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fueron adelante ocasion de alborotos y diferencias asaz. Los portugueses con su campo eran llegados á Tomar, resueltos de arriscarse y probar ventura. Los castellanos asimismo pasaron adelante en su busca. Diéronse vista como á la mitad del camino, en que los unos y los otros hicieron sus estancias y se fortificaron, los portugueses en lugar estrecho, que tenia por frente un buen llano, y á los lados sendas barrancas bien hondas que aseguraban los costados. Los de á caballo eran en número dos mil y docientos, los peones diez mil; los castellanos, como quier que tenian mucha mas gente, asentaron á legua y media de un gran llano descubierto por todas partes. Su confianza era de suerte, que sin dilacion la misma vigilia de la Asumpcion se adelantaron puestas en órden sus haces para presentar al enemigo la batalla. El rey de Castilla iba en el cuerpo de la batalla, los costados quedaron á cargo de algunos de los grandes que le acompañaban, los cuales al tiempo del menester y de las puñadas no fueron de provecho por la disposicion del lugar. Don Gonzalo Nuñez de Guzman, maestre de Alcántara, quedó de respeto con golpe de gente y órden que por ciertos senderos tomase á los enemigos por las espaldas. Pretendian que ninguno pudiese escapar de muerto ó de preso; grande confianza y desprecio del enemigo demasiado y perjudicial. Los portugueses se estuvieron en su puesto para pelear con ventaja; y por la estrechura de toda su gente formaron dos escuadrones. En la avanguardia iba por caudillo Nuño Alvarez Pereira, ya condestable de Portugal, nombrado por su Rey en los mismos reales para obligalle mas á hacer el deber; del otro escuadron se encargó el mismo Rey. Adelantáronse de ambas partes con muestra de querer cerrar, repararon empero los portugueses á tiro de piedra por no salir á lo raso. Entonces el nuevo Condestable pidió habla á los contrarios con muestra de mover tratos de paz. Sospechóse tenia otro en el corazon, que era entretener y cansar para aprovecharse mejor de los enemigos, porque si bien se enviaron personas principales para oirle y comunicar con él, ningun efecto se hizo mas de gastar el tiempo en demandas y respuestas. En este medio entre los capitanes y personajes de Castilla se consultaba si darian la batalla, si la dejarian para otro dia. Los mas avisados y recatados no querian acometer al enemigo en lugar tan desaventajado, sino salir á campo raso y igual. Los mas mozos, con el orgullo que les daba la edad y la poca experiencia, no reparaban en dificultad alguna, todo lo tenian por llano, y aun pensaban que como con redes tenian cercados á los enemigos para que ninguno se salvase. Será bien no pasar en silencio el razonamiento muy cuerdo que hizo Juan de Ria, natural de Borgoña, el cual, como embajador que era del rey de Francia, viejo de setenta años, de grande prudencia y autoridad, seguia los reales y el campo de Castilla. Preguntado pues su parecer, habló en esta sustancia: «Al huésped y extranjero, cual yo soy, mejor le está oir el parecer ajeno que hablar; mas por ser mandado diré lo que siento en este caso. Holgaria agradar y acertar, donde no, pido el perdon debido á la aficion y amor que yo tengo á la nacion castellana, y tambien á esta edad, que suele estar libre de altivez

y sospecha de liviandad, que por haberla gastado en todas las guerras de Francia, me ha enseñado por experiencia que ningun yerro hay tan grave en la guerra como el que se comete en ordenar el ejército para la batalla. Porque saber elegir el tiempo y el lugar, disponer la gente por órden y concierto y fortificalla con competente socorro es oficio de grandes capitanes. Mas victorias han ganado el ardid y maña que no las fuerzas. Nuestros enemigos, aunque menos en número y de ningun valor, como algunos antes de mí con muchas palabras han querido dar á entender, están bien pertrechados y se aventajan en el puesto; por la misma razon los cuernos de nuestro ejército serán de ningun provecho, ya es tarde y poco queda del dia. Los soldados están cansados del camino, de estar tanto tiempo en pié, del peso de las armas, flacos, sin comer ni beber por estar los reales tan léjos. Por todo esto mi parecer es que no acometamos, sino que nos estémos quedos; si los enemigos nos acometieren, pelearémos en campo abierto; si no se atrevieren, venida la noche, los nuestros se repararán de comida, los contrarios, muchos de necesidad desampararán el campo por venir de rebato, sin mochila y sustento mas de para el presente dia. De noche no tendrán empacho de huir; de dia temerán ser notados de cobardes. Yo aparejado estoy de no ser el postrero en el peligro, cualquier parecer que se tome; pero si no se pone freno á la osadía, Dios quiera que me engañe mi pensamiento, témome que ha de ser cierto nuestro llanto y perdicion, y la afrenta tal, que para siempre no se borrará.» Al Rey parecíale bien este consejo; mas algunos señores mozos, orgullosos, sin sufrir dilacion, antes de tocar al arma acometieron á los enemigos, y los embistieron con gran coraje y denuedo, Acudieron los demás por no los desamparar en el peligro. La batalla se trabó muy reñida, como en la que tanto iba. A los castellanos encendia el dolor y la injuria de habelles quitado el reino; á los portugueses hacia fuertes el deseo de la libertad y tener por mas pesado que la muerte estar sujetos al rey de Castilla y á sus gobernadores. Los unos peleaban por quedar señores, los otros por no ser esclavos. Volaron primero los dardos y jaras, tras esto vinieron á las espadas, derramábase mucha sangre. Peleaban los de á caballo mezclados con los de á pié sin que se mostrase nadie cobarde ni temeroso, defendian todos con esfuerzo el lugar que una vez tomaron, con resolucion de matar ó morir. El rey de Castilla por su poca salud en una silla en que le llevaban en hombros á vista de todos animaba á los suyos. El primer batallon de los enemigos comenzó á mostrar flaqueza y ciaba; queria ponerse en huida, cuando visto el peligro, el de Portugal hizo adelantar el suyo diciendo á grandes voces entre los escuadrones: «Aquí está el Rey; ¿á dó vais, soldados? ¿Qué causa hay de temer? Por demás es huir, pues los enemigos os tienen tomadas las espaldas; esperanza de vida no la hay sino en la espada y valor. ¿Estais olvidados que peleais por el bien de vuestra patria, por la libertad, por vuestros hijos y mujeres? Vuestros enemigos solo el nombre traen de Castilla, no el valor, que este perdióse el año pasado con la peste. ¿No podréis resistir á los primeros ímpetus

su

de los bisoños, que traen no armas, no fuerzas, sino despojos que dejaros? Poned delante los ojos el llanto, la afrenta y calamidades, que de necesidad vendrán sobre los vencidos, y mirad que no parezca me habeis querido dar la corona de rey para afrentarme, para burla y para escarnio. » Volvieron sobre sí los soldados, animados con tales razones; acudieron á sus banderas y á ponerse en órden, con que dentro de poco espacio se trocó la suerte de la batalla. Los capitanes de Castilla fueron muertos á vista de su propio Rey sin volver atrás; la demás gente, como la que quedaba sin capitanes y sin gobierno, murieron en gran número. El Rey, por no venir á manos de sus enemigos, bió de presto en un caballo y salióse de la batalla; tras él los demás se pusieron en huida. Fué grande la matanza, ca llegaron á diez mil los muertos, y entre ellos los que en valor y nobleza mas se señalaban. Don Pedro de Aragon, hijo del Condestable; don Juan, hijo de don Tello; don Fernando, hijo de don Sancho, ambos primos hermanos del Rey; Diego Manrique, adelantado de Castilla; el mariscal Carrillo; Juan de Tovar, almirante del mar, que en lugar de su padre poco antes le habian dado aquel cargo, y dos hermanos de Nuño Pereira, Pedro Alvarez de Pereira, maestre de Calatrava, y don Diego, que siguieron el partido y bando de Castilla; ultra destos Juan de Ria, el embajador del rey de Francia, indigno por cierto de tal desastre, y que causó grande lástima; hoy de sus decendientes y apellido en Borgoña viven muchos y muy nobles y ricos personajes. Muchos se salvaron ayudados de la escuridad de la noche, que sobrevino y cerró poco despues de la pelea. Destos unos se recogieron al escuadron del maestre de Alcántara, que, sin embargo de la rota, tuvo fuerte por un buen espacio. Otros se encaminaron á don Carlos, hijo del rey de Navarra, que entrara en son de guerra por otra parte de Portugal, por no poderse hallar ni allegar antes que se diese la batalla. Los mas de la manera que pudieron sin armas y sin órden se huyeron á Castilla. No costó á los portugueses poca sangre la victoria; no falta quien escriba faltaron dos mil de los suyos. El rey de Castilla, sacadas fuerzas de flaqueza, sin tener cuenta con su poca salud, por la fuerza del miedo camino toda la noche sin parar hasta Santaren, que dista por espacio de once leguas. De allí el dia siguiente en una barca por el rio Tajo se encaminó á su armada, que tenia sobre Lisboa, y en ella alzadas las velas se partió sin dilacion. Llegó á Sevilla cubierto de luto y de tristeza, traje que continuó algunos años. Recibióle aquella ciudad con lágrimas mezcladas en contento, que si bien se dolian de aquel revés tan grande, holgaban de ver á su Rey libre de aquel peligro. Esta fué aquella memorable batalla en que los portugueses triunfaron de las fuerzas de Castilla, que llamaron de Aljubarrota porque se dió cerca de aquella aldea, pequeña en vecindad, pero muy celebrada y conocida por esta causa. Los portugueses cada un año celebraban con fiesta particular la memoria deste dia con mucha razon. El predicador desde el púlpito encarecia la afrenta y la cobardía de los castellanos; por el contrario, el valor y las proezas de su nacion con palabras á las veces no muy decentes á aquel lugar.

Acudia el pueblo con grande risa y aplauso, regocijo y fiesta mas para teatro y plaza que para iglesia; exceso en que todavía merecen perdon por la libertad de la patria que ganaron y conservaron con aquella victoria. Los de Castilla se excusan comunmente, y dicen que la causa de aquel desman no fué el esfuerzo de los contrarios, no su valentía, sino el cansancio y hambre de los suyos por comenzar tan tarde la pelea; otros pretenden fué castigo de Dios, contra el cual no hay fuerzas bastantes, que tomó de los que despojaron el santuario muy devoto de Guadalupe; quieren decir que aquella sagrada Vírgen volvió por esta manera por su casa. Despues de esta victoria todo Portugal se allanó al vencedor. Santaren y Berganza y otros muchos pueblos y fuerzas, cual por armas, cual de grado se rindieron; con que el nuevo Rey entabló su juego de guisa, que el reino que adquirió con poco derecho, le dejó firme y estable á sus sucesores; tanto puede y vale una buena cabeza, y en el aprieto una buena determinacion. Estuvo á esta sazon muy doliente el rey de Aragon en Figueras. Su edad, que estaba adelante, y los trabajos continuos le traian quebrantado. Desque convaleció se mostró torcido con su hijo el infante don Juan. El pueblo cargaba á la Reina que tenia gran parte en estos desabrimientos, hasta persuadirse tenia enhechizado y fuera de sí á su marido. El hijo mal contento se salió de la corte; llamó en su favor y del conde de Ampúrias despojado gente de Francia, que fué nueva ofensa. El Rey por esto le quitó la procuracion y gobernacion del reino que solian tener los hijos herederos de aquellos reyes. En Aragon, segun que de suso queda dicho, de tiempo antiguo tienen un magistrado y juez, que llaman el justicia de Aragon, para defensa de sus libertades y fueros y para enfrenar el poder y desaguisados que hacen los reyes, á la manera que en Roma los tribunos del pueblo defendian y amparaban los particulares de cualquier demasía y insolencia. Hizo pues el Infante recurso al Justicia para que le desagraviase de las injurias y injusticias que le hacian, el Rey al descubierto, y de callada la Reina. El Justicia le amparó, como á despojado violentamente, en la posesion de aquel oficio y preeminencia hasta el conocimiento de la causa, debate que tuvo principio el año presente, y se concluyó el siguiente. Volvamos á tratar lo que sucedió en Castilla y en Portugal despues de aquella memorable y famosa jornada.

CAPITULO X.

Que los portugueses hicieron entrada en Castilla. Nueva causa de temor y de cuidado, sobre las pérdidas pasadas y el sentimiento muy grande, sobrevino al rey de Castilla y á los suyos; muestra de las alteraciones á que están sujetas todas las cosas debajo del cielo, y argumento de que las adversidades no paran en poco, de un mal se tropieza en otro sin poderse reparar. Los portugueses, como hombres denodados que son, resueltos de ejecutar la victoria y seguir su buena ventura, acordaron lo primero de enviar una solemne embajada á Inglaterra para hacer liga con el duque de Alencastre, pretensor antiguo de la corona de Castilla por via de

su mujer. Que las fuerzas de Castilla con dos pérdidas muy grandes y juntas quedaban quebrantadas, los ánimos otro que tal, muy flacos y muy caidos. Que si juntaba sus fuerzas con las de Portugal podia tener por muy segura la victoria y por concluida la pretension. Entre tanto que andaban estas tramas y se sazonaban, por no estar ociosos y no dar lugar á los contrarios de rehacerse y alentarse, acordaron otrosí de continuar la guerra; el nuevo rey de Portugal para sujetar lo que restaba, correr por todo el reino las reliquias y restante de los castellanos, como lo hizo muy cumplidamente. Su condestable Nuño Pereira con buen número de gente rompió por las tierras del Andalucía haciendo correrías, mal y daño, presas por todas partes. Salieron al encuentro Pero Muñiz, maestre de Santiago, y Gonzalo Nuñez de Guzman, que ya era maestre de Calatrava, y el conde de Niebla, y con lo que quedaba de la pérdida pasada encerraron á los enemigos que traian menos gente, y los cercaron como con redes cerca de un lugar llamado Valverde. Ellos, visto su peligro, comenzaron á temer y pedir partido; mas tambien la fortuna aquí les favoreció por un caso no pensado, que al principio de la refriega mataron el caballo al maestre de Santiago y despues á él mismo. Por tanto atemorizados los demás rehusaron la pelea como cosa desgraciada, y los portugueses se volvieron sin daño á su tierra, alegres y ricos con la presa que llevaban. Al condestable Nuño Pereira por sus buenos servicios le dió el nuevo Rey el condado de Barcelos. En lugar de Pero Muñiz hizo el rey de Castilla maestre de Santiago á Garci Fernandez de Villagarcía. Restaba la guerra que amenazaba de parte de los ingleses, que ponia al rey de Castilla en mayor cuidado de cómo se defenderia. Vínose de Sevilla á Valladolid para hacer Cortes. El deseo de venganza y reputacion suele calmar en semejantes aprietos; acudió don Cárlos, hijo del rey de Navarra, príncipe valeroso y agradecido para con su cuñado. Acordaron que se hiciesen de nuevo levas de gente en mayor número que hasta allí; que se armasen los vasallos conforme á la posibilidad de cada cual; que se hiciesen rogativas para aplacar á Dios en lugar del luto que traia el Rey y le templó á suplicación de las Cortes; que dentro y fuera del reino procurasen ayudas y tambien dinero, de que padecian gran falta. Para esto juzgaban que en Francia tendrian muy cierto el favor y amparo. Despacharon embajadores, personas muy nobles, sobre esta razon. Llegados al principio del año de 1386, en Paris delante del Rey y sus grandes con palabras lastimosas declararon el trabajo de su patria; que demás de los daños pasados, tales y tan grandes, de Inglaterra se les armaba de nuevo otra tempestad, la cual si á los principios no se atajaba, á manera de fuego que de una casa salta en otras, primero abrasada toda España, pasaria dende á Francia; que les pesaba mucho de estar reducidos á tal término, que fuesen compelidos á serles tantas veces cargosos, sin merecerlo sus servicios; que confesaban ser ningunos ó cortos por no dar lugar á ello los tiempos; que tenian en la memoria que don Enrique, su señor, adquirió aquel reino con las fuerzas de Francia; la merced hecha al padre era justo continualla en su hijo y pensar que desta guerra no dependia M-11.

sola la reputacion y autoridad, sino la libertad, la vida y todo su estado, de que sin duda, si fuesen vencidos, serian despojados. Los grandes de Francia que presentes se hallaron con su acostumbrada nobleza todos muy de corazon y voluntad, consultados, respondieron que se debia dar el socorro que aquel Rey, su aliado y amigo, pedia. En particular acordaron que fuese de dos mil caballos, y por capitan dellos Luis de Borbon, tio del rey de Francia de parte de madre, y cien mil florines para las primeras pagas. Añadieron que si este socorro no bastase para la presente necesidad, prometian que el mismo Rey en persona acudiria con todas las fuerzas y poderes de Francia y tomaria á su cargo la querella. El pontifice Clemente eso mismo desde Aviñon escribió al rey don Juan una carta en que le consolaba con razones y ejemplos tomados de los libros sagrados y de historias antiguas. Don Pedro, conde de Trastamara, primo hermano del Rey, que se pasara en tiempo de la guerra de Portugal del ejército real á Coimbra y de allí á Francia, volvió á esta sazon á España ya perdonado. Poca ayuda era toda esta por estar ya las fuerzas apuradas. La tardanza de los ingleses dió entonces la vida, con que la llaga se iba sanando. El rey de Portugal se armó de nuevo y puso cerco sobre Coria. No la pudo ganar á causa que le entró gente de socorro; solo volvió á su reino cargado de despojos. En Segovia se tornaron á juntar Cortes de Castilla á propósito de dar órden en las derramas que convenian hacerse para recoger dinero. En estas Cortes publicó el Rey un escrito en forma de ley, en que pretende animar y unir sus vasallos para tomar las armas en su defensa y deshacer la pretension del duque de Alencastre. Entre otras razones que alega, una es la violencia de que usó el rey don Sancho el Bravo contra sus sobrinos los hijos del infante don Fernando; el deudo que él mismo tenia con su mujer, en que en su vida nunca fué dispensado; la ilegitimidad de las hijas del rey don Pedro, como habidas en su combleza durante el matrimonio de la reina doña Blanca; por el contrario, funda su derecho en el consentimiento del pueblo, que dió la corona á su padre, y en la sucesion de los Cerdas, despojados á tuerto. La verdad era que la Reina, su madre, fué nieta de don Fernando de la Cerda, hijo menor del infante don Fernando, y nieto del rey don Alonso el Sabio, y por muerte de otros deudos quedó sola por heredera de sus estados y acciones. No debió de hacer cuenta de don Alonso de la Cerda, hijo mayor del dicho Infante, ni de su sucesion por la renunciacion que él mismo los años pasados hizo de sus derechos y acciones. Aceptó el de Alencastre el partido que de Portugal le ofrecian, resuelto de aprovecharse de la ocasion que el tiempo le presentaba. Intentó pasar por Aragon, y el de Castilla, desque lo supo, de impedillo; sobre lo cual de entrambas partes se enviaron embajadores á aquel Rey. Despedido pues de tener aquel paso, en una armada pasó de Inglaterra á España. Aportó á la Coruña á los 26 de julio. Entró en el puerto, en que halló y tomó seis galeras de Castilla; el pueblo no le pudo forzar á causa que el gobernador que allí estaba, por nombre Fernan Perez de Andrada, natural de Galicia, le defendió con mucho valor y lealtad. Eran los ingleses

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EL PADRE JUAN DE MARIANA.

inil y quinientos caballos y otros tantos archeros, calos ingleses son muy diestros en flechar, poca gente, pero que pudiera hacer grande efecto si luego se juntaran con la de Portugal. Los dias que en aquel cerco de la Coruña se entretuvieron fueron de gran momento para los contrarios, si bien ganaron algunos pueblos en Galicia. La misma ciudad de Santiago, cabeza de aquel estado y reino, se les rindió, si por temor no la forzasen, si por deseo de novedades, no se puede averiguar. Lo mismo hicieron algunas personas principales de aquella tierra que se arrimaron á los ingleses. Tenian por cierta la mudanza del Príncipe y del estado, y para mejorar su partido acordaron adelantarse y ganar por la mano, traza que á unos sube y á otros abaja. El de Alencastre á ruegos del Portugués pasó finalmente á Portugal. Echó anclas á la boca del rio Duero. Tuvicron los dos habla en aquella ciudad de Portu, en que trataron á la larga de todas sus haciendas. Venian en compañía del Duque su mujer doña Costanza y su hija doña Catalina y otras dos hijas de su primer matrimonio, Filipa y Isabel. Acordaron para hacer la guerra contra Castilla de juntar en uno las fuerzas; que ganada la victoria, de que no dudaban, el reino de Castilla quedase por el Inglés, que ya se intitulaba rey; para el Portugués en recompensa de su trabajo señalaron ciertas ciudades y villas. Mostrábanse liberales de lo ajeno, y antes de la caza repartian los despojos de la res. Para mayor seguridad y firmeza de la alianza concertaron que dona Filipa casase con el nuevo rey de Portugal, á tal que el pontifice Urbano dispensase en el voto de castidad, con que aquel Príncipe se ligara como maestre de Avis á fuer de los caballeros de Calatrava. Grande torbellino venia sobre Castilla, en gran riesgo se hallaba. Los santos sus patrones la ampararon, que fuerzas humanas ni consejo en aquella coyuntura no bastaran. Hallábase el rey de Castilla en Zamora ocupado en apercebirse para la defensa, acudia á todas partes con gente que le venia de Francia Publicó un edicto en que daba las franquezas de hidalde Castilla. gos á los que á sus expensas con armas y caballo sirviesen en aquella guerra por espacio de dos meses, notable aprieto. A don Juan García Manrique, arzobispo de Santiago, despachó con buen número de soldados para que fortaleciese á Leon, ca cuidaban que el primer golpe de los enemigos seria contra aquella ciudad por estar cerca de lo que los ingleses dejaron ganado. Todo sucedió mejor que pensaban. El aire de aquella comarca, no muy sano, y la destemplanza del tiempo, sujeto á enfermedades, fué ocasion que la tierra probase á los extraños, de guisa que de dolencias se consumió la tercera parte de los ingleses. Además que como salian sin órden y desbandados á buscar mantenimientos y forraje, los villanos y naturales cargaban sobre ellos y los destrozaban, que fué otra segunda peste no menos brava que las dolencias. Así se pasó aquel estío sin que se hiciese cosa alguna señalada, mas de que entre los príncipes anduvieron embajadas. El Inglés con un rey de armas envió á desafiar al rey de Castilla y requerille le desembarazase la tierra y le dejase la corona que por toda razon le tocaba. El de Castilla despacho personas principales, uno era Juan Serrano, prior de Gua

dalupe, ya aquella santa casa era de jerónimos, para que en Orense, do el Duque estaba, le diesen á entender las razones en que su derecho estribaba. Hicieron ellos lo que les fué ordenado. La suma era que dona Costanza, su mujer, era tercera nieta del rey don Sancho, que se alzó á tuerto con el reino contra su padre don Alonso el Sabio. Por lo cual le echó su maldicion como á hijo rebelde y le privó del reino, que restituyó á los Cerdas, cuya era la sucesion derechamente y de quien decendia el Rey, su señor. Otras muchas razones pasaron. No se trató de doña María de Padilla ni de su casamiento, creo por huir la nota de bastardía que á entrambras las partes tocaba. Repiquetes de broquel para en público; que de secreto el Prior de parte de su Rey movió otro partido mas aventajado al Duque de casar su hija y de doña Costanza con el infante don Enrique, que por este camino se juntaban en uno los derechos de las partes; atajo para sin dificultad alcanzar todo lo que pretendian, que era dejar á su hija por reina de Castilla. No desagradó al Inglés esta traza, que venia tan bien y tan á cuento á todos, si bien la respuesta en público fué que á menos de restituille el reino, no dejaria las armas ni daria oido á ningun género de concierto; aun no estaban las cosas sazonadas.

CAPITULO XI.

Cómo fallecieron tres reyes.

En este estado se hallaban las cosas de Castilla, para caidas y tantos reveses tolerable. El ver que se entretenian, y los males no los atropellaban en un punto, de presente los consolaba, y la esperanza para adelante de mejorar su partido hacia que el enemigo ya no les causase tanto espanto. A esta sazon en lugares asaz diferentes y distantes casi á un mismo tiempo sucedieron tres muertes de reyes, todos príncipes de fama. En Hungría dieron la muerte á Cárlos, rey de Nápoles, á los 4 de junio con una partesana que le abrió la cabeza. El primer dia de enero luego siguiente, principio del año 1387, falleció en Pamplona don Cárlos, rey de Navarra, segundo deste nombre, bien es verdad que algunos señalan el año pasado; mas porque concuerdan en el dia y señalan nombradamente que fué martes, será forzoso no los creamos. Su cuerpo sepultaron en la iglesia mayor de aquella ciudad. Cuatro dias despues pasó otrosí desta vida en Barcelona el rey de Aragon don Pedro, cuarto deste nombre; su edad de setenta y cinco años; dellos reinó por espacio de cincuenta y un años menos diez y nueve dias. Era pequeño de cuerpo, no muy sano, su ánimo muy vivo, amigo de honra y de representar en todas sus cosas grandeza y majestad, tanto, que le llamaron el rey don Pedro el Ceremonioso. Mantuvo guerra á grandes principes sin socorro de extraños solo con su valor y buena maña; en llevar las pérdidas y reveses daba clara muestra de su grande ánimo y valor. Estimó las letras y los gía y á la alquimia, que enseña la una á adevinar lo veletrados; aficionóse mas particularmente á la astrolonidero, la otra mudar por arte los metales, si las debemos llamar ciencias y artes, y no mas aína embustes de hombres ociosos y vanos. Sepultáronle en Bar

á

celona de presente; de alli le trasladaron á Poblete, segun que lo dejó mandado en su testamento. Al rey de Nápoles acarreó la muerte el deseo de ensanchar y acrecentar su estado. Los principales de Hungría por muerte de Luis, su rey, le convidaron con aquella corona como el deudo mas cercano del difunto. Acudió á su llamado. La Reina viuda le hospedó en Buda magníficamente. Las caricias fueron falsas, porque en un banquete que le tenia aparejado le hizo alevosamente malar; tanto pudo en la madre el dolor de verse privada de su marido, y á su hija María excluida de la herencia de su padre. De su mujer Margarita, cuya hermana Juana casó con el infante de Navarra don Luis, segun que de suso queda apuntado, dejó dos hijos, a Ladislao y á Juana, reyes de Nápoles, uno en pos de otro, de que resultaron en Italia guerras y males; el hijo era de poca edad, la hija mujer y de poca traza. El de Navarra de dias atrás estaba doliente de lepra. Corrió la fama que murió abrasado; usaba por consejo de médicos de baños y fomentaciones de piedra zufre; cayó acaso una centella en los lienzos con que le envolvian; emprendióse fuego, con que en un punto se quemaron las cortinas del lecho y todo lo al. Dióse comunmente crédito á lo que se decia en esta parte, por su vida poco concertada, que fué cruel, avaro y suelto en demasía en los apetitos de su sensualidad. Su hija menor, por nombre doña Juana, ya el setiembre pasado era ida por mar á verse con su esposo Juan de Monforte, duque de Bretaña. Tuvo esta señora noble generacion, cuatro hijos, sus nombres Juan, Artus, Guillelmo, Ricardo y tres hijas. Sucedió en la corona de Navarra el hijo del defunto, que se llamó asimismo don Carlos, casado con hermana del rey de Castilla y amigo suyo muy grande. Con la nueva de la muerte de su padre de Castilla se partió á la hora para Navarra, y hechas las exequias al difunto y tomada la corona, hizo que en las Cortes del reino declarasen al papa Clemente por verdadero pontifice, que hasta entonces, á ejemplo de Aragon, se estaban neutrales sin arrimarse á ninguna de las partes. Los maliciosos, como es ordinario en todas las cosas nuevas, y el vulgo que no perdona nada ni á nadie, sospechaban y aun decian que en esta declaracion se tuvo mas cuenta con la voluntad de los reyes de Francia y de Castilla que con la equidad y razon. El rey de Castilla asimismo en gracia del nuevo Rey y por obligalle mas quitó las guarniciones que tenia de castellanos en algunas fortalezas y plazas de Navarra en virtud de los acuerdos pasados; y para que la gracia fuese mas colmada, le hizo suelta de gran cantía de moneda que su padre le debia; obras de verdadera amistad. Con que alentado el nuevo Rey, volvió su ánimo á recobrar de los reyes de Inglaterra y de Francia muchas plazas que en Normandía y en otras partes quitaron á tuerto á su padre. Acordó enviar al uno y al otro embajadas sobre el caso. Podíase esperar cualquier buen suceso por ser ellos tales, que á porfía se pretendian selalar en todo género de cortesía y humanidad; contienda entre príncipes la mas honrosa y real. Además que la nobleza del nuevo Rey, su liberalidad, su muy suave condicion, junto con las demás partes en que á ninguno reconocia ventaja, prendaban los cora

zones de todo el mundo; en que se mostraba bien diferente de su padre. El sobrenombre que le dieron de Noble es desto prueba bastante. Ea doña Leonor, su mujer, tuvo las infantes Juana, María, Blanca, Beatriz, Isabel. Los infantes Cárlos y Luis fallecieron de pequeña edad. Don Jofre, habido fuera de matrimonio, adelante fué mariscal y marqués de Cortes, primera cepa de aquella casa. Otra hija, por nombre doña Juana, casó con Iñigo de Zúñiga, caballero de alto linaje. En Aragon el infante don Juan se coronó asimismo despues de la muerte de su padre; fué príncipe benigno de su condicion y manso, si no le atizaban con algun desacato. No se halló al entierro ni á las houras de su padre, por estar á la sazon doliente en la su ciudad de Girona de una enfermedad que le llegó muy al cabo. Por lo mismo no pudo atender al gobierno del reino, que estaba asaz alborotado por la prision que hicieron en las personas de la reina viuda doña Sibila y de Bernardo de Forcia, su hermano, y de otros hombres principales, que todos por miedo del nuevo Rey se pretendian ausentar. A la Reina cargaban de ciertos bebedizos, que atestiguaba dió al Rey su marido un judío, testigo poco calificado para caso y contra persona tan grave. Pusieron á cuestion de tormento á los que tenian por culpados, y como á convencidos los justiciaron. A la Reina y á su hermano condenaron otrosí á tortura; mas no se ejecutó tan grande inhumanidad, solo la despojaron de su estado, que le tenia grande, y para sustentar la vida le señalaron cierta cantía de moneda cada un año. Luego que el nuevo Rey se coronó y entró en el gobierno, la primera cosa que trató fué del scisma de los pontifices. Así lo dejó su padre en su testamento mandado so pena de su maldicion, si en esto no le obedeciese. Hobo su acuerdo con los prelados y caballeros que juntos se hallaban en Barcelona. Los pareceres fueron diferentes y la cuestion muy reñida. Finalmente, se concertaron en declararse por el papa Clemente, como lo hicieron á los 4 de febrero con aplauso general de todos. Con esto casi toda España quedaba por él, en que su partido y obediencia se mejoró grandemente. Para todo fué gran parte la mucha autoridad y diligencia de don Pedro de Luna, cardenal de Aragon y legado de Clemente en España, que para salir con su intento no dejó piedra que no moviese. Don Juan, conde de Ampúrias, era vuelto á Barcelona; asegurábale la estrecha amistad que tuvo con aquel Rey en vida de su padre, la fortuna que corrió por su causa. Suelen los reyes poner en olvido grandes servicios por pequeños disgustos, y recompensar la deuda, en especial si es muy grande, con suma ingratitud. Echáronle mano y pusiéronle en prision; el cargo que le hacian y lo que le achacaban era que intentó valerse contra Aragon para recobrar su estado de las fuerzas de Francia, grave culpa, si ellos mismos á cometella no le forzaran. Los alborotos de Cerdeña ponian en mayor cuidado; consultaron en qué forma los podrian sosegar; ofrecíase buena ocasion por estar los sardos cansados de guerras tan largas y que deseaban y suplicaban al Rey pusiese fin á tantos trabajos. Acordó el Rey de enviar por gobernador de aquella isla á don Jimen Perez de Arenos, su camarero. Llegado, se concertó con coña Leonor

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