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las dos naciones fué grande, las fiestas y regocijos al tanto, si bien el rey de Portugal no se pudo hallar por causa de estar á la sazon doliente. El conde de Gijon don Alonso, conforme á sus mañas, volvia á revolver la feria en las Astúrias, mozo mal inclinado y bullicioso. Envió el Rey alguna gente que allanasen aquellos alborotos, y él dió la vuelta para Segovia á tener Cortes á sus vasallos. Los bullicios de las Astúrias fácilmente se sosegaron, y el Conde se redujo al deber. En las Cortes ninguna cosa se estableció, que se sepa, de mayor momento, salvo que á imitacion de los valencianos, que en esto ganaron por la mano á los demás pueblos de España, se hizo una ley en que se ordenó trocasen la manera de contar los años que antes usaban por las eras de César en los años del nacimiento de Cristo, como hasta hoy se guarda. Celebrábanse estas Cortes cuando en Lisboa falleció el rey don Fernando de Portugal de una larga dolencia que al fin le acabó en 20 de octubre. Vivió cuarenta y tres años, diez meses y diez y ocho dias; reinó diez y seis años, nueve meses y diez dias. Púdose contar entre los buenos príncipes por su condicion muy suave, su mansedumbre y elocuencia, si no se ponen los ojos en la infamia de su casa. En el gobierno se señaló mas que en las armas por la larga paz de que gozó en su reinado. Su cuerpo enterraron en Santaren en el monasterio de los franciscos junto al sepulcro de su madre la reina doña Costanza. Cerdeña no acababa de sosegar. Hugo Arborea, hijo de Mariano, llevaba adelante las pretensiones de su padre, y continuaba en la codicia y trazas de hacerse rey, mal incurable. Era de condicion intratable y fiera; por esto su misma gente se hermanó contra él, y le dieron muerte, ejecutando en él los tormentos y crueldades de que él mismo contra otros usara; que fué justo juicio de Dios. Con su muerte se pensó tendrian fin aquellas revueltas; por esto Brancaleon Doria, que en las guerras pasadas sirviera muy bien al Rey, acudió á Aragon para dar traza á sosegar la isla. Echáronle empero mano á causa que su mujer Leonor Arborea, dueña de pecho varonil, pretendia con las armas vengar la muerte de su hermano y recobrar el estado de su padre; sujetaba otrosí por toda aquella isla fortalezas y plazas, ya por fuerza, ya de voluntad. Llevaron á su marido Brancaleon con la guarda necesaria para sosegar á su mujer y hacella que viniese en lo que era razon. No pudo alcanzar cosa alguna della, si bien usó de toda la diligencia que pudo ; así él estuvo mucho tiempo arrestado en la ciudad de Caller sin poder salir della; y el partido de Aragon iba de caida por estar el Rey embarazado con otros cuidados que mas le aquejaban y no acudir con presteza á las necesidades de aquella guerra como fuera conveniente.

CAPITULO VII.

Que el rey de Castilla entró en Portugal.

Con la muerte del rey don Fernando de Portugal se recrecieron nuevas y muy sangrientas guerras entre Portugal y Castilla. La gente plebeya y aun la principal por el odio que á Castilla tenia, como suele acontecer entre reinos comarcanos, no podia llevar que rey extraño los mandase. El deseo de libertad los encendia,

bien que con poco concierto pretendian que de su nacion fuese alguno nombrado por rey; los hombres, las mujeres, los niños en secreto y en públicos corrillos de ninguna otra cosa trataban. Los señores tuvieron junta en Lisboa sin se acabar de resolver en un negocio tan grave. El miedo hacia por el rey don Juan de Castilla, el antojo los volvia contra él; dos malos consejeros y perjudiciales. Algunos principales de secreto por cartas le convidaban con la posesion de aquel reino con intento de granjear la gracia del nuevo Príncipe mas que por deseo del pro comun. Entre estos fué uno don Juan, el maestre de Avis, de suso nombrado, todo con artificio y maña por no tener aun granjeadas para sí las voluntades del pueblo. Las trazas de los que andaban de mala y los deseños que con la presteza se debieran cortar, con la tardanza se hicieron fuertes y prevalecieron. Gastábase el tiempo en Castilla en consultas y debates; así se les salió la buena ocasion de entre las manos para nunca mas volver. Los pareceres eran diferentes, como suele acontecer; unos sentian que se debia esperar hasta tanto que por comun acuerdo de los principales y del pueblo el Rey fuese llamado á recebir la corona. Alegaban que al no se podia hacer á pena de ser perjuros, pues en los asientos próximos de la paz juraron que dejarian la gobernacion del reino á la Reina viuda hasta tanto que doña Beatriz tuviese algun hijo en edad que pudiese gobernar á Portugal. Los de mas sano consejo y mas avisados decian que en tanta alteracion del reino las armas eran las que habian de allanar, que de voluntad no harian cortesía los portugueses. Tomóse un acuerdo medio que fué de ningun momento, antes perjudicial, de ir ni bien de paz ni bien de guerra, esto es, que fuese el Rey delante de paz, y tras dél fuese el ejército para allanar los rebeldes y mal intencionados. El obispo de la Guardia, que es en la raya de Portugal, estaba en servicio de la Reina. Diósele el Rey, su padre, para que con él comunicase todos sus secretos. Este Prelado se ofreció de dar llana al Rey su ciudad. Antes de acometer esta jornada era necesario atajar en Castilla los siniestros intentos de algunos. A don Juan, hermano legítimo del Rey difunto de Portugal, que se habia pasado á Castilla por miedo de la Reina, como está dicho, puso el Rey en el alcázar de Toledo como en prision, no por otro crímen, sino porque su nobleza y derecho, que podia pretender á aquel reino, hacian que dél se recatasen. Al conde de Gijon le pusieron en prisiones en el castillo de Montalvan, no léjos de Toledo, porque despues de perdonado tantas veces, se carteaba con los portugueses y trataba de rebelarse; confiscáronle otrosí todos sus bienes y estado. Encomendóse su guarda á don Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, por cuyo órden estuvo mucho tiempo preso en el castillo de Almonacir, tres leguas de Toledo. Asentadas todas estas cosas, el Rey y la Reina se fueron á Plasencia, y de allí con priesa pasaron á Portugal. Los sacerdotes de la Guardia, como lo prometió el Obispo, los salieron á recebir con cruces y capas de iglesia, en altas voces dándoles el parabien del nuevo reino y rogando á Dios le gozasen por largos años. El alcaide de la fortaleza hizo resistencia por no estar determinado en lo que debia hacer hasta ver el suceso de

aquellas alteraciones y qué partido tomarian los demás. Antes de la venida del Rey, Lisboa le juró por rey á persuasion de don Enrique Manuel, conde de Sintra, tio que era del rey don Fernando difunto. Vino tambien en ello doña Leonor, la reina viuda, por entender que para reprimir las voluntades y intentos, así de los grandes como del pueblo, era menester mayor fuerza que la suya. Deste principio comenzó el pueblo á alterarse y dividirse en bandos, de que resultaron muertes de muchos. El primero que mataron fué el conde de Andeiro, á quien en el mismo palacio real dió de puñaladas el maestre de Avis. La demasiada cabida que con la Reina tenia, de que muchos sentian mal, le empeció y acarreó su perdicion. Nunca paran en poco los alborotos; el vulgo deste principio pasó tan adelante, que sin ningun término ni respeto dieron al tanto la muerte á don Martin, obispo de Lisboa, en la misma torre de la iglesia mayor, donde se recogió para escapar de aquel furor; no dudaron de poner sus sacrílegas manos en aquel varon consagrado, no por otra culpa sino porque nació en Castilla, y parecia que no sentia bien de los alborotos que se movian en Portugal y que favorecia las partes del rey don Juan. Entre gente furiosa el seso suele dañar, y entre los alevosos la lealtad. La reina doña Leonor, por recelo no le hiciesen algun desacato, con voluntad del maestre de Avis, se salió de la ciudad de Lisboa y se fué á Santaren. En tan confusa tempestad y revueltas tan grandes ningun lugar se daba al consejo ni á la mesura ; todo lo regia la saña y la locura de que el pueblo estaba tomado como de vino y como bestia en celo. El maestre de Avis tenia partes aventajadas; era agraciado, bien apuesto, cortesano, comedido, liberal, y por el mismo caso bienquisto generalmente; fipalmente, sus calidades tales, que suplian la falta de no ser legítimo. Por el contrario el rey don Juan, bien que manso y apacible, sino le alteraba ninguna injuria, en el hablar, que es con lo que se granjean las voluntades, y por esto lo hizo tan fácil la naturaleza, era corto en demasía; por esta causa, aunque con su presencia luego que llegó á Portugal se ganaron algunos, los mas se extrañaron, como gente que es la portuguesa de su natural apacible y cortés, cumplida y acostumbrada á ser tratada con afabilidad de sus reyes. De la Guardia, principio del año de 1384, pasó el Rey á Santaren por visitar á la Reina, su suegra, y á su instancia y para tomarcon ella acuerdo de lo que se debia hacer y cómo se podrian encaminar aquellas pretensiones. Acompañabanle quinientos de á caballo, bastante número para entrar de paz, mas para sosegar los alborotados muy pequeño. El condestable don Alonso de Aragon, el arzobispo de Toledo y Pero Gonzalez de Mendoza, nombrados por gobernadores del reino de Toledo en ausencia del Rey, no sedescuidaban en hacer gente por todas partes y encaminar á Portugal nuevas compañías de soldados. La mayor dificultad para la expedicion de todo era la falta del dinero. Con las guerras y gastos pasados el patrimonio real estaba consumido y todo el reino cansado de imposiciones. Acordaron aprovecharse en aquel aprieto de las ofrendas muy ricas y preseas del famoso templo de Guadalupe, santuario muy devoto. Tomaron hasta en cantidad de cuatro mil marcos de plata, ayuda mas

al

de mala sonado que grande, y principio del cual el pueblo pronosticaba que la empresa seria desgraciada, y que la Vírgen tomaria emienda de los que despojaban su templo, de aquel desacato y osadía. Don Carlos, infante de Navarra, por no faltar al deudo y amistad que tenia con el rey de Castilla y no mostrarse ingrato á los beneficios que dél tenia recebidos, se aprestaba para acudille con buen golpe de su gente. El de Aragon por su edad y aquejalle otros cuidados y guerras, á que lo convenia acudir, acordó estarse á la mira, en especial que comunmente los príncipes llevan mal que ninguno de sus vecinos se acreciente mucho, antes pretenden siempre balanzar las potencias. En Portugal se hicieron grandes consultas. Acordaron finalmente que la reina doña Leonor renunciase en el Rey, su yerno, la gobernacion de aquel reino. Lo que pareció seria medio para allanallo todo fué causa de mayor alboroto. La nobleza y el pueblo aborrecian á par de muerte sujetarse con esto á Castilla por el odio que entre sí estas dos naciones tienen. Lamentábanse de la Reina, acusábanle el juramento que les tenia hecho y la disposicion y testamento del Rey, su marido, en que dejó proveido lo que se debia hacer en esto. El sentimiento era general, bien que algunos de los principales, como tenian que perder, no quisieran se revolviera la feria, y se mostraban de parte del rey don Juan. Estos eran don Enrique Manuel, conde de Sintra, Juan Tejeda, que fuera chanciller mayor de aquel reino, don Pedro Pereira, prior de San Juan en Portugal, por otro nombre de Ocrato, que adelante en Castilla fué maestre de Calatrava, y con él dos hermanos suyos, Diego y Fernando, sin otros algunos de los mas granados. Demás destos, muchos pueblos seguian esta voz, en especial la comarca toda entre Duero y Miño, por la buena diligencia de Lope de Leira, que aunque nacido en Galicia, tenia el gobierno de aquella tierra. Alonso Pimentel entregó á Berganza, en cuya tenencia estaba. Lo mismo hicieron Juan Portocarrero y Alonso de Silva de otras fuerzas que á su cargo tenian.

CAPITULO VIII.

Del cerco de Lisboa.

Las pretensiones del rey de Castilla en la manera dicha procedian en Portugal hasta aquí sin daño notable. Tenian esperanza que todo el reino de conformidad haria lo que pedia la razon y el tiempo, que tiene gran fuerza; pues constaba que si bien todos se conformaban en un parecer, no eran bastantes para hacer rostro al poder de Castilla, tanto menos estando divididos en bandos y desconformes, camino para mas presto perderse; esperanza que muy presto se fué en flor, y finalmente prevaleció la parte contraria, y los descontentos pasaron siempre adelante, en que se mostró claramente de cuánto mayor eficacia es el valor que las fuerzas, la maña que todo lo al. Los portugueses llevaban mal ser gobernados por extraños y mucho mas por los castellanos por la competencia que entre sí tienen, como

acontece entre los reinos comarcanos. Extrañaban mucho que les quebrantasen las capitulaciones con que últimamente asentaron la paz. Querellábanse que el in

fante don Juan, en quien tenian puestos los ojos para remedio de sus daños, le tuviesen arrestado en Toledo sin alguna culpa suya, solo porque no les acudiese. Decian que por tener poca razon y justicia se valian de la violencia y engaño. Lo que solo les restaba, todos comunmente volvieron los ojos y pensamiento al maestre de Avis, que era persona sagaz y de negocios, y que con su buena manera y afabilidad sabia granjear las voluntades y prendallas. Conoció él la ocasion que le presentaba la gran aficion del pueblo; ofrecióse á ponerse á cualquier riesgo y trabajo por el bien comun y pro de la patria. Todavía los alborotados por entonces no pasaron mas adelante de nombrar por su gobernador al infante don Juan, que, como queda dicho, le tenian preso en Toledo. Para mas alterar la gente sacaron en los estandartes su retrato aherrojado y puesto en cadenas; el cuidado de acaudillar la gente se encargó al maestre de Avis. Decian que doña Leonor no era reina, ni su matrimonio con el Rey era válido por ser vivo su marido, á quien el Rey la quitó por su hermosura sin otras ventajas de linaje y de valor, solo para que fuese un tizon con que todo el reino se abrasase; que por el mismo caso su hija doña Beatriz, como bastarda, era incapaz de la sucesion y de la corona; que si la juraron fué por condescender con la voluntad del Rey, su padre, á que no se podia contrastar; finalmente, que su testamento cuanto á este punto no se debia guardar. Todo esto pasaba en la ciudad de Lisboa, que estaba ya declarada contra Castilla. Arrimáronsele muchos señores y fidalgos, unos al descubierto, otros de callada; el que mas se señalaba era Nuño Alvarez Pereira, hijo del prior de Ocrato Alvar Gonzalez Pereira, y nieto de don Gonzalo Pereira, arzobispo de Braga, si bien sus hermanos seguian el partido de Castilla. Era este caballero mozo brioso, de grande ingenio, acertado consejo y muy diestro y osado en las armas; fundador adelante, despues que alcanzaron la victoria, de la casa de Berganza la mas poderosa de Portugal. Importa mucho la reputacion en la guerra; acordaron los levantados que el Nuño Pereira con golpe de gente corriese las tierras de Castilla. Hízose así; acudió gente del rey don Juan por su órden; vinieron á las manos cerca de Badajoz, en que los castellanos quedaron vencidos, muerto el maestre de Alcántara don Diego Gomez Barroso; huyeron don Juan de Guzman, conde de Niebla, y el almirante Tovar; el daño fué grande, pero muy mayor la mengua y el pronóstico de los males que deste principio se continuaron. Don Gonzalo, hermano de la Reina viuda, estaba en Coimbra con guarnicion de soldados. Acordó el rey don Juan ir allá acompañado de las reinas madre é hija, confiado que le abririan luego las puertas. Salió vana esta esperanza, ca el Gobernador quiso mas volver por su nacion que tener respeto al deudo. Desta burla quedó el Rey muy sentido, tanto mas que don Pedro, su primo, conde de Trastamara é hijo del maestre don Fadrique, se retiró dél y se acogió á aquella ciudad. Sospechóse que en esta huida tuvo parte la reina doña Leonor, y que el Conde se comunicó con ella, que cansada de su yerno, se inclinaba á las cosas de Portugal. Por esto acordó envialla á Castilla con noble acompañamiento para que

estuviese en Tordesillas, destierro y prision honrada en que murió adelante, y castigo del cielo en lo mismo que hizo padecer á los infantes, sus cuñados, y á otros. Yace sepultada en Valladolid en el claustro de la Merced. Hecho esto, se trató en consejo de capitanes sobre poner sitio á Lisboa, ciudad la mas rica de Portugal, por ser la cabeza de aquel reino y de presente haberse recogido á ella lo mejor y mas granado con sus haberes y preseas. Los pareceres no se conformabau. Algunos decian seria mas acertado dividir el ejército, que era grande en número de soldados, en muchas partes, acometer y allanar las demás fuerzas y plazas de menos importancia; que allanado lo demás, Lisboa seria forzada á rendirse; donde no, la podrian con mayor fuerza cercar y combatir. Pero prevaleció el consejo de los que sentian se debia en primer lugar acudir á aquella ciudad, como á cabeza del reino y raíz de toda la guerra, que ganada, no hallarian resistencia en lo restante del reino. Acudieron pues al cerco. De camino talaron los campos, quemaron las aldeas, prendieron hombres y ganados, con que gran número de pueblos se rindieron y entregaron.Llegados á la ciudad, asentaron sus reales y los barrearon en aquella parte do al presente está edificado el monasterio de los Santos. Para mas apretar el cerco por tierra y por mar armaron en Sevilla trece galeras y doce naves, sin otros bajeles de menor consideracion. Entró esta armada por la boca del rio Tajo y echó anclas enfrente de la ciudad, con intento de estorbar que no entrase por aquella parte alguna provision ni socorro á los cercados. La muchedumbre del pueblo era grande, por ser aquella ciudad de suyo muy populosa y por los muchos que se recogieran á ella de todas partes. Por donde muy presto se comenzó á sentir la falta de las vituallas y mantenimientos, que suelen encarecerse por la necesidad presente, y mucho mas por el miedo que cada uno tiene no le falte para adelante. Los portugueses, para acudir á esta necesidad, salieron con diez y seis galeras y ocho naves que tenian aprestadas en la ciudad de Portu. Ayudoles el viento que les refrescó y la creciente del mar muy favorable, con que por medio de los enemigos, aunque con pérdida de tres naos, se pusieron en parte que proveyeron bastantemente la falta que de bastimentos padecian los cercados, principio con que las cosas de todo punto se trocaron, mayormente que el otoño fue muy enfermo y muchos adolecieron de los que alojaban en los reales, por la destemplanza del cielo y no estar los de Castilla acostumbrados á aquellos aires. Por esta causa pareció al rey don Juan mover tratos de paz; tuvieron habla sobre el caso Pero Fernandez de Velasco por la una parte, y por la otra el maestre de Avis que acaudillaba los alborotados. Dijėronse muchas razones, los daños que podian resultar de la guerra, los bienes que se podian esperar de la concordia. El Maestre, con el gusto que tenia de mandar de presente y la esperanza que se le representaba de cerca de ser rey, respondió finalmente á la demanda que no vendria en ningun asiento de paz, si á el mismo no le dejasen por gobernador del reino hasta tanto que doña Beatriz tuviese hijo de edad bastante para poderse encargar de aquel gobierno. Que esto pe

dia el pueblo y pretendian los fidalgos ; que si no otorgaban con ellos, él no podia faltar á las obligaciones que tenia á los suyos y á su patria. Las dolencias iban adelante, y á manera de peste de cada dia morian, no solo soldados ordinarios, sino tambien grandes personajes, como don Pedro Fernandez, maestre de Santiago, y el que le sucedió luego en aquella dignidad, por nombre Ruy Gonzalez Mejía, el almirante Fernan Sanchez de Tovar, Pero Fernandez de Velasco y los dos mariscales Pero Sarmiento y Fernan Alvarez de Toledo. Item, Juan Martinez de Rojas; dias hobo que fallecieron docientos mas y menos, con que el número de los soldados menguaba y el ánimo mucho mas. Por esto los mas principales blandeaban y aborrecian aquella guerra por ser entre parientes y contra cristianos. Quisieran que de cualquiera manera se tomara asiento y se concertaran las partes; finalmente, los trabajos eran tan grandes y la cuita por esta causa tal, que fué forzoso levantar el cerco con mengua y pérdida muy grande y volver atrás. Noinbró el Rey por mariscal á Diego Sarmiento luego que falleció su hermano; encargóle la guarda de Santaren con buen número de soldados; otros capitanes repartió por otras partes, ca pensaba rehacerse de fuerzas y muy en breve volver á la guerra. Hecho esto, la armada por mar y los demás por tierra en compañía del Rey se encaminaron para Sevilla. Pudieran recebir daño notable á la partida, que las piedras se levantan contra el que huye, si los portugueses salieran en su seguimiento, que pocos, bien gobernados, pudieran maltratar y deshacer los que iban tan trabajados; mas ellos se hallaban no menos gastados y afligidos que los contrarios, y tenian por merced de Dios verse libres de aquel peligro y de aquel cerco, y aun como dicen, al enemigo que huye puente de plata. Hicieron procesiones, así en Lisboa como en lo restante del reino, con toda solemnidad en accion de gracias por merced tan señalada. Por este mismo tiempo el rey de Aragon no hacia buen rostro á sus dos hijos de la primera mujer los infantes don Juan y don Martin. Decíase comunmente que la Reina, como madrastra, con sus malas mañas era causa deste daño. Verdad es que el infante don Juan habia dado causa bastante de aquel desgusto, por casarse, como se casó, contra la voluntad de su padre arrebatadamente Y de secreto con madama Violante, hija de Juan, duque de Berri, sin hacer caso de la reina de Sicilia, cuyo casamiento para todos estaba muy mas á cuento. Quebró el enojo en don Juan, conde de Ampúrias, yerno y primo de aquel Rey. Su culpa fué que los recogió en su estado para que allí se casasen. Por lo cual, luego que el hijo se redujo y se puso en las manos de su padre y él le perdonó aquella liviandad, revolvió contra el Conde y le quitó la mayor parte del estado, que le tenia asaz grande en lo postrero de España. No le pudo haber á las manos, que se huyó á Avinon en una galera resuelto de tentar nuevas esperanzas, y con las fuerzas que pudiese juntar suyas y de sus amigos recobrar aquel condado.

CAPITULO IX.

De la famosa batalla de Aljubarrota.

Corria el año de 1385 cuando al conde de Ampúrias avino aquella desgracia. Al principio del cual el rey de Castilla, con el deseo en que ardia de rehacer la quiebra pasada, levantaba gente por todas partes y armaba en el mar. Juntó un grueso campo por tierra y una armada de doce galeras y veinte naves para enseñorearse del mar y asegurar la tierra. Todo procedia despacio á causa de una dolencia que le sobrevino, de que llegó á punto de muerte. Luego empero que convaleció y pudo atender á las cosas de la guerra, dió mucha priesa para que todo lo necesario se aprestase. Vino á la sazon una nueva que en cierto encuentro que los portugueses tuvieron con la guarnicion de Santaren quedaron presos el maestre de Avis y el prior de San Juan, alegría falsa y que muy en breve se trocó en dolor y pena, porque se supo de cierto que los portugueses en la ciudad de Coimbra habian alzado los estandartes reales por el maestre de Avis, que era meter las mayores preudas y empeñarse del todo para no volver atrás. El caso pasó en esta guisa. Juntáronse en aquella ciudad las cabezas de los alzados para acordar lo que se debia hacer en aquella guerra. Concordaban todos en que para hacer rostro los intentos de Castilla les era necesario tener cabeza, algun valeroso capitan que acaudillase el pueblo, ca muchedumbre sin órden es como cuerpo sin alma. Añadian que para mayor autoridad de mandar Ꭹ vedar y para que todos se sujetasen, y aun para que él mismo se animase mas y con mayor brio entrase en la demanda, era forzoso dalle nombre de rey. Alegaban que la república da la potestad real, y por el mismo caso, cuando le cumpliere, la puede quitar y nombrar nuevo rey; muchos y muy claros ejemplos, tomados de la memoria de los tiempos en confirmacion desto, el derecho que la naturaleza y Dios da á todos de procurar la libertad y esquivar la servidumbre; sobre todo que si los contrarios confiaban en su derecho y razon, ¿por qué causa á tuerto fueron los primeros á tomar las armas? Que á ninguno es defendido valerse de la fuerza contra los que le hacen agravio. No faltaban letrados que todo esto lo fundaban en derecho con muchas alegaciones de leyes divinas y humanas. La grandeza del negocio y la dificultad espautaba; por donde algunos eran de parecer no quitasen el reino á doña Beatriz, pues seria cosa inhumana privalla de la herencia de su padre, temeridad irritar las fuerzas de Castilla, locura confiar de sí demasiado y no medirse con la razon. Que los enemigos antes de venir á las manos y de ensangrentarse saldrian á cualquier partido; las haciendas, las vidas y la libertad quedaria en mano del vencedor. Por conclusion, que era prudencia acordarse de los temporales que corrian, y medirse con las fuerzas, desear lo mejor y con paciencia acomodarse al estado presente. No faltaban en la junta votos en favor del infante don Juan, bien que en Toledo arrestado. Decian se debia tratar de su libertad, alegaban el comun acuerdo pasado; ¿qué otra cosa significaban aquellos estandartes? Qué cosa se ofrecia de nuevo para mudar lo acordado una vez? Pero

este parecer comunmente desagradaba; ¿á qué propósito hacer rey al que ni los podia gobernar ni acudilles en aquel peligro, no ser ayuda, sino solo causa de guerra? Con tanto mayor voluntad acudieron los votos al maestre de Avis, que presente estaba, y de cuyo valor y maña todos muchos se pagaban. En San Francisco de Coimbra, do se tenia aquella junta, le alzaron por rey á los 5 de abril con aplauso general de todos los que presentes se hallaron. Los mismos que sentian diversamente eran los primeros á besalle la mano y hacelle todo homenaje para mostrarse leales y que aprobaban su eleccion. Publicaban que las estrellas del cielo y las profecias favorecian aquella eleccion, en particular que un infante de ocho meses al principio destas revueltas en Ebora se levantó de la cuna, y por tres veces en alta voz dijo: «Don Juan, rey de Portugal.» Lo cual interpretaban en derecho de su dedo del maestre de Avis; que así suelen los hombres favorecer sus aficiones, y por decir mejor, soñar lo que desean. Los portugueses, como tan empeñados en aquel negocio que no podia ser mas, desde aquel dia en adelante tomaron las armas con mayor brio y tanto mayor esperanza de salir con su intento cuanto menos les quedaba de ser perdonados, y aun mucho se movian por el deseo natural que todos los hombres tienen de cosas nuevas y enfado de lo presente. La comarca de Portugal que está entre Duero y Miño muy en breve se declaró por el nuevo Rey, unos se le allegaban por fuerza, los mas de su voluntad. Enturbíóse esta alegría con la armada de Castilla que del Andalucía y de Vizcaya aportó á las marinas de Portugal, y se presentó delante la ciudad de Lisboa; con que los castellanos quedaron señores de la mar, y corrian aquellas riberas y los campos comarcanos sin contradicion; cosa que mucho enfrenó la alegría y los brios de los portugueses. Hallábase el rey de Castilla en Córdoba; dende al principio del estío envió la Reina, su mujer, á Avila, no podia ser de provecho por tenelle la gente perdido pues todo respeto y para que no embarazase. A la misma sazon y á los primeros de julio buen golpe de gente debajo la conducta de don Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, y por órden del Rey por la parte de CiudadRodrigo hizo entrada, y rompió por la comarca de Viseo con gran daño de los naturales, talas, robos, nestidades que cometian los soldados sin perdonar á deshodoncellas ni casadas. Verdad es que á la vuelta cargó sobre ellos gente de Portugal, que los desbarataron y quitaron toda la presa con muerte de muchos dellos. De pequeños principios se suelen trocar las cosas en la guerra y aun los ánimos; fué así que los portugueses con este buen suceso se animaron mucho para hacer rostro en todas partes. En diversos lugares á un mismo tiempo tenian encuentros, en que ya vencian los unos, ya los otros; pero de cualquiera manera todo redundaba en daño de los naturales y principalmente de la gente del campo. Los unos y los otros comian á discrecion, que era un miserable estado y avenida de males. Juntóse el ejército de Castilla en CiudadRodrigo ya que el estío estaba adelante; solo faltaba el infante don Carlos, hijo del rey de Navarra, que se decia allegaria muy en breve acompañado de mucha y

muy buena gente. Consultaron en qué manera se haria la guerra. Los pareceres eran diferentes como siempre acontece en cosas grandes. Los mas cuerdos querian se excusase la batalla; que seria acertado dar lugar á que el furor de los rebeldes se amansase y tiempo para que volviesen sobre sí. Decian que los buenos intentos y la razon se fortifica con la tardanza, y por el contrario los malos se enflaquecen. Que para domar á Portugal y sujetalle seria muy á propósito dalles una larga guerra, talalles los campos, quemalles las mieses y repartir por todas partes guarniciones de soldados. Añadian que no debian mucho confiar en sus fuerzas por ser los capitanes que al presente tenian gente moza, poco pláticos y de poca experiencia, por la muerte de los que faltaron en el cerco de Lisboa, que era la flor de la milicia, además de la falta de dinero para hacer las pagas y de la poca salud que el Rey de ordinario tenia, que en ninguna manera debia entrar en tierra de enemigos ni hallarse á los peligros y trances dudosos de la guerra, pues de su vida y salud dependian las esperanzas de todos, el bien público y particular. Esto decian ellos, cuyo parecer el tiempo y sucesos de las cosas mostró era muy acertado; pero prevaleció el voto de los que como mozos tenian mas caliente la sangre, por ser de mas reputacion; personas que con muchas palabras engrandecian las fuerzas de Castilla, y abatian las de los contrarios como de canalla y gente allegadiza, y que tenia mas nombre de ejército que fuerzas bastantes. Que convenia apresurarse porque con el tiempo no cobrasen fuerzas y se arraigasen en guisa que la ilaga se hiciese incurable. Sobre todo que seria inhumanidad desamparar los que en Portugal seguian su voz, las plazas que se tenian por ellos y las guarniciones de soldados que las guardaban. A este parecer se arrimó el Rey, si bien el contrario era mas prudente y mas acertado. En muchas cosas se cegaron los de Castilla en esta demanda, permision de Dios para castigar por esta manera los pecados y la soberbia de aquella gente. Debieran por lo menos esperar los socorros que de Navarra les venian con su caudillo el infante don Cárlos. Tomada esta resolucion, partieron de Ciudad-Rodrigo, y en aquella parte de Portugal que se llama Vera se pusieron sobre Cillorico y le rindieron. Pasaron adelante, quemaron los arrabales de Coimbra y intentaron de tomar á Leiria, que se tenia por la reina de Portugal doña Leonor. Durante el cerco de Cillorico, el Rey con el cuidado en que le ponia su poca salud, los trabajos y peligros de la guerra, otorgó su testamento á los 21 de julio. En él mandó que los señoríos de Vizcaya y de vinculados y fuesen de los hijos mayores de los reyes Molina, herencia de su madre, quedasen para siempre de Castilla. Nombró seis personajes por tutores de su hijo y heredero don Enrique, doce gobernadores del reino durante su menoridad. De la Reina, su suegra, y de los infantes de Portugal don Juan y don Donis, de los hijos del rey don Pedro y del hijo de don Fernando de Castro, que tenia en Castilla presos, mandó se hiciese lo que fuese justicia. Si los pretendia perdonar, si castigallos, la brevedad de su vida no dió lugar á que se averiguase. Otras muchas cosas dejó dispuestas en aquel testamento, que por hacelle arrebatadamente

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