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para proveer desde allí á la guerra de Cataluña; y dado que era de grande edad y tenia perdida la vista de ambos ojos, todavía el espíritu era muy vivo y el brio grande. En aquella ciudad concertó de casar una hija suya bastarda, llamada doña Leonor, con don Luis de Biamonte, conde de Lerin. Desposólos, á 22 de enero del año 1468, don Pedro de Urrea, arzobispo de aquella ciudad y patriarca de Alejandría. Señaláronle en dote quince mil florines, todo á propósito de ganar aquella familia poderosa y rica en el reino de Navarra; buen medio, si la deslealtad se dejase vencer con algunos beneficios. Hacíanse las Cortes de Aragon en la ciudad de Zaragoza; presidia en ellas la Reina en lugar de su marido. Allí, de enfermedad que le sobrevino, falleció, á 13 de febrero, con grande y largo sentimiento del Rey. Dolíase que siendo él viejo y su hijo de poca edad, les hobiese faltado el reparo de una hembra tan señalada. A la verdad ella era de grande y constante ánimo, no menos bastante para las cosas de la guerra que para las del gobierno. Poco antes de su muerte tuvo habla con doña Leonor, su antenada, condesa de Fox, en Egea, á la raya de Aragon, do pusieron alianza en que expresaron que los mismos tuviesen las dos por amigos y por enemigos; palabras de ánimo varonil y mas de soldados que de mujeres. Su cuerpo fué sepultado en Poblete. De sola una cosa la tachan comunmente, que fué la muerte del príncipe don Cárlos, su antenado; así lo hablaba el vulgo. Añaden que la memoria deste caso la aquejó mucho á la hora de su muerte, sin que ninguna cosa fuese bastante para aseguralla y sosegar su conciencia muy alterada. Las revoluciones y parcialidades dan lugar á hablillas y patrañas.

CAPITULO XI.

Cómo falleció el infante don Alonso.

Llegó la fama de las alteraciones de Castilla á Roma; en especial el rey don Enrique por sus cartas hacia instancia con el pontífice Paulo II para que privase á los obispos sediciosos de sus dignidades y pusiese pena de descomunion á los grandes, si no sosegaban en su servicio. Por esta causa Antonio Venerio, obispo de Leon, enviado á Castilla por nuncio con poderes bastantes, despues de la batalla de Olmedo, en que se halló presente, primero fué á hablar al rey don Enrique en Medina del Campo, teniendo en esto consideracion á su autoridad real; despues como procurase hablar con los conjurados, apenas pudo alcanzar que para ello le diesen lugar, antes le despidieron primera y segunda vez con palabras afrentosas, y pusieran en él las manos si no fuera por tener respeto á su dignidad. Como amenazase de descomulgallos, respondieron que no pertenecia al Pontífice entremeterse en las cosas del reino. Juntamente interpusieron apelacion de aquella descomunion para el concilio próximo, condicion muy propia de ánimos endurecidos y obstinados en la maldad, que siempre se adelante en el mal hasta despeñarse, y quiera remediar un daño con otro mayor, sin moverse por algun escrúpulo de conciencia. Sucedió un nuevo inconveniente para el Rey que mucho le alteró, y fué que don Juan Arias, obispo de Segovia, por satisfa

cerse de la prision que se hizo en la persona de Pedro Arias, su hermano, contador mayor sin alguna culpa suya, solo por engaño del arzobispo de Sevilla, olvidado de les mercedes recebidas y que su hermano ya estaba puesto en libertad, se determinó entregar aquella ciudad de Segovia á los parciales. Ayudaronle para ello Prejano, su vicario, y Mesa, prior de San Jerónimo, con quien se comunicó. Es aquella ciudad fuerte y grande, puesta sobre los montes con que Castilla la Vieja parte término con la Nueva, que es el reino de Toledo. Acudieron todos los grandes como tenian concertado. Fué tan grande el sobresalto, que la Reina, que allí se halló, y la duquesa de Alburquerque apenas pudieron alcanzar les diesen entrada en el castillo, á causa que Pedro Munzares, el alcaide, de secreto era tambien uno de los parciales. La infanta doña Isabel, como sabidora de aquella revuelta y trato, se quedó en el palacio real, y tomada la ciudad, se fué para el infante don Alonso, su hermano, con intento de seguir su partido. Estas nuevas y fama llegaron presto á Medina del Campo, do el rey don Enrique se hallaba, con que recibió mas pena que de cosa en toda su vida, por haber perdido aquella ciudad, ca la tenia como por su patria, y en ella sus tesoros y los instrumentos y aparejos de sus deportes. Desde este tiempo, por hallarse no menos falto de consejo que de socorro, comenzó á andar como fuera de sí. No hacia confianza de nadie. Recelábase igualmente de los suyos y de los enemigos, de todos se recataba, y de repente se trocaba en contrarios pareceres. Ya le parecia bien la guerra, poco despues queria mover tratos de paz, cosa que por su natural descuido y flojedad siempre prevalecia. Señaló la villa de Coca para tener habla de nuevo con el marqués de Villena, magüer que los suyos se lo disuadian, y como no fuesen oidos, los mas le desampararon. En Coca no se efectuó cosa alguna; pareció se tornasen á ver en el castillo de Segovia. Allí se hizo concierto con estas capitulaciones, que no fué mas firme y durable que los pasados. Las condiciones eran el castillo de Segovia se entregue al infɑnte don Alonso; el rey don Enrique tenga libertad de sacar los tesoros que allí están, mas que se guarden en el alcázar de Madrid, y por alcaide Pedro Munzares; la Reina para seguridad que se cumplirá esto esté en poder del arzobispo de Sevilla; cumplidas estas cosas, dentro de seis meses próximos, los grandes restituyan al Rey el gobierno y se pongan en sus manos. Vergonzosas condiciones y miserable estado del reino. ¡Cuán torpe cosa que los vasallos para alla narse pusiesen leyes á su Príncipe, y tantas veces hiciesen burla de su majestad! La mayor afrenta de todas fué que la Reina en el castillo de Alahejos, do la hizo llevar el Arzobispo conforme á lo concertado, puso los ojos en un cierto mancebo, y con la conversacion que tuvieron se hizo preñada, que fué grave maldad y deshonra de toda España y ocasion muy bastante para que el poco crédito que se tenia de su honestidad pasase muy adelante y la causa de los rebeldes ya pareciese mejor que antes. El Rey, cercado de trabajos y menguas tan grandes, desamparado casi de todos y como fuera de sí, andaba por diversas partes casi como particular, acompañado. de solos diez de á caballo. Acordó por postrer remedio

de hacer prueba de la lealtad del conde de Plasencia y entrarse por sus puertas y ponerse en sus manos. Fué allí muy bien recebido, y entretúvose en el alcázar de aquella ciudad por espacio de cuatro meses. En este tiempo, por muerte del cardenal Juan de Mela, que despues de don Pedro Lujen tuvo encomendada la iglesia de Siguenza, aquel obispado se dió á don Pedro Gonzalez de Mendoza, sin embargo que den Pero Lopez, dean de Sigüenza desde los años pasados, como elegido por votos del cabildo, pretendia y traia pleito contra el dicho cardenal Mela. Envió el Papa un nuevo nuncio para convidar á los grandes que se redujesen al servicio de su Rey, y porque no obedecian, últimamente los descomulgó. No se espantaron ellos por esto ni se emendaron, bien que lo sintieron mucho, tanto, que enviaron á Roma sus embajadores; mas no les fué dado lugar para hablar con el Pontífice ni aun para entrar en la ciudad antes que hiciesen juramento de no dar título de rey al infante don Alonso. Ultimamente, en consistorio el Papa con palabras muy graves los reprehendió y amonestó que avisasen en su nombre á los rebeldes procederia con todo rigor contra ellos si no se emendaban; que semejantes atrevimientos no pasarian sin castigo; si los hombres se descuidasen debian temer la venganza de Dios. Añadió que sentia mucho que aquel Príncipe mozo por pecados ajenos seria castigado con muerte antes de tiempo. No fué vana esta profecía ni falsa. Con esta demonstracion del Pontífice las cosas del rey don Enrique se mejoraron algun tanto, en especial que por el mismo tiempo se redujo á su obediencia la ciudad de Toledo con esta ocasion. Era Pero Lopez de Ayala alcalde de aquella ciudad; su cuñado fray Pedro de Silva, de la órden de Santo Domingo, obispo de Badajoz, á la sazon estaba en Toledo; el cual, comunicado su intento con doña María de Silva, su hermana, mujer del Alcalde, dió al Rey aviso de lo que pensaba hacer, que era entregalle la ciudad. Acudió él sin dilacion, y en dos dias llegó desde Plasencia á Toledo para prevenir con su presteza no hiciese el pueblo alguna alteracion. Entró muy de noche, hospedóse en el monasterio de los dominicos, que está en medio y en lo mas alto de la ciudad. Luego que se supo su llegada, tocaron al arma con una campana; acudió el pueblo alborotado. Pero Lopez de Ayala como supo lo que pasaba, pretendia que el rey don Enrique no saliese en público ni se pasase adelante en aquella traza. Alegaba que le perderian el respeto; así, pasada la media noche, cuando el alboroto estaba sosegado, se salió de la ciudad. Partióse el Rey muy triste, y en su compañía Perafan de Ribera, hijo de Pelayo de Ribera, y dos hijos de Pero Lopez de Ayala, Pedro y Alonso. Al salir de la ciudad reconoció el Rey el cansancio de su caballo, que habia caminado aquel dia diez y ocho leguas. Pidió á uno de los que le acompañaban le diese el suyo; no quiso. Vista esta cortedad, los dos hijos de Pero Lopez de Ayala á priesa se arrojaron de sus caballos, y de rodillas suplicaron al Rey se sirviese dellos, del uno para su persona, del otro para su paje de lanza. El Rey los tomó y partió de la ciudad acompañándole á pié aquellos caballeros que le dieron los caballos. Llegados á Olías, hizo el Rey merced á Pero Lopez de Ayala de se

tenta mil maravedís de juro perpetuo cada un año. El Obispo asimismo fué forzado á dejar la ciudad. Todo lo cual se trocó en breve; los ruegos, importunaciones y lágrimas de su mujer pudieron tanto con el Alcalde, que arrepentido de lo hecho, dentro de cuatro dias tornó á llamar al Rey. Volvió pues, y halló las cosas en mejor estado que pensaba. Solo por la instancia que hizo el pueblo y por su importunidad les confirmó sus antiguos privilegios y les otorgó otros de nuevo. A Pero Lopez de Ayala en remuneracion de aquel servicio dió título de conde de Fuensalida, y de nuevo le encomendó el gobierno de aquella ciudad, con que el Rey se partió para Madrid. Allí hizo prender al alcaide Pedro Munzares por no estar enterado de su lealtad; contentóse de quitalle la alcaidía, y con tanto poco despues le soltó de la prision. Alteró grandemente la pérdida de Toledo á los parciales, tanto, que salieron de Arévalo, do tenian la masa de su gente, con intento de poner cerco á aquella ciudad. Marchaba la gente la vuelta de Avila, cuando un desastre y revés no pensado desbarató sus pensamientos. Esto fué que en Cardeñosa, lugar que está en el mismo camino, dos leguas de Avila, sobrevino de repente al infante don Alonso una tan grave dolencia, que en breve le acabó. Falleció á 5 de julio; su cuerpo, vuelto á Arévalo, le sepultaron en San Francisco; dende los años adelante le trasladaron al monasterio de Miraflores de cartujos de la ciudad de Búrgos. De la manera y causa de su muerte hobo pareceres diferentes; unos dijeron que murió de la peste que por aquella comarca andaba muy brava; los mas sentian que le mataron con yerbas en una trucha, y que se vieron desto señales en su cuerpo despues de muerto. Alonso de Palencia en la historia deste tiempo y en sus Décadas, que compuso como coronista del mismo Infante, con la libertad que suele, no dudó de contar esto por cierto, hasta señalar por autor de aquella maldad y parricidio al marqués de Villena, maestre de Santiago, lo que yo no creo. Porqué ¿á qué propósito un señor tan principal habia de mancillar su sangre y casa con hecho tan afrentoso? O ¿qué ocasion le pudo dar para ello un mozo que apenas era de diez y seis años? Sospecho que las grandes alteraciones y la corrupcion de los tiempos dieron ocasion á que la historia en alabar á unos y murmurar de otros, conforme á las aficiones de cada cual, ande por este tiempo estragada.

CAPITULO XII.

Que el príncipe de Aragon don Fernando fué nombrado por rey de Sicilia.

Renato, duque de Anjou, sin dilacion aceptó el principado que de su voluntad los catalanes le ofrecian. Movíale á aceptar la ambicion sin propósito, enfermedad ordinaria, y el deseo que tenia de vengar en España los agravios que los aragoneses le hicieron en Italia. Verdad es que él por su larga edad no pudo ir allá; envió á su hijo, llamado Juan, duque que era de Lorena, de quien arriba se dijo fué echado de Italia, para apoderarse de aquel estado; pretendia ayudarse de sus fuerzas y de los socorros de Francia. El rey Francés, pospuesta la confederacion que tenia con Aragon asentada, le envió alguna ayuda despues que hobo puesto fin

á la guerra civil y muy áspera que tuvo con su hermano el duque de Berri, y con Cárlos, duque de Borgoña; parte poco adelante le trajo Juan, conde de Armeñac, con quien el de Lorena, no solo tenia puesta confederacion, sino tambien asentada hermandad para acudirse el uno al otro en las cosas de la guerra. Con tantas ayudas como tuvo, el de Lorena díó alegre principio á esta empresa; el remate fué diferente. La ciudad de Barcelona, luego que vino, le abrió las puertas. Tratóse de la guerra, y acordaron hacer el mayor esfuerzo por la parte de Ampúrias. Acudió el rey de Aragon á la defensa, aunque viejo y ciego. Cerca de Rosas en un encuentro fué desbaratada cierta banda de aragoneses. La fuerza del ejército francés marchó la vuelta de Girona con intento, si Pedro de Rocaberti, que tenia el cargo de la guarnicion, y los demás capitanes saliesen de la ciudad, presentalles la batalla; si se defendiesen dentro de los muros, tenian esperanza con cerco de apoderarse de aquella ciudad fuerte y rica. Sacaron los aragoneses su gente con grande ánimo; hobo algunos encuentros, siempre con mayor daño de los de fuera que de los de dentro. Acudió el príncipe don Fernando, metió todas sus gentes dentro de la ciudad; con tanto hizo que se alzase el cerco. En breve aquella alegría se destempló y trocó en grave pesadumbre. Salió don Fernando de la ciudad, y en una batalla que se dió cerca de un pueblo llamado Villademar le desbarató cierta parte del ejército francés; y muertos muchos de los aragoneses, el Principe se salvó por los piés. Quedó preso y en poder de los enemigos Rodrigo Rebolledo, capitan de gran nombre, cuya diligencia que hizo Y esfuerzo de que usó en la defensa del Príncipe fué grande. Los primeros ímpetus de los franceses, mas fuertes que de varones, con maña y dilacion mas que con fuerza se han de rebatir. Tomaron este acuerdo, y por estar cerca el invierno, pusieron guarniciones en lugares á propósito, y dejaron á don Alonso de Aragon para que tuviese cuidado de aquella guerra. Hecho esto, el príncipe don Fernando se partió para Zaragoza, do se tenian Cortes á los aragoneses, y se halló presente á la enfermedad de su madre la Reina y á su muerte, de que queda hecha mencion. Difunta su madre y por estar su padre ciego y en edad de setenta años, fué necesario que las cosas de la paz y de la guerra, cargasen sobre los hombros del príncipe don Fernando, que, aunque de poca edad, daba grandes muestras de virtudes y de un natural excelente. Era menester que tuviese autoridad para gobernar cosas tan grandes; por esto en aquella ciudad fué nombrado por rey de Sicilia como compañero de su padre en aquella parte. Esto sucedió casi á los mismos dias y tiempo en que el infante don Alonso de Castilla pasó desta vida, como queda dicho. El cielo le aparejaba mayor imperio en Italia y en España y la gloria de deshacer el reino de los moros de Granada. Sabida que fué en Zaragoza la muerte del infante don Alonso, luego fué Pedro Peralta con muy bastantes poderes enderezados á los grandes parciales de Castilla para pedilles diesen á la infanta doña Isabel por mujer á don Fernando. Su padre el rey de Aragon se quedó en Zaragoza, y él se volvió á Cataluña á continuar la guerra, que se hacia por mar y por tierra con

gran riesgo del partido de Aragon. Lo que mas deseaba el de Lorena era apoderarse de Girona por entender, tomada aquella ciudad, en todo lo demás no hallaria resistencia. Con esta resolucion se volvió á Francia para hacer nuevas juntas de gentes, como lo hizo con tanta diligencia, que solo en lo de Ruisellon y lo de Cerdania levantó quince mil hombres, fuerzas contra las cuales, juntas con las gentes que antes tenia, los aragoneses no eran bastantes, tanto, que no pudieron meter en Girona, que de nuevo la tenian cercada y con gran porfía la batian, ni vituallas ni socorros. Verdad es que por el esfuerzo y diligencia de don Juan Melguerite, obispo de aquella ciudad y de los otros capitanes que dentro estaban, maguer que el peligro fué grande, la ciudad se defendió. Entre tanto que combatian á Girona, el rey don Fernando volvió sus fuerzas á otra parte, y se apoderó de un pueblo, llamado Verga, por entrega de los de dentro, que le hicieron á 17 de setiembre. Con esta toma, aunque no de mucha importancia, se comenzaron á mejorar las cosas, mayormente que el rey de Aragon á la misma sazon recobró la vista, cosa de milagro. Fué así, que un judío, natural de Lérida, llamado Abiabar, gran médico y astrólogo, se encargó de la cura, y mirado el aspecto de las estrellas, á 11 de setiembre, con una aguja le derribó la catarata del ojo derecho, con que de repente comenzó á ver. Rehusaba el Judío volver á probar cosa tan peligrosa como aquella; decia que el aspecto de las estrellas ni era ni seria en mucho tiempo favorable y que bastaba servirse del un ojo; ¿á qué propósito intentar con peligro lo que excedia las fuerzas humanas? Parecia bien lo que decia á los mas prudentes; pero como quier que el Rey hiciese instancia, á 12 de octubre se volvió á la misma cura, con que quedó tambien sano el ojo izquierdo. Esta alegría, que por la salud del Rey fué, como era razon, muy grande, se aumentó mucho y en breve por alzarse el cerco de Girona, que tenia á todos puestos en mucho miedo. Fué la causa sobrevenir el invierno y la falta que los enemigos tenian de cosas necesarias. Así, la prontitud y alegría con que los franceses vinieron parecia haberse caido, y que cada dia la empresa se hacia mas dificultosa. En Portugal se desposó el príncipe don Juan con doña Leonor, su prima, olvidado del concierto hecho con Castilla de casar con doña Juana. La poca honestidad y poco recato de aquella Reina confirmaban mucho la opinion de los que decian que su hija era habida de mala parte. El padre de la desposada doña Leonor, que era don Fernando, duque de Viseo, apercebida una armada en que pasó á Africa, ganó allí algunas victorias de los moros, y vuelto á su tierra, de su mujer doña Beatriz, hija de don Juan, maestre que fué de Santiago en Portugal, le nació un hijo, llamado don Emanuel, que los años adelante por voluntad de Dios vino á heredar el reino de Portugal. Cuentan los portugueses que en su nacimiento se vieron señales en el cielo que pronosticaban la gloria de aquel Infante y su majestad, como gente muy aficionada á sus reyes y que gusta de hallar cualquier camino y motivo para honrallos.

CAPITULO XIII.

EL PADRE JUAN DE MARIANA.

Que ofrecieron el reino de Castilla á la infanta doña Isabel.

La muerte del infante don Alonso fué ocasion que muchos se redujesen al servicio del rey don Enrique; pero la paz duró poco, y la guerra que luego resultó fué larga y grave, con que las fuerzas de España quedaron quebrantadas. La ciudad de Búrgos volvió á la obediencia del rey don Enrique, á ejemplo de Toledo y á persuasion de Pero Fernandez de Velasco. Juntamente en Madrid el arzobispo de Sevilla, el conde de Benavente y otros grandes le hicieron de nuevo sus homenajes. Los parciales, por verse de repente despojados de la ayuda y arrimo del mal logrado Infante, para tener persona en cuyo nombre ellos reinasen, trajeron á la infanta doña Isabel desde Arévalo á la ciudad de Avila. Allí se resolvieron de ofrecelle el nombre de reina y las insignias reales. Tomó el arzobispo de Toledo la mano y cuidado de persuadille acetase el reino, que de derecho y razon decia era suyo. Relató por menudo la afrenta de la casa real, la cobardía, el descuido, la deshonestidad, los partos adulterinos, con peligro que los que no debian heredasen el reino ajeno, las infamias perpetuas de toda la nacion; para cuyo remedio era menester su autoridad, su sombra y su amparo. Que no era justo rehusase ponerse á cualquier trabajo y peligro por el bien comun de la patria. A todo esto respondió ella. « Yo os agradezco mucho esta voluntad y aficion que mostrais á mi servicio, y deseo poder en algun tiempo gratificalla; pero aunque la voluntad es buena, que estos vuestros intentos no agradan á Dios da bien á entender la muerte de mi hermano mal logrado. Los que desean cosas nuevas y mudanza de estado ¿qué otra cosa acarrean al mundo sino males mas graves, parcialidades, discordias, guerras? Por los evitar ¿ no será mejor disimular cualquier otro daño? Ni la naturaleza de las cosas ni la razon de mandar sufre que haya dos reyes. Ningun fruto hay temprano y sin sazon que dure mucho; yo deseo que el reino me venga muy tarde para que la vida del Rey sea mas larga y su majestad mas durable. Primero es menester que él sea quitado de los ojos de los hombres que yo acometa á tomar el nombre de reina. Volved pues el reino á don Enrique, mi hermano, y con esto restituiréis á la patria la paz. Este tendré yo por el mayor servicio que me podeis hacer, y este será el fruto mas colmado y gustoso que desta vuestra aficion podrá resultar.» Forzó aquella modestia á que, no solo aprobasen su determinacion, sino que la alabasen, maravillados todos los que presentes estaban de la grandeza de su corazon, que menospreciaba lo que por alcanzar otros se meten por el fuego y por las espadas; por el mismo caso la juzgaban por mas digna del nombre real que le ofrecian. Pero era pesada á todos tan larga tempestad de discordias, y así se comenzaron á inclinar á la paz; mayormente que el rey don Enrique por sus embajadores les ofreció perdon si se reducian á su servicio. Con este intento el arzobispo de Sevilla á ruegos de los grandes y por permision del Rey fué á Avila, por cuyo medio é ayudado tambien por su parte de Andrés de Cabrera, mayordomo de la casa real, se asentó la paz con estas capitula

ciones la infanta doña Isabel sea declarada y jurada por heredera del reino y por princesa; para su acostamiento le entreguen las ciudades de Avila y Ubeda, las villas de Medina del Campo, Olmedo y Escalona, que son pueblos muy apartados entre sí, con tal condicion que jure de no casarse sin consentimiento del Rey; con la Reina se hará divorcio con beneplácito del Papa; hecho esto, ella y su hija sean enviadas á Portugal; á los conjurados sea dado perdon y restituidos todos sus bienes y oficios y cargos que en tiempo de las revueltas les quitaron; para que todas estas cosas se efectuasen señalaron tiempo de cuatro meses. Estas capitulaciones no contentaron al marqués de Santillana y á sus hermanos, que por el mismo tiempo eran venidos á Madrid, y juzgaban les era mas á propósito tener en su poder á la pretensa princesa doña Juana, tanto mas, que por el mismo tiempo la Reina, con ayuda de Luis de Mendoza, del castillo en que la tenian, se fué una noche á Buitrago á verse y estar con su hija. El sentimiento del arzobispo de Sevilla, que la tenia encomendada, por esta causa fué grande. En el tiempo que estuvo detenida parió dos hijos, á don Fernando y á don Apóstol; tiénese por averiguado que secretamente los criaron en Santo Domingo el Real, monasterio de monjas de Toledo. Toparienta de don Pedro, padre de aquellas criaturas, y mó la prelada de quel convento este cuidado por ser el mismo don Pedro muy cercano deudo del arzobispo de Sevilla. Sin embargo, se señaló el monasterio de Guisando, que está entre Cadahalso y Cebreros y á la mitad del camino que hay desde Madrid á la ciudad de Avila, para que allí los grandes alterados tuviesen habla con el Rey. En aquella habla se hicieron muchos conciertos y sacaron grandes condiciones y partidos. Todos se persuadian se quedarian con todo lo que en aquella sazon cada cual alcanzase, y que el Rey y su hermana vendrian en cualquier partido, por estar muy cansados de la guerra y deseosos grandemente de la paz. Refieren otrosí que el Rey y marqués de Villena tuvieron habla en secreto, sin que se sepa lo que en ella acordaron. Solo por lo que adelante sucedió entendieron se enderezó todo á asegurar sus cosas el de Villena y aumentar su casa y estados. El obispo Antonio Venerio, nuncio del Papa, absolvió á los grandes del homenaje hecho al infante don Alonso, demás que pretendian por su muerte, alteradas las cosas, cesar la obligacion que le tenian. Con esto hicieron de nuevo sus homenajes al rey don Enrique; y la infanta doña Isabel de comun consentimiento fué jurada tambien por princesa heredera del reino. Lo uno y lo otro se hizo á Jos 19 de setiembre, dia lúnes. A los demás conjurados se dió perdon. El enojo que el Rey tenia muy mayor contra los dos hermanos Arias, que estaban apoderados de la ciudad de Segovia, ejecutó con aquella ocasion de haber concertado las paces y restituídole las ciudades, en que al momento les quitó el alcázar de Segovia, que tenian á su cargo, y el gobierno de aquella ciudad, y le entregó á Andrés de Cabrera; ocasion lon para alcanzar adelante gran poder y muchas riquey escazas. Por este tiempo en tierra de Toledo, en un lugar que se llama Peromoro, corrió de los haces que ciertos hombres segaban gran copia de sangre, cosa que

al presente causó gran maravilla, y adelante se entendió era anuncio y pronóstico de los grandes males que sobre los pasados avinieron á España. El marqués de Villena, vuelto á la privanza de antes, se comenzó de nuevo á apoderar de todo, con disgusto de los demás =grandes; gran descuido y poquedad del rey don Enri

que; tanto mas, que á persuasion del Marqués, y en su compañía su hermana la infanta doña Isabel, se fué á Ocaña, casi al principio del año 1469. Tenia el de Villena intento de casar la Infanta con el rey de Portugal, y á su persuasion vino por embajador sobre el caso don Alonso de Noguera, arzobispo de Lisboa, acompaña do de otras personas principales. Por el contrario, el arzobispo de Toledo pretendia casarla con don Fernando, rey de Sicilia; y despues de partido Pedro Peralta, embajador de Aragon, no cesaba de hablarla en este propósito, á que ella de suyo se inclinaba; y aun como la hablasen en el casamiento de Portugal, respondió llanamente que no era su voluntad ni le queria. Aconsejaba el de Villena que le hiciesen fuerza y por mal la constriñesen á conformarse. El rey don Enrique, dudoso de lo que haria, en fin se resolvió en lo que le pareció ser mas seguro, de despedir por entonces los embajadores de Portugal con color que el negocio no estaba sazonado y que adelante se podria tratar dél. En =especial que se ofrecia un nuevo partido asaz considerable. El Cardenal atrebatense vino por embajador de Luis XI, rey de Francia, á pedir que la infanta dona Isabel casase con su hermano Cárlos, duque de Berri, nueva ocasion para que los grandes se dividiesen tuviesen sobre este negocio diversos pareceres. Todo era sementera de nuevas discordias, sin estar apenas sosegadas las pasadas; en particular el Andalucía no se quietaba ni queria dejar las armas. Por muerte de don Juan, duque de Medina Sidonia, sucedió en aquel rico estado don Enrique, su hijo bastardo, como heredero, no solo de sus bienes, sino tambien de sus parcialida des y enemistades. Seguíanle el conde de Arcos y don Alonso de Aguilar, que todos en nombre de la infanta doña Isabel alborotaban aquella tierra. Pareció convenia acudir el Rey en persona á sosegar estos bullicios en sazon que el marqués de Villena renunció en su hijo don Diego Lopez Pacheco el marquesado de Villena con intento que el Rey y el Papa le confirmasen á él el maestrazgo de Santiago y gozar sin contraste de aquella rica dignidad. Quedóse la Infanta en Ocaña; hiciéronla jurar de nuevo no casaria ni trataria dello sin que el Rey, su hermano, lo supiese y sin su voluntad. El conde de Benavente y Pero Hernandez de Velasco fueron á Valladolid para gobernar el reino durante la ausencia del Rey.

CAPITULO XIV.

Del casamiento y bodas de los príncipes doña Isabel
y don Fernando.

Asentadas las cosas en la manera que dicho es, el rey don Enrique enderezó su camino para el Andalucía. Iban en su compañía el maestre de Santiago y los prelados de Sevilla y de Sigüenza; llegaron á pequeñas jornadas á Ciudad-Real. Allí se quedó enfermo el de Sevilla. En Jaen fué el Rey muy bien recebido y festejado por su

condestable Iranzu; luego despues desto redujo á su servicio la ciudad de Córdoba por entrega que della le hizo con ciertas condiciones don Alonso de Aguilar. Sosegados los alborotos que allí andaban entre este caballero y el conde de Cabra don Pedro de Córdoba, venido el estío, pasó á Sevilla. Sucedió lo mismo allí, que por autoridad del Rey y con su presencia se sosegaron las alteraciones de los señores que moraban en aquella ciudad y se compusieron sus diferencias. Los moros estaban quietos, cosa que hacia maravillar por andar los nuestros tan revueltos y alterados, que no se aprovechasen de la ocasion que se les presentaba. Estaban los fronteros, que eran capitanes de grande esfuerzo, mayormente el Condestable ya dicho, alerta y en vela, y no les daban lugar para hacer algun insulto. Las discordias asimismo que entre los moros se levantaran de nuevo los embarazaban para no acudir á la guerra de fuera. Fué así, que Alquirzote, gobernador de Málaga, hombre muy experimentado en la guerra y de gran renombre y fama, como se viese apoderado de aquella ciudad, se rebeló contra el rey Albohacen, ayudado de muchos que se tenian por agraviados del Rey, demás que de ordinario aquella gente, por ser de ingenio mudable, gusta que haya mudanza en el estado. Vinieron á las armas y dióse la batalla: llevó Alquirzote lo peor por ser sus fuerzas mas flacas; trató de confederarse con el rey don Enrique. Señalaron para tener habla á Archidona, que está á la raya del reino de Granada. Vino allí el Moro muy alegre con grandes presentes que traia; partióse con no menor confianza por la palabra que el Rey le dió de envialle socorros y ayuda, que fué ocasion para que Albohacen con las armas hiciese este año y el siguiente muchas veces entradas y rompiese por tierra de cristianos. Llevaron los moros grandes cabalgadas de hombres y de ganados, quemaron campos y poblados. Era tan grande su indignacion y su avilenteza tal, que hacian lo último de poder, y pasaron muy mas adelante de lo que antes solian en las talas, quemas y robos. Pero aunque fué grande el estrago y que se podia comparar con los antiguos, ningun pueblo señalado tomaron á los nuestros; solo diversos escuadrones de soldados moros por toda el Andalucía y por el reino de Murcia hacian correrías, mas á manera de salteadores que de guerra concertada. Volvamos con nuestro cuento á la infanta doña Isabel, que se quedó en Ocaña; muchos y grandes príncipes la pedian á un mismo tiempo por mujer. Tenia grandes partes de virtudes, honestidad, hermosura, edad á propósito, sobre todo el dote, que era grandísimo, no menos que el reino de su hermano. A los demás pretensores, es á saber, al de Portugal, que era viudo, y al duque de Berri, mozo extranjero, se la ganó finalmente el rey don Fernando, no sin voluntad y providencia del cielo. Ayudó mucho la diligencia del rey de Aragon, su padre; con muchos presentes que dió, y mayores promesas para adelante, manera la mas segura de negociar y la mas eficaz, granjeó los criados de la Infanta. El que mas podia con ella y mas privaba era Gutierre de Cárdenas, su maestresala, y con él Gonzalo Chacon, tio del mismo de parte de madre, mayordomo que era y contador de la Princesa. A

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