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tales eran los tiempos. Fuera desto, en Medina de Rioseco se dió perdon al Almirante con tal que dentro de cuatro meses se redujese al deber, y en el entre tanto doña Juana, reina de Navarra, su hija, estuviese detenida en Castilla como en relienes. Tomado este asiento, el castillo de aquella villa que se tenia por el Almirante, se entregó al Rey; los demás pueblos de Castilla la Vieja, que eran de los alterados, en breve tambien vinieron á su poder. Al principio desta guerra, por consejo de don Alvaro, dado que al conde de Haro y á otros grandes no les parecia bien, envió el rey de Castilla por gente de socorro á Portugal; acordó con esta demanda el gobernador don Pedro, duque de Coimbra. Juntó dos mil de á pié y mil y seiscientos caballos, y por general á su hijo don Pedro, que si bien no pasaba de diez y seis años, por muerte del infante don Juan, su tio, poco antes le habian nombrado por condestable de Portugal. Llegó esta gente á Mayorga, do el Rey estaba. Su venida no fué de efecto alguno por estar ya la guerra concluida. Sin embargo, festejaron al General, regalaron á los capitanes, y les presentaron magníficamente segun que cada cual era. No resultó algun otro provecho desta venida y deste ruido; solamente don Alvaro secretamente y sin que el mismo Rey lo supiese, segun se dijo, concertó de casalle scgunda vez con doña Isabel, hija de don Juan, maestre de Santiago en Portugal, con el cual don Alvaro tenia grande alianza y muchas prendas de amor; tan grande era la autoridad y mano que don Alvaro se tomaba, tan rendido tenia al Rey. Decia que aquel parentesco seria de mucho provecho por el socorro de gente que les vendria de aquel reino, fuera de que bacian suelta por este respeto de gran suma de dineros que se gastaron en la paga de los soldados ya dichos. Despedido el socorro de Portugal, pasó la corte á Búrgos. Allí, muy fuera de lo que se pensaba, á los condes de Benavente y de Castro se dió perdon á tal que por espacio de dos años, ni el de Castro saliese de Lobaton, ni el de Benavente se partiese de aquella su villa de Benavente. A otros grandes hicieron crecidas mercedes, mayores al cierto que sus servicios: don Iñigo Lopez de Mendoza fué hecho marqués de Santillana y conde de Manzanares; Villena se dió á don Juan Pacheco con nombre tambien de marqués; demás desto, en Avila don Alvaro de Luna fué elegido por voto de los caballeros de aquella órden en maestre de Santiago; parece que la fortuna le subia tan alto para con mayor caida despeñalle. A don Pedro Giron, mas por respeto de don Juan Pacheco, su hermano, que por sus méritos, pues antes siguiera el partido de Aragon, dieron el maestrazgo de Calatrava. Para este efecto depusieron á don Alonso de Aragon; cargábanle que siguió á su padre en la guerra pasada. No faltó quien tachase aquellas dos elecciones como no legítimas, de que resultaron debates y competencias. Contra don Alvaro pretendia don Rodrigo Manrique, ayudado, como se dirá luego, del favor del príncipe don Enrique. Contra don Pedro Giron se oponía don Juan Ramirez de Guzman, comendador mayor de Calatrava, que desde la eleccion pasada pretendia algun derecho, y en la presente tuvo algunos votos por su parte, de que resulta

ron grandes alteraciones y discordias. Alburquerque se tenia todavía por los aragoneses. Acudió el Rey en persona á rendir la villa y la fortaleza, que finalmente le entregó su alcaide Fernando Davalos. Dió el Rey la vuelta á Toledo, y allí removió, á peticion de la ciudad, de la tenencia del alcázar y del gobierno del pueblo á Pero Lopez de Ayala, y puso en su lugar á Pero Sarmiento; acuerdo poco acertado, por lo que avino adelante, y aun de presente se disgustó asaz el príncipe don Enrique por el mucho favor que hacia al depuesto Pero Lopez de Ayala. Al fin deste año, á los 4 de diciembre, finó en la su vila de Talavera don Gutierre, arzobispo de Toledo; su cuerpo sepultaron en el sagrario al cierto de aquella iglesia colegial. Sobre si le trasladaron á la villa de Alba, como él mismo lo dejó dispuesto en su testamento, hay opiniones diferentes; quién dice que nunca le trasladaron y que yace en el mismo lugar sin lucillo y sin letra, solo un capelo verde, que cuelga de la bóveda en señal de aquel entierro; otros porfian que los de su casa le pasaron á Alba, sin señalar cuándo ni cómo. Solo consta que en San Leonardo, convento de jerónimos de aquella villa, hay un sepulcro de mármol blanco suyo, que de en medio de la capilla mayor en que estaba le pasaron al lado del Evangelio, pero sin alguna letra que declare si están dentro los huesos. En suma, en lugar de don Gutierre alcanzó aquella dignidad don Alonso Carrillo, obispo á la sazon de Sigüenza, por principio del año 1446. Su padre Lope Vazquez de Acuña, que de Portugal se vino á Castilla; sus hermanos Pedro de Acuña, señor de Dueñas y Tariego, y otro Lope Vazquez de Acuña. Demás desto, era tio de don Juan Pacheco y hombre de gran corazon, pero bullicioso y desasosegado, de que son bastante prueba las alteraciones largas y graves que en el reino se levantaron, y él las fomentó. Hízose consulta sobre lo que quedaba por concluir de la guerra. Atienza y Torija solamente se tenian por el de Navarra en toda Castilla, pero fortificadas para todo lo que podia suceder, guarnecidas de buen número de soldados, que salian á correr los campos comarcanos, hacer presas de ganados y de hombres. Demás desto, crecia la fama de cada dia, y venian avisos que el de Navarra se aprestaba para volver de nuevo á la guerra, cosa que ponia en cuidado á los de Castilla, tanto mas que el rey Moro con intento de ganar reputacion, y á instancia de los aragoneses, con una entrada que hizo por las fronteras del Andalucía, tomara por fuerza á Benamaruel y Benzalema, pueblos fuertes en aquella comarca; afrenta mayor que el miedo y que el daño. No se podia acudir á ambas partes; marcharon las gentes del Rey contra los aragoneses por el mes de mayo, y despues que tuvieron cercada á Atienza por espacio de tres meses, se trató de hacer paces. Concertaron que aquellos dos pueblos se pusiesen en tercería y estuviesen en poder de la reina de Aragon doña María hasta tanto que los jueces nombrados de comun consentimiento determinasen á quién se debian entregar. Hecha esta avenencia, el rey de Castilla fué recebido dentro del pueblo á 12 de agosto. Hizo abatir ciertas partes de la muralla y poner fuego á algunos edificios. Los vecinos pretendian se quebrantaran las condicio

nes del concierto y asiento tomado, y así no le quisieron recebir en el castillo. Por esto sin acabar nada fué forzado volver atrás y irse á Valladolid. Solamente dejó ordenado que el nuevo arzobispo de Toledo y don Cárlos de Arellano quedasen con gente para reprimir los insultos de los aragoneses por aquella parte, y en ocasion se apoderasen de aquellos pueblos. No por esto los aragoneses quedaron amedrentados, antes desde aquellos lugares hacian de ordinario correrías y cabalgadas por todos aquellos campos hasta Guadalajara, do el de Toledo y Arellano residian. Algunos de los parciales andaban al tanto por toda la provincia esparcidos y mezclados con todos los demás, que á la sorda alteraban la gente y eran causa que resultasen nuevas sospechas entre los grandes de Castilla; maña en que el de Navarra tenia mayor fiucia que en las armas. Demás desto, don Alvaro y don Juan Pacheco cada cual por su parte con intento de aprovecharse del daño ajeno sembraban con chismes y reportes semilla de discordia entre el Rey y su hijo el príncipe, que debieran cou todas sus fuerzas atajar; ¡ cruel codicia de mandar y ciego ímpetu de ambicion, cuán grandes estragos haces! En un delito ¡cuán gran número de maldades se encerraban! Pasaron tan adelante en estas discordias, que por ambas partes hicieron levas de soldados. En cierto asiento que se hizo entre el Rey y el Príncipe, su hijo, hallo que el Rey perdona al conde de Castro, y á sus hijos manda se les vuelvan sus estados y bienes. Don Rodrigo Manrique, confiado en estas revueltas mas que en su justicia, por nombramiento del pontífice Eugenio y á persuasion del rey de Aragon, sin tener el voto de los caballeros, se llamó maestre de Santiago. Pretendia él por las armas apoderarse de los lugares del maestrazgo; don Alvaro le resistia; de que resultaron daños de una parte y de otra, muertes y robos por todas aquellas partes. Estas alteraciones y revueltas fueron causa que pocos cuidasen de lo que mas importaba; así los moros por principio del año 1447 hicieron entrada en nuestras tierras, llevaron presas de hombres y de ganados, quemaron aldeas, talaron los campos, las rozas y las labranzas, y en particular ganaron de los nuestros los pueblos de Arenas, Huescar y los dos Vélez, el Blanco y el Rojo, que están en el reino de Murcia, poco distantes entre sí. No tenian bastante número de soldados ni estaban bastecidos de vituallas ni de almacen; así no pudieron mucho tiempo sufrir el ímpetu de los enemigos. Esto y las sospechas que todos tenian de mayores males eran los frutos que de las discordias que andaban entre los grandes resultaron.

CAPITULO V.

De la guerra de Florencia.

No será fuera de propósito, como yo pienso, declarar en breve las causas y el suceso de la guerra de Florencia que por el mismo tiempo se emprendió en Italia. Blanca, hija de Filipo, duque de Milan, casó con Francisco Esforcia. El dote sesenta mil escudos, y entre tanto que se la pagaban, en prendas á Cremona, ciudad rica de aquel ducado, la cual el yerno con esperanza que tenia de suceder en aquel estado, aunque

le ofrecia el dinero, no quiso restituir á su suegro, confiado en la ayuda de venecianos, en aquella sazon, por sí mismos y por la liga que tenian con florentines y ginoveses, poderosos por mar y por tierra. Envió Filipo por su embajador al obispo de Novara para que tratase con el rey don Alonso moviese guerra á los florentines, para con esto recobrar él á Cremona, sin embargo del favor que daban á su yerno los venecianos. El pontifice Eugenio era contrario á los venecianos y á sus aliados y intentos, y por el contrario amigo del duque Filipo. Por esta causa atizaba y persuadia al Rey hiciese esta guerra, dado que no era menester por lo mucho que él mismo debia al Duque; así hizo mas de lo que le pedian. Envió por una parte al estado de Milan á Ramon Buil, excelente capitan y de fama en aquella era; él mismo por otra sin mirar que era invierno pasó á Tibur, cerca de Roma. Entre tanto que allí se entretuvo para ver cómo las cosas se encaminaban y que los florentines hacian buenas ofertas por divertir la guerra de su casa, los venecianos con las armas se apoderaron de gran parte del ducado de Milan. Por esta causa fué forzado el Duque de recebir á su yerno en su gracia. Lo mismo hizo el rey don Alonso á su instancia y aun envió al Duque dinero prestado. Hallábanse las cosas en este estado, cuando súbitamente, mudado el Duque de voluntad, convidó al rey de Aragon y le llamó para entregalle el estado de Milan. Resistió el Rey á esto, y no aceptó la oferta, por juzgar era cosa indigna que príncipe tan grande se redujese á vida particular y dejase el mando. Estas demandas y respuestas andaban, cuando el papa Eugenio, que era tanta parte para todo, falleció en Roma á 22 de febrero. Apresuróse el conclave, y salió por pontífice dentro de diez dias el cardenal Tomás Sarzana, natural de Luca, en Toscana, con nombre en el pontificado de Nicolao V; buen pontífice, y que la bajeza de su linaje, que fué grande, ennobleció con grandes virtudes; y por haber sido el que puso en pié y hizo se estimnasen las letras humanas en Italia, es justo que los doctos le amen y alaben. Fué admirable en aquella edad, no solo en la virtud, sino en la buena dicha con que subió á tan alto estado, tan amigo de paz cuanto su predecesor de guerra. En el estado de Milan se hacia la guerra con diferentes sucesos. El duque Filipo, pasado que hobo con su ejército el rio Abdua, congojado de cuidados y desconfiado de sus fuerzas, trató de veras con Ludovico Dezpuch, embajador del rey don Alonso, de renunciar aquel estado y entrega. lle á su señor, ca estaba determinado de trocar la vida de príncipe, llena de tantos cuidados y congojas, con la de particular, mucho mas aventurada; sobre todo deseaba castigar los desacatos de su yerno. Decia que á causa de su vejez, ni el cuerpo podia sufrir los trabajos, ni el corazon los cuidados y molestias. Que seria mas á propósito persona de mas entera edad y mas brio para que con su esfuerzo y buena dicha reprimiese la lozanía y avilenteza de los venecianos. En el entre tanto que Ludovico con este recado va y vuelve, el duque Filipo falleció en el castillo de Milan, á los 13 de agosto, de calenturas y cámaras y principalmente de la pesadumbre que le sobrevino con aquellos cuidados que

le apretaron en lo postrero de su edad; aviso que la vida larga no siempre es merced de Dios. Mas ¿qué otra cosa sujetó á aquel Príncipe, poco antes tan grande, á tantas desgracias sino los muchos años? De manera que no siempre se debe desear vivir mucho, que los años sujetan á las veces los hombres á muchos afanes, y el fallecer en buena sazon se debe tener por gran felicidad. Aquel mismo mes se celebraron las bodas del

Castilla. Este era el mayor daño. El de Toledo y Iñigo Lopez de Mendoza, que fué puesto en lugar de Arellano, con un largo cerco con que apretaron á Torija la forzaron á rendirse á partido que dejasen ir libres á los soldados que tenia de guarnicion. Este daño que recibió el partido de Aragon recompensaron los soldados de Atienza con apoderarse en tierra de Soria de un castillo que se llama Peña de Alcázar. El rey de Casti

rey de Castilla y doña Isabel en Madrigal; las fiestas nolla, irritado por esta nueva pérdida, desde Madrigal,

fueron grandes por las alteraciones que andaban todavía entre los grandes. La suma es que entre el Rey y la Reina sin dilacion se trató de la manera que podrian destruir á don Alvaro de Luna; negocio que aun no estaba sazonado, dado que él mismo por no templarse en el poder caminaba á grandes jornadas á su perdicion. Este fué el galardon de ser casamentero en aquel matrimonio. El rey don Alonso, como lo tenian tratado, fué por el duque Filipo nombrado en su testamento por heredero de aquel estado. En esta conformidad Ramon Buil, uno de los comisarios del Rey en Lombardía, en cuyo poder quedó el un castillo de aquella ciudad, hizo que los capitanes hiciesen los homenajes y juramento al rey don Alonso como duque de Milan. La muchedumbre del pueblo con deseo de la libertad acudió á las armas con tan grande brio, que se apoderaron de los dos castillos que tenia Milan, y sin dilacion los echaron por tierra y los arrasaron. Don Alonso no podia acudir por estar ocupado en la guerra de Florencia, que ya tenia comenzada, en que se apoderó por las armas de Ripa, Marancia y de Castellon de Pescara en tierra de Volterra. Los florentines, alterados por esta causa, llamaron en su ayuda á Federico, señor de Urbino, y á Malatesta, señor de Arimino. El Rey puso cerco sobre Piombino, y se apoderó de una isla que le está cercana, y se llama del Lillo. Los de Piombino asentaron que pagarian por parias cada un año una taza de oro de quinientos escudos de peso; los florentines otrosí se concertaron con el Rey debajo de ciertas condiciones, con que dejadas las armas, se partió para Sulmona. Quedaron por él en lo de Toscana la isla del Lillo y Castellon de Pescara. Erale forzoso acudir á lo de Milan y aquella guerra. Hobo diversos trances ; venció finalmente Francisco Esforcia, mozo de grande ánimo, pues pudo por su esfuerzo y con ayuda de venecianos quitar la libertad á los milaneses y al rey don Alonso el estado que le dejara su suegro. Cepa de do procedió una nueva línea de príncipes en aquel ducado de Milan y ocasion de nuevas alteraciones y grandes, en que Francia con Italia, y con ambas España se revolvieron con guerras que duraron hasta nuestro tiempo, variables muchas veces en la fortuna y en los sucesos, como se irá señalando en sus propios lugares.

CAPITULO VI.

Que muchos señores fucron presos en Castilla. Las cosas de Castilla aun no sosegaban; de una parte apretaba el rey Moro, ordinario y ferviente enemigo del nombre de Cristo; de otra estaba á la mira el de Navarra, que tenia mas confianza que en sus fuerzas en la discordia que andaba entre los grandes de

do estaba, partió por el mes de setiembre para Soria ; seguíanle tres mil de á caballo, número bastante para hacer entrada por la frontera y tierras de Aragon. Por el mismo tiempo en Zaragoza se tenian Cortes de Aragon para proveer con cuidado en lo de la guerra que les amenazaba. Entendian que tantos apercebimientos como en Castilla se hacian no serian en vano. Hiciéronse diligencias extraordinarias para juntar gente; mandaron y echaron bando que todos los naturales de diez uno, sacados por suertes, fuesen obligados á tomar las armas y alistarse; resolucion que si no es en extremo peligro, no se suele usar ni tomar. No obstante esta diligencia, enviaron por sus embajadores á Soria á Iñigo Bolea y Ramon de Palomares para que preguntasen cuál fuese el intento del Rey y lo que con aquel ruido y gente pretendia, y le advirtiesen se acordase de la amistad y liga que entre los dos reinos tenian jurada. Si confiaba en sus fuerzas, que tomadas las armas, lo que era cierto se hacia dudoso y se aventuraba; que comenzar la guerra era cosa fácil, pero el remate no estaria en la mano del que le diese principio y fuese el primero á tomar las armas. A esta embajada respondió el Rey, á 20 de setiembre, en una junta mausamente y con disimulacion, es á saber, que él tenia costumbre de caminar acompañado de los grandes y de su gente; que los aragoneses hicieron lo que no era razon en ayudar al de Navarra con consejo y con fuerzas; si no lo emendaban, lo castigaria con las armas. Envió junto con esto sus reyes de armas, llamados Zurban y Carabeo, para que en las Cortes de Zaragoza se quejasen destos desaguisados. Los aragoneses asimismo tornaron á enviar al Rey otra embajada. Entre tanto que estas demandas y respuestas andaban, los soldados de Castilla de sobresalto se apoderaron del castillo de Verdejo, que está en tierra y en el distrito de Calatayud. Con esto desistieron de tratar de las paces, y luego vinieran á las manos, si un nuevo aviso que vino de que los grandes en lo interior y en el riñon de Castilla se conjuraban y ligaban entre sí no forzara al rey de Castilla á dar la vuelta á Valladolid. En aquella villa tuvo las pascuas de Navidad, principio del año de 1448. En el mismo tiempo un escuadron de gente de Navarra tomó la villa de Campezo, y el gobernador de Albarracin se apoderó de Huelamo, pueblo de Castilla á la raya de Aragon, y que está asentado en la antigua Celtiberia, no léjus de la ciudad de Cuenca. Desta manera variaban las cosas de la guerra; así es ordinario. El mayor cuidado era de apaciguar á los grandes y reconciliar con el Rey al Príncipe, su hijo, ca por su natural liviano nunca sosegaba del todo ni era en una cosa constante. La ambicion de don Alvaro y de don Juan Pacheco era impedimento para que no se pudiese efectuar cosa alguna

en esta parte. Menudeaban las quejas; cada cual de los dos pretendia derribar al otro y por este medio subir él al mas alto grado. Entendió esto don Alonso de Fonseca, obispo de Avila, persona de ingenio sagaz; procuró concordallos y hacellos amigos. Decíales que si se aliaban tendrian mano en todo el gobierno; la discordia seria causa de su perdicion. Tomóse por expediente para atajar las conjuraciones de los grandes prender muchos dellos en un dia señalado. Para poner esto en ejecucion tuvieron habla el Rey y el Príncipe, su hijo, entre Medina del Campo y Tordesillas á 11 de mayo, sábado, víspera de pascua de Espíritu Santo. Como se concertó, así se hizo, que don Alonso Pimentel, conde de Benavente, y don Fernan Alvarez de Toledo, conde de Alba, don Enrique, hermano del Almirante, los dos hermanos Pedro y Suero de Quiñones fueron presos. Al de Benavente, don Enrique y á Suero llevaron á Portillo; al de Alba y Pedro de Quiñones á Roa para que allí los guardasen. Achacábanles que trataban de hacer volver al rey de Navarra á Castilla. Como los hombres naturalmente se inclinan á creer lo peor, decia el vulgo, que á nadie perdona, era todo invencion para aplacar el odio del pueblo concebido por aquellas prisiones. El Almirante y el conde de Castro, como no les hobiesen podido persuadir que viniesen á la corte, avisados de lo que pasaba, se retiraron á Navarra. Lo que era consiguiente, tomáronles los estados sin dificultad por no tener quien los defendiese ni estar los pueblos apercebidos de vituallas. Estos fueron Medina de Ruiseco, Lobaton, Aguilar, Benavente, Mayorga con otro gran número de pueblos y castillos. Diego Manrique de su voluntad entregó los castillos de Navarrete y de Treviño como en rehenes y para seguridad que guardaria lealtad á su Rey. Todas estas trazas á los malos dieron gusto; los buenos las aborrecian; y no se sanaron las voluntades, sino antes se exasperaron mas y comenzaron nuevas sospechas de mayor guerra. Continuábanse todavía las Cortes de Zaragoza, en que

por

el mes de abril entre Aragon y Castilla se concertaron treguas por seis meses; que las paces, ó no pudieron, ó no quisieron concluillas. De los dos señores que se huyeron de Castilla, el conde de Castro se quedó en Navarra, el Almirante llegó á Zaragoza á 29 de mayo. En aquella ciudad trató con el rey de Navarra de lo que debian hacer. Acordóse que el Almirante pasase en Italia para informar de todo lo que pasaba como testigo de vista. Estaba el rey don Alonso á la sazon sobre Piombino, como queda dicho antes, cuando en un mismo tiempo el Almirante y don Garci Alvarez de Toledo, hijo del de Alba, por diversos caminos llegaron allí. El de Aragon los recibió muy bien y les dió muy grala audiencia; demás desto, prometió de les acudir y ayudallos, dióles cartas que escribió á los grandes, desta sustancia: «Amigos y deudos: De vuestro » desastre nos ha informado nuestro primo el Almiran»te. Cuánta pena nos haya dado no hay para qué de>>cillo; el tiempo en breve declarará cuánto cuidamos de » vos y de vuestras cosas, y que no excusarémos por el » bien de Castilla ningun gasto ni peligro que se ofrezca. » Dios os guarde. De los reales de Piombino, á 10 de » agosto. En este comedio en Castilla se gastaron

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algunos meses en apoderarse de los estados y lugares de los grandes. El Rey y el Príncipe, su hijo, comunicados los negocios entre sí, acordaron se pusiesen guarniciones en las fronteras del reino en lugares convenientes, en especial contra los moros. Resuelto esto, Alonso Giron, primo de Juan Pacheco, fué nombrado para que estuviese en Hellin y en Humilla por frontero con docientos de á caballo y cuatrocientos infantes, con que acometió cierto número de moros que entraron por aquella parte y los desbarató. Mostró en este caso mayor ánimo que prudencia, ca los enemigos se recogieron en un collado que cerca caia; dende de repente con grande alarido cargaron sobre los cristianos que con gran seguridad y descuido recogian los despojos, y por estar esparcidos por todo el campo los destrozaron, sin poder huir ni tomar las ar mas ni hacer ni proveer nada. Los mas fueron muertos, algunos pocos con el Capitan se salvaron por los piés, perdidas las armas y los estandartes. Sobre las demás desgracias de Castilla este nuevo revés alteró el ánimo del Rey, tanto mas, que por el mismo tiempo el príncipe don Enrique, ofendido de nuevo contra don Alvaro de Luna, desde Madrid, do estaba con su padre, se retiró á Segovia; causa de nuevo sentimiento para el Rey. Determinóse para remedio de tantos males y buscar algun camino para atajallos de juntar Cortes en Valladolid. El príncipe don Enrique por órden de su padre se llegó á Tordesillas. Antes que el Rey tambien fuese á verse con él, como estaba acordado, en una junta que tuvo declaró ser su voluntad reconciliarse con su hijo y perdonalle; á los caballeros conforme á los méritos de cada cual premiallos ó castigallos; en particular dijo que queria hacer merced y repartir los pueblos y estados de los parciales entre los leales. Los procuradores de las ciudades cada cual á porfia loaba el acuer do del Rey; quien mas podia mas le adulaba, que es una mala manera de servicio y de agrado tanto mas perjudicial cuanto mas á los príncipes gustoso. Solo Diego Valera, procurador de la ciudad de Cuenca, á instancia de su compañero y por mandado del Rey tomó la mano; y aunque con cierto rodeo, claramente amonestó al Rey no permitiese que los grandes, personas de tanta nobleza y de tan grandes méritos suyos y de sus antepasados, fuesen condenados sin oirlos primero. Dijo que de otra manera seria injusto el juicio, dado que sentenciasen lo que era razon. Hernando de Rivadeneyra, hombre suelto de lengua y arrojado, amenazó á Valera; dijo que le costaria caro lo que labló. El Rey mostró mal rostro contra aquel atrevimiento. Salióse luego de la junta, con que dió á entender cuánto le desagradaron las palabras de Rivadeneyra. Ocho dias despues Valera escribió al Rey una carta en esta sustancia: « Dad paz, señor, en nuestros dias. >> Cuántos males hayan traido á la república las discor» dias domésticas no hay para qué declarallo; nuestras » desventuras dan bastante testimonio de todo, las mas » graves que los hombres se acuerdan; todo está des>>truido, asolado, desierto, y la miserable España la >> tercera vez se va á tierra, si con tiempo no es socorri» da. Quiero con los profetas antiguos llorar el daño y » destruicion de la patria; pero quejarse y sospirar so

D

» lamente y no poner otro remedio á los males fuera de » las lágrimas téngolo por cosa vana. Esto es lo que me sha forzado á escribir. En vuestra prudencia, señor, » despues de Dios están puestas todas nuestras esperan»zas; si no os mueve nuestra miseria, á lo menos la >> desventura de vuestro reino os punce. Si en alguna co»sa se errare, el daño será comun de todos, la afrenta » solo vuestra; que la fama y la fortuna de los hombres » corren á las parejas. Este es el peligro de los que reinan; las prosperidades pertenecen á todos, las cosas adversas y reveses á solo el príncipe se imputan. Con >> premio y con castigo, severidad y clemencia se go» biernan los reinos. Así lo enseña la experiencia, y »grandes varones lo dejaron escrito. Cierto término >> debe haber en esto y guardar cierta medida, bien así » como enlo demás. No es mi intento de disputar en es»te lugar de cosa tan grande. Traer ejemplos, así anti»guos como modernos por la una y por la otra parte, ¿qué »presta? A muchos levantó la clemencia; la severidad »á pocos, por ventura á ninguno. Poned los ojos en » Alejandro, César, Salomon, Roboam, en los Nero>>nes. Las partes que la aspereza y el rigor, por ventura » necesario, pero usado fuera de tiempo, tienen encoDnadas, con la blandura se han de sanar y con echar » por diverso camino que el que hasta aquí se ha toma»do. En conclusion, cuatro cosas conviene hacer; este » es mi parecer, ojalá tan acertado como es el deseo que de acertar tengo. Conviene apaciguar al Príncipe, >> llamar á los desterrados, soltar á los que están presos » y establecer un perpetuo olvido de las enemigas pasa» das. La facilidad en el perdonar, dirá alguno, seria »causa de desprecio; verdad es, si el Príncipe pudiese ser despreciado que tiene valor y ánimo; cosa peligrosa es quererse autorizar con la sangre de sus vasallos. La falta de castigo, dirá otro, hará los hombres satrevidos, y las leyes mandan sea castigado el des»acato y la deslealtad. Es así; pero la propia loa de los » reyes es la clemencia, y toda grande hazaña es forzoSo tenga algo que se pueda tachar; que si en algo se » quebrantaren las leyes, el bien y la salud pública lo "recompensarán y soldarán todo. Quiero últimamente Dhacer mis plegarias. Ruego á Dios que de mis pala» bras, salidas de corazon muy llano, esté léjos toda » sospecha de arrogancia, y que vuestro entendimien>>to para determinar cosas tan grandes sea alumbrado con luz celestial que os enseñe lo que convendrá ha>cer.» Esta carta dió pesadumbre á don Alvaro de Luna; al Rey y á todos los buenos fué muy agradable. El conde de Plasencia, leida esta carta, gustó tanto del ingenio de Valera y de su libertad, que le recibió en su servicio, y le entregó su hijo mayor para que le criase y amaestrase.

CAPITULO VII.

De las bodas del rey de Portugal.

La prision de tan grandes señores y la huida de otros que fueron forzados á salir de toda Castilla alteró mucho la gente y acarreó graves daños. Tratábase dentro y fuera del reino de poner á los presos en libertad y hacer que los huidos volviesen á su tierra. El temor los entretenia y enfrenaba, maestro no duradero ni bueno de lo que

conviene, ca mudadas las cosas algun tanto, se atrevieron los que esto pensaban á procurallo y ponello por obra. El conde de Benavente huyó de la prision; dióle lugar para ello Alonso de Leon por grandes dádivas de presente y mayores promesas que le hizo para adelante; del cual Diego de Ribera, alcaide del castillo, hacia grande confianza. Este dió entrada á treinta soldados en el castillo, que acompañaron al Conde en caballos que para esto tenian apercebidos en un pinar allí cerca, y le llevaron á Benavente. Con su venida los moradores de aquella villa echaron la guarnicion de soldados que tenian puestos por el Rey, Luego despues acudieron á Alba de Liste, que estaba cercada por los del Rey, y los forzaron á alzar el cerco. Junto con esto se apoderaron de otros pueblos de menos cuenta. Esta nueva fué de mucha alegría para los buenos y comunmente para el pueblo. El Rey, alterado con ella, dejó á don Alvaro en Ocaña con órden de apercebir lo necesario para la guerra de Aragon, y él á grandes jornadas se fué á Benavente; desde donde por hallar aquel pueblo apercebido pasó á Portugal, que halló alegre por las bodas de su Rey que poco antes celebró con doña Isabel, hija de don Pedro, su tio y gobernador del reino, con quien siete años antes estaba desposado. Fué esta señora de costumbres muy santas y de apostura muy grande. Deste casamiento nacieron don Juan, que murió niño, y doña Juana, su hermana, que murió sin casar, y otro don Juan que vivió largos años y heredó el reino de su padre. Era el Rey todavía de tierna edad y no bastante para los cuidados del reino. Don Pedro, su suegro, estaba muy apoderado del gobierno de mucho tiempo atrás, cosa que los demás grandes la tenian por pesada y la comenzaban á llevar mal. La muchedumbre del pueblo, como quier que sea amiga de novedades, huelga con la mudanza de los señores por pensar siempre que lo venidero será mejor que lo presente y pasado. El que mas se señalaba en tratar de derribar á don Pedro era don Alonso, conde de Barcelos, sin tener ningun respeto á que era su hermano, ni tener memoria de la merced que poco antes le hiciera, que por muerte de don Gonzalo, señor de Berganza, que falleció sin hijos poco antes, le nombró y dió título de duque de Berganza. Así suelen los hombres muchas veces pagar grandes beneficios con alguna grave injuria; la ambicion y la envidia quebrantan las leyes de la naturaleza. Tenia poca esperanza de salir con su intento, si no era con maldad y engaño. Persuadió al Rey, que era mozo y de poca experiencia, tomase él mismo el gobierno, y que el agravio y injuria que su suegro hizo á su madre en echalla primero del reino, despues acaballa con yerbas, como él decia que lo hizo, la vengase con dalle la muerte; que hasta entonces siempre goberno soberbia y avaramente y robó la república; que segun el corazon humano es insaciable, se podia temer que sin contentarse de lo que es lícito, pretenderia pasar adelante, y de dia y de noche pensaria cómo hacerse rey, para lo cual solo el nombre le faltaba. Alterado el Rey con estos chismes y murmuraciones, trató de vengarse de don Pedro. El, avisado de lo que pasaba, porque en aquella mudanza tan súbita de las cosas no le hiciesen algun desaguisado á él ó á los su

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