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el rey Católico eran don Bernardo de Rojas, marqués de Denia, don Gutierre Lopez, comendador mayor de Calatrava, Antonio de Fonseca y Hernando de Vega, que eran muy aceptos al Rey y de su Consejo. Estos eran de parecer que se debia impedir en todas maneras la entrada del nuevo Rey, si intentase de venir á Castilla antes de componer y asentar aquellas diferencias. El rey Católico se resolvia en esto, dado que se le hacia muy de mal usar de fuerza y tomar las armas contra sus hijos, y no se aseguraba que los pueblos llevarian bien que se usase de aquel término contra sus reyes naturales. Todavía al mismo tiempo que las cosas estaban para romper, el rey Archiduque se inclinó á que se diese algun corte en aquellos negocios, y pará ello envió poderes bastantes á sus embajadores. Conforine á esto, en 24 de noviembre se asentó en Salamanca concordia y amistad entre los dos reyes con las capitulaciones siguientes: que todos tres los dos reyes y la Reina juutamente gobernasen; y con las firmas de todos tres y en sus nombres se despachasen las provisiones y cartas reales, y al refrendallas se dijese: Por mandado de sus altezas; lo mismo se guardase en los pregones. Que luego que los reyes don Filipe y doña Juana llegasen á estos reinos, fuesen jurados por reyes y por gobernador el rey Católico, y don Cárlos por príncipe y sucesor en los reinos de Castilla, de Leon y de Granada. Item, que las rentas y servicios de los dichos reinos, pagados los gastos ordinarios y extraordinarios, se dividiesen en dos partes iguales, la una parte al rey Católico, y la otra para sus hijos. Lo mismo ordenaron se hiciese en los oficios, que se proveyesen por mitad; capítulo que extendian asimismo á las encomiendas de las tres órdenes, dado que la administracion dellas sin contradiccion pertenecia al rey Católico. Con estas condiciones se concluyó esta confederacion. Para cumplimiento de lo capitulado nombraron por conservadores al Papa y al César y á los reyes de Inglaterra y Portugal. Declaróse demás desto que si la Reina no quisiese entender en el gobierno, las provisiones se expidiesen en nombre de los tres y con las firmas de los dos reyes; y en caso de ausencia de cualquiera de los dos, los negocios se despachasen con la firma sola del uno. Enviaron á Flandes una copia de estas capitulaciones, que descontentaron al rey Archiduque y á los suyos; mas sin embargo, la concordia se aceptó y juró, ca el favor del rey de Francia era gran torcedor para los de Flándes, además que tenian por cierto que con su llegada á España todo se haria como fuese su gusto. Con esto soltaron al secretario Lope de Conchillos, que hasta entonces tuvieron en muy esquiva prision. Pregonóse esta confederacion en Salamanca á los 6 de enero, principio del año 1506, y dos dias adelante se hicieron á la vela desde Gelanda los nuevos reyes. El tiempo no era á propósito para meterse en el mar; cargó tan gran tormenta, que algunas naves se perdieron, y con las demás les fué forzoso tomar un puerto en Inglaterra, que se llama Weymouth. Con aquella ocasion se vieron los reyes don Filipe y el de Inglaterra en Windsor, do hicieron sus alianzas, y se concertó que Margarita de Austria, viuda del duque de Saboya, casase con el Inglés, y con María, hija del

mismo, don Carlos de Austria; casamientos que despues no se efectuaron. Entregó el Archiduque al Inglés el duque de Suffolck, que le tenia en su poder, y él se habia fiado de su palabra; extraña resolucion. En esto y en fiestas que se hicieron se detuvieron hasta por todo el mes siguiente que volvieron al puerto de Flamua para embarcarse. El rey Católico, luego que tuvo aviso de la tormenta que sobrevino á sus hijos en el mar, mandó recoger las mejores naves en las marinas de España para enviárselas, y por general á don Cárlos Enriquez de Cisneros, que por este mismo tiempo, junto con su mujer doña Ana de Sandoval, fundó el mayorazgo que hoy poseen los de su casa en Portugalete, los bienes en el arciprestazgo de San Roman, merindad de Saldaña, su hijo mayor Filipe Enriquez de Cisneros. Al tiempo que la concordia se asentó en Salamanca, escribió el rey Católico á don Juan Manuel que procurase con el rey Archiduque se olvidasen las cosquillas pasadas, y se reconciliasen las voluntades, como era razon y el estrecho deudo lo pedia. La respuesta que hizo á esta carta será bien poner aquí para que se conozca la libertad y viveza deste caballero: «Recebi la »>de vuestra alteza, y cumpliré lo que en ella me man>>da, que es procurar cuanto en mí fuere que los dis»gustos se olviden, y la concordia asentada vaya ade>>lante; pues no se puede negar sino que de tal escuela >>como la de vuestra alteza, y tales discípulos como los »reyes, todos esos reinos recebirán mucho bien. Lo cual >>Dios y mi conciencia son buenos testigos he siempre »>procurado con todas mis fuerzas, si bien algunos, y »por ventura vuestra alteza, por el mal tratamiento »>que se me ha hecho, podrá haber juzgado diversa>>mente; pero no se pueden enfrenar las lenguas ni >>los juicios, ni yo pretendo por este oficio algun galar»don. Bastaríame que mis servicios y fatigas pasadas >>no estuviesen puestos en olvido de la manera que es>>tán; que me parece por mi vejez y por la poca cuenta »>que dello se tiene que vuestra alteza no quiere pagar >>en este mundo sino en oraciones para cuando esté en »el otro. La cual paga yo no pretendo, pues muchas >>veces he oido decir que un príncipe puede llevar sus »>ministros al infierno, y nunca que algun rey, aunque >>sea tan cristianísimo como el de Francia, haya sacado "algun privado suyo del purgatorio. Yo por esto no de»jaré de hacer lo que debo ni de suplicar á vuestra ⟫alteza para que la concordia sea mas firme que en lo »>que della queda por declarar use de la bondad y pru>>dencia que suele en todas sus cosas.»

CAPITULO XVII.

Que el rey Católico se casó segunda vez.

Envió el rey Católico sus embajadores para dar aviso á los príncipes que se nombraron por conservadores de la concordia que asentó con el Rey, su yerno; en particular hizo recurso al rey de Portugal don Manuel para entender lo que tendria en él si todavía no se guardase lo capitulado. Respondió por palabras generales y secamente por tener trabada estrecha amistad con el rey don Filipe; para cuyo recebimiento, que se entendia desembarcaria en el Andalucía y pensaba ha

con

ría escala en alguno de sus puertos, se apercibió con grande cuidado, y hacia labrar mucha plata, ora fuese para festejalle, ora para se la presentar, dado que la peste le tenia puesto en cuidado, que cundia por su reino y picaba en Santaren. Por esto de Almerin do estaba se fué á Abrantes, pueblo asentado en un altozano, y que goza de aires limpios. Allí parió la Reina, á 3 de marzo, al infante don Luis, príncipe que fué de gran valor, señalada virtud y piedad, especialmente á lo postrero de su vida, que no fué larga. Verdad es que en su mocedad de una mujer baja tuvo un hijo bastardo por nombre don Antonio, que fué prior de Ocrato, famoso asaz á causa que por la muerte de su tio el Rey y cardenal don Enrique los años adelante se llamó rey de Portugal, y fué á su patria ocasion de grandes males. Bautizaron el Infante al octavo dia de su nacimiento; los padrinos el duque de Berganza y el conde de Abrantes, la madrina la duquesa de Berganza la vieja. Esta alegría se aguó con un alboroto que se levantó en Lisboa muy grande por una causa ligera. En la iglesia de Santo Domingo estaba un crucifijo que sobre la llaga del costado tenia puesto un viril. Los que oian cierto dia allí misa pensaron que el resplandor del vidrio era milagro. Contradíjolo uno de los que allí se ballaron, nuevamente convertido del judaismo, palabras algo libres. El pueblo, como suele en semejantes ocasiones, furioso y indignado que tal hombre hablase de aquella manera, echaron mano dél, y sacado de la iglesia, le mataron y quemaron en una hoguera que allí hicierou. Acudióles un fraile de aquel monasterio, que hizo al pueblo un razonamiento en que los animó á vengar las injurias que los judíos hicieron y hacian á Cristo; que fué añadir leña al fuego yacuciar á los que estaban furiosos para que llevasen adelante su locura. Apellidáronse unos á otros, arremeten á las casas de los conversos, llevaban una cruz delante dos frailes de aquella órden como estandarte. La furia fué tal, que en tres dias que duró el alboroto dieron la muerte á pasadas de dos mil personas de aquella nacion; y aun á vueltas por yerro ó por enemistades fueron muertos algunos cristianos viejos. Acudieron flamencos y alemanes de las naves que surgian en el puerto á participar del saco que en las casas se hacia. Tuvo el Rey aviso deste desórden: envió á Diego de Almeida y á Diego Lopez para que hiciesen pesquisa sobre el caso. Los dos frailes caudillos de los demás fueron muertos y quemados, y sin ellos justiciados otros muchos. Los extranjeros, alzadas velas, escaparon con la presa que llevaban muy gruesa. Por esta manera se alteró y sosegó aquella nobilísima ciudad; que tan fáciles son los remedios como ligeras las causas de alborotos semejantes. En Castilla por una parte se esperaba por horas la venida de los nuevos reyes, por otra se festejaban las bodas del rey Católico y de doña Germana. Fueron desde Salamanca á Fuente-Rabia á recebir y acompañar á la novia el arzobispo de Zaragoza y otras nobles dueñas y caballeros. El Rey y con él las reinas de Nápoles madre y hija y el duque de Calabria, sin otros muchos señores, fueron otrosí á Valladolid, y dende á Dueñas. Allí á los 18 de marzo se hicieron las velaciones. Era la Reina sobrina del rey

Católico, nieta de su hermana doña Leonor, reina que fué de Navarra. Dispensó el Papa, aunque con dificultad por la contradiccion que el César y su hijo hicieron. Venian en compañía de la Reina Luis de Amboesa, obispo de Albi, Hector Piñatelo y Pedro de Santandrea por embajadores de Francia. Venian asimismo los príncipes de Salerno y Melfi y otros muchos barones angevinos con deseo de tomar asiento en sus cosas. Con todo este acompañamiento luego otro dia despues que las bodas se hicieron, dieron los reyes la vuelta para Valladolid. El Rey en aquella villa hizo solemne juramento en presencia de gran número de prelados y de señores, y se obligó por sí y por sus sucesores de cumplir y guardar todo lo contenido en los capítulos de la paz y concordia que tenia asentada con Francia. Algunos dias despues los barones angevinos por sí y en nombre de los ausentes hicieron pleito homenaje al Rey y Reina como á verdaderos y legitimos reyes de Nápoles. Acabadas las fiestas, el Rey se partió para Búrgos con intento de recebir á los nuevos reyes, que pensó aportarian á Laredo ó á alguno de los puertos de aquella costa. Iban en su compañía los arzobispos de Toledo y Sevilla, el duque de Alba, Condestable y Almirante, y el conde de Cifuentes, todos dispuestos, á lo que mostraban, á procurar que lo que la reina doña Isabel dejó establecido acerca del gobierno de aquellos reinos se guardase. Era el rey Católico llegado á Torquemada, cuando le vino aviso que los reyes, sus hijos, desembarcaron en la Coruña, que fué á los 28 de abril. La causa de llegar tan tarde fué que en Inglaterra se detuvieron mucho, primero en las vistas con aquel Rey y fiestas, despues en esperar tiempo en el puerto de Flamua, en que estuvieron detenidos muchos dias. Desembarcaron en la Coruña, por estar el rey don Filipe persuadido que le convenia entrar en Castilla lo mas léjos que pudiese de donde el Rey, su suegro, se hallase, con intento de saber en su ausencia lo que en los grandes y pueblos tendria, para acomodarse y acomodar las cosas segun la disposicion que hallase y la manera que le acudiesen; ca resuelto venia de no pasar por las capitulaciones de la concordia hecha en Salamanca, si no fuese á mas no poder. Esto le aconsejaba don Juan Manuel, y por lo mucho que con él podia se lo persuadió; y aun pretendió con este intento llevalle á desembarcar al Andalucía, y lo hiciera, si el tiempo diera lugar. Por este tiempo Gonzalo Mariño de Ribera, alcaide y capitan de Melilla por el duque de Medina Sidonia, por trato se apoderó de la villa de Cazaza, que está situada en el reino de Fez con un buen puerto á cinco leguas de Melilla; la cual villa, como era razon, quedó en poder del mismo duque de Medina.

CAPITULO XVIII.

Que el rey Católico procuró verse con el rey Archiduque.

La venida del rey don Filipe, que debiera ser causa de contento y sosiego universal, pudiera reducir las cosas á total rompimiento, si la prudencia y sufrimiento del rey Católico no supliera las faltas y apagara este fuego de desabrimientos que se emprendia por todas partes. Los humores y trazas de los dos re

yes erán diferentes, y aun de todo punto contrarios. Luego que llegó el rey don Filipe, envió á requerir á los condes de Benavente y Lemos y otros señores de Galicia, y á los grandes de Castilla para que se declarasen por sus servidores y parciales; lo cual ¿qué otra cosa era sino comenzar á sembrar disensiones y alborotos en lugar de paz? Como vió que esta primera diligencia le sucedia á su propósito, y que comenzaban con gran voluntad á declararse por él muchos, lo segundo que hizo fué declararse que no estaria por la concordia que se asentó en Salamanca. Comenzó otrosí á desfavorecer á los criados del Rey, su suegro, en tanto grado, que un dia habló á don Pedro de Ayala, y le avisó que advirtiese que si bien disimuló lo que en Flandes y Inglaterra trató en deservicio suyo, que de alli adelante no lo sufriria; que pues era su vasallo, mirase cómo se gobernaba. A los alcaldes y alguaciles de corte que por órden del rey Católico vinieron á la Coruña á servir sus oficios, como era razon, despidió, y no se quiso servir dellos por imaginar que su suegro le queria poner en su casa y corte oficiales de su mano. Venia muy advertido de no sufrir tutor alguno ni padrastro como decia don Juan Manuel. Los suyos publicaban grandes quejas contra el rey Católico, y la mas grave era sobre el casamiento con la reina doña Germana y las condiciones dél, en que decian hizo grave daño á sus hijos y nietos por desmembrar el reino de Nápoles; en que parece tenian alguna razon, por lo menos aparencia della, si su mal término no pusiera en necesidad al rey Católico de valerse por aquel camino del rey de Francia y sacar un clavo con otro. Por el contrario, luego que el rey Católico tuvo aviso de la venida de sus hijos, envió á don Ramon de Cardona y á Hernando de Vega á visitallos de su parte, y él mismo dió la vuelta camino de Leon para ir en persona á verse con ellos, si bien reparó en Astorga hasta saber su voluntad. Al marqués de Villena, que era llegado á Búrgos con grande acompañamiento, y al duque de Najara, que juntaba sus deudos y mucha gente para ir en son de guerra á la Coruña, avisó dejasen aquel camino, y fuesen con su acompañamiento ordinario; que semejantes asonadas y juntas siempre fueron prohibidas, y al presente no eran necesarias, pues todos iban de paz. Con su yerno hizo instancia por medio de don Pedro de Ayala para que despidiese dos mil alemanes que traia en su compañía; recelábase que aquella novedad no fuese ocasion de que los naturales se ofendiesen y escandalizasen. Por otra parte, envió á su secretario Almazan para que se juntase con don Ramon y Hernando de Vega, don Pedro de Ayala y Gutierre Gomez de Fuensalida, sus embajadores, para concertar las vistas con sus hijos, que deseaba él mucho abreviar, y los del rey don Filipe las dilataban cuanto podian. Tratóse que se viesen en Sarria primero, despues en Ponferrada; ningun lugar empero contentaba á los que las aborrecian, ni á don Juan Manuel, que todo lo meneaba, y se recelaba mucho que si los dos reyes se viesen, por ser el uno muy sagaz, y el otro muy fácil, además del deudo y sangre y respeto de padre que suele allanar grandes dificultades, muy fácilmente se concertarian, que era lo que sobre todo aborrecia y desviaba, tanto, que un dia

dijo á don Pedro de Ayala que el rey Católico se desengañase de tres cosas, sobre que al parecer armaba grande edificio: la primera, que en las vistas no se trataria de negocio alguno; la segunda, que serian en el campo, y no con igual acompañamiento, antes con grande ventaja de gente de parte del Rey, su hijo; la tercera, que el rey Católico no hiciese fundamento en el favor de la Reina, su hija, porque no se daria á ello lugar, y se hallaria burlado. Tornaron de nuevo á acometer á don Juan Manuel con grandes ofrecimientos para él y para sus hijos; su brio era tan grande, que no fué de efecto alguno. Era esto en sazon que en Valladolid por el mes de mayo falleció Cristóbal Colon, almirante de las Indias, primer descubridor del Nuevo Mundo. Por otra parte el marqués de Villena y conde de Benavente y el duque de Najara eran llegados á la Coruña, y cada dia se juntaba mas gente y venian mas señores, como el duque de Béjar, los marqueses de Astorga y de Aguilar y Garci Laso de la Vega, y últimamente el duque del Infantado, con que á los parciales del rey don Filipe crecia mas el ánimo para pretender aventajar su partido. El rey Católico se detuvo en Astorga hasta los 15 de mayo. Desde allí se partió para el Ravanal con intento de irse á Santiago y que allí fuesen las vistas. Algunos de su Consejo eran de parecer que no se apresurase, porque con la tardanza, como suele acontecer en las trazas mal encaminadas, se descubriria la hilaza, y resultarian tales desabrimientos de los grandes entre sí y con los privados de aquel Príncipe, por su graude ambicion y deseo que cada cual llevaba de gobernallo todo, que el nuevo Rey se veria presto en tales dificultades y aprietos, que le harian entender mal su grado la necesidad que tenia de ser ayudado y aconse jado de su suegro. En este estado se hallaban las cosas de Castilla, que fuera de rompimiento no podia ser peor. Los potentados de Italia y las otras naciones estaban á la mira de lo que resultaria de la venida del rey don Filipe; parecia á todos que por lo menos el rey Católico, que era tan temido, desta hecha quedaria descompuesto y sin fuerzas. Movíales mucho á pensar esto, entre otras cosas, ver que el Gran Capitan, contra el órden de su Rey se entretenia en Nápoles, y no acababa de arrancar, y por su gran valor y prudencia pensaban que no carecia esto de algun grande misterio; mas el Gran Capitan, advertido destas sospechas, envió delante sus caballos y recámara y juntamente á Pedro Navarro para que le descargase con el rey Católico y le diese informacion de todo y las causas verdaderas por que se detenia, que era dejar en órden los presidios y contentar la gente de guerra, que andaba alborotada por falta de dinero. Por el contrario, J Juan Bautista Espinelo se partió juntamente para España para dar quejas contra el Gran Capitan y poner dolencia en todo lo que hacia, intento que era fácil por tener cabida y crédito con el rey Católico. La calumnia á las veces tiene mas fuerza que la verdad, á lo menos sus primeros encuentros son muy bravos. Así las cosas se pusieron en términos, que el rey Católico se resolvió en todas maneras de sacar de Nápoles al Gran Capitan. El negocio llegó tan adelante, que tuvo nombrado y despachado á su hijo el arzobispo de Zaragoza

para que con toda brevedad fuese á tomar el cargo de aquel reino. Por otra parte con Juan Lopez de Vergara, secretario del Gran Capitan, le envió una cédula en que le prometia debajo de juramento y de su real palabra de dalle luego que llegase á España el maestrazgo de Santiago. Parecia á muchos que para engañalle; porque, por el contrario, dió órden á Pedro Navarro, á quien diera el condado de Olivito, y de quien hacia mucha confianza, que fuese en compañía del Arzobispo y con su buena traza y valor le prendiese dentro de Castelnovo; extraña resolucion, que desbarató Dios porque no se descompusiese por este modo un caballero que era la honra de España. La causa de mudar parecer y templarse fué una carta que á la sazon llegó del Gran Capitan en que con muy discretas razones, y sobre todo con la verdad, que al cabo tiene gran fuerza para convencer, aseguró al Rey y le juró como cris=tiano y hizo pleito homenaje como caballero de guardalle toda lealtad, y en cualquiera ocurrencia acudille y tener en su nombre aquel reino. Sin embargo, prometia que seria muy presto en España, con que sosego por entonces esta nueva borrasca, de que podian resultar grandes males.

CAPITULO XIX.

Que el rey Católico mandó juntar gente para poner á su hija en libertad.

Apenas los grandes y señores llegaron á la Coruña, cuando entre ellos mismos nacieron competencias y re

nian muy retirada sin dar lugar que persona alguna la viese, el cual cargo era verdadero, que el rey Católico con este color despachó sus cartas á diversas partes para apercebirse de gente en caso que llegasen á rompimiento; y aun el duque de Alba tenia levantado golpe de gente en el reino de Leon para acudir al rey Católico; que solo entre todos los grandes se tuvo siempre por él, si bien veia el peligro que sus cosas corrian por esta causa, y que todos desamparaban al rey Católico; hasta el mismo Condestable, que era su yerno, y el Almirante, que era su primo, acordaron que les estaba mejor acudir al rey don Filipe y hacelle compañía. No se contentó el rey Católico con intentar de hacer juntas de gentes en Castilla, sino que despachó un caballero aragonés, por nombre Jaime Albion, para dar cuenta de todo lo que pasaba al rey de Francia y le pedir que por medio del duque de Güeldres y obispo de Lieja diese á su yerno guerra en Flandes, para con este torcedor hacer se humanase mas en lo que tocaba á Castilla y á las diferencias que con él tenia. Sin embargo de todo esto, se continuaba la plática de las vistas. La resolucion se dilataba. El rey don Filipe se determinó de salir de la Coruña la via de Santiago. Las compañías de los alemanes marchaban delante con su artillería tan en órden como si entraran por tierra de enemigos y de conquista. Aquel mismo dia, que fué á los 28 de mayo, partieron el rey Católico y la Reina para Betanzos. Estaba don Alonso de Fonseca, arzobispo de Santiago, declarado de parte del rey Católico tanto como el que mas; por esta causa los del rey Ar

puntas, y con los flamencos envidias y poca conformi-chiduque no vinieron en que allí fuesen las vistas, ni se

dad. El marqués de Villena se adelantaba á los demás, y como mayordomo mayor, cuando el rey don Filipe oia misa, se ponia junto á la cortina de la una parte, y de la otra monsieur de Vere, como mayordomo mayor por Flandes. En las vistas de los reyes no se concordaban; los castellanos pretendian impedillas porque los reyes no se concertasen; los flamencos, como gente mas sin doblez, juzgaban que seria bien se viesen sin dar lugar á tantos misterios. El que mas en esto se señalabay insistia era el señor de Vere, bien que los maliciosos entendian que lo hacia por la envidia que tenia á don Juan Manuel y á su privanza con aquel Príncipe, dado que él daba mas muestras de descontento en esta sazon que de privanza, y con la ida de tantos grandes andaba como turbado y deslumbrado, y parecia temer no le echase alguno el pié adelante y le hiciese caer. En lo que todos se concordaban era en dar quejas del rey Católico; quién tenia por cosa grave que quisiese llevar la mitad de las rentas reales, y no trajese á particion lo que rentaban los maestrazgos; quién encarecia que ¿cómo se podian sufrir tres reyes en Castilla? Y aun don Juan Manuel mostraba una escritura otorgada en Francia en que el rey Católico se intitulaba rey de Castilla; quién extrañaba que las fortalezas y guardas se tuviesen en nombre del rey Católico, sin que el rey don Filipe en mucho tiempo pudiese proveer ninguna de aquellas plazas, y que él mismo continuase á proveer corregidores en diversas ciudades. Sobre todo extrañaban que hacia levas de gente con voz de poner en libertad la Reina, su hija, ca por su indisposicion la te

quisieron detener allí mucho, antes tomaron la via de Orense, que era torcer el camino, y el rey Católico reparó en Villafranca. Entonces el rey don Filipe envió á decir al Rey, su suegro, que si le enviase al arzobispo de Toledo con poderes, esperaba se asentarian bien y á gusto los negocios. Hízose así, y el Arzobispo trabajó lo que pudo para concordar las diferencias; pero poco se hacia por la contradiccion que halló en los grandes, á quien pesaba que aquellos principes se concertasen. El rey Católico de Villafranca se pasó á la Bañeza, y de allí á la Matilla en sazon que muchos de los prelados y de los caballeros que iban con él le dejaron, inducidos por los grandes que se mostraban muy declarados contra él. Esta soledad y desamparo hizo que el rey Católico perdiese la esperanza de poder resistir, si las diferencias llegaban á rompimiento; así, procuró por cualquier manera concertarse con su yerno. Con este intentó le escribió una carta en que le pedia que sin dar lugar á mas pláticas y malicias tuviese por bien que se viesen. Lo que respondió fué dar grandes quejas, como de que juntaba el rey Católico gente contra él, y ponia mala voz en sus cosas con decir que traia presa á la Reina, y que ponia estorbo en el ejercicio del oficio de la Inquisicion y favorecia á los deudos de los que ella tenia presos; todo á propósito de hacelle malquisto con los pueblos y con sus vasallos. El punto de la dificultad de las vistas consistia en que los del rey don Filipe querian saber el pecho del rey Católico en lo que tocaba á la concordia, y si vendria en que se alterasen algunos capítulos de la de Salamanca y cuáles; en fin,

que todo esto estuviese asentado antes de las vistas. El rey Católico iba en esto muy recatado sin descubrir su pecho á nadie antes de verse con su yerno.

CAPITULO XX.

De las vistas que hobo entre los reyes suegro y yerno.

Trataban el arzobispo de Toledo por una parte, y por la otra monsieur de Vila y don Juan Manuel, y conferian entre sí por comision de sus príncipes de confor mallos y tomar algun asiento en las diferencias que tenian. Las intenciones eran muy diversas, y así no se acababan de concertar. El Arzobispo procedia con sinceridad y verdad como lo pedia su dignidad y la buena fama de su vida; los otros con cautela pretendian hacer la concordia muy á ventaja de su amo, por lo menos entretener el tiempo; que, segun eran muchos los que acudian al nuevo Rey, tenian por cierto que el rey Católico se veria en breve tan solo, que le seria forzoso dejar el reino desembarazado y retirarse á su tierra. Llegó el Arzobispo por la poca confianza que tenia de concluir cosa alguna á aconsejar al rey Católico se retirase al reino de Toledo; ofrecia le mandaria allí entregar todos sus lugares y castillos; que segun la distancia y tiempo que seria menester para llegar allá y el sobrado vicio de aquellas gentes, que conforme á su costumbre escanciaban muy largo, el calor y falta de otros mantenimientos seria causa que recibiesen mucho daño; y aunque no fuese sino el de la enemistad, que cada dia se descubria mas entre castellanos y flamencos, haria mucho efecto; en fin, que el tiempo y dilacion suelen adobar muchos daños. El rey Católico no venia en esto, y aun sospechaba no quisiese el Arzobispo como los demás faltalle y acomodarse con el tiempo; que esto aventuran á ganar los que tercian en semejantes negocios. Resolvióse de verse en todas maneras con su yerno, que en este tiempo era llegado á Verin; dende envió á don Diego de Guevara al rey Católico, que esperaba en Rionegro, para rogalle sobreseyese en su ida por cuanto esto era lo que convenia para los negocios. Mas no dejó el rey Católico persuadirse, antes persistia en lo que tenia determinado. Decia que su yerno no se podia agraviar de que le fuese á ver, pues iba desarmado, y él venia á punto de guerra. Vista esta resolucion, desde Nellasa, do era llegado el rey don Filipe, determinaron monsieur de Vila y don Juan Manuel de ir á verse con el rey Católico y concertar el dia y lugar para las vistas, pues no se podian excusar. Para seguridad de don Juan fué enviado el duque de Alba al rey don Filipe, si bien la voz era que iba para ayudar á dar buena conclusion y corte en los negocios. Pasáronse en el entre tauto los reyes don Filipe á la puebla de Sanabria y el Católico á Asturianos, que están distantes poco mas de dos leguas. Venidos don Juan y monsieur de Vila á Asturianos, el Rey les habló dulce y amorosamente sin dar queja alguna ni muestra de sentimiento. Eu lo de la concordia y particulares della respondió de manera que se entendió no quedaria por él que no se concluyese muy á gusto de su yerno. Acordaron que las vistas fuesen otro dia en un robledal que está entre la puebla de Sanabria y Asturianos, cerca de

una alquería que se llama Remesal. Partieron los reyes de sus posadas segun que dejaron acordado, bien que con muy diferente acompañamiento; el rey Católico con los suyos, que eran hasta docientos, en traje de paz y en mulas y desarmados; el rey don Filipe á punto de guerra. A la parte de la Puebla quedaban en ordenanza hasta dos mil picas, sin la gente de la tierra y buen golpe de gente de á caballo de los que fueron en compañía de los grandes. Pasaron delante hasta mil alemanes como para reconocer el campo. Despues desto seguian los cortesanos del rey don Filipe, y él á la postre en un caballo y con armas secretas. A su mano derecha venia el arzobispo de Toledo, y á la siniestra don Juan Manuel. Antes que él llegase, el rey Católico se puso en un alto para ver los que pasaban. Llegaron los grandes y señores á besalle la mano, que él recogia de muy buena gracia. Echó los brazos al conde de Benavente; sintió que iba armado, díjole riendo: Conde, ¿cómo habeis engordado tanto? El respondió: Señor, el tiempo lo causa. A Garci Laso dijo: García, ¿ y tú tambien? El respondió: Señor, por Dios así venimos todos. En esto llegó el rey don Filipe, que, aunque con sem. blante de algun sentiniento, hizo muestra de querer echarse del caballo y besar la mano á su suegro; él le previno y abrazó y besó con muestra de mucho amor la boca llena de risa. Para bablarse se entraron en una ermita que allí estaba, y en su compañía el arzobispo de Toledo y don Juan Manuel. El Arzobispo con la resolucion que solia tener dijo á don Juan: «No es buen comedimiento que los particulares se hallen presentes á la habla de sus príncipes: vamos de aquí entrambos.>> Don Juan no osó replicar. Como estuviesen junto á la puerta, díjole el Arzobispo que se saliese, que él queria servir de portero. Con esto cerró la puerta, y asentóse en un poyo que allí halló. Los reyes despues de las palabras ordinarias de cumplimiento, entraron en materia. Tomó la mano el rey Católico como era razon, y habló en esta sustancia: «Si yo mirara solo mi contento y sosiego, y no lo que era mas pro y cumplidero, no me hobiera puesto á la afrenta y desvíos que he pasado; pero el amor, y mas de padre, es muy sufrido, y pasa por todo á trueque que sus hijos sean mejorados. Lo que yo y la Reina, mi mujer, pretendimos, ella en encargarme el gobierno destos reinos, y yo en conformarme á tiempo con su voluntad, no fué deseo de hacienda, que, Dios loado, no tengo falta de ella ni de desautorizar á nadie. Porque ¿qué se podia interesar en hacer mal á nuestros hijos? Vuestra edad y la poca experiencia que teneis de los humores desta gente nos hizo temer no os engañasen y usasen mal de vuestra noble condicion para acrecentarse y enriquecer á costa destos reinos y vuestra á los suyos, de que resultasen disensiones y revueltas semejables á las que por la facilidad de los reyes se levantaron los años pasados. Mas pues esta nuestra voluntad no se recibe como fuera razon, lo que yo siempre pretendí hacer encaminadas las cosas muy fácilmente alzaré desde luego la mano del gobierno, ca mas estimo la paz que todo lo al; que no falta á qué acudir, cosas no menos forzosas y que piden nuestra presencia. Solo os quiero advertir y amonestar que desde luego pareis mientes

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