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punto. No de otra manera que los sembrados y animales, la raza de los hombres y casta con la propiedad del cielo y de la tierra sobre todo con el tiempo se muda y se embastarda, en especial cuando mudan lugar y cielo ; así el ingenio ardiente de los principes muchas veces con la abundancia de los regalos se apaga en sus descendientes y desfallece si los vicios no se corrigen con la buena enseñanza, y la sangre floja y muelle no se recuece y se reforma y vuelve en su antiguo estado con dalles por mujeres doncellas escogidas de alguna nacion y linaje mas robusto y varonil, con que en los hijos se repare la molicie y blandura de sus padres. En los grandes imperios ninguna cosa se debe menospreciar; y el atrevimiento de los cortesanos antes que se arraigue y eche hondas raíces, en el mismo principio se ha de reprimir, porque si se envejece, cobra fuerzas grandemente, y no se remedia sino á grande costa de muchos, y á las veces toma debajo á los que le quieren derribar. Cosa superflua fuera tachar las faltas pasadas, si de las menguas ajenas no se tomasen avisos para ordenar y reformar la vida de los príncipes, y es justo que por ejemplo de dos poderosísimos reyes de España, comparando el uno con el otro, se entienda cuánto se aventaje la fuerza de ánimo á la flojedad. El rey de Aragon, despues de tomada á Nápoles y sujetadas á su señorío las demás ciudades y castillos que se tenian por los angevinos, concluida la guerra, entró en Nápoles á 26 dias del mes de febrero del año 1443 con triunfo á la manera y traza de los antiguos romanos, asentado en un carro dorado, que tiraban cuatro caballos muy blancos, con otro que iba adelante asimismo blanco. Acompañaban el carro á pié los señores y grandes de todo el reino; los eclesiásticos delante con sus cruces y pendones cantaban alabanzas á Dios y á los santos. El pueblo, derramado por todas partes, á voces pedia para su rey un largo, feliz y dichoso imperio y vida. No se puso corona ni guirnalda en la cabeza; decia que aquella honra era debida á los santos, con cuyo favor él ganara la victoria; las calles sembradas de flores, las paredes colgadas de ricas tapicerías, todas las partes llenas de suavidad de olores, de perfumes y de fragrancia. Ningun dia amaneció mas alegre y mas claro, así para los vencidos como para los vencedores. Restaba solo un cuidado de ganar al pontífice Eugenio, que á la sazon no estaba muy inclinado á los franceses. Tratóse de hacer con él asiento en la ciudad de Sena, do el Pontífice se hallaba. Concluyóse á 15 de julio con estas condiciones: que el reino de Nápoles quedase por el rey de Aragon, y despues dél le heredase su hijo don Fernando, el cual, aunque habido fuera de matrimonio, en una junta de grandes señaló su padre por su heredero, solo en aquel estado; el rey de Aragon pechase cada un año ocho mil onzas, que es cierto género de moneda, al Pontífice romano, y pusiese diligencia en reprimir á Francisco Esforcia, que ensoberbecido y orgulloso por estar casado con hija del duque de Milan, se habia apoderado en gran parte de la Marca de Ancona. Hecha esta avenencia, en lo que tocaba á la guerra cumplió el Rey, y pasó mas adelante de lo que se obligó, porque él mismo se encargó della, y en la Marca quitó muchos pueblos y castillos á los esforcianos, que restituyó al Pontífice,

cuyos nombres y el suceso de toda la guerra no es de nuestro propósito referirlo en este lugar. Tambien á instancia de los ginoveses se asentó la paz con ellos, con condicion que cada un año presentasen al rey don Alonso mientras que viviese una fuente de oro bien grande, la cual como acostumbrase á recebir delante del pueblo como trofeo de la victoria ganada contra aquella ciudad, por parecelles á los ginoveses cosa pesada, no duró la confederacion mucho tiempo ni pagaron las parias adelante de cuatro años. En Castilla otrosí el rey de Navarra usaba del poder que tenia usurpado con alguna aspereza, por donde su mando no duró mucho tiempo, como quier que las cosas templadas se conservan, y las demasías presto se acaban. Tenia como preso al rey de Castilla, que fué un señalado atrevimiento y resolucion extraordinaria, en reino ajeno, en tiempo de paz, á tan gran príncipe quitalle la libertad de hablar con quien quisiese. Púsole por guardas á don Enrique, hermano del Almirante, y á Rodrigo de Mendoza, mayordomo de la casa real, para que notasen las palabras y aun los meneos de los que entraban á hablalle. Estaban metidos en el mismo enredo el Almirante y el conde de Benavente, como personas obligadas por la afinidad contraida con los infantes; y aun el príncipe de Castilla y la Reina andaban en los mismos tratos. Visitaba el rey de Castilla á Ramaga, á Madrigal y á Tordesillas, pueblos de Castilla la Vieja. Fray Lope de Barrientos, ya obispo de Avila, movido por la indignidad del caso y porque de secreto favorecia á don Alvaro, pensó era buena ocasion aquella para volvelle en su privanza. Resolvióse sobre el caso de hablar con Juan Pacheco, lloró con él el estado en que las cosas andaban, maldecia la locura de los aragoneses. Decia que todo desacato que se hiciese al Rey era mengua del príncipe don Enrique, que en fin tal cual fuese era su padre. Si no era bastante para el gobierno, que no era razon, echado don Alvaro, que sucediesen en su lugar hombres extraños, sino que el mismo Príncipe supliese la flojedad y mengua de su padre y comenzase á gobernar. «¿Qué presta alegrarnos de la caida de don Alvaro, si quitado él todavía nos tratan como á esclavos y nos hacen sufrir gobierno mas pesado por la mayor aspereza de los que mandan y por su ambicion mas desenfrenada? Por ventura ¿ pensais que los aragoneses se han de contentar con tener solo el gobierno como lugartenientes? Segun el corazon de los hombres es insaciable, creedme que pasaran adelante. Ganado el reino de Nápoles, es tanta su soberbia, que tratan de adquirir nuevos reinos en España. ¿Cuidais que están olvidados de don Enrique el Segundo? Tienen muy asentado en sus ánimos que se apoderó de Castilla contra razon. Pretenden abatir la familia real de Castilla, y es tán determinados de aventurar las vidas en la demanda.» Movíase Juan Pacheco con el razonamiento del Obispo; sabia muy bien que decia verdad y que su amonestacion era saludable; pero espantábale la dificultad de la empresa, y recelábase que sus fuerzas no se podrian igualar á las de los aragoneses. Todavía se resol vieron de acometer á dar un tiento á los grandes y en tender si tenian ánimno bastante para abatir la tiranía de los aragoneses y chocar con ellos. A fin que estas práti

de Búrgos, se dieron vista los unos á los otros, asentaron á poca distancia cada cual de las partes sus reales; pusieron otrosí sus haces en campo raso en ordenanza con muestra de querer pelear. Acudieron personas religiosas y eclesiásticas movidos del peligro, comenzaron á tratar de concertallos; tenian el negocio para concluirse, cuando una escaramuza, ligera al principio, desbara

cas anduviesen mas secretas persuadieron al príncipe don Enrique que, partido de Tordesillas, se fuese á Segovia con muestra de quererse recrear en la caza. Desde allí escribieron sus cartas á don Alvaro para comunicar con él lo que trataban. Acaso los condes de Haro y el de Ledesma, que por merced del Rey ya se intitulaba conde de Plasencia, juntándose en Curiel, trataban de poner en libertad al Rey. Esto fué causa que el príncipe don En-tó estos intentos, que por acudir y cargar soldados de la

rique volviese á Tordesillas para ver lo que se podria hacer. Verdad es que los intentos de aquellos señores fueron por los aragoneses desbaratados, y ellos forzados á huir; principios todos y zanjas que se abrian de nuevas alteraciones. Las bodas del rey de Navarra con su esposa se hicieron en Lobaton 1.° de setiembre del año del Señor de 1444. Asistieron casi todos los príncipes y las dos reinas, es á saber, la de Castilla y la de Portugal. El infante don Enrique por el mismo tiempo, celebrado que hobo sus bodas en la ciudad de Córdoba, con diligencia afirmaba en el Andalucía las fuerzas de su parcialidad. Diego Valera fué por embajador al rey de Francia con intento de alcanzar diese libertad al conde de Armeñaque, al cual poco antes prendió el Delfin, y don Martin, hijo de don Alonso, conde de Gijon. Achacábanle que tenia tratos con los ingleses. Diéronle libertad con condicion que si en algun tiempo faltase en la fidelidad debida, fuese despojado de los pueblos de Ribadeo y de Cangas, que poseia en las Astúrias por merced de los reyes de Castilla ó por habellos heredado. Fuera desto, se obligó el rey de Castilla en tal caso de le hacer guerra con las fuerzas de Vizcaya, cercana á su estado. Con el príncipe don Enrique á un mismo tiempo unos trataban de destruir á don Alvaro de Luna, otros de volvelle y restituille en su autoridad. El rey de Navarra persuadia que le destruyesen, y que para este efecto juntasen sus fuerzas. El obispo Barrientos y Juan Pacheco juzgaban era bien restituille en su lugar y darse priesa antes que se descubriesen estas práticas. Con este intento para entretener al rey de Navarra y engañalle se comenzó á tratar de hacer confederacion y liga con él. En el entre tanto el príncipe don Enrique se volvió á Segovia, dende solicitó á los condes, el de Haro, el de Plasencia y el de Castañeda, para que juntasen con él sus fuerzas. Llegáronseles otrosí el conde de Alba don Fernan Alvarez de Toledo, con su tio el arzobispo de Toledo y Iñigo Lopez de Mendoza, señor de Hita y Buitrago. Hecho esto, como les pareciese tener bastantes fuerzas para contrastar á los aragoneses, los confederados se juntaron en Avila por mandado del Príncipe, que se fué á aquella ciudad. Tenian mil y quinientos caballos, mas nombre de ejército y número que fuerzas bastantes. Vino eso mismo don Alvaro de Luna. La mayor dificultad para hacer la guerra era la falta del dinero para pagar y socorrer á los soldados. Partiéronse desde allí para Búrgos, donde estaban los otros grandes sus cómplices. Los contrarios enviaron al rey de Castilla á la villa de Portillo, y al conde de Castro para que le guardase. Comenzó el de Navarra á hacer arrebatadamente levas de gente, juntó dos mil de á caballo; con esta gente marchó contra los grandes, que de cada dia se hacian mas fuertes con nuevas gentes que ordinariamente les acudian. Junto á Pampliega, en tierra

una y de la otra parte, paró en batalla campal. Era muy tarde; sobrevino y cerró la noche, con que dejaron de pelear. El rey de Navarra, por entender que no tenia fuerzas bastantes, ayudado de la escuridad, dió la vuelta á Palencia, ciudad fuerte. Sucedióle otra desgracia, que el rey de Castilla se salió de Portillo en son de ir á caza, comió en el lugar de Mojados con el cardenal de San Pedro; hecho esto, despidió al conde de Castro que le guardaba, y él se fué á los reales en que su hijo estaba. La libertad del Rey fué causa de gran mudanza. Cayéronse los brazos y las fuerzas á los contrarios. El de Navarra se fué á su reino para recoger fuerzas y las demás cosas necesarias, con intento de llevar adelante lo comenzado. Los señores aliados, cada cual por su parte, se fueron á sus estados. Con esto los pueblos de los infantes que tenian en Castilla la Vieja vinieron en poder de los confederados y del Rey, en particular Medina del Campo, Arévalo, Olmedo, Roa y Aranda. Don Enrique de Aragon dió la vuelta del Andalucía á la su villa de Ocaña. El príncipe don Enrique y el condestable don Alvaro salieron contra él; mas por estar falto de fuerzas se huyó al reino de Murcia. Allí Alonso Fajardo, adelantado de Murcia, que seguia aquella parcialidad, le dió entrada en Lorca, ciudad muy fuerte en aquella comarca. Por esta via entonces escapó del peligro y pudo comenzar nuevas práticas para recobrar la autoridad y poder que tenia antes. Sucedieron estas cosas al fin del año. En el mismo año á 5 de julio don Fernando, tio del rey de Portugal, falleció en Africa; sepultáronle en la ciudad de Fez; de allí los años adelante le trasladaron á Aljubarrota, entierro de sus padres. Fué hombre de costumbres santas y esclarecido por milagros; así lo dicen los portugueses, nacion que es muy pia y muy devota, y aficionada grandemente á sus príncipes, si bien no está canonizado. Entre otras virtudes se señaló en ser muy honesto, jamás se ensució con tocamiento de mujer, ninguna mentira dijo en su vida, tuvo muy ardiente piedad para con Dios. Estas virtudes tenian puesto en admiracion á Lazeracho, un moro que le tenia en su poder. Este, sabida su muerte, primero quedó pasinado; despues, digno, dice, era de loa inmortal si no fuera tan contrario á nuestro profeta Mahoma. Maravillosa es la hermosura de la virtud; su estima es muy grande y sus prendas, pues á sus mismos enemigos fuerza que la estimen y alaben.

CAPITULO II.

De la batalla de Olmedo.

Parecia que las cosas de Castilla se hallaban en mejor estado y que alguna luz de nuevo se mostraba despues de echados del gobierno y de la corte los infantes de Aragon; mas las sospechas de la guerra y los te

mores todavía continuaban. Tuviéronse Cortes en Medina del Campo, y mandaron de nuevo recoger dinero para la guerra, no tanto como era menester, pero cuanto podian llevar los pueblos, cansados con tantos gobiernos y mudanzas y que aborrecian aquella guerra tan cruel. Acudieron al mismo lugar el principe don Enrique y el condestable don Alvaro, despues que tomaron á don Enrique de Aragon muchos pueblos del maestrazgo de Santiago. Tratóse de apercebirse para la guerra que veian seria muy pesada. En particular el de Navarra por tierra de Atienza, en el cual pueblo tenia puesta guarnicion, hizo entrada por el reino de Toledo con cuatrocientos de á caballo y seiscientos de á pié, pequeño número, pero que ponia grande espanto por do quiera que pasaba, á causa que los naturales, parte dellos eran parciales, los mas sin poner á peligro sus cosas querian mas estar á la mira que hacerse parte. Así, el de Navarra se apoderó de Torija y de Alcalá de Henáres con otros lugares y villas por aquella comarca. El rey de Castilla, puesto que tenia pocas fuerzas para alteraciones tan grandes, todavía porque de pequeños principios, como suele, no se aumentase el mal, juntadas arrebatadamente sus gentes, pasó al Espinar para esperar le acudiesen de todas partes nuevas banderas y compañías de soldados. Poco despues desto, á 18 de febrero del año que se contó 1445, falleció la reina de Portugal doña Leonor en Toledo. Siguióla pocos dias despues doña María, reina de Castilla, que murió en Villacastin, tierra de Segovia. Sospechóse les dieron yerbas, por morir en un mismo tiempo y ambas de muerte súpita, demás que el cuerpo de la reina doña María despues de muerta se halló lleno de manchas. Dióse crédito en esta parte á la opinion del vulgo, porque comunmente se decia dellas que no vivian muy honestamente. La reina de Portugal enterraron en Santo Domingo el Real, monasterio de monjas en que moraba; desde allí fué trasladada á Aljubarrota. El enterramiento de la reina de Castilla se hizo en Nuestra Señora de Guadalupe. Por el mismo tiempo falleció don Lope de Mendoza, arzobispo de Santiago, en cuyo lugar fué puesto don Alvaro de Isorna, á la sazon obispo de Cuenca, y á don Lope Barrientos en remuneracion de los servicios que hiciera trasladaron de Avila á Cuenca; á don Alonso de Fonseca dieron la iglesia de Avila, escalon para subir á mayores dignidades. Era este prelado persona de ingenio y natural muy vivo y de mucha nobleza. Don Alvaro de Isorna gozó poco de la nueva dignidad, en que le sucedió don Rodrigo de Luna, sobrino del Condestable. Desde el Espinar pasó el Rey á Madrid, y poco despues á Alcalá, llamado por los moradores de aquella villa. Tenia el de Navarra por allí cerca alojada su gente, que con la venida de su hermano don Enrique creció en número, de manera que tenia mil y quinientos de á caballo. Con esta gente se fortificó en las cuestas de Alcalá la Vieja, que son de subida agria y dificultosa, con determinacion de no venir á las manos sino fuese con ventaja de lugar, por saber muy bien que no tenia fuerzas bastantes para dar batalla en campo raso. Desde allí envió á Ferrer de Lanuza, justicia de Aragon, por embajador á su hermano el rey de Aragon para suplicalle, pues era con

cluida la guerra de Nápoles, se determinase de volver á España, quier para ayudalles en aquella guerra, quier para componer y asentar todos aquellos debates. El rey de Castilla hiciera otrosí lo mismo, que le despachó sus embajadores, personas de cuenta, á quejarse de los agravios que le hacian sus hermanos. No hobo encuentro alguno cerca de Alcalá, ni los del Rey acometieron á combatir ó desalojar los contrarios; así, los arago neses por el puerto de Tablada se dieron priesa para llegar á Arévalo. Siguiólos el rey de Castilla por las mismas pisadas, resuelto en ocasion de combatillos. Marchaban á poca distancia los unos escuadrones y los otros, tanto, que en un mismo dia llegaron todos á Arévalo. El de Navarra se apoderó por fuerza de la villa de Olmedo, que por entender que el socorro de Castilla venia cerca, le habia cerrado las puertas. Los principales en aquel acuerdo fueron justiciados; su grande lealtad les bizo daño y el amor demasiado y fuera de sazon de la patria. El rey de Castilla pasó á media legua de Olmedo y barreó sus estancias junto á los molinos que llaman de los Abades. Eran sus gentes por todas dos mil caballos y otros tantos infantes. Acudieron con los demás el principe don Enrique, don Alvaro de Luna, Juan Pacheco, Iñigo Lopez de Mendoza, el conde de Alba y el obispo Lope de Barrientos. Por otra parte con los aragoneses se juntaron el Almirante, el conde de Benavente, los hermanos Pedro, Fernando y Diego de Quiñones, el conde de Castro y Juan de Tovar, con que se les llegaron otros mil caballos. Habláronse los príncipes de la una parte y de la otra para ver si se podian concertar, todo maña del obispo Barrientos para entretener á los contrarios hasta tanto que llegase el maestre de Alcántara, con cuya venida reforzados de gente los del Rey, se pusieron en órden de pelea. Los aragoneses ni podian mucho tiempo sufrir el cerco por falta de vituallas, y no se atrevían á dar la batalla por no tener fuerzas competentes. Resolviéronse en lo que les pareció necesario, de enviar á los reales del Rey á Lope de Angulo y al licenciado Cuellar, chanciller del de Navarra. Y como les fuese dada audiencia, declararon las razones por que los infantes lícitamente tomaran las armas. Que no era por voluntad que tuviesen de hacer mal á nadie, sino de defender sus personas y estados y de poner el reino en libertad, que veian estar puesto en una miserable servidumbre: «Si echado don Alvaro, como tenia acordado vuestra alteza, quisiere por su voluntad gobernar el reino, no pondrémos dificultad ninguna ni dilacion en hacer las paces con tal que las condiciones sean tolerables. Que si no dais oido á tan justa demanda, la provincia y vuestros vasallos padecerán robos, talas, sacos y violencias; males que se pondrán á cuenta del que no los excusare, y que protestamos delante de Dios y de los hombres con toda verdad deseamos por nuestra parte y procuramos atajar. Avisamos otrosí que esta embajada no se envia por miedo, sino con el deseo que tenemos de que haya sosiego y paz. » Dichas con grande fervor estas palabras, presentaron un memorial en que llevaban por escrito lo mismo en sustancia. Respondió el Rey que lo miraria mas de espacio. En el entre tanto que andaban los tratos de paz, acaso, un dia miércoles, que se contaban 19 de mayo, vinieron por un

accidente á las manos y se dió la batalla. Pasó así, que el príncipe don Enrique con el brio de mozo se acercó al muro con cincuenta de á caballo para escaramuzar con el enemigo. Salieron del pueblo otros tantos, pero con espaldas de los hombres de armas. Espantáronse los del Príncipe con ver tanta gente, y vueltas las espaldas, se pusieron en huida. Siguiéronles los aragoneses hasta las mismas trincheas de los reales. Pareció grande desacato y atrevimiento; salen las gentes del Rey en guisa de pelear. En la vanguardia iba el condestable don Alvaro por frente, y á los costados los hombres de armas, y por sus capitanes don Alonso Carrillo, obispo de Sigüenza, y su hermano Pedro de Acuña, Iñigo Lopez de Mendoza y el conde de Alba. En el cuerpo de la batalla iba el príncipe don Enrique con quinientos y cincuenta hombres de armas, que debajo del gobierno de don Gutierre de Sotomayor, maestre de Alcántara, cerraban el escuadron. El Rey y en su compañía don Gutierre, arzobispo de Toledo y conde de Haro, guiaban y regian la retaguardia, cuyos costados fortificaban, de una parte el prior de San Juan y don Diego de Zúñiga, de otra Rodrigo Diaz de Mendoza, mayordomo de la casa real, y Pedro de Mendoza, señor de Almazan. Estuvieron en esta forma gran parte del dia sin que de la villa saliese ni se moviese nadie. Apenas quedaban dos horas de sol cuando mandaron que la gente se recogiese á los reales. Entonces los aragoneses salieron con grande alarido á cargar en los contrarios. Pensaban que la escuridad de la noche, que estaba cercana, si fuesen vencidos los cubriria, y si venciesen no los estorbaria por ser pláticos de la tierra y por sus muchos caballos. Cerraron los primeros los caballos ligeros. Acudieron los demás, con que la pelea se avivó. Las gentes de Aragon iban en dos escuadrones: el uno, que llevaba por caudillo al infante don Enrique, acometió á los del condestable don Alvaro; el de Navarra cargó contra el príncipe don Enrique, su yerno. Pelearon valientemente por ambas partes. Adelantáronse el maestre de Alcántara y Iñigo Lopez de Mendoza para ayudar á los suyos, que andaban apretados; muchos de ambas partes huian, en quien el miedo podia mas que la vergüenza. En especial los aragoneses eran en menor número, y por la muchedumbre de los contrarios comenzaban á ciar. Cerraba la noche; el de Navarra y don Enrique, su hermano, cada cual con su banda particular, discurrian por las batallas, socorrian á los suyos, cargaban á los contrarios donde quiera que los veian mas apiñados, acudian á todas partes, mas no podian por estar alterados los suyos ponellos á todos en razon y en ordenanza ni ser parte para que con la escuridad de la noche, que todo lo cubre y lo iguala, no se pusiesen en huida. Los infantes, desbaratados y huidos los suyos, se retiraron á Olmedo. El de Benavente y el Almirante se acogieron á otros lugares. El conde de Castro y don Enrique, hermano del Almirante, y Hernando de Quiñones fueron presos en la batalla y con ellos otros docientos; los muertos fueron pocos; treinta y siete murieron en la pelea, y de los heridos mas. Los infantes de Aragon, por no fiarse en la fortaleza del lugar, la misma noche se partieron á Aragon, sin entrar en poblado porque no los detuviesen.

El de Navarra sin lesion; don Eurique en breve murió en Calatayud de una herida que le dieron en la mano izquierda; entendióse le atosigaron la llaga, con que se le pasmó el brazo. Fué hombre de grande ánimo, pero bullicioso y que no podia estar sosegado. Su cuerpo sepultaron en aquella ciudad. Del segundo matrimonio dejó un hijo de su mismo nombre, que no dará en lo de adelante mucho menos en qué entender que su padre. Los vencedores recogieron los despojos, y luego escribieron cartas á todas partes, con que avisaban cómo ganaran la jornada. Demás desto, en el lugar que se dió la batalla, por voto del Rey y por su mandado, levantaron una ermita con advocacion del Espíritu Santo de la Batalla, para memoria perpetua desta pelea muy memorable.

CAPITULO III.

De las bodas de don Fernando, hijo del rey de Aragon
y de Nápoles.

Mejor y mas prósperamente procedian las cosas de Aragon en el reino de Nápoles en Italia. El rey don Alonso, en gracia del Padre Santo, quitó la Marca de Ancona á la gente de Francisco Esforcia. Ellos, aunque despojados de las ciudades y pueblos de que contra razon estaban apoderados, partido el Rey, no se sosegaban, por estar ensoberbecidos con la memoria de las cosas que hicieran, muchas y grandes en Italia. Revolvió el rey de Aragon á instancia del pontífice Eugenio, y llegado con sus gentes á la Fontana del Pópulo, pueblo no léjos de la ciudad de Teano, mandó que acudiesen allí los señores. Vino con los demás Antonio Centellas, marqués de Girachi, con trecientos de á caballo. Era de parte de padre de los Centellas de Aragon, de parte de madre de los Veintemillas de Nápoles, y en la guerra pasada sirvió muy bien y ayudó á sujetar lo de Calabria, Basilicala y Cosencia con su buena maña y con gran suma de dineros que, vendidas sus particulares posesiones, juntó para pagar á los soldados. Queria el Rey que Enricota Rufa, hija del marqués de Croton y heredera de aquel estado, casase con Iñigo Davalos, casamiento con que pretendia premialle sus servicios. Cometió este negocio á Antonio Centellas para que le efectuase. Ganó él por la mano, y quiso mas para sí aquel estado, y casó con la doncella. Aumentó con esto el poder, y creció tambien en atrevimiento. Disimulóse por entonces aquel desacato; pero poco despues en esta sazon fué castigado por todo. Achacábanle que trató de dar la muerte á un cortesano muy poderoso y muy querido del Rey. El por miedo del castigo se partió de los reales que tenian cerca de la Fontana del Pópulo, y no paró hasta llegar á Catanzaro, pueblo de su jurisdiccion. Alterado el Rey, como era razon, por este caso, envió á la Marca á Lope de Urrea y otros capitanes, y él mismo, porque con disimular aquellos principios no cundiese el mal, ca temia si pasaba por aquel desacato no le menospreciasen los naturales en el principio de su reinado, y con la esperanza de no ser castigados creciese el atrevimiento, dió la vuelta á Nápoles, desde donde para justificar mas su causa envió personas que redujesen á Antonio Centellas; pero él hacíase sordo á los que le amonestaban lo que le convenia.

Vinieron á las armas; el mismo Rey pasó á Calabria, y de su primera llegada tomó á Rocabernarda y á Bellicastro. Croton sufrió el cerco algunos dias. Despues por miedo de mayor mal abrió las puertas y se rindió. Desde allí marchó el Rey la vuelta de Catanzaro, do Antonio Centellas se hallaba con su mujer y hijos y todo el menaje y repuesto de su casa. No se vino á las manos á causa que, perdida la esperanza de defenderse y por ver que los otros grandes no se movian en su ayuda, bien que en prometer liberales, mas mostrábanse recatados en el peligro; trató de pedir perdon, y alcanzóle con condicion que se rindiese á sí y á sus cosas á voluntad del Rey. Hízose así; mandó el Rey le entregase aquella ciudad y el castillo de Turpia, y él fué enviado á Nápoles con su mujer y hijos y toda su recámara; que fué un grande aviso para entender que en la obediencia consiste la seguridad, y en la contumacia la total perdicion. El principal movedor desta alteracion fué un milanés, por nombre Juan Muceo, que á la sazon residia en Cosencia. Tuvo el Rey órden para habelle á las manos; perdonóle al tanto, si bien poco despues pagó con la cabeza sus malas mañas, ca el duque de Milan, do se acogió, le hizo dar la muerte por otra semejante deslealtad. Por esta manera se conoció la providencia y poder de Dios en castigar los delitos; y aquellas grandes alteraciones, que tenian suspensa y á la mira toda Italia, tuvieron remate breve y fácil. Festejóse y aumentóse la alegría de haber sosegado todo aquel reino con las bodas de don Fernando, hijo del Rey, que casó en Nápoles á 30 de mayo, dia domingo, con Isabel de Claramonte, con la cual antes estaba desposado. Pretendíase con aquellas bodas ganar de todo punto al príncipe de Taranto, tio de parte de madre de aquella doncella, porque hasta entonces parecia andar en balanzas. En medio destos regocijos vinieron nuevas tristes y de mucha pesadumbre, esto es, que las dos reinas, hermanas del Rey, y don Enrique de Aragon fallecieron, como queda dicho. Demás desto, que vencido el de Navarra, le echaran de toda Castilla; tal es la condicion de nuestra naturaleza, que ordinariamente las alegrías se destemplan con desastres. Al embajador que envió el rey de Navarra para avisar desto, y de su parte hacia instancia que el de Aragon volviese á España, dió por respuesta que la guerra de la Marca estaba en pié; por tanto, que ni su fe ni su devocion sufria desamparar al Pontifice y faltar en su palabra; acabada la guerra, que él iria á España; pero avisaba que de tal manera se asegurasen de su ida, que no dejasen por tanto de apercebirse de todo lo necesario; que nombraba en lugar de la Reina para el gobierno al rey de Navarra, y por sus consejeros á los obispos de Zaragoza y de Lérida y otras personas principales; que no seria dificultoso con las fuerzas de Navarra y de Aragon resistir á las de Castilla. En conclusion, otorgaba que con los moros de Granada, lo cual pedia asimismo el rey de Navarra, se concertasen treguas y confederacion por un año ; ciudad y nacion en que por el mismo tiempo hobo mudanza de reyes. Dado que Mahomad, por sobrenombre el Izquierdo, con las guerras civiles de Castilla tuvo sosiego algunos años, de la paz,como es ordinario, resultaronentre los moros grandes discordias. Los tiempos eran tan

estragados, que no podian sosegar por largo espacio; si faltaban enemigos de fuera, nacian dentro de casa. Fué así, que dos primos hermanos, hijos que eran de dos hermanos del rey Moro, el uno llamado Ismael, ó por miedo de la tempestad que amenazaba, ó temiendo la ira de su tio, se fué al rey de Castilla para serville en la guerra, con cuya ayuda esperaba podria recobrar su patria, sus riquezas y la autoridad que antes tenia. El otro, que se llamaba Mahomad el Cojo, porque renqueaba de una pierna, en la ciudad de Almería, do era su residencia, se hermanó con algunos moros principales. Con esta ayuda se apoderó del castillo de Granada que se llama el Alhambra; hobo otrosí á las manos al Rey, su tio, y le puso en prision. Hecho esto, se alzó con todo el reino y se quedó por rey. Esto fué por el mes de setiembre; mes que aquel año, conforme á la cuenta de los arábes, fué el que llama aquella gente iamad el segundo. Dividiéronse con esto los moros en bandos. Andilbar, gobernador que era de Granada, con sus deudos y aliados se apoderó de Montefrio, que era un castillo muy fuerte no léjos de Alcalá la Real, y por tener poca esperanza de restituir y librar al Rey viejo que preso estaba, convidó con el reino á Ismael. Apresuróse él para tomalle con ayuda que le dió el rey de Castilla de dinero y de gente. La esperanza que tenia de salir con su intento era alguna; el miedo era mayor á causa de sus

yor parte de aquella nacion, que los mas, quién de voluntad, quién por contemporizar, procuraban ganar la gracia del rey Mahomad y por este camino entretenerse y mirar por sus particulares. Mas esto sucedió al fin deste año; volvamos á contar lo que se nos queda atrás.

CAPITULO IV.

Que don Alvaro de Luna fué hecho maestre de Santiago.

Ganada la batalla de Olmedo, sobre lo que debian hacer se tuvo consejo en la tienda de don Alvaro de Luna, que salió herido de la refriega en la pierna izquierda. Allí determinaron por comun acuerdo de todos que los bienes y estados de los conjurados fuesen confiscados; tomaron la villa de Cuellar, y pusieron cerco sobre Simancas. El príncipe don Enrique queris que el almirante don Fadrique fuese exceptuado de aquella sentencia y que se le diese perdon; los demás eran de parecer contrario, decian que su causa no se podia apartar de la de los demás; antes juzgaban de comun consentimiento y tenian su delito por mas grave y calificado por ser el primero y principal y que movió á los demás á tomar las armas. Por esta causa el Príncipe se fué á Segovia; el Rey, su padre, alterado por su partida y por recelo no fuese este principio de nuevos alborotos, dejó á Pedro Sarmiento el cuidado de apoderarse de los demás pueblos de los alborotados, y él mismo se fué á Nuestra Señora de Nieva con deseo de sosegar á su hijo. Para obedecer pidió el Príncipe que para sí le diesen á Jaen, á Logroño y á Cáceres, y á Juan Pacheco á Barcarota, Salvatierra y Salvaleon, pueblos á la raya de Portugal. Condescendió el Rey con él; mas ¿qué se podria hacer? Desta manera, por lo que era razon fueran castigados, les dieron premio;

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