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existia ya en el fondo del corazon de todos. El célebre Sertorio, despues de haberse apoderado de España, fingia para engañar á pueblos sumidos aun en la barbarie que una cierva acostumbrada ya de tiempo á acercársele al oido le comunicaba lo que debia hacer por órden de los dioses. Son verdaderamente estos recursos necios; mas es indudable que apelaron á ellos justamente por haber comprendido que ni es fácil que los hombres vivan en sociedad, sin leyes ni que las leyes ejerzan sin el auxilio de la religion una influencia decisiva. Pretender borrar la religion entre los hombres seria querer quitar el sol al mundo, pues no reinaria mejor confusion ni habria mayor perturbacion en los negocios que si pasásemos la vida en profundísimas tinieblas. Si no hubiese para nosotros Dios ni creyésemos que toma parte alguna en los negocios del mundo, ¿qué fuerza tendrian las relaciones entre los hombres, ni las alianzas que verificasen, ni los contratos que hiciesen? Estamos compuestos de cuerpo y alma; al cuerpo puede hacérsele fuerza y aprisionarle y encadenarle; mas al alma, que goza de una libertad completa, ¿con qué cadena sino es con las de la religion podrá impedirse que se precipite á la maldad y al crímen? Hay en el corazon del hombre muchísimos dobleces, y será tan fácil que prometamos como que faltemos á la palabra cuando hallemos para ello coyuntura, si no estamos firmemente persuadidos de que cuida el cielo de castigar y vengar nuestros delitos. Pruébalo el consentimiento universal de todos los pueblos que no creen asegurados los pactos entre los hombres si no los ven confirmados con la santidad del juramento, ni los pactos públicos sin ofrecer los acostumbrados sacrificios. No por otro motivo pertenecia antiguamente al fecial declarar la guerra con el heraldo al enemigo; no por otra razon el caduceador acostumbraba á sacrificar una puerca cuando pasaba á concluir la paz entre pueblo y pueblo; no por otra razon se procuraba santificar con ceremonias sagradas el matrimonio, el nacimiento de los hijos, todos los actos algo importantes de la vida, En el capitolio la fe estaba consagrada junto á Júpiter y adorada con gran fervor y celo; y es evidente que con esto no se quiso dar á entender sino que la fe es tan querida de Dios, que quiere vivir unido con ella y ser con ella objeto de igual veneracion y culto. Dejadas empero á un lado estas cosas que no ofrecen la menor duda, tales como que con la religion se endulzan los dolores de la vida, que con ella se sancionan las leyes públicas y los contratos de hombre á hombre, vayamos á lo que es principalmente el objeto de este artículo. No hay para mí cosa que robustezca mas los imperios que el culto religioso, ora considere la cosa en sí misma, ora atienda á la opinion pública, en la cual descansan muchas veces las cosas de la vida mas que en el poder y en las fuerzas materiales. Nadie duda de que la humanidad está gobernada y dirigida por la inteligencia de Dios, y si hemos de ser consecuentes, no podemos menos de creer que ha de ser aquella favorable á los buenos, contraria á los malos, vengadora eterna de los conatos impíos de los hombres, amante fervorosa de cuantos imploren su auxilio con sincero culto y puras oraciones, dejando á su voluntad su propia suerte y la

de sus familias. Con razon pues los primeros fundadores de las ciudades pusieron en la religion el fundamento de la felicidad pública y castigaron, ya con el destierro, ya con la muerte, á los que miraban con desprecio el culto de los dioses, pues no creian que pudiese ser feliz una república en que quedasen impunes los hombres impíos y malvados que habian de inficionar por fuerza á los demás ciudadanos y encender la cólera de Dios con sus infames y detestables hechos. Y no se contentaron con prescribirlo de palabra, pues dieron de ello ejemplo frecuentando los lugares sagrados y ejecutando por sí mismos las ceremonias religiosas, ya privadamente, ya en público, hasta el punto de llegará ser en las mas de las naciones reyes y sacerdotes, como nos lo indican muchos monumentos históricos antiguos. Aun pasando por alto á los que gobernaron el pueblo judío, sabemos que los príncipes romanos no hicieron nada sin consultar antes los agüeros, que muchos abdicaron el imperio, y otros renovaron los comicios solo porque así creian haberlo mandado los dioses que adoraban. Se dirá que esto era una necedad y lo confieso, pues nada puede haber mas torpe que la religion pagana; mas tambien sostengo que obraban en esto prudentemente, porque no confiaban el éxito de sus empresas al capricho de la suerte, antes bien creyendo que todo se gobernaba por la voluntad de Dios, le consultaban, así para los negocios de la paz como para los de la guerra, y estaban mas dispuestos á hacer esta con sacrificios religiosos que con la fuerza de las armas. No seguian en esto el ejemplo de Numa, quien, diciéndole uno, los enemigos de Numa están preparando la guerra contra tí; y yo, contestó, estoy ofreciendo sacrificios; indicando con estas palabras que las fuerzas de los contrarios mas se debilitan con el ayuda de Dios que con la punta de las flechas y las lanzas. Dios pues favorece á los buenos y es enemigo de los impíos, y el valor con que se alcanza la victoria es otro beneficio que solo á Dios debemos. En España tenemos aun de mas reciente fecha otro ejemplo semejante, que no es menos notable. Cuando se estaban echando los cimientos de nuestro imperio actual, despues de la invasion sarracena, Fernando Antolinez permaneció en el templo para implorar el favor divino durante la batalla que tuvo con los moros en Gormaz Fernan García, conde de Castilla, que apenas habia sabido la llegada de los infieles les habia salido al encuentro, cogido de un repentino temor, con el objeto de libertar á sus pueblos del furor de los infieles. Cuán agradable fuese esta piedad á Dios lo manifestó un milagro evidente, pues en aquella jornada peleó con tanto valor entre los mas bravos un genio del bien, muy parecido en la forma á Antolinez, que á este principalmente se atribuyó la victoria de aquel dia; creencia confirmada por las recientes manchas de sangre que aparecieron en sus armas y caballo. Descubrióse despues la verdad del hecho, y Antolinez, que se ocultaba por temor de verse afrentado, ganó mas á los ojos de todos en virtud, fué mas ilustre, y recogió en vez de ignominia las mayores alabanzas. Tal fué el fruto de su singular piedad, sin que podamos atribuirlo á fábula ni á deseo de aparentar milagros, pues ha sido

escrito y atestiguado por nuestros antepasados, que toman de esto motivo para dar á conocer que Dios tiene muy en cuenta la religion y la virtud de los hombres verdaderamente piadosos.

No nos queda ya que hablar sino de cuánto sirve la religion para procurar á los príncipes el amor de sus súbditos y excitar en estos los deseos de servir á aquellos. Los pueblos creen generalmente que es superior á los demás hombres, y por lo tanto inaccesible á toda injuria y asechanza, el que mas brilla á sus ojos con la luz de la religion y el claro resplandor de las demás virtudes. ¿Quién pues se ha de atrever á oponerse al que por su gran piedad creen firmemente que tiene á Dios por escudo? La reconocida bondad del príncipe conmoverá todos los ánimos y atraerá tambien hácia él la voluntad de todos. Circuido de la proteccion de Dios y de los hombres, estará entonces fuera de los azares de la suerte y podrá arrollar y vencer todo género de dificultades. Conocieron esto los grandes príncipes, y cuidaron principalmente de la religion, hicieron mas, ejercieron con sus propias manos el ministerio sacerdotal, ofrecieron con sus propias manos y con solemnes ritos cruentos é incruentos sacrificios. Por esto en las historias divinas y profanas llevan los príncipes y los legisladores el título de sacerdotes y pontífices, por esto Hesiodo supuso á los reyes descendientes del Padre de los dioses, por esto Homero á los héroes que mas quiso inmortalizar les fingió queridos especialmente de ciertos dioses, suponiendo siempre que estaban bajo la tutela y salvaguardia de las divinidades á que se mostraban mas afectos. Sabemos que Escipion, llamado el Africano, acostumbró á frecuentar el capitolio y los templos de Roma, y que con este celo religioso, ya sincero, ya acomodado á las circunstancias de los tiempos, alcanzó entre los ciudadanos una gran fama de probidad y se conquistó un nombre inmortal por sus hazañas. Podria citar muchísimos ejemplos de otros que siguiendo las mismas huellas consiguieron una gran gloria y riquezas no menores, mas deseo ya poner fin á mi discurso.

Ten pues, ¡oh dulcísimo príncipe! por firme y seguro que en el cultivo de la religion se encierra el mas

cierto y el mas constante apoyo para todos los negocios de la república, no admitas otra religion que la cristiana, ni permitas que la adopte ninguno de tus ciudadanos, si no quieres ver castigada esta falta con calamidades públicas; porque nada hay mas aparente ni engañoso que las falsas religiones, nada mas disolvente que dejar de adorar á Dios como le adoraron nuestros padres. Evita toda clase de supersticion, ten por futilisima y vana toda arte que pretenda aprovecharse del conocimiento del cielo para indagar lo futuro, no emplees nunca en la ociosidad ni en la contemplacion el tiempo debido á los negocios. Implora con puras y ardientes oraciones el favor de Dios y de todos los santos, principalmente de los que son nuestros tutelares; aparta tu entendimiento del camino que sigan tus sentidos y elévale á la contemplacion de las cosas divinas; frecuenta los templos, guarda en ellos moderacion, silencio; viste en ellos con modesto traje para que te tomen tus ciudadanos por modelo, procura que no profanen la casa de Dios con imprudentes cuchicheos, con impudentes carcajadas, con hechos lascivos, que seria aun mas triste y repugnante; ve que en vez de alcanzar el patrocinio de Dios, que es á lo que se aspira, no se llame la cólera de Dios sobre tu frente y la frente de tu pueblo. No porque estés sin testigos faltes nunca á lo que te exige la conciencia; ten horas determinadas para pensar con Dios, para pensar contigo, ya en tu gabinete, ya en tu lecho; considera todos los dias la enorme carga que pesa sobre tus hombros y las faltas que llevas cometidas; examina atentamente lo que has de enmendar y corregir mañana. Te servirá de mucho ese cuidado para que gobiernes bien tu vida, para que gobiernes bien tu imperio. Debes, por fin, portarte de manera que todos comprendan que nada hay mejor que la religion, que es la que nos instruye en el culto del verdadero Dios, refrena nuestros deseos, suaviza los dolores y trabajos de la vida, da fuerza á las leyes, conserva las sociedades humanas, procura el cumplimiento de los contratos hace agradables los principes á Dios y á los hombres, les colma de bienes, les proporciona una gloria inagotable, eterna.

LIBRO TERCERO.

CAPITULO PRIMERO.

De los magistrados.

JUZGA el pueblo felices á los que disfrutan del poder viéndoles nadar en la abundancia y los placeres, que es lo que tienen en mas los hombres, pero yo los tengo por los mas desgraciados de todos, pues sé que bajo la púrpura y el oro se esconden muchos y graves cuidados, que sin cesar les sirven de tormento. Lo que encuentro mas difícil es que puedan llenar los cargos que

sobre ellos pesan con honradez y rectitud de costumbres de modo que resistan á la fuerza del dinero, del. deleite y de ardientes y exagerados deseos, cosa inasequible si todos los agentes del gobierno á quienes está confiada alguna parte de la república y todos los empleados de palacio no llevan mucha ventaja á sus mismos compañeros, á los ciudadanos y á todas las clases del Estado.

¡Cuán triste y pesada es por cierto la condicion del que gobierna! Evitar las faltas propias son muchos los

que lo alcanzan, pues nos sentimos inclinados á ello mismo modo que si estuviesen ála vista de todo el mun. la influencia de nuestra voluntad y la naturaleza ado. Si entre los empleados de palacio suliese alguno

por

de nuestra alma; pero enfrenar los deseos de los demás, sobre todo cuando hay tanta corrupcion y es tan crecido el número de empleados, es ya mas que de hombres, es ya mas un don del cielo que un resultado de nuestra propia industria. En todos tiempos ha habido príncipes que se han hecho acreedores á grandes elogios, no tanto por sus virtudes como por la integridad de los que les han servido; mas en todos tiempos tambien ha habido monarcas manchados con toda clase de torpezas que se han atraido el odio de los pue

muy leal, deberá destinársele solo á los negocios y al servicio particular del príncipe, no confiándole nunca ningun cargo importante de gobierno, pues muchas cosas que podrian tambien encargarse á criados fieles deben ser confiadas á otros para evitar la murmuracion y el vituperio. Conviene además tener en cuenta su orgullo, no sea que con la mucha libertad se hagan arrogantes y se insolenten con los súbditos, cosa que es uno de los mayores y mas temibles daños. Por esto se hicieron precisamente tan odiosos los nombres de Poli

blos, menos por su culpa que por la de sus magistra-creto, Seyano y Palantes en el antiguo imperio, y los dos y servidores. Han sido estos, sin embargo, criminales, pues no han puesto el cuidado que debian en la eleccion de sus ministros y demás empleados, y no han implorado nunca para ello el favor de Dios, que no les hubiera faltado en cosas tan necesarias si lo hubiesen solicitado con oraciones puras y fervoroso celo.

Hemos hablado ya mucho en el libro anterior acerca de las virtudes del príncipe; hemos de discutir ahora sobre la manera de gobernar la república, ya en tiempo de paz, ya en tiempo de guerra, sentando reglas y preceptos que han de servir mucho para su defensa al príncipe el dia en que llegue á coger las riendas del gobierno. Debemos ocuparnos ante todo en examinar quiénes son sus ministros y llamar la atencion del príncipe sobre un punto tan importante con abundancia de razones y de ejemplos. Con respecto á los empleados de palacio, basta un solo precepto, y es que de entre toda la nobleza se elija á los que se distingan por su honradez, su ingenio, su prudencia, su grandeza de alma y su rectitud en obedecer al príncipe, procurando alejar cuidadosamente de palacio y sobre todo privar que se familiaricen con el que ha de ser rey un dia hombres de perverso carácter, jóvenes entregados á todo género de excesos, personas viciosas que con su ejemplo y su influencia podrian alterar la buena condicion del que es la esperanza de su patria. No es posible que el pueblo tenga en buena opinion al hombre cuyos criados se entregan á toda clase de infamias; así que estoy en que es preciso examinar la vida y las costumbres de los que van propuestos como empleados antes que se les admita para compañía y servicio del príncipe, á no ser que ya desde sus primeros años hubiesen despuntado por sus buenas prendas. Está envuelto el carácter de cada cual debajo de muchos pliegues y como encubierto por un velo; la frente, los ojos, el semblante y mas que todo las palabras se prestan mucho á la ficcion y á la mentira. Podrá acontecer que despues de admitido un hombre en palacio se manifieste muy distinto de lo que su fama decia, pudiendo menos de corromper sus costumbres en medio de tanto libertinaje como hay en las casas reales; y cuando tal suceda, convendrá dar á este hombre un destino que le obligue á salir del alcázar regio, á fin de que con su depravacion no le inficione, pues el palacio ha de venir á ser una especie de templo sagradísimo, ajeno de todo contagio, y esto puede muy fácilmente alcanzarse con que los criados del príncipe se porten del

de muchos empleados de palacio en nuestros tiempos y en los de nuestros padres. Los que deben estar en compañía del príncipe son los que pueden llegar á ser esclarecidos capitanes é incorruptibles magistrados; mas mientras no se les haya confiado ningun cargo de la república, no debe consentirse en que se arroguen las facultades de otros, y se ha de hacer, por lo contrario, que se contenten con obsequios domésticos y con la gracia de su príncipe. A mi modo de ver, esta gracia debe distribuirla el rey entre muchos, sin permitir que crezcan indefinidamente unos pocos, cosa que raras veces deja de producir daños y trastornos, y excita la envidia y la sospecha de muchos, y sirve mas bien para viciar y robustecer las virtudes de los reyes. Ni aun cuando se esté seguro de la honradez de ciertos hombres, se les debe favorecer de modo que vayan ganando ilimitadamente y con exclusion de los demás el corazon del príncipe. Sancho de Castilla, llamado por sobrenombre el Deseado, al morir, en el año 1158, confió la educacion y tutela de su hijo Alfonso á Gutierrez de Castro, uno de los mejores y mas insignes varones de su tiempo. Los infantes de Lara, cuya voz y autoridad eran poderosas en las Cortes del reino, se creyeron injuriados con el hecho, y vejaron por largo tiem. po la república haciéndola casi servir de presa y juguete. Y si esto acontece tratándose de un hombre bueno, bajo cuya sombra habia crecido el mismo Rey, ¿qué no habrá de suceder tratándose de hombres malos lo menos sospechosos que estén muy unidos con el príncipe?

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por

En elegir á los ministros y en nombrar magistrados debe ponerse aun mayor cuidado, es decir, todo el cuidado que exige la grandeza y la importancia del asunto, pues si se procede sin tino, y se ponen al frente de los negocios públicos hombres indicados por la suerte ó el capricho, es indudable que estos considerarán la república como su presa, y saldrán falseados los juicios, y no podrán reprimir las maldades la fuerza de las leyes, falseadas á cada paso por la violencia, el favor, la intriga y el dinero. No mirarán aquellos sino por sus intereses, y los fomentarán con daño y mengua de su principe. Yo no confiaria ningun cargo de gobierno á nadie que no fuese antes proclamado al pueblo, para que cada cual tuviese derecho de revelar sus faltas, como hacia en Roma Alejandro Severo, príncipe de esclarecida indole, insiguiendo una costumbre introducida por is cristianos. ¿Por qué no han de poder practicar hoy nuestros reyes lo que practicó un emperador que, aunque

pro-Asia,

de grandes virtudes, no estaba imbuido en la religion | dencia; y recuerdo que entre los milesios, pueblos del Asia, tratándose un dia de elegir magistrados despues de un cambio de gobierno, fueron recorridos atentamente todos los campos y encargados los destinos á los que mas se distinguieron á los ojos de todos por el esmero é inteligencia en cultivarlos. ¿Será, por otra parte, justo que tengan que pagar los pueblos las faltas de hombres perdidos, y satisfacer con su dinero los exagerados deseos de los que por su culpa han bajado á la mayor pobreza? Con razon Escipion Emiliano, viendo que en el Senado se disputaban entre sí los cónsules Servio Sulpicio Galva y Aurelio quién habia de pasar á España á combatir los esfuerzos de Viriato, levantó la voz en medio de los padres de la patria, que estaban suspensos esperando su dictámen, y dijo que no le parecian á propósito ni el uno ni el otro, porque no teniendo el uno nada, ni bastándole nada al otro, tanto se podria temer de la pobreza del primero como de la codicia del segundo.

de Jesucristo? Mas ya que no pueda apelarse á esas proclamaciones, para que no surjan fraudes y calumnias en medio de tan grande aluvion de vicios y de tan desenfrenada envidia, indáguese por lo menos con celo, cuál es la conducta, cuáles son las costumbres, cuál es el carácter de los que van á ocupar los altos destinos del Estado. Conviene procurar mucho que no se confie la guarda de las provincias á lobos hambrientos, cubiertos con la capa y el nombre de pastores. Evitese sobre todo conferir tan grandes honores á instancias de favoritos y privados. Si para curar nuestras enfermedades ó las de nuestra familia no llamamos al médico que nos recomiendan nuestros amigos, sino al que pasa por entendido en su arte, ¿por qué no se ha de hacer lo mismo tratándose de curar las dolencias de la república? ¡Qué perversion tan terrible atender al favor ó al odio para elegir los magistrados, eleccion de que depende la salud del reino! No se han de confiar los cargos de la república solo á los que los solicitan, como vemos que hacen inconsideradamente ciertos príncipes; deben sí confiarse á los mas idóneos, á los que mas se distingan por sus candorosas costumbres y su mucha experiencia. A estos no solo conviene llamarlos, sino hasta obligarlos á salir de su retiro, á no ser que el príncipe haya creido justo jubilarlos despues de muchos servicios y de muchas y penosísimas fatigas. Los que llevan una vida infame, los que tienen corrompidas las costumbres, los que fundan su esperanza solo en la riqueza y en el fraude, los que se introducen en todas partes, confiando mas en el favor ajeno que en su probidad, su industria y su riqueza ; los que viendo arruinada su hacienda, se adhieren á la magistratura como el náufrago á la roca, y pretenden salir de sus apuros á costa del estado, hombres los mas perniciosos, todos estos han de ser rechazados, evitados con el mayor cuidado. El que por medio de maldades busca el poder no se crea nunca que lo ejerza lealmente, no revolverá en su entendimiento sino proyectos de estupro, de robo, de crimenes sin cuento, no atenderá para nada á su reputacion, obrará siempre conforme á su carácter. Elegantemente dijo el festivo poeta latino:

Virtute ambire oportet non favitoribus,

Sat favitorum habel semper, qui recte facit.

El que no supo guardar su hacienda ¿se podrá esperar que sepa guardar la pública? ¿Cómo ha de cuidar de lo ajeno el que miró con descuido lo propio? Podrá suceder que sin culpa por su parte, y sí solo por la calamidad de los tiempos, ó por las injurias de sus enemigos haya venido alguno á menoscabo y ruina; podrá suceder que otros, á medida que entren en edad, vayan arrepintiéndose de sus pasadas faltas, y corrijan y mejoren sus costumbres; mas mientras no sea esto cosa averiguada, mientras no falten hombres de reconocida probidad y de virtudes nunca desmentidas, ¿por qué, si queremos asegurar la suerte del Estado, no hemos de preferir estos á aquellos para todos los cargos públicos? San Pablo no puso por obispos al frente de sus iglesias sino á los que en sus casas, recta y prudentemente admiuistradas, hubiesen ya dado prueba de su natural pru

No se confiera tampoco á cada hombre mas que un solo cargo, no se acumulen en uno solo muchos destinos, y menos aun destinos de diversa índole. Aristóteles imputa esta falta á los cartagineses, y nosotros podriamos imputarla tambien á muchos príncipes que obraron en esto muy inconsideradamente. Ni las fuerzas ni el saber de un solo hombre bastan para un solo cargo. Así que es forzoso que el que lo reuna sucumba á tan gran peso, debiendo sentir la falta, no solo él, sino tambien sus súbditos, que habrán de hacer grandes gastos, con menoscabo de tiempo y de fortuna, por no poder acabarse nunca los negocios ó cuando menos por no poderse terminar sino despues de muy largas dilaciones. Queremos aun suponer que un solo hombre bastase para todo, y aun así encontrariamos mal que se acumulasen en un hombre dos ó mas destinos, pues distribuyéndolos entre muchos, son tambien muchos los que aman al príncipe, obligados por los beneficios recibidos, y siendo muchos los que entiendan en las cosas públicas, ba de ser menor el deseo de innovarlo y reformarlo todo; pues es claro que los que no participan de los bienes del Estado ni por sí ni por medio de sus allegados, han de aborrecer el estado actual de cosas y desear que sufra mudanzas, cosa que no sé cómo no han considerado los príncipes al nombrar magistrados y al elegir gente para su servicio y para la administracion y gobierno de palacio.

Lo que nunca podré yo aprobar es que hombres ociosos vayan destruyendo la república con las rentas anuales que perciben, sin mas que por tener empleos imaginarios, de los que suele haber desgraciadamente un gran número, sobre todo cuando el reino está alterado y en singular desórden. Alejandro Severo, excelente príncipe, fué tambien el que suprimió esa causa de ruina para la república. Pretendo pues que no ha de haber destinos inútiles, que no se han de conferir á uno solo muchos cargos, ya se trate de magistraturas, ya de empleos de palacio, á fin de que compartida la carga, sigan los negocios un curso mas expedito y breve, y se extiendan lo mas posible los beneficios de los príncipes.

Admitido esto, ocurre la cuestion de si deben ser los

parecer dentro de un breve plazo? ¿Cuánta perversidad no hay en esas tergiversaciones y colusiones é infinitas prorogas que acompañan á los pleitos, abusos todos de que viven a costa de la miseria pública un infinito número de abogados, procuradores y escribanos? Ocurren tambien muchas veces dudas entre los jueces sobre á quién corresponde entender en tal ó cual negocio; mas, á mi modo de ver, para arreglar estas diferencias, podria hacerse que en cada ciudad hubiese uno con anchas facultades para dirimirlas, á quien pudiesen dirigirse las partes interesadas cuando lo tuviesen por conveniente.

empleados movibles ó inamovibles. Platon pretendia que fuesen inamovibles del mismo modo que los reyes, á fin de que fuese mayor en ellos la prudencia é infundiesen mayor respeto al pueblo; mas Aristóteles profesa la opinion contraria, fundándose primero en que el alma como el pueblo envejece y se incapacita para los negocios del gobierno, y luego en que es muy útil para el bien público que todos los empleados entiendan que han de devolver el mando que les ha sido confiado y ha de ser su autoridad conferida y revocada por unas mismas leyes. El dictámen de Platon fué muy del agrado del emperador Tiberio, que no removia casi nunca los prefectos de las provincias, de quienes solia decir que, parecidos á las moscas, se van haciendo tanto menos molestos cuanto mas van chupando el pus y sangre de las Ilagas. Muchos otros príncipes en cambio, y sobre todo muchas repúblicas, quieren que se renueven con frecuencia los magistrados para que no se corrompan ni se vicien ni degeneren en tiranos, creyendo que es muy saludable acostumbrarlos por intervalos á vivir con los demás bajo un mismo derecho y á dar en tanto estrecha cuenta de su administracion pasada. Sobre esto observo que fué muy usado en los antiguos tiempos, y aun sancionado por una ley de Carlomagno, que en épocas dadas recorriesen todo el reino obispos y grandes elegidos al efecto, y examinasen atentamente la conducta é integridad y costumbres de todos los que están encargados de administrar justicia, práctica que si ahora restaurásemos, no podria dejar de producir excelentes resultados. La que hoy se observa, de que el sucesor examine la conducta del que le precedió en el cargo, está sujeta á gravísimos inconvenientes, se corre sobre todo el peligro de que aun siendo muy severos para los demás, se perdonen y disimulen mútuamente sus faltas y pecados. Habiendo llegado ya nuestras costumbres á un estado tal de corrupcion y ligereza, no soy tampoco de parecer que el príncipe indague y castigue las mas leves faltas de los magistrados, mas creo sí que ha de tener exploradas las costumbres de cada uno, para que conociendo la lealtad y el ingenio de todos, sepa hasta qué punto pueda confiar en los que han de ejecutar sus órdenes y las leyes del Estado. Debe atender el príncipe mas á lo futuro que á lo pasado, pues lo pasado es de una condicion tal, que no es ya susceptible de mudanza.

Vamos á dar otro precepto, que es el último, precepto que tal vez excite la risa de algunos, á pesar de ser, si no ingenioso, necesario, y sobre todo, mas propio de un consejero humilde que de un profesor erudito y consumado. Debe, á mi modo de ver, imaginarse algun medio para que no puedan alargarse los pleitos hasta lo infinito. Podria haber para cosas de menor cuantía jueces especiales que tuviesen para ellas procedimientos leves y sencillos, de cuya sentencia no cupiese apelacion alguna; y con respecto á los de mayor cuantía, señalarse un plazo dentro del cual debiesen forzosamente terminarse, lo que se alcanzaria, entre otros medios, con el de quitar la esperanza de llamar testigos que se encuentren en apartadas regiones, cosa que da no poco lugar á la dilacion y el fraude. ¿Por qué no se podria dar por muertos á los que no hubiesen de com

Creo que se estará convencido de cuán justo es que el príncipe ponga el mayor cuidado en elegir jueces y todo género de funcionarios públicos, y es evidente que no ha de ser mucho mayor el que ponga en la eleccion de los obispos en los casos en que le competa, pues así lo está pidiendo la importancia del cargo y la salud del reino y de la Iglesia. Si no se toma el príncipe ese cuidado, difícilmente podrá conservarse la santidad de la religion, la integridad de las costumbres ni la tranquilidad del Estado, pues es muy de advertir que las faltas que en esto se cometan no tienen enmienda, pues las leyes eclesiásticas no permiten la remocion de los prelados por depravadas que sean sus costumbres. Escójanse pues por obispos varones de reconocida probidad y prudencia, de edad algo avanzada y en cuanto sea posible versados en los negocios eclesiásticos desde sus primeros años, pues no aprobamos que de gente profana y de hombres del pueblo se hagan de repente pastores y maestros de la grey de Cristo, pues el que esto haya dado buenos resultados con un san Ambrosio y san Nectario y algunos mas, que no son muchos, no es razon para que en nuestros tiempos se repita con frecuencia. Disputan tambien muchos acaloradamente sobre si es mejor que se pongan al frente de las iglesias jurisconsultos ó teólogos, y yo soy de parecer que en iguales circunstancias deben ser preferidos los teólogos, pues estos, si llevan una vida contraria á su profesion, han de aventajarles en el conocimiento y práctica de las cosas sagradas, y los jurisconsultos consumen todo su tiempo y su ingenio en la barahunda del foro. Sobre esta cuestion, sin embargo, hablaré en otra parte mas detenidamente, contentándome ahora con añadir, sin pretender arrogarme el derecho de decidir una cosa de tanta importancia, que no puedo menos de admirarme mucho de que se haya ido despreciando la costumbre de los antiguos, que solian nombrar obispos principalmente á los que pertenecian á las órdenes religiosas. Los antiguos estaban persuadidos, y á la verdad con razon, de que habian de salir siempre mejores maestros y prelados entre los que ya desde sus mas tiernos años se habian acostumbrado á la disciplina eclesiástica y empapado en santas costumbres y dominado el alma, que entre los que sin ninguna educacion prévia, ó cuando menos con una educacion ligera se habian de presentar de repente como modelos de probidad y de virtudes cristianas. Así, en los tiempos antiguos apenas cab contar los obispos y sumos pontifices que salieron de los monasterios, al paso que en los nuestros apenas hay uno que otro, y estos aun lo han alcanzado mas con malas mañas y pérfidas intrigas que por la integridad

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