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y por sentencia que se dió en Barcelona, á los 15 de octubre, le privaron de aquel estado. Demás desto, para ayuda se envió una nave con soldados, socorro ni grande ni fuerte para aquella guerra; así duró muchos dias. Al rey don Fernando despues que apaciguó el Andalucía, todavía le ponia en cuidado lo de Portugal; la esperanza y el temor le aquejaban. De una parte se alegraba que el rey de Portugal, si bien era vuelto por el mar á su reino con dispensacion que el pontifice Sixto últimamente le dió para casar con doña Juana, pero no traia algunos socorros de fuera. Por otra le congojaba que el arzobispo de Toledo, segun se decia, le tornaba á llamar; temia no hobiese de secreto alguna zalagarda y trato. Verdad es que aquel Prelado por su larga edad no tenia mucha advertencia en lo que hacia; en especial la ira, enemiga de consejo, y la ambicion, enfermedad desapoderada, le hacian despeñarse y le cegaban los ojos para que no advirtiese cuán pocas fuerzas tenia el rey de Portugal. Decíase dél por fama, y era así, que, perdida toda esperanza de ser socorrido, despechado, de noche se partió de Paris para ir en romería á Roma y á Jerusalem y meterse fraile en aquellas partes, mas por el desgusto que tenia que de entera voluntad. Prosiguió su viaje algunos dias; desde el camino, de tres criados que solos llevaba, á uno dellos envió con una llave para que abriese un escritorio que dejó en Paris, hallaron en él dos cartas; la una para el rey de Francia, en que le daba cuenta de su intento; en la otra amonestaba á su hijo que sin esperar mas se coronase por rey; que no tuviese algun cuidado dél, pues de los santos y de los hombres se hallaba desamparado. Que confiaba en Dios le perdonaria sus pecados, y para adelante se aplacaria y tomaria en cuenta de penitencia aquel su trabajo y afrenta; que era todo lo que podia desear. Su hijo, leida esta carta, magüer que con sollozos y lágrimas, en fin se coronó por rey á 11 de noviembre, cinco dias, y no mas, tes que su padre á deshora llegase á Cascais. Fué así, que el rey de Francia á toda diligencia envió tras él personas que le hicieron volver. Venido, le aconsejó que, mudado parecer, volviese á su tierra, como lo hizo. Venia triste y flaco extraordinariamente. Su hijo le salió á recebir con muestra de grande alegría, y á la hora le restituyó el reino y la corona. Este suceso tuvo aquel viaje del rey de Portugal, y sus intentos, cuyos ímpetus al principio fueron muy bravos, por conclusion quedaron burlados. El año siguiente, que se contaba 1478, fué señalado y alegre porque en él, á 23 de enero, en Flandes, de madama María, heredera de Cárlos el Atrevido, mujer que era de Maximiliano, duque de Austria, nació don Filipe, que adelante fué dichoso por los grandes estados que alcanzó y por la sucesion que dejó, dado que poco le duró la prosperidad á causa de su muerte, que le arrebató en la flor de su juventud. Poco despues por el mes de abril sucedió en Florencia, ciudad á la sazon libre, que en el templo de Santa Librada, ciertos ciudadanos conjurados contra los dos hermanos Médicis por entender querian tiranizar aquella ciudad, al uno llamado Julian de Médicis, mataron; el otro llamado Lorenzo de Médicis, se salvó dentro de la sacristía de aquella iglesia. Alteráronse los ciuda

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danos por este hecho y acudieron á las armas. Prendieron á Salviato, arzobispo de Pisa, sabidor y participante de aquella conjuracion, en el palacio de la Señoría, donde acudió para desde allí mover al pueblo que defendiesen su libertad. Llevaba el rostro turbado; echáronle mano, y sabido lo que pasaba, le ahorcaron de una ventana; que fué un espectáculo cruel y de poca piedad por ser la persona que era. El cardenal de San Jorge, que se hallaba en Florencia y se decia favorecia á los conjurados, corrió gran peligro de que con el mismo ímpetu le maltratasen. Valióle el miedo que tuvieron del Papa, su tio, y el respeto que mostraron á su dignidad. De que resultó una nueva guerra, con que por algun tiempo fueron trabajados los florentines por las armas y fuerzas del Papa y de Nápoles. Quedaron los de Florencia descomulgados por la muerte del Arzobispo. Hizo instancia el rey de Francia por la absolucion; alcanzó lo que pedia del Papa, mas por miedo que de grado, á causa que en una junta que se hacia en Orliens trataba de restituir y poner en uso la pragmática sancion en gran perjuicio de la Sede Apostólica. Finalmente, se les dió la absolucion y se concertaron las paces, sin que por entonces se tocase en la libertad de aquella ciudad.

CAPITULO XVI.

Nació el príncipe don Juan, hijo del rey don Fernando.

La guerra se hacia en Cerdeña cruel, sangrienta y dudosa; las fuerzas de aquella isla divididas en dos partes iguales; los revoltosos peleaban con mas coraje que los del Rey, como los que aventuraban en ello la vida y la libertad. La esperanza de la victoria consistia en las fuerzas y socorro de fuera. Los ginoveses, á los cuales corria obligacion de ayudar al marqués de Oristan por las antiguas alianzas que tenia con ellos, se detuvieron á causa de ciertas treguas que se concertaron en Nápoles entre aquellas dos naciones, aragoneses y ginoveses. Por el contrario, desde Aragon y desde Sicilia acudieron nuevos socorros á los reales, tanto, que el mismo conde de Cardona, virey que era de Sicilia, se embarcó en una armada para acudir al peligro. Hobo algunos encuentros y escaramuzas en muchas partes; últimamente, se juntaron los campos de una parte y de otra cerca de un castillo, llamado Macomera. Allí se dió la batalla, en que el Marqués quedó muerto y su campo desbaratado. Su hijo, llamado Artal, como quier que pretendiese huir por la mar en una barca que halló á la ribera, cayó en manos de dos galeras aragonesas, y preso le llevó á España Villamarin, general de la armada. Fué puesto él en el castillo de Játiva, y sus estados quedaron confiscados con todos sus pueblos, que los tenia muchos y grandes en Cerdeña y tambien en tierra firme. En particular los marquesados de Oristan y de Gociano se aplicaron para que estuviesen siempre en la corona real, y desde entonces se comenzaron á poner en las provisiones reales entre los otros títulos y nombres de los principados reales. Dióse esta batalla á 19 de mayo. La victoria, no solo de presente fué alegre, sino para adelante causa que todo se asegurase, con que aquella isla, sobre la cual tantas

veces y con tanta porfía con los de fuera y con los de dentro se debatiera, de todo punto quedó sujeta al se-ñorío de Aragon. El rey don Fernando, sin embargo que no tenia de todo punto asentadas las cosas del Andalucía y que su mujer quedaba preñada, fué forzado dar la vuelta al reino de Toledo por dos causas: la primera para reducir al arzobispo de Toledo y acabar con él no hiciese entrar de nuevo al rey de Portugal en el reino, como se rugia que lo trataba; la segunda para dar calor á las hermandades que para castigar los robos y muertes, como queda dicho, los años pasados se ordenaron entre las ciudades y pueblos. El ejercicio de las hermandades aflojaba, y la gente se cansaba por el mucho dinero que era menester para el sueldo de los soldados, que se repartia por los vecinos, sin exceptuar á los hidalgos. Graveza mala de llevar, pero de que resultaba gran provecho para la gente, ca no solo por esta via se reprimian las maldades, sino tambien en ocasion acudian al Rey con sus fuerzas y gentes en las guerras que se ofrecian. Por esta causa se tuvieron Cortes generales en Madrid, en que de comun consentimiento y acuerdo se confirmaron las dichas hermandades por otros tres años. Con el arzobispo de Toledo no sucedió tan bien, dado que se puso diligencia en quitalle la sospecha que tenia de que se tratara de matalle. Despedidas las Cortes, el rey don Fernando dió la vuelta á Sevilla; la reina doña Isabel le hacia instancia por estar en dias de parir. Allí vinieron embajadores de parte del rey de Granada para pedir tornase á conceder las treguas que antes entre las dos naciones se concertaron. La respuesta fué que no se podrian hacer, si demás de la obediencia y homenaje no pechasen el tributo que antiguamente se acostumbraba. Despachó el Rey sus embajadores á Granada para tratar este punto. Respondió aquel rey Bárbaro que los reyes que pagaban aquel tributo muchos años antes eran muertos; que de presente en las casas de la moneda de la ciudad de Granada no acuñaban oro ni plata, sino en su lugar forjaban lanzas, saetas y alfanjes. Ofendióse el rey don Fernando con respuesta tan soberbia; no obstante esto, forzado de la necesidad, otorgó las treguas que le pedian, que es gran cordura acomodarse con el tiempo. En tanto que estas cosas se trataban, á la Reina sobrevinieron sus dolores de parto, de que nació un niño, que llamaron el príncipe don Juan, á 28 de junio, domingo, una hora antes de medio dia, que heredara los estados de sus padres y abuelos si, por lo que Dios fué servido, no le arrebatara la muerte cruel y desgraciada en la flor de su edad, como se relatará adelante. Bautizóle el cardenal don Pero Gonzalez, arzobispo de aquella ciudad. El rey de Aragon, aunque cansado, no solo de negocios, sino de vivir, con el grande vigor que siempre tuvo pedia le enviase este niño para que se criase á la manera y conforme á las costumbres de Aragon; además que por su larga experiencia se recelaba que si le entregaban á alguno para que le criase, lo que sucedió los años pasados, no fuese ocasion que en su nombre se revolviesen las cosas en Castilla. Tenía el mismo rey de Aragon otro debate muy grande sobre la iglesia de Zaragoza. Pretendia, por estar vaca por la muerte de don Juan de Ara

gon, se diese á don Alonso, su nieto, al cual su hijo el rey don Fernando en Cervera, pueblo de Cataluña, hobo de una mujer fuera de matrimonio. Ofrecíanse dos dificultades: la una que no era legítimo, y por esta fácilmente pasaba el pontífice Sixto; la segunda su pequeña edad, que no tenia mas que seis años, en ninguna manera la queria suplir. Entre las demandas y respuestas que andaban sobre el caso, por el mucho tiempo que aquel arzobispado vacaba, le coló el Papa al cardenal Ausias Dezpuch. Entendia que el Rey lo llevaria bien, atento los grandes servicios de su deudo el maestre de Montesa. No fué así; antes mostró sentirse en tanto grado, que se apoderó de los bienes y rentas del Cardenal y maltrató á sus deudos. Con esto y por la instancia que el rey de Nápoles hizo por tener gran cabida con el Pontífice, el de Aragon salió últimamente con lo que pretendia, que aquella iglesia se diese á don Alonso, su nieto, con título de administracion perpetua. Ejemplo malo y principio de una perjudicial novedad. La importunidad del Rey venció la⚫ constancia del Pontífice, daño que siempre se tachará y siempre resultará, por querer los príncipes meter tanto la mano en los derechos de la Iglesia, en especial que en aquel tiempo tenian introducida una costumbre, que ningun obispo fuese en España elegido sino á suplicacion de los reyes y por su nombramiento; ocasion con que poco despues resultó otra contienda sobre la iglesia de Tarazona. Por muerte del cardenal Andrés Ferrer la dió el Pontífice á uno, llamado Andrés Martinez; hizo resistencia el rey don Fernando con intento que, revocada aquella eleccion, se diese aquel obispado al cardenal de España, como últimamente se hizo. Acabóse este pleito con otra reyerta semejante. El pontífice Sixto confirió cuatro años adelante el obispado de Cuenca que vacaba á Rafael Galeoto, pariente suyo; opúsose el rey don Fernando, y en tin acabó que se diese aquella iglesia de Cuenca á don fray Alonso de Burgos, su confesor, que ya era obispo de Córdoba. Juntamente se expidió una bula en que concedió el Papa á los reyes de Castilla para siempre que en los obispados fuesen elegidos los que ellos nombrasen y pidiesen, como tambien cuatro años antes deste en que vamos, á instancia del rey don Enrique, él mismo otorgó otra bula en que mandó no se diesen de allí adelante á extranjeros expectativas para los beneficios de aquel reino, pleito sobre que de atrás hobo grandes reyertas. Diego de Saldaña, embajador de aquel Rey, fué el que alcanzó esta gracia, segun que consta por la misma bula, cuyo traslado no me pareció poner aquí. Fué este caballero persona muy principal. Pasóse á Portugal con la pretensa princesa doña Juana, cuyo mayordomo mayor fué, y dél hay hoy descendientes en aquel reino, fidalgos principales. Don fray Alonso de Búrgos, de Cuenca trasladado últimamente al obispado de Palencia, edificó en Valladolid el monasterio muy célebre de San Pablo, de su órden de Santo Domingo, si bien en tiempo del rey don Alonso el Sabio, y mas adelante con ayuda de su nuera la reina doña María, señora de Molina, se comenzó. La iglesia sin duda que hoy tiene la fabricó los años pasados el cardenal Juan de Turrecremata, bijo que fué de aquel convento y casa,

CAPITULO XVII.

El santo oficio de la Inquisicion se instituyó en Castilla.

Mejor suerte y mas venturosa para España fué el establecimiento que por este tiempo se hizo en Castilla de un nuevo y santo tribunal de jueces severos y graves á propósito de inquirir y castigar la herética pravedad y apostasía, diversos de los obispos, á cuyo cargo y autoridad incumbia antiguamente este oficio. Para esto les dieron poder y comision los pontífices romanos, y se dió órden que los príncipes con su favor y brazo los ayudasen. Llamáronse estos jueces inquisidores, por el oficio que ejercitaban de pesquisar y inquirir ; costumbre ya muy recebida en otras provincias, como en Italia, Francia, Alemania y en el mismo reino de Aragon. No quiso Castilla que en adelante ninguna nacion se le aventajase en el deseo que siempre tuvo de castigar excesos tan enormes y malos. Hállase memoria antes desto de algunos inquisidores que ejercian este oficio, á lo menos á tiempo, pero no con la manera y fuerza que los que despues se siguieron. El principal autor y instrumento deste acuerdo muy saludable fué el cardenal de España, por ver que á causa de la grande libertad de los años pasados y por andar moros y judíos mezclados con los cristianos en todo género de conversacion y trato, muchas cosas andaban en el reino estragadas. Era forzoso con aquella libertad que algunos cristianos quedasen inficionados, muchos mas, dejada la religion cristiana que de su voluntad abrazaran convertidos del judaismo, de nuevo apostataban y se tornaban á su antigua supersticion, daño que en Sevilla mas que en otra parte prevaleció; así, en aquella ciudad primeramente se hicieron pesquisas secretas y penaron gravemente á los que hallaron culpados. Si los delitos eran de mayor cantía, despues de estar largo tiempo presos y despues de atormentados, los quemaban. Si ligeros, penaban á los culpados con afrenta perpetua de toda su familia. A no pocos confiscaron sus bienes y los condenaron á cárcel perpetua; á los mas echaban un sambenito, que es una manera de escapulario de color amarillo con una cruz roja á manera de aspa, para que entre los demás anduviesen señalados y fuese aviso que espantase y escarmentase por la grandeza del castigo y de la afrenta, traza que la experiencia ha mostrado ser muy saludable, magüer que al principio pareció muy pesada á los naturales. Lo que sobre todo extrañaban era que los hijos pagasen por los delitos de los padres, que no se supiese ni manifestase el que acusaba, ni le confrontasen con el reo ni hobiese publicacion de testigos, todo contrario á lo que de antiguo se acostumbraba en los otros tribunales. Demás desto, les parecia cosa nueva que semejantes pecados se castigasen con pena de muerte, y lo mas grave, que por aquellas pesquisas secretas les quitaban la libertad de oir y hablar entre sí, por tener en las ciudades, pueblos y aldeas personas á propósito para dar aviso de lo que pasaba; cosa que algunos tenian en figura de una servidumbre gravísima y á par de muerte. Desta manera entonces hobo pareceres diferentes. Algunos sentian que á los tales delicuentes no se debia dar pena de muerte; pero fuera desto confesaban era justo fue

sen castigados con cualquier otro género de pena. Entre otros, fué deste parecer Hernando de Pulgar, persona de agudo y elegante ingenio, cuya historia anda impresa de las cosas y vida del rey don Fernando. Otros, cuyo parecer era mejor y mas acertado, juzgaban que no eran dignos de la vida los que se atrevian á violarla religion y mudar las ceremonias santísimas de los padres; antes que debian ser castigados, demás de dalles la muerte, con perdimiento de bienes y con infamia, sin tener cuenta con sus hijos, ca está muy bien proveido por las leyes que en algunos casos pase á los hijos la pena de sus padres, para que aquel amor de los hijos los haga á todos mas recatados. Que con ser secreto el juicio se evitan muchas calumnias, cautelas y fraudes, además de no ser castigados sino los que confiesan su delito ó manifiestamente están dél convencidos. Que á las veces las costumbres antiguas de la Iglesia se mudan conforme á lo que los tiempos demandan; que pues la libertad es mayor en el pecar, es justo sea mayor la severidad del castigo. El suceso mostró ser esto verdad y el provecho, que fué masaventajado de lo que se pudiera esperar. Para que estos jueces no usasen mal del gran poder que les daban ni cohechasen el pueblo ó hiciesen agravios, se ordenaron al principio muy buenas leyes y instrucciones. El tiempo y la experiencia mayor de las cosas ha hecho que se añadan muchas mas. Lo que hace mas al caso es que para este oficio se buscan personas maduras en la edad, muy enteras y muy santas, escogidas de toda la provincia, como aquellas en cuyas manos se ponen las haciendas, fama y vida de todos los naturales. Por entonces fué nombrado por inquisidor general fray Tomás de Torquemada, de la órden de Santo Domingo, persona muy prudente y docta y que tenia mucha cabida con los reyes por ser su confesor y prior del monasterio de su órden de Segovia. Al principio tuvo solamente autoridad en el reino de Castilla; cuatro años adelante se extendió al de Aragon, ca removieron del oficio de que allí usaban á la manera antigua los inquisidores fray Cristóbal Gualbes y el maestro Ortes, de la misma órden de los Predicadores. El dicho Inquisidor mayor al principio enviaba sus comisarios á diversos lugares conforme á las ocasiones que se presentaban, sin que por entonces tuviesen algun tribunal determinado. Los años adelante el Inquisidor mayor con cinco personas del supremo Consejo en la corte, do están los demás tribunales supremos, trata los negocios mas graves tocantes á la religion. Las causas de menos momento y los negocios en primera instancia están á cargo de cada dos ó tres inquisidores, repartidos por diversas ciudades. Los pueblos en que residen los inquisidores en esta sazon y al presente son estos: Toledo, Cuenca, Murcia, Valladolid, Santiago, Logroño, Sevilla, Córdoba, Granada, Ellerena; y en la corona de Aragon, Valencia, Zaragoza, Barcelona. Publicó el dicho Inquisidor mayor edictos en que ofrecia perdon á todos los que de su voluntad se presentasen. Con esta esperanza dicen se reconciliaron hasta diez y siete mil personas entre hombres y mujeres de todas edades y estados; dos mil personas fueron quemadas, sin otro mayor número de los que se huyeron á las provincias

comarcanas. Deste principio el negocio ha llegado á tanta autoridad y poder, que ninguno hay de mayor espanto en todo el mundo para los malos, ni de mayor provecho para toda la cristiandad. Remedio muy á propósito contra los males que se aparejaban, y con que las demás provincias poco despues se alteraron; dado del cielo, que sin duda no bastara consejo ni prudencia de hombres para prevenir y acudir á peligros tan grandes como se han experimentado y se padecen en otras partes.

CAPITULO XVIII.

De la muerte del rey don Juan de Aragon.

Partieron de Sevilla los reyes don Fernando y doña Isabel. Antes de la partida dejaron mandado al duque de Medina y al marqués de Cádiz que no pudiesen entrar en aquella ciudad; con tanto, quitadas las cabezas de las parcialidades, todo quedó apaciguado. Por otra parte, Lope Vasco, portugués de nacion, se apoderó en nombre del rey don Fernando del castillo de Mora, cuyo alcaide era. Está situada esta fuerza en Portugal á la raya de Castilla. Hecho esto, dió aviso para que le enviasen socorro. Tenia el rey don Fernando gran deseo de hacer en persona guerra á Portugal por parecelle que con esto ganaba reputacion, pues mostraba en ello tener tantas fuerzas y ánimo, que no solo defendia su reino, sino acometia las tierras de sus contrarios. Intento que ni al rey de Aragon, su padre, ni á los mas prudentes pareció bien; porque ¿á qué propósito sin gran esperanza poner á su riesgo su persona? A qué fin aventurar su estado, de que tenia pacífica posesion, y ponello todo al trance de una batalla? Encargó pues el cuidado de aquella guerra al maestre de Santiago don Alonso de Cárdenas. Dióle mil y quinientos caballos y quince mil infantes; esto por el mes de agosto. El ruido fué mayor que el provecho, mayormente que don Juan, príncipe de Portugal, recobró á Mora, con que todos aquellos intentos se desbarataron. Importaba mas confirmar en su servicio á Trujillo; á esta causa despues por Córdoba los reyes pasaron allá. En este tiempo en Francia, en un pueblo llamado Laudo, en la comarca de Cahors, á 11 de setiembre por medio de embajadores que se enviaron sobre el caso, se concertó casamiento entre don Fadrique, hijo segundo del rey de Nápoles, y madama Ana, hija de Amadeo, duque de Saboya. El rey de Francia á la desposada, por ser hija de su hermana, señaló en dote un estado principal en Francia, y entre tanto que no se le daba y hasta que el rey de Aragon pagase el dinero, sobre que tenian diferencias, ofreció de dalle en prendas lo de Ruisellon y Cerdania. Dió este negocio gran desabrimiento á los reyes, padre y hijo, sobre todo se ofendieron del rey de Nápoles, que sin respeto de ser tan parientes, parecia hacer mas caso de la amistad de Francia que de la de España, y sentian mucho aceptase, aunque se los ofreciesen, aquellos estados sobre que ellos traian pleito y guerra, mayormente que el tiempo de las treguas que tenian con el rey de Francia espiraba, y corria peligro no volviesen á las armas en sazon muy poco á propósito para la una nacion y la otra. El Francés, ocupado en

apoderarse de Flandes, parec.a no hacer caso de todo lo demás. En Castilla aun no estaban del todo las cosas apaciguadas á causa que el rey de Portugal se apercebia de nuevo para la guerra, y la condesa de Medellin doña Beatriz Pacheco, mujer de ánimo varonil, juntamente con el clavero de Alcántara Alonso de Monroy, andaban alborotados. Por esto Juan de Gamboa, gobernador de Fuente-Rabía, y el arcediano de Almazan por mandado del rey don Fernando trataron con los embajadores de Francia que vinieron á Bayona de asentar una nueva confederacion. Diéronse tan buena maña en ello y apretaron el tratado de suerte, que á 10 de octubre concertaron que las treguas se mudasen en paces con las mismas condiciones que antes de aquella guerra de tiempo antiguo hobo entre aquellas dos casas reales; comprehendieron tambien en las paces al rey de Aragon. Lo cual ¿qué otra cosa era sino hacer burla dél, pues no le restituian el estado sobre que era el debate? Asentaron empero que se nombrasen por cada parte dos jueces para componer esta diferencia y las demás que quedasen por determinar. El alegría que toda Castilla recibió por esta causa, se aumentó con otras dos ocasiones: la una fué que don Enrique, conde de Alba de Liste, y tio del Rey, vino á Trujillo puesto en libertad de la prision en que le tenian desde la batalla de Toro; la otra que el arzobispo de Toledo, forzado de la necesidad, ca le tenian embargadas todas sus rentas y tomados los mas de sus lugares, se redujo últimamente al servicio del rey don Fernando, y para mas seguridad entregó todos sus castillos que se tuviesen por el Rey. Achacábanle que de nuevo traia inteligencias con el rey de Portugal y que le atizaba para que entrase en Castilla. Todavía el arcediano de Toledo, llamado Tello de Buendía, hombre docto y grave, y que adelante murió obispo de Córdoba, enviado para descargar al Arzobispo, su amo, con su buena diligencia alcanzó de los reyes que le diesen perdon, quier fuese verdadero, quier falso aquel cargo. Demás desto, en Roma el pontífice Sixto revocó la dispensacion que dió al rey de Portugal para casar con su sobrina doña Juana, en que al parecer de alguno se tuvo mas cuenta con dar gusto al rey de Nápoles, que hacia sobre esto grande instancia, que con la constancia y autoridad pontifical. Así, por el mes de diciembre envió un breve á España en este propósito. Para dar órden en todo, y sobre todo para asentar las paces con Francia trataban los reyes, padre y hijo, de tener habla entre sí, y á este fin ir á Molina y á Daroca, cuando al rey de Aragon sobrevino en Barcelona una dolencia, de que murió un mártes, á 19 de enero, principio del año de nuestra salvacion de 1479. Su cuerpo enterraron en Poblete; su pobreza era tal, que para el gasto del enterramiento fué menester empeñar las alhajas de la casa real. Vivió ochenta y un años, siete meses y veinte dias; tuvo siempre el cuerpo recio y á propósito para los trabajos de la guerra y de la caza, el ánimo vivo y despierto, y que por la grandeza y variedad de las cosas que hizo, junto con los muchos años que reinó, se puede igualar con los grandes reyes. Verdad es que afeó lo postrero de su edad con el apetito que tenia mas que fuerzas para la deshonestidad, ca puso los ojos y su aficion en

una moza de buen parecer, llamada Francisca Rosa, que trató el tiempo pasado de casarla con don Jaime de Aragon, aquel de quien se dijo que hizo justiciar en Barcelona. En su testamento, que tenia hecho diez años antes deste, dió órden se hiciesen muchas obras pias, muestra de su cristiandad, en particular que se edificasen dos templos y monasterios de la órden de San Jerónimo, que son al presente muy señalados en santidad y devocion, el uno de Santa Engracia, en Zaragoza, que está pegado con el muro de la ciudad; el otro en Cataluña, su advocacion de Santa María de Belpuche su hijo cumplió enteramente lo que en esta parte dejó ordenado. Mandó otrosí que heredasen el reino de Aragon los nietos del rey don Fernando, s hijo, aunque fuesen de parte de hija, en caso que no tuviese hijo varon. Item, que los tales nietos fuesen preferidos á las hijas del mismo; ordenacion bien extraña. Así ruedan, y muchas veces por voluntad de los reyes se mudan y truecan los derechos de reinar y de la sucesion real.

CAPITULO XIX.

De doña Leonor, reina de Navarra.

su

Por la muerte del rey de Aragon, como era necesario y como él lo dejó proveido en su testamento, se dividieron sus estados: lo de Aragon quedó por el rey don Fernando; la princesa doña Leonor por parte de su madre heredó el reino de Navarra. Estaba viuda de siete años antes, y por el mismo caso sujeta á continuas y muy grandes desgracias. Aquella gente andaba como furiosa, dividida en sus antiguas parcialidades, que parece era castigo y pena de la muerte impía dada á don Nicolás, obispo de Pamplona, y no castigada como fuera justo. Llevaban lo mejor los biamonteses, contrarios á la nueva Reina. Demás de la culpa ya dicha, castigaba Dios á aquella familia y generacion destos príncipes, y congojaba sus ánimos en venganza de las injustas muertes que se dieron á don Cários, príncipe de Viana, y á doña Blanca, su hermana, sin dejar reposar á los culpados ni quedar alguno que no fuese castigado. El reinado de doña Leonor fué muy breve, que aun no duró mes entero. En hijos y sucesion fué mas afortunada que en su vida; tuvo cuatro hijos: Gaston, el mayor, Juan, Pedro, Jacobo; cinco hijas, María, Juana, Margarita, Catarina y Leonor; de todos y en particular de cada uno se dirá alguna cosa, como príncipes de quien se deducen los linajes de muchas y grandes casas. Gaston murió, como queda dicho; dejó dos hijos, que fueron Francisco Febo y Catarina, reyes el uno en pos del atro de Navarra. Juan fué señor de Narbona, ciudad que su padre compró con dineros; tuvo por hijos á Gastony á doña Germana; Gaston murió en la de Rávena, en que era general por el rey Luis XII de Francia; doña Germana casó con el rey don Fernando el Católico, viudo de su primer matrimonio. Pedro se dió á las letras y á los ejercicios de la piedad, y el pontífice Sixto le hizo cardenal. Jacobo se ejercitó con grande ánimo en la guerra sin casarse en toda la vida, bien que tuvo algunos hijos fuera de matrimonio, ni muy señalados, ni tampoco de poca cuenta. María, la hija mayor,

casó con Guillermo, marqués de Monferrat. Juana con el conde de Armeñac, llamado Juan. Con Francisco, duque de Bretaña, casó Margarita, y deste matrimonio quedaron dos hijas, llamadas Ana y Isabel. Ana, como heredera de su padre, juntó aquel estado con la casa de Francia, porque casó con Cárlos VIII, y muerto este, con Luis XII, reyes que fueron de Francia. Catarina, cuarta hija de doña Leonor, casó con Gaston de For, conde de Candalla; parió dos hijos y una hija, que se llamó Ana, y casó con el rey Ladislao de Hungría. Leonor, la menor de las hijas desta nueva Reina, falleció doncella en edad de casar. La cepa de toda esta generacion, que fué esta reina doña Leonor, por tener el cuerpo quebrantado con los trabajos y el corazon aquejado con las penas, falleció á 12 de febrero en Tudela, do comenzó á reinar. Mandó en su testamento que en Tafalla de su hacienda se edificase una iglesia de franciscos, y que allí fuese enterrado su cuerpo y trasladados los huesos de la reina doña Blanca, su madre, que depositaron los años pasados en la iglesia de nuestra Señora de Nieva, pueblo en Castilla la Vieja no léjos de Segovia. Fué tanta su pobreza por estar consumidas las rentas reales á causa de los alborotos y parcialidades, que por falta de dineros era forzada para sustentar su casa á vender las joyas de su persona. Sucedióle en el reino su nieto Francisco en edad de solos once años; por su extremada hermosura le llamaron Febo por sobrenombre. Encargáronse del gobierno hasta tanto que fuese de edad conveniente madama Madalena, su madre, y el cardenal su tio, llamado Pedro; cargo que ejercitaron prudentemente segun los tiempos tan estragados. Tuvo la Reina difunta poca ayuda en sus trabajos del rey de Castilla, su hermano; por esto no le nombró en su testamento; antes por su mandado y por ser ellos de nacion franceses comenzaron los gobernadores á inclinarse á la parte de Francia; cosa muy perjudicial para ellos, y ocasion que en breve perdiesen aquel su antiguo reino. Esto era lo que se hacia en Navarra. En Castilla andaban algunas opiniones nuevas en materia de religion. Fué así, que Pedro, oxomense, lector que era de teología en Salamanca, hombre de ingenio atrevido y malo, publicó un libro lleno de muchas mentiras, que no será necesario relatar aquí por menudo; basta saber que principalmente se enderezaba contra la majestad de la Iglesia romana y el sacramento de la confesion. Por una parte decia que el sumo Pontífice en sus decretos y determinaciones puede errar, por otra porfiaba que los sacerdotes no tenian poder para perdonar los pecados, y que la confesion no era institucion de Cristo, sino remedio inventado por los hombres, aunque provechoso, para enfrenar la maldad y la libertad de pecar. Para reprimir este atrevimiento el arzobispo de Toledo, por mandado del papa Sixto, juntó en Alcalá, donde era su ordinaria residencia, personas muy doctas, con cuya consulta condenó aquellas opiniones, y puso pena de descomunion á su autor, si no las dejaba y retrataba. Pronuncióse esta sentencia á 24 de mayo, y poco despues el pontífice Sixto la confirmó en una bula suya. Escribió contra el dicho Pedro un libro asaz grande Juan Prejano, teólogo señalado en aquella edad, y adelante obispo de Ciudad-Rodrigo;

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