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tronco, y no hereden mayor parte todos juntos que heredara su padre si fuera vivo. Al tanto cuando un hermano que fallece sin testamento aviene que tiene otro hermano vivo y sobrinos de otro tercer hermano difunto, los tales sobrinos tendrán parte en la herencia junto con el tio; pero considerados en su tronco y contados todos por un heredero, como lo fuera su padre si viviera. Pero si no suceden los sobrinos junto con su tio al abuelo, ni á otro tio de la manera que queda dicho, sino que ó el abuelo no deja mas que nietos 'de diversos hijos, ó el tio sobrinos de diversos hermanos, ó sea que no se hallan parientes tan cercanos, sino mas apartados, será necesario, para repartir la herencia entre los que se hallan en igual grado, que se considere no el tronco, sino las personas, como si fueran hijos del que hereda. Pongamos ejemplo: suceden al abuelo cinco nietos, dos de un hijo, y tres de otro; no se harán dos partes de la herencia, sino cinco iguales para que cada cual de los cinco nietos haya la suya. Item, heredan al tio que murió sin testamento cuatro sobrinos, los tres de un hermano, y el uno de otro; no se repartirá la herencia por mitad, como si los padres fueran vivos, sino en cuatro partes, á cada sobrino la suya. Esto en las herencias particulares. En el reino, cuando los parientes trasversales de lado heredan la corona á falta de descendientes, qué órden se haya de tener hay gran dificultad

mejantes elecciones se suelen forjar, sino es que por via de herencia esté muy asentado á quien toca la sucesion cuando el príncipe muere. Por todas estas razones se excusa y se abona la herencia en los reinos tan recebida casi en todas las naciones. Solamente pareció á los pueblos cautelarse con ciertas leyes que se guardasen en este caso de la sucesion, sin que los príncipes las pudiesen alterar, pues les daban el mando y la corona debajo de las tales condiciones. Estas leyes, unas se pusieron por escrito, otras se conservan por costumbre inmemorial y inviolable. Sobre la inteligencia de las leyes escritas suelen de ordinario levantarse cuestiones y dudas; las costumbres alterarse, segun que ruedan las cosas y los tiempos, su variedad y mudanza, de que resulta toda la dificultad desta disputa y cuestion, que demás de ser de suyo intricada, la diversidad de opiniones entre los juristas la han enmarañado y revuelto mucho mas. Todavía de lo que escriben escogerémos lo que parece mas encaminado y razonable. Muy recebido está por las leyes y por la costumbre que los hijos hereden la corona y que los varones se antepongan á las hembras, y entre los varones los que tienen mas edad. La dificultad consiste primero, si en vida del padre falleció su hijo mayor que dejó asimismo sucesion, quién debe suceder, si el nieto por el derecho de su padre, que era el hijo mayor del que reinaba, si el tio por tocalle su padre en grado mas cercano; de que hay ejemplos muy notables por la una y por la otra parte en España y fuera della; ca ya los tios han sido antepuestos á los nietos, y al contrario, á los nietos se ha adjudicado la sucesion y la corona de su abuelo, cuando viene á muerte, sin tener cuenta con sus tios; acuerdo que á los mas parece conforme á toda razon y á las leyes, que los que nacieron y se criaron con esperanza de suceder en el reino no los despojen dél por ningun respeto; ni sobre la falta que les hace el padre, se les añada esta nueva desgracia de quitalles la herencia y el derecho de su padre. Lo segundo, sobre que hay mas diferentes opiniones y por tanto tiene mayor dificultad, á falta de hijos por ser todos muertos ó porque no los hobo, cuál de los parientes trasversales debe heredar la corona; imagina que el rey que muere tuvo hermanos y hermanas, si los hijos dellos ó dellas, que es lo mismo que decir si se ha de mirar el tronco y cepa de que proceden, para que se haga con ellos lo que con sus padres, si fueran vivos, ó si se deben comparar entre sí las personas, no de otra manera que si fueran hijos del que muere, sin considerar si procedengan demás desto que la representacion de que se valen

por via de hembra ó de varon, si de hermano mayor 6 menor, supuesto que el grado de parentesco sea igual. Demás desto, se duda si en algun caso el que está en grado mas apartado debe ser antepuesto al deudo mas cercano, como el nieto del hermano mayor á su tio y á su tia, cuando todos suceden de lado y como deudos trasversales. En los demás bienes en que se sucede por via de herencia no hay duda, sino que en diversos casos se guarda, ya lo uno, ya lo otro; ca por ley comun en la auténtica de la herencia que proviene abintestato, se halla que al abuelo deben suceder los nietos, que dejó alguno de los hijos del que muere, si los tales nietos tienen otros tios, de tal suerte, que se refieran al M-11.

diversidad de pareceres entre los juristas. Los mas doctos y en mayor número juzgan que en este caso segundo se debe tener cuenta con las personas y no con el tronco. Los argumentos de que se valen para decir esto son muchos y las alegaciones. Las principales cabezas son las siguientes: Que el reino se hereda por derecho de sangre, que es lo mismo que decir que por costumbre, por ley ó por voluntad de algun particular; la tal herencia está vinculada á cierta familia, y no se hereda por juicio y voluntad del que últimamente la posee como otros bienes que se adquieren por derecho de herencia y disposicion del testador. Por esta causa pretenden que como el grado de parentesco sea igual, el mas excelente de aquel linaje debe suceder en el reino. Este es el primer argumento. En segundo lugar alegan que la opinion contraria, que juzga se deben los pretensores considerar en el tronco, abre camino á las hembras y á los niños, personas inhábiles al gobierno, para que hereden la corona, daño de gran consideracion y que se debe atajar con todo cuidado. Ale

los contrarios, que es lo mismo que mirar las personas no en sí, sino en sus troncos, es una ficcion del derecho, y como tal se debe desechar, por lo menos no extendella á lo que por las leyes no se halla establecido con toda claridad. ¿Qué razon, dicen, sufre que por nuestras imaginaciones y ficciones despojemos el reino de un excelente gobernador, y en su lugar pongamos un inhábil con riesgo manifiesto y en perjuicio comun de todos, cual seria anteponer la hembra y el niño que descienden por via de varon al que viene de hembra y tiene edad y prendas aventajadas? ¿Por ventura será razon antepongamos nuestras sutilezas y argumentos al bien y pro comun del reino? Replicará alguno que en los ma¬

yorazgos y estados de menor cantía se guarda la representacion entre los herederos trasversales. Respondo que no todos vienen en esto; y dado que se conceda, por estar así establecido en las leyes de la provincia, no se sigue que se haya de hacer lo mismo en el reino, que tiene muchas cosas particulares en que se diferencia de todas las demás herencias y estados. Por conclusion, recogiendo en breve toda esta disputa, decimos que con tal condicion que los pretensores sean babidos de legítimo matrimonio y estén en igual grado de parentesco, el que por ser varon, por su edad y por otras prendas de valor y virtud se aventajare á todos los demás que en la pretension fueren considerables, el tal debe ser antepuesto en la sucesion del reino. Añadimos asimismo que en caso de diferencia y que haya contrarias opiniones sobre el derecho de los que pretenden, la república podrá seguir libremente la que juzgare le viene mas á cuento conforme al tiempo que corriere y al estado de las cosas, á tal empero que no intervenga algun engaño ni fuerza. Libertad de que han procedido ejemplos diferentes y contrarios; que la representacion á veces ha tenido lugar, y á veces la han desechado. Que si las leyes particulares de la provincia disponen el caso de otra manera, ó por la costumbre está recebido y puesto en plática lo contrario, somos de parecer que aquello se siga y se guarde. Nuestra disputa y nuestra resolucion procedia y se funda en los principios del derecho natural y del derecho comun solamente. Todo lo cual de ordinario poco presta por acostumbrar los hombres comunmente á llevar los títulos de reinar en las puntas de las lanzas y en las armas; el que mas puede, ese sale con la joya, y se la gana á sus competidores, sin tener cuenta con las leyes, que callan entre el ruido de las armas, de los atambores y trompetas; y no hay quien, si se puede hacer rey por sus manos, aventure su negocio en el parecer y albedrío de juristas. Por todo esto se debe estimar en mas y tenello por cosa semejante á milagro que los de Aragon en su vacante y eleccion hayan llevado al cabo este pleito y sus juntas sin sangre ni otro tropiezo, segun que se entenderá por la narracion siguiente.

CAPITULO IV.

Que el infante don Fernando fué nombrado por rey de Aragon. Luego que el negocio de la sucesion estuvo bien sazonado y oidas las partes y sus alegaciones, se concluyó y cerró el proceso, los jueces confirieron entre sí lo que debian sentenciar. Tuvieron los votos secretos y la gente toda suspensa con el deseo que tenian de saber en qué pararia aquel debate. Para los autos necesarios delante la iglesia de aquel pueblo hicieron levantar un cadabalso muy ancho para que cupiesen todos, y tan alto que de todas partes se podia ver lo que hacian; celebró la misa el obispo de Huesca, como se acostumbra en actos semejantes. Hecho esto, salieron los jueces de la iglesia, que se asentaron en lo mas alto del tablado, y en otra parte los embajadores de los príncipes y los procuradores de los que pretendian. Hallóse presente el pontífice Benedicto, que tuvo en todo gran

parte. A fray Vicente Ferrer por su santidad y grande ejercicio que tenia en predicar encargaron el cuidado de razonar al pueblo y publicar la sentencia. Tomó por tema de su razonamiento aquellas palabras de la Escritura: «Gocémonos y regocijémonos y démosle gloria porque vinieron las bodas del cordero. Despues de la tempestad y de los torbellinos pasados abonanza el tiempo y se sosiegan las olas bravas del mar, con que nuestra nave, bien que desamparada de piloto, finalmente, caladas las velas, llega al puerto deseado. Del templo no de otra manera que de la presencia del gran Dios, ni con menor devocion que poco antes delante los altares se han hecho plegarias por la salud comun, venimos á hacer este razonamiento. Confiamos que con la misma piedad y devocion vos tambien oiréis nuestras palabras. Pues se trata de la eleccion del rey; ¿de qué cosa se pudiera mas á propósito hablar que de su dignidad y de su majestad, si el tiempo diera lugar á materia tan larga y que tiene tantos cabos? Los reyes sin duda están puestos en la tierra por Dios para que tengan sus veces y como vicarios suyos le semejen en todo. Debe pues el rey en todo género de virtud allegarse lo mas cerca que pudiere y imitar la bondad divinal. Todo lo que en los demás se halla de hermoso y honesto es razon que él solo en sí lo guarde y lo cumpla. Que de tal suerte se aventaje á sus vasallos, que no le miren como hombre mortal, sino como á venido del cielo para bien de todo su reino. No ponga los ojos en sus gustos ni en su bien particular, sino dias y noches se ocupe en mirar por la salud de la república y cuidar del pro comun. Muy ancho campo se nos abria para alargarnos en este razonamiento; pero, pues el Rey está ausente, no será necesario particularizar esto mas. Solo servirá para que los que estáis presentes tengais por cierto que en la resolucion que se ha tomado se tuvo muy particular cuenta con esto, que en el nuevo rey concurran las partes de virtud, prudencia, valor y piedad que se podian desear. Lo que viene mas á propósito es exhortaros á la obediencia que le debeis prestar y á conformaros con la voluntad de los jueces, que os puedo asegurar es la de Dios, sin la cual todo el trabajo que se ha tomado seria en vano, y de poco momento la autoridad del que rige y manda, si los vasallos no se le humillasen. Pospuestas pues las aficiones particulares, poned las mientes en Dios y en el bien comun; persuadíos que aquel será mejor príncipe que con tanta conformidad de pareceres y votos, cierta señal de la voluntad divina, os fuere dado. Regocijaos y alegraos, festejad este dia con toda muestra de contento. Entended que debeis al santísimo Pontífice, que presente está para honrar y autorizar este auto, y á los jueces muy prudentes, por cuya diligencia y buena maña se ha llevado al cabo sin tropiezo un negocio el mas grave que se puede pensar, cuanto cada cual de vos á sus mismos padres que os dieron el ser y os engendraron.» Concluidas estas razones y otras en esta sustancia, todos estaban alerta esperando con gran suspension y atencion el remate deste auto y el nombramiento del rey. El mismo en alta voz pronunció la sentencia dada por los jueces, que llevaba por escrito. Cuando llegó al nombre de don Fernando, así él mismo como

todos los demás que presentes se hallaron, apenas por la alegría se podian reprimir, ni por el ruido oir unos á otros. El aplauso y vocería fué cual se puede pensar. Aclamaban para el nuevo Rey vida, victoria y toda buenandanza. Mirábanse unos á otros, maravillados como si fuera una representacion de sueño. Los mas no acababan de dar crédito á sus orejas; preguntaban á los que cerca les caian quién fuese el nombrado. Apenas se entendian unos á otros; que el gozo cuando es grande impide los sentidos que no puedan atender ni hacer sus oficios. Los músicos que prestos tenian á la hora cantaron con toda solemnidad, como se acostubra, en accion de gracias el himno Te Deum laudamus. Hízose este auto tan señalado postrero del mes de junio; el cual concluido, despacharon embajadores para avisar al infante don Fernando y acucialle la venida. Hallábase él á la sazon en Cuenca, cuidadoso del remate en que pararian estos negocios. Acudieron de todas partes embajadores de príncipes para dalle el parabien del nuevo reino y alegrarse con él, quién de corazon, quién por acomodarse con el tiempo. En particular hizo esto Sigismundo, nuevo emperador de Alemaña, electo por el mes de mayo próximo pasado, príncipe mas dichoso en los negocios de la paz que en las armas, que en breve ganó gran renombre por el sosiego que por su medio alcanzó la Iglesia, quitado el scisma de los pontífices, que por tanto tiempo y en muchas maneras la tenia trabajada. Don Fernando, luego que dió asiento en las cosas de su casa, partió para Zaragoza; en aquella ciudad por voluntad de todos los estados le alzaron por rey, y le proclamaron por tal á los 3 dias del mes de setiembre. Hiciéronle los homenajes acostumbrados juntamente con su hijo mayor el infante don Alonso, que juraron por sucesor despues de la vida de su padre, con título que le dieron, á imitacion de Castilla, de príncipe de Girona, como quier que antes desto los hijos mayores de los reyes de Aragon se intitulasen duques de aquella misma ciudad. Concurrieron á la solemnidad de los pretensores del reino don Fadrique, conde de Luna, y don Alonso de Aragon, el mas mozo, duque de Gandía. El conde de Urgel para no venir alegó que estaba doliente, como á la verdad pretendiese con las armas apoderarse de aquel reino, que él decia le quitaron á sinrazon. Sus fuerzas eran pequeñas y las de su parcialidad; acordaba valerse de las de fuera, y para esto confederarse con el duque de Clarencia, señor poderoso en Inglaterra, y hijo de aquel Rey. Estas tramas ponian en cuidado al nuevo Rey, por considerar que de una pequeña centella, si no se ataja, se emprende á las veces un gran fuego; sin embargo, concluidas las fiestas, acordó en primer lugar de acudir á las islas de Cerdeña y Sicilia, que corrian riesgo de perderse. Los ginoveses, si bien aspiraban al señorío de Cerdeña, movidos de la fama que corria del nuevo Rey, le despacharon por sus embajadores á Bautista Cigala y Pedro Perseo para dalle el parabien, por cuyo medio se concertaron entre aquellas naciones treguas por espacio de cinco años. En Sicilia tenian preso á don Bernardo de Cabrera sus contrarios, que le tomaron de sobresalto en Palermo, y le pusieron en el castillo de la Mota, cerca de Tavormina.La

prision era mas estrecha que sufria la autoridad de su persona y sus servicios pasados; pero que se le empleó bien aquel trabajo, por el pensamiento desvariado en que entró antes desto de casar con la reina viuda, sin acordarse de la modestia, mesura y de su edad, que la tenia adelante. Sancho Ruiz de Lihorri, almirante del mar en Sicilia, fué el principal en hacelle contraste y ponelle en este estado. Ordenó el nuevo Rey le soltasen de la prision á condicion de salir luego de Sicilia, y lo mas presto que pudiese comparecer delante dél mis→ mo para hacer sus descargos sobre lo que le achacaban. Hízose así, aunque con dificultad; con que aquella isla, á cabo de mucho tiempo y despues de tantas contiendas quedó pacífica. Cerdeña asimismo se sosegó por asiento que se tomó con Guillermo, vizconde de Narbona, que entregase al Rey la ciudad de Sacer, de que estaba apoderado, y otros sus estados heredados en aquel reino, á trueco de otros pueblos y dineros que le prometieron en España. En este estado se hallaban las cosas de Aragon. En Francia Archimbaudo, conde de Fox, falleció por este tiempo; dejó cinco hijos, Juan, que le sucedió en aquel estado, el segundo Gaston, el tercero Archimbaudo, el cuarto Pedro, que siguió la iglesia y fué cardenal de Fox, el postrero Mateo, conde de Cominges. Juan, el mayor, casó con la infanta doña Juana, hija del rey de Navarra; y esta muerta sin sucesion, casó segunda vez con María, hija de Cárlos de Labrit, en quien tuvo dos hijos, Gaston, el mayor, y el menor Pedro, vizconde de Lotrec, tronco de la casa que tuvo aquel apellido en Francia, ilustre por su sangre y por muchos personajes de fama que della salieron y continuaron casi hasta nuestra edad, claros asaz por su valor y hazañas.

CAPITULO V.

Que el conde de Urgel fué preso.

El sosiego que las cosas de Aragon tenian de fuera no fué parte para que el conde de Urgel desistiese de su dañada intencion. En Castilla las treguas que se pusieron con los moros, á su instancia por el mes de abril pasado se alargaron por término de otros diez y siete meses. Por esto el dinero con que sirvieron los pueblos de Castilla para hacer la guerra á los moros, hasta en cantidad de cien mil ducados, con mucha voluntad de todo el reino se entregó al nuevo rey don Fernando para ayuda á sus gastos, demás de buen golpe de gente á pié y á caballo, que le hicieron compañía, todo muy á propósito para allanar el nuevo reino y enfrenar los mal intencionados, que do quiera nunca faltan. Lo que hacia mas al caso era su buena condicion, muy cortés y agradable, con que conquistaba las voluntades de todos, si bien los aragoneses llevaban mal que usase para su guarda de soldados extraños, y que en el reino que ellos de su voluntad le dieron pretendiese mantenerse por aquel camino. Querellábanse que por el mismo caso se ponia mala voz en la lealtad de los naturales y en la fe que siempre guardaron con sus reyes despues que aquel reino se fundó. Sin embargo, el rey con aquella gente y la que pudo llegar de Aragon partió en busca del conde de Urgel con resolucion de allaualle ó casti

amistad, en que nunca hobo quiebra, no obstante la competencia en la pretension de aquel reino. Finalmente, le aseguraba que de mejor gana terciaria para concertallos que arrimarse á ninguna de las partes contra el otro. Despidiéronse con tanto los embajadores. El cerco se apretaba de cada dia mas, y los ciudadanos padecian falta y aun deseaban concertarse. La condesa doña Isabel, visto esto y por prevenir mayores inconvenientes, con licencia de su marido y beneplácito del Rey salió á verse con él y intentar si por algun camino le pudiese aplacar. Usó de las diligencias posibles, mas no pudo del Rey, su sobrino, alcanzar para el Conde mas de seguridad de la vida, si venia á ponerse en sus manos. El aprieto era grande; así fué forzoso acomodarse. Salió el Conde de la ciudad á postrero de octubre, y con aquella seguridad se fué á los reales. Llegado á la presencia del Rey y hecha la mesura acostumbrada, los hinojos en tierra y con palabras muy humildes, le suplicó por el perdon del yerro que como mozo confesaba haber cometido, que ofrecia en adelante recompensar con todo género de servicios y lealtad. La respuesta del Rey fué que si bien tenia merecida la muerte por sus desórdenes, se la perdonaba y le hacia gracia de la vida. De la libertad y del estado no hizo mencion alguna; solo mandó le llevasen á Lérida y en aquella ciudad le pusiesen á buen recaudo. Hecho esto, lo primero se entregó aquella ciudad, y se dió órden en las demás cosas de aquel estado; consiguientemente se formó proceso contra el Conde, en que le acusaron de aleve y haber ofendido á la majestad. Oidos los descargos y sustanciado el proceso, finalmente se vino á sentencia, en que le confiscaron su estado y todos sus bienes, y á su persona condenaron á cárcel perpetua. Tenia todavía gentes aficionadas en aquella corona; para evitar inconvenientes le enviaron á Castilla, donde por largo tiempo estuvo preso, primero en el castillo de Ureña, adelante en la villa de Mora; finalmente, acabó sus dias sin dalle jamás libertad en el castillo de Játiva, ciudad puesta en el reino de Valencia. Príncipe desgraciado no mas en la pretension del reino que por un destierro tan largo, junto con la privacion de la libertad y estado grande que le quitaron. Entre los mas declarados por el Conde uno era don Antonio de Luna, que se hacia fuerte en el castillo de Loharri ; mas visto lo que pasaba, acordó desamparalle y desembarazar la tierra junto con su estado propio, que vino eso mismo en poder del Rey. Desta manera se concluyeron y se sosegaron aquellas alteraciones del Conde mas fácilmente que se pensaba y temia.

galle Tenia él pocas fuerzas para contrastar. Valióse de maña, que fué enviar sus embajadores á Lérida, do el Rey era llegado, para prestalle los debidos homenajes; y así los hicieron en nombre de su señor á los 28 de octubre; todo encaminado solamente á que el nuevo Rey descuidase y deshiciese su campo, y mas en particular para que enviase á sus casas los soldados de Castilla, como se hizo, que despidió la mayor parte dellos. Juntáronse á vistas el Rey y el pontífice Benedicto en Tortosa. Lo que resultó demás de otras pláticas fué que el Pontífice dió la investidura de las islas de Sicilia y de Cerdeña y Córcega al nuevo Rey, como se acostumbra, por ser feudos de la Iglesia, como las tuvieron los reyes de Aragon, sus antepasados. Despedidas estas vistas, al fin deste año y principio del siguiente 1413 se juntaron Cortes de los catalanes en Barcelona. Todos deseaban sosegar al conde de Urgel para que no alterase la paz de aquellos estados, con el cual intento le otorgaron todo lo que sus procuradores pidieron, en particular que el infante don Enrique casase con la hija y heredera del Conde. No se aplacaba con estas caricias su ánimo; antes al mismo tiempo traia inteligencias con Francia y con Inglaterra para valerse de sus fuerzas. El Rey, avisado desto y porque de pequeños principios no se incurriese, como suele acontecer, en mayores inconvenientes, mandó alistar la mas gente que pudo en aquellos estados. De Castilla asimismo vinieron cuatrocientos caballos, que le enviaba la reina doña Catalina, bien que tardaron, y al fin se volvieron del camino. Ofreciósele el rey de Navarra, mas no quiso aceptar su ayuda por recelarse se ofenderian los naturales si se valia de tantas gentes extrañas. Todavía Jofre, conde de Cortes, hijo de aquel Rey fuera de matrimonio, le acudió acompañado de número de caballos, gente lucida. Con estas diligencias se juntó buen campo, con que rompió por las tierras del conde de Urgel sin reparar hasta ponerse sobre la ciudad de Balaguer, cabecera de aquel estado, en que el Conde por su fortaleza pretendia afirmarse y estaba dentro. El cerco fué largo y dificultoso, durante el cual las demás plazas de aquel estado se rindieron al Rey. En esta sazon le vinieron embajadores de dos reyes, el de Francia y el de Nápoles. El Francés le avisaba que por la insolencia del duque de Borgoña y estar alborotado el pueblo de Paris, sus cosas se hallaban en extremo peligro, él y su hijo, y otros señores como cautivos y presos. Pedíale le acorriese en aquel trance; que el respeto de la humanidad le moviese y de la amistad de tiempos atrás trabada entre aquellas dos casas y reinos. El rey Ladislao pretendia que juntasen sus fuerzas contra el duque de Anjou, su competidor en aquel reino de Nápoles, pues si salia con aquella pretension, era cierto que revolveria con tanto mayores fuerzas sobre Aragon, cuya corona asimismo pretendia. Al Francés respondió el rey don Fernando que sentia mucho el afan y aprieto en que, así él como aquel su noble reino, se hallaban. Que tendria cuidado de lo que deseaba por cuanto sus fuerzas alcanzasen y el tiempo le diese lugar. Al rey Ladislao dió por respuesta que estimaba en mucho la amistad que le ofrecia; pero que entre él y el duque de Anjou intervenian grandes prendas de parentesco y

CAPITULO VI.

Que se convocó el Concilio constanciense.

Al mismo tiempo que lo susodicho pasaba en Aragon, de todo el orbe cristiano hacian recurso los príncipes por medio de sus embajadores al emperador Sigismundo para dar órden con su autoridad y buena maña de sosegar las alteraciones de la Iglesia, causadas del scisma continuado por tantos años. Habido con él y entre sí su acuerdo, requirieron á los que se llamaban pontifices viniesen con llaneza en que se juntase

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que á él mismo tocaba; y vuelto al matrimonio, pasó lo restante de la vida en pobreza y necesidad á causa que le quitaron el maestrazgo y no le volvieron los estados que tenia de su padre. Concluidas las fiestas de Zaragoza, que se hicieron muy grandes, volvió el nuevo Rey su pensamiento á las cosas de la Iglesia, conforme á lo que aquellos príncipes deseaban. Comunicóse con el pontífice Benedicto, acordaron de verse y hablarse en Morella, villa puesta en el reino de Valencia á los confines de Cataluña y Aragon. Acudieron el dia aplazado, que fué á 18 de julio. Señalóse el Rey en honrar al Pontífice con todo género de cortesía. Lo primero llevó de diestro el palafren en que iba debajo de un palio hasta la iglesia del pueblo. De allí hasta la posada le llevó la falda. Luego el dia siguiente en un convite que le tenia aprestado, él mismo sirvió á la mesa, y el infante don Enrique de paje de copa. Para que la solemnidad fuese mayor trocó la vajilla de peltre, de que usaba el Pontífice para muestra de tristeza por causa del scisma, aparador de oro y plata; todo enderezado, no solo á acatar la majestad pontificia, sino á ablandar aquel duro pecho y granjealle para que hiciese la razon. Juntáronse diversas veces para tratar del negocio principal. El Papa no venia en lo de la renunciacion, y mucho menos sus cortesanos, que decian el daño seria cierto, y el cumplimiento de lo que le prometiesen quedaria en mano y á cortesía del que saliese con el pontificado sin poderse bastantemente cautelar. En cincuenta dias que se gastaron en estas demandas y respuestas no se pudo concluir cosa alguna. De Italia á la misma sazon llegaron nuevas de la muerte de Ladislao, rey de Nápoles, que le dieron con yerbas, segun que corria la fama, en el mismo curso sin duda de su mayor prosperidad y en el tiempo que parecia se podia enseñorear de toda Italia. No dejó sucesion; por donde entró en aquella corona su hermana, por nombre Juana, viuda de Guillen, duque de Austria, con quien casó los años pasados, y á la sazon tenia pasados treinta años de edad; hembra ni mas honesta ni mas recatada en lo de adelante que la otra reina de Nápoles de aquel mismo nombre, de quien se trató en su lugar. Muchos príncipes con el cebo de dote tan grande entraron en pensamiento de casarse con ella; en particular por medio de embajadores que de Aragon sobre el caso se despacharon se concertó casase con el infante don Juan, bijo segundo del rey don Fernando; y así como á cosa hecha pasó por mar á Sicilia; sin embargo, este casamiento no se efectuó, antes aquella señora por razones que para ello tuvo casó con Jaques de Borbon, francés de nacion y conde de la Marcha, mozo muy apuesto y de gentil parecer. Rugíase que otro jóven, por nombre Pandolfo Alopo, tenia mas cabida con la Reina de lo que la majestad real y la honestidad de mujer pedia, de que el vulgo, que no sabe perdonar á nadie, sentia mal, y los demás nobles se tenian por agraviados. Perdida la esperanza de reducir al pontífice Benedicto, los príncipes. todavía acordaron celebrar el concilio general. Señalaron para ello de comun acuerdo á Constancia, ciudad de Alemaña, por querello así el Emperador ca era de su señorío. Comenzaron á concurrir en primer lugar los obispos de Italia y de Francia. El pontífice Gregorio

concilio general de los prelados, en cuyas manos renunciasen el pontificado y pasasen por lo que allí se determinase. A la verdad hasta este tiempo la muestra que dieron de querer venir en esto no fué mas que una máscara para entretener y engañar, como quier❘ que las intenciones fuesen muy diferentes. Los papas Juan y Gregorio se mostraban mas blandos á esta demanda, y parece daban oidos á lo que comunmente se deseaba; el ánimo de Benedicto estaba muy duro y obstinado sin inclinarse á ningun medio de paz. Encargaron al rey de Aragon le pusiese en razon; él y el rey de Francia para este efecto le despacharon sus embajadores, personas de cuenta. En sazon que el de Aragon, concluida la guerra de Urgel y fundada la paz pública de su reino, se encaminó á Zaragoza y entró en aquella ciudad á manera de triunfante; juntamente se coronó por rey á los 11 de febrero, año del Señor de 1414, solemnidad dilatada hasta entonces por diversas ocurrencias, y ceremonia que hizo el arzobispo de Tarragona como cabeza y el principal de los prelados de aquel reino. Púsole en la cabeza la corona que la reina doña Catalina, su cuñada, le envió presentada, pieza muy rica y vistosa, y en que el primor y el arte corria á las parejas con la materia, que era de oro y pedrería de gran valor. Halláronse presentes diversos embajadores de príncipes extraños, los prelados y grandes de aquel reino, en particular don Bernardo de Cabrera, conde de Osona y de Modica, que ya estaba en gracia del nuevo Rey, y don Enrique de Villena, notable personaje, así bien por sus estudios, en que fué aventajado, como por las desgracias que por él pasaron, y á la sazon se hallaba despojado de su patrimonio y del maestrazgo de Calatrava. Fué así, que por muerte de don Gonzalo de Guzman y con el favor del rey don Enrique el Tercero, el dicho don Enrique de Villena pretendió y alcanzó aquella dignidad. Alegaban muchos de aquellos caballeros que era casado, y por tanto conforme á sus leyes no podia ser maestre. Determinóse, tal era la ambicion de su corazon, de dar repudio á su mujer doña María de Albornoz, si bien su dote era muy rico, por ser señora de Alcocer, Salmeron y Valdolivas con los demás pueblos del infantado. Para hacer este divorcio confesó que naturalmente era impotente. Para que sus propios estados no recayesen en aquella órden por el mismo caso que aceptaba el maestrazgo, cautelóse con renunciar al mismo Rey las villas de Tineo y Cangas, junto con el derecho que pretendia al marquesado de Villena. Olieron los comendadores de aquella órden, como era fácil, que todo era invencion y engaño. Juntáronse de nuevo, y considerado el negocio, depuesto don Enrique como elegido contra derecho, nombraron en su lugar á don Luis de Guzman. Resultaron desta eleccion diferencias, que se continuaron por el espacio de seis años. Los caballeros de aquella órden no se conformaban todos; antes andaban divididos, unos aprobaban la primera eleccion, otros la segunda. La conclusion fué que por órden del pontífice Benedicto los monjes del Cistel, oidas las partes, pronunciaron sentencia contra don Enrique, y en favor de su competidor y contrario. Por esta manera el que se preciaba de muchas letras y erudicion pareció saber poco en lo

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