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las espaldas? Si la suerte fuere contraria, á lo menos no nos hará olvidar de nuestra nobleza ni faltar á lo que es razon. Esto dijo, tomó á un infanzon aragonés una pica que llevaba, y arremetió con ella á los moros. No se pudo detener nuestra gente con el valor de su general, antes luego se puso en huida. Acometieron los moros de tropel, y de los primeros mataron á cuatro de los que se apearon; estos fueron don García, Garci Sarmiento, Loaisa y Cristóbal Velazquez, todos nobles capitanes. Era tanta la turbacion de la gente que huia, que sin remedio se lanzaban por los otros escuadrones y los desbarataban de suerte, que todos volvian las espaldas. Entonces el Conde proveyó que los escuadrones de don Diego Pacheco y de Gil Nieto, que quedaron con él en la retaguardia, atajasen el paso por do huia la gente, para que hiciesen reparar los moros, que fué el remedio para que todos no pereciesen: cosa maravillosa. En este trance el Conde se halló tan turbado, que como sin consejo ni valor fué de los primeros á embarcarse; puesto que pudo pretender que las galeras, las surtas mas cerca de tierra, recogiesen la gente, ca muchos por no querellos admitir se ahogaban en el mar. Entre muertos y cautivos faltaron de los nuestros hasta cuatro mil. Gente de cuenta, demás de los ya dichos, murieron don Alonso de Andrada, Santangel, Melchor Gonzalez, hijo del conservador de Aragon, sin muchos otros capitanes y gentiles hombres. El cuerpo de don García fué llevado al jeque, que despues de algunos dias escribió á don Hugo de Moncada, virey de Sicilia, que por entender era aquel gran señor pariente del Rey, le tenia en una caja para hacer dél lo que ordenase. Dejó don García un hijo pequeño, que se llamó don Fernandalvarez de Toledo, que fué adelante uno de los mas señalados guerreros y capitanes de todo el mundo. Padre de don García fué el duque don Fadrique, primo hermano del rey Católico de parte de las madres; abuelo, don García, el primero que de aquella casa alcanzó título de duque, cuyo padre don Fernandalvarez

arzo

de Toledo, sobrino de don Gutierre de Toledo, bispo de Toledo, fué el primer conde de Alba. El conde Pedro Navarro, antes que partiese de los Gelves, despachó á Gil Nieto y al maestro Alonso de Aguilar para dar cuenta al Rey de lo que pasó en aquella jornada y de aquel revés tan grande. Las galeras envió á Nápoles conforme al órden que tenia; con el resto de la armada se encaminó la vuelta de Tripol; y dado que corrió fortuna por espacio de ocho dias, finalmente llegó á aquel puerto á los 19 de setiembre. Puso para guarda de aquella ciudad á Diego de Vera con hasta tres mil soldados; despidió otros tres mil por mal parados y enfermos, y él con otros cuatro mil y con la parte del armada que le quedó salió para correr la costa de Africa entre los Gelves y Túnez. El tiempo era contrario y tal, que le forzó á detenerse lo mas del invierno en la isla de Lampadosa, una de las que caen cerca de la de Sicilia. Sobre la ciudad de Safin, que era de portugueses, en la costa de Africa, se puso por fin deste año una morisma innumerable; acudieron socorros de la isla de la Madera. Con esta ayuda, Ataide, capitan de aquella fuerza, y con la gente que tenia la defendió muy bien, y alzado el cerco, hizo con los suyos entrada en tierra de moros hasta llegar cerca de Almedina, pueblo distante de Safin no menos que treinta y dos millas. Tuvo diversos encuentros con los moros, ganóles mucha presa y cautivos, á la vuelta empero cargó sobre él tanta gente, que le fué forzoso dejalla. Hizo adelante otras muchas entradas y correrías hasta llegar á las puertas de Marruecos algunos años despues deste; hazaña memorable de mas reputacion que provecho. Lo mismo hacian don Juan Coutiño, capitan de Arcilla en lugar de su padre don Vasco Coutiño, conde de Borba, y Pedro de Sousa, capitan de Azamor, caudillos todos valerosos y muy determinados de ensanchar el señorío de Portugal por aquellas partes de Africa, provincia dividida en muchos reinos poco conformes entre sí y á propósito para ser fácilmente conquistados.

LIBRO TRIGÉSIMO.

CAPITULO PRIMERO.

Que algunos cardenales se apartaron de la obediencia del Papa. CASI á un mismo tiempo el rey Católico, despedidas las Cortes de Mouzon, por Zaragoza dió vuelta á Castilla, y el papa Julio salió de Roma la vuelta de Boloňa. El mismo Rey pretendia hallarse en las Cortes que tenia aplazadas para la villa de Madrid y acudir á la conquista de Africa, donde publicaba queria pasar en persona para reparar el daño que se recibió en los Gelves. Demás desto, la guerra de Italia le tenia puesto en cuidado á causa que todos los príncipes se querian valer de su ayuda. El Pontífice desde Boloña, en que entró por fin de setiembre, queria dar calor á la guerra de Ferra

ra, por cuanto su sobrino el duque de Urbino con la gente de la Iglesia hacia poco progreso; antes por estar el enemigo muy apercebido y con el arrimo de Francia alentado, llevaba lo peor, y con su campo retirado cerca de Módena. Hallóse el rey Católico en Madrid á los 6 de octubre, dia en que presentes los embajadores del Emperador y del príncipe don Carlos y el nuncio del Papa, conforme a lo capitulado en Bles, hizo el juramento en pública forma de gobernar aquel reino con todo cuidado, hacer y cumplir todo aquello que á oficio de verdadero y legítimo tutor y administrador incumbia. Junto con esto, para cumplir con el Papa por la obligacion de la investidura que le dió, mandó que Fabricio Colona con trecientas lanzas del reino de Nápoles, gente esco

to

tre el Emperador, por medio de Mateo Lango, su secretario, ya obispo de Gursa, que tenia gran cabida con aquel Príncipe y le despachó para este efecto, se asentó confederacion con el rey de Francia en Bles á los 14 de noviembre, en que intervino el embajador del rey Católico Cabanillas, con poderes limitados é instruccion que no viniesen en cosa alguna que se intentase contra el Papa. En aquella junta, demás de declarar que todos los príncipes confederados, conforme á lo capitulado en Cambray, quedaban obligados á ayudar al Emperador á cobrar la parte que del estado de venecianos le tocaba, se acordó de procurar con el Papa estuviese á justicia y á derecho con el duque de Ferrara; y para apremialle á que viniese en esto, ordenaron que el Emperador en sus estados, y lo mismo en Aragon y Castilla, se juntasen concilios nacionales para determinar las mismas cosas que poco antes se establecieron en la iglesia gallicana, que se juntó primero en Orliens, y des pues en Tours, es á saber, que todas las personas eclesiásticas de aquel reino, sin exceptar ni cardenales ni los familiares del Papa, fuesen á residir en sus beneficios con apercebimiento, si no obedecian, que todas sus rentas se secrestasen y gastasen en pro de las mismas iglesias; resolucion muy perjudicial, principio y puerta de alborotos y de scisma, y que forzó al Papa á publicar sus censuras contra los que obedeciesen aquel manday declarar por descomulgados al gran maestre de Francia, á Trivulcio y á todos los capitanes que en Italia estaban á servicio y sueldo del rey de Francia y á los que intervenian en las congregaciones de la iglesia gallicana. El rey Católico nunca quiso ser parte en la nueva avenencia de Bles, y mucho menos aprobar ni seguir aquel ejemplo de la iglesia gallicana tan descaminado; antes procuró con todas sus fuerzas apartar al Emperador de aquel intento y hacer se reconciliase con el Papa y concertarse con venecianos. Tratábase en esta sazon de casar la reina de Nápoles, sobrina del rey Católico, con Cárlos, duque de Saboya. Llegó el tratado á señalar en dote de la Reina docientos mil ducados, y aun se halla que aquella señora se intitulaba por este tiempo duquesa de Saboya. Sin embargo, este matrimonio no se efectuó, y el Duque casó adelante con doña Beatriz, infanta de Portugal. En Nápoles se alborotó el pueblo á causa que intentaron de asentar en aquella ciudad y reino la Inquisicion á la manera de España. Comenzaba á ejercer el oficio el inquisidor Andrés Palacio juntamente con el ordinario. La revuelta fué tan grande, que por atajar mayores males el Virey publicó un edicto en que mandaba que los judíos y los nuevamente convertidos, que vinieron en gran número de España huidos, saliesen de aquel reino y desembarazasen por todo el mes de marzo. Junto con esto proveyó que atento la religion y observancia de aquella ciudad y de todo el reino, la Inquisicion se quitase, con que todos sosegaron. El mismo Papa era deste parecer, que por entonces no debian alterar la gente con poner en aquel reino aquel nuevo y severo tribunal.

gida, fuese á juntarse con la de la Iglesia, con instruccion de ayudar en la guerra de Ferrara, mas no contra el rey de Francia; antes para tenelle contento y á su instancia mandó al almirante Vilamarin que con once galeras que volvieron de los Gelves á Nápoles acudiese á las marinas de Génova para junto con la armada de Francia asegurar aquella ciudad en el servicio de aquel Rey, de suerte que no hiciese novedad como se recelaba. El duque de Termens tenia en Verona sus cuatrocientas lanzas en servicio del Emperador, y aun fué el todo para que aquella ciudad no viniese en poder de venecianos, que en esta sazon la tuvieron muy apretada con cerco que sobre ella pusieron con mucha gente. Acudió el gran Maestre con cuatrocientas lanzas á dar socorro á los cercados; pero antes que llegase, los enemigos eran idos. El Papa á su partida mandó que todos los cardenales le siguiesen. Algunos por recelarse de su condicion ó por inteligencias que traian con Francia, pretendieron recogerse á Nápoles; mas como quier que el Virey no les acudiese, pasaron á Florencia. Allí el principal, don Bernardino de Carvajal, cayó malo; con esta ocasion se detuvieron, dado que el Papa les daba priesa para que fuesen donde él estaba. Ellos diJataban su ida hasta ver qué camino tomaban las cosas de la guerra, porque en esta sazon que el Papa se hallaba en Boloña y su ejército en Módena, el gran maestre de Francia acometió una empresa muy extraña. Esto fué que con las cuatrocientas lauzas que llevaba al socorro de Verona y con otras docientas que tenia en Rubiera revolvió sobre Boloña, confiado en los Bentivollas que iban con él, y le prometian de dalle entrada en aquella ciudad. El Pontífice y todo el colegio estuvieron en grande peligro. Proveyó Dios que á muy buen tiempo llegó Fabricio Colona y su gente, con cuya llegada los del Pontífice se reforzaron, y los franceses fueron forzados de alzar su campo y cerco sin hacer algun efecto y sin que los nuestros les hiciesen otro enojo por guardar el órden que llevaban y el respeto que al de Francia se debia. Sucedió que el Papa adoleció en aquella ciudad de suerte que poca esperanza se tenia de su vida, que dió ocasion á nuevas esperanzas y pláticas no muy honestas que pasaron entre los cardenales. El Papa, avisado deste desórden, á los 11 del dicho mes los llamó á consistorio. Allí publicó una bula muy rigurosa contra los que cometiesen simonía en la eleccion del pontífice, que tenia ordenada desde el principio de su pontificado, y por diversos respetos se dilató su promulgacion hasta esta coyuntura. Con todo esto estaba muy receloso de los cardenales que se quedaron en Florencia, tanto, que por atajar las inteligencias que tenian con Francia, se contentaba y venia en que se retirasen á Nápoles como al principio ellos mismos lo deseaban, pero ellos tenian sus pretensiones tan adelante, que no vinieron en ello; antes los cardenales don Bernardino y el de Cosencia se pasaron á Pavía con voz que pretendian juntar concilio general para tratar de la reformacion de la Iglesia y aun proceder hasta deponer al Papa; camino y traza de grandes inconvenientes y daños. Hacian espaldas á estos cardenales y á sus intentos el rey de Francia y el Emperador, y aun procuraron atraer á su partido al rey Católico, tanto, que eu

rey

CAPITULO II.

Que los franceses tomaron á Bolonia.

No se aseguraba el rey de Francia del rey Católico, antes sospechaba se queria ligar con el Papa en daño suyo. Los suizos asimismo, que tiraban sueldo del Pontífice, le hacian dudar no volviese la guerra contra Milan. Trató de concertarse con el Papa por medio del cardenal de Pavía, que podia mucho con él. Ofrecia buen número de gente de á pié y de á caballo para la guerra contra el Turco, y que acabaria con el duque de Ferrara dejase á Cento y la Pieve, y que tornase á pagar el censo que solia de cuatro mil ducados por año, dado que el papa Alejandro le relajó el censo, y entregó aquellos lugares en parte del dote con Lucrecia de Borgia; demás desto, que alzaria mano de las tierras que tenia en la Romaña. Todos eran buenos partidos, si el Papa no tuviera por cierto que tomaria al Duque todo el estado. Estaba ya apoderado de Módena, y pretendia hacer lo mismo de Regio y Rubiera, pueblos principales de su condado. Agraviábase desto el Emperador á causa que todo aquel condado de Módena era feudo del imperio, y dél le tenian los duques de Ferrara. Hízole requerir que no pasase adelante, y que restituyese á Módena. Venia el Papa bien en ello; solo queria seguridad que no la entregaria á aquel Duque, ni menos al rey de Francia. El rey Católico tenia puesto su pensamiento en la empresa de Africa, dado que no se descuidaba de las cosas de Italia. Mandó al duque de Termens que con su gente diese vuelta al reino de Nápoles, pues en el Veronés no se hacia efecto de momento por estar el Emperador ausente, y no tener ejército bastante. Hízolo así, y de camino visitó al Papa en Boloña, y dél fué muy bien recebido y acariciado. El rey Católico, pospuesto todo lo al, por principio de enero del año de 1511 pasó de Madrid á Sevilla para dar calor á los aparejos que se hacian para la guerra de Africa. Queria reparar el daño y mengua que se recibió en los Gelves, tanto mas que en la isla de Querquens, puesta entre los Gelves y Túnez, fué muerto por los moros, que sobrevinieron de sobresalto de noche, el coronel Jerónimo Vianelo con cuatrocientos soldados que salieron á hacer agua; sucedió esta desgracia el mismo dia de Santo Matía. Lo mismo hizo el Papa, que en el corazon del invierno, que fué muy recio, continuaba la guerra contra Ferrara, y porque sus gentes y las de la señoría hacian poco efecto, determinó ir en persona á cercar la Mirándula. Apretóla tanto, que la Condesa, mujer que fué del conde Ludovico Pico, la entregó. Vióse el Papa en este cerco en peligro de la vida, porque una bala abatió la tienda en que estaba con otros cardenales; grande fué el espanto, el daño ninguno. Para memoria deste milagro mandó colgasen la bala, que es como la cabeza de un hombre, delante la imágen de nuestra Señora de Loreto, y allí está hasta el dia de hoy al lado de la epístola. De Mirándula el Pontífice dió la vuelta á Boloña, pero mandó pasar su ejército contra Ferrara. Acudióle Andrés Griti con parte del ejército de venecianos, todos con intento de ponerse sobre aquella ciudad. Toda esta diligencia fué de poco efecto á causa que la gente del Duque se hallaba muy en órden, y el gran maestre de

347 Francia con la gente que tenia en el Veronés se acercó á la ribera del Po con muestra de dar la batalla si fuese necesario para defender á Ferrara. Por esto los de la Iglesia dieron la vuelta, y el gran Maestre fué á Regio, do tenia puesto á Gaston de Fox, duque de Nemurs. Desde allí cargó sobre Módena, que se tenia ya por el Emperador, ca el Papa, á persuasion del rey Católico, se la restituyó por este mismo tiempo. Estaba en ella con gente de la Iglesia Marco Antonio Colona, que la defendió muy bien y con mucho valor. El Papa acordó intentar de nuevo de entrar en el Ferrares por la via de Ravena, por donde pensaba hallar el camino mas fácil y ayudarse mejor de la armada veneciana. Con esta resolucion partió con su ejército de Boloña; mas tampoco esta entrada fué de provecho, antes la gente del Duque desbarató la del Papa, y las galeras venecianas no se atrevieron á subir por el Po arriba por miedo del artillería que tenian plantada en la ribera de aquel caudaloso rio. Falleció en Regio en esta sazon el gran maestre de Francia, señor de Chamonte; su muerte fué á los 11 de febrero. Por el mes de marzo, el Papa, entre nueve cardenales que crió en Ravena, dió el capelo á los obispos sedunense, suizo de nacion, y al de Gursa, secretario del César, que era venido á Italia de parte de su señor á dar corte en los negocios y diferencias que tenia con venecianos y con Francia y con el Papa. Quedó por general en lugar de Chamonte Juan Jacobo Trivulcio, padre de la condesa de la Mirándula. Prometiéronle los Bentivollas que le darian las puertas de Boloña, do hallaria la gente de guarnicion muy descuidada de trama semejante. Acudió Trivulcio con sus gentes, y sin dificultad se apoderó de aquella ciudad, porque el duque de Urbino, que allí quedó por su tio, avisado de su venida y de las inteligencias que tenia con aquellos ciudadanos, se salió con la gente que allí tenia de guarnicion y los demás capitanes. Salióse asimismo el cardenal de Pavía Francisco Alidosio, y fuese á Ravena, donde halló al Papa, en cuya presencia cargó la culpa de la pérdida de Boloña al Duque; y aun decia que tenia inteligencias con el de Ferrara, y por estar casado con hija de su hermana, le pesaba de todo su daño. No faltó quien avisase desto al duque de Urbino, que se indignó desto tanto, que un dia á tiempo que iba el Cardenal á pa→ lacio, si bien le acompañaba inucha gente y algunos capitanes, salió con gente y á estocadas le mató á los 24 de julio. Fué grande este atrevimiento; valióle ser sobrino del Papa, que si bien mostró gran sentimiento de aquella desgracia y exceso, no faltó quien dijese que por su órden se cometió aquel caso.

CAPITULO III.

Que algunos cardenales convocaron concilio general. En el conclave en que fué elegido el pontifice Julio, todos los cardenales antes de la eleccion se obligaron por juramento que cualquiera dellos que saliese papa, dentro de dos años juntaria concilio general. Demás desto, en los concilios de Constancia y de Basilea quedó establecido que cada diez años se juntase el dicho concilio, so graves penas que ponen á los que lo impidiesen. El papa Julio, despues que se vió con el ponuncado

señor de todo, mostró no hacer caso ni del juramento que hizo ni de lo por aquellos concilios decretado; que parecia poco miramiento y poca cuenta con lo que era razon. Alegábanse muchos desórdenes que en los tiempos, en particular de los papas Alejandro y Julio, se veian en la corte romana y en el sacro palacio. Deseaban muchas personas celosas algun remedio para atajar un daño tan comun y un escándalo tan ordinario; pero no se hallaba camino para cosa tan grande. Este celo, junto con la indignacion que el Emperador y el rey de Fraucia tenian con el Papa, dió alas á los dos cardenales que estaban en Pavía, es á saber, don Bernardino y Cosencia, y al de Narbona que se juntó con ellos, pa-gado le pusiese ley. El rey Católico, visto que no se

ra que en su nombre y de otros seis cardenales intentasen un remedio muy áspero y de mayores inconvenientes que la misma dolencia que pretendian curar. Despacharon sus cartas en Milan, do se pasaron de Pavía, en la misma sazon que la guerra de Ferrara andaba mas encendida, para convocar concilio general. En ellas declaraban los motivos que tenian y las razones con que se justificaba aquel medio tan extravagante. Acudiéronles el obispo de Paris y otros prelados de Francia; asimismo el conde Jerónimo Nogarolo y otros dos vinieron de parte del Emperador, y otros tantos en nombre del rey de Francia para asistilles. Estos despacharon al tanto sus edictos en nombre de sus príncipes, en que decian que los emperadores y reyes de Francia siempre fueron defensores y protectores de la Iglesia romana, y como tales para obviar de presente los escándalos públicos y procurar el aumento de la fe y paz de la Iglesia, se determinaban de acudir al remedio comun, que era juntar el concilio. En todos estos edictos se señalaba para celebrar el concilio la ciudad de Pisa pura que todos acudiesen y se hallasen 1.° de setiembre. El emperador en todo lo demás se conformaba ; solo pretendia que el concilio se trasfiriese á Alemaña, y se señalase la ciudad de Constancia por caer Pisa tan lejos y estar alborotada y falta por la guerra que tantos años los pisanos continuaran con los florentines. El rey Católico, luego que supo tan gran desórden, se declaró por contrario á estas tramas, tanto con mayor voluntad, que los cardenales en sus edictos le querian hacer parte en aquella resolucion. Procuró con el Emperador desistiese de un camino tan errado; advertíale de los malos sucesos y efectos que de semejantes intentos otros tiempos resultaron; que no podia este negocio parar en menos que alborotos de la Iglesia y scisma. A su embajador Cabanillas mandó que, aunque con palabras muy corteses en forma de requirimiento suplicase al rey de Francia de su parte fuese contento que el condado de Boloña se restituyese al Papa, y no se procediese adelante ni en invadir las tierras de la Iglesia, y mucho menos en la convocacion del concilio. Excusábase el rey de Francia con que el Papa habia innovado, y no queria pasar por lo que tenian capitulado; que el suceso de las guerras está en las manos de Dios, y él da las victorias de su mano á quien le place. Todavía seria contento de aceptar la paz con partidos honestos y razonables; en particular queria que se guardase la capitulacion de Cambray ; que los cardenales que salieron de la corte romana volviesen á su primer estado;

que el marqués de Mantua, que servia de general de la gente veneciana, se le relajase el juramento con que como tal se obligó á aquella señoría, y se le restituyese un hijo, que para seguridad desto entregó en poder del Papa; que recibiese en su gracia al duque de Ferrara, y revocase las sentencias que se dieron contra él, sin que restituyese las tierras que tenia de la otra parte del Po ni Cento y la Pieve, pues se le dieron en dote, como queda apuntado. Las mismas cosas se pedian al Papa de parte del Emperador; él empero las tenia por muy graves, y como era de pensamientos tan altos, no sufria que nadie para obedecelle y hacer lo que era obli

hallaba remedio para atajar aquel escándalo tan grande, se resolvió de declararse por el Papa con tan grande determinacion, que alzó la mano de la conquista de Africa, á que pensaba pasar en persona, y despidió mil archeros ingleses que le envió el rey de Inglaterra para que le acompañasen. Así desde Cádiz, do llegaron por principio de junio, los mandó volver á su tierra contentos y pagados. Demás desto, hizo asiento con aquel Rey que caso que el de Francia no restituyese á Boloña á la Iglesia ni desistiese de la convocacion del Concilio, el rey Católico acudíese al Papa; y si en tanto el de Francia rompiese por las fronteras de España, y en efecto para que no rompiese, el Inglés le hiciese guerra por la Guiena. Con esta resolucion partió el Rey de Sevilla para Búrgos. Desde Guadalupe dió órden que el conde Pedro Navarro fuese con la gente que tenia á Nápoles, do el virey don Ramon de Cardona con color de la guerra de Africa tenia muy en órden toda la gente de á caballo que tenia en el reino. Proveyóse asimismo que Tripol quedase encorporada en el reino de Sicilia para que desde allí los vireyes la defendiesen y proveyesen de lo necesario, para cuyo gobierno envió á don Jaime de Requesens con una buena armada. Esto se hizo á causa que pretendia servirse de Diego de Vera, que allí quedó por capitan, en su cargo de capitan general de la artillería. Gozó poco de aquella tenencia don Jaime, ca por un alboroto de los soldados que tenia en aquella ciudad, el virey de Sicilia lo sacó de allí con su caudillo, y envió á trueque por gobernador de Tripol y por capitan á su hermano don Guillen de Moncada.

CAPITULO IV.

Que el Papa convocó concilio para San Juan de Letran. Mucho procuraba el rey Católico de sacar al Emperador de la amistad que tenia con el rey de Francia, que tan mal estaba á su reputacion. Envió para desengañalle y procurar se concertase con venecianos y ligase con el Papa á don Pedro de Urrea, y para que sucediese en el cargo de embajador al obispo de Catania don Jaime de Conchillos. El Emperador no acababa de resolverse por ser muy vario en sus deliberaciones. Acordó de enviar al de Guisa al Padre Santo para tomar algun asiento, y á don Pedro de Urrea á Venecia. Ofrecia el Pontífice en nombre de aquella señoría que quedasen por el Emperador Verona y Vicencia, y lo demás que pretendia por venecianos. Que por la investidura le contarian docientos y cincuenta mil ducados, y de pen

sion treinta mil por año, y las demá diferencias quedasen en sus manos y en las del rey Católico para que las echasen á un cabo; partidos aventajados, pero que el de Guisa no quiso aceptar. Ni la ida de don Pedro de Urrea fué de algun efecto á causa que aquella señoría entendia por los humores alterados que andaban que en breve se revolveria Italia, con cuya revuelta ellos podrian respirar y repararse de los daños pasados. Hacíase instancia de parte del Emperador y la princesa Margarita que el rey Católico acudiese con socorro de gente ó de dineros para contra el duque de Güeldres, porque confiado en las espaldas que el de Francia le hacia, no cesaba de molestar las tierras del señorío de Flándes y apoderarse de algunos lugares sin que nadie le fuese á la mano. Mas el rey Católico estaba tan puesto en acudir á lo de Italia, que poco caso hacia de todo lo al; y aun el mismo Emperador por no romper con el de Francia le parecia por entonces disimular. El verano iba adelante, en sazon que las cosas de portugueses en la India se mejoraban asaz por el valor y diligencia de Alonso de Alburquerque. Tuvo los años pasados el rey don Manuel noticia que mas adelante de Goa y Calicut está situada Malaca, ciudad de gran contratacion. Dió órden á Diego Lopez Siqueira, que partió de Lisboa con cinco naves tres años antes deste, fuese á descubrilla. Hizo su viaje en su compañía García Sousa y Hernando Magallanes. Descubrió primero la isla de Somatra, que está contrapuesta á Malaca y debajo de la línea equinoccial, muy grande y fértil, dividida en muchos reinos, habitada parte de moros, parte de gentiles. Contrató con aquella gente, y de allí pasó á Malaca, ciudad grande y rica por el mucho trato que tiene, sujeta antiguamente al rey de Siam, y á la sazon tenia rey propio, que se llamaba Mahomad. Tuvo Siqueira sus hablas con este Rey. Hicieron sus alianzas, y con tanto el Capitan puso en una casa á Rodrigo Araoz con cierto número de portugueses para continuar el trato. El Moro, temeroso de los portugueses, intentó de apoderarse de las naves; no le salió esto, prendió los que halló descuidados en la ciudad. No tenian fuerzas bastantes los portugueses para satisfacerse de aquel agravio ; alzaron las velas, y con la carga que pudieron tomar, desde Cochin, do tocaron, dieron la vuelta á Portugal. Alonso de Alburquerque, que ya tenia el gobierno de la India, determinó juntar su armada para vengar esta injuria. Partió de Goa, y llegó á tomar puerto en la isla de Somatra. De allí enderezó su viaje á Malaca. Sucedió en el viaje que encontró con una nave, acometióla y tomóla; ya que los portugueses la entraban, se emprendió tan grande llama, que fueron forzados á retirarse por no ser quemados. Entendióse despues que aquella llama se hacia con cierto artificio sin que hiciese algun daño. Poco adelante se vió otra nave; embistiéronla los cristianos y tomáronla, dado que un moro que iba en ella, por nombre Nahoda beguia, grande enemigo de portugueses, con otros la defendió valientemente hasta tanto que de las muchas heridas que le dieron cayó muerto. Notóse que con estar tan herido no le salia sangre ninguna. Despojáronle, y luego que le quitaron uua manilla de oro, brotó la sangre por todas partes. Súpose que en aquella manilla traia engastada uua piedra que en el

reino de Siam se saca de ciertos animales llamados cabrisias, y tiene maravillosa virtud para restañar la sangre. Llegó la armada á Malaca 1.o de julio. Hobo algunos encuentros con los de dentro, que se defendieron con todas sus fuerzas, pero en fin la ciudad quedó por el rey de Portugal. Desta manera se dilataba el nombre cristiano en los últimos fines de la tierra. En Italia la autoridad de la Sede Apostólica andaba en balanzas por el scisma que amenazaba. Acordó el Papa, dejada la guerra, dar la vuelta á Roma; allí por atajar los intentos de los cardenales scismáticos publicó sus edictos á los 18 del mismo mes, en que mandaba á los prelados y á todos los demás que se deben hallar en semejantes juntas acudiesen á Roma para celebrar un concilio general en la iglesia de San Juan de Letran, que se abriria lúnes, á los 19 de abril, del año luego siguiente. Publicaba el Papa que en el concilio queria tratar algunas cosas de grande importancia, como era que la reina de Francia no era legítima mujer de aquel Rey; que los estados de Guiena y Normandía pertenecian al rey de Inglaterra, y se debia dar á los naturales absolucion del juramento que tenian prestado á los reyes de Francia, todo á propósito de enfrenar al Francés y ponelle espanto. El con este recelo no dejaba de dar oido á la plática de la concordia, y estuvo para concertarse con venecianos con las condiciones que ofrecian antes al Emperador; mas al fin le pareció mejor continuar el camino comenzado del concilio de Pisa, que pretendia de nuevo el Emperador se trasladase á Verona ó á Trento, sobre que hacia grande instancia. El Francés, que el que guiaba esta danza, no venia en ello por estar Verona malsana, y Trento ser lugar pequeño para tanta gente como pensaban acudiria; antes solicitaba á los cardenales para que sin mas dilacion abriesen el concilio en Pisa, y de los florentines tenia alcanzado entregasen aquella ciudad en poder de los cardenales. Sin embargo, ellos no se aseguraban de entrar en ella antes que el Emperador y rey de Francia enviasen sus embajadores y acudiesen algun buen número de prelados de aquellas naciones; y aun daban muestra de quererse reducir, y pedian seguridad para hacello, y que les señalase el Papa lugar en que pudiesen retirarse; todo era trato doble y entretener para con el tiempo asentar mejor sus cosas. Procedíase en Roma contra ellos; sustancióse el proceso y cerróse. Venido á sentencia, fulminó el Pontífice sus censuras, y condenó en privacion de todas sus dignidades á cuatro cardenales, es á saber, Carvajal, Cosencia, Samalo, Bayos; lo mismo pretendia hacer con los cardenales Sanseverino y Labrit. Esta sentencia contradijo al principio el colegio. Llegaron algunos á excusallos; alegaban que solo pretendian se celebrase concilio en lugar seguro, en que se tratase de la reformacion de la Iglesia en la cabeza y en los miembros. Y no faltaba quien dijese que el Papa por impedir la tal congregacion podia ser depuesto de su dignidad conforme á lo que el concilio de Basilea decretó en la sesiou oucena.

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