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el mismo dia que partió el rey de Francia; sin detenerse le siguieron, y como le hallaron en el campo á caballo, le presentaron las cartas que llevaban de creencia, y le protestaron no pasase adelante sin satisfacer primero á la Iglesia. Turbóse el Rey con esta embajada; respondió que llegado á Velitre, les daria audiencia. En aquel lugar declararon mas por extenso su einbajada; la suma era quejarse de los agravios y desacatos hechos al Papa; y en cuanto á la empresa del reino, protestalle no pasase adelante sin que primero por términos de justicia se declarase á quién pertenecia. Hobo demandas y quejas de una y otra parte; por conclusion, el Rey se resolvió, y dió por respuesta que tenia las cosas tan adelante, que no se podia volver atrás; que conquistado aquel reino, holgaria se viese por términos de justicia el derecho de cada cual. Entonces Antonio de Fonseca replicó: «Pues vuestra majestad así lo quiere, y sin dar lugar á la razon determina proceder por via de fuerza, Dios nuestro Señor, que está en el cielo y suele volver por la inocencia, será el juez desta causa; por lo menos el Rey mi señor con hacer esto ha cumplido con lo que debe, y de aquí adelante quedará libre para disponer de sí y de sus cosas y acudir con sus fuerzas donde y como le pareciere. » Esto dijo, y juntamente en presencia del Rey y de su consejo rasgó la escritura de la concordia que se concertara últimamente; grande osadía, y que faltó poco para que no pusiesen en él las manos; pero en fin los dejaron volver á Roma. Fué esta embajada de grande efecto, porque el Papa se animó con ella, y se determinó de no pasar por el concierto hecho con el Francés; y la noche siguiente el cardenal de Valencia se salió disfrazado de Velitre, aunque no tomó el camino de Roma porque no se entendiese huia con órden del Papa; sino fuese á Espoleto, ciudad de la Iglesia muy fuerte.

CAPITULO VIII.

Que el rey de Francia entró en Nápoles.

Al mismo tiempo que el Francés estaba en Roma, don Alonso, rey de Nápoles, perdida la esperanza de poderse defender, trataba de renunciar aquella corona, que aun no habia tenido un año entero. Juntó para esto los grandes de su reino y los principales de su consejo, juntos les habló en esta manera: «Bien veis, amigos y parientes, el aprieto en que están las cosas. El enemigo poderoso y bravo á las puertas; en los nuestros poca seguridad; no se dan mas priesa á entrar los franceses, que los del reino á rendirse y alzar por ellos las banderas. Los socorros de fuera están léjos, y los que eran mas obligados á valernos muestran cuidar menos de nuestra afrenta. No pretendo quejarme de nadie ni mostrar en esta parte flaqueza; mis pecados son, bien lo veo, y es justo que lo laste quien lo hizo. La vida no está en poder y eu mano de los hombres. Dios es el que alarga y acorta sus plazos como es servido. Con lo que yo puedo satisfacer es con esta corona que quito de mi cabeza, como indigno de traella, y la paso á la del Duque, mi hijo, de las esperanzas y valor que todos sabeis. Trueque de mucha ganancia, pues en lugar de un viejo y enfermo, os doy un rey mozo, valiente y que tiene

fuerzas y ánimo para poner el pecho al trabajo. Mucho quisiera que las cosas estuvieran en estado con que pudiera mostrar al mundo cuán poco caso hago de sus grandezas. Esto fuera muestra de valor; y no lo será de menor prudencia rendirme á la necesidad, cuyas fuerzas son muy grandes, pues no todas veces el sabio piloto debe contrastar á las olas y al viento, antes caladas las velas, dejar pasar la tormenta. Finalmente, esta es mi determinada resolucion; y pues no puedo ayudar en este aprieto, quiero, aunque lo siento á par de muerte, salirme desterrado de mi cara patria, siquiera por no ver los trabajos de mi casa y de mi reino. Por ventura con este sacrificio que yo hago de mí mismo se aplacará Dios y alzará la mano del castigo, y los hombres, movi dos á compasion, acudirán con mayor voluntad á nuestra defensa. No será menester encomendar á los que presentes estáis, ni á los ausentes, que guardeis la lealtad acostumbrada al nuevo Rey, ni á él que tenga cuidado con sus súbditos y con remunerar vuestros servicios, que confieso han sido muchos y muy grandes.» Hízose este auto de renunciacion, á los 23 de enero, en el castillo del Ovo, do se recogió para este efecto el rey don Alonso. Desde allí con su recámara, que era muy rica, se embarcó para Sicilia, determinado de pasar en Mazara, ciudad que era de la reina doña Juana, su madrastra, lo restante de su vida en hábito clerical. Escribió á los príncipes en razon de lo que hizo; y en particular al rey don Fernando decia que su edad y poca salud le habian forzado á tomar aquella resolucion, y el escrúpulo de la conciencia por voto que tenia hecho de partir mano del gobierno y dejar la corona. La verdad era que por ser muy aborrecido de los suyos, y su hijo muy bienquisto, entendió con aquella traza reparar algun tanto el peligro. Vivió poco tiempo, aun no año entero despues desto, ocupado en ejercicios virtuosos. Su cuerpo está enterrado en la iglesia y capilla mayor de Mecina, al lado del Evangelio, con un letrero en dos versos latinos muy agudos, que hacen este sentido:

DE ALONSO HUYES MIENTRAS LAS ARMAS MUEVE,
MATAS AL DESARMADO. ¿QUÉ PREZ, QUÉ LOA,
MUERTE, DE MUERTE TAL? ¡OH GRANDE ALEVE!

El nuevo Rey, luego que se encargó del gobierno, salió en paseo por toda la ciudad, y para granjear mas las voluntades mandó soltar gran número de presos, así de la nobleza como del pueblo; solo quedaron presos Juan Bautista Marzano, hijo de Marino Marzano, príncipe de Rosano y duque de Sesa, y el conde del Pópulo, que estaban en prision desde que se acabó la guerra de los Barones, y eran enemigos mortales de la casa de Aragon. Con esto salió de Nápoles para volver á su ejército, que quedó en San German á los confines del reino, por donde parte término con las tierras de la Iglesia. Dejó en el gobierno de Nápoles á don Fadrique, su tio, principe. de Altamura. Llegó el rey de Francia con su ejército á ponerse sobre San German; por esto al pueblo fué forzoso rendirse, y al nuevo Rey retirarse á Capua, ciudad que tenian puesta en defensa, pero con la misma facilidad se dió luego al Francés por trato de Trivulcio, câpitan de fama, natural de Milan, el cual á la sazon desamparó el partido de Nápoles y se pasé al de Francia, y

sun fué ocasion que Virginio Ursino y el conde de Pitillano, otros dos caudillos principales, fuesen presos por los franceses dentro de Nola. Estando el rey de Francia en Capua, murió el hermano del gran Turco, otros dicen que en Nápoles, para donde partió en breve, y con la misma facilidad sin hallar resistencia alguna entró en aquella nobilísima ciudad, un domingo, á 22 de febrero. El nuevo rey don Fernando, antes que llegasen los franceses, desamparada la ciudad y las demás fuerzas que en ella tenia, se recogió á Castelnovo, do ya estaba la reina viuda doña Juana y su hija y don Fadrique, su tio, con otros señores. De allí, por no asegurarse bastantemente, se pasó al castillo del Ovo, aunque estrecho, muy fuerte por estar asentado en un peñasco rodeado de mar por todas partes. Pretendia recogerse con los suyos en las galeras que allí tenia, con intento de pasar á la isla de Iscla, y de allí, si fuese necesario, encaminarse á Sicilia, como lo hizo, con esperanza que las cosas en breve tomarian otro camino, dado que los franceses procedian tan prósperamente, que en menos de quince dias desde los primeros confines del reino hasta la postrera punta de Italia todo se puso debajo de su obediencia; hasta los mismos castillos de Nápoles dentro de pocos dias asimismo se rindieron por traicion de los que á su cargo los tenian. Tambien se ganó el castillo de Gaeta por combate, fuerza que es y era de las principales de aquel reino. Yo dudo que empresa tan grande se haya jamás acabado en tan poco tiempo. Solo quedaban por el rey don Fernando algunos lugares en Calabria, reparo de poco momento, porque como el Rey se entretenia en Iscla sin podelles enviar socorro, cada dia se le iban rindiendo al enemigo. El mismo riesgo corria Rijoles, que al fin se entregó, si bien está á vista de Mecina, y allí se tenia la arınada de España, pero sin órden de lo que se debia hacer.

CAPITULO IX.

De la liga que se hizo contra el rey de Francia.

Luego que casi todo lo de Nápoles quedó por los franceses, los demás príncipes, así de Italia como de fuera della, comenzaron á considerar y comunicar entre sí cuán pesado seria el señorío de aquella nacion, si se arraigase en Italia. El rey don Fernando de España era el que corria mayor riesgo por lo de Sicilia, ca tenia aviso que concluido lo de Nápoles, pretendian pasar allá los franceses, á instancia principalmente del príncipe de Salerno, uno de los forajidos, y el mayor enemigo de la casa de Aragon. Para prevenirse deseaba que los demás príncipes se ligasen y juntasen sus fuerzas contra Francia. Para este efecto los meses pasados envió á Lorenzo Suarez de Figueroa á Venecia á mover esta prática con aquella señoría; y de nuevo al duque de Milan despachó otro caballero, por nombre Juan Deza, con órden de dar á aquel Príncipe intencion, no solo de casar una de las infantas con su hijo, sino de hacelle rey de Lombardía; cosas á que él daba orejas de buena gana. Trataba asimismo que el Emperador y el Inglés entrasen en la liga, con quien de veras pretendia emparentar; y en especial el tratado que de dias antes se traia de casar á trueque el príncipe don Juan y la infauta doña Juana con el ar

chiduque don Filipe y Margarita, su hermana, se apretó de tal manera, que en fin se concluyeron los conciertos por medio de Francisco de Rojas, que para este efecto pasó á Flandes. Para el gasto de la guerra en Castilla y en Aragon se procuraba allegar dinero. En Aragon se juntaron Cortes para esto, en que pretendió el Rey presidiese la infanta doña Catalina; pero no salió con ello, y hobo de venir el Rey en persona á hacello. Fué tanta la diligencia, que en fin se hizo la liga en Venecia, donde concurrieron los embajadores de los príncipes por fin de marzo entre el Papa, el Emperador y rey de España con la señoría de Venecia y duque de Milan. Concertóse que esta liga, que llamaron Santísima, duraso por espacio de veinte y cinco años, y que entre todos se juntase un ejército de treinta y cuatro mil de á caballo y veinte y ocho mil infantes, repartidos conforme á la posibilidad de cada una de las partes. La voz era para defender la Iglesia y cada cual sus estados; el intento para echar á los franceses de Italia. Adelantóse este negocio con tanto secreto, que el mismo embajador de Francia Filipe de Comines, señor de Argenton, persona de gran prudencia y experiencia, que se hallaba en Venecia, no supo nada, y quedó de tal manera espantado, que dándole la razon de lo hecho el duque de Venecia Augustin Barbadico, como fuera de sí le preguntó si el Rey, su señor, podria volver seguro á Francia. Mucho se trocaron las cosas despues desto, mayormente que los neapolitanos se arrepentian de lo hecho á causa de los malos tratamientos y agravios que de ordinario recebian de franceses, cuyas demasías por todas partes eran grandes. Asimismo el duque de Milan se via apretado por haberse el duque de Orliens apode rado de la ciudad de Novara; además que tenia aviso que el Francés por medio de su armada pretendia alteralle y sacar de su obediencia lo de Génova, tanto, que le fué forzoso acudir con toda humildad á venecianos para que le ayudasen. El rey de Francia, avisado de lo que pasaba, porque no le atajasen el camino, determinó con toda brevedad dar la vuelta. Antes de su partida nombró por virey de Nápoles á Gilberto, duque de Mompensier, príncipe de la sangre ; con él dejó parte de su ejército y otros capitanes de fama. Por otra parte envió á pedir al Papa la investidura de Nápoles, y que deseaba pasar por Roma para comunicar algunas cosas con su Santidad. Cuanto á la investidura, respondió el Papa que estaba aparejado á hacer justicia y dar la sentencia conforme á lo que hallase; en lo de la ida de Roma, que no podria ser sin grande escándalo por estar el pueblo muy indignado contra los franceses. Con esta respuesta, que no fué nada gustosa, apresuró el Rey su partida. Salió de Nápoles á 20 de mayo. Llegó en breve á Roma; no halló allí al Papa, que por no asegurarse de la voluntad del Francés, se retiró á Perosa. Pasó el rey de Roma á Toscana, detúvose algunos dias en Sena, y sin tocar á Florencia, llegó á Pisa. Pretendian los florentines les entregase aquella ciudad como se lo tenia prometido. La instancia y lágrimas de los pisanos, que le suplicaban los conservase en la libertad que les dió, fueron tantas, que le movieron á no determinarse. Partió de allí á Lombardía. Acudió para atajalle el camino Francisco, marqués de Mantua, al cual la señoria de

Venecia nombrara por general de sus gentes. El Francés rehusaba por su poca gente de venir á las manos con los contrarios, y se apresuraba para juntarse con el duque de Orliens, pero no pudo excusar la batalla. Juntáronse los campos á las riberas de Tarro, rio que pasa á una legua de la ciudad de Parma. El de venecianos alojaba junto á Fornovo, aldea asentada á la raíz de los montes. El Francés se puso á la entrada de aquel valle; allí rompieron los ejércitos y se dió la batalla, que fué una de las mas famosas de Italia, en que los italianos desbarataron los primeros escuadrones de los franceses; mas como por tener la victoria por suya se embarazasen en robar el carruaje y tomar la artillería, los franceses tuvieron lugar de recogerse y volver en ordenanza con tal denuedo, que rompieron á los contrarios con gran matanza que en ellos hicieron. Vióse el Rey en gran peligro porque le mataron la gente de su guarda, y aunque vencedor, no pudo alcanzar de los contrarios le diesen treguas de tres dias; por donde fué forzado á cencerros alapados partirse para Aste. Ayudóle para no recebir algun daño y revés grande que aquel rio con su creciente impidió á los italianos que no le pudiesen tan presto seguir, aunque de los caballos ligeros que se adelantaron y de la gente de la comarca, que pretendian atajalle los pasos, recibió algun daño. En la batalla murieron pasado de cuatro mil italianos. El de Mantua sin dilacion se puso sobre Novara, donde tuvo al de Orliens muy apretado.

CAPITULO X.

Que el rey don Fernando entró en Nápoles.

Apenas el Francés era salido de Nápoles, cuando las cosas comenzaron á trocarse en gran manera. La armada de España estaba en el puerto de Mecina, y por su general el conde de Trivento. Acudieron allí los reyes desposeidos don Alonso y don Fernando y la reina viuda doña Juana. Gonzalo Fernandez de Córdoba, á causa del tiempo contrario, con la gente que llevaba se detuvo algunos dias en Mallorca y en Cerdeña; en fin, aportó á Mecina á los 24 de mayo, en sazon que ya el rey don Fernando se apoderara de Rijoles con su fortaleza y otros lugares comarcanos de Calabria; provincia en que por orden del rey de Francia quedó por gobernador Everardo Estuardo, señor de Aubeni, un capitan muy valeroso y de fama. A Gonzalo Fernandez se entregaron Rijoles, Cotron y Amantia con otras plazas de aquella comarca para que, conforme á lo que tenian tratado, las tuviese en nombre de su Rey hasta tanto que se le pagasen los gastos que en aquella guerra se hiciesen tambien para asegurar lo de Sicilia. Hobo alguna diferencia entre el nuevo Rey y Gonzalo Fernandez á causa que el Rey con todas sus fuerzas pretendia, pospuesto todo lo al, ir luego á Nápoles, para donde le convidaban aquellos ciudadanos aun desde antes que el rey de Francia partiese de aquella ciudad. Gonzalo Fernandez no queria desamparar lo de Calabria, do tenia aquellas fuerzas, y aun confiaba que todo lo demás tomaria la voz de España por la aficion que mostraban de estar debajo el amparo del rey Católico. Acordaron de ir á Semenara, pueblo que tenian muy apretado los franceses.

El señor de Aubeni con su gente se puso en un sitio por do los nuestros forzosamente habian de pasar. Vinieron á las manos; fué vencido el Rey, y aun fuera muerto ó preso, porque le mataron el caballo, si un caballero de su casa, llamado Juan Andrés de Altavila, no le socorriera con el suyo, con que el Rey escapó, y el caballero quedó muerto en el campo; grande lealtad para tiempos tan estragados. Dióse esta batalla, que fué al cierto muy famosa, á los 21 de julio. Recogiéronse los nuestros á Semenara. Desde allí el Rey se partió para Sicilia con determinacion de pasar á Nápoles antes que la nueva de aquella desgracia allá llegase. Gonzalo Fernandez, desamparado aquel pueblo por no poderse defender, se fué con sus gentes á otras partes de Calabria, donde en breve se apoderó de diversas plazas y lugares sin parar hasta que allanó toda aquella provincia. El Rey con sesenta naves que halló en el puerto de Mecina, casi sin otra gente mas que los marineros, alzó velas, y en breve llegó á vista de Nápoles; entró en la ciudad el mismo dia que se dió la batalla de Tarro, es á saber, á los 6 de julio. Fué grande el alegría de los neapolitanos, alzaron las banderas por su Rey. El pueblo tomó las ar mas, saquearon las casas de los príncipes de Salerno y Bisiñano; el de Mompensier se recogió á Castelnovo, y en su compañía el de Salerno. Los de Capua hicieron lo mismo que los de Nápoles, y todo lo de la Pulla se entregó al nuevo Rey, Salerno y otras ciudades sin número. Asimismo con la nueva que llegó de la batalla de Tarro, Próspero y Fabricio Colona, capitanes de gran nombre y cabezas de aquella casa tan poderosa, se concertaron con el rey de Nápoles, y dejado el partido de Francia, se pasaron al suyo. Por el contrario, los Ursinos se pusieron de la parte de Francia, cuyos prisioneros eran el conde de Pitillano y Virginio Ursino. Los castillos de Nápoles todavía quedaban por los franceses. Apretábanlos los contrarios. Un moro que estaba dentro del monasterio de Santa Cruz, que le tenian tambien por Francia, dió aviso á don Alonso Davalos, marqués de Pescara, que le daria entrada en aquel monasterio. Acudió el Marqués de noche para hacer el concierto á un portillo de la muralla, donde aquel hombre alevosamente le hirió de muerte con un pasador. Esta desgracia se tuvo por muy grande por ser este caballero de gran valor y general por su Rey en aquella guerra. Dejó un hijo muy pequeño, que se llamó don Fernando, y adelante fué capitan muy señalado. En su lugar nombró el Rey por su general á Próspero Colona. Los castillos al fin se rindieron, y poco antes el de Mompensier y el de Salerno en la armada que allí tenian se fueron á Salerno, ciudad que habia tornado á estar por Francia. En esta guerra de Nápoles se descubrió una nueva manera de enfermedad, que se pegaba principalmente por la comunicacion deshonesta. Los italianos le llamaron mal francés. Los franceses, mal de Nápoles. Los africanos, mal de España. La verdad es que vino del Nuevo Mundo, do este mal de las bubas es muy ordinario; y como se hobiese desde allí derramado por Europa como lo juzgan los mas avisados, por este tiempo los soldados españoles le llevaron á Italia y á Nápoles. La isla Tenerife, una de las Canarias, se sujetó este año á la corona de los reyes de

España por gentes y soldados que para este efecto se enviaron. El Rey de aquella isla, traido á España, de allí le enviaron á Venecia en presente á aquella señoría. A Alonso de Lugo, en premio de lo que trabajó en la conquista desta isla y de Palma, se dió título de adelantado de Canaria. Con esto todas aquellas islas se acabaron de conquistar y sujetar á la corona de Castilla, empresa que se comenzó muchos años antes deste tiempo.

CAPITULO XI.

De la muerte del rey de Portugal.

Procuraba el rey Católico con todo cuidado que los reyes de Portugal y de Inglaterra entrasen en la liga que los demás príncipes tenian hecha contra el rey de Francia. Excusóse el de Portugal por estar de tiempo antiguo muy aliado con Francia y poco satisfecho del Papa por no venir, como él procuraba, en legitimar á su hijo don Jorge, habido fuera de matrimonio en una noble dueña, al cual él pretendia por este medio nombrar por su sucesor, tanto, que juntamente trató con el Emperador, que era su primo, renunciase en él el derecho que decia tener al reino de Portugal, que era todo abrir la puerta para grandes revueltas. Del Inglés, no solo pretendia que entrase en la liga, sino que emparentase con España por medio de una de las infantas que casase con el heredero de aquel Rey. Hízose lo uno y lo otro, pero adelante. El rey de Portugal andaba en esta sazon muy doliente de hidropesía; con deseo de tener salud se fué al Algarve para usar de los baños, que los hay allí los mejores de Portugal. No prestó nada este remedio; antes en breve le apretó el mal y falleció en Alvor á los 14 de setiembre. Nombró en su testamento por sucesor suyo á don Manuel, duque de Beja, su primo hermano, hijo de don Fernando, su tio. Verdad es que si muriese sin hijo, sustituia en su lugar á don Jorge, al cual encomendaba diese de presente el maestrazgo de Christus, y le hiciese duque de Coimbra, y dél descienden los duques de Avero. Tuvo sin duda este Príncipe de bueno y de malo. Favoreció á los hombres virtuosos y de valor; fué amigo de justicia, de agudo natural y de muy altos pensamientos. Traia en la boca siempre: «No merece nombre de rey el que por otro se deja gobernar.» La mucha sangre que derramó le hizo malquisto con los suyos, si bien por divisa usaba de un pelícano, ave que con su sangre da la vida á sus pollos. Su cuerpo enterraron en la iglesia mayor de Silves; de allí le trasladaron al monasterio de la Batalla, enterramiento de aquellos reyes. Por su muerte sin contradicion alzaron por rey de Portugal al dicho don Manuel en Alcázar de Sal, do á la sazon se hallaba con la Reina, sin embargo que el emperador Maximiliano pretendia le debia ser preferido por causa que era el varon de mas edad entre los primos hermanos del Rey difunto. Derecho harto aparente, que no se tenga cuenta con la cepa de que procede el que debe suceder, sino con el grado de parentesco, y con la persona cuando no sucede por recta línea, sino de través y de lado; prevaleció empero el consentimiento del pueblo y las buenas partes de aquel Príncipe, en que ninguno de los de su tiempo le hizo ventaja. Don Enrique Enriquez,

conde de Alba de Liste, que estaba por frontero de Francia por la parte de Ruisellon, por mandado de su Rey, hizo entrada en Francia por tierra de Narbona; lo mismo don Pedro Manrique por la parte de Guipúzcoa. Pero fuera de robos no hicieron cosa de consideracion; solo fueron ocasion que el Francés, que se entretuvo algun tiempo en Aste hasta el fin del otoño para acudir á lo de España, se diese priesa en concluir el concierto que se trataba con el duque de Milan. Las condiciones fueron: que Novara se entregase al de Milan; que el Castellete de Génova se pusiese en tercería en poder del duque de Ferrara con paso libre para la gente de Francia y ayuda para recobrar á Nápoles; demás desto, al de Orliens de contado dió el duque de Milan cincuenta mil escudos. Hecho esto, el de Francia á fin del otoño con sus gentes dió la vuelta á Francia. Quejábase el rey de Nápoles que con aquel concierto le desamparaba el Duque y desbarataba sus intentos, sin tener cuenta que era su tio. El se excusaba con la poca ayuda que los otros príncipes le daban y con el riesgo que corria de perderse si no se concertara. Para apercebirse de socorros pretendia el de Nápoles casar con una de las hijas del rey Católico por tenelle mas obligado. Como esto fuese á la larga, al fin se resolvió, á persuasion de la Reina viuda de casar con su hija doña Juana, sin embargo que era su tia, hermana de su padre. Por otra parte trató con venecianos que le ayudasen. Hobo en esto algunas dificultades; finalmente, se resolvieron de enviar en su ayuda buen número de gente de á caballo y de á pié debajo de la conducta del marqués de Mantua, demás de quince mil ducados que le dieron en dinero. En prendas deste socorro puso el Rey en poder de venecianos á Brindez, Otranto y Trana, tres ciudades de la Pulla que mucho deseaba aquella señoría para que sirviesen de escalas de la contratacion de levante. Todas eran tramas y principios de otras nuevas tempestades. Por otra parte, el rey don Fernando en España se apercebia para la guerra que tenia rompida por Ruisellon. Tocaba esta empresa á la corona de Aragon, y por esta causa juntó Cortes de los aragoneses el año pasado en Tarazona. Allí, visto lo que importaba llevar adelante lo comenzado, acordaron de servir á su Rey para esta guerra por tiempo de tres años con docientos hombres de armas y trecientos jinetes repartidos en siete compañías, y que el Rey nombrase los capitanes; con esto el Rey vino en que los oficios del reino se proveyesen por las matrículas, como antes se acostumbraba. Despues desto, en Tortosa se tuvieron Cortes de los catalanes, que se continuaron hasta principio del año siguiente de 1496. La pretension era la misma, y el efecto semejante, tanto mas, que lo de Ruisellon es parte de aquel principado. Haciase juntamente instancia que los matrimonios con la casa de Austria se efectuasen á causa que el Archiduque no venia bien en ellos, y como mozo andaba desasosegado y se mostraba poco obediente á su padre.

CAPITULO XII.

Que los franceses fueron echados del reino de Nápoles.

La guerra se continuaba en el reino de Nápoles, y puesto que los franceses eran pocos, todavía tenian al

gunas fuerzas de importancia. Gaeta tenia cercada el nuevo Rey. En Calabria, Gonzalo Fernandez andaba muy pujante, y de cada dia se apoderaba de castillos y de lugares, y traia muy apretado el partido de Francia. Sin embargo, los señores de Persi y de Aubeni se concertaron que el de Aubeni quedase en Calabria para hacer rostro á los españoles, y el de Persi con parte de la gente se fuese al principado para juntarse con el de Mompensier y hacer la guerra por aquella parte. Hízolo así, y de camino se le rindieron muchos lugares; junto á Eboli desbarató cuatro mil neapolitanos, que por órden del Rey le salieron al encuentro debajo la conducta del conde de Matalon. Con esta victoria ganaron los franceses tanta reputacion, que quedaron señores del campo sin hallar quien les hiciese rostro. Para juntar dineros acordaron de pasar á la Pulla y cobrar la aduana de los ganados, que es una de las mas gruesas rentas de aquel reino. Tenia el Rey á la sazon divididas sus gentes en diversas partes, y él estaba en Benevento, de donde por impedir aquel daño pasó hasta Fogia. Acudiéronle el marqués de Mantua con las gentes de venecianos. Fabricio con seiscientos suizos que tenia en Troya pretendia hacer lo mismo. Atajáronles los franceses el camino y matáronlos casi todos; con que cobraron tanta avilenteza, que llegados delante de Fogia, presentaron al Rey la batalla. Rehusóla él por no tener junta su gente, dado que salió á escaramuzar con los contrarios, en que hobo prisioneros y muertos de ambas partes. Los franceses pasaron adelante por cobrar el aduana; parte cobraron ellos, parte el Rey, y otra se perdió, que no se pudo cobrar. Era de grande importancia rebatir por esta parte el orgullo de los franceses. Gonzalo Fernandez traia en buenos términos lo de Calabria, tanto, que tenia en su poder casi toda aquella provincia hasta la misma ciudad de Cosencia, y el castillo de aquella ciudad muy apretado. El señor de Aubeni en lo postrero de la Baja Calabria arrinconado sin ser parte para hacer resistencia; sin embargo, avisó el Rey á Gonzalo Fernandez que, pospuesto todo lo demás, se viniese á juntar con él por lo que importaba acudir á la cabeza de la guerra. Determinó hacello así; dejó en su lugar al cardenal don Luis de Aragon, primo hermano del Rey. Su padre fué don Enrique de Aragon, hijo natural de don Fernando el Primero, rey de Nápoles. Acudieron los villanos de la tierra para atajalle el paso, cosa que era fácil por la fragura de aquella tierra. Mas como quier que los españoles venian acostumbrados á pelear con los moros de las Alpujarras en lugares semejantes, cerraron con los villanos y hicieron en ellos gran matanza junto á un lugar de Calabria, llamado Muran. Alli se supo que muchos barones de la parte angevina alojaban cerca de allí en otro lugar, llamado Laino, con intento que tenian de dar socorro al castillo de Cosencia. Caminó toda la noche con su gente, y al amanecer se puso sobre el lugar. Entróle por combate con muerte de gran parte de aquella nobleza; otros fueron presos, que envió por mar al Rey, los principales el conde de Nicastro y Honorato de Sanseverino, hermano del príncipe de Bisiñano. Pusieron cerco los franceses sobre Jercelo, diez millas de Benevento; acudió el Rey y puso cerco sobre Frangito, que tenia guarnicion fran

cesa. Vino el campo francés al socorro á tiempo que los del Rey entraron la villa y la quemaron por no detenerse en el saco. Estuvieron los dos campos á vista el uno del otro en dos cerros con un valle de por medio, que ninguna de las partes se atrevió á pasalle. Iban de caida las fuerzas de los franceses, y sin embargo el Rey, habido su consejo, se resolvió en no dar la batalla sino muy á ventaja suya, y para esto dar lugar á que llegase Gonzalo Fernandez con su gente. El se apresuró, y si bien el de Mompensier salió para impedille el paso, no fué parte para ello. Andaba el Rey en seguimiento del campo francés, que ya rehusaba la batalla. Metiéronse los enemigos en Atela, por otro nombre Aversa, pueblo principal, y que era del príncipe de Melfi. No pudo el Rey impedir que los franceses no se apoderasen de aquella plaza. Púsose todavía con su gente sobre ella. Allí le halló Gonzalo Fernandez, y se junto con él el mismo dia de san Juan. Luego que llegó, miró la disposi cion de aquel sitio, y visto que lo hobo bien todo, 1.° de julio con su gente acometió la guarnicion que el enemigo tenia en defensa de los molinos, de que se mantenian los cercados. Hízolo con tal denuedo, que echados los suizos de allí, les rompió y desbarató los molinos. Fué tan grande la reputacion que con esto ganó, además de las victorias pasadas, que los mismos italianos le comenzaron á dar renombre de Gran Capitan; y así fué que los demás caudillos, llegado él, no parecian sus iguales, sino sus inferiores, y él como general de todos. Hobo en este cerco diversos encuentros; y los príncipes de Salerno y Bisiñano con los demás de su valía juntaban en sus tierras gente de á pié y de á caballo para esforzar su partido. Prestaron poco todas estas diligencias. El cerco se apretó de manera, que el de Mompensier y Virginio Ursino y el de Persi acordaron de rendirse á partido. Las condiciones fueron que si dentro de treinta dias no les viniese socorro de Francia, sacarian sus gentes del reino con sus bienes, armas y caballos, y rendirian todas las demás tierras, excepto Gaeta, Venosa y Taranto, que se reservaban, además de los lugares que tenian en su poder, el señor de Aubeni y el duque de Monte. Con esto se obligaba el Rey á dalles paso seguro por tierra y por mar. Todo esto se concertó por el mes de julio, y adelante se ejecutó como lo concertaron. En las escrituras que otorgaron es cosa notable que llaman á Gonzalo Fernandez y le dan el título ya dicho de Gran Capitan. Sin embargo, pocos de los franceses llegaron á su tierra; el mismo señor de Mompensier falleció en Puzol de su enfermedad; y aun con Virginio Ursino no se guardó lo capitulado; antes por orden del Papa fué preso con Juan Jordan, su hijo, y otros señores italianos. Mucho le pesó al Rey de no cumplir su palabra y lo que tenia jurado de ponellos en libertad; no se atrevió empero á desobedecer al Papa que con tanta resolucion se lo mandaba, cuyo sobrino el cardenal don Juan de Borgia, obispo de Melfi, diferente del otro del mismo nombre que queda ya nombrado, se halló en esta guerra por su legado; y el duque de Gandía vino por capitan de las gentes del Papa. Las cosas de Calabria con la partida del Gran Capitan se habian empeorado; por tanto, otro dia despues que se tomó el asiento con los franceses se partió la vuelta

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