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Aragon don Juan y don Enrique, maestre de Santiago; | ¿En la sombra y entre mujeres se crie á manera de donel arzobispo de Toledo para tener mas mano y afirmarse contra sus émulos procuró conquistallos con todo género de caricias y buena correspondencia. Todo se enderezaba á continuar en el gobierno, de que era muy codicioso y de que estaba asaz apoderado. De Madrid fué el Rey con su corte á Segovia, ciudad puesta entre montes y á propósito para pasar los calores del verano. Levantóse de repente un alboroto de los del pueblo contra la gente del Rey y sus cortesanos. Estuvieron á pique de venir á las puñadas, y la misma ciudad de ensangrentarse. Los infantes ya dichos de Aragon poco se conformaban entre sí; mando y privanza no sufren compañía. Andaban como en celos cada cual con intento de apoderarse de la persona del Rey y del gobierno, cosa que les parecia fácil por su poca edad, y no querian dar parte á nadie ni aun á su mismo hermano. Resultaron con esto sospechas, dividiéronse los grandes y caballeros en dos bandos; á don Enrique favorecian el condestable don Ruy Lopez Davalos y Pedro Manrique; al infante don Juan asistian don Fadrique, conde de Trastamara, y el de Toledo. La edad del Rey era flaca, y que se mudaba fácilmente, sus enojos repentinos, las caricias que hacia fuera de tiempo; cosas que la una y la otra á cualquier príncipe están mal, por donde mas era menospreciado que temido. El cuerpo conforme á la edad que tenia era grande y blanco, pero de poca fuerza, el rostro no muy agraciado, la condicion mansa y tratable. Deleitábase en la caza y en justas y torneos; era aficionado á los estudios y letras, y hallábase de buena gana en los razonamientos en que se trataba de cosas eruditas. Hacia él mismo metros, y trovaba no muy mal en lengua castellana. Estas virtudes, que comenzaron á mostrarse desde niño, con la edad llegaron á madurarse y hacerse mayores; todas empero las estragaba el descuido y poca cuenta que tenia de las cosas y del gobierno. Oia de mala gana y de priesa; sin oir, ¿cómo podia resolverse en negocios tan árduos como se ofrecian? En suma no tenia mucha capacidad, ni era bastante para los cuidados del gobierno. Esto dió á sus cortesanos entrada para adquirir gran poder, en especial á Alvaro de Luna, que comenzaba ya á tener con él mas familiaridad y privanza que los demás. Por temer esto la Reina, su madre, le despidió de palacio los años pasados, y le hizo que volviese á Aragon, en que acertó sin duda; pero gobernóse imprudentemente en tener al Rey, como le tuvo hasta su muerte, encerrado en Valladolid en unas casas junto al monasterio de San Pablo por espacio de mas de seis años, sin dejalle salir ni dar licencia que ninguno le visitase fuera de los criados de palacio. En lo cual ella pretendia que no se apoderasen dél los grandes y resultase alguna ocasion de novedades en el reino; miserable crianza de rey, sujeta á graves daños, que el gobernador de todos no ande en público ni le vean sus vasallos, tanto, que aun á los grandes que le visitaban, no conocia ; que quitasen al Príncipe la libertad de ver, hablar y ser visto, y como metido en una jaula le embraveciesen y estragasen su buena y mansa condicion, cosa indigna. ¿Como pollo en caponera me pongas tú á engordar al que nació para el sudor y para el polvo?

cella aquel cuyo cuerpo debe estar endurecido con el trabajo y comida templada para resistir á las enfermedades y sufrir igualmente en la guerra el frio y los calores? ¿Con los regalos quieres quebrantar el ánimo, que de dia y de noche ha de estar como en atalaya mirando todas las partes de la república? Ciertamente esta crianza muelle y regalada acarreará gran daño á los vasallos; la mayor edad será semejable á la niñez y mocedad flaca y deleznable, dada á deshonestidad y á los demás deleites, como se ve en gran parte en este Príncipe. Porque muerta la Reina, como si saliera de las tinieblas y casi del vientre de su madre de nuevo á la luz, perpetuamente anduvo á tienta paredes. Con la grandeza de los negocios se cansaba y ofuscaba. Por esto se sujetó siempre al mando y albedrío de sus palaciegos y cortesanos, cosa de gran perjuicio y de que resultaron continuas alteraciones y graves. Dirá alguno; reprehender estos vicios es cosa fácil, ¿quién los podrá enmendar? Quién se atreverá á afirmar lo que es muy verdadero, que á las mujeres conviene el arreo y el regalo, á los príncipes el trabajo desde su primera edad? Quién, digo, se atreverá á decir esto delante de aquellos que ponen la felicidad del señorío, y la miden con el regalo, lujuria y deleites, y tienen por el principal fruto de la vida servir al vientre y á las otras partes mas torpes del cuerpo? Demás desto, ¿quién persuadirá esta verdad á los que tienen por género de muy agradable servicio conformarse con los deseos de los príncipes y con sus inclinaciones para por allí medrar? Dejemos pues estas cosas, y volvamos á nuestro cuento. En el principio del año siguiente, que se contó de 1420, pasó el Rey á Tordesillas, villa de Castilla la Vieja. Don Enrique, maestre de Santiago, 6 por pretender casarse con la infanta doña Catalina, ó con intento de sujetar sus contrarios, acompañado de los suyos entró en aquel lugar, prendió á Juan Hurtado de Mendoza, mayordomo de la casa real, y á otros del palacio; con tanto se apoderó del mismo Rey á 12 del mes de junio, y le quitó la libertad de ir á parte ninguna 6 determinar algun negocio; gran vergüenza y grave afrenta del reino que el Rey estuviese cercado, preso y encerrado por sus vasallos. Movidos desta indignidad los demás grandes de la provincia, acudieron á las armas, por su caudillo el infante don Juan de Aragon, que, celebrado que hobo sus bodas en Pamplona, concluidas las fiestas y gastados en ellas no mas de cuatro dias, se partió para Castilla, movido de la fama de lo que sucediera y por las cartas de muchos que le llamaban. En Avila se celebraron las bodas del rey de Castilla con pequeño aparato y pocos regocijos por estar ausente gran parte de los grandes y el Rey detenido á manera de preso. Don Enrique para su seguridad y para fortificarse tenia en aquella ciudad tres mil de á caballo; don Juan, su hermano, se entretenia en Olmedo con igual número de caballos, que tenia alojados por los lugares comarcanos; concurrian á él de toda la provincia, los menores, medianos y mayores trataban de vengar la injuria del Rey y mengua del reino. Procuróse que los infantes hermanos se viesen; no se dió lugar á esto, ni permitieron que el infante don Juan se pudiese ver con el Rey.

El infante don Enrique, maguer que á la sazon apoderado de todo, cuidadoso de lo de adelante, procuró se tuviesen Cortes en aquella ciudad. Nadie tenia libertad para tratar los negocios por estar la ciudad llena de soldados, y el lugar en que se juntaban cercado de hombres armados. Con esto don Enrique por Cortes fué dado por libre de toda culpa de lo que hasta allí se le podia imputar; nadie se atrevió á contradecillo ni hablar, en tanto grado, que como por galardon y pago de aqueIla hazaña con voluntad del Rey se alcanzó del pontifice Martino V que el maestrazgo de Santiago con todas sus rentas y estado quedase por juro de heredad á los descendientes de don Enrique, que fuera una nueva plaga de España y un gravísimo daño, si el Rey no revocara aquel decreto llegado á mayor edad. Lo que solo restaba, la infanta doña Catalina era la que principalmente hacia resistencia á los intentos de don Enrique. Decia claramente no queria por marido el que con armas y fieros pretendia alcanzar lo que debiera con servicios, agrado y buena voluntad. Todavía vencida su flaqueza ó inconstancia, aquellas bodas se celebraron con grandes regocijos en Talavera, villa principal cerca de Toledo, do el Rey se pasó desde Avila. Diéronle en dote el señorío de Villena con nombre de duque. A Alvaro de Luna, el principal entre los palaciegos, por lo que en esto trabajó, le fué hecha donacion de Santisteban de Gormaz, principio y escalon para subir al gran poder que tuvo y alcanzar tantas riquezas como juntó adelante. Por este tiempo cada dia en Cataluña bramaba la tierra y temblaba toda desde Tortosa hasta Perpiñan. Junto á Girona estaba un pueblo, llamado Amer, en que se abrieron dos bocas de fuego que abrasaba los que se llegaban á dos tiros de piedra. De otra boca junto á las de fuego salia agua negra, y á media legua se mezclaba con un rio, que debia ser Sameroca, con que aquel pueblo se destruyó, y los peces del rio murieron. Era el olor del agua tan malo, que las aves batian las alas cuando por allí pasaban; extendíase tanto, que llegaba hasta Girona con estar apartada de allí y distante cuatro leguas. Eh Salamanca por el mismo tiempo se edificaba el colegio de San Bartolomé á costa de don Diego de Anaya, que en el mismo tiempo del Concilio constanciense fué de Cuenca trasladado al arzobispado de Sevilla. Dióle grandes rentas con que buen número de colegiales se pudiesen sustentar, á la manera del colegio de Boloña, que el cardenal don Gil de Albornoz dejó allí fundado para que en él estudiasen mozos españoles. Viole don Diego de Anaya á su pasada por Italia; determinóse de hacer otro tanto. Ejemplo de liberalidad que imitaron personas principales en toda España, ca edificaron los años adelante colegios semejantes, de donde como de castillos roqueros ha salido gran número de varones excelentes en todo género de letras. En aquella misma ciudad y universidad se fundaron con el tiempo otros tres, que se llaman mayores; en Valladolid el cuarto, el quinto en Alcalá, los menores apenas se pueden contar. En el mismo tiempo se abria puerta á los aragoneses y portugueses para adquirir nuevos estados. Fué así, que don Enrique, hijo del rey de Portugal, por el conocimiento que tenia de las estrellas, profesion en que gastó gran parte de su vida, sospechó

que en la anchura del mar Océano se podria abrir camino para descubrir nuevas islas y gentes no conocidas. Acometió con diversas flotas que envió para este efecto si podria hacer algo que fuese de provecho. Por este modo entre Lisboa y las islas de Canaria, casi en medio de aquel espacio, este año hallaron una isla, aunque pequeña, pero que goza de muy buen cielo y tierra fértil, como lo mostraban los bosques espesos que en ella hallaron á propósito para cortar muy buena madera, de donde se llamó la isla de la Madera. Deste principio costeando las riberas de Africa, poco a poco parte este Infante, y mas los reyes adelante, llegaron con esfuerzo invencible hasta lo postrero de levante, corrieron las marinas del Asia, la India y la China con gran gloria del nombre portugués y provecho no menor. Tenia cercada dentro de Nápoles á la reina doña Juana Luis, duque de Anjou. La causa de hacelle guerra era la enemiga que de antiguo tenia con aquellos reyes y las deshonestidades poco recatadas de la misma Reina, á las cuales como quier que el conde Jaques, su marido, no pudiese poner remedio, ni las pudiese sin gran mengua suya disimular, vuelto á Francia, algun tiempo despues renunciada la vida de señor, se hizo fraile de San Francisco. El que principalmente ayudaba al duque de Anjou era Mucio Esforcia, capitan de gran nombre en aquella sazon, esto por envidia que tenia á Bracio de Monton, otro capitan á quien la Reina daba mas favor. Las cosas y fuerzas de la Reina se hallaban en gran peligro y casi acabadas cuando don Alonso, rey de Aragon, quinto deste nombre, muy esclarecido por la excelencia de sus virtudes y por haber frescamente domado y sosegado á Cerdeña, fué llamado y convidado á dar socorro á los cercados, con esperanza que le daban de que sucederia en el reino de Nápoles por adopcion que la Reina, por no tener hijo ninguno, le ofrecia hacer de su persona y prohijalle. No dejó pasar la ocasion que sin procuralla se le ofrecia de ensanchar su reino; así, con una armada que envió desde Cerdeña hizo alzar el cerco de Nápoles. El premio deste trabajo y desta ayuda fué que en una junta de señores que se tuvo en aquella ciudad se otorgó y publicó la escritura de la adopcion, á 16 de setiembre, y el Pontífice romano algun tiempo despues asimismo la tuvo por buena. No trato del derecho que tuvieron para hacer esto, por ser la disputa mas fácil que necesaria. Sin duda deste principio largas y perjudiciales guerras nacieron entre franceses y españoles, trabadas unas de otras hasta nuestra edad. El mismo rey don Alonso, sujetado que hobo á Cerdeña y desamparado á Córcega para que los ginoveses se apoderasen della, se apresuró para pasar en Sicilia. Llegó á Palermo en breve; el deseo y esperanza que tenia de asegurarse en la sucesion del nuevo reino le aguijonaba; el cuidado era tanto mas encendido, que cierto matemático cinco años antes desto le dijo, consideradas las estrellas, ó por arte mas oculta: «El cielo, rey don Alonso, te pronostica grandes cosas y maravillosas. Los bados te llaman al señorío de Nápoles, que será breve al principio; no te espantes, no pierdas el ánimo. Dásete cierta silla, grandes haberes, muchos hombres. Vuelto que seas al reino, serán tan grandes las riquezas, que hasta á tus cazadores y

monteros darás grandes estados. Confiado en Dios pasa adelante á lo que tu fortuna y tu destino te llama, seguro que todo te sucederá prósperamente y conforme á tu voluntad y deseo.>>

CAPITULO XII.

Cómo fue preso don Enrique, infante de Aragon.

No pararon en poco las alteraciones y graves desmanes de Castilla; la flojedad del Rey era la causa y sobre esto habelle quitado la libertad, de que resultaron discordias civiles y prisiones de grandes personajes y miedos de mayores males que desto se siguieron. Estaba la corte en Talavera, como poco antes queda dicho; el Rey mostraba no hacer caso ni cuidar de su injuria, antes se deleitaba y entretenia en cazar. Con esta color salió del lugar á 29 de noviembre y se fué á Montalvan, que es un castillo puesto y asentado en un ribazo de tierra, casi en medio de Talavera y Toledo, á la ribera del rio Tajo, de campos fértiles y abundantes. Persuadióle que huyese y hízole compañía Alvaro de Luna, que ya por este tiempo estaba apoderado del Rey; otro género de prision no menos menguada y perjudicial. Llevó mal esto el infante don Enrique; recelábase de lo que habia hecho, y por la mala conciencia temia lo que merecia. Por esta causa con nuevo atrevimiento, juntadas arrebatadamente sus gentes, puso cerco á Montalvan, bien que no le combatió por tener en esto solo respeto al Rey que dentro se hallaba. Concurrian los grandes para vengar este nuevo desacato; estos eran el arzobispo de Toledo, el infante don Juan, el almirante don Alonso Enriquez; pero corria igual peligro, y se sospechaba de cualquiera parte que venciese no se quisiese apoderar de todo. En el entre tanto comenzó á sentirse falta de mantenimiento en el castillo, tanto, que se sustentaban de los jumentos y caballos y otros manjares sucios y profanos. Al fin por mandado del Rey, aunque cercado y por miedo de los que á su defensa acudieron, á los 10 de diciembre se alzó el cerco; don Enrique se fué á Ocaña, villa de su jurisdicion y maestrazgo, con intento de defenderse con las armas si le hiciesen guerra y en ocasion volver á sus mañas. El Rey, ido don Enrique, dió la vuelta á Talavera; en el camino le salieron al encuentro los infantes de Aragon don Juan y don Pedro, su hermano; saludáronse entre sí, reprehendieron el atrevimiento de don Enrique, comieron con el Rey en el castillo de Villalva, que está cerca de Montalvan, hobo de la una parte y de la otra muchas caricias y cumplimientos, todos engañosos y dobles. Mandóles el Rey que volviesen atrás, porque tambien esto le aconsejó Alvaro de Luna, que pretendia solo apoderarse de todo y subir á la cumbre para con mayor ímpetu despeñarse. Mudóse con esto el estado de la cosas y trocóse la fortuna de las parcialidades. El Rey se fué á Talavera para celebrar en aquella villa las fiestas de Navidad al principio del año 1421. De allí se fué á Castilla la Vieja, do tenia mayores fuerzas y mas llanas las voluntades de los naturales. Don Enrique de Aragon tenia en dote el estado de Villena, como poco antes queda dicho, con gran pesar y desgusto de los naturales, que decian no era du

ana

radero lo que por fuerza se alcanzaba, ni justo contra las leyes y privilegios de los reyes pasados enajenar aquel estado, que poco antes rescataron á dineros porque no viniese en poder del rey de Aragon. ¿Qué otra cosa era entregar tan principal estado en la raya del reino á don Enrique, sino poner á peligro la salud pública y abrir puerta á los aragoneses para hacerse señores de Castilla? De la alteracion de las palabras se procedió y vino á las armas. Don Enrique, como era de su natural arrojado y persona á quien contentaban mas los consejos atrevidos que los templados, con soldados que envió se apoderó y guarneció todos aquellos lugares y estado, sacado solo Alarcon, que se defendió por la fortaleza del sitio. Mandóle el Rey en esta sazon dejar las armas y despedir los soldados. No obedeció; por esto y por mandado del Rey y con sus fuerzas le fué quitado aquel estado. Revocóse demás desto lo que tenian concertado del maestrazgo de Santiago, es á saber, que los descendientes de don Enrique le heredasen. A estos principios se siguió gran peso y balumba de cosas, porque don Enrique, movido del sentimiento de aquella injuria partió de Ocaña, resuelto de ir en busca del Rey. Llevaba consigo para su guarda y seguridad mil y quinientos de á caballo. Llegó á Guadarrama, pasó los puertos sin reparar hasta donde el Rey se entretenia en Arévalo. Corria peligro no se viniese á batalla y á las manos. La reina doña Leonor, cuidadosa de la salud de su hijo don Enrique, hablaba ya á los unos, ya á los otros, y procuraba sosegar aquella tempestad, que amenazaba mucho mal. Lo mismo hizo don Lope de Mendoza, arzobispo de Santiago. Persuadieron á don Enrique despidiese sus gentes. Decian ser cosa de mala sonada y mal ejemplo querer por armas y por fuerza alcanzar lo que podia por las leyes y justicia. ¿Qué podia esperar con tener empuñadas las armas? Como antes con fieros semejantes cometiese crímen contra la majestad; que si las dejaba, todo se haria á su voluntad. Avisáronle que á pocos sucedió bien irritar la paciencia de los reyes, que tienen los ímpetus, aunque tardíos, pero vehementes y bravos. Desta manera se dejaron por entonces las armas. Doña Blanca, hija del rey de Navarra, á 29 de mayo parió en Arévalo un hijo de su marido, que del nombre de su abuelo materno se llamó don Cárlos. Sacóle de pila el rey de Castilla, y por su acompañado Alvaro de Luna, al cual quiso el Rey hacer esta honra; ninguna destas cosas por entonces parecia demasiada por ir en aumento su privanza. Las Cortes del reino se convocaron primero para Toledo, y despues para Madrid; con esta determinacion el Rey y la Reina partieron para Castilla la Nueva. Llegaron á Toledo á 23 de octubre. Don Enrique de Aragon, el condestable don Ruy Lopez Davalos, el adelantado Pedro Manrique, llamados á estas Cortes, se excusaban por las enemistades que con ellos tenian algunas personas principales. Entre tanto que esto pasaba en Castilla, don Alonso, rey de Aragon, y Luis, duque de Anjou, contendian grandemente sobre el reino de Nápoles; don Alonso se estaba dentro de la ciudad de Nápoles; Aversa, que cae allí cerca, se tenia por los franceses; de una parte y de otra se hacian correrías y cabalgadas. Cerra, un pueblo cuatro millas de la ciu→

rique, maestre de Santiago, tuviese sus veces y la administracion de aquel maestrazgo, con libre poder de hacer y deshacer. Concluidas en un tiempo cosas tan grandes, el Rey se fué á Alcalá; á la misma sazon parió la Reina en Illescas una hija, á 5 de octubre, que se llamó doña Catalina, cosa que causó grande alegría á toda la provincia, no solo por el nacimiento de la Infanta, sino por entender que la Reina no era mañera, y por la esperanza que concibieron que otro dia pariria hijo varon. Esta alegría se escureció algun tanto con la muerte del arzobispo de Toledo, que en breve se siguió. Falleció de una larga enfermedad en Alcalá de Henáres á 24 de octubre; su sepultura de mármol y de obra prima se ve en la capilla de San Pedro, parroquia de la iglesia mayor de Toledo, capilla que hizo él mismo edificar á su costa. En su lugar por votos del cabildo fué puesto don Juan Martinez de Contreras, dean que á la sazon era de Toledo, natural de Riaza, y que fué vicario general de su predecesor. El cabildo se inclinaba al maestrescuela Juan Alvarez de Toledo, hermano de Garci Alvarez de Toledo, señor de Oropesa. Interpúsose el Rey, que cargó con su intercesion en favor del Dean. Así salió electo, y luego se partió para Roma con intento de alcanzar confirmacion de su eleccion del papa Martino V; tal era la costumbre de aquel tiempo; en ida y vuelta gastó casi dos años.

CAPITULO XIII.

Cómo falleció el rey moro de Granada.

dad de Nápoles, fué cercada por las gentes de Aragon, y aunque se defendió largamente por el sitio del lugar y valor de la guarnicion, en fin se rindió á don Alonso. Don Pedro, infante de Aragon, movido, así por las cartas del Rey, su hermano, como de su voluntad, con licencia del rey de Castilla se partió para aquella guerra de Nápoles al principio del año 1422. En Madrid se hacian y continuaban las Cortes generales. Hallóse presente don Juan, infante de Aragon, y otros señores en gran número. El arzobispo de Toledo, por estar doliente, no se pudo hallar presente. Don Enrique y sus consortes, porque el Rey les queria hacer fuerza si no venian á las Cortes, trataron entre sí el negocio, y resolvieron que don Enrique y Garci Fernandez Manrique, adelante conde de Castañeda, obedeciesen; mas el Condestable y Pedro Manrique se quedasen en lugares seguros para todo lo que pudiese suceder. A 13 de junio don Enrique y Garci Fernandez entraron en Madrid. Recibiéronlos bien y aposentáronlos amorosamente; el dia siguiente, como llamados por el Rey fuesen al alcázar á besalle la mano, los prendieron. A don Enrique enviaron en prision al castillo de Mora; dióse á Garci Alvarez de Toledo, señor de Oropesa, cuidado de guardalle, y al conde de Urgel, que desde los años pasados tenian preso en aquel castillo, pasaron á Ma. drid. En las Cortes pusieron acusacion á estos señores de haber ofendido á la majestad y tratado con los moros de hacer traicion á su Príncipe y á su patria. Catorce cartas del Condestable, escritas al rey Juzef, se presentaron y leyeron en este propósito. Pareció ser esto una maldad atroz; así, los bienes de don Enrique y Garci Manrique por sentencia de los jueces que señalaron fueron confiscados; lo mismo se determinó y sentenció de Pedro Manrique, que, avisado de lo que pasaba, era ido á Tarazona. Ordenóse otro tanto de los bienes del Condestable, el cual, perdida la esperanza de ser perdonado, en compañía de doña Catalina, mujer de don Enrique, primero se recogió á Segura, pueblo asentado en lugares muy ásperos y de dificultosa subida hacia el reino de Murcia, despues se fué á tierra de Valencia. Dejó en Castilla grandes estados que tenia, es á saber, á Arcos, Arjona, Osorno, Ribadeo, Candeleda, Arenas y otros pueblos en gran número; con que la casa de Davalos de grandes riquezas y estado que tenia comenzó á ir de caida y arruinarse. Levantáronse otrosí á nuevos estados diferentes casas y linajes, de nobles y ilustres personajes, como los Fajardos, los Enriquez, los Sandovales, los Pimenteles y Jos Zúñigas, no de otra guisa que de los pertrechos y materiales de alguna gran fábrica, cuando la abaten se levantan nuevos edificios. Rugióse por entonces que aquellas cartas del Condestable eran falsas, y aun se averiguó adelante que Juan García, su secretario, las falseó por su misma confesion, que hizo puesto á cuestion de tormento. Disimulóse empero por ser interesados el Rey y los que con aquellos despojos se enriquecieron, si bien justiciaron conforme á las leyes al falsario. A don Alvaro de Luna con esta ocasion dió el Rey título de conde de Santisteban de Gormaz, y le nombró por su condestable. A don Gonzalo Mejía, comendador de Segura, se encargó que en lugar de don En

En Toledo, para donde, acabadas las Cortes, se partió en breve el rey de Castilla, con su ida se mudó la forma del gobierno, por estar antes revuelta y sujeta á diferencias y bandos. Tenian costumbre de elegir para dos años seis fieles, tres del pueblo, y otros tantos de la nobleza. Estos, con los dos alcaldes que gobernaban y tenian cargo de la justicia y con el alguacil mayor, representaban cierta manera de senado y regimiento, y gobernaban las cosas y hacienda de la ciudad. Podian entrar en las juntas que hacian y en el regimiento de los nobles todos los que quisiesen hallarse presentes, con voto en los negocios que se ventilaban; desórden muy grande por ser los regidores, parte inciertos, parte temporales. Dióse órden en lo uno y en lo otro por mandado del Rey, y decretóse que conforme a lo que el rey don Alonso, su tercer abuelo, estableció en Búrgos, se nombrasen diez y seis regidores de la nobleza y del pueblo por partes iguales, los cuales fuesen perpetuos por toda su vida, y lo que la mayor parte destos determinase, esto se siguiese y fuese valedero. Cuando alguno falleciese, sucediese otro por nombramiento del, rey; camino por donde se dió en otro inconveniente, que los regimientos comenzaron á venderse en grave daño de la república; así muchas veces se vuelve en contrario lo que de buenos principios y con buenos intentos se encamina. Con mayor ocasion algun tanto despues se corrigió la forma del gobierno en Pamplona, que estaba dividida en tres gobernadores 6 alcaldes, que á otras tantas partes de la ciudad hacian justicia, conviene á saber, uno al arrabal, otro á la ciudad, el tercero á cierto barrio, que se llama Navarreria; cosa

que causaba muchas veces alteraciones en materia de jurisdiccion, como se puede creer por ser tantos los gobiernos. El rey don Cárlos de Navarra ordenó que hobiese uno solo para hacer justicia, y con él diez jurados, que tratasen del bien público y de lo que á la ciudad toda era mas cumplidero; demás desto, que todos los ciudadanos se redujesen á un cuerpo y un juzgado. A Juan, conde de Fox, de su mujer le nació un hijo, llamado don Gaston, que con la edad, por maravillosa mudanza de las cosas, vino á ser rey de Navarra los años siguientes por muerte del príncipe don Cárlos, hijo de don Juan, infante de Aragon, y de doña Blanca, su mujer, que debia suceder adelante en el reino de su abuelo, y su padre de presente le envió juntamente con su madre para que ella estuviese en compañía del Rey, su padre, y el niño se criase en su casa. Luego que I niño llegó, fué nombrado por príncipe de Viana con otras muchas villas que le señalaron, en particular á Corella y á Peralta, cosa nueva en Navarra, pero tomada de las naciones comarcanas y á su imitacion; lo cual se estableció por ley perpetua que aquel estado se diese á los hijos mayores de los reyes. Promulgóse esta ley á 20 de enero, año del Señor de 1423. Cinco meses despues, á instancia del abuelo, todos los estados del reino juraron al dicho Príncipe por heredero de aquel reino en Olite, do el Rey por su edad pesada en lo postrero de su vida solia morar ordinariamente, convidado de la frescura y apacibilidad de aquella comarca y de la hermosura y magnificencia de un palacio que allí él mismo edificó con todas las comodidades á propósito para pasar la vida. Con el rey de Castilla aun desde su mocedad y minoridad tenia muchas veces el rey de Portugal tratado por sus embajadores que hiciesen confederacion y paces; que á la una y á la otra nacion tenian cansadas los largos debates y guerras pasadas, y era justo que se pusiese fin y término á los males. Determinóse solamente que se condescendiese en parte con la voluntad del Portugués, y se hiciesen treguas por espacio de veinte y nueve años. Añadióse que este tiempo pasado no pudiesen los unos tomar las armas contra los otros si no fuese que denunciasen primero la guerra año y medio antes de venir á rompimiento. Estas treguas se pregonaron en Avila, por estar allí á la sazon el rey de Castilla, con gran regocijo y fiesta de toda la gente. Hiciéronse procesiones á todos los templos por tan grande merced, juegos, convites y todos géneros de fiestas y alegrías. En una justa que en la corte se hizo, Fernando de Castro, embajador del rey de Portugal, salió por mantenedor en un caballo del mismo rey de Castilla con sobrevistas entre todos señaladas y vistosas. Rebusaban los demás de encontrarse con él; mas Rodrigo de Mendoza, hijo de Juan Hurtado de Mendoza, del primer encuentro le arrancó del caballo con gran peligro que le corrió la vida. El Rey le acarició mucho y consoló, y luego que sanó de la caida, con muchos dones que le dieron le despachó alegre á su tierra. Entre los reyes de Castilla y de Aragon se volvieron á enviar embajadas. Juan Hurtado de Mendoza, señor de Almazan, enviado para esto, en Nápoles declaró las causas de la prision de don Enrique, y pidió en nombre de su Rey le fuesen entregados doña Catalina, su mujer,

y el condestable don Ruy Lopez Davalos y los demás forajidos de Castilla. Sobre lo uno y lo otro envió el rey de Aragon nuevos embajadores al de Castilla; el principal de la embajada, Dalmacio, arzobispo de Tarragona, alegó para no venir en lo que el Rey queria los fueros de Aragon, conforme á los cuales no podian dejar de amparar todos los que se acogiesen á sus tierras, fuera que decia vinieron con salvoconduto, que no se puede quebrantar conforme al derecho de las gentes. Demás desto, declaró y dió nueva del estado en que quedaban las cosas de Nápoles; como entre la Reina y el Rey resultaban muchas sospechas, con que las ciudades y pueblos estaban divididos en parcialidades ; que la fortuna de los aragoneses de la grande prosperidad en que antes se hallaba, comenzaba á empeorarse, y corrian peligro no se viniese á las manos. Quejábase la Reina que don Alonso en el gobierno tomaba mayor mano y autoridad; que no se media conforme al poder que le concediera; que daba y quitaba gobiernos, mudaba guarniciones, y mandaba que los soldados le hiciesen á él los homenajes ; que lo trocaba todo á su albedrío, alteraba y revolvia las leyes, fueros y costumbres de aquel reino. Estas cosas reprehendia ella en don Alonso, su prohijado, como mujer de suyo varia y mudable y enfadada del que prohijó; la que se mostró liberal en el tiempo que se vió apretada, libre del miedo, se mostraba ingrata y desconocida, vicio muy natural á los hombres. El rey don Alonso temia la poca firmeza de la Reina, y no podia sufrir sus solturas mal disimuladas y cubiertas; trataba de envialla léjos á Cataluña, y con este intento mandó aprestar en España una armada. No se le encubrió esto á la Reina, por ser de suyo sospechosa y aun porque en las discordias domésticas, y mas entre príncipes, no puede haber cosa secreta ni puridad. Desde aquel tiempo la amistad entre las dos naciones comenzó á aflojar y ir de caida. Querellábanse entrambas las partes que los contrarios no trataban llaneza, antes les paraban celadas y se valian de embustes, en que no se engañaban. El Rey se tenia en Castelnovo, la Reina en la puerta Capuana, lugar fuerte á manera de alcázar. Deste principio y por esta ocasion resultaron en Nápoles dos bandos, de aragoneses y andegavenses ó angevinos, nombres odiosos en aquel reino, y que desde este tiempo continuaron hasta nuestra edad y la de nuestros padres. Pasaron adelante los desgustos y las trazas. Fingió el Rey que estaba enfermo; vínole á visitar el senescal Juan Caraciolo, el que tenia mas cabida con la Reina y mas autoridad que la honestidad sufria; por esto fué preso en aquella visita; junto con esto sin dilacion acudieron los de Aragon á la puerta Capuana. Los de la Reina cerraron las puertas y alzaron el puente levadizo; con tanto don Alonso se retiró, ca no sin riesgo suyo le tiraban saetas y dardos desde lo alto. Destos principios se vino á las manos; en las mismas calles y plazas peleaban ; el partido al principio de los aragoneses se mejoraba, apoderáronse de la ciudad, y en gran parte saqueadas y quemadas muchas casas, pusieron cerco al alcázar en que la Reina moraba; mas aunque con toda porfía le combatieron, se mantuvo por la fortaleza del lugar y lealtad de la guarnicion. Acudió á la Reina Esforcia, llu

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