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de su madre hubiese pasado de repente á la luz, goberno siempre deslumbrado, alucinado. Abrumábale la multitud de negocios, y estuvo siempre bajo el imperio de sus cortesanos, que es el mayor daño que puede venir á una república, y fué entonces causa de continuos y graves alborotos.

Pero denunciar los vicios es muy fácil; ¿quién podrá corregirlos? Quién podrá persuadir al príncipe de que aun en la infancia los halagos son para la mujer y los trabajos para el hombre? Quién se ha de atrever á decirle que es perniciosa una vida muelle y delicada delante de hombres que miden la majestad del imperio por la liviandad y los placeres y creen que el mayor premio del mando es poderse entregar á los deleites sensuales sin perdonar el estupro y el incesto, que creen hacer un grande obsequio á los príncipes satisfaciendo sus antojos, ó que ven por lo menos en esto una ancha entrada al honor y á la riqueza?

Decimos esto, no para que se escaseen al príncipe ni la comida ni el traje, cosa contraria á nuestras leyes españolas. Sigase el ejemplo general de la naturaleza, en la cual vemos á todos los demás séres animados procurando abundantes alimentos á sus hijos. No hay ciertamente cosa mejor para aumentar sus cuerpos y robustecer sus fuerzas. Cuidese, sin embargo, de que el príncipe no limite sus deseos á tener buena mesa y muy lucidos trajes, como sucede con los hijos de la gente pobre; procúrese hacerle levantar mas alto el pensamiento y aspirar á mayores cosas, á fin de que, dejados á un lado los mayores cuidados, salga grande de espíritu y no se arredre ante las mas difíciles empresas. Sea abundante la comida, y el vestido menos delicado que elegante, no sea que léjos de robustecer las fuerzas, languidezca el cuerpo en el deleite, y el alma se debilite entre la liviandad y el vicio. De la escasez como del exceso pueden resultar males y perjuicios graves para las naciones. Mas bastante llevamos dicho ya sobre este punto; vamos á decir algo sobre el ejercicio del cuerpo.

CAPITULO V.

Del ejercicio del cuerpo.

Conviniendo ya en que no se deba (dar á los príncipes una educacion afeminada ni hacerles vivir oscuramente á la sombra de sus palacios, es innegable que se les debe ejercitar el cuerpo en continuos trabajos, á fin de que se robustezca, y excitar de continuo su alma haciéndole audaz é inflamándole en amor á las glorias militares, cosas todas con que se asegura la salud del cuerpo y se dispone el ánimo á cumplir todos los deberes que impone el pudor, la humanidad y la modestia. Nada hay mas pernicioso que un príncipe perezoso y cobarde, consideracion que movió al sabio y prudente legislador de los atenienses á dictar una ley, por la cual habian de ser cuidadosamente instruidos sus súbditos en la lucha, en las letras y en la música. Vió ese eminente varon de la Grecia que para ser felices debian los ciudadanos procurar adquirir las fuerzas fílas intelectuales; vió que solo conteniéndose dentro de los límites de la moderacion y de la humani

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dad podian defender sus riquezas y sus libertades, bienes que así se pierden por flojedad y cobardía como por exceso de temeridad y atrevimiento; y para alcanzar que todos tuvieran aquellas dos virtudes estableció por un lado las luchas que habian de procurarle la fortaleza del cuerpo y la del alma, por otro ejercicios músicos y literarios que templasen sus costumbres y les hiciesen buenos. No por otra razon estableció lo mismo Licurgo en la Lacedemonia, donde brilló la virtud mas que en ninguna otra nacion, por haber mas que en ninguna otra un gran cuidado en ejercitar y en robustecer el cuerpo. Es admirable lo que nos cuentan acerca de la moderacion y compostura de la juventud de Esparta. Estaban allí educados los jóvenes de modo que ni levantaban en público los ojos, ni volvian jamás la cara, ni daban señal alguna de ligereza y de inconstancia; miraban solo lo que tenian delante, llevaban envueltas las manos en sus mismos trajes, cedian el paso á los ancianos, no pronunciaban palabra alguna obscena ni indecorosa, no oian en sus primeros años ni en sus coros ni en sus cánticos cosa Solon, prescribió tambien Aristóteles que se instrualguna torpe ni lasciva. Conforme al pensamiento de yese á los niños en las letras, en la gimnástica y en la música, añadiendo que se les enseñase el dibujo, no tan solo para que no saliesen engañados cuando quisiesen comprar alliajas, pues á nadie conviene menos que al príncipe hacer servir los estudios en su provecho y adquirir solo por espíritu de ahorro el conocimiento de las artes, sino tambien para que ocupasen sus ratos de ocio, que son los que mas predisponen á los vicios, ya en pintar, ya en componer, ya en trabajar de algun modo los metales, y sobre todo, para que pudiesen conocer el mérito de las obras llenas de arte, de las imágenes que revelan ingenio, de los cuadros, de los vasos cincelados de oro y plata, de los grandes é imponentes edificios, cuya estructura parece haber debido superar las fuerzas de los hombres, mostrándosc peritos en todos estos estudios no menos que en las demás artes que adornan la vida y sirven para gobernar bien la república, así en la paz como en la guerra.

Mas dejemos por ahora esto y no nos ocupemos aun de las letras ni de la música, de que hemos de tratar en otros capítulos. Por lo que toca al objeto de este, digo que han de establecerse para el príncipe todo género de luchas entre iguales, en las que ha de intervenir, no ya solo como espectador, sino como parte activa, procurando por de contado que sea sin mengua de su dignidad y su decoro. Elijanse jóvenes, ya del mismo palacio, ya del resto de la nobleza, é invéntense simulacros á manera de luchas, donde, ya cuerpo á cuerpo, ya divididos en bandos, combatan entre sí, ora con palos, ora con espadas. Contiendan entre sí sobre quién ha de ser mas veloz en la carrera ó mas diestro en gobernar un caballo, ora disparándole en línea recta, ora volviéndole y revolviéndole en mil variados gi ros; ténganse premios para el vencedor, á fin de encender mas el certámen, y peleen á la manera de los moros,segun la cual parte de uno de los dos bandos arrecañas, á manera de dardos, retrocede cediendo al emmete contra el contrario, y despues de haber disparado

siempre cierta moderacion y regla. Así manda que se observe Aristóteles, asegurando que los que en su tierna edad ejercitaron violentamente el cuerpo hon adelantado poco por tener debilitada la salud y quebrantadas las fuerzas, como dejaban ver los juegos olímpicos, en los cuales era raro que alcanzasen el premio en su edad viril los que habian salido vencedores en su adolescencia.

puje del enemigo, que es recibido por la parte del bando opuesto que quedó como de reserva, y se va así repitiendo la lucha hasta que se da uno de los bandos por vencido. Aprendan á montar además á caballo, poniéndose con ligereza en la silla, bien vayan sin armas, bien cubiertos de hierro, ejercicio que en las derrotas sirvió de mucho, no ya solo á simples soldados, sino tambien á príncipes y á grandes capitanes. Fernando el Jóven, rey de Nápoles, despues de haber sido vencidas y puestas en fuga sus tropas, perdió el caballo en que iba montado por haber sido herido; y á buen seguro que no hubiera salido tan fácilmente del peligro si armado como estaba de piés á cabeza, no hubiera podido pasar de un salto á un caballo que le ofreció uno de sus súbditos, víctima de ese rasgo de desinterés, pero víctima noble, de grata memoria para los hombres y mas para los dioses. En tiempos mas antiguos, en el año 1208, Pedro, rey de Aragon, perdió el caballo peleando contra los moros en las fronteras de Valencia; y hubiera caido tambien indudablemente en poder del enemigo si Diego de Haro, que estaba con los infieles, olvidando en aquel momento las injurias recibidas del monarca de Aragon y de otros reyes cristianos, principalmente de los de Leon y de los de Castilla, no le hubiese prestado un caballo, á pesar de saber que habia de atraerse con esto el odio de los moros.

No será menos útil que haya lucha sobre quién da mas en el blanco, ya con flechas, ya con armas de fuego, señalando premios para el que primero acierte. Luchen entre sí á brazo partido y ostenten así sus fuerzas á la vista del príncipe; y siendo él el justipreciador, no estará oculta ni la cobardía ni la pericia de nadie. Son todos estos combates imitacion y simulacro de la guerra, muy á propósito para ejercitar las fuerzas del cuerpo, muy útiles para fomentar la audicia, alejar de sí el tcmor y adquirir destreza. Conoció el elegante poeta latino cuán importantes son esas luchas cuando fingió que los hijos de los fundadores de Roma se dedicaban á estos ejercicios antes de fundarla, y nos dió en estos cuatro versos una viva y animada imágen de la juventud bien educada.

Ante urbem pueri et primaevo flore iuventus Exercentur equis, domilantque in pulvere currus Aut acres tendunt arcus, aut lenta lacertis Spicula contorquent, cursuque ictuque lacessunt. Añádase á estos juegos la caza; enseñeseles á perseguir las fieras en campo abierto y á trepar por los montes; hágase que fatiguen el cuerpo con sed, con hambre, con trabajo. Procúrese que dediquen algun tiempo á danzas españolas, acostumbrándoles á tomar el compás al sonido de la flauta. Déjeseles jugar á la pelota y otros juegos, permítaseles que se diviertan y se rian con tal que no haya nada obsceno que pueda irritar su liviandad, nada cruel que desdiga de las costumbres y piedad cristianas. Con esas luchas tingidas se instruyen para las verdaderas; mas debe tambien procurarse que por querer ejercitar demasiado el cuerpo no se agoten las fuerzas de los niños, y menos las del príncipe. Deben ser los ejercicios mas bien frecuentes que pesados; en estos, como en los demás actos de la vida, ha de haber

De todas estas clases de luchas ha de escoger parasi el príncipe las que, además de ejercitar su cuerpo, pueden darle honra y fama por llevar en ellas ventaja á todos sus iguales, consideracion que deberá guardar aun mucho mas si ha de celebrarse el combate á presencia de muchos, pues ataca indudablemente el prestigio de la majestad real que salga el príncipe vencido y sea tenido por débil y cobarde. No entre nunca en certámen ni juego sino despues de haber medido bien sus fuerzas, pues ha de evitar ante todo que en lugar de alabanzas no recoja el desprecio de sus súbditos. El príncipe y sus profesores deben además estar persuadidos de que no todos los juegos convienen á la dignidad real. Así, por ejemplo, no luchará mano á mano con sus rivales, ni permitirá que cualquiera pueda manosear su cuerpo ni torcerle ni derribarle, pues ha de ser considerado como cosa menos que santa y han de evitarse estos hechos por mas que el juego los tolere y los consienta. En público no deberá tampoco el príncipe tomar parte en el baile ni aun con máscara, pues los hechos de los reyes no pueden nunca estar ocultos. ¿Cómo ha de convenir que mueva y agite sus miembros á manera de bacante? Mucho menos le ha de convenir aun salir á la escena, representar farsas, tocar el laud ni tomarse ninguna de las libertades que tanto fueron acusadas en Domicio Neron, cuya ruina apresuraronindudablemente, por creer sus pueblos inepto desde luego para el mando al que habia degenerado en comediante. No debe tampoco asistir á representaciones ejecutadas por cómicos asalariados, porque seria invertir muy mal el tiempo y pareceria olvidarse de su dignidad personal saucionando con su presencia un arte tan infame y pernicioso, de donde se recoge tan abundante cosecha de vicios. Sean pues los ejercicios del príncipe hones tos, sean frecuentes, pero no violentos, y mírese por su salud, atiéndase á robustecer las fuerzas de su ánimo y de su cuerpo procurando que, léjos de rebajarse en nada su majestad, sirvan los mismos juegos para dar mas brillo y grandeza á nuestra monarquía.

CAPITULO VI

De las letras.

Conviene ejercitar el cuerpo del príncipe, robustecer con un trabajo asiduo su salud y sus fuerzas, alimentar en él la fortaleza y la audacia, hacerle perder en todo gé nero de luchas el miedo á los peligros, de modo empero que no se descuide el cultivo de su alma, en que se ha de poner mayor cuidado por ser el espíritu de mej condicion y ser por consiguiente su cultivo de mucli sima importancia. Nos esmeramos mas en educar á nurs tros hijos que á nuestros criados, cuidamos mucho mas de nuestros caballos de regalo y de nuestras yuntas para

la labranza que de nuestros perros, y acostumbramos dar á cada cosa su mas menos valor, segun sea mas ó menos noble, ó para nosotros mas o menos útil. Nada hay en el hombre mas excelente que su entendimiento; mas y mayores cosas llevamos á cabo con nuestras facultades intelectuales que con nuestras fuerzas. Debe pues procurarse que ya desde la infancia vayan infiltrándose insensiblemente en el ánimo del príncipe los preceptos de nuestra santa religion y piedad cristiana, cuidando empero de que no se los dén de golpe y no suceda que como todo vaso de boca estrecha rechace el líquido introducido en él con exceso. Procúrese que en sus criados y en cuantos le rodean no vea sino ejemplos de virtudes y no oiga mas que las reglas de buen vivir, á fin de que permanezcan en su memoria impresas para toda la vida. Cuéntase de nuestra española doña Blanca, reina de Francia, que educó á su hijo Luis infundiéndole la idea de que vale mucho mas morir que llegar á concebir un crímen; educacion con que no es extraño que llegase aquel á ser santificado por la Iglesia. No hace muchos años he sabido por el mismo duque de Montpensier que cuando era niño no oia tampoco de boca de su madre otras palabras. Aunque pues sea aun el niño de tosco ingenio, enseñesele á conocer que hay un Dios en el cielo, por cuya voluntad se gobiernan las cosas de la tierra, que con él no son comparables en fuerzas ni en poder ni los reyes ni los mas grandes emperadores, que es preciso obedecer sus santas leyes, que conviene que oiga y aprenda de memoria.

Excítense luego en su ánimo centellas de amor á la gloria, no á la gloria vana, pero sí á una gloria provechosa y duradera; hágasele ver cuán grande es el brillo de la virtud, cuán grande la fealdad del vicio. Háblese en su presencia y para que él lo oiga de lo bella que es la justicia, de lo repugnante de la maldad, de la vida futura, de la inmortalidad, de los premios y castigos que aguardan á los hombres segun la vida que han llevado acá en la tierra.

Trascurridos ya los primeros años, se le debe dar una tintura de aquellas artes que, si empezase á conocer mientras es niño, aprenderia con mas facilidad cuando ya jóven; y no bien llegue á los siete, cuando se le podrá dar un maestro, que quisiera se escogiese entre los mas grandes filósofos, pues para que un príncipe no tenga en todo sino una instruccion mediana, es preciso que el profesor sea de aventajada fama por la excelencia y severidad de sus doctrinas. Alcanzariamos así mas fácilmente lo que deseamos y es de todo punto necesario, alcanzariamos que se redujese toda su enseñanza á un brevísimo compendio. Ha de ser este profesor, no solo docto y elocuente sino muy morigerado para que pueda instruir al príncipe en lo mejor de las artes y en la mas pura doctrina y le eduque en todos los deberes propios de los hombres de gobierno. No puedo menos de encarecer á la verdad la conducta de Filipo, rey de Macedonia, el cual puso tanto interés en educar á su hijo Alejandro, que escribió á Aristóteles, el gran filósofo de aquellos tiempos, que no agradecia tanto á los dioses inmortales haber tenido un hijo de su mujer Olimpia como haberle tenido en una época en que él le

podria instruir en lo mas selecto de las artes. No se contentó con escribirle, realizó además su pensamiento. Salió Alejandro de la escuela de Aristóteles tan gran varon como debe creerse que fuese el que unció bajo su yugo á todo el mundo, y dió leyes y gobierno á innumerables naciones, y las convirtió de salvajes en civilizadas. La doctrina de tan gran filósofo le templó el carácter, que era acre, violento y estaba inflamado de un modo extraordinario por el amor á la gloria. No debe atribuirse sino á la prudencia de su profesor el que haya llenado la tierra con la fama de su nombre, ni deben atribuirse mas que á la vehemencia del carácter del alumno los actos de furor y de locura á que muchas veces se entregó, siendo generalmente mas esclarecido durante la guerra que despues de la victoria. Si no hay moderacion en el valor, no es ya este virtud, temeridad ha de llamarse.

En los primeros años de la juventud suelen dispertarse los deseos; y para enfrenar la liviandad es indudable que ha de servir de mucho el estudio, pues es tanto el recreo que experimenta el ánimo cuando se eleva al conocimiento de las cosas, que ni se sienten las molestias del trabajo, ni los halagos de los placeres que tanto nos distraen y enajenan. No sin razon los poetas, despues de haber sujetado á los dioses al imperio de Vénus, quisieron que nada pudiese Cupido ni con Minerva ni con las musas que presiden todo género de estudio. Seria cosa larga y enojosa querer descender á detalles; mas á la temeridad, á la avaricia, á la ambicion, á toda clase de liviandades y torpezas ¿qué les ha de poner freno sino son las letras? Hágase que el príncipe oiga y lea ejemplos, y se irá fortificando su ánimo en las verdaderas virtudes.

Deben pues echarse con el mayor cuidado los primeros fundamentos de la enseñanza. Aprenda el niño á leer con desembarazo cualquier género de letra, ya esté bien, ya mal escrita; adquiera el conocimiento de los nexos y hasta de las abreviaturas para que no tenga nunca necesidad de que otro le lea las cartas ni los expedientes que de todas partes vayan á sus manos, cosa que le ha de ser muy útil para que no haya de vender nunca sus secretos. Aprenda á escribir, y no descuidadamente, como acostumbraron á hacer la mayor parte de los nobles, sino elegantemente y con gracia, para que haciéndolo con mas gusto y sin fatiga, no deje de escribir por pereza en los dias de su vida. Por mas que parezca esta enseñanza de poca importancia, es preciso que ponga en ella el profesor toda su habilidad y cuidado, y aun si conviniere, que consulte á los peritos en el arte y hasta implore la ayuda ajena para que correspondan los frutos al trabajo y no queden burladas sobre la erudicion del príncipe las esperanzas de los ciudadanos. Dénsele los primeros rudimentos de la gramática, sin cargarle la memoria con las inoportunas sutilezas de los que de ella han escrito, pues solo así se evitarán la dilacion y el tedio; déjense á un lado los preceptos inútiles, y no se le haga aprender sino lo necesario, procurando aun que esto lo haga movido por la dulzura de los elogios y la cortesía de sus profesores. En lo que debe ponerse mas ahinco es en explicar los autores y en hacerle escribir y hablar en latin, pues con

ejercicios mas que con preceptos, y solo con un uso nunca interrumpido se ha de lograr que le sea la lengua latina tan familiar como la de Castilla. Entre los autores históricos creo que podrán explicarse con ventaja al príncipe á César, Salustio y Tito Livio, que en la narracion de los hechos suelen ilustrar con muchas y muy luminosas sentencias la elegancia del estilo. Fortalecido ya en el estudio, y cuando tenga mayor pericia, añádase á la explicacion de los autores dichos la de Tácito, de difícil y erizado lenguaje, pero lleno de ingenio, que contiene un gran caudal de sentencias y consejos excelentes para príncipes, y revela las mañas y los fraudes de la corte. En los males y peligros ajenos que describe podemos contemplar casi como en un espejo la imágen de nuestras propias cosas; así que es autor que no deberian dejar nunca de la mano ni los príncipes ni los cortesanos, y le habrían de estar repasando dia y noche.

1 No deberá tampoco el príncipe dejar de leer los poetas. Aprenda á admirar el ingenio y los graves y elegantes conceptos de Virgilio; aprenda á admirar las sentencias, urbanidad y finos y admirables chistes de Horacio, evite tan solo leer y oir á los que pueden corromper las costumbres, por recordar cosas feas y lascivas, y son obscenos é insolentes, á pesar de escribir con mucha elegancia y dulzura, poetas que desgraciadamente abundan y han de dañarle si les presta atento oido. El veneno de los versos lascivos gana pronto los ánimos; envuelto bajo hermosas formas, antes produce la muerte que pueda pensarse en el remedio. Si grandes filósofos han prescrito que se alejen de la vista de los jóvenes todas las pinturas que puedan excitar sus torpes apetitos, ¿qué no deberémos decir de los versos obscenos? Porque una poesía es una pintura viva, que nos impcle mucho mas al vicio que los cuadros de los mas eminentes artistas. Los poetas que consagran su pluma á cantar solo placeres, no solo del palacio, sino de todo el reino, serian alejados si se me creyese á mí, que los tengo por el peor contagio que puede existir, así para corromper las virtudes como para depravar el ánimo.

No hay ahora para qué hablar de los escritos de Ciceron. Es sabido que este grande hombre, sobre ser el padre de la elocuencia romana, dejó á la posteridad muy saludables preceptos para el gobierno del Estado. Se han perdido sus libros De republica; pero en otras muchas de sus obras se conservan aun importantísimos consejos para la direccion de los negocios, y sobre todo en aquella carta que dirige á su hermano Quinto, y empieza Etsi non dubitabam, admirable en su género y digna de ser apreciada como una explicacion la mas amplia y juiciosa. El príncipe debe esmerarse en imitar la gracia y elegancia de esos autores, y como en todas las cosas de su vida levantar muy alto sus deseos, pues adelantará así mucho mas que si aspira á una simple medianía, desesperando de hacer grandes progresos. Escriba mucho y muy distintas cosas, ya cartas, ya discursos, ya versos, si se lo permiten sus disposiciones intelectuales y sus horas de ocio, procurando puntuarlo todo bien y no escribir letras mayúsculas sino donde lo pidiere la significacion de las palabras y el lugar que ocupen, pues no se ha de mirar con descuido en aquella edad nada que no pueda enmendarse en las siguien

tes. Traduzca del latin al español y del español al latin, que le servirá de mucho para aumentar su facilidad y soltura en hablar las dos lenguas; le dará las verdaderas formas del discurso, en que estará versado, le proporcionará facundia de lenguaje, y le enseñará á componer y á usar figuras, que léjos de ser rebuscadas, nazcan con espontaneidad del tesoro de su entendimiento; se conformará así, por fin, tanto en el escribir como en el hablar, á los buenos modelos de la gravedad y de la elegancia antiguas. Quiero que no se contente con escri bir, que oiga hablar latin y tome parte en eruditas conversaciones, que hable no poco ni pocas veces con sus iguales, medios con que podrá adquirir facilidad pararevolver las historias antiguas, entender á los oradores extranjeros, que hablan casi siempre el latin, contestar en pocas palabras, pero graves y selectas. No quisiéramos á la verdad que el príncipe perdiese mucho tiempo, ni languideciese en los estudios; mas esto podrá alcanzarse fácilmente, con tal que el profesor cuide de que por una constante práctica llegue á ser para él la lengua latina una lengua familiar, cuasi su lengua patria. Para esto convendria no poco que se le diesen en número no escaso compañeros de escuela, pues no apruebo que aprenda solo ni con pocos; y á mi modo de ver, seria de desear que ya desde un principio se acostumbrase á estar con muchos y á no temer los juicios de los hombres para que no se deslumbrase ni cegase, como es necesario que suceda, al pasar de las tinieblas á la luz del trono. Si recibe la enseñanza solo, no aprenderá sino lo que directamente le enseñen; mas si en la escuela, aprenderá lo que se enseñe á él y á los que le rodeen. Procúrese que todos los dias se aprueben unas cosas en unos, y se corrijan otras en otros, y no dejará de servirle de provecho ver alabada por una parte la aplicala emulacion, empezará á tener por indecoroso saber cion, reprendida por otra la desidia. Se dispertará en él menos que sus iguales, por glorioso aventajarles, y se irá así encendiendo y levantando su ánimo. Es la amvicio que es frecuentemente causa de virtudes. Llamó bicion un vicio; mas, como dice elegantemente Fabio, profesor de sus nietos, y Flaco se trasladó con toda su Augusto, dice Suetonio, á Verrio Flaco para que fuese escuela al palacio de los emperadores. Tiene esto, además de las dichas, otras muchas ventajas. Apenas conviene azotar al príncipe, por ser ya esto servil y vergonzoso; mas ¿ será tan malo que oiga y vea como ya se reprende á los demás, ya se les castiga en casos necesarios con golpes ó de otra manera, capaz de atormentar el cuerpo? Con las faltas ajenas ¿cómo no ha de hacerse mas instruido y cauto? Podrá suceder además que entre sus compañeros haya uno que otro práctico en hablar latin; y es indudable que si se les hace emplear esta lengua en todas las conversaciones familiares, se tendrá mucho adelantado para que hable el príncipe dinario lo que se puede adelantar por este medio. en latin como podria hablar en castellano. Es extraor

Persuadase, por fin, al alumno de que las letras nos desdicen de la dignidad de un príncipe; procúrese hacerle ver que con ellas, sobre todo si se las adquiere en los primeros años, puede granjearse una grande ayuda para administrar los negocios en el resto de su vida.

No ignoramos ála verdad que principalmente en España han existido grandes príncipes, que en su menor edad han cultivado poco ó nada las letras. Tenemos ahora recientemente el ejemplo de Fernando el Católico, que no solo ha logrado arrojar á los moros de toda España, sino tambien sujetar á su imperio muchas naciones; mas ¿quién duda que si á su excelente índole se hubiese añadido el estudio hubiera salido mucho mas grande y aventajado? Justa y prudentemente su tio Alfonso, rey de Aragon y Nápoles, honra y lumbrera de España, habiendo oido de cierto monarca español que no convenia el estudio de las letras á los príncipes; dijo que aquellas no eran palabras de rey, sino de buey, y conociendo de cada dia mas la importancia de las ciencias, no solo las tuvo en mucho, sino que tuvo tambien en mucho á los que en ellas se aventajaban; y aunque ya de edad muy avanzada, se ponia en sus manos para que le corrigieran y enmendaran. Trató familiarmente á Lorenzo Valla, á Antonio Panhormita, á Jorge Trapezunto, varones inmortales, y sintió mucho la muerte del malogrado Bartolomé Faccio, de quien existen aun los comentarios sobre el reinado de ese mismo Alfonso.

CAPITULO VII.

De la música.

Tiene además la música grande influencia, ya para deleitar los ánimos, ya para excitar en nosotros los mas contrapuestos deseos, cosa nada extraña si se atiende á que estamos musicalmente organizados, como consta por las pulsaciones de las arterias, la formacion del feto en el útero, el parto mismo y otros fenómenos constantes de la vida. Se recitan versos; y sujetas las palabras á compás y á medida, halagan con increible suavidad nuestros oidos. A la manera del aire que pasa comprimido por las estrechuras de la flauta, se desarrollan con placer los conceptos de nuestro entendimiento por entre las angosturas del verso y de la rima. Se canta expresando los variados afectos y movimientos de nuestra alma, y nos sentimos al instante bañados en una gran dulzura, y se nos mitigan con aquel deleite los cuidados, y se nos suavizan las mas ásperas costumbres del mismo modo que se ablanda el hierro con el calor del fuego.

Refiere Polibio en el lib. iv de su Historia Romana que los árcades, pueblo del Peloponeso, trataron de dulcificar con la música la dureza que imprimia en sus costumbres el rigor del clima, la tristeza de su horizonte y los grandes trabajos á que debian dedicarse para cultivar los campos; que para este objeto se ejercitaban en ella los ciudadanos hasta la edad de treinta años, y que los cinetenses, parte de ese mismo pueblo, por haber despreciado ese medio se precipitaron á grandes crímenes y se atrajeron por la fiereza de sus costumbres un gran número de calamidades. No quisieron, por otra parte, sino significar esta misma influencia de la música los antiguos poetas, cuando supusieron que Orfeo amansaba las fieras con el canto, y Amfion con su cítara habia hecho concurrir las piedras á la construccion de los muros de la ciudad de Tebas. Como llevamos dicho ya, no solo sirve la música para

el deleite, sino tambien para excitar de diversa manera los afectos, fenómeno de que tenemos una prueba en lo que cuentan sucedió á Alejandro el Grande, que estando un dia en la mesa oyendo á Timoteo que cantaba las hazañas de Ortio, entrando de repente en furor, al arma, al arma, exclamó, y se salió dejando olvidados los platos que para él habia preparados. Añádese que le calmó al instante Timoteo mudando de tema y tono, cosa que no me detendré ahora en averiguar si debemos tener por fabulosa ó cuando menos por exagerada. Conviene, sin embargo, recordar que Plutarco, en su libro último sobre la música, asegura que tumultos populares y enfermedades agudas han sido mas de una vez calmadas con el auxilio de la música. ¿No consta, por otra parte, en la Escritura que con solo tocar David el arpa redujo á la sana razon el entendimiento del rey Saul, poseido de malos y funestos arrebatos? Calmado á la verdad su afan con la dulzura de la música, ¿cómo habian de tener igual poder los espíritus malignos para atormentarle? Las imágenes de nuestros afectos están expresadas por los distintos compases de la música de una manera mucho mas viva que por la pintura muda, inmóvil, inerte, sin grande influencia en nuestros ánimos. La imágen de un hombre airado pintada en una tabla no nos inflamará por cierto en ira, cosa que podemos afirmar hasta de las demás figuras, por grande que sea la destreza con que están representadas en el lienzo; mas con la música se expresan de una manera tal nuestros afectos, que se excitan á la vez por cierto poder admirable en los ánimos de todos los oyentes.

Por uno y otro motivo creo que la música debe ser tenida en mucho, y como tal enseñada al jóven príncipe, á no ser que se apruebe la fiereza de aquel rey de los escitas, que estando en la mesa y habiendo mandado cantar á Ismenia, dijo á los demás que la oian con sumo placer y encarecian las altas facultades del artista que para él era mucho mas agradable el relincho del caballo que todos los cantos de Ismenia, palabras con que no hizo mas que revelar cuán rudos y fieros habian de ser su ánimo y carácter. No sin razon grandes filósofos, autores de instituciones públicas, quisieron que se ejercitase la juventud en aquel arte para que, suavizadas las costumbres con la dulzura de la armonía, fuese aquella mas social y humanitaria. Conviene pues que se enseñe la música á los príncipes, primero para que sus asiduos trabajos vayan mezclados con suaves y agradables placeres y puedan mezclar lo festivo con lo grave, único medio de alcanzar que no les rindan el cansancio ni la fatiga. Abrumado además el ánimo por graves cuidados y acostumbrado el cuerpo á los ejercicios de la caza 'y de la guerra, seria muy fácil que se hiciesen los reyes ásperos y crueles si las armonías de la música no resucitaran en ellos esa benignidad y mansedumbre que tan útiles son para que se capten la benevolencia de los ciudadanos. Pero hay aun mas, porque en el canto pueden aprender los príncipes cuán fuerte es la influencia de las leyes, cuán útil el órden en la vida, cuán suave y dulce la moderacion del ánimo. Así como pues unidos de una manera casi indefinida por sonidos medios los sonidos graves y los

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