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yos y tambien para esperar en qué paraban y qué término tomaban aquellas alteraciones, se fortificó dentro de Coimbra. Sufren mal los grandes ánimos cualquiera injuria, y mas cuando no tienen culpa; así, con intento de apoderarse de Lisboa, se concertó con los ciudadanos de aquella ciudad que se la entregasen; pero como quier que cosa tan grande no pudiese estar secreta, en el camino en que iba para allá con número de soldados le pararon una celada, con que le fué forzoso venir á las manos. Dióse esta batalla año de nuestra salvacion de 1449. Sobre el mes no concuerdan los autores, y hay diversas opiniones; la suma es que en ella murió el mismo don Pedro con muchos de los suyos. Sus émulos y gente curiosa de cosas semejantes decian fué castigo del cielo, ca le hirieron el corazon con una saeta enherbolada; de la herida murió; persona digna de mejor suerte y de mas larga vida, si bien vivió cincuenta y siete años. Fué de grande ánimo, de aventajada prudencia por la grande experiencia que tuvo de las cosas. Díjose que el Rey sintió mucho la muerte de su tio y suegro; la fama mas ordinaria y el suceso de las cosas convence ser esto engaño, pues por mucho tiempo le fué negada la sepultura; verdad es que adelante le enterraron en Aljubarrota, entierro de los reyes, y le hicieron sus honras y exequias. Su hijo don Diego fué preso en la batalla, y adelante se fué á Flándes; desde allí su tia la duquesa doña Isabel le envió á Roma para que fuese cardenal. Doña Beatriz, su hermana, pasó otrosí á Flandes y casó con Adolfo, duque de Cleves. Despues desto, en Portugal gozaron de una larga paz; el Rey entrado en edad gobernó el reino sabiamente, si bien fué mas afortunado en la guerra que hizo contra los moros mas mozo que en la que tuvo contra Castilla en lo postrero de su edad. Mostróse muy señalado en la piedad; en el rescate de los cautivos que tenian los moros presos en Africa gastó y derramó grande parte de sus rentas y tesoros, si se puede decir que la derramó, y no mas aína que la empleó santísimamente en provecho de muchos. Táchanle solamente que se entregó á sí y á sus cosas al gobierno de sus criados y cortesanos. Creo que fué mas por llevallo así aquellos tiempos y por alguna fuerza secreta de las estrellas que por falta particular suya; daño que fué causa de grandes desgustos y desastres, así bien en las otras provincias como en la de Portugal.

CAPITULO VIII.

Del alboroto de Toledo.

Quedose don Alvaro de Luna en Ocaña, segun se ha tocado, para apercebir lo necesario para la guerra de Aragon. Trataba con gran cuidado de juntar dineros, de que tenian la mayor falta. Ordenó que Toledo, ciudad grande y rica, acudiese con un cuento de maravedís por via de empréstido repartido entre los vecinos; cantía y imposicion moderada asaz, sino que cosas pequeñas muchas veces son ocasion de otras muy grandes. Dió cuidado y cargo de recoger este dinero á Alonso Cota, hombre rico, vecino de aquella ciudad. Opusiéronse los ciudadanos. Decian no permitirian que con aquel principio las franquezas y privilegios de aquella ciudad fuesen quebrantados. Avisaron á don Alvaro; mandó

que, sin embargo, se pasase adelante en la cobranza. Alborotóse el pueblo, y con una campana de la iglesia mayor tocaron al arma. Los primeros atizadores fueron dos canónigos, llamados el uno Juan Alonso, y el otro Pedro Galvez. El capitan del populazo alborotado fué un odrero, cuyo nombre no se sabe; el caso es muy averiguado. Cargaron sobre las casas de Alonso Cota y pegáronles fuego, con que por pasar muy adelante se quemó el barrio de la Madalena, morada en gran parte de los mercaderes ricos de la ciudad; saqueáronles las casas, y no contentos con esto, echaron en prision á los que allí hallaron, gente miserable, sin tener respeto ni perdonar á mujeres, viejos y niños. Sucedió este feo y cruel caso á 26 de enero. Unos ciudadanos maltrataban á otros no de otra manera que si fueran enemigos, que fué un cruel espectáculo y daño de aquella noble ciudad. En especial se enderezó el alboroto contra los que por ser de raza de judíos el pueblo los llama cristianos nuevos. El odio de sus antepasados pagaron sin otra causa los descendientes. El alcalde Pero Sarmiento y su teniente el bachiller Márcos García, á quien por desprecio llama el vulgo hasta hoy Marquillos de Mazarambroz, que debieran sosegar la gente alborotada, antes los atizaban y soplaban la llama. Tras la revuelta se siguió el miedo de ser castigados; por entender les harian guerra cerraron las puertas de la ciudad, que fué lo que solo restaba para despeñarse del todo y remediar un delito con otro mayor. Así, en breve la alegría que tenian por lo hecho se les trocó en pesadumbre y les acarreó muchos daños. Don Alvaro no tenia bastantes fuerzas ni autoridad para sosegar aquellas alteraciones tan grandes y castigar á los culpados, especial que el dicho Pero Sarmiento le era contrario. Dió aviso al Rey de lo que pasaba, el cual á instancia suya y habiéndose en este medio tiempo apoderado de Benavente, acudió á apagar aquel fuego por temor que tenia de aquellos principios no resultasen mayores daños. Por negalle la entrada se alojó en el hospital de San Lázaro. Tiráronle algunas balas desde aquella parte de la ciudad que llaman la Granja con un tiro de artillería que allí pusieron. Cuando disparaban decian: «Tomad esa naranja que os envian desde la granja »; desacato notable. Con la venida del Rey tomó Pero Sarmiento ocasion de hacer nuevas crueldades y desafueros; prendió muchos ciudadanos con color que trataban de entregar al Rey la ciudad. Púsolos á cuestion de tormento, en que algunos por la fuerza del dolor confesaron mas de lo que les preguntaban. Roláronles sus bienes, y á muchos deHos quitaron las vidas; cruel carnicería, hacer delito y castigar como á tal la lealtad y el deseo de quietud y reposo, cosa que entre amotinados de ordinario se suele tener y contar por alevosía y gravísima maldad. El Rey se fué á Torrijos. Allí fueron algunos caballeros enviados por la ciudad, cuyos nombres aquí se callan, para que le dijesen en nombre de Toledo y de las demás ciudades que si no apartaba de sí á don Alvaro de Luna y mandaba que á las ciudades se guardasen sus franquezas, darian la obediencia y alzarian por señor al príncipe don Enrique, su hijo. Fué grande esto desacato, y el sentimiento que causó en el Rey no menor; así, sin dar alguna respuesta, despidió aquellos

caballeros. Mandó poner sitio sobre la ciudad; los naturales llamaron en su ayuda al Príncipe, con cuya llegada se alzó el cerco. Pero sin embargo de habellos librado del peligro y habelle acogido en la ciudad, no le entregaron las llaves de las puertas ni del alcázar. La muchedumbre del pueblo alborotado nunca se sabe templar, ó temen ó espantan, y proceden en sus cosas desapoderadamente. Hicieron, á los 6 de junio, un estatuto en que vedaban á los cristianos nuevos tener oficios y cargos públicos; en particular mandaban que no pudiesen ser escribanos ni abogados ni procuradores, conforme á una ley ó privilegio del rey don Alonso el Sabio, en que decian y pretendian otorgó á la ciudad de Toledo que ninguno de casta de judíos en aquella ciudad ó en su tierra pudiese tener ni oficio público ni beneficio eclesiástico. En todo se procedia sin tiento y arrebatadamente; no daban lugar las armas y fuerza para mirar qué era lo que por las leyes y costumbres estaba establecido y guardado; sola una grave tiranía se ejercitaba y atroces agravios. Un cierto dean de Toledo, natural de aquella ciudad, cuyo nombre y linaje no es necesario declarar aquí, confiado en sus riquezas y en sus letras, en especial en la cabida que tenia en Roma, ca fué datario y adelante obispo de Coria, como algunos dicen habello oido á sus antepasados, y es así, se retiró á la villa de Santolalla. Allí puso por escrito con mayor coraje que aplauso un tratado en que pretendia que aquel estatuto era temerario y erróneo. Ofrecióse demás desto de disputar públicamente y defender siete conclusiones que en aquel propósito envió á la ciudad. No contento con esto, sobre el mismo caso enderezó una disputa mas larga á don Lope de Barrientos, obispo de Cuenca, en que señala por sus nombres muchas familias nobilísimas con parientes del mismo y otros de semejante ralea emparentadas; si de verdad, si fingidamente por hacer mejor su pleito, no me parece conviene escudriñallo curiosamente. Basta que no paró en esto su desgusto y alteracion, antes fué causa, como yo pienso, que el pontifice Nicolao expidiese una bula en que reprueba todas las cláusulas y capítulos de aquel estatuto el tercero año de su pontificado, es á saber, mismo en que sucedió el alboroto de Toledo de que vamos tratando; cuya copia no me pareció seria conveniente poner en este lugar; solo diré que comienza por estas palabras traducidas de latin en castellano: «El Denemigo del género humano, luego que vió caer en »buena tierra la palabra de Dios, procuró sembrar cizaña para que ahogada la semilla, no llevase fruto alguDno. La data desta bula fué en Fabriano, año de la Encarnacion de 1449 á 24 de setiembre. Otra bula que expidió el mismo pontífice Nicolao dos años adelante, á 29 de noviembre, tampoco será necesario engerilla aquí por ser sobre el mismo negocio y conforme á la pasada. Tampoco quiero poner los decretos que consecutivamente hicieron en esta razon los arzobispos de Toledo don Alonso Carrillo, en un sínodo de Alcalá, y el cardenal don Pero Gonzalez de Mendoza en la ciudad de Victoria algunos años despues deste tiempo de la misma sustancia. Casi todo esto que aquí se ha dicho de la revuelta y estatuto de Toledo dejaron los coronistas de contar, creo con intento de no hacerse odiosos. Pare

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ció empero se debia referir aquí por ser cosa tan notable, tomado de ciertos memoriales y papeles de una persona muy grave. Cuál de las partes tuviese razon y justicia, y cuál no, no hay para que disputallo; quede al lector el juicio libre para seguir lo que mas le agradare, que podrá, por lo que aquí queda dicho y por otros tratados que sobre este negocio por la una y la otra parte se han escrito, sentenciar este pleito, á tal que sea con ánimo sosegado y sin aficion demasiada á ninguna de las partes.

CAPITULO IX.

De otras nuevas revueltas de los grandes de Castilla.

No cesaba el de Navarra de solicitar á los grandes de Castilla para que se alborotasen. Las ciudades de Murcia y de Cuenca no se mostraban bien afectas para con su Rey, de que alguna esperanza tenian el de Navarra y los otros sus parciales de recobrar sus antiguos estados. Hacian los de Aragon diversas correrías en tierras de Castilla, y en la comarca de Requena robaron gran copia de ganados. Demás desto, los moradores de aquella villa, como saliesen á buscar los enemigos con mayor ánimo que prudencia, fueron vencidos en una pelea que trabaron. Sin embargo, la esperanza que tenian los contrarios de apoderarse de Murcia les salió vana. Acometieron los aragoneses á entrar en Cuenca debajo de la conducta de don Alonso de Aragon, hijo del rey de Navarra. Llamólos Diego de Mendoza, alcaide de la fortaleza que en aquel tiempo se veia en lo mas alto de la ciudad; al presente hay solamente piedras y paredones, muestra y rastros de edificio muy grande y muy fuerte. Estos intentos salieron tambien en vacío en esta parte á causa que el obispo Barrientos defendió con grande esfuerzo la ciudad. Pasado este peligro, en Aragon se movieron nuevos tratos con ocasion de la vuelta del almirante de Castilla, de quien se dijo que pasó en Italia. Convocaron los procuradores de las ciudades y los demás brazos para que se juntasen en Zaragoza ; leyéronse los órdenes é instrucciones y mandatos que el rey de Aragon enviaba, y conforme á ellos pretendian que se juntasen las fuerzas del reino y se abriese la guerra con Castilla. Esquivaban los procuradores el rompimiento. Decian no estaba bien al reino trocar fuera de sazon la paz que tenian con Castilla con la guerra, especial ausente el Rey y los tesoros del reino acabados; por esto intentaron otros medios y ayudas, tratóse de casar al príncipe de Viana con hija del conde de Haro. Procuraron otrosí que los grandes de Castilla tuviesen entre sí habla, y sobre todo y lo mas principal convidaron al príncipe de Castilla don Enrique para ligarse con los que fuera del reino y dentro andaban descontentos. Atreviéronse á intentar esta prática por no haberse aun el Príncipe reconciliado con su padre, antes en su deservicio estaba apoderado de Toledo. La muchedumbre del pueblo le entregó la ciudad. Los movedores del alboroto pasado querian darse al Rey. Por esto y por sus deméritos grandes fueron presos dentro de la iglesia mayor, donde se retrajeron. A los principales alborotadores, que eran los dos canónigos de Toledo, enviaron presos á Santorcaz para que en aquella

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habla entre el yerno y el suegro; pero por mucho que supo decir el de Navarra, no persuadió al de Fox que levantase el cerco; excusábase que tenia dada palabra y prometido al rey de Francia de serville en aquella empresa; que no podia alzar el cerco antes de salir con su intento y tomar el castillo. Por esta manera, como quier que el de Navarra se volviese á España, los cercados fueron forzados á rendirse á partido que dejase ir á los soldados de guarnicion libres á sus casas. La tardanza del rey de Navarra y poco brio de los grandes dió en Castilla lugar á tratar de reconciliar al príncipe don Enrique con su padre. Con la esperanza que se concluiria la paz, derramaron las gentes que por una y otra parte tenian levantadas. Tras esto concertaron las diferencias entre los dos príncipes, padre y hijo. Hecho esto, el Rey se quedó en Castilla la Vieja ; el príncipe don Enrique volvió á Toledo, do fué recebido con grande aplauso del pueblo con danzas y regocijos á la manera de España. Allí finalmente Pero Sarmiento, porque trataba de dar aquella ciudad al Rey y por no poner fin y término á los robos y agravios que hacia, fué privado de la alcaidía del alcázar y del gobierno de la ciudad por principio del año 1450. Quejábase él mucho de su desgracia, imploraba la fe y palabra que el Principe le diera. No le valió para que no se ejecutase la sentencia y saliese de la ciudad. Llevaba consigo en docientas acémilas cargados los despojos que robara, tapices, alhombras, paños ricos, vajilla de oro y de plata; hurto vergonzosísimo, demasías y cohechos exorbitantes. Bramaba el pueblo, y decia era justo le quitasen por fuerza lo que á tuerto robó. No pasaron de las palabras y quejas á las manos; nadie se atrevió á dalle pesadumbre por llevar seguridad del Príncipe. Verdad es que parte de la presa le robaron en el camino, lo mas dello en Gumiel, do su mujer y hijos estaban; poco despues por mandado del Rey fué confiscado. El mismo Sarmiento se retiró á Navarra, y adelante, alcanzado que hobo perdon de sus desórdenes, en la Bastida, pueblo de la Rioja, cerca de la villa de Haro, el cual solo de muchos que tenia le dejaron, pasó la vida sujeto á graves enfermedades y miedos, torpe por las fealdades que cometió, despojado de sus bienes y tierras por mandado del Padre Santo, con quien este negocio se comunicó. Los compañeros que tuvo en los robos fueron mas gravemente castigados. En diversas ciudades los prendieron y con extraordinarios tormentos justiciaron; castigo cruel, pero con la muerte de pocos pretendieron apaciguar el pueblo alterado, aplacar la ira de Dios y reprimir tan graves maldades y excesos. Juntamente se dió aviso á los demás puestos en gobierno que en semejantes cargos no usen de violen. cia ni empleen su poder en cometer desafueros y-desaguisados.

estrecha cárcel, que lo es mucho la que en aquel castillo hay, pagasen su pecado. No les quitaron las vidas, como merecian, por respeto que eran eclesiásticos. Márcos García y Hernando de Avila, uno de los principales delincuentes, fueron arrastrados por las calles y de muchas maneras maltratados hasta dalles la muerte; agradable espectáculo para los ciudadanos cuyas casas y bienes ellos robaron; castigo muy debido á sus maldades. La soltura de los moros á la sazon era grande; con ordinarias cabalgadas que hacian trabajaban, quemaban y robaban los campos del Andalucía á su reino comarcanos. Hitieron grandes presas, llegaron hasta los mismos arrabales de Jaen y de Sevilla, que fué grande befa, afrenta de los nuestros y mengua del reino. Su orgullo era tal, que el rey Moro prometió al de Navarra, el cual hacia gente en Aragon, que si por otra parte acometia á las tierras de Castilla, no dudaria de asentar sus reales y ponerse sobre Córdoba, sin cesar de combatilla hasta della apoderarse. Dió el Navarro las gracias á los embajadores por aquella voluntad; pero dilatóse por entonces la ejecucion, sea por no ser buena sazon, sea por no hacer mas odiosa aquella su parcialidad si pasaba tan adelante. En Coruña cerca de Soria se juntaron muchos grandes de Castilla á 26 de julio; halláronse presentes los marqueses de Villena y de Santillana, el conde de Haro, el almirante de Castilla y don Rodrigo Manrique, que se intitulaba maestre de Santiago. No falta otrosí quien diga que se halló en esta junta el príncipe de Castilla don Enrique. Quejáronse del mal gobierno de don Alvaro; que por su causa la nobleza de Castilla andaba, unos desterrados, otros en prisiones despojados de sus estados; que en ningun tiempo tuvo con el Rey tanta cabida y privanza como al presente tenia; si no se ligaban entre sí, ninguna esperanza les quedaba ni á los afligidos ni á los demás para que no viniesen á perecer todos por el atrevimiento de don Alvaro, que de cada dia se aumentaba. Acordaron que hasta mediado el mes de agosto cada cual por su parte con las mas gentes que pudiese juntar acudiese á los reales del príncipe don Enrique; pero aunque al tiempo señalado estuvieron puestos cerca de Peñafiel, villa de Castilla la Vieja, los grandes se iban poco a poco sin hacer mucha diligencia para acudir á á lo que tenian concertado. Detenia á cada uno su particular temor; acordábanse de tantas veces que semejantes deseños les salieron vanos. Demás que no se fiaban bastantemente del príncipe don Enrique, por ser poco constante en un parecer, y aun el rey de Navarra, que acaudillaba á los demás descontentos, sabian estar por el mismo tiempo embarazado en sus cosas propias y en las de Francia. Poseia este Príncipe en la Guiena un castillo, llamado Maulison, que le entregó el rey de Inglaterra, y tenia puesto en su lugar para guardalle su mismo Condestable. Este castillo acometió á tomar el conde de Fox con un grueso ejército, en que se contaban doce mil hombres de á pié y tres mil de á caballo. Fortificó sus estancias en lugares á propósito con sus fosos y trincheas; comenzó luego despues desto á batir las murallas. El de Navarra con las gentes que arrebatadamente pudo juntar acudió al peligro. Puso sus reales en un llano poco distantes de los del contrario. Hobo

CAPITULO X.

De las cosas de Aragon.

Apenas se habia sosegado la ciudad de Toledo, cuando en Segovia, donde el príncipe don Enrique era ido, se levantó un nuevo alboroto por esta ocasion. A don Juan Pacheco, marqués de Villena, achacó un delito y exceso, por el cual merecia ser preso, Pedro Portocar

rero, que comenzaba á tener cabida con el Príncipe. Ayudábanle y deponian lo mismo el obispo de Cuenca y Juan de Silva, alférez del Rey, y el mariscal Pelayo de Ribera. Avisaron al Príncipe que usase de toda diligencia y que mirase por sí. El castigo dado á don Juan Pacheco seria á los demás aviso para que no recompensasen con deslealtad mercedes tan grandes como tenia recebidas. Aprobado este consejo, se acordó fuese preso. Era tan grande su poder, que no era cosa fácil ejecutallo, y él mismo, avisado del enojo del Príncipe, se apoderó de cierta parte de la ciudad y en ella se barreó para hacer resistencia á los que le acometiesen. Recelábanse que el negocio no pasase adelante y no fuese necesario venir á las armas, con que se ensangrentasen todos; permitieronle se fuese á Turuégano, pueblo de su jurisdiccion. Desde allí procuró ganar á Pedro Portocarrero. Para esto le dió una bija suya bastarda, por nombre doña Beatriz, por mujer, y en dote á Medellin, villa grande en Extremadura y cerca de Guadiana. Con esta maña enflaqueció el poder de sus enemigos, y la ira del Príncipe comenzó á amansar. La guerra con los aragoneses se continuaba, bien que no con mucho calor y cuidado ni con mucha gente, por estar todos cansados de tan largas diferencias. El castillo de Bordalua, en la frontera de Aragon, tomaron á los aragoneses, que ellos de nuevo y en breve recobraron. El enojo que se tenia contra el rey de Navarra era mayor por ser causa y movedor de todos estos males; ofrecíase coyuntura para tomar dél emienda con ocasion de algunas diferencias que resultaron en aquel reino. Fué así, que muchos inducian al príncipe de Viana se apoderase del reino. Decian que era de su madre; y su padre hacia agravio á él, pues tenia ya bastante edad para gobernar, y á toda la nacion, pues siendo extranjero, sin ningun derecho ni razon queria ser y llamarse rey de Navarra. Estas eran las zanjas que se abrian de grandes alteraciones que adelante se siguieron. Estaba el rey de Navarra en Zaragoza, donde se tuvieron Cortes de Aragon, entrado bien el verano. Tratóse de los pesquisidores, que solian ser como tenientes del justicia de Aragon, y fué acordado que el oficio destos se templase y limitase con ciertas leyes que ordenaron para que no abusasen en agravio de nadie del poder que para bien comun se les daba. Determinóse otrosí que los bienes sobre que hobiese pleito se pusiesen en tercería en poder de un depositario general, á propósito que los jueces por tenellos en su poder no dilatasen las sentencias y alargasen los pleitos. El rey don Alonso de Aragon, dado que ocupado y entretenido en Nápoles, todavía cuidaba de las cosas de España. Despachó embajadores á los príncipes con que los exhortaba á la paz, resuelto, si hobiese guerra, de acudir con fuerzas y consejo á su hermano y á sus vasallos. Por lo demás parecia estar olvidado de su patria en tanto grado, que nunca le pudieron persuadir volviese á España, puesto que muchas veces lo procuraron. Las grandes comodidades de que así por mar como por tierra goza aquella provincia y ciudad de Nápoles le detenian en Italia, donde queria mas ser el primero en poder y en autoridad que en España ser contado, como era forzoso, por segundo. El fruto de sus trabajos era una grande paz de que go

zaba y renombre del mas afamado entre los príncipes de su tiempo; los de cerca y los de léjos á porfía pretendian su amistad con embajadas que para este efecto le enviaban. En especial los emperadores griegos se señalaban en esto por estar trabajados de los turcos, que, ensoberbecidos con tantas victorias, por todas partes los rodeaban y apretaban ordinariamente, y aun se recelaban que ya se acercaba el fin de aquel imperio nobilísimo. La poca esperanza que quedaba á los griegos de sustentarse estribaba en la fortaleza y grandeza de sola la ciudad de Constantinopla, cabeza y asiento de aquel imperio, pero era esta ayuda muy flaca. Así se determinaron buscar socorros de fuera, y en particular Demetrio Paleólogo, príncipe de la Atica y del Peloponeso, que hoy se llama la Morea, y hermano del emperador Constantino, que así se llamaba, con una embajada que envió al rey de Aragon le ofreció si le ayudaba que, concluida la guerra de los turcos, le daria en premio provincias muy grandes. Lo mismo hizo Aranito, conde de Epiro, que vulgarmente se llama Albania. Pero entre las demás embajadas no es razon dejar de referir la que le envió Georgio Castrioto por las grandes virtudes y esfuerzo deste varon y por sus hazañas y proezas contra los turcos muy señaladas. Antes será bien decir de aquel Príncipe en este lugar algunas cosas que podrán dar luz para lo que adelante se ha de contar. En su tierna edad le entregó á Amurates, emperador de los turcos, su padre Juan Castrioto, que tenia su estado en aquella parte de Epiro en que antiguamente estaba Ematia, y se le dió en rehenes. Así, desde mozo fué enseñado en la ley de Mahoma y llamado Scanderberquio, que es lo mismo en lengua turquesca que Alejandro. Llegado á mayor edad, dió tal muestra de sí, que parecia seria un muy valiente capitan, porque en todas las contiendas y pruebas se aventajaba á sus iguales y se la ganaba. Era alto de cuerpo, membrudo, de buen rostro, de grande ánimo, mas deseoso de gloria que de deleites de manera tal, que por su valor en breve muchas veces se acabaron empresas muy grandes. En medio desta prosperidad solo le afligia el amor que tenia á la religion cristiana y el deseo de recobrar el estado de su padre, que á sinrazon le quitaran. Deseaba pasarse á los nuestros con ocasion de alguna hazaña señalada que hiciese en favor de los cristianos. Ofreciósele acaso buena coyuntura para ejecutar lo que pensaba. Juan Huniades en una batalla que se dió memorable á la ribera del rio Morava desbarató un ejército de turcos. Georgio, como quier que hobiese escapado de la rota y huido, acordó fingir ciertas letras en nombre del Emperador en que mandaba al Gobernador le entregase la ciudad de Croia, cabeza del estado de su padre. Obedeció el Gobernador al engaño; con que Georgio se apoderó de aquella ciudad, y lo mismo hizo de las ciudades y pueblos comarcanos. Avisado el gran Turco de lo que pasaba, sintió mucho aquel caso. Anduvieron cartas de la una á la otra parte. Perdida la esperanza que de voluntad se hobiese de reportar, acudieron los turcos á las armas. Diéronse muchas batallas, en que muchas veces grandes huestes de enemigos fueron por pocos cristianos desbaratadas; tanto importa el esfuerzo de un solo varon y la

determinacion á los que tienen la razon de su parte; sobre todo que los santos patrones de aquella tierra favorecian aquella empresa, que de otra manera ¿cómo pudieran por fuerzas humanas y por consejo defenderse tanto tiempo y desbaratar tantas veces huestes invencibles de enemigos? Seria cosa muy larga referir todos los particulares. Basta que con la gloria de su nombre pareció igualarse á los antiguos capitanes; su esfuerzo respondia bien al nombre de Scanderberquio, pues no tuvo menos ánimo ni mucho menor felicidad que Alejandro. Las fuerzas eran pequeñas y no bastantes para empresas tan grandes; por esto se determinó buscar socorros de fuera. Hizo liga con los venecianos; pidió ayuda á los papas, en particular enderezó una embajada al rey de Aragon, que llegó á Gaeta, do el Rey estaba, al principio del año 1451, en que le ofrecia, si le ayudaba para aquella guerra con soldados y dineros, que aquella provincia le estaria sujeta y le pagaria cada un año el tributo y parias que acostumbraban pechar al gran Turco. Respondió el Rey á esta demanda benignamente y con obras, ca envió gente de socorro; pero ¡cuán poco era todo esto para contrastar con el gran poder de los enemigos, que bramaban por ver que en aquella parte durase tanto la guerra! Fué este año muy dichoso para España por nacer en él la infanta doña Isabel, á la cual el cielo por muerte de sus hermanos aparejaba el reino de Castilla. Princesa sin par, y que con la grandeza de su ánimo y perpetua felicidad sanó las llagas de que la flojedad de sus antecesores fueran causa; honra perpetua y gloria de España. Nació en Madrigal, donde sus padres estaban, á 23 del mes de abril. Asimismo don Enrique, hermano del Almirante, de quien se dijo fué preso tres años antes deste junto con otros grandes, huyó de la torre de Langa en que le tenian preso, cerca de Santisteban de Gormaz. Para librarse se valió de la astucia que aquí se dirá. Avisó á los suyos secretamente lo que pretendia hacer, y que para ello le enviasen entre cierta ropa un ovillo de hilo de apuntar. Hecho esto, una noche compuso su vestidura en la cama de manera que parecia hombre dormido, con su bonete de acostar, que puso tambien sobre la ropa. Despues desto salióse secretamente del aposento y subióse á lo mas alto de una torre. El alcaide, como lo tenia de costumbre, visitó el aposento, y por entender que el preso dormia, cerró la puerta sin ruido y fuese á reposar. Don Enrique, como vió que todos dormian y reposaban, con el hilo de aquel ovillo que tenia subió una cuerda con ñudos á cierta distancia, que su gente le tenia apercebida, con que se guindó y descolgó poco a poco, y ayudándose de los piés y de las manos, hizo tanto, que con extraordinaria fortaleza de ánimo escapó por este medio, muy alegre y regocijado, no menos por el buen suceso de aquel riesgo á que se puso que por la libertad que cobró. En Portugal se concertó doña Leonor, hermana de aquel Rey, con el emperador Federico, que por sus embajadores la pedia. Hiciéronse los desposorios en Lisboa á 9 de agosto, dia lúnes. Poco despues la doncella por mar con una larga y dificultosa navegacion llegó á Pisa, y desde allí á Sena, ciudades de Toscana, la una y la otra bien conocidas en Italia.

CAPITULO XI.

De la guerra civil de Navarra.

Con nuevas alianzas que algunos grandes de Castilla hicieron se desbarató la avenencia que entre algunos dellos se tramara poco antes. Por esta causa y por la alteracion del príncipe de Viana el rey de Navarra se hallaba sin fuerzas, así de los suyos como de los extraños. Lo uno y lo otro se encaminó por industria y sagacidad de don Alvaro de Luna, á cuya cabeza amenazaban todas aquellas tempestades y borrascas. Valíase para prevalecer en todos los peligros de sus mañas como siempre lo acostumbraba; pero lo que otras veces le sucedió prósperamente, al presente le acarreó su perdicion, ca los engaños é invenciones no duran, y es justo juicio de Dios que se atajen con el castigo del que dellos se vale. Fué así, que á su instancia se hizo cierta apariencia de confederacion entre los reyes de Castilla y de Navarra, con que se concertó otrosí que el Almirante y el conde de Castro y otros señores fuesen perdonados y les volviesen sus estados; demás desto, acordaron que á don Alonso, hijo del rey de Navarra, se restituiria el maestrazgo de Calatrava; mas esto no tuvo efecto á causa que don Pedro Giron se apercibió de soldados y vituallas y se hizo fuerte en la villa de Almagro para hacer resistencia á quien le pretendiese enojar; así, á don Alonso de Aragon, que acudió á su pretension, sin efectuar cosa alguna fué forzoso dar la vuelta á Aragon. Llevó muy mal esto el de Navarra que con engaño le hobiesen burlado y que les pareciese de tan poco entendimiento que no calaria aquellas tramas. Allegóse otro nuevo desgusto, y fué que por consejo de don Alvaro el príncipe don Enrique se reconcilió del todo finalmente con su padre, y se apartó de la alianza que tenia puesta con su suegro el de NaLo que fué sobre todo pesado que en Navarra se despertó una guerra larga, civil y muy cruel por esta causa. Estaba aquella gente de tiempo antiguo dívidida en dos bandos, los biamonteses y los agramonteses, nombres desgraciados y dañosos para Navarra, traidos de Francia; en que se envolvieron familias y casas muy nobles y aun de sangre real, como fueron los condes de Lerin y los marqueses de Cortes, cabezas destas dos parcialidades. Los agramonteses seguian al rey de Navarra; los biamonteses atizaban al príncipe de Viana, que sabian estar descontento de su padre, para que tomase las armas. Decian que le hacia agravio en tenelle ocupado el reino, y quebrantaba en ello las leyes divinas y humanas, y era razon que se acudiese á este agravio; que si las fuerzas humanas le faltasen, Dios favoreceria una causa y querella tan justa. Lo primero hicieron confederacion con los reyes de Castilla y de Francia. El de Castilla prometió de acudir con tal que el príncipe de Viana públicamente se declarase y tomase las armas; lo mismo prometió el Francés, que por haber quitado la Guiena á los ingleses, podia desde cerca con mucha facilidad ayudar aquellos intentos, pecial que por el mismo tiempo se apoderó de Bayona y venció á los ingleses en una batalla muy señalada. Al tiempo que se daba dicen que una cruz blanca apareció en el cielo, quier fuese verdadera figura y apariencia

varra.

es

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