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el Rey habia prohibido creer al

mismo que
gunos anos antes.

No podia menos de suceder asi adoptando semejantes principios, y pretendiendo conciliar cosas tan inconciliables, como eran reconocer la autoridad divina del Evangelio, y apropiarse esta autoridad para regular el ministerio eclesiástico. Esto no podia colorearse sino interpretando este mismo Evangelio arbitrariamente del modo mas absurdo, como fue confesar por una parte que el Obispado era de institucion divina, y por otra que la potestad del Obispado no podia egercerse sino por autoridad del Principe. Tal fue el subterfugio de aquellos áulicos reformadores; y era, dice Bossuet, la adulacion mas inaudita y escandalosa que jamas ha podido caer en el espíritu de los hombres.

Por la misma regla un Príncipe gentil ó mahometano podrá ser en sus estados el gefe y director de la Iglesia; y una muger será tambien la cabeza propietaria y administradora de toda jurisdiccion eclesiástica, como se ha visto en la misma Inglaterra.

Las propias máximas seguidas por la asamblea de Francia en su última revolucion produgeron efectos todavia mas escandalosos. Sabido es que desde sus primeros pasos em→ prendió la reforma del estado eclesiástico, empezando por abolir los diezmos, abolir los

TOMO IV.

Ordenes Regulares, despojar al Clero de sus propiedades, hacer una nueva division de Parroquias y Obispados, reducir el número de eclesiásticos, y en fin estableciendo aquella constitucion cismática que llamaron civil del Clero (porque todo se compone con poner estos nombres). El título para todo esto lo declaró en la misma asamblea uno de los comisarios de aquella reforma, y era calvinista. "Es necesario, decia, volver á los prin"cipios. La jurisdiccion espiritual no abraza "mas que la fe y el dogma. Todo lo que es "disciplina y de policía pertenece á la auto"ridad temporal." El resultado fue la abolicion de la Religion católica en aquel Reino, hasta ser abjurada públicamente en la misma Convencion: á que se siguió el arrastrar con el mayor vilipendio por las calles de París todos los objetos del culto, y al mismo Soberano Pontífice en estatua, y colocar sobre un altar á una prostituta, tributándola inciensos y adoraciones como á imágen de la Razon, Esta divinidad fue proclamada en una fiesta nacional. Esto hicieron los que se jactaban de los mas cultos é ilustrados de todos los hombres.

El Obispo recuerda estos hechos, notorios á todo el mundo, porque son lecciones vivas, y mas eficaces que todos los discursos y todas las pruebas que puedan alegarse

contra tan pestilentes doctrinas; y porque su objeto es evitar cuanto sea posible que se adopten entre nosotros, mientras estamos en tiempo de seguir el camino de la verdad. ¿Podrá mirarse con indiferencia ver proclamados los mismos errores y los mayores insultos contra la Religion, en papeles públicos por todo el Reino, con que se pretende inspirar el veneno hasta á las mismas autoridades que gobiernan? ¿Y no deberémos representar estos daños, y prevenirlas de una seduccion tanto mas peligrosa, cuanto se reviste de la apariencia de interes y de celo por la autoridad suprema del Estado?

Bastaria, aun cuando se olvidasen los intereses de la Religion, tener presente que semejantes empresas siempre se convirtieron en ruina de sus mismos autores; y que lejos de haberse consolidado los pretendidos gobiernos á que aspiraban con tales novedades, no ha quedado de ellos sino la memoria de sus errores, las lágrimas de los infinitos males que causaron, y la detestacion universal de las revoluciones religiosas que han producido tan tristes desengaños...

¿Y sería posible que nosotros los imitásemos ahora, y que pudiéramos todavia ser fascinados por las mismas ilusiones? ¿Sería posible que se abrazasen en España doctrinas declaradas por erróneas y heréticas,

y

que ellas dirigiesen el gobierno público de la Iglesia? Pues declarado está por autoridad infalible, que es erróneo y herético el decir que á la autoridad temporal, y no á la Iglesia compete el arreglo de la disciplina eclesiástica. ¿Pero qué mayor declaracion que lo que enseña á los ojos de todo el mundo la tradicion perpetua y práctica de la Iglesia desde su infancia hasta nosotros? Las Epístolas, y los Actos de los Apóstoles, que son de autoridad divina; las ordenanzas y cánones eclesiásticos desde entonces; sus Concilios, sus colecciones, y las Bulas de los Soberanos Pontífices en todo el mundo católico, ¿no son otros tantos testimonios que atestan esta verdad de todos los tiempos? ¿Qué estado político hay en el mundo que pueda presentar una legislacion tan abundante, y una succesion tan continuada y uniforme de su respectiva autoridad? El primer Concilio de Nicea ordenó ya que se celebrasen Concilios particulares dos veces en cada año: y no hay cosa mas inculcada que la frecuente celebracion de ellos, renovada tambien por el último de Trento. ¿Y para qué? No ciertamente para difinir dogmas de fe, que no pertenece á esta clase de Sínodos, sino para cuidar de la observancia de sus cánones, para juzgar y corregir sus infracciones, para reformar los abusos, y para establecer lo que convenga á

la policía y á la disciplina de las diócesis. Para negar esta potestad sería menester suponer que la Iglesia hubiese egercido por espacio de diez y ocho siglos una autoridad usurpada, y que hubiese errado en su conducta en un punto tan esencial. Sería menester decir que todos los gobiernos católicos, que todos los doctores, los sábios y cuerpos literarios de las mismas naciones, que ha habido hasta ahora, vivieron en una profunda ignorancia de esta materia, en medio de tantas controversias sobre competencia de jurisdiccion en puntos particulares; y que el descubrimiento de una verdad tan capital para el gobierno moral de los hombres, estaba reservado para el siglo que proclamó la irreligion.

Pero lejos de poder insultar á la Iglesia con semejante blasfemia, es precisamente el don de inerrabilidad que la asiste el que afianza su legislacion, el que ha mantenido el espíritu uniforme y constante que la distingue de todas las demas, y el que hace, como ya queda dicho, que mientras todas estas cambian continuamente su economía, y el aspecto de su constitucion, la Iglesia sea la única que mantenga intacta la suya, y no pueda menos de mantenerla hasta el fin. Y es porque la disciplina eclesiástica está ligada al dogma, y se reduce á él y asi sola la auto

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