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notables todas por sus cuadros, obra de eminentes artistas españoles, franceses é italianos, ya antiguos, ya modernos. Por lo que es, sin embargo, mas notable esta obra es por las muchas reliquias que de todas partes se recogieron, tantas en número, que está toda llena de religion y de santidad, y ha de pregonar por los siglos de los siglos la piedad del rey Felipe. Para conservar con la religiosidad debida estas reliquias y cenizas hay destinados otros dos sagrarios situados en los extremos de cada lado del templo.

Mas es preciso que démos ya fin á descripcion tan larga. Está compuesta toda la fábrica de piedra de sillería, sencilla y toscamente trabajada en su mayor parte, á fin de disminuir los gastos y acelerar la conclusion de la obra, cubierta toda, exceptuadas casi tres azoteas, de plomo y de pizarra. Tiene á oriente y mediodía un jardin de yerbas aromáticas y olorosas flores, dispuestas con órden y medida en cuadros regulares, debajo del cual hay una larga y humilde tapia que contiene espacios mucho mas extensos para el plantío de los árboles; al occidente y al norte una plaza bien empedrada, nada pequeña, que no deja de tener al norte ciento cuarenta piés de anchura, y al occidente, por donde tiene su entrada principal, muy cerca de doscientos. Presenta además junto á él muchos otros edificios que vienen á constituir un pueblo, Fobre los cuales no creemos deber decir una palabra. Solo añadirémos ya que en el camino que conduce desde el monasterio á la antigua aldea hay dos hileras de olmos que impiden en verano el paso de los rayos del sol y hacen por lo tanto mas agradable el paseo para trasladarnos, ya de la aldea al monasterio, ya del monasterio á la aldea.

CAPITULO X.

De los juicios.

Estaba poco menos que perdida en el reino la administracion de justicia cuando en tiempo de nuestros abuelos vino á regularizarla la virtud y prudencia de Fernando el Católico, restituyendo de tal modo su antigua fuerza y vigor á las leyes, á cada paso violadas y tenidas en menosprecio, que no hay desde entonces otra nacion donde haya jueces mas íntegros y justos. Armados hoy los magistrados de facultades y de leyes, pasan hoy por un mismo rasero todas las clases del Estado, que es lo que mas podemos desear y lo que mas deben procurar los príncipes, pues fácilmente puede la república desviarse de tan buen camino. Haya mucha severidad en los juicios, pero de modo que la temple la justicia del príncipe, para que no produzcan los mismos males que la crueldad ó tal vez mayores; haya, sobre todo, gravedad y constancia en aplicar las leyes, sin que el favor pueda torcer nunca para nadie la marcha del procedimiento. Como empero importaria poco que el mismo príncipe administrase justicia con la misma igualdad y celo, si no hiciesen lo mismo los que tienen delegada por este la misma facultad, es preciso andar con mucho tino en elegir magistrados muy integros y de mucha gravedad, que oigan con agrado á cuantos se les acerquen y sean además blandos en sus juicios, acti

vos y celosos en averiguar la verdad y en dar cumplida satisfaccion al inocente. Ya el suegro de Moises expuso las virtudes de que debian estar adornados los jueces cuando reprendiendo á su yerno porque entendia solo en todas las diferencias de su pueblo, carga muy supe-" rior á sus fuerzas, escoge, le dijo, entre todos los hebreos varones poderosos que teman á Dios, sean hombres de buena fe y aborrezcan la avaricia. Quiso que fueran poderosos para que resistieran la temeridad y la audacia de los que mas valian, cosa que, segun Aristóteles, se observaba en Cartago, donde no ponian al frente de los negocios públicos sino á hombres que fuesen tan honrados como ricos, por creer que el pobre no puede ejercer debidamente su destino, ya por tenerle los demás en menosprecio y ser con él atrevidos, ya porque su propia codicia no les deja oir la voz de la razon y la conciencia. Quiso que fuesen tambien temerosos de Dios, porque solo temiéndole y sintiéndose trabados por las creencias religiosas, pueden cortar el paso á liviandades que oscurecen el entendimiento y no le dejan ver ni lo verdadero ni lo justo. Exigió la sinceridad, porque el que no la tiene es imposible que llene debidamente el cargo, pues nada hay mas feo ni mas inconstante que la ficcion y la mentira. Exigió, por fin, que aborrecieran la codicia, porque el que solo atiende al lucro es fácil que se sienta arrastrado á actos injustos. Las dádivas, como dice en otro lugar Moises, ciegan los ojos de los sabios y quebrantan la palabra de los hombres rectos, pensamiento en que Moises está, como en otras muchas cosas, con Platon, que en el lib. xi de Las Leyes cree que ha de ser castigado con pena de muerte el juez que ceda en lo que exige la ley al dinero ajeno ó á otro cualquier género de dádivas. Creo tambien deber hacer advertir que, entre otras virtudes propias de los jueces, no contó el suegro de Moises la sutileza en interpretar las leyes, pues no han de usar á la verdad de astucias ni agudezas por las que tuerzan á su antojo la ley y la aparten de su verdadero sentido, fallando siempre sin cubrirse de infamia y sin suscitar contra sí odios en favor de los que menos tienen por sí la equidad y el derecho. Nada hay pues que repugne mas á la sencillez del verdadero sabio que la excesiva sutileza, la cual, así en la interpretacion de las leyes como en los demás negocios, destruye la equidad y las mas severas prescripciones.

Las leyes no deberian ser nunca tantas que se obstruyesen su propia accion y su debida influencia, ni tan difíciles que no pudiesen ser comprendidas por los hombres de mediano ingenio; mas la avaricia de los hombres ha hecho, no solo que existan en gran número, sino que sean por lo general oscuras, pues no queriendo por una parte obedecerlas, y deseando aparentar por otra que obran justamente, se empeñan en eludir con interpretaciones lo que está prescrito mas clara y terminantemente. Los príncipes empero no deben condescender nunca con el fraude ni dejar abierta la entrada á la astucia de los malos; así que podrian abolir todas las leyes superfluas, dejando en vigor solo las susceptibles de cumplimiento que estén al alcance de todas las inteligencias. Seria indudablemente esto de grandes resultados, sobre todo procurando, que es lo que mas

que nada tuvieron que ver con ellas, si no hubiese establecido de antemano el mismo Dios que hubiese de pagar todo el pueblo los crímenes graves y las faltas de sus príncipes cuando no hubiesen concurrido todos á vengarlas del mismo modo que se concurre á apagar un incendio. Partiendo de esta ley, castiga muchas veces el Señor á todo el pueblo para que este no se contamine con solo tolerar el crímen. Quitarás el mal de en medio de tí, ha dicho el Señor, es decir, expiarás los atentados contra la religion para que no estés contagiado de la maldad, caso que no haya sido públicamente castigada. Imbuido en este precepto, refiere el mismo David que no descansaba de noche para poder quitar de la ciudad del Señor á todos los que obraban inicuamente; sabia á la verdad que no hay sacrificio mas agradable á Dios que el de los malvados, pues por él se purifica la república, halla la maldad un freno, y un escudo la inocencia. Por esto creo yo que al saber los judíos el escandaloso atentado de los gabaonitas contra la mujer de Leví, corrieron á las armas, no solo contra los autores del delito, sino tambien contra los beniamitas que habian tomado á su cargo defenderlos. Aunque con algunas desgracias por su parte, expiaron los judíos el crímen con la ruina de los enemigos, á lo cual me parece que se sintieron inclinados, no tanto para inspirar odio á la maldad como para librar á todo el pueblo de las consecuencias que tan feo y vergonzoso hecho podia ocasionarle. Lleváronse la mira de castigar la ofensa que á Dios habian hecho, mas tambien la de salvarse á sí mismos y la de salvar los suyos.

importa, elegir jueces de gran corazon y elevado entendimiento que no tuviesen en su ánimo nada que pudiese apartarles nunca de la consideracion de la verdad, profesasen santamente nuestra religion, apreciasen en mas su lealtad que todos los placeres de la vida, odiasen la codicia y no recibiesen jamás dádivas de nadie, virtudes todas entre las cuales obtienen el primer lugar los sentimientos religiosos, á que deben todas las demás su pábulo y su vida. Quien pues teme á Dios deja de temer las amenazas de los hombres poderosos y no falta nunca al deber de su conciencia, seguro siempre de que si puede engañar á sus semejantes, no á Dios, que ve hasta lo que pasa en lo mas íntimo del alma. El que teme á Dios, no se deja corromper por dinero, pues todas las riquezas no valen para él lo que la satisfaccion de haber ejercido fielmente su destino, ni da nunca lugar á la inconstancia ni al capricho, antes tiene siempre presente lo que dijo el rey Josafat á los jueces que acababa de elegir cuando trató de reducir la administracion de justicia á su primitiva pureza. Habeis de juzgar el juicio de Dios, les dijo aquel monarca, palabras con que quiso darles á entender que viniendo á ser una especie de lugartenientes del Señor sobre la tierra, debian tener siempre ante los ojos lo que exigiese la equidad y mas grato pudiese ser al Dios del cielo. Con razon cabe sentar que del temor de Dios y de la religion nace principalmente la rectitud de los fallos judiciales; y nada la de haber mas pernicioso que confiar tan importante magistratura á hombres relajados y perdidos, caso casi inevitable en medio de tantas ambiciones y tantos favorecedores de maldad como se agitan al lado de los reyes, si estos no ponen en elegir á los jueces toda su atencion y su mayor cuidado.

Sentados hombres malos en los tribunales, es evidente que la inocencia ha de servirles de juguete y han de quedar impunes muchísimos delitos, cuya mancha, por recaer sobre todo el pueblo, ha de irritar fuertemente la divinidad y envolver la muchedumbre en un gran número de males. La sagrada Escritura y las historias antiguas están llenas de casos en que por las maldades de unos pocos ha sufrido grandes calamidades todo un pueblo. Despues de haberse encargado Josué, por muerte de Moises, del gobierno de los judíos, manchóse Acham apoderándose de los despojos de la ciudad de Jericó, que estaban consagrados al Señor de los ejércitos; y á poco tres mil soldados de los mas bravos fueron dispersados y destruidos por los habitantes de la poblacion, que era entonces pequeña é insignificante. Probó Jonatás un poco de miel ignorando el voto que acababa de hacer su padre de que mientras no hubiese vencido á los enemigos no habia de tomar el menor alimento ni él ni ninguno de los que le acompañaban, é irritó tanto á Dios, que no pudieron obtener de él contestacion alguna cuando le hicieron consultar, como de costumbre, por sus vates y sus sacerdotes. El mismo rey David, por haber mandado empadronar á todo el pueblo contra lo que prevenian las leyes divinas, atrajo sobre su pueblo una peste, de que fueron víctimas nada menos que setenta mil hebreos. Pareceria á la verdad insufrible, y sobre todo ajeno á la benignidad de Dios, castigar así las faltas de los jefes en las cabezas de los

Dejando ahora aparte la Escritura, es sabido que los griegos perseguian tambien con gran severidad los delitos, sobre todo si eran públicos y atroces, pues no reparaban en declarar la guerra á la ciudad que los dejase impunes, bien fuese fronteriza, bien estuviese mas ó menos apartada, creyendo que la mancha no solo recaia sobre aquella ciudad, sino tambien sobre todas las que no se apresurasen á vengar tan graves y terribles faltas. Juzgaban y estaban en lo cierto, que con solo tolerar ciertas faltas se irritaba á los dioses, del mismo modo que con vengarlas se los aplacaba. Confirmábalos en esta idea haber observado por una larguísima experiencia que donde quiera que habia dejado de vengarse un crímen ó habia habido hambre, peste ó guerra ó cualquiera de esas calamidades capaces de devastar á todo un reino. ¿Cómo habian de creer que estos males pudiesen atribuirse á guerras humanas ni al capricho de la suerte, sin acordarse de que podian ser muy bien hijos de la cólera de los dioses? Basta abrir la historia antigua para encontrar numerosos ejemplos, mas nos contentarémos con citar uno, por el cual podrá el lector hacerse cargo de todos los demás, que son poco mas ó menos de igual género. Vivia en Eleuctra un varon, llamado Escedaso, que, aunque de escasa fortuna, era de afable trato y muy hospitalario. Tenia este tal dos hijas doncellas de singular hermosura, en que dos jóvenes espartanos se atrevieron á fijar con mala intencion sus ojos, á pesar de haber sido recibidos y tratados en la misma casa con el respeto y la atencion posibles. Por consideraciones al huésped se abstuvieron entonces de violarlas, mas al volver de Beocia, como estuviese el

padre ausente y las hijas no tuviesen reparo en franquearles desde luego su techo hospitalario, no solo abusaron de ellas torpemente, sino que ahogaron sus justas quejas dándoles la muerte, y se marcharon despues de haber arrojado á un pozo los cadáveres. Al regresar Escedaso á su casa se admira, como es natural, de la ausencia de sus hijas. Vacila, duda, y en tanto observa que una perra, cogiéndole de una franja de su vestido, se dirige muchas veces al pozo, ladrando y dando tristísimos aullidos. Comprende entonces que esto ha de significar algo que él no entiende; mira al pozo y ve Heno de horror los dos cadáveres. Se informa entonces de los vecinos, pregunta, in quiere, sabe que habian vuelto á su casa los dos jóvenes espartanos, que desde el dia siguiente habian desaparecido ellos y sus hijas; y cerciorado ya del crímen, se dirige directamente á la Lacedemonia para denunciar ante los éforos á los dos impios delincuentes. Sabedor en el camino de que en la comarca de Argos hay un anciano, llamado Orcita, que está anatematizando y llamando la maldicion de Dios sobre la frente de Esparta, no podia menos de dirigírsele y preguntarle con interés qué injuria podia haber recibido de aquel pueblo. Refiérele Orcita cómo un hijo suyo honrado y bueno acababa de ser degollado por órden de Aristodemo, que á la sazon administraba justicia en Lacedemonia, sin mas motivo que el de haberse defendido del estupro que aquel injusto juez habia querido cometer sobre su persona. Añádele que ha pasado -á pedir justicia á los éforos contra tan grande afrenta y -tan terrible asesinato, y no ha podido alcanzarla; así que procurase que no le sucediese otro tanto, ni sirviese como él habia servido de juguete. Teme Escedaso que no salgan tambien vanos sus esfuerzos; mas no por esto -desiste de su empeño, y sigue su camino. Se presenta primero á los éforos, despues á los reyes, luego á to-dos los que en aquella ciudad podian algo, les explica su desventura, se queja con lágrimas en los ojos de la injuria recibida, y no alcanza que nadie se interese por él, que nadie se conmueva ante tan justo llanto. Impresionado vivamente por aquel nuevo ultraje, pierde poco menos que el juicio, recorre las calles y las plazas de la ciudad, ora levantando las manos al cielo, ora sacudiendo con furor la tierra, y cuando ve que para nada valen ya los derechos de la equidad, invoca las furias, para que venguen tan terribles males. Desesperado ya se quita al fin la vida. ¿Cuánto tardó aquella ciudad en pagar tan grave falta? No se hizo esperar mucho el castigo. Ei valor de Epaminondas acabó con ella en la batalla de Leuetra, y ya nunca mas pudo levantar de nuevo la cabeza. Y es fama que Escedaso se presentó en sueños á Pelopidas que mandaba con Epaminondas el ejército, y -le dijo que los lacedemonios habian de perecer todos en -aquel lugar en que habia sido cometido un crímen hor-rible, que estaba aun entonces impune. No creo de mu-cha importancia averiguar si esto fué ó no cierto, mas 'importa sin duda á la salud de las naciones que sean tenidos por verdaderos estos y otros hechos semejantes.

Y no solo en los antiguos tiempos, sino tambien en los nuestros, sabemos que han sobrevenido grandes calamidades á una sociedad entera por el crímen de uno solo ó de unos pocos hombres. Echad una ojeada en torno

vuestro y recordad la historia de todas las naciones que se han visto afligidas por grandes calamidades y pasadas á sangre y fuego. Encontraréis siempre indudablemente que han tenido lugar en ellas crímenes atroces antes de ser destruidas. No hace mucho se ha sufrido en Africa una tremenda derrota, que ha cubierto de infamia y sangre á los portugueses. Atribúyese generalmente á la temeridad y audacia del príncipe, que no parece haber nacido sino para ser la ruina de su patria; mas creo que puede atribuirse mejor á la cólera de la Divinidad, ó por haber degradado los demasiados placeres aquel pueblo, ó lo que yo mas creo, por no haber sabido refrenar con severidad los delitos cometidos contra la religion de Jesucristo. Para que no pudiésemos alegrarnos por mucho tiempo de los males y perjuicios de nuestros vecinos, perdimos pocos años despues una armada numerosa sobre las playas de Inglaterra, derrota y afrenta que no podemos subsanar en muchos años, pero que no es mas que la venganza de los graves crímenes que en nuestra nacion se cometen, y si no me engaña el corazon, la de las mal encubiertas liviandades de cierto príncipe, que olvidándose de su dignidad y de su edad ya avanzada, era fama que por aquel mismo tiempo se entregaba desenfrenadamente á la lujuria, hecho que obligaba á todos los pueblos y ciudades á hacer votos y rogativas públicas, para aplacar en tanto riesgo á los santos, que irritados por la locura de un solo hombre, querian expiar tantos crímenes con un castigo general y despreciaron las oraciones de los pueblos. Estémos pues persuadidos de que la salud pública estriba principalmente en sancionar la equidad y no dejar impunes los delitos, que conculcadas las leyes, violado el derecho, tenidos en menosprecio los magistrados ó suprimidas las magistraturas se hunde el imperio, se vienen abajo las mas altas fortunas, se encuentran los pueblos sin querer envueltos en un sin número de males. Mas hemos de volver á hablar mucho mas de lo relativo á la justicia.

CAPITULO XI.

De la justicia.

Estaba esforzándome en concluir y en dar la última mano á este libro, que habia empezado en mi retiro durante la estacion del verano, cuando una enfermedad inoportuna vino á sepultar en la cama á todos los que viviamos en aquella morada solitaria. Crecieron los rios con las lluvias del invierno é invadieron sus riberas, viciáronse los manantiales, y las aguas inficionaron con su excesiva humedad los campos y con su emponzoñado aliento los cuerpos de los hombres. Muchos temian hasla que estaban dañadas las carnes que comiamos, pues se decia si los ganados devoraban con avidez el increible número de sapos que habia aparecido en la llanura. Se extendió el contagio por toda la provincia, mas sobre todo por las aldeas y los campos, bien porque fuesen alli los aires mas libres, bien por estar menos á mano los remedios. Extendíase el mal á manera de peste, y en muchos lugares ó morian los enfermos enteramente abandonados, ó arrastraban tras sí á los que les asistian, envenenándoles el aire que les habia de dar la vi

da. Con este temor los habia que no se atrevian siquiera á atravesar los umbrales de su casa; así que veíanse muchas veces tendidos los padres junto á los hijos sin que nadie los cuidara, y estaban los cadáveres á la vista de los que esperaban igualmente la mano de la muerte. Fué, sin embargo, disininuyendo el número de las defunciones y relajándose la fuerza de la enfermedad, que vino á reducirse á unas tercianas, por mas que las angustias que producia y el ningun descanso ni sosiego que daba, parecian indicar que estaban afectados los cuerpos por algo mas que unas simples calenturas. Vencida aun la enfermedad, se tardaba mucho en recobrar las fuerzas, recayendo no pocas veces y venciendo otras la fuerza del mal los jugos saludables, principalmente cuando se apelaba á la purga, remedio con que mas aquella especie de fiebre se irritaba y exacerbaba. Estaba la cosecha en las eras sin que nadie la cuidase, sirviendo de presa á las aves y á los rebaños y corrompiéndose en su mayor parte, gracias á tantas y tan abundantes lluvias. No dejará por cierto de ser memorable como pocos el otoño del año 1599.

Interrumpiéronse pues nuestros trabajos cuando estaban á su conclusion. Mis compañeros y mis criados fueron las primeras víctimas de la enfermedad, y entre ellos el amanuense, jóven de singular humildad y de grandes esperanzas. Pillóme á mí, aunque no con mucha fuerza, al estar ya de regreso en Toledo; mas aun despues de haber disipado la calentura, pude apenas en mucho tiempo recobrar mi antiguo vigor ni la soltura de mi entendimiento. Sé que los años van disminuyendo nuestras fuerzas, y que cuanto mas va entrando uno en edad, tanto mas largas y pesadas se van haciendo las enfermedades; mas otros decian que les estaba sucediendo lo mismo, no sé si porque era verdad ó porque deseaban consolar algun tanto á los que saliamos mal de la borrasca. Lo que empero me causó mayor fatiga y quebrantó del todo la fuerza de mi entendimiento fué Ja desgraciada suerte de Calderon. Fué el último á quien atacó la calentura, y como no era ni muy grave ni muy aguda, pudo vencerla fácilmente. Se hallaba ya al parecer fuerte y robusto y dejaba ya el vino por el agua, cuando despues de pocos meses recayó, y en siete dias perdió la vida. Afectóme esta muerte gravemente, y afectó gravemente á todo el reino, pues además de habersc malogrado en la flor de sus años, era un varon como pocos, notable por su erudicion y su talento, por su delicadeza, por su humildad, por su dulzura, por su honradez, por sus candorosas costumbres, por su religion, finalmente, prendas todas en que puede ser comparado con los que se ha complacido en pintar la antigua historia. ¡Mucha parte tomas en las cosas humanas, desapiadada muerte! ¡Cómo juegas con nosotros, incons tante fortuna, ó tú, fuerza superior, que presides nuestros destinos! Mas démos treguas á quejas y gemidos, y tú, alma feliz, muévenos á la contemplacion de tus virtudes. El verdadero fruto de la amistad, la verdadera honra, el verdadero amor consiste en conservar en el ánimo tu memoria, en propagar con todas nuestras fuerzas tu fama y el recuerdo de las prendas de tu alma mas que las de tu cuerpo. Aunque moristes cuando no estabas mas que á la mitad de tu vida, vivirá la

gloria de tus virtudes. Lo que era mortal en él murió; lo que hemos admirado tantas veces en Calderon, sus buenas obras, salvas están en el cielo, merecida recompensa de su virtud. Mucho importa por cierto que la fama de tan gran probidad como él tenia sea duradera y eterna. Movidos por este deseo, procuramos pouer sobre su sepulcro en una losa de mármol la inscripcion siguiente, monumento de nuestra piedad y del amor que nos profesamos durante los primeros años, que quisiésemos fuera mas eterno que el bronce.

10. CALDERON DOCTOR THEOLOGUS. SORIAE NATUS. COMPLUTI
PER OMNES GRADUS AD SUPREMOS SCHOLAE HONORES EVECTUS
ERUDITIONIS TANDEM ERGO CANONICUS TOLETANUS. VERE PICS
ET MODESTUS. MUNIFICUS IN PAUPERES. PRISCAE SIMPLICITATIS
ET GRAVITATIS EXEMPLUM.

INCOMMODA DIU VALETUDINE VIXIT ANNOS LIII. OBIIT IIII.
NON. APR. M. D. LXXXXI.
C. V. M.

Volvamos empero á la cuestion'sentada. Deciamos últimamente que no puede subsistir una república donde esté mal administrada la justicia, y que la impunidad de los crímenes es á veces causa de graves males para los pueblos por encargarse de vengar el cielo las maldades cometidas y el desprecio con que las han mirado los gobiernos. Debemos ahora añadir, por ei contrario, que no ha sido menos perjudicial á los príncipes la inoportuna severidad y la precipitacion en todo género de juicios. El que altera pues la marcha de los procedimientos ordinarios es indispensable que caiga muchas veces en error, del mismo modo que el que abandona el camino trillado por seguir trochas y atajos; y es de advertir que aun cuando se resuelva por lo mas justo, no deja de hacer un grave daño, por haberse tomado una libertad extremadamente peligrosa. Tenemos de esto en nuestra historia muchos y muy esclarecidos ejemplos, uno sobre todo muy célebre que tuvo lugar en Castilla el año 1312, hecho indudablemente de los mas notables. Estando la corte en Palencia, salia una noche de palacio Benavides, varon de los mejores entre los primeros, cuando fué infamemente asesinado. Recayeron graves sospechas sobre muchos, y al fin sobre los hermanos Pedro y Juan Carvajal, que hizo despeñar de la roca de Mártos Fernando IV, á pesar de no ser reos convictos ni confesos de tan terrible crímen. Invocaron los dos hermanos el testimonio de Dios y de los hombres, protestando que morian inocentes, y emplazaron por lo tanto al rey para que se presentara al tribunal de Dios dentro de los treinta dias. No bien hubo espirado este fatal plazo, cuando sintiéndose Fernando algo incómodo, se echó luego de haber comido, y fué encontrado cadáver por los que le seguian á la guerra que tenia declarada á los moros granadinos. Confirmó, como era us tural, este hecho la opinion de que habian sido castigados los Carvajales sin motivo, dando lugar á que desde entonces fuese conocido aquel rey con el nombre de Fernando el Emplazado. Era este Príncipe cuando acababa de recibir un ultraje muy propenso á la ira, que es por cierto una gran falta, y no pocas veces turba y ciega nuestro entendimiento.

Hasta aquí de los juicios. Debemos ahora probar

ya

que cuando no hay justicia es imposible que subsistan por mucho tiempo ni los imperios ni las ciudades ni sociedad alguna entre los hombres, cuestion que nos ha parecido bien empezar á tratar partiendo de este punto. Es opinion antigua y que data ya desde los primeros siglos que sin la injusticia ni pueden llegar á constituirse los estados ni ser tampoco duraderos, siendo general en el vulgo decir que ofendida de los vicios de los hombres la justicia, abandonó la tierra, voló al cielo y nos dejó envueltos en riñas, latrocinios y crímenes sangrientos. Y á la verdad, si bien se considera, aun los mas florecientes imperios, ¿qué son mas que robos hechos en grande escala? Qué los constituyó mas que la fuerza, gracias á la cual se vieron pueblos enteros privados de su libertad y su fortuna? Si quisiéramos establecer la verdadera equidad, no deberiamos acaso empezar por hacer volver á cuantos gozan hoy del mando de las repúblicas á las humildes moradas donde vivieron en la escasez y en la miseria? Y no hay para qué decir que solo fueron viciosos los principios, pues conforme á sus principios se ha organizado despues todo, y sabemos que si despues de constituido un imperio se han promulgado leyes, no ha sido con otro objeto que con el de defender en paz los robos llevados á cabo por las armas, haciéndose servir así un simulacro de justicia para escudo de la iniquidad y el crímen. Es además una cosa natural en todos los séres animados que atienda cada cual á sus intereses, aun con perjuicio de tercero, siendo por esta razon los mas débiles juguete y presa de los que disponen de mayores fuerzas. ¿Quién se ha de atrever á despojar al hombre de esta condicion ó instinto á no ser que quiera destruir todos los cimientos del bienestar propio de cada uno? ¿Habria cosa mas necia que obrar contra nuestros propios intereses, como no pocas veces prescribe la justicia, á fin de mirar por los ajenos?

Con estos y otros argumentos no falta quien pretende destruir el imperio de la justicia; mas ni podemos pasar sin refutarlos ni dejar de probar con numerosas razones que ha de venirse abajo forzosamente una república donde sea tenido en menosprecio tan generoso sentimiento. ¿Qué otra cosa es pues la justicia que cierta union y lazo con que están unidas por iguales derechos las clases alta, íntima y media del Estado? La equidad, cuando está sancionada por las leyes, defendida por los tribunales, asegurada por la esperanza del premio y el temor del castigo, viene á ser en las sociedades lo que la disciplina militar en el ejército, lo que en la construccion de edificios el órden y la buena contextura de los sillares, maderos y otras materias que la constituyen. Sisuprimimos la justicia ¿puede acaso existir la probidad, la honestidad y otra virtud cualquiera? ¿Qué podrá haber entonces de mas triste condicion que el hombre débil ni qué mas cruel que el fuerte? ¿Será siquiera posible la armonía, el amor, el respeto entre los hombres? Estará todo manchado por las mas feas Jiviandades y los mas negros crímenes, y no dejarán los vicios lugar alguno ni á la sencilla humildad ni á la inocencia. Destruidas, por otra parte, las virtudes, ¿cómo ha de poder subsistir la sociedad, fuente de todos nuestros grandes y mejores goces? Han de disolverse y

destruirse necesariamente todas las clases de la república, ha de confundirse, ha de morir, ha de venir abajo todo. ¿Cómo no han de chocar y estrellarse elementos contrarios por naturaleza si no los une un poder superior á su fuerza disolvente? Abandona el alına el cuerpo y caen en la inaccion todos nuestros miembros; solo el alma es la que podia hacerlos conspirar á un mismo objeto. ¿De qué nace la armonía, tan agradable á nuestro oido, sino de los sonidos agudos y graves combinados con ciertos intervalos y puntos medios? De qué nace sino de la union y composicion de voces entre sí discordes? No se debe pues mas que á la distincion y órden de las diversas clases del Estado la paz y la concordia entre los conciudadanos, don inestimable del cielo, fuente de todo nuestro bienestar y de todos nuestros bienes. No, la justicia no es tampoco mas que la armonía de las partes entre sí, la concordancia de estas mismas partes con un poder superior, con su cabeza. Es inevitable que destruya hasta los fundamentos mismos de la naturaleza el que pretenda abolir el culto de la justicia entre los hombres. Hemos dicho que somos séres esencialmente sociables; ¿cómo ha de poder existir esa sociedad si cada uno puede obrar segun su antojo sin atender á lo que la razon prescribe? ¿Qué seria un ejército sin general ni de qué serviria la habilidad del mejor jefe si no quisiesen obedecerle sus soldados ni defendiesen, ya todos, ya cada uno de por sí, los objetos ó lugares que se les confiasen? Destruid el órden, borrad las leyes y ved luego si habrá nada mas confuso ni mas débil que la ciudad ó el reino.

Quede pues sentado que no pueden subsistir los imperios sin el auxilio de la justicia. No podemos ni debemos hacer caso de las palabras del vulgo, derivadas, no de lo que debe suceder, sino de lo que sucede. Confesamos que muchas veces reinan en la república la liviandad y la fuerza; confesamos tambien que muchos cometen las mas bárbaras injusticias; mas sostenemos' tambien que si se pareciesen á estos todos los ciudadanos y no defendiese ninguno la equidad, y por no haber quien castigase los delitos hiciese cada cual, no lo que es debido, sino lo que mas conviene y está mas conforme con sus apetitos, en breve habia de caer y hundirse la república. No ignoramos tampoco que muchos imperios deben su orígen á la fuerza, sus progresos al crímen, su engrandecimiento al robo; mas sabemos tambien que otros, creados por el consenti➡ miento de los pueblos, han ido retirando sus fronteras con solo defenderse de los ultrajes recibidos y tomar de ellos venganza; sabemos que aun los mismos imperios fundados injustamente han de bajar precipitadamente al fondo de su ruina si no dan leyes con que enfrenen y mantengan en el círculo de su deber á todos y cada uno de los ciudadanos. Los mismos ladrones, si no dividiesen con equidad el fruto de sus latrocinios y rapiñas ni procurasen asegurar con ciertas leyes la mala sociedad que tienen formada, seria punto menos que imposible que no se destruyesen mútuamente.

Hasta aquí no hemos hablado en general sino de la justicia; debemos ahora considerarla en todas sus divisiones y probar que sin su escudo todo poder ha de

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