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mos? Es á la verdad enojoso que se grave todos los dias con nuevos tributos á los descendientes y se les reduzca al extremo de que no puedan sostenerse á sí ni á sus familias.

Están pues en un grave error los que fundándose en el ejemplo de la Francia y de la Italia pretenden persuadir á nuestros príncipes que pueden imponer mayores tributos á España, nacion, segun dicen, felicisima, abundantemente dotada de todo género de bienes. Son desgraciadamente muchos los aduladores y los necios y falsos charlatanes que aconsejan tan imprudente medida, y son muchos porque nada puede haber tan agradable á reyes, que se ven envueltos en guerras y grandes empresas y tropiezan á cada paso con la falta de numerario, que el que les abran nuevos caminos para recogerlo. Nada puede haber para ellos tan agradable, pero nada tampoco mas gravoso para el reino, que el ir inventando todos los dias nuevos medios para acabar de despojar y extenuar á los que viven ya en la escasez y en la miseria. ¿Cómo no consideran aquellos falsos consejeros que si la Francia ha caido en grandes males es precisamente desde el tiempo en que crecieron indefinidamente los tributos, aumentados á cada paso al antojo de los reyes, sin consultar para nada la voluntad del reino?

CAPITULO VIII.

De los víveres:

Cuidando los príncipes de los víveres y procurando que abunden cuanto quepa, principalmente el trigo, no solo puede mejorarse en mucho la suerte de los pueblos, así en la paz como en la guerra, sino tambien hacer que aumente el amor de esos mismos pueblos para con sus reyes; pues si por las disposiciones de estos están provistos los mercados de los artículos mas necesarios para la vida, no dejan los ciudadanos de dar por muy afortunados los tiempos en que viven. Por de contado un príncipe no puede disponer las cosas de manera que haya fecundidad en los ganados y en los campos, pues esto excede las facultades del hombre; mas puede siempre hacer que se implore la clemencia del cielo con ardientes oraciones y procurar que no se cometa ningun crímen público que merezca ser castigado con una calamidad general y con el hambre de todo un pueblo.

Conviene además proteger con módicos tributos el comercio que sostengamos con otras naciones y no gravarle con exagerados impuestos, pues aunque el vendedor cobra del comprador todo lo que se le quita por via de tributo, es indudable que cuanto mas alto esté el precio de las mercancías, tanto menor será el número de los compradores y tanto mas difícil será el cambio de productos. Se han de facilitar, ya por mar, ya por tierra, la importacion y la exportacion de los artículos necesarios para que pueda trocarse sin grandes esfuerzos lo que en unas naciones sobra con lo que en otras falta, que es lo que principalmente constituye la naturaleza y objeto del comercio. Suelen mercaderes codiciosos aumentar el precio de los objetos valiéndose de malas mañas y vendiendo una misma cosa cien veces en el mismo punto; mas esto es tambien preciso

prohibirlo por medio de una ley, pues no es justo que por la desenfrenada ambicion de unos pocos deban pagar muchos con usura objetos que son indispensa❤ bles. Fuera de esto, estoy por que se proteja mucho á cuantos se dediquen al comercio, pues es lo que mas conviene á la salud de la república.

Deben tambien los príncipes trabajar principalmente porque no se deje ningun campo sin cultivo ni haya en este descuido, con lo que aun favoreciéndonos poco el cielo, serán mucho mas abundantes las cosechas. David, aquel prudente rey que ponen las escrituras como el modelo de un buen príncipe, escogió entre sus ciudadanos algunos, no solo, á mi modo de ver, para que cuîdasen de sus ganados y de sus viñas y olivares, sino tambien de los campos y rebaños de sus súbditos. Mo vido por esta disposicion, que adoptó tambien Aristóte les, creo que deberia crearse en cada ciudad y cada pueblo un magistrado cuyo cargo se redujese á recorrer y visitar todas las heredades y los campos, seña lándose además un premio para el que mas diligentemente los hubiese cultivado entre sus paisanos y hu biese sabido sacar de la tierra mayores y mejores frutos. Como se recompensase el celo de estos podria castigarse, ya con penas infamantes, ya con multas, á los desidiosos que hubiesen mirado con menosprecio el cultivo de sus haciendas, principalmente no habiéndose visto obligados á ello por graves apuros pecuniarios. Podria hacerse aun mas ; podrian cultivarse estos campos á costas y expensas de los concejos, que de los frutos podrian retirar en primer lugar los gastos del cultivo, y de los frutos que quedaren la tercera ó la cuarta parte aplicaderas, ya al fisco, ya á la misma ciudad 6 pueblo, para que la invirtieran en cosas de utilidad pública. Se adelantaria mucho con esta disposicion, pues en un territorio tan dilatado como el nuestro, si estuviesen todos los campos cultivados, seria muy difícil que hubiese carestía por mucho que escasearan las lluvias, mal de que adolece mucho la nacion española, puesto que escasea en muchos lugares la leña y muchos cerros se niegan por lo áspero á todo cultivo. Podria sembrarse en ellos pinos, encinas y otros árboles, segun la naturaleza de dicho terreno, proporcionándonos así materia para el fuego y maderas para la construccion de los edificios. Si luego sangrando los rios por todas las partes practicables, que no son pocas, se convirtiesen en terreno de regadío los campos que ahora son de secano, no solo se alcanzaria que abundasen mas los granos, sino que tambien se haria nuestro país mas saludable, templada y modificada así en gran parte la natural sequedad de nuestra atmósfera. Serian entonces algo mas frecuentes y copiosas las lluvias, pues habiendo mas terrenos regables, habria mayor evaporacion Ꭹ se formarian mas fácilmente nubes.

Debe mirarse mucho por los labradores y pastores, í cuyos trabajos es debido el sustento y vigor de todo el reino. Procuren con el mayor celo posible magistrados y príncipes que no sean nunca presa del fraude ni de hombres poderosos, procuren que nadie contrarie ni sus trabajos ni sus intereses. Hace ya siglos, Carlo Magno y su hijo Luis establecieron por una ley que cuando por la escasez de granos se debiese tasar

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el precio del trigo, costumbre que aun hoy se conserva en España, no debiesen estar sujetos á tal tasacion los labradores que por no tener campos propios los hubiesen arrendado mediante una cantidad alzada, ya en dinero, ya en frutos, y sí tan solo los que disfrutasen de vastas haciendas ó de muy pingües rentas, bien perteneciesen al pueblo y á la nobleza, bien fuesen altos sacerdotes y prelados. Una ley tal seria además de justa de muchísimo provecho, pues es sumamente penoso que lo que con tanto sudor han alcanzado para alimentar su pobre familia, deban esos labradores venderlo en menos de lo que les ha costado. Seria empero preciso que esta ley no fuese general ni para todos los tiempos ni para todo el reino, pues es grande la variedad que se observa entre época y época y de pueblo á pueblo, antes bien se la modificase cada año y en cada ciudad, acomodando la tasacion á la mayor abundancia de granos, como sabemos que se practica en muchas otras naciones en que se atiende mucho mejor á los intereses comunes. ¿Cómo es posible que se prescriba lo mismo para lugares muy abundantísimos y otros muy estériles sin hacer distincion entre años que difieren mucho entre sí respecto á la produccion de granos? Todas estas disposiciones y otras semejantes que tal vez existan conviene que sean severamente revocadas y acomodadas á las condiciones que llevamos poco ha prescritas.

Creo tambien que deberia ponerse límite al plantío de la viña, como hicieron en otro tiempo los romanos por una ley que no fué abolida hasta los tiempos de Domiciano, abolicion y ley sobre las cuales diré poquísimas palabras. Diéronla tal vez para conservar la frugalidad de los españoles, agotados entonces por tantas guerras y tributos, frugalidad que era en ellos hija de la naturaleza, creyendo que si se contentaban con beber agua, gozarian de una vida mucho mas larga y menos expuesta á las enfermedades. Es sabido que nada determinaba menos los actos de Domiciano que el deseo de hacer bien á sus súbditos, así que podemos calcular que si derogó la ley no fué mas que para cautivar las voluntades de nuestros compatricios. En estos tiempos comarcas enteras están cubiertas de cepas, y es ya indudable que el vino y los banquetes van debilitando nuestros cuerpos. Despréciase el cultivo del trigo, del que depende principalmente la vida, y va cada cual á lo que le ofrece mayores esperanzas de lucrarse. Si algun tanto modificada pudiésemos restaurar la ley romana, ¿no favoreceriamos verdaderamente los intereses comunes volviendo nuestra nacion á sus antiguas costumbres y á ese antiguo valor y sencillez que degenera y se corrompe y perece de dia en dia, merced al roce de otras naciones y al desgaste de placeres que ya hallamos en casa, ya nos vienen de otros países? Si se examinase cuánto vino se consumia en tiempo de nuestros abuelos, cosa muy fácil de saber por las cuentas de los diezmos eclesiásticos, se veria quizás que en muchos lugares ha llegado aquella cantidad á triplicarse, hecho nada extraño cuando en aquellos tiempos, sobre todo en la Carpetania, donde hemos nacido, eran muy pocos los que bebian vino y casi solo las cabezas de familia, al paso que ahora todos, sin distincion de edad ni sexo,

se entregan al vino ni mas ni menos que á los demás placeres.

Fáltanos tan solo considerar si seria posible 6 no hacer nuestros rios navegables, sobre lo cual otros podrán resolver con mayor prudencia y conocimiento de causa, y puede decirse mucho á la verdad por una y otra parte. Pretenden algunos que es malversar inútilmente los tesoros del príncipe querer alcanzar por el arte lo que nos ha negado la naturaleza. Es indudable que en otras naciones han adelantado mucho por este medio, pues han podido trasladar con pequeños gastos desde los puntos mas distantes los artículos de primera necesidad; mas en España, de escabroso terreno de rios de cauce rápido, cuyas orillas están además ocupadas en mayor parte por molinos, tal vez á nada conduciria tentar esta innovacion, pues seria fácil que nuestros esfuerzos quedasen tan solo como monumento de nuestra impotencia y provocasen la risa de nuestros descendientes. Una empresa tal podria sernos mas incómoda que útil si quisiéramos ser tenaces en llevarla á cabo. Es muy difícil que nadie haga lo que no pudieron los romanos, que tanto sabian y podian, en la época en que estuvieron apoderados de España.

CAPITULO IX.

De los edificios.

Creo que los que gobiernan deben dirigir todos sus pensamientos á que vivan sus súbditos en la mayor felicidad posible, para lo cual deben preservarlos de todas las injurias de la guerra, dirigirlos en tiempos de paz y procurarles todo lo necesario para sustentar y embellecer la vida. Se ha hablado ya empero de todo lo relativo al arte militar y á la abundancia de vituallas, y debemos ahora ocuparnos del modo cómo pueblos y ciudades pueden ser pública y privadamente hermoseadas. Debe procurarse que no falte en este punto nada de lo que permita la condicion del reino; cuando no lo haya en casa puede muy bien ir á buscarse en otro punto. Conviene sobre todo llamar del extranjero, aunque sea con grandes recompensas, á artistas de todas clases que nos sirvan, ya para pintar, ya para tejer telas bordadas de oro, ya para fabricar alfombras y tapices, ya para forjar metales y trasformarlos en vasos y otros muebles. Tengo esto por mucho mas ventajoso que traer de otras naciones las materias ya elaboradas, pues haciéndose como proponemos, las tendriamos en mayor abundancia y no saldria de España el mucho oro y plata que tenemos, con gran perjuicio nuestro y no poco provecho de otros estados, á que va por este camino la mayor parte de las riquezas que, ya brotan de nuestro fecundo suelo, ya nos vienen anualmente de América en nuestros tan ponderados galeones.

¿Podrémos tampoco descuidar la construccion de edificios públicos y particulares, descuido por el que nuestra nacion brillaria mucho menos que las extranjeras, hoy mucho mas pobres? Los beneficios de los príncipes deben extenderse hasta donde alcancen las facultades del Tesoro para que así puedan granjearse mejor las gracias de sus súbditos, Deberiau aute todo

altos empleados, bien fuesen militares, bien civiles, bien eclesiásticos, la necesidad de invertir en el ornato público parte de sus utilidades y sus rentas, para lo cual en lo que fuese necesario se podria obtener la competente autorizacion de los pontifices. No seria de poca importancia que por este medio viésemos alzar puentes y casas de asilo, ya para los pobres, ya para los enfermos, mucho mas cuando con esto se alcanzaba que hubiese en todo el reino innumerables monumentos de varones de gran precio y fama y se lograba que fuesen menos codiciados los honores y menor la ambicion de muchos á quienes esta carga habia de retraer algun tanto de envidiar y solicitar los altos puestos. No sin razon aconsejó lo mismo Aristóteles para que con menos odio y mas ventaja pública pudiesen confiarse los honores y magistraturas públicas á varones ricos y eminentes. Se adelantaria tambien mucho en esta parte si se supiesen aprovechar las buenas coyunturas y emprender la construccion de grandes edificios, principalmente en tiempos de escasez, en que muchos pobres, que no pueden alimentarse á sí ni á sus familias, recibirian con mas gusto un salario que fuese fruto de su trabajo que una limosna que recogiesen perdiendo su vergüenza para apelar á la misericordia ajena. Serian entonces aquellos edificios un monumento eterno levantado á la beneficencia de los ricos, monumento tan agradable á Dios como á los hombres, en que permaneceria escrito el nombre de sus autores mejor que en ninguna lámina de bronce, siendo estos indudablemente celebrados por las generaciones mas remotas.

abrir caminos como los abrian los romanos para que los muchos lodos no pudiesen nunca detener á los viajeros, como ahora sucede con vergüenza nuestra; reedificarse los puentes, destruidos en muchos puntos con perjuicio de los transeuntes; construirse en todo el reino fortalezas que sirviesen á la vez de adorno y defensa. Es preciso que nos procuremos en tiempos de paz lo que puede sernos necesario en tiempos de guerra, y no hemos de consentir en que, como sucede ahora á cada paso, se caigan de vejez, gracias á nuestra incuria, los muros de nuestros pueblos y ciudades. Repárense, por lo contrario, los que amenacen ruina y añádanseles nuevas fortificaciones y reparos, construidas segun las nuevas necesidades de la guerra para que puedan resistir el empuje de las armas de fuego, que á manera de rayo destruyen ahora las mas firmes fortalezas. Levántense además en todas partes templos suntuosos y magníficos para que se aumente la grandeza y la majestad del culto á los ojos del pueblo, que, como es sabido, deja llevarse mucho de la pompa y el aparato. Levántense edificios particulares y casas elegantemente adornadas con que se distingan y brillen los pueblos del mismo modo que piedras engastadas en oro. Donde lo permitieren las facultades, procúrese sobre todo abolir el uso de las tapias, paredes de deforme aspecto, principalmente despues de haber sido atacadas por la lluvia y por los vientos; sustituyasele el de paredes de sillería ó de mampostería, que sobre ser mas elegantes, son mas fuertes. Brille por todas partes al rededor de cada ciudad una agradable campiña salpicada de aldeas y alquerías, amenícense los demás lugares al par de las riberas de los rios.

Proponemos esto, no para proporcionar al pueblo demasiados placeres, cosa por demás nociva, sino para que sirva de ornato y alternado el deleite con la fatiga, se sientan los ciudadanos con mas fuerza para seguir el camino de la virtud, difícil y áspero de suyo, y procurándoseles un honesto descanso, vuelvan con mas brio á sus ordinarias faenas, para las que dejan de servir muy pronto si no se les evita el tedio y el fastidio. Mas dirá tal vez alguno, pues está gracioso que tú vengas prescribiendo cosas cuya adquisicion es capaz de agotar el erario público y hasta las arcas de los particulares; ¿es esto mirar por la economía ni por las rentas de los ciudadanos ni por las rentas reales? Mas si se suprimieran los gastos superfluos, si se restableciera la frugalidad de nuestros padres, ¿qué inconveniente habria en aplicar las riquezas de que tanto abunda España á la defensa y esplendor de la república? No es tampoco conveniente que se acumule y atesore el dinero que deje de gastarse en los placeres de la mesa y en los de Vénus, acumulacion que no podria ser útil sino cuando se hiciese con el objeto de satisfacer necesidades públicas ó con el de aliviar la miseria de los pobres. Cuide el príncipe de llevar á cabo las empresas indicadas y le seguirán sus súbditos, que creen siempre obsequiarle imitando sus acciones. Si pusiere todas sus fuerzas en adornar pueblos y ciudades, ¿se cree acaso que los grandes y el pueblo no le seguirian en todo el reino ni se acomodarian á su voluntad cuando la viesen ya clara y manifiesta? Podria además imponerse á los

Entre los judíos siguió estos preceptos Salomon, que invirtió todos los tesoros del imperio en edificar un templo suntuosísimo y en edificar en toda la extension de su monarquía muchas fortalezas y ciudades. Entre los romanos hicieron lo mismo muchos emperadores, y entre ellos Augusto, que por lo mucho que habia edificado, se jactaba de haber encontrado una ciudad de ladrillo y otra de mármol. Entre nosotros no se ha hecho acreedor á menos alabanzas nuestro gran rey Felipe II, que dejando aparte los demás edificios, alcázares y sitios reales de soberbia estructura que ha dejado en todo el reino, ha levantado el maguífico y gigantesco templo consagrado al glorioso mártir san Lorenzo, que he creido de importancia describir en este libro.

En el punto por donde la tierra de Segovia se entra en la frontera de la Carpetania está situada una aldea, ayer desconocida, y hoy celebérrima, llamada Escorial, segun algunos por haber existido allí en los antiguos tiempos una de tantas minas de hierro como tenemos en España. Léjos de ser elegantes las primeras casas de esta aldea estaban rudas y toscamente trabajadas, cosa nada extraña cuando sabemos cuán incuriosos son en edificar los labradores, que atienden mucho á la utilidad y poco al ornato. Es el terreno á la redonda estéril y escabroso, tanto, que apenas se hace accesible á nuestros carromatos, así que es allí muy escasa la cosecha del vino, del'trigo y de los demás granos. Lo que mas abunda, y no mucho, es el ganado, que encuentra buenos pastos y puede medrar holgadamente, sobre todo en verano, en que se goza allí de una agradable temperatura, aun cuando está mas abrasado por los ar

dores del sol lo interior de la provincia. Como están cubiertos los montes vecinos de nieves eternas, soplan frecuentemente aires templadísimos y manan por todas partes copiosas aguas que son de grande importancia para los habitantes, y sobre todo, presentan agradablemente á los ojos del viajero los campos cubiertos de verdura. Sobre esta aldea, á unos mil pasos al occidente, á la raíz de un monte áspero y fragoso, en un reducido valle, que no es aun del todo llano, se alza una gran mole, con que no son comparables las maravillas de los antiguos, conocida con el nombre de iglesia de San Lorenzo, que fué levantada desde sus cimientos en el espacio de veinte y cuatro años con gastos casi increibles, por lo módicos que han sido atendida la grandeza y suntuosidad del monumento. Sin contar las varias alhajas y los preciosos ornamentos y los vasos macizos de oro y plata encerrados bajo aquellas bóvedas, objetos todos de arte y de ingenio, no se invirtieron, segun es fama, en construirlo y decorarlo mas allá de doscientos mil sestercios, que vienen á ser unos tres millones. Es la planta de esta inmensa fábrica cuadrada, menos por la parte de oriente, dondebrilla el palacio real, con el cual dió su ilustre arquitecto al conjunto del edificio la forma de las parrillas en que fué martirizado nuestro san Lorenzo. Tiene de longitud setecientos veinte piés de norte á mediodía y quinientos setenta de este á oeste, y lleva en sus cuatro ángulos, correspondientes á los cuatro puntos cardinales del cielo, otras tantas torres, mas elegantes que imponentes, en que están abiertas de la base al remate muchas ventanas, tal vez muchas mas de las que conviene, como sucede en otras partes del mismo monumento. Lo exigirán á la verdad los preceptos del arte; mas nosotros, que no entendemos nada en él, no podemos juzgar de la belleza de tan grande obra sino por la impresion que de ella recibimos.

Está dividido todo el monumento en tres partes: á mediodía está el convento de los monjes jerónimos, que constituye casi de por sí la mitad de la obra; al norte la academia destinada á la instruccion, ya de los monjes jóvenes de la misma órden, ya de algunos externos que viven allí en comunidad á costa y expensas del Rey, único que puede dispensar tan singular y pingüe beneficio; al oriente el vasto palacio real, residencia de los príncipes en tiempo de verano. Rodeado de todos estos edificios campea en medio de una plaza y en un lugar mas elevado un templo de arrogante estructura, todo de sillería y abovedado.

En medio de la fachada se abre una puerta conforme al resto de la obra, entre ocho columnas grandes, pero de varias piezas, sobre que descansan otras de menos diámetro, entre las cuales hay una estatua de piedra de san Lorenzo, cuyas perfecciones revelan la acreditada mano del artista. A entrambos lados de la misma fachada hay otra puerta de menores dimensiones, pero no menos rica y elegante, que sirve, ya para los usos del convento, ya para los del colegio, si bien no falta en otra parte una entrada principal y comun para los de uno y otro establecimiento. Sigue tras la puerta principal un vestíbulo vasto y capacísimo, sobre el cual carga la biblioteca, larga de ciento ochenta y cinco piés, y ancha de treinta y dos, donde se conservan my

chos libros manuscritos, principalmente griegos, la mayor parte de una respetable antigüedad, joyas mas preciosas que el oro que nos vinieron de todas partes de Europa á la fama del nuevo monumento, libros todos dignos de ser leidos y estudiados, que convendria que los reyes facilitasen mucho mas á los hombres eruditos. ¿Qué provecho podemos sacar de libros que están, por decirlo así, cautivos y sujetos? Adornan las paredes de esta biblioteca elegantes pinturas, que pueden sostener la comparacion con las antiguas, y representan con tanta verdad como belleza las artes liberales.

Sigue tras el vestíbulo un patio de doscientos treinta piés de largo, sobre cerca de ciento treinta de ancho, que no tiene columnas ni galería alguna sino por la parte que está unida al pórtico del templo, pórtico situado frente á frente del vestíbulo, al cual se sube por siete grandes y espaciosas gradas. Consta ese pórtico de seis columnas, en las cuales hay otras tantas figuras de reyes hebreos, los que mas sobresalieron por su piedad y por sus hechos, que tienen diez y ocho piés de altura, manos y cabeza de mármol blanco, y lo demás del cuerpo de piedra comun, pero esmeradamente cincelada. Debajo de este pórtico ábrese la triple puerta del templo, y á entrambos lados otras dos puertas por las que se sube, ya al monasterio, ya al colegio, y á la izquierda otra menor, por la cual se entra en el alcázar regio.

Dividese pues el monasterio en dos partes iguales. La primera, que mira á occidente, consta de cuatro peristilos ó claustros, que sirven todos igualmente para los usos domésticos, y tiene en medio una escalera de caracol, que campea en lo mas alto á manera de torre, y está rodeada de muchas ventanas por donde recibe luz el lugar destinado á las abluciones de los monjes y la entrada al refectorio, que está adornado de muchos emblemas, pero de emblemas hechos de barro y con muy poca gracia, y es oscuro por no tener mas que dos aberturas en la fachada, y está muy distante, á lo menos á nuestro modo de ver, de corresponder á la majestad y grandeza del resto de la obra. En la otra parte del monasterio se extiende à oriente y mediodía el claustro mayor, circuido todo de un elegante pórtico, en cuyas paredes estucadas de mármol hay varias pinturas que expresan elegantemente los hechos mas notables de la vida de Jesucristo. Cubren piedras de distin tas clases el pavimento, dividido en cuadros con un artificio tal, que quedan entre uno y otro espacios para jardin, y allá en el centro se levanta una fuente parecida á un templete, de planta octógona, cubierta interiormente de jáspes, y exteriormente de piedra mas basta, junto á la cual están pegados á iguales trechos cuatro vasos, á que baja el agua desde otras tantas estatuas de mármol blanco que están puestas al rededor y representan á los evangelistas. Pasa el agua de esta fuente por unos tubos á los cuadros sembrados, y cubriendolos de verdura y flores, comunica á todo el claustro un agradable y muy risueño aspecto. Sirve principalmente el pórtico para las procesiones que en dias determinados hacen los monjes saliendo del templo por la puerta lateral á fin de captarse, ya para si, ya para la república,

el auxilio y el favor del cielo. Abrense debajo de este mismo pórtico puertas que conducen á varias piezas del convento, tales como refectorios particulares, y á la sala donde celebra sus sesiones el cabildo, piezas sobre las cuales descuella por su elegancia y su grandeza la que á manera de erario sagrado contiene los ornamentos y alhajas consagradas al culto.

En la otra parte del edificio preséntase en primer lugar bácia occidente y norte un colegio dedicado á las musas, dividido en otros cuatro claustros muy humildes, dos de los cuales sirven para los monjes que cultivan las letras, y los otros dos para los educandos externos que viven allí por gracia especial y á expensas de los reyes. Levántase tambien en el centro una escalera de caracol, á semejanza de la otra, y pegada á él un vasto teatro abovedado y sostenido por columnas, que ya sirve para paseo, ya para cátedras, ya para academias públicas. En el lado septentrional del edificio hay, por fin, dos puertas que abren paso al palacio, compuesto de muchas y espaciosas salas y de diversas cámaras, que están destinadas ya para la habitacion del príncipe, ya para uso de la familia real en la estacion en que, para evitar los rigorosos calores de la corte, van á gozar allí de tan benigno y tan templado cielo. Vense donde quiera pórticos con columnas y galerías superiores, entre las cuales la que pertenece al gabinete del Rey presenta en un vasto lienzo que se encontró por casualidad en una torre del alcázar de Segovia, la pintura de la gran batalla de la Higuera, que tuvo con los moros Juan II de Castilla en el reino de Granada. Expresó allí el pintor con diestra mano la respectiva posicion de los combatientes, la situacion de sus reales, los ya desusados trajes y armas que llevaban, cosas todas muy útiles para traer á la memoria uno de los mas nobles triunfos que pueden recordar con placer las generaciones españolas. En lo mas interior del alcázar, detrás del templo, por la parte que segun dijimos descuella hácia oriente el edificio, está el retrete de las mujeres, muy apartado de la vista de los hombres, y además, las mas retiradas habitaciones del monarca.

En el centro del edificio, en lo mas alto, aparece el templo, que es de planta cuadrada, y está dividido en tres naves por columnas, sobre que descansa la soberbia bóveda. Alzanse en los dos primeros ángulos otras tantas torres con techos de pizarra, y de en medio de la bóveda un cimborio, á manera de piedra blanca, que se hace muy agradable á la vista, sobre todo si se la contempla desde los cerros inmediatos. Es, como hemos dicho, este templo de planta cuadrada, mas sin contar su vestíbulo, que ocupa el espacio medio entre las dos torres, vestíbulo sobre el cual descansa el coro donde los monjes entonan noche y dia con grande pompa y aparato himnos de gloria y de alabanza al cielo, pues son entre los anacoretas los que mas en esto se distinguen y aventajan. Son las sillas de este coro de ébano, de boj, de caoba, de nogal, de terebinto, y llama la atencion, ya por la delicadeza con que están trabajadas, ya por la vistosa variedad de sus colores, negras las unas, rojas las otras, estas blancas, aquellas con ondas y del color del oro. En lo alto de la bóveda aparecen pintados los diversos órdenes de los bienaventu

rados y sus gozos y sus magnificos asientos, todo tan admirablemente hecho, que basta para detener los ojos del que á tanta belleza acierta á levantarlos.

Tiene además el templo dos calles laterales por donde puede cualquiera pasearse libremente, que van á desembocar en las puertas por que se sale del claustro mayor y del alcázar regio.

En frente de la puerta principal brilla la capilla y el altar mayor, en cuya ejecucion no parece sino que el arte luchó con la naturaleza y se excedió á sí misma. Conducen al pié del ara, construidas de piedra verde y encarnada, diez y ocho gradas espaciosas, debajo de las cuales hay los sepulcros de los reyes, y encima cuatro pequeñas tribunas de jaspe encarnado y de variado pavimento, desde donde asiste el príncipe á los sacrificios divinos sin aparato y sin sumiller de cortina como de costumbre. Adornan el piso de la capilla y el de todo el templo piedras de distintos colores en forma de cuadros elegantemente ordenadas y dispuestas. Lo principal empero, lo que mas maravilla y lo que con mayor elocuencia debia explicarse para que no se rebajase su mérito con la humildad de nuestras palabras es el tabernáculo, que se levanta sobre el ara, compuesto de diez y ocho columnas, no pequeñas, de piedra roja, no encarnada, con vetas blancas y manchas amarillas, distribuidas seis en el primero y segundo cuerpo, cuatro en el tercero y dos en el cuarto, donde se ve á Cristo clavado en su santísimo madero. Tiene este tabernáculo, compuestos de la misma materia y de una piedra verde, nichos y urnas para estatuas, tríglifos, caulículos, tenias y metopas, dispuestos todos de manera que formen como la fachada de un edificio elegante en que se han guardado todas las reglas arquitectónicas. Los espacios medios están ocupados por estatuas de santos de bronce sobredorado ó por magníficos cuadros, y la base por dos sagrarios construidos á la manera de un templo abovedado, donde se guarda el cuerpo de Jesucristo en un ágata, obra ilustre de Jacome Trezzi, eminente escultor italiano, digno de ser comparado con los antiguos en la ciencia de pulir y trabajar el mármol. Nos impide la religion hablar mucho acerca de este punto, á fin de que por la rudeza de nuestro ingenio no disminuyamos el mérito del arte; mas no podemos menos de decir que el sagrario mayor es una rotunda de diez y seis piés de altura, compuesta de varios jaspes sujetos por bronces sobredorados y circuida de ocho columnas de piedra roja con vetas blancas y manchas amarillas, trabajadas por su dureza á punta de diamante. Corren tambien al rededor doce estatuas de los apóstoles, brillando en el vértice de la bóveda un jaspe en forma de globo que tiene cerca de medio pié de diámetro. Componen asimismo el sagrario menor jaspes engastados en oro y plata, distínguele una esmeralda, del tamaño de una nuez, que brilla en lo mas alto, sirve de clave á su bóveda un topacio; mas no es aun tanto valor y riqueza comparable con el mérito artístico que encierra en todas y en cada una de sus partes. Es la puerta de ambos sagrarios de cristal, así que deja ver la elegancia y la hermosura del interior, que en nada cede á lo que llevamos ya descrito. Hay en este templo mas de treinta y ocho capillas consagradas á sautos,

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