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que en las nubes se puede formar, quier se les antojase. De su vista sin duda se tomó pronóstico que las cosas adelante les sucederian mejor, y ocasion de trocar los franceses la banda roja de que solian usar en las guerras en una cruz blanca, divisa que traen hasta el dia de hoy. Ganada esta jornada, ninguna cosa quedó por los ingleses en tierra firme fuera de Calés y su territorio, que no es muy grande. Luego que la guerra civil se comenzó entre los navarros, los biamonteses se apoderaron de diversas ciudades y pueblos, entre los demás de Pamplona, cabeza del reino, y de Olite y de la villa de Aivar. Todavía la mayor parte quedó por el Rey á causa que con recelo desta tempestad encomendara el gobierno y las guarniciones á los que tenia por mas leales, y con grande diligencia estaba apercebido para todo lo que podia resultar, tanto, que el mismo principado de Viana le tenia en su poder. Acudió don Enrique, príncipe de Castilla; como tenian concertado puso cerco sobre Estella, pueblo muy fuerte; acudió asimismo el Rey, su padre. Hallóse dentro la reina de Navarra. El Rey, su marido, movido del peligro que sus cosas corrian, desde Zaragoza se apresuró para dar socorro á los cercados; llegó á 19 de agosto, pero con poca gente. Por donde y porque ni aun tampoco los agramonteses tenian bastantes fuerzas para sosegar aquellas alteraciones, le fué necesario dar la vuelta á Zaragoza con intento de levantar mas número de gente de Aragon. Con su vuelta el rey de Castilla y su hijo á instancia del príncipe don Cárlos, como si la guerra quedara acabada, se volvieron á Búrgos sin dejar hecho efecto de importancia. Hízole daño á don Cárlos su buena, sencilla y mansa condicion. Su padre, como artero, con soldados y número de gente que juntó, mas fuerte y experimentada en la guerra que mucha en número, puso sus reales sobre la villa de Aivar, que se tenia por los contrarios, fortificada con buen número de soldados y baluartes. Acudió el hijo á dar socorro á los cercados; asentó los reales á vista de los de su padre. A 3 de octubre sacaron los unos y los otros sus gentes ordenaron sus batallas en forma de pelear. Pretendian personas religiosas y eclesiásticas, á quien parecia cosa grave y abominable que parientes y aliados viniesen entre sí á las manos, en especial el hijo contra su padre, ponellos en paz y hacellos dejar las armas. El príncipe don Carlos daba de buena gana oido á lo que le proponian, á tal que su padre perdonase á todos sus secuaces y al mismo don Luis de Biamonte, que era conde de Lerin y condestable, y que á él le restituyese el principado de Viana y le dejase la mitad de las rentas reales con que sustentase su vida y el estado de su casa; en conclusion, que el rey de Castilla aprobase esta confederacion, ca tenia jurado el príncipe don Cárlos que no se haria concierto sin su voluntad. El rey de Navarra pasaba por algunas condiciones; otras no le contentaban. El Príncipe, feroz con la esperanza de la victoria, ca tenia mas gente que su padre, dió señal de pelear; lo mismo hicieron los contrarios. Encontráronse las haces con tanto denuedo de los biamonteses, que hicieron retirar el primer escuadron del rey de Navarra; solo Rodrigo Rebolledo, que era su camarero mayor, huidos los demás, detuvo y sufrió el ímpetu de

los enemigos, que ferozmente se iban mejorando, con cuyo esfuerzo animados los demás escuadrones se adelantaron á pelear. Los mismos que al principio volvieron las espaldas procuraban con el esfuerzo y coraje recompensar la falta y mengua pasada; fué tan grande la carga, que no los pudieron sufrir los contrarios, y se pusieron en huida los primeros los caballos del Andalucía que tenian de su parte. Eran los del Príncipe gente allegadiza, mas número que fuerzas; los soldados de su padre viejos y experimentados. Los muertos no fueron muchos ; los cautivos en gran número. El mismo príncipe de Viana, rodeado por todas partes de los enemigos y puesto en peligro que le matasen, entregó la espada y la manopla á don Alonso, su hermano, en señal de rendirse. Fué esta batalla de las mas señaladas y famosas de aquel tiempo; los principios tuvo malos, los medios peores, y el remate fué miserable. No escriben el número de los que pelearon ni de los que fueron muertos, ni aun concuerdan los escritores en contar y señalar el órden con que se dió la batalla ni tampoco en qué tiempo; vergonzoso descuido de nuestros coronistas. El príncipe don Carlos por mandado de su padre fué llevado primero á Tafalla y despues á Monroy. Dícese que por todo el tiempo de su prision tuvo grande recelo que le querian dar yerbas, y que despues de la batalla no se atrevió á gustar la colacion que trujeron hasta tanto que su mismo hermano le hizo la salva. El de Navarra, alegre con esta victoria, dió la vuelta á Zaragoza y con él la Reina, su mujer, que en breve se hizo preñada. Los biamonteses no dejaron por ende las armas ni perdieron el ánimo, en especial que el príncipe don Enrique en odio de su suegro acudió luego á les ayudar. Demás desto, los señores de Aragon favorecian al príncipe don Cárlos y comenzaban á mover tratos para ponelle en libertad. Era miserable el estado de las cosas en Navarra; por los campos andaban sueltos los soldados á manera de salteadores, dentro de los pueblos ardian en discordias y bandos, de que resultaban riñas, muertes y andar todos alborotados. En el Andalucía las cosas mejoraban, en particular cerca de Arcos reprimieron los fieles cierto atrevimiento de los moros; fué así, que seiscientos moros de á caballo y ochocientos de á pié hicieron entrada por aquella parte. Acudió menor número de los nuestros que los desbarataron y pusieron en huida á 9 de febrero del año que se contaba de nuestra salvacion 1452. El capitan desta empresa y que apellidó la gente y la acaudilló don Juan Ponce, conde de Arcos y señor de Marchena. Mayor estrago recibieron el mes luego siguiente en el reino de Murcia seiscientos moros de á caballo y mil y quinientos peones que entraron á robar; en un encuentro que tuvieron cerca de Lorca los desbarataron y quitaron la presa, que era muy grande, de cuarenta mil cabezas de ganado mayor y menor, trescientos de á caballo de los cristianos y dos mil infantes. Los caudillos Alonso Fajardo, adelantado de Murcia, y su yerno García Manrique, y con ellos Diego de Ribera, á la sazon corregidor de Murcia. Desta manera por algun tiempo quedaron reprimidos los brios y orgullo de los moros y se trocó la suerte de la guerra. Además que los moros, cansados del gobierno del rey

Mahomad el Cojo, comenzaban á tratar de hacer mudanza en el estado y en el reino y revolverse entre sí. No aconteció en España en este año alguna otra cosa memorable, fuera de que al rey don Juan de Navarra nació un hijo, á 10 dias del mes de marzo, en un pueblo llamado Sos, que está á la raya de Navarra y de Aragon. Iba la Reina de Sangüesa adonde el Rey, su marido, estaba, cuando de repente le dieron los dolores de parto. Parió un hijo, que se llamó don Fernando, al cual el cielo encaminaba grandísimos reinos y renombre inmortal por las cosas señaladas y excelentes que obró adelante en guerra y en paz. En Sena, ciudad de Toscana, se vieron y juntaron el emperador Federico, que venia de Alemania, y doña Leonor, su esposa, enviada por mar desde Portugal. Allí se ratificaron los desposorios; hizo la ceremonia Eneas Silvio, persona á la sazon señalada por la cabida que con aquel Príncipe alcanzó y su mucha erudicion. En Roma los veló y coronó de su mano el Pontífice; en Nápoles consumaron el matrimonio; las fiestas fueron grandes y los regocijos tales, que los vivos no se acordaban de cosa semejante.

CAPITULO XII.

Cómo don Alvaro de Luna fué preso.

Sin razon se quejan los hombres de la inconstancia de las cosas humanas, que son flacas, perecederas, inciertas, y con pequeña ocasion se truecan y revuelven en contrario, y que se gobiernan mas por la temeridad de la fortuna que por consejo y prudencia, como á la verdad los vicios y las costumbres no concertadas son los que muchas veces despeñan á los hombres en su perdicion. ¿Qué maravilla si á la mocedad perezosa se sigue pobre vejez? ¿Si la lujuria y la gula derraman y desperdician las riquezas que juntaron los antepasados? Si se quita el poder á quien usa dél mal? Si á la soberbia acompaña la envidia y la caida muy cierta? La verdad es que los nombres de las cosas de ordinario andan trocados. Dar lo ajeno y derramar lo suyo se llama liberalidad; la temeridad y atrevimiento se alaba, mayormente si tiene buen remate la ambicion se cuenta por virtud y grandeza de ánimo; el mando desapoderado y violento se viste de nombre de justicia y de severidad. Pocas veces la fortuna discrepa de las costumbres; nosotros, como imprudentes jueces de las cosas, escudriñamos y buscamos causas sin propósito de la infelicidad que sucede á los hombres, las cuales si bien muchas veces están ocultas y no se entienden, pero no faltan. Esto me pareció advertir antes de escribir el desastrado fin que tuvo el condestable y maestre don Alvaro de Luna. De bajos principios subió á la cumbre de la buenandanza; della le despeñó la ambicion. Tenia buenas partes naturales, condicion y costumbres no malas; si las faltas, si los vicios sobrepujasen, el suceso y el remate lo muestra. Era de ingenio vivo y de juicio agudo; sus palabras concertadas y graciosas; usaba de donaires con que picaba, aunque era naturalmente algo impedido en la habla; su astucia y disimulacion grande; el atrevimiento, soberbia y ambicion no menores. El cuerpo tenia pequeño, pero recio y á propósito para los trabajos de la guerra. Las facciones del

rostro menudas y graciosas con cierta majestad. Todas estas cosas comenzaron desde sus primeros años; con la edad se fueron aumentando. Allegóse el menosprecio que tenia de los hombres, comun enfermedad de poderosos. Dejábase visitar con dificultad, mostrábase áspero, en especial de media edad adelante fué en la cólera muy desenfrenado. Exasperado con el odio de sus enemigos y desapoderado por los trabajos en que se vió, á manera de fiera que agarrochean en la leonera y despues la sueltan, no cesaba de hacer riza; ¿qué estragos no hizo con el deseo ardiente que tenia de vengarse? Con estas costumbres no es maravilla que cayese, sino cosa vergonzosa que por tanto tiempo se conservase. Muchas veces le acusaron de secreto y achacaron delitos cometidos contra la majestad real. Decian que tenia mas riquezas que sufria su fortuna y calidad, sin cesar de acrecentallas; en particular que, derribada la nobleza, estaba asimismo apoderado del Rey y lo mandaba todo; finalmente, que ninguna cosa le faltaba para reinar fuera del nombre, pues tenia ganadas las voluntades de los naturales, poseia castillos muy fuertes y gran copia de oro y de plata, con que tenia consumidos y gastados los tesoros reales. No ignoraba el Rey ser verdad en parte lo que le achacaban, y aun muchas veces con la Reina se quejaba de aquella afrenta, ca no se atrevia á comunicallo con otros; parecia como en lo demás estaba tambien privado de la libertad de quejarse. Ofrecióse una buena ocasion y cual se deseaba para derriballe. Esta fué que don Pedro de Zúñiga, conde de Plasencia, se habia retirado en Béjar, pueblo de su estado, por no atreverse á estar en la corte en tiempos tan estragados. Don Alvaro, persuadido que se ausentaba por su causa, se resolvió de hacelle todo el mal y daño que pudiese. Está cerca de Béjar un castillo, llamado Piedrahita, desde donde don García, hijo del conde de Alba, nunca cesaba de hacer correrías y robos en venganza de su padre, que preso le tenian. Don Alvaro fué de parecer que le sitiasen con intento de prender tambien al improviso con la gente que juntasen al conde de Plasencia. Esto pensaba él; Dios el mal que aparejaba para los otros, volvió sobre su cabeza, y un engaño se venció con otro. Fué así, que el conde de Haro y el marqués de Santillana á instancia del conde de Plasencia trataron entre sí y se hermanaron para dar la muerte al autor de tantos males. El Rey de Búrgos era venido á Valladolid para proveer á la guerra que se hacia entre los navarros. Enviaron los grandes quinientos de á caballo á aquella villa con órden que les dieron de matar á don Alvaro de Luna, que estaba descuidado desta trama. Para que el trato no se entendiese echaron fama que iban en ayuda del conde de Benavente contra don Pedro de Osorio, conde de Trastamara, con quien tenia diferencias. Súpose por cierto aviso lo que pretendian aquellos grandes. Por esto la corte á persuasion de don Alvaro dió la vuelta á Búrgos, que fué acelerar su perdicion por el camino que pensaba librarse del peligro y de aquella zalagarda. Era Iñigo de Zúñiga alcaide del castillo de aquella ciudad. Con esta comodidad el Rey, que cansado estaba de don Alvaro, acordó llamar al conde de Plasencia, su hermano del alcaide, con órden que viniese con

gente bastante para atropellar á don Alvaro, su enemigo declarado. Importaba que el negocio fuese secreto; por esto envió la Reina á la condesa de Ribadeo, señora principal y prudente y sobrina que era del mismo Conde de parte de madre, para que mas le animase y le hiciese apresurar. Hizo ella lo que le mandaron. Avisó á su tio que don Alvaro quedaba metido en la red y en el lazo; que como á bestia fiera era justo que cada cual acudiese con sus dardos y vengasen con su muerte las injurias comunes y daños de tantos buenos. El Conde no pudo ir por estar enfermo de la gota; envió en su lugar á su hijo mayor don Alvaro, que paró en Curiel, pueblo no léjos de Búrgos, para juntar gente de á caballo. Avisó el Rey á don Alvaro de Luna que se fuese á su estado, pues no ignoraba cuanto era el odio que le tenian; que él pretendia gobernar el reino por consejo de los grandes. Debia el Rey estar arrepentido del acuerdo que tomara de hacer morir á don Alvaro, 6 temia lo que de aquel negocio podia resultar. Excusábase don Alvaro, y no venia en salir de la corte si no fuese que en su lugar quedase el arzobispo de Toledo; lo peor fué que por sospechar de las palabras del Rey, que entendia no las dijera sin causa, le tenian puestas algunas asechanzas, hizo una nueva maldad con que parecia quitalle Dios el entendimiento,, y fué que mató en su posada á Alonso de Vivero, y desde la ventana de su aposento le hizo echar en el rio que corria por debajo de su posada, sin tener respeto á que era ministro del Rey y su contador mayor, ni al tiempo, que era viernes de la semana santa, á 30 de marzo, año de 1453. Este exceso hizo apresurar su perdicion y que el Rey enviase á toda priesa un mensaje para acuciar á don Alvaro de Zúñiga. Llegó á la ciudad arrebozado; seguianle de trecho en trecho hasta ochenta de á caballo. Como fué de noche, llamaron algunos ciudadanos al castillo, y los avisaron que con las armas se apoderasen de las calles de la ciudad. No pudo todo esto hacerse tan secretamente que no corriese la fama de cosa tan grande y se dijese que el dia siguiente querian prender á don Alvaro; ninguno empero le avisaba del peligro en que se hallaba, que parece todos estaban atónitos y espantados. Solo un criado suyo, llamado Diego de Gotor, le avisó de lo que se decia, y le amonestaba que pues era de noche se saliese á un meson del arrabal. No recibió él este saludable consejo; que por estar alterado con diversos pensamientos, no hallaba traza que le contentase. A la verdad ¿dónde se podia recoger? Dónde estar escondido? ¿De quién se podia fiar? En la ciudad no tenia parte segura, muy léjos sus castillos, en que se pudiera salvar por ser muy fuertes. Despedido Gotor, se resolvió á esperar lo que sucediese; fiaba en sí mismo, y menospreciaba sus enemigos; lo uno y lo otro, cuando alguno está en peligro, demasiado y muy perjudicial. Ya que todo estaba á punto, á 5 de abril, que era juéves, al amanecer cercaron con gente armada las casas de Pedro de Cartagena, en que don Alvaro de Luna posaba. No pareció usar de fuerza, bien que algunos soldados fueron heridos por los criados de don Alvaro, que les tiraban con ballestas desde las ventanas de la casa. Anduvieron recados de una parte á otra. Por conclusion, don Alvaro

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de Luna, visto que no se podia hacer al y que le era forzoso, demás que el Rey, por una cédula firmada de su mano que le envió, le prometia no le seria hecho agravio, que era todo dalle buenas palabras, finalmente se rindió. En las mismas casas de su posada fué puesto en prision, á las cuales vino el Rey á comer despues de oida misa. El obispo de Avila don Alonso de Fonseca venia al lado del Rey. Don Alvaro, como le viese desde una ventana, puesta la mano en la barba, dijo: Para estas, cleriguillo, que me la habeis de pagar. Respondió el Obispo: Pongo, señor, á Dios por testigo, que no he tenido parte alguna en este consejo y acuerdo que se ha tomado, no mas que el rey de Granada. Aun no tenia sus brios amansados con los males. Acabada la comida, y quitadas las mesas, pidió licencia para hablar al Rey. No se la dieron; envióle un billete en esta sustancia: « Cuarenta y cinco años ha que os >> comencé, señor, á servir; no me quejo de las merce>> des, que antes han sido mayores que mis méritos, y » mayores que yo esperaba, no lo negaré. Una cosa ha » faltado para mi felicidad, que es retirarme con tiem»po. Pudiera bien recogerme á mi casa y descanso, en » que imitara el ejemplo de grandes varones que así lo >> hicieron. Escogí mas aína servir como era obligado » y como entendí que las cosas lo pedian; engañéme, que ha sido la causa de caer en este desman. Siento >> mucho verme privado de la libertad, que por darla á >> vuestra alteza no una vez he arriscado vida y estado. » Bien sé que por mis grandes pecados tengo enojado á >> Dios, y tendré por grande dicha que con estos mis >> trabajos se aplaque su saña. No puedo llevar adelante » la carga de las riquezas, que por ser tantas me han >> traido á este término. Renunciáralas de buena gana, » si todas no estuviesen en vuestras manos. Pésame de >> haberme quitado el poder de mostrar á los hombres » que como para adquirir las riquezas, así tenia pecho » para menospreciallas y volvellas á quien me las dió. >> Solo suplico que por tener cargada la conciencia á >> causa de la mucha falta de los tesoros reales en diez ó doce mil escudos que se hallarán en mi recámara y >> en mis cofres, se dé órden como se restituyan ente>>ramente á quien yo los tomé ; lo cual si no alcanzo >> por mis servicios, tales cuales ellos han sido, es justo » que lo alcance por ser la peticion tan justa y razona>>ble.» A estas cosas respondió el Rey: «Cuanto á lo que decia de sus servicios y de las mercedes recebidas, que era verdad que eran mayores que ningun rey ó emperador en tiempo alguno hobiese hecho á alguna persona particular. Que si le ayudó á recobrar la libertad que por su respeto le quitaran, no merecia por esta causa menos reprehension que alabanza. A la pobreza y falta de dinero, pues él fué della la principal causa, fuera mas justo que ayudara con sus riquezas que con agraviar á nadie; pero que, sin embargo, se tendria cuenta con que de sus bienes se hiciese la satisfaccion que decia, en que se tendria mas cuenta con la conciencia que con los enojos y desacatos pasados.» Es cosa maravillosa y digna de considerar que entre tantos como tenia obligados don Alvaro con grandes beneficios y favores ninguno le acudió en este trabajo. La verdad es que todos desamparan á los miserables, y per

CAPITULO XIII.

Cómo se hizo justicia de don Alvaro de Luna:

dida la gracia del rey, luego todo se les muda en contrario. Lleváronle preso á Portillo, y por su guarda Diego de Zúñiga, hijo del mariscal Iñigo de Zúñiga. Este año, tan señalado para los españoles por la justicia que se ejecutó en un tan gran personaje, fué en comun á los cristianos muy desgraciado y en que se derramaron muchas lágrimas por la ciudad de Constantinopla, de que los turcos se apoderaron. Fué así, que el gran turco Mahomad, ensoberbecido por las muchas victorias que de los nuestros ganara, despues que se a poderó de las demás ciudades y pueblos de la Tracia, que hoy se llama Romanía, asentó sus reales junto á Constantinopla, nobilísima ciudad, que fué por espacio de cincuenta y cuatro dias batida por mar y tierra con toda manera de ingenios y de trabucos hasta tanto que un dia, á 29 de mayo, un ginovés, por nombre Longo Justiniano, dió entrada á los turcos en la ciudad. Algunos señalan el año pasado, y dicen fué el lúnes de pascua de Espíritu Santo, si bien en el dia del mes concuerdan con los demás; sospecho se engañan. La suma es que en los miserables ciudadanos se ejecutó todo género de crueldad y fiereza bárbara, sin hacer diferencia de mujeres, niños y viejos. Pone grima traer á la memoria las desventuras de aquella nacion y nuestra afrenta, en qué manera las riquezas y poder de aquel imperio que antiguamente fué muy florido, un momento de tiempo se asolaron. Bien que tenian asaz merecido este castigo por la fe que en el Concilio florentino dieron de ser católicos, junto con su emperador Juan Paleólogo, y poco despues la quebrantaron. Muerto él los dias pasados, sucedió en el imperio su hermano Constantino. Este Príncipe como viese entrada la ciudad, por no ser escarnecido si le prendian, dejada la sobreveste imperial, se metió en la mayor carga y priesa de los enemigos y allí fué muerto. Antepuso la muerte honrosa á la servidumbre torpe; muestra que dió de su esfuerzo en aquel trance. Sus hermanos Demetrio y Tomás escaparon con la vida, pero para ser mas afrentados con trabajos y desastres que les avinieron adelante. Alteró, como era razon, esta nueva los ánimos de todos los cristianos; derramaban lágrimas, afligíanse fuera de sazon y tarde despues de tan grande y tan irreparable daño. Desde aquel tiempo aquella ciudad ha sido silla y asiento del imperio de los turcos, conocida asaz y señalada por nuestros males. Don Carlos, príncipe de Viana, fué llevado á Zaragoza, y á instancia de los aragoneses le perdonó su padre y le puso en libertad á 22 de junio. La suma del concierto fué que el Príncipe obedeciese á su padre, y que de las ciudades y castillos que por él se tenian, quitase la guarnicion de soldados. Para cumplir esto dió en rehenes á don Luis de Biamonte, conde que era de Lerin y condestable de Navarra, y con él á sus hijos y otros hombres principales de aquel reino. La alegría que hobo por este concierto duró poco, ca en breve se levantaron nuevos alborotos. La codicia del padre y poco sufrimiento del hijo fueron causa que el reino de Navarra por largo tiempo padeciese trabajos y daños, segun que adelante se apuntará en sus luga

res.

En un mismo tiempo el rey de Castilla se apoderaba del estado y tesoros de don Alvaro de Luna, y él mismo desde la cárcel en que le tenian trataba de descargarse de los delitos que le achacaban, por tela de juicio, del cual no podia salir bien, pues tenia por contrario al Rey y mas irritado contra él por tantas causas. Los jueces señalados para negocio tan grave, sustanciada el proceso y cerrado, pronunciaron contra él sentencia de muerte. Para ejecutalla, desde Portillo, do le llevaron en prision, le trajeron á Valladolid. Hiciéronle confesar y comulgar; concluido esto, le sacaron en uua mula al lugar en que fué ejecutado con un pregon que decia: «Esta es la justicia que manda hacer nuestro señor el Rey á este cruel tirano por cuanto él con grande orgullo é soberbia, y loca osadía, y injuria de la real majestad, la cual tiene lugar de Dios en la tierra, se apoderó de la casa y corte y palacio del Rey nuestro señor, usurpando el lugar que no era suyo ni le pertenecia; é hizo é cometió en deservicio de nuestro señor Dios é del dicho señor Rey, é menguamiento y abajamiento de su persona y dignidad, y del estado y corona real, y en gran daño y deservicio de su corona y patrimonio, y perturbacion y mengua de la justicia, muchos y diversos crímines y excesos, delitos, maleficios, tiranías, cohechos; en pena de lo cual le mandan degollar porque la justicia de Dios y del Rey sea ejecutada, y á todos sea ejemplo que no se atrevan á hacer ni cometer tales ni semejantes cosas. Quien tal hace que así lo pague.» En medio de la plaza de aquella villa tenian levantado un cadahalso y puesta en él una cruz con dos antorchas á los lados y debajo una alhombra. Como subió en el tablado hizo reverencia á la cruz, y dados algunos pasos, entregó á un paje suyo que allí estaba el anillo de sellar y el sombrero con estas palabras: Esto es lo postrero que te puedo dar. Alzó el mozo el grito con grandes sollozos y llanto, ocasion que hizo saltar á muchos las lágrimas, causadas de los varios pensamientos que con aquel espectáculo se les representaban. Comparaban la felicidad pasada con la presente fortuna y desgracia, cosa que aun á sus enemigos hacia plañir y llorar. Hallóse presente Barrasa, caballerizo del príncipe don Enrique; llamóle don Alvaro y díjole Id y decid al Príncipe de mi parte que en gratificar á sus criados no siga este ejemplo del Rey, su padre. Vió un garfio de hierro clavado en un madero bien alto; preguntó al verdugo para qué le habian puesto allí y á qué propósito. Respondió él que para poner allí su cabeza luego que se la cortase. Añadió don Alvaro: despues de yo muerto, del cuerpo haz á tu voluntad, que al varon fuerte ni la muerte puede ser afrentosa, ni antes de tiempo y sazon al que tantas honras ha alcanzado. Esto dijo, y juntamente desabrochado el vestido, sin muestra de temor abajó la cabeza para que se la cortasen, á 5 del mes de julio. Varon verdaderamente grande, y por la misma variedad de la fortuna maravilloso. Por espacio de treinta años, poco mas ó menos, estuvo apoderado de tal manera de la casa real, que ninguna cosa grande ni pequeña se hacia

sino por su voluntad, en tanto grado, que ni el Rey mudaba vestido ni manjar ni recebia criado sino era por órden de don Alvaro y por su mano. Pero con el ejemplo deste desastre quedarán avisados los cortesanos que quieran mas ser amados de sus príncipes que temidos, porque el miedo del señor es la perdicion del criado, y los hados, cierto Dios, apenas permite que los criados soberbios mueran en paz. Acompañó á don Alvaro por el camino y hasta el lugar en que le justiciaron Alonso de Espina, fraile de San Francisco, aquel que compuso un libro llamado Fortalitium Fidei, magnífico título, bien que poco elegante; la obra erudita y excelente por el conocimiento que da y muestra de las cosas divinas y de la Escritura sagrada. Quedó el cuerpo cortada la cabeza por espacio de tres dias en el cadahalso con una bacía puesta allí junto para recoger limosna con que enterrasen un hombre que poco antes se podia igualar con los reyes; así se truecan las cosas. Enterráronle en San Andrés, enterramiento de los justiciados; de allí le trasladaron á San Francisco, monasterio de la misma villa, y los años adelante en la iglesia mayor de Toledo en su capilla de Santiago sus amigos por permision de los reyes le hicieron enterrar. Dícese comunmente que don Alvaro consultó á cierto astrólogo que le dijo su muerte seria en cadahalso. Entendió él, no que habia de ser justiciado, sino que su fin seria en un pueblo suyo que tenia de aquel nombre en el reino de Toledo, por lo cual en toda su vida no quiso entrar en él. Nos destas cosas, como sin fundamento y vanas, no hacemos caso alguno. Estaban á la sazon los reales del Rey sobre Escalona, pueblo que despues de la muerte de don Alvaro le rindió su mujer á partido que los tesoros de su marido se partiesen entre ella y el Rey por partes iguales. Todo lo demás fué confiscado; solo don Juan de Luna, hijo de don Alvaro, se quedó con la villa de Santisteban que su padre le diera, cuya hija casó con don Diego, hijo de don Juan Pacheco, y por medio de este casamiento se juntó el condado de Santistéban, que ella heredó de su padre, con el marquesado de Villena. Tuvo don Alvaro otra hija legítima, por nombre doña María, que casó con Iñigo Lopez de Mendoza, duque del Infantado. Fuera de matrimonio á Pedro de Luna, señor de Fuentidueña, y otra hija, que fué mujer de Juan de Luna, su pariente, gobernador que era de Soria. Esto baste de la caida y muerte de don Alvaro. En Gra, nada el moro Ismael, que los años pasados fué de nuevo enviado por el Rey á su tierra, ayudado de sus parciales que tenia entre los moros y con el favor que los cristianos le dieron, despojó del reino á su primo Mahomad el Cojo. No se señala el tiempo en que esto sucedió; del caso no se duda. Las desgracias que el año pasado sucedieron á los moros habian hecho odioso al rey Mahomad para con aquella nacion, de suyo muy inclinada á mudanza de príncipes. Ismael, apoderado del reino, no guardó mucho tiempo con los cristianos la fe y lealtad que debiera; cuando era pobre se mostraba afable y amigo; despues de la victoria olvidóse de los beneficios recebidos. En Portugal se acuñaron de nuevo escudos de buena ley, que llamaron cruzados. La causa del nombre fué que por el mismo tiempo se concedió jubileo á todos los portugueses que con la

divisa de la cruz fuesen á hacer la guerra contra los mo moros de Berbería. El que alcanzó esta cruzada del sumo pontífice Nicolao V fué don Alvaro Gonzalez, obispo de Lamego, varon en aquel reino esclarecido por su prudencia y por la doctrina y letras de que era dotado.

CAPITULO XIV.

Cómo falleció el rey don Juan de Castilla.

Con la muerte de don Alvaro de Luna poco se mejoraron las cosas, mas aína se quedaron en el mismo estado que antes, dado que el Rey estaba resuelto, si la vida le durara mas años, de gobernar por sí mismo el reino y ayudarse del consejo del obispo de Cuenca y del prior de Guadalupe fray Gonzalo de Illescas, varones en aquella sazon de mucha entereza y santidad, con cuya ayuda pensaba recompensar con mayores bienes los daños y soldar las quiebras pasadas; á la diligencia muy grande de que cuidaba usar, ayuntar la severidad en el mandar y castigar, virtud muchas veces mas saludable que la vana muestra de clemencia. Con esta resolucion los llamó á los dos para que viniesen á Avila, adonde él se fué desde Escalona. Pensaba otrosí entretener á sueldo ordinario ocho mil de á caballo para conservar en paz la provincia y resistir á los de fuera. Demás desto, dar el cuidado á las ciudades de cobrar las rentas reales para que no hobiese arrendadores ni alcabaleros, ralea de gente que saben todos los caminos de allegar dinero, y por el dinero hacen muy grandes engaños y agravios. Por otra parte los portugueses comenzaban á descubrir con las navegaciones de cada un año las riberas exteriores de Africa en grandísima distancia, sin parar hasta el cabo de BuenaEsperanza, que, adelgazándose las riberas de la una parte y de la otra en forma de pirámide, se tiende de la otra parte de la equinoccial por espacio de treinta y cinco grados. Con estas navegaciones destos principios llegó aquella nacion á ganar adelante grandes riquezas

renombre no menor. El primero que acometió esto fuó el infante don Enrique, tio del rey de Portugal, por el conocimiento que tenia de las estrellas y por arder en deseo de ensanchar la religion cristiana, celo por el cual merece inmortales alabanzas. El rey de Castilla pretendia que aquellas riberas de Africa eran de su conquista y que no debía permitir que los portugueses pasasen adelante en aquella demanda. Envió por su embajador sobre el caso á Juan de Guzman. Amenazaba que si no mudaban propósito les haria guerra muy brava. Respondió el rey de Portugal mansamente que entendia no hacerse cosa alguna contra razon, y que tenia confianza que el rey de Castilla, antes que aquel pleito se determinase por juicio, no tomaria las armas. Habíase ido el rey de Castilla á Medina del Campo y á Valladolid para ver si con la mudanza del aire mejoraba de la indisposicion de cuartanas que padecia, que aunque lenta, pero por ser larga le trabajaba. Por el mismo tiempo Juan de Guzman volvió con aquella respuesta de Portugal, y la reina de Aragon, con intento de hacer las paces entre los príncipes de España, llegó á Valladolid. No fué su venida en balde, porque con el cuidado que puso en aquel negocio y su buena maña, demás que casi

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