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por cuanto diversas veces se hace mencion de los señores desta casa, será bien poner en este lugar su descendencia, cuyo principio tomarémos, no desde los tiempos muy antiguos, sino desde algunos años y no pocos antes deste en que vamos. Fernan Gutierrez de Sandoval, que dicen fué comendador mayor de Castilla, casó con doña Inés de Rojas, hermana de don Sancho de Rojas, arzobispo de Toledo. Deste matrimonio nació don Diego Gomez de Sandoval, primer conde de Castro y adelantado mayor de Castilla, caballero muy conocido por su valor y tambien por sus desgracias. Casó con doña Beatriz de Avellaneda; sus hijos don Fernando, don Diego, don Pedro, don Juan, doña María, doña Inés. Don Fernando, el mayor de sus hermanos y la cepa de su casa, casó con doña Juana Manrique, de la casa de los condes de Treviño, de do vienen los duques de Najara. Deste matrimonio nació don Diego Gomez de Sandoval, á quien el rey don Fernando dió título de marqués de Denia, estado que ya antes poseian sus antepasados. Casó con doña Catalina de Mendoza, de la casa de Tendilla y de Mondéjar; sus hijos don Bernardo, el que se dijo fué mayordomo del dicho rey don Fernando, en que sirvió hasta la muerte del mismo Rey, y aun adelante lo fué en Tordesillas de la reina doña Juana. Sus hermanas doña Elvira y doña Madalena. Casó el dicho don Bernardo con doña Francisca Enriquez; sus hijos don Luis, don Enrique, don Diego, don Fernando, y seis hijas. Demás destos tuvo fuera de matrimonio en una vizcaína, natural de Fuente-Rabía, donde algun tiempo residió el dicho Marqués, á don Cristóbal de Rojas y Sandoval, que por sus partes fué y murió arzobispo.de Sevilla. Hijo de don Luis, hijo mayor del marqués don Bernardo, fué don Francisco, conde de Lerma, que murió en vida de su padre; pero dejó á don Francisco Gomez de Sandoval, hoy duque de Lerma y cardenal de Roma, de quien se hablará en otro lugar. Don Fernando, el menor de los hijos del dicho Marqués, tuvo muy noble generacion, muchos hijos; entre los demás á don Bernardo de Rojas y Sandoval, cardenal y arzobispo benemérito de Toledo. Débele mucho su iglesia y su dignidad por la restitucion que le hizo del adelantamiento de Cazorla á cabo de tantos años.

CAPITULO VIII.

le

Que el duque Valentin fué preso y enviado á España. Tenian los venecianos diversas ciudades de la Romaña, de que se apoderaron luego que murió el papa Alejandro, y aspiraban á las demás. El duque Valentin, como quier que se viese desamparado del favor de la Sede Apostólica y no tuviese bastantes fuerzas para resistir á venecianos, contrató con el papa Julio que entregaria las fuerzas que se tenian por él. Hízose el asiento, y con este intento enviaron de comun acuerdo á Pedro de Oviedo, cubiculario que era del Papa, y que fuera ministro del Duque, con los contraseños para que aquellas fuerzas se le entregasen. El Duque era muy vario. Arrepintióse luego de lo concertado, y con trato doble escribió al alcaide que tenia en Cesena, que se llamaba Diego de Quiñones, que prendiese á Oviedo

y le ahorcase. Hízolo así. El Pápa tuvo esto por gran desacato, como lo era. Mandó detener al Duque en palacio hasta que con efecto se entregasen aquellas fuerzas, en especial las de Cesena, Forli y Bertinoro. Movióse de nuevo aquella plática, y el Papa ofreció de poner en libertad la persona del Duque luego que aquellas plazas se entregasen á sus nuncios. Entre tanto que esto se cumplia, acordaron estuviese detenido en Ostia en poder del cardenal don Bernardino de Carvajal. El mismo Duque pidió que así se hiciese, ca no se aseguraba en otra parte ni poder por los muchos y poderosos enemigos que tenia, que eran los principales Guido de Montefeltro, duque de Urbino, y el Prefecto, sobrino del Papa. Concertóse que el Papa, entregadas las fuerzas, le diese dos galeras para pasarse á Francia, y caso que no se entregasen, la persona del Duque se restituyese en poder del Papa. El Gran Capitan, luego que supo estos conciertos, envió á Ostia á Lezcano para que tratase con el Cardenal y le advirtiese que seria de grande importancia si pudiese persuadir al Duque se fuese á Nápoles, por excusar que aquel tizon no pasase á otra parte, de do hiciese mas daño, que á la verdad el duque Valentin tenia mejor que nadie entendidos y calados los humores de Italia; era temido de todos, y muy estimado de la gente de guerra, en especial de los mas atrevidos y arriscados. Ofreció el Cardenal de hacer sus diligencias. Con tanto Lezcano le entregó un salvoconducto que traia para el efecto del Gran Capitan. En este medio Cesena y Bertinoro se entregaron sin dificultad. El alcaide de Forli, que se llamaba Gonzalo de Mirafuentes, y era de nacion navarro, no quiso entregar aquel castillo si no le contaban quince mil ducados. El Duque, por verse libre, especial que supo trataban sus enemigos de matalle, libró en Venecia aquella suma de dineros. Con tanto, el Cardenal le puso en su libertad, y él á su persuasion, dejado el camino de Francia, se fué á Nápoles y se puso en poder del Gran Capitan. Recibióle él muy bien y regalóle. Sin embargo, como era bullicioso y inquieto y tenia tanto crédito con la gente de guerra, luego que llegó á Nápoles, trató de enviar gente y dinero para defender el castillo de Forli, que aun no estaba entregado. Tramaba otrosí en un mismo tiempo por diversos caminos de apoderarse de Pomblin y de Perosa y aun de Pisa, dado que estaba en la proteccion del rey Católico, y de Nápoles para su defensa se le enviaria gente de á pié y de á caballo. Comenzó asimismo á sonsacar las compañías de alemanes y españoles que residian en el reino de Nápoles, con muchas ventajas que les ofrecia. Supo el Gran Capitan estas tramas; hizo las prevenciones necesarias para que no fuesen adelante y atajar aquel mal. El Duque mandó poner caballos en sus parajes para salirse del reino por la posta muy arrepentido de aquella resolucion que tomó de ir á Nápoles, principalmente cuando supo que dos dias despues de su partida de Ostia llegó á Roma el marqués del Final con órden que traia de atraelle al servicio del rey de Francia, y para esto ofrecelle partidos muy honrosos y aventajados. Para atajar todos estos deseños, que podian acarrear nuevos daños, el Gran Capitan mandó detener la persona del Duque en

Castelnovo, do estuvo á buen recaudo algun tiempo, si bien el Papa pretendia que se volviese á poner en la prision de Ostia ó en su poder, con color que el castillo de Forli no se entregaba como quedó concertado. Pero el Gran Capitan obró tanto, que para contentar al Papa alcanzó del Duque con buenas palabras que con cfecto hiciese entregar aquella fuerza. Para ejecutallo enviaron un camarero del Duque, llamado Artes, y don Juan de Cardona, enderezados al embajador Francisco de Rojas para que siguiesen su órden. Finalmente, aquella fuerza, bien que con alguna dilacion, se entregó al Papa. Poco tiempo adelante el Gran Capitan acordó que don Antonio de Cardona y Lezcano llevasen al duque Valentin á España por quitarse de cuidado, y excusar las novedades que por su ocasion se pudieran intentar en Italia. De la prision del Duque y de envialle á España se dijeron muchas cosas; los mas cargaban la fe y palabra del Gran Capitan, y aun el rey Católico al principio estuvo muy dudoso, Y le pesó que se hobiese empeñado en negocio semejante. Los daños que pudieran resultar, si el Duque estuviera en libertad, fueran notables; por esto mas quiso el Gran Capitan, como tan prudente que era, tener cuenta con lo que convenia para el bien comun, sin hacelle agravio, que con su fama ni con lo que las gentes podian imaginar ni decir. Resolucion que los grandes príncipes deben tener en sus pechos muy asentada, obrar lo que conviene y es justo, sin mirar mucho á la fama y qué dirán. Mucho sintió el rey de Francia la prision del Duque por la falta que hacia en sus cosas; y luego que le avisaron de su ida á España, dijo: De aquí adelante la palabra de españoles y la fe cartaginesa podrán correr á las parejas, pues son del todo semejables. Tratábase en esta sazon por el rey y reina de Navarra con una solemne embajada que sobre ello enviaron á Castilla que Enrique de Labrit, su hijo, príncipe de Viana, casase con doña Isabel, hija segunda del Archiduque. Los Reyes Católicos dieron oidos al principio de buena gana á esta demanda; y parecia medio conve niente para asegurarse de aquella parte de Navarra que tanto cuidado les daba; tanto mas, que poco despues falleció en Medina del Campo doña Madalena, infanta de Navarra, puesta como en rehenes de las alianzas que los años pasados concertaron entre sí los reyes de Castilla y los de Navarra. Don Juan Manuel, embajador del rey Católico acerca del Emperador, por mandado del Archiduque y por su órden vino á Flándes. Adelante tuvo con aquel Príncipe gran cabida, y de presente se ordenó que todos los negocios de España se le comunicasen; acuerdo que dió mas contento al Emperador, que pensaba por su medio componer algunas diferencias que con su hijo tenia, que al rey Católico, que pretendia viniese don Carlos, su nieto, á España por muchas razones y convenientes que para ello representaba. El César y su hijo entretenian su venida por el deseo que tenian que se efectuase el casamiento con Claudia, hija del Francés, de antes tan tratado, por parecelles este camino el mejor para componer todas las diferencias que entre España, Francia y Borgoña andaban. Demás que el rey de Francia ofrecia que los estados de Orliens, Bretaña, Milan y Bor

goña los jurarian como legítimos sucesores, y para seguridad de todo ofrecia las prendas que pareciesen necesarias. La Reina, madre de la novia, mas se inclinaba á que casase con Francisco Valoes, duque de Angulema, que sucedia en aquel reino; y ningun medio bastaba para asegurar bastantemente que hobiese de permitir, hecho rey, se desmembrasen de aquella corona tantos y tales estados, si no era que desde luego se entregasen en poder de los desposados, de que no se podia tratar.

CAPITULO IX.

Que los poderes del Gran Capitan se reformaron.

En medio de tanta prosperidad y honra como el Gran Capitan tenia ganada, no le faltaron sus azares y borrascas, por ser cosa natural que tras la bonanza se siga la tempestad, y muy ordinario que los particulares armen lazos de calumnias y de envidia á los que les van delante, y que los príncipes paguen con ingratitud los servicios de los hombres valerosos, especial cuando son tan grandes que apenas se pueden bastantemente recompensar. Miranlos como deudas pesadas, y huelgan de hallar ocasion para alzarse con la paga. No era posible satisfacer á todos los que en aquella guerra sirvieron, especialmente que cada cual se adelanta y engaña en estimar sus cosas y servicios mas de lo que son. Estos formaron grandes quejas contra el Gran Capitan, y por ellas acudieron al rey Católico, quien con sus personas, quién por memoriales que enviaron á España, que hallaron mas entrada de la que fuera por ventura razon. Los capítulos que le pusieron fueron muchos, los mas notables eran: lo primero que ayudó al cardenal Julian de la Rovere para que saliese con el pontificado, por lo menos que tuvo noticia que se trataba por cartas que se tomaron y por una firma en blanco que el dicho Cardenal le envió con grandes promesas de acudir al servicio del rey Católico, y en particular del interese de su persona, que le prometia muy grande si salia con su pretension. La verdad en esto era que él pretendió saliese papa el cardenal don Bernardino de Carvajal, y el embajador Francisco de Rojas el de Nápoles, que era no menos francés que el de la Rovere, porque le prometió, segun se dijo, de dalle el capelo. Como no salió el uno ni el otro, sino el que menos era á propósito para las cosas de España, tuvieron ocasion los maliciosos de cargar al que por ventura no tuvo parte alguna en aquella eleccion. El segundo cargo era que la gente de guerra hacia muchos desafueros y que no eran castigados, por donde la nacion española era muy aborrecida en aquel reino, de que se podia temer algun desman. Respondia el Gran Capitan : Que él no podia alabar aquella gente de religiosos, pues los mas eran tales, que por sus delitos no los podian sufrir en España, y les fué forzado desembarazalla; todavía que la principal causa de sus desórdenes era no tenellos pagados, y que antes era maravilla cómo en tantos trabajos, hambre y desnudez estuvieron tan obedientes, en particular en el Garellano y sobre Gaeta, sazon en que llegaron á debérseles catorce pagas, sin que ningun motin se levantase; sin embargo, que si hacian algun desafuero eran casti

de la justicia queria se redujese á los términos que solia tener, y que Juan Bautista Espinelo no usase del oficio de conservador por ser aquel nombre muy odiado en aquel reino. Finalmente, que se abstuviese de entremeterse en otras cosas sino en aquellas que tocaban al cargo de virey. Esto postrero sintió mucho el Gran Capitan, que al que conquistó aquel reino con tanta reputacion y gloria de España redujesen á las reformaciones y ordenanzas ordinarias y que atasen las manos al que con tanta fatiga les ganó victorias tan señaladas. Agravióse otrosí grandemente que la tenencia de Castelnovo, que él tenia dada á Nuño de Ocampo, se mandase dar á Luis Peijo sin dalle parte dello, que fué novedad y disfavor notable. Tratábase en Francia de mudar la tregua en paces. Tornóse otrosí á mover plática de la restitucion del rey don Fadrique, á que mas se inclinaba el rey Católico; pero á tal que el duque de Calabria casase con su sobrina doña Juana, la reina de Nápoles. El Francés queria que si este medio de la res. titucion se tomaba, el Duque casase con Germana de Fox, su sobrina, dado que le parecia mejor se volviese á lo del matrimonio de don Cárlos, hijo del Archiduque, con Claudia, su hija. Sobre todo hacia mucha fuerza en que los españoles saliesen de Nápoles y el reino se pusiese en tercería y en poder del Archiduque. En estos tratados se gastaron algunos meses. El de Francia queria dejar aquellas diferencias en manos del Papa. El rey Católico venia en que con el Papa juntasen el colegio de los cardenales. En fin, en ningun medio se conformaban, ¿mas cómo podian? La mayor dificultad que se ofrecia para tomar cualquiera destos medios era la restitucion que se habia de hacer á los angevinos, ca el rey de Francia por escritura pública que otorgó á los príncipes de Salerno, Bisiñano y Melfi, cuando vencidos y despojados vinieron á su corte, se obligó que no se harian paces con España en ningun tiempo sin que primero les fuesen vueltos sus estados. Anduvieron demandas y respuestas. Por conclusion, como quier que no se hacia nada en aquello, y por otra parte llegó nueva que Pisa tenia alzadas banderas por España, indig nado el rey de Francia desto, mandó despedir de su corte á los embajadores Gralla y Antonio Augustin. Visitaron ellos á la Reina y al Legado; otro día con el rey don Fadrique pasaron muchas razones en que le aseguraron de la buena voluntad que el rey Católico tenia á sus cosas; que por lo que pasaba podia entender quién era la causa y por quién quedaba que no volviese á su reino. Hecho esto, se salieron de aquella corte á los 26 de agosto camino de España.

gados, sin permitir algun insulto que no llevase su pago; que acudir á todo en tiempo de guerra era imposible, y mas enfrenar las lenguas de tanta diversidad de gentes. Cargábanle en tercer lugar que se tenia poca cuenta con la hacienda del Rey, y que por poco recado se desperdiciaban y robaban grandes sumas de dineros, pues ni las rentas reales, que eran muy gruesas en aquel reino, ni las confiscaciones, que eran muchas y grandes, y todas aplicadas para los gastos de la guerra, no bastaban para pagar á la gente; sobre todo, le cargaban que no se hallaba cuenta del dinero que se le remitió de España. Mas esta culpa era de Francisco Sanchez, despensero mayor del Rey, y de otros oficiales en cuyo poder entraba el dinero y por cuya mano se gastaba. Las rentas reales de Nápoles en limpio no pasaban de cuatrocientos y cincuenta mil ducados, y en solas las pagas de la gente se gastaron en un año pasados de ochocientos mil ducados. De las confiscaciones no se pudo sacar tanto dinero á causa de las gratificaciones y mercedes que forzosamente se hicieron á tanta gente principal como sirvió en aquella guerra. De que resultaba otro cargo con el Gran Capitan, y el mayor de todos y que mas se sentia, es á saber, que repartia pueblos y estados y tenencias como si en efecto fuera dueño de todo; que enviaba al Papa suplicaciones para proveer las iglesias á quien le parecia; cosas que todas pertenecian al Príncipe, y no al que tenia su lugar. Por otra parte, decian no ejecutaba las mercedes que el Rey hacia, como á Juan Claver, que no le dejaba tomar posesion del estado de Alonso de Sanseverino, de que el Rey le hizo gracia. Lo mismo en otros órdenes particulares que se le enviaban no los obedecia ni ejecutaba. Que si las cosas no daban lugar á ello, por lo menos debiera dar cuenta y razon de las causas y motivos que para suspendellos tenia. La verdad era que en esto pudo tener algun descuido el Gran Capitan, y como su buen pecho y mucha lealtad le aseguraba, por ventura se extendió mas de lo que la malicia de los tiempos sufria y la condicion de los príncipes, que quieren se cumpla enteramente su voluntad y que se les dé cuenta de todo; en fin, no hay hombre que no tenga faltas. Estos capítulos encarecieron mucho los coloneses, y en particular Próspero Colona, que se partió para España con intento de quejarse al Rey de los agravios que pretendia recibió y alcanzar que se mudase el gobierno por razones que representaba para que se enviase otro en lugar del Gran Capitan. Lo que mas sentía era que Bartolomé de Albiano tuviese mejor conducta que él ni su primo Fabricio Colona y que se le hiciesen mas ventajas. El Gran Capitan en esto aconsejaba al Rey que enviase contento á Próspero cuando volviese, mas que fuese sin agravio de los Ursinos, por lo mucho que importaba conservar en su servicio aquellas dos casas. En suma, las quejas contra el Gran Capitan menudeaban. Pasaron tan adelante, que el Rey se determinó envialle un caballero, criado de la Reina, llamado Alonso Deza, para avisalle de todos estos cargos que le hacian, encargalle y mandalle que en adelante se proveyese que la hacienda real fuese bien administrada, la gente de guerra reprimida, que mandaba sacar en buena parte para servirse della en la guerra de Africa que pensaba hacer. La ejecucion

CAPITULO X.

De una liga que se hizo contra venecianos.

Una de las principales causas por que de Francia fueron despedidos los embajadores del rey Católico era porque no impidiesen la concordia que se trataba muy de veras de asentar entre el César y el Archiduque, su hijo, con el rey de Francia. Del cual intento fué bastante indicio que pocos dias despues de su partida se juntaron en Bles los embajadores de los dos príncipes padre y hijo, y á los 22 de setiembre concertaron en su

nombre con el rey de Francia una liga, que ellos llamaron verdadera y indisoluble amistad de amigo de amigo, y enemigo de enemigo. Las capitulaciones principales eran que el César no intentase ni emprendiese cosa alguna en el ducado de Milan ni en los estados de los señores de Italia confederados de Francia, antes que les perdonase todos los excesos que contra el imperio tenian cometidos despues que el rey Carlos pasó las Alpes hasta aquel dia; pero que si de allí adelante hiciesen lo que no debian, pudiesen ser castigados sin que el rey de Francia los defendiese. Que la investidura de Milan se diese dentro de tres meses al rey de Francia para sí y para sus sucesores, con cargo que por ella pagase al César docientos mil francos. Que el de Francia no tomaria con España algun asiento sobre el reino de Nápoles si no fuese con voluntad y consentimiento del César; y que caso que no quisiese el rey Católico concordarse, el César acudiria y daria ayuda al rey de Francia para recobralle. Que á los hijos de Ludovico Esforcia,'postrero duque de Milan, se diesen tierras y rentas en Francia cada y cuando que allá fuesen á residir. Item, que se volviesen sus bienes á los desterrados de aquel ducado, y el Rey los recibiese en su gracia. Señalaron cuatro meses para que el rey Ca=tólico pudiese entrar en esta amistad, con tal que renunciase desde luego en su nieto don Cárlos el reino de Nápoles con las condiciones tratadas otras veces, y que dentro de tres meses cada cual de las partes señaJase sus confederados para que se comprehendiesen en esta alianza. Fué cosa de maravilla y aun de mala sonada que ni el César ni el Archiduque nombraron al rey Católico entre los suyos; que dió ocasion á muchos de hablar y al Rey de desabrimiento. Esta confederacion se trató y concluyó muy en público. De secreto el mismo dia se asentó otra nueva liga de los tres príncipes susodichos y del Papa. La voz era para juntar las fuerzas contra las del Turco en defensa de la religion cristiana; el intento verdadero se enderezaba contra la señoría de Venecia para que cada cual de las partes recobrase con ayuda de los demás lo que venecianos les tenian ocupado injustamente, á lo que decian. La Sede Apostólica pretendia á Ravena, Servia, Faenza, Arimino, Cesena y otros lugares de Imola, de la mayor parte de los cuales se apoderaron venecianos despues de la muerte del papa Alejandro y prision del duque Valentin. El César queria recobrar á Rovereto, Verona, Padua, Vicencia, Treviso y el Friuoli, ciudades que pertenecian al imperio y casa de Austria. Del ducado de Milan tenian usurpadas á Bresa, Crema, Bergamo, Cremona y Geradada con todos sus territorios, en que el de Francia debia ser restituido. Grande borrasca y torbellino se armaba contra aquella nobilísima señoría. Muchos juzgaban que se les empleaba muy bien cualquiera desman por la atencion que siempre tenian á solo engrandecer y ensanchar su señorío. Avisóles Lorenzo Suarez de Figueroa destas tramas con intencion que se ligasen con España por lo que tocaba á las cosas del reino. El enemigo era poderoso, y el rey Católico se hallaba muy gastado, por cuyos libros se averiguó que hasta los 13 de octubre tenia remitidos para la guerra de levante en este segundo viaje pasados de

trecientos y treinta y un cuentos. Pero ellos ni acababan de creer lo de la liga ni de resolverse; antes conforme á su costumbre pretendian conservarse neutrales y estar á la mira para como los negocios se encaminasen seguir el partido que mejor les estuviese; mas ¿hay quien no lo haga así? Y aun en el mismo tiempo trataron muy de veras con el soldan de Egipto de impedir á los portugueses la navegacion de la India por el mar Océano y el trato de la especería, de que su república recebia perjuicio notable por quitárseles en gran parte el trato de Alejandría, en que consistia buena parte de sus riquezas. Para esto enviaron de secreto al Cairo un embajador y maestros que fundiesen artillería y labrasen navíos á nuestro modo; demás desto gran copia de metal para que todo se encaminase al rey de Calicut, donde es el mayor mercado de la especería de todo el oriente, y que con aquella ayuda echasen los portugueses de aquellos mares. Trataron otrosí con el rey Católico que en estas diferencias se interpusiese con los portugueses y los acordase; pero como era negocio de tanto interese, no se podia hallar camino para concordarse; así, con acuerdo del mismo Lorenzo Suarez, su embajador en Venecia, disimuló, y no quiso interponer su autoridad entre venecianos y portugueses; resolucion muy acertada y prudente.

CAPITULO XI.

Que el rey don Fadrique y la reina doña Isabel fallecieron.

Poco contento tenian los mas de los príncipes de suso nombrados, que tal es la condicion desta vida. El César pobre y poco avenido con su hijo. La Princesa, mujer del Archiduque, no tenia el juicio cabal. A la reina doña Isabel apretaba cierta enfermedad fea, prolija y incurable que tuvo á lo postrero de su vida, de que se decia acabaria muy en breve. Con su muerte se temian daños y revoluciones, por lo menos mudanza en el gobierno. El rey de Francia ¿qué reposo podia tener viéndose despojado de un reino tan principal que por tan suyo tenia? El rey don Fadrique no cesaba de revolver en su pensamiento trazas para volver á su casa y corona; de que resultó como quier que todos le faltasen y le entretuviesen con buenas esperanzas solamente, que, mal pecado, cargó sobre él tan mal humor, que enfermó de cuartanas y con ellas, de Bles, despues de partidos los embajadores del rey Católico, volvió á Turs, su residencia mas ordinaria. Afligíale verse pobre y de todos desamparado y en poder de sus mortales enemigos. Entendia que era imposible concordarse los dos reyes de Francia y el Católico, y que en lo de su restitucion no procedian con llaneza; antes por mostrar voluntad de lo que no pensaban hacer y por este modo engañar al mundo y entretenelle á él, ponia cada cual de las partes condiciones que sabian muy bien no se aceptarian por la otra parte; que todo era burlarse de su mala suerte y traelle al retortero. Lo que mas sentia era que en su hijo el duque de Calabria no se veia aquel valor y maña y virtudes que eran necesarias para salir del aprieto en que estaban ; y persuadíase que, muerto él, se acomodaria con el estado presente sin trabajarse mucho para pasar mas adelan¬

vase la mitad de los proventos que resultasen de las islas y tierra firme que tenian descubierta, sin otros diez cuentos que le mandó cada un año, situados en las alcabalas de los maestrazgos. Nombró por testamentarios al Rey y al arzobispo de Toledo y á don Diego de Deza, obispo de Palencia, Antonio de Fonseca y Juan Velazquez, sus contadores mayores, y á su secretario Juan Lopez de Lezarraga. No faltaron personas señaladas que no embargante esta disposicion de la Reina, aconsejaban al Rey se tuviese por legitimo sucesor de aquellos reinos, pues descendia por linea de varones de la casa real de Castilla; que este era camino mas derecho y mas firme que la via de la administracion. Que los pueblos le amaban mucho, y con quitar algunas gravezas y premáticas odiosas á la gente, ninguno de aquella corona le faltaria. El Rey, sin embargo, en este punto estuvo tan sobre sí, que con estar ofendido de su yerno en muchas maneras, y la Princesa tan impedida y tener el camino muy llano para apɔderarse de todo, el mismo dia que falleció la Reina salió á la tarde, y en un cadalalso que se armó en la plaza de aquella villa mandó alzar los pendones reales por doña Juana, su hija, como reina propietaria de Castilla, y por el rey don Filipe como su marido; alzó los estandartes el duque de Alba don Fadrique de Toledo. En las demás ciudades y villas en que se acostumbra alzar los pendones solo se nombraba la reina doña Juana, sin hacer memoria de su marido; lo mismo en los pregones y provisiones que por todo el reino se hacian, todo con fundamento que el Archiduque les debia primero jurar sus privilegios y leyes; señaladamente querian asegurar que en los consejos y audiencias y gobiernos y tenencias no se sirviese de extranjeros sino de naturales, como tambien la reina doña Isabel lo dejó expresado en su testamento. En este mes y en el siguiente de diciembre y aun mas adelante cargaron tanto las aguas, que los sembrados se perdieron, y se padeció grande hambre, así bien el año siguiente como el presente se padecia.

te. Sobre el cual sugeto á los postreros dias de su vida le escribió una carta larga y discreta, llena de avisos para que se supiese gobernar conforme al estado presente y aspirase con valor á mas, sin envilecerse con los deleites ni acobardarse por las dificultades que se representaban. Encomiendale que se muestre animoso y liberal y ejercite su cuerpo en obras militares y de caballería. Por estas razones se ve que á este Príncipe ni le faltó cordura ni ánimo; su desastrada suerte le redujo á aquellos términos, que como acontece á los desgraciados, le siguió, tanto que una noche se quemaron las casas en que posaba con tanta furia, que apenas él, su mujer y hijos se pudieron salvar desnudos. Este accidente le agravó la enfermedad, de que falleció en aquella ciudad á los 9 de noviembre. Dejó de su primera mujer una hija que tenia casada en Francia; de la segunda cinco hijos, es á saber, doña Isabel, doña Julia, don Alonso y don César, y el mayor don Fernando, duque de Calabria, que á la sazon que llegó la nueva de la muerte de su padre estaba en Medina del Campo, do la corte se hallaba. Mandó el Rey á Próspero Colona que de su parte se la llevase y le consolase, bien que el❘ mismo Rey se hallaba muy congojado por la dolencia de la Reina, que la traia muy al cabo. Daba ella mucha priesa para que el Archiduque y su mujer viniesen á España con toda brevedad; y Gutierre Gomez de Fuensalida, embajador en Flándes, hacia sobre ello grande instancia. Excusóse el Archiduque con la guerra que le hacia el duque de Güeldres. La verdad era que no gustaba de venir, y mostraba tener en poco la sucesion de tan grandes estados. Agravóse la enfermedad, y falleció la Reina en aquella villa á los 26 de noviembre. Su muerte fué tan llorada y endechada cuanto su vida lo merecia, y su valor y prudencia y las demás virtudes tan aventajadas, que la menor de sus alabanzas es haber sido la mas excelente y valerosa princesa que el mundo tuvo, no solo en sus tiempos, sino muchos siglos antes. Mandóse enterrar en Granada. Allí, porque la capilla Real no la tenian labrada como se pretendia hacer, su cuerpo se depositó en el Alhambra. Mandó que en su entierro y por su muerte nadie se vistiese de jerga como se acostumbraba; y desde aquel tiempo se desusó aquel luto tan extraño. En su testamento revocó algunas donaciones que en perjuicio de la corona real se hicieron mas por fuerza que de grado al principio de su reinado. Item, declaró que la donacion que se hizo á don Andrés de Cabrera y á su mujer del marquesado de Moya procedió de su voluntad por los servicios muy señalados que le hicieron. Nombró por su heredera á su hija la princesa doña Juana, y con ella al Archiduque, su marido. Pero por su poca salud y ausencia, en conformidad de lo que por Cortes dos años antes le suplicaron sus vasallos, mandó y ordenó que si la Princesa, su hija, por su ausencia ó por otro respeto no pudiese ó no quisiese entender en el gobierno de sus reinos, en tal caso el rey don Fernando tuviese la administracion dellos por su hija la Princesa hasta tanto que su nieto el infante don Cárlos fuese de veinte años cumplidos. Demás desto, mandó que ultra de la administracion de los maestrazgos que tenia por concesion de la Sede Apostólica, el rey don Fernando lle

CAPITULO XII.

De las diferencias que hobo sobre el gobierno de Castilla.

La muerte de la reina doña Isabel dió ocasion de disgustos y diferencias. El rey don Fernando, conforme á la cláusula del testamento de la Reina, pretenčia mantenerse en el gobierno de Castilla, atento que impotencia y enfermedad de la reina doña Juana, su lija, era muy notoria, hasta tenella en Flandes recogida. Para salir con este intento usó de dos medios: el uno fué escribir al rey archiduque, su yerno, y avisalle que no se le permitiria entrar en Castilla sin su mujer; que los del reino deseaban conocer por las obras si era falso el impedimento que se decia ó si daba lugar para poder gobernar y reinar; el otro fué que convocó Cortes del reino para la ciudad de Toro. Allí, á los 11 de enero del año 1505, Garci Laso de la Vega, comendador mayor de Leon, que presidia en las Cortes, los procuradores vieron la cláusula del testamento de la reina doña Isabel, que tocaba á la sucesion en aquellos sus reinos y á la administracion dellos; y conforme á

y

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