NOTICIA DE D. FRANCISCO DE CASTRO. Nació en Sevilla en 2 de abril de 1771: estudió matemáticas en los estudios de la sociedad económica de aquella ciudad, presentándose á exámen público y siendo premiado en los tres años del curso. Terminada la filosofía, y principiado el estudio de la medicina en la universidad de su patria, se dedicó al comercio sin abandonar su aficion á las letras, adquiriendo siempre y leyendo las mejores obras españolas, italianas, francesas é inglesas de humanidades, historia, geografía, y otros ramos de erudicion. Las piezas que se insertan aquí suyas, fueron leidas con otras muchas y varios discursos en la academia de Letras humanas de que fué individuo. Murió en 16 de marzo de 1827; fué de trato apacible y generoso para todos, y singularmente solicito para sus amigos. Se nota en sus poesías una alma tierna y delicada, aunque algo melancólica y quejumbrosa. Su versificacion tiene fluidez. 00000000000000000000000000000000000000000000000000000000ỌC DODOGECCO 00000000000000000000000000000006 POESIAS DE D. JUAN BAUTISTA DE ARRIAZA. La dedicatoria. Suave seria al labio de mi Musa Copia de mis pesares En tan nuevos cantares Sonara, que envidioso á mis recreos ¡Mas ay! los sacros bosques son asilo De la inocencia, que del fondo grita : « Huye, profano, la mansion que habita ་ Libre del oro el labrador tranquilo. Tú ves el Rhin y el Nilo Que al mar descienden rojos De sangrientos despojos: Pues vives en las córtes que á la guerra Cuando ellos van á ensangrentar la tierra, Ve tú, cruel, á celebrar sus nombres. » Veo los héroes, oigo la victoria, Humilde no halla tonos Para cantar los tronos; Veo los cielos, y se ofusca el fuego De mi entusiasmo á su esplendor divino : Veo á mi Silvia, y reconozco luego Que cantar la belleza es mi destino. Beldad, Del amor, que se goza en tus prestigios : Milagro de la idea De los Apeles, Fidias y Ticianos, Que por mas que mis ojos arrebate El gallardo animal que ama la guerra, Cuando al amor se arroja ó al combate, Y con cuádruple pie bate la tierra, Los colores que encierra El íris en su cinta, Ni la variada tinta Del sol naciendo entre celages rojos; La ví deidad, y me postré á adorarla, Y por volver el ídolo benigno La prosa olvido, y me dedico á hablarla Pintar en mis canciones Sus dulces perfecciones; ¡Y cuánto, o cielos, su beldad me humilla! Hijos mis versos, Silvia, de tus ojos, ¡Oh cómo se divisa En unos aquel frio, De tu ingrato desvío, Y en otros un calor que al mismo exceda Tú los cantabas, Silvia, ¡ en qué lugares! ¿Te acuerdas de la selva en que habitamos, Que remedaba el ruido de los mares Con el sordo susurro de sus ramos? Muramos, ¡ ay! muramos Que aun en algun arbusto Se ve escrito que en todo el universo Los sauces pintarán con elegancia, Bajo el imperio de los euros roncos, En sus fugaces hojas tu inconstancia, Murmurarán los vientos De aquellos juramentos, Cuando desafiaste á aquella roca A firmeza... ¡o dolor! y ahora es aquella En la que solo estampo yo mi boca, Porque solo tu nombre encuentro en ella! Tal lo dispuso irremisible el hado: En conmover los bellos corazones Y como corren á la mar undosa Y al abrigo de aquellas Cimas del Pindo bellas Verá, de aliento y no de furia escaso, |