ausente y residia de ordinario en Escalona, todavía por sus consejos gobernaba el reino, cosa que llevaban mal los alterados, y mas que todos el príncipe don Enrique, tanto, que al fin deste año, dejado su padre, se partió

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